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DOCÜMENTOS
POUTICOS

DISCURSO del presidente de la Repüblica, Don Manuel Azana
Dfaz, pronunciado en Valencia el dia 21 de enero de 1937

COMISARIADO GENERAL DE GUERRA DE MADRID

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TEXTO INTEGRO

del discurso proiiuiiciado

por el

Presidente de la Repüblica

Don Manuel Azana Diaz

el dia 21 de enero de 1937
en el

Salon de Sesiones del Ayuntamiento
de Valencia

bibliotheek der

rijksuniversiteit

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COMISARIADO GENERAL DE GUERRA DE MADRID

RIJKSUNIVERSITEIT UTRECHT

1417 4100

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DIANA Arte« Grâficas. - Larra, 6. - Madrid

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Don Manuel Azana Diaz, Presidente de la Repüblica
Espanola, representa a todos los espanoles. Y el papcl
representativo que la voluntad de nuestro pueblo le
concedió esta magistralmente expresado en el dis-
curso que se publica en este folleto.

Todos los soldados del pueblo, cualesquiera que sean
sus matices ideologicos, se han de sentir profunda-
mente unidos al leer y meditar este discurso. Docu-
mento fundamental explicativo de las causas y signifi-
cado de nuestra lucha, no podia dejar de llegar a los
frentes a traves de las ediciones del Comisariado

de Guerra.

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"Seiïor alcalde, senores todos:

He oido con emoción, que me ha
costado trabajo reprimir, las palabras
de bienvenida que la légitima repre-
sentación de la democracia valenciana
acaba de dirigirme. En cualquier oca-
sión, en cualquier lugar de Espana, un
saludo como éste quedaria profunda-
mente grabado en mi corazón. Pero en
las circunstancias actuales, y viniendo
de la expresión auténtica de la demo-
cracia valenciana, su valor es imponde-
rable. Valencia tiene en su historia el
titulo glorioso de haber sido uno de los
primeros y mâs fuertes hogares del re-
publicanismo espanol, y en este pais se
daban de antiguo aquellas condiciones
sociales, económicas y politicas merced
a las cuales el arbol de la democracia
ha podido crecer con la robustez que
todos hemos tenido ocasión de admi-
rar en tiempos pasados. Valencia, en la
paz, era una joya de la Repüblica es-
panola, y en la guerra ha sabido cum-
plir con creces su obligación. Muchos
hijos de Valencia han perdido sus vi-
das luchando en el frente por la sal-
vación de todos sus hermanos de Es-
pana. Conocemos los esfuerzos que en
el campo de batalla los valencianos han
sabido hacer. jLoor a todos ellos!
Y
conste el agradecimiento de todos por
el esfuerzo valenciano. Y conocemos
también los servicios de otro orden que
el pais valenciano ha prestado acudien-
do al socorro y mantenimiento de los
combatientes en las poblaciones asedia-
das por el enemigo, Ademâs, Valencia,
al saludarme por boca de su alcalde,
aviva mis sentimientos de otro tiempo,
que ahora me es permitido evocar, por-
que recobran una actualidad moral.

Largo plazo de sufrimiento.

A Valencia debo, en los comienzos
de mi acción politica, tan corta toda-
via, pero tan excesivamenie dramâtica
y tempestuosa, la primer acta de dipu-
tado que nunca tuve. Vuestro pueblo
tuvo esa cortesia cönmigo. Y hace ano
y medio, o poco mâs, la democracia va-
lenciana nos presto su auditorio clamo-
xoso y SU entusiasmo republicano par.^

el grandioso acto en el que se inaugurö
la coalición politica, que en el pensa-
miento de quienes la forjaron y en la
pura intención de quien fué su porta-
voz estuvo llamada a prestar a la Re-
püblica una base amplisima de colabo-
ración social y las bases pacificas de
progreso y de engrandecimiento de la
sociedad espafiola. Y es justamente hoy

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cuando evoco en Valencia, y ante su
alcalde, este recuerdo, cuando tenemos
delante el problema de la rebelión mi-
litar para destruir aquella obra que en
Valencia se inició. Me es grato tam-
bién que sea Valencia quien me presta
la ocasión de deciros, a los seis meses
de guerra, unas cuantas palabras saca-
das de la experiencia pasada, y que nos
permiten considerar gravemente, en el
optimismo sereno y razonable que nos
pertenece a todos, los problemas inme-
diatos del porvenir. Seis meses de gue-
rra, largo plazo de sufrimientos, seno-
res; plazo que nos hubiera parecido in-
creible en el mes de julio, cuando e!
porvenir estaba oculto detras del telón
del tiempo. Pero ahora nos parece bre-
ve y encontramos en nuestra alma cl
vigor suficiente para duplicarlo, y tri-
plicarlo si es menester, con tal de sacar
adelante 1 a causa de la Repüblica.
(Muy bien.) En estos seis meses los
datos principales de los problemas que
tenemos delante no han variado en lo
esencial. Lo que ocurre es que, como de
la semilla sale la planta, lo que lleva-
ba contenido en si el problema al esta-
llar en el mes de julio, ha ido manifes-
tandose a la luz.

El deber dei Estado: oponerse
a la rebelión.

^Qué fué para nosotros el hecho de
la rebelión? Para nosotros fué y hubié-
ramos querido que siguiera siendo un
problema de caracter nacional espanol,
un problema interno de la politica es-
panola. El hecho es bien conocido.
Gran parte de las fuerzas armadas de
la nación, en connivencia y como brazo
ejecutor de partidos politicos adversos
al régimen, se sublevó contra el Gobier-
no republicano con el propósito de de-
rrocar por la fuerza el régimen que la
nación libremente en el sufragio uni-
versal se habia dado. Este es el hecho
y delante de él el Estado y sus órga-
nos representatives, en todas sus jerar-
quias, conocieron su deber y cumplie-
ron su deber sin vacilar un solo segun-
do. iCual era su deber? Oponerse co-
mo fuese a la rebelión militar. No se
transige con la rebeldia cuando se ocu-
pa dignamente el Poder, y en la repre-
sentación de un Estado no se puede, no
se debe transigir jamas con la rebelión.
La dignidad, el deber, lo que se repre-
senta y lo que se debe a la nación na
lo permiten, por terribles que sean las,
consecuencias de la acción guerrera, y
el Estado cumplió con su obligación.
Pero ocurrió, senores, que la mayor
parte de los elementos defensivos del
Estado de que pudiera disponer el Go-
bierno o estaban en la rebelión, o ha-
bian sido secuestrados por ella, o es-
taban disueltos o aminorados en su efi-
cacia por consecuencia de la rebelión
misma.

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Y entonces sobrevino el hecho mara-
vilioso: la sorpresa espanola, que no ha-
hian quiza previsto los fautores de la
rebelión. Ocurrió el hecho niaravilloso
de que el pueblo entero se puso a sus-
tituir, a reemplazar a aquellos órganos
del Estado que habian caido eii inuti-
lidad o en rebelión; el pueblo entero, en
acuerdo estrecho con su Gobierno, con
Id representación del Estado, tomó las
armas para defender su libertad y su
Repüblica, y entonces se nos pianteó el
problema de aprovechar el entusiasixio,
la lealtad, la fidelidad, el espiritu de sa-
crificio del pueblo para ir organizando
y encauzando todos esos valores mo-
rales en forma que constituyesen orga-
nismes nuevos que reemplazasen a los
antiguos, para que, con el mcnor des-
gaste, con el menor esfuerzo, con la
menor pérdida de tiempo y de energias
y con los menores sacrificios, el Go-
bierno de la Repüblica, el Estado repu-
blicano cumpliesen con su deber, que
era restablecer la paz en Espana y res-
taurar la Repüblica alH donde habia si-
do temporalmente suprimida. Cumplido
esto habianios cumplido todos con nues-
tro deber.

Este esquema de la situación tieae un
valor demostrativo para todos nosotros
y para todo el mundo. Cuando se ha-
ce la guerra, que es siempre un mal;
cuando se hace la guerra, que es siem-
pre aborrecible, y mas si es entre com-
patriotas; cuando se hace la guerra, que
es funesta, incluso para quien la gana,
hace falta una justificación moral de
primer orden, que sea inatacable, que
sea indiscutible.
Y de estos hechos que
acabo de dejar expuestos en esquema,
ninguno de cuyos dates es rebatible, se
deduce lo inatacable de nuestra posi-
ción, la tranquihdad para nuestra con-
ciencia personal y la tranquihdad para
el porvenir de la Historia.

Cuando se hace la guerra hace faîta
una Justificación moral.

Un gravlssmo problema înternacional.

Hacemos una guerra terrible, guerra
sobre el cuerpo de nuestra propia pa-
tria; pero nosotros hacemos la guerra
porque nos la hacen. Nosotros somos
los agredidos; es decir, nosotros, la Re-
püblica, el Estado que nosotros tene-
mos la obhgación de defender. Ellos
nos combaten; por eso combatimos nos-
otros. Nuestra justificación es plena an-
te la conciencia mas exigente, ante la
historia mas rigurosa. Nunca hemos
agredido a nadie; nunca la Repüblica,
ni el Estado, ni sus Gobiernos han po-
dido no ya justificar, sino disculpar o
excusar un alzamiento en armas con-
tra el Estado. Nuestra posición se ha
robustecido en estos seis meses.

Sépalo el mundo entero y sépanlo
los espanoles todos, los que combaten
a un lado y los que combaten al otro:

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nosotros hacemos la guerra por deber y
en el cumplimiento del deber estamos
dispuestos a persistir con tanto tesón
como . sea necesario para conseguir
nuestro fin, (Muy bien. Aplausos.)

Por esto decia yo, senores, que el pro-
blema, al plantearse, era para nosotros,
hubiéramos querido que fuese siempre,
un problema de orden nacional interior;
como si dijéramos, restablecer la obser-
vancia de la ley; como si dijéramos, un
inmenso problema de orden püblico.

Desgraciadamente no ha sido asi; la fe-
belión militar espanola desde;el primer
momento ha adquirido los caracteres de
un gravisimo problema internacional, y,
diciéndolo con una paradoja, anadiré
que desde antes del primer momento;
quiero decir antes de que saliese a la
luz el hecho fisico de la rebeldia, por-
que estamos todos persuadidos de que
si no hubiera precedido una intensa la-
bor internacional, la rebelión militar es-
panola no habria estallado. (Muy bien.)

La zona espanola de Marruecos como
origen de la rebelión.

De dos maneras, a juicio mio, la re-
belión militar de Espana asciende a U
categoria de grave problema internacio-
nal; de una parte, por su origen ma-
rroqui, por haber tornado la zona es-
panola de Marruecos como origen de
la rebelión y como deposito y base de
operaciones de los rebeldes, y de otra,
por el auxilio en material y en contin-
gentes armados que ciertas potencias
extranjeras han prestado y prestan a la
rebelión.

En cuanto al primer aspecto, es pre-
ciso confesar que todos los Gobiernos
de la Repüblica, desde que estalló la
rebelión, le han prestado una cuidado-
sa atención, mâs que la opinión pùblica
en general. El hecho es bien claro: en
la zona del Protectorado espanol de
Marruecos los militares encargados de
proteger la zona y de auxiliar al Go-
bierno del Protectorado en su función,
se rebelan contra el Gobierno legitimo
de la
nación protectora y no se limi-
tan a venir personalmente a pelear en
la Peninsula, sino que, ademâs de traer-
se las unidades peninsulares alli acan-
tonadas, traen tropas indigenas, reclu-
tan soldados entre los moros de la zo-
na y convierten lo que era expansión
de la actividad politica de Espana y
cumplimiento de un compromiso inter-
nacional en la base de operaciones con-
tra el Gobierno legitimo de la Repü-
blica.

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Este es el hecho. Compârese con la
situación de derecho. Marruecos es un
Estado extranjero para nosotros; la so-
berania de Marruecos corresponde al
sultan; el sultan tiene en nuestra zona
un jalifa que, como su nombre expre-
sa, es delegado o emanación suya en
lo politico y en lo religioso; los decre-
tos se expiden en su nombre, asistido
de un alto comisario espanol, y todas
las fuerzas que Espana costea alli o
subvenciona a través del Majzén son
tropas que estân a las órdenes del Pro-
tectorado para los fines del Protecto-
rado mismo, no para otra cosa. El he-
cho de que las tropas del Protectora-
do, que los sûbditos marroquies, que no
son espafî.oles, y el jalifa, représentante
del sultan, que no ha puesto en duda
la legitimidad del Gobierno espafiol, que
sabe que este Gobierno es el Gobierno
de la Repûblica; digo que el hecho de
que el jalifa, en manos de los rebeldès,
o prisionero de ellos, o traidor, consien-
ta esto, es no sólo contrario a las le-
yes espanolas, sino a los Tratados y
Pactos internacionales en virtud de los
cuales Espana estâ en Marruecos. Es-
paça estâ en Marruecos en virtud del
Acta de Algeciras y de los Tratados
y Pactos complementarios. Por qué estâ
alli no es ocasión de examinarlo; pero
estamos en virtud de eso y para cum-
plir esa misión, y el hecho de que se
consienta, o se permita, o se disimule
que las autoridades del Majzén presten
una silenciosa aprobación al transporte
de tropas marroquies a Espana, es una
agresión a los Tratados internaciona-
les, una violación de los Pactos que nos
mantienen en Marruecos, ademâs de
ser un ataque al Gobierno de la Re-
pûblica.

Ei Acta de Algecîras y los Tratados
y Pactos complementarios.

Lo que hemos recibido de Marruecos:
sinsabores.

Vosotros sabéis qué sacrificios se ha
impuesto Espana por mantener el Pro-
tectorado en Marruecos. Nosotros no
discutimos ahora esa politica; vosotros
sabéis con qué escrupulosidad los Go-
biernos espaûoles han querido mante-
ner el Protectorado en Marruecos y de
qué manera los Gobiernos republicanos
trataron de transformar la acción de

Espana en Marruecos, desvirtuândoia
de su espiritu conquistador para hacer-
la mâs acomodada a las intenciones pro-
pias de la Repûblica y a los fines ver-
daderos del Protectorado, Nuestro pais
se ha impuesto por el Protectorado de
Marruecos sacrificios ingentes que ha-
brian bastado, invertidos en el interior
del pais, a redimir gran parte de nues-

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tras provincias; pero de Marruecos nos-
otros no hemos recibido mas que sin-
sabores: tan pronto una dictadura, tan
pronto una rebehón mihtar. Y yo digo
si no va a llegar pronto el dia en que
la opinion püblica espanola, volviéndo-
se hacia sus Gobiernos, les pregunte:
^No es hora de poner término a una
situación ultrajante, nociva, desconoce-
dora de los Tratados internacionales,
creadora de una dificil situación para
las Potencias signatarias del Acta de
Algeciras?

Nada mas que esto es lo que hay en
el hecho de la rebelión militar espanola
encauzada y lanzada desde Marruecos.

A mi no me corresponde ahondar mas
en el problema, no buscarle una solu-
ción, ni enunciarla; el problema existe.
El Gobierno espanol lo sabe y la opi-
nión püblica también.

Nos damos cuenta de la dificultad del
problema, pero seria vano suponer que
el problema va a dormir eternamente
subyacente, en los accidentes mâs vio-
lentos de la rebelión, sin que la Repü-
blica espanola, que es quien tiene de-
rechos sobre Marruecos y quien puede
imponer los derechos de Espana en Ma-
rruecos, no tome al fin el arbitrio que
procédé.

En pres@ncia de una invasion extran-
jera en Espana.

El otro aspecto de la cuestión por
donde, como decia antes, la rebelión
militar asciende al plano internacional,
es el auxilio prestado a los rebeldes por
ciertos paises europeos, Cuando las
fuerzas marroquies, que también son
extranjeras, no fueron bastantes para
los fines militares de la rebelión, o cuan-
do perdieron su eficacia militar, o por
lo que fuese, han empezado a venir a
Espana contingentes armados de otros
paises. Y esto cambia en cierto modo
la situación moral creada por la rebe-
lión, porque ya no se trata del peligro
de la Repüblica, ya no se trata sim-
plemente de una guerra civil entre es-
panoles; digamoslo claro: estamos en
presencia de una invasion extranjera en
Espana, y lo que peligra no es solamen -
te el régimen politico, sino la indepen-
dencia auténtica de nuestro pais. ( Fuer-
tes aplausos. )

Hace meses, alla por el mes de julio,
la primera vez que yo tuve ocasión de
dirigirme a la opinion püblica después
de empezada la rebelión, me permiti de-
cir que la guerra que entonces se inau-
guraba era una nueva guerra de la In-
dependencia, y que, ademâs, prometîa
ser el primer acto de una guerra gene-
ral europea no declarada entonces toda-
vîa. Algunas personas encontraron exa-
gerados los términos de la declaración.
Pero que esto es una guerra de In-
dependencia ya lo estamos viendo, no
sólo por el hecho de que el pueblo es-
panol se lance al combate para recupe-

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rar sus derechos, que es una manera de
ser independiente, sino por el hecho
mâs concreto y menos discutible de que
hay pasos extranos en el suelo espanol,
huestes armadas contra nosotros, y de
cuyo triunfo resultaria la opresión ab-
soluta de la independencia espafiola.

Esta es la realidad: guerra de inva-
sion, ataque directo a la independencia
de Espana.

Delincuentes contra la esencïa viva
de nuestra Patria.

Y este hecho nuevo, en virtud del
cual la personalidad o la representación
militar, politica y moral de los rebeldes
pasa un poco a segundo término y apa-
recen en primera linea otros valores
mâs importantes y mâs graves, créa pa-
ra todos los espanoles, incluso para los
rebeldes, un problema de conciencia.

A mi no me cuesta ningûn trabajo
ser generoso con nuestros enemigos
—no me lo ha costado nunca; no me
arrepiento—, y en esta corriente de ge-
nerosidad llego hasta a suponer que en
las filas de los rebeldes habrâ muchas
gentes ofuscadas por la pasión politica,
por fanatismo de partido, por obedien-
cia mal entendida, por un companeris-
mo llevado a extremos abusivos y per-
niciosos; pero me cuesta mucho traba-
jo creer que entre las tropas rebeldes
no haya muchos que hayan sentido el
sonrojo de espanoles cuando de su re-
beldia se ha hecho Have para abrir la
puerta del territorio nacional a los ejér-
citos extranjeros. (Nutridos aplausos.)
Me cuesta trabajo creer que entre los
militares rebeldes, delincuentes contra
el Estado — no vamos a disimular la
gravedad de su delito—, rebeldes con-
tra el régimen, olvidados de la discipli-
na; me cuesta trabajo creer, digo, que
entre estos militares no haya muchos
a quienes les repugne y les horrorice
ser delincuente contra la esencia viva
de nuestra Patria. Me cuesta trabajo
creerlo, porque siempre he creido en la
eficacia del sentimiento del pundonor,
aunque se extravie, llevândonos a los
extremos de la rebelión que estamos vi-
viendo. Rebelarse contra un Gobierno.
rebelarse contra el Estado legitimo, es
toy dispuesto a encontrarlo, no legiti-
mo, pero natural. Lo que es antinatu-
ral es facilitar la invasión de la Pa-
tria. Este es el problema moral que
se
créa para los rebeldes por el hecho
mismo de su acción haciendo entrar en
Espafia a ejércitos extranjeros.

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Y otro problema del mismo tipo, aun-
que
sin amarguras, se crea para otros
muchos espanoles que no han querido
tomar parte en la contienda civil, que
dicen que son neutrales, que por estas
razones o las otras, unas respetables,
otras miserables, se creen superiores a
la contienda que nos agita. Y yo digo
a todos estos espanoles, altos o bajos,
conocidos o desconocidos, dondequiera
que estén: os permito, tolero, admito que
no
OS importe la Repüblica, pero jque
no
OS importe Espana! iQue no os im-
porte la independencia de Espana! jQue
podéis creer que es licito seguir siendo
neutrales cuando Espana esta invadida
y en peligro de que pase al dominio de
un pais extranjero! Eso no puede ser.
Esa neutrahdad equivale a la traición.
Hay que llamarles a todos, a todos, por-
que la bandera republicana ha adquiri-
do el valor de la bandera de indepen-
dencia espanola y quien no se agrupe
en torno suyo y no preste el auxilio que
pueda, donde sea, falta a su deber; no
ya a su deber de republicano, sino a su
deber de espanol. (Muy bien. Aplau-
sos.)

La bandera republicana es la bandera
de la iridependencla.

Nos parecîa que la guerra en Espa-
na, la rebelión militar por estos hechos
a que estoy aludiendo, podia ser el pri-
mer acto o seria el primer acto \'de una
guerra general no declarada. \'Tal fué
mi expresión. Casi todo el mundo esta
conforme ahora en que este peligro
existe. ^Y por que existe este pehgro?
Dejemos a un lado aquellas preocupa-
ciones de los meses pasados, cuando
planteado el problema de la aportación
de material al Gobierno legitime de Es-
pana y a los rebeldes, se temia—segu-
ramente que con honesta sinceridad—
que una competencia por el mejor apro-
visionamiento de uno y otro bando lle-
vase a ciertos paises a un choque arma-
do. Ahora, repito, dejo eso a un lado.
El peligro existe porque la invasión de
Espana y la disputa por la posesión de
Espana es la ruptura del equilibrio del
sistema occidental europeo y la ruptu-
ra del equilibrio se hace en contra de
las Potencias que hasta hoy, fiadas en
la amistad de Espana, han podido mi-
rar sin perturbaciones ni preocupacio-
nes de ninguna especie la situación en
el occidente de Europa.

El pueblo espanol es enemigo de las
aventuras y de las guerras.

Me doy muy bien cuenta, como to-
dos vosotros, de que el peso politico de
Espana en el mundo es inferior a su
dimension, geogrâfica; que nuestra poca
potencia militar, o nula potencia mili-
tar, si queréis, disminuye este peso d^^

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Espana en el mundo europeo; que, ade-
mâs, el pueblo espanol es un pueblo
enemigo de las aventuras internaciona-
les y de las guerras—sus motivos tie-
ne^, y que sobre lo ûnico que hemos
estado de acuerdo todos los espaiïoles
en las ultimas décadas es en ser todos
partidarios de una posición neutral. Pe-
ro dentro^de estas caracteristicas la pre-
sencia de^Espafia en el sistema occiden-
tal europeo tenia un valor extraordina-
rio, el que nacia de su posición geogrâ-
fica, de sus balcones a dos mares, de
SU posición en el Estrecho, de sus po-
sesiones islenas destacadas en el Medi-
terrâneo y en el Àtlântico, de sus ri-
quezas naturales y, cabalmente, del des-
arme de sus fronteras terrestres y na-
vales; cabalmente de esto; es decir, que
la debihdad militar de Espana y su vo-
luntad de neutralidad han sido una pie-
za fundamental en la organización del
sistema de equilibrio en el Occidente
de Europa.

Refiriéndonos a Marruecos, vosotros
sabéis bien que a pesar de todos los
derechos históricps de Espana, o de to-
das las veleidades de éxpansión o de
ambición que nuestro pais haya podido
tener respecto a Africa, la ûnica razón
de que nosotros fuésemos o nosotros es-
tuviésemos en Marruecos no era nin-
guna de ésas, sino la de que no estu-
vieran otros, para, seguramente, con-
servar ese equilibrio que precisamente
cada dia estâ en vias de romperse. Se
rompe el equilibrio, pero nosotros no
somos el objetivo principal de la rup-
tura. La posesión de las riquezas na-
turales espanolas, de sus puertos, de
sus bases, que no necesitan para estar
dominadas por el extranjero enarbolar
una bandera extranjera, que no necesi-
ta repartirse en provincias el territorio
nacional para estar sometido a un yugo
extranjero; la posesión de todo eso mi-
ra a un objetivo superior, a otro obje-
tivo, el cual nosotros hemos salvaguar-
dado siempre por nuestra propia situa-
ción pacifica y por nuestra situación de
desarme, Y esto es el peligro de gue-

rra.

Una advertencia leal y sincera a las
demàs Potencias.

Naturalmente, el Gobierno de la Re-
pûblica—yo supongo que la opinión del
pais—no ha incurrido nunca en la in-
fantil pretensión de creer que otros pue-
blos van a posponer su interés nacio-
nal al nuestro. El interés nacional de
cada pais es sagrado para el pais mis-
mo, y mucho menos se le ha ocurrido
al Gobierno de la Repûblica irle a ex-
plicar a otros paises en qué consiste su
propio interés nacional. Esto habria si-
do de una impertinencia sublime. Pero
a nosotros, sin incurrir en esa imper-
tinencia y sin incurrir en aquel candor,
nos basta senalar el mapa, marcar los
acontecimientos y que los demâs saquen

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las consecuencias. Y si el equilibrio del
Occidente de Europa se va a romper,
tendremos que meditar, sefiores y ami-
gos, si no valdria la pena, en ültimo
término, de que se rompa a favor nues-
tro, como quiera que sea, porque a un
pais no Ie estan cerradas todavia nin-
guna de las rutas que se abren ante él.

Yo me acuerdo de que este sistema
a que me estoy refiriendo de la posi-
ción espanola como una pieza esencial
en el equilibrio occidental de Europa,
jugó bien ventajosamente para la paz y
ventajosamente para la guerra en el
ano 14. iNo podria jugar otra vez? Y
si Espafia hubiese cometido la aventu-
ra de formarse una potencia militar, por
el hecho solo de formarse esa potencia
militar en Espana, que nos habria cos-
tado enormes sacrificios económicos, ya
con ese solo hecho el equilibrio estaria
roto, aunque hubiésemos puesto nues-
tra potencia militar a la disposición del
sistema al cual siempre hemos sido fie-
les.

iSe puede romper de otra manera?
Yo temo que si, pero no hago mâs que
temerlo y espero que la sabiduria de
quienes gobiernan y dirigen los desti-
nos de Europa sabrân darse cuenta de
que la lealtad, la fidelidad y el des-
arme de la nación espanola tiene un va-
lor, pero que también tfene otro valor,
o puede tenerlo, el rearme de la na-
ción espanola. ( Muy bien. )

La Repüblica lo ha hecho todo por
evitar ia guerra.

Estos peligros de guerra, de guerra
general, porque nosotros ya tenemos
bastante con la nuestra; estos peligros
de guerra han podido hacer pensar a
muchos que el convertirse la guerra es-
panola en una guerra general europea,
pudiera ser ventajoso, suponiendo que
al calor de los grandes encuentros dc
los paises europeos, la causa espanola,
la justa causa espafiola que nosotros re-
presentamos, saldria a flote con mâs fa-
cilidad. Yo no lo pienso asi. El Gobier-
no tampoco. En primer lugar, porque
la guerra, de por si, es siempre una ca-
tastrofe y no es hcito buscar la guerra.
Y en segundo término, porque la gue-
rra general, si por desventura llegase
a estallar, dejaria sumidas las aspira-
ciones espanolas y la justa causa espa-
nola debajo de las grandes contiendas
que se plantearan al mundo europeo a
consecuencia de la contienda militar, y
correriamos el peligro de que nuestra
justa causa, aun ganando esa guerra,
se resolviese o se ultimase por razones,
O motivos, O condiciones, que no son las
que nuestro corazón de espanoles y de
republicanos apetecen.

No. Nosotros tenemos que conserva,r
en primera linea el valor nacional de
nuestra causa y no envolverlo en nin-
guna otra causa ^ mâs, y hacer valer
nuestra causa todo lo que ella es en
si, no jugândola como factor internacio-

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nal en pleitos que, al fin y al cabo, no
nos importan.

Por estos motivos la Repüblica y los
Gobiernos de la Repüblica no han he-
cho nada que pueda favorecer o acon-
sejar o llevar a una conflagración ge-
neral. Lejos de hacer nada en ese sen-
tido, han hecho todo lo que han podi-
do por evitar un choque europeo ar-
mado.

Para extinguir la guerra hay que de-
rrotar a los rebeldes.

Ahora se habla de limitar la guerra
y de extinguir la guerra. Limitarla, en
el sentido, si no me equivoco, de que
no traspase el conflicto armado las fron-
teras espanolas y no se convierta la
gfuerra civil espafiola en una conflagra-
ción general. Esto es limitar la guerra.
Y extinguir la guerra es acabarla, na-
turalmente, y restablecer la paz en Es-
pafia.

Para la limitación de la guerra nos-
otros no tenemos acción ninguna. Si los
peligros de la guerra provienen de que
otros pueblos traen a Espana sus ejér-
citos con miras que pasan por encima
de la propia causa espafiola, nosotroo
no tenemos medios naturales de évitai
esa conducta. No los tenemos. Corres-
ponde a otros limitar la guerra; corres-
ponde a otros restablecer la observan-
cia del Derecho internacional, escanda-
losamente violado en nuestro suelo; co-
rresponde a otros tomar las precaucio-
nes necesarias para que estos peligros
de la guerra, que redundan en per jui-
cio de la causa espafiola, se suspendan.
jAh! Pero para extinguir la guerra, si;
para extinguir la guerra nosotros no te-
nemos mâs que un procedimiento, que
es continuarla. Para extinguir la gue-
rra nosotros no tenemos que hacer mâs
que derrotar a los rebeldes, y una ves
derrotados ya veremos de qué manera
los dudosos, los mâs realistas, los mâs
rehacios, acaban por reconocer que te-
nemos razón. (Risas.) Para limitar la
guerra el Gobierno de la Repüblica ha
consentido sacrificies en su derecho, co-
mo vosotros sabéis bien; ha consentido
el sacrificio de prestarse a la inspección
O control de la importación de armas en
Espana. Nosotros hemos mantenido
siempre la pureza del derecho de un
Estado legitimo, del Gobierno legitimo,
a comerciar con otros paises. Mante-
nemos el principio. Se nos ha dicho:
conviene a la paz internacional una cier-
ta transigencia.

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Y hemos transigido. El Gobierno res
ponsable ha transigido, con las reser-
vas y con las condiciones que creo son
ya püblicas, pero hemos transigido en
principio. Ahora, ni para limitar la gue-
rra ni para extinguir la guerra, por cual-
quier procedimiento que se pueda po-
ner en acción, nosotros estamos dispues-
tos a admitir que se ponga en tela de
duda ni caiga la menor sombra sobre
la autoridad de la Repübhca, sobre la
legitimidad del régimen, sobre la auto-
ridad del Gobierno que lo personifica.
ni sobre ninguna de las representacio-
nes del Estado oflcial espanol. Sobre
eso, nada. Primero, perecer. (Los asis-
tentes, en pie, prorrumpen en prolon-
gados aplausos.)

Quiero que conste, aunque sea re-
dundante el decirlo, que mi presencia en
este sitio significa y denota la continui-
dad , del Estado legitime republicano
(Muy bien. Aplausos.), que encuentra
en el Presidente de la Repüblica, en el
Gobierno responsable en funciones y en
las Cortes los órganos supremos de sü
expresión representativa y de mando.
Esa es la representación de la Repü-
blica, y sobre estas entidades, por lo
menos en mi presencia en este sitio, con
la de este Gobierno y la de la opini-n
püblica, ni una mancha ha de caer.
(Grandes aplausos.)

Pero nosotros—es decir, el Estado y
el pueblo espanol, que esto es lo que
digo cuando digo nosotros—no nos ba-
timos sólo por esta concepción formal
del derecho del Estado. No. Hay el
contenido apasionante, patético, arran-
cado del corazón, que es el objeto de
la contienda: nosotros nos batimos por
la unidad esencial de Espana. Nosotros
nos batimos por la integridad del terri-
torio nacional. Nosotros nos batimos
por la independencia de nuestra Patria
y por el derecho del pueblo espafiol de
disponer libremente de sus destines. Por
eso nos batimos. (Muy bien. Aplau-
sos.)

La legitimidad del régimen no puede
ponerse en duda.

No tïene contraldo ia Repüblica
compromïso alguno.

Oigo decir por propagandas intere-
sadas, aunque mi higiene mental me lie-
va a privarme de ellas cotidianamente;
oigo decir que nos estamos batiendo
por el comunisme. Es una enorme ton-
teria si no fuese una maldad. Si nos ba-
tiésemes per el comunisme se estarian
batiendo solos les comunistas; si nos ba-
tiésemos por el sindicalisme se estarian
batiendo solos los sindicalistas; si nos
batiésemos por el republicanisme de iz-
quierda, de centro o de derecha, se es-

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tarian batiendo los republicanos. No es
eso; nos batimos todos, el obrero y el
intelectual, el profesor y el burgués
—que también los burgueses se ba-
ten—y los Sindicatos y los partidos po-
liticos, y todos los espaiïoles que estân
agrupados bajo la bandera republicana,
nos batimos por la independencia de
Espana y por la libertad de los espano-
les, por la libertad de los espanoles y
de nuestra patria. (Grandes aplausos.)

Somos objeto de una campana difa-
mante, en el orden politico, fuera de
Espana y dentro de Espana. Nosotros,
senores, no exportamos politica. jYa sé
yo que no estamos en condiciones de
exportaria!, pero es qüe tampoco- tene-
mos intención de exportar politica es-
panola a ninguna parte, mas tampoco
importamos politica extranjera, ni ad-
mitiriamos la importación, ni nadie nos
la ha pedido, ni nos la ha propuesto, ni
lo desea. Y estoy autorizado por mi
función para declarar que la Repûblica
espanola no tiene contraido ninguna es-
pecie de compromiso politico con nin-
gûn pais del mundo. (Muy bien. Gran-
des aplausos.)

Al pueblo espanol le répugna la
dîctadura militar.

^Es que cuesta tanto trabajo com-
prender el impulso nacional de un pue <
blo que no quiere dejarse poner una
argolla? ^Pero tan extrafio se ha vuel-
to para muchos espanoles el concepto
de la libertad y de la dignidad huma-
na, y de la dignidad nacional, que les
parece inverosimil batirse por algo que
no sean los intereses de clase o la ideo-
logia de un partido? Pero, el senti-
miento propio del hombre libre y el ga-
lardón de espanol, ^no bastan para ha-
cerse matar en las trincheras?

Oigo hablar de un movimiento na-
cional, que es como creo que cahflcan
su acción rebelde los autores de la re-
belión. Un movimiento nacional, ipue-
de existir si empieza por secuestrar la
libertad de la nación? Yo estimo que
un movimiento nacional séria irrefrena-
ble en cualquier sentido que se pronun-
ciase si tal fuese el movimiento nacio-
nal. Pero para que haya un movimien-
to nacional lo primero que tiene que
haber son nacionales libres para mani-
festarlo. Y un movimiento politico ar-
mado de la guerra que se proclama na-
cional, no tiene mâs que someterse a
la prueba de dejar a sus sûbditos, a sus
esclavos, a sus dominados, que digan
lo que piensan y lo que quieren. [Ah!
îSi dicen que quieren la dictadura mi-
litar, yo me comprometo a suscribirla,
porque estoy seguro de que poquisimos
espanoles votarian en favor de la dic-
tadura militar!

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Entonces, ^qué es este movimiento
nacional? El movimfento nacional esta
aqui, en donde alienta el pueblo libre,
asistiendo al Gobierno legitimo de ia
Repüblica en su trernenda empresa. No
he visto ningün desfallecimiento. A na-
die se Ie ha obligado a combatir, a na-
die se Ie ha obligado a abrazar la ban-
dera de la Repüblica. ^Pueden decir lo
mismo los que ostentan este apelativo
de movimiento nacional? Supongo que
no. Sobre esta base de la unión del pue-
blo espanol en defensa de sus liberta-
des esenciales de hombre y de las li-
bertades y de la independencia de su
Patria, es sobre la que esta asentada
esta enorme coalición de las fuerzas po-
hticas y sociales y de Gobierno, en de-
fensa de Espana. Yo estimo que esta
coalición y esta unión deben continuar,
por lo menos, hasta la paz, por lo me-
nos hasta la victoria. Quisiera que des-
pués también, porque cuando se acabe
la guerra y ya haya forzosamente que
prestar atención a una porción de pro-
blemas que ahora no estan mâs que
latentes, nos va a parecer que la gue-
rra era cosa de juego y que los pro-
blemas de entonces serân mucho mâs
dificiles y graves, con ser tan terrible
el problema de la guerra misma, y pa-
ra entonces sera necesaria también la
cohesion de los espafioles y el espiritu
de abnegación y sacrificio que hoy por
hoy reina entre todos vosotros.

Una union que necesitara ir mâs
alia de la victoria.

Kay un solo modo de hacer la guerra.

Pero, mientras tanto, permitaseme
decir que necesitamos una pohtica de
la guerra. Estamos haciendo una gue-
rra politica, pero necesitamos una poli-
tica de guerra, lo mismo en los frentes
de batalla que en la retaguardia. Una
politica de guerra que no tiene mâs que
una expresión: la disciplina y la obe-
diencia al Gobierno responsable de la
Repüblica. (Muy bien.) Ahi se cifra
todo. Podriamos desarrollar esto en
largas palabras, pero ahi se cifra todo:
en la conducta misma de la guerra, en
los aspectos morales del problema. Par-
que no me canso de repetir que no hay
dos modos de hacer la guerra, o mâs
exactamente, que hay muchos modos de
hacer la guerra, todos malos, menos
uno: el que conduce a la victoria, y ése
es el que hay que seguir. No hay dos
modos de organizar un ejército, y una
guerra se g ana con un ejército bien or-
ganizado. Ya sé yo que durante mucho
tiempo, durante décadas, incluso pro-
fesionales han estado haciendo creer al
pûblico espanol que habia un modo de
hacer la guerra a la espanola que no
era el sistema de guerra adoptado por
los grandes paises del mundo. Esto pa-
recia la obra inconsciente de g entes em-

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penadas en rebajar el caletre espanol
a la categoria de segundo orden. No
hay mâs que un solo modo de hacer
la guerra, y como en la guerra, a pe-
sar de todas las aportaciones de la me-
cânica y de los adelantos de las artes
industriales, etc., el factor decisivo es
el hombre, el factor decisivo de la gue-
rra es el soldado, el combatiente, el fac-
tor moral de la guerra es lo que mâs
no3 importa, y el factor moral de la
guerra se traduce en disciplina, en obe-
diencia, en capacidad, en mando y en
responsabilidad. Todo lo demas o es
una insensatez propia de la gente sin
caletre, sin disciplina y sin conocimien-
to exacto de las cuestiones, o es un pu-
ro suicidio involuntario, al cual nosotros
no podemos llevar a la Repüblica ni a
la nación.

Que no renazcan Eos vicios de la

vieja

Y en la retaguardia no es menos ne-
cesario el espiritu de obediencia y de
disciplina, que no es de irresponsabili-
dad en los que mandan, sino de reco-
nocimiento de la capacidad y de las au-
toridades compétentes para gobernar,
y mientras gobiernen y funcionen, ellas
son las responsables de la dirección del
pais, y a ellas hr.y que prestarles el
acatamiento y la asistencia sin los cua-
les no hay gobierno posible. Hay que
guardarse de que el entusiasmo nacio-
nal y popular se extravien en iniciati-
vas personales o particulares llenas de
buena intención, pero que, por su pro-
pia indisciplina y dispersión, estân des-
tinadas al fracaso. Hay que guardarse
de que la espontaneidad espanola, de
la que he hecho el elogio mâs fervo-
roso que se puede hacer de una cuali-
dad nacional, esta misma independen-
cia personal de cada espanol, redunde
en perjuicio de nuestra causa. Y, sobre
todo, hay que guardarse de que reapa-
rezcan en tiempos de perturbación y de
creación como los actuales los vicios
mâs repugnantes y desacreditados de
nuestra vieja politica. Yo he visto por
ahi que renacen los caciques, que los
han cambiado de nombre y hasta de
procedimiento, y en vez de ser curiales-
cos y legalistas y llevar en el bolsillo
una carta de recomendación, lo que hd-
cen es llevar un fusil al hombro; pero
que no son mâs valientes por muchos
fusiles que lieven. Eso es una especie
de caciquismo e indisciplina, en cuya
extirpación hay que ayudar al Gobier-
no de la Repüblica. (Grandes aplau-
sos. )

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El senor alcalde, en sus emociona-
das palabras, hablaba ya de la paz. Na-
die la desea mas firmemente que yo,
pero la paz no se puede conseguir sino
consumiendo sacrificios, y el sacrificio
es mas duro cuantas mas cualidades
personales hay que doblegar y discipli-
nar, y quemarlas en la pira de la cau-
sa comün. Me creo autorizado para re-
cordar a todos que los defensores de
la Repüblica, dondequiera que estemos,
en el Gobierno, en la Presidencia, o tra-
bajando en un camino o conduciendo un
camion, tenemos muchos jueces, mu-
chos, unos presentes, otros ausentes;
unos actuales y otros que vendran.

Y estamos obligados, por la causa
que nosotros representamos, a hacer to-
do lo preciso para que el fallo de to-
dos esos jueces juntos nos sea favora-
ble. Y de todos esos jueces, que unos
son la conciencia personal, otros la opi-
nion püblica, otros la opinion del mun-
do extranjero, otros los de la Historia;
de todos esos jueces, el mas apremian-
te, el mas autorizado, son los comba-
tientes, los combatientes de verdad, los
que se han hecho matar en las trinche-
ras, los que se estan haciendo matar a
estas horas, los que van a morir ma-
nana. Estos son nuestros jueces mas in-
mediatos, y seria un crimen, no de lesa
patria, sino de lesa humanidad, que
errores en la conducta—errores, no ha-
blo mas que de errores — pusiesen en
peligro de malogro el sacrificio de es-
tos hombres por los cuales existimos.

Los errorés de conducta sen\'an un
crimen de iesa humanidad.

Madrid, io mas grande de la Historia
contemporânea de Espana.

No encontraria yo palabras, sefiores,
para rendir el homenaje que merecen
los combatientes, los combatientes que
combaten, y de todos estos combatien-
tes menciono a los de Madrid, porque
Madrid ha asumido, como decia muy
bien Cano Coloma, una representación
excelsa. jMadrid, asesinados sus hijos,
arrasados sus monumentos, en Hamas
sus tesoros de arte!... La misma excelsi-
tud de su martirio lleva este drama a
una grandeza moral como ningün pue-
blo espanol habia conocido hasta aho-
ra. (Estas palabras son acogidas con
prolongados aplausos.)

Y es verdad, Cano. En Madrid, don-
de nunca habia pasado nada, pasa aho-
ra lo mâs grande de la historia con-
temporânea de Espaiïa, y sera menes-
ter que transcurra tiempo para que los
propios madrilènes, todavia no asesina-
dos, alegremente conformes con su tre-
mendo destino, puedan percibir las re-
percusiones que su resistencia sin Hmi-

-ocr page 23-

te va a tener en los destinos de Es-
pana.

Si, Madrid se ha ganado, una vez
mâs, la capitalidad moral de todos los
espafioles.

Yo no digo una sola palabra mâs de
Madrid. El silencio vale por la admi-
ración y por la gratitud. Madrid po-
drâ ser el sîmbolo de toda la actitud
del pueblo espanol, y de sus ruinas sal-
drâ una nueva capital, como de las rui-
nas del pais saldrâ una patria nueva.

Para esa obra me emplazaba el alcalde
de Valencia. Mucho honor séria cola-
borar en ella, pero hay que tener pre-
sente que reconstruit un pais, y sobre
todo (porque no se trata solamente de
rehacer puentes ni edificios derruidos),
rehacer el espiritu moral y sacar los
frutos politicos y morales de la victo-
ria, es una empresa que, si se pierde
el espiritu actual que reina entre los
defensores de la Repûbhca, no sabrîa-
mos llevar a término nadie.

Recoiistrucción moral, liberal,
politica y social.

La guerra de la Independencia—^ha-
cia la cual me vuelvo yo muchas veces
siempre que hablo de esta guerra—
cobijó y amparó el nacimiento de un
movimiento politico espanol, el prime-
ro en que la nación espanola tomaba
conciencia de su propio ser y empeza-
ba a aletear con independencia pohti-
ca. Aquel movimiento politico, al abri-
go tremendo de la guerra, se malogrô
como todos sabéis mejor que yo, y se
malogrô, entre otras causas, por falta
de cabezas polîticas bastante claras pa-
ra sacar las consecuencias morales y de
orden politico que iban implicadas en
el triunfo del movimiento. Espero que
esta vez no sea asi y que el pueblo
espanol, mucho mâs ilustrado y mâs
consciente de su posición y de sus de-
rechos que el pueblo espanol de enfon-
ces, sepa encontrar el camino, las per-
sonas, los programas y los hechos ne-
cesarios para su reconstrucción moral.

liberal, politica y social, que importa
mâs que la reconstrucción material de
las ciudades destruidas, con importai
mucho ésta.

No tengo por qué desde este sitio
—\'quizâ desde ningûn otro—hacer pro-
gramar politicos ni sociales; pero si pue-
do decir mi sentir, mi intimo sentir per-
sonal. Yo creo en las creaciones que
van a sahr de esta conmoción tremend s
de Espana, y pienso con deleite en
aquel momento de paz en que la ma-
jestad del pueblo, liberado y redimido
de la tirania, administre sus destinos
con arreglo a las experiencias recibi-
das, confrontândolas con los ideales po-
puläres que ahora se manifiestan con
tanto vigor. Pienso en ese dia. No sé
cuâl serâ el régimen poUtico espafiol.
Serâ el que el pueblo quiera. Pero el
que quiero yo es un régimen donde los
derechos de la conciencia y de la per-
sona humana estén defendidos y con-

-ocr page 24-

sagrados por todo el aparato politico
del Estado, donde la libertad moral y
politica del hombre e s t é asegurads,
donde el trabajo recupere en Espana lo
que quiso hacer de él la Repüblica, la
unica teoria cualificativa del ciudadano
espaSol y donde esté asegurada la libre
disposición de los destinos del pais por
el pueblo espanol en masa, en su colec-
tividad, en su representación total.

Ni la sinrazón de la ametralladora ni
la dictadura de la pistola.

Si un dia hace falta volver a comba-
tir contra la tirania, yo diré "presente".
Contra cualquier tirania. Porque no es-
tamos ahora manteniendo este combate
terrible, donde perecen los afectos mâs
entranables de nuestra vida moral, don-
de se desgarran las mâs intimas fibras
de nuestros sentimientos espanoles; no
estamos librando este combate contra la
tirania ni contra el despotismo para re-
husarlo otra vez contra cualquiera otra
tirania, contra cualquier otro despotis-
mo, y yo estoy seguro que el pueblo
espanol ha adquirido la suficiente gran-
deza moral en esta prueba para no que-
rer someterse jamâs ni a la sinrazón ds
la ametralladora ni a la dictadura dc
la pistola. (Muy bien.) Dondequiera
que sea, y para cuando sea, para com-
batir contra la tirania, vuestro actual
Presidente—Presidente o no, o simple
vecino de Madrid—serâ un soldado de
filas. Para otras empresas le incumbe
al pueblo y a sus expresiones légitimas
decir cuâl es su ambición. Ningün ré-
gimen serâ posible en Espana si no tie-
ne por base lo que acabo de decir, y co-
mo yo, en mi vida pûbhca, no he teni-
do mâs que dos pasiones: la pasión es-
panola y la pasión de la libertad, cifro
estas dos pasiones en una sola cosa: en
el hombre libre, con el galardón de ciu-
dadano espanol, en una Repüblica de
hombres libres.

Esta es para mi la ambición mayor
y creo que para todos los que me es-
cuchan.

El triunfo de los derechos del pueblo.

Vendrâ la paz, y espero que la ale-
gria os colme a todos vosotros. A mi,
no. Permitidme decir esta terrible con-
fesión: que desde el sitio que estoy no
se cosechan, en circunstancias como és-
ta, mâs que terribles sufrimientos, tor-
turas del animo de espanol y de mis
sentimientos de repubhcano. Ninguno
de nosotros hemos querido este tremen-
do destino. Ninguno lo hemos querido.
Hemos cumplido el terrible deber de
ponernos a la altura de este destino,

-ocr page 25-

Vendrâ la paz y vendra la victoria; pe-
ro la victoria sera un victoria imperso-
nal: la victoria de la ley, la victoria del
pueblo, la victoria de la Repüblica. No
sera el triunfo de un caudillo, porque
la Repüblica no los tiene, y porque no
ibamos a sustituir el antiguo militaris-
me oligârquico y autoritario por un mi-
litarisme demagógico y tumultuario,
mâs funesto que el otro y mâs ineficaz
todavia en el orden profesional. La vic-
toria sera impersonal, porque no sera
el triunfo de ninguno de nosotros, ni
de nuestros partidos, ni de nuestras or-
ganizaciones. Serâ el triunfo de la li-
bertad republicana, el triunfo de los
derechos del pueblo, el triunfo de enti-
dades morales delante de las cuales
nosotros nos inclinâmes. No serâ un
triunfo personal, porque cuando se tie-
ne el dolor de espafiol que yo tengo en
el alma, no se triunfa persenalmente
contra compatriotas. Y cuando vuestro
primer magistrade erija el trofee de la
victoria, seguramente su corazón de es-
panol se romperâ, y nunca se sabra
quién ha sufrido mâs por la libertad de
Espafia. (Grandes aplausos y vivas a
la Repüblica. Todos los asistentes, en
pie, evacionan largo rate al sefior Pre-
sidente de la Repüblica.)

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