mm
.a
/r
mM
m
m
-ocr page 2-RIJKSUNIVERSITEIT UTRECHT
1417 9158
-ocr page 3-Dlscurso pronunciado por S. E. el Pre-
sidenie de la Repüblica, Don Manuel
Azana, en el paranlnfo de la Univer-
sidad de Valencia el 18 de Julio de 1937
Sucesores de Rivadeneyra (S. A.
(Consejo Obrero)
Emmmm
" À
< 1
laüfißM -naG et\'àb ^rmbii .,\'^ \' , •
viovinü et »b c}n!ri64é^q !ö na .ûô-ôiA.- .»i-./ i \' ,
\\ . ■■■ - ..if-
f\'. ■ ■ ■ \' . ■. \' f
(fc.jjdO Of«;
-ocr page 5-El Gobierno ha creido conveniente que en el dia
de hoy me dirija al pueblo, diciéndole algunas pala-
bras correspondicntes a las circunstancias del dia,
por la consideración de que el Presidente de la Re-
püblica representa y dénota una continuidad que
estâ por encima de las mudanzas de los Gobiernos
y de los vaivenes de la politica. Lo hago con pla-
cer. Como siempre. Aunque no dejan de estar pré-
sentés en mi ânimo, y en cierto modo lo sobreco-
gen, la gravedad de las circunstancias y lo impo-
nente de los recuerdos.
Es preciso darse cuenta de que en cierto modo
vivimos un poco esclavos del calendario; y asi, en
la rotación de los dias, cuando reaparece una fecha
memorable que a nuestro juicio seiîala una gran
divisoria en los tiempos, el espiritu se siente can-
dorosamente inclinado a pensar que esta reapari-
ción, esta memoria, marcan la clausura de un ciclo
; el comienzo de otro nuevo. Vosotros sabéis de
sobra que eso no es asi, y en las circunstancias de
estos dîas. menos todavia que nunca. Porque no
hay unas reflexiones que sean especîfîcamente pro-
pias el dîa 16 de julio del ano 37, sino que han de
ser valederas para todos los dias del ano que aca-
ba de transcurrir, como lo serân para todos los dias
del aüo que empecemos a çontar desde hoy, como
lo seran para todos los dïas de todos los anos por
venir. Porque nosotros, es decir, los que asumimos
la representación de la Repüblica Espanola, cada
uno en su sitio y con los que con su sangre y su
esfuerzo la sostienen y la defienden, hemos formu-
lado desde cl primer dia un cierto nûmero de ver-
dades irréfutables, porque son las verdades de nues-
tro derecho, de nuestra justicia, de la razón que
nos asiste y, como nuestro derecho, inmarcesibles.
Podrân oponérseles, y se les oponen, la fuerza y
la violencia armada que pretenden destruir a los
que mantienen estas verdades y este derecho; podrâ
oponérseles, y se les opone, el desdén dc los que las
desoyen; pero eso no importa. Podrâ la fortuna ju-
gar sus juegos caprichosos; podrân los hombres fra-
casar o acertar en sus planes de acción; podrân los
Gobiernos enredarse en triquinuelas despavoridas;
podrâ haber guerra o podrâ no haber guerra; po-
drân los pueblos dejarse arrastrar de nuevo a una
quimera sanguinaria. Se consolidarâ la paz. La So-
ciedad de Naciones saldrâ de su letargo y desper-
tarâ aûn celos vigilantes o continuarâ como hasta
ahora. No sé. En cualquiera de esas eventualidades,
siempre quedarâ aquî adherido un Côdigo de ver-
dades absolutas, grabadas por modo indeleble, y
con las cuales la Repüblica comparecerâ ante la
Historia como hoy comparece, tranquila y segura
de su derecho hasta el juicio del mundo. (Muy bien.)
Lo que nos hizo empunar las armas
nos prohibe hoy soltarlas.
No es poco esto. Para mi es todo. No es poco,
porque la concepción de la verdad que nos auto-
rizô a empunar las armas nos prohibe hoy soltarlas.
Esta verdad, obrando sobre el espîritu del espanol,
obra milagros; porque al espanol, cuando un rayo
de verdad perdurable atraviesa su espîritu, se Ie
hace pequeno el mundo, y no hay sacrificio que
pueda rendirle ni contrariedad temporal que ago-
te su capacidad de sufrimiento. Ademâs, es im-
portante el caso para los otros pueblos y para los
grupos que los dirigen; porque la convivencia inter-
nacional ilimitada se funda en el respeto al dere-
cho, y hay no sólo la obligación moral, sino la
obligación legal pactada de reconocerio y procla-
marlo allî donde esté y de ajustar la conducta a
ese reconocimiento y a esa proclamacién, y una de
dos: o nuestra especie, nuestras verdades no son
taies verdades, son tesis falsas, y habrîa que de-
mostrarlo, o si no lo son, si no son falsas y nadie
con autoridad ha podido refutarlas hasta el dîa, es
necesario que con arreglo a esta verdad procedan
todos. Por no haberlo hecho asi, lo que empezô
siendo un conflicto de orden pûblico interior de
Espana se ha convertido en un conflicto europeo.
Por no haberlo hecho asî, nos encontrai.ios hoy, o,
mâs exactamente, se encuentran te dos hoy en un
callejón sin posible salida. Voy a repasar con vos-
otros cuâles son nuestras tesis, cuâlcs son nues-
tras verdades.
En el mes de julio del afio 36 habia en Espana
un régimen politico legitimo, reconocido por todas
las potencias del mundo y en buena paz y amistad
con todas ellas. Nadie lo habrâ olvidado, nadie lo
podrâ negar. Esta situaciôn era, por parte del pue-
blo espanol, el ejercicio del derecho que nadie pue-
de discutir de regirse libremente en su politica con-
forme a las voluntades de la mayoria del pais; ma-
yorîa, como la experiencia probó, mudable y cam-
biante. como es propio de la democracia en que que-
riamos vivir, y que es precisamente la garantia y
el seguro del equilibrio politico exterior. En tal si-
tuación, un dia del mes de julio del ano 36 estalla
en Espana una rebelión. Un paitido politico o varios
grupos polîticos que no estaban conformes con la
politica republicana ni con la propia Repüblica (y
hasta ahi estaban dentro de su derecho), resuelven
derrocar la Repüblica y cambiar por la fucrza la
politica nacional; y tomando como arma para rea-
lizar sus dcsignios a una gran parte del Ejército
espanol (y ahi ya empieza el delito ), se rebelan con-
tra el régimen republicano.
Tal como aparecia el suceso, en sus formas, en
sus fines y en sus fuentes, para el Estado espanol
el hecho era una altcración gravisima del orden pù-
blico, un problema formidable de paz interior; pero
no era mâs.
Sia la compiicîdad extranjera, la rebelión
ya habria fracasado.
Pasamos aquellos dias criticos, que no se os ha-
brân olvidado; dîas criticos, porque no era seguro
que el plan fâcil de sorprender al Gobierno y de
apoderarse, por sorpresa también, de todos los re-
sortes del Estado, prosperase o no. Pasamos unos
dias criticos, y la rebelión, vencida en Madrid, ven-
cida en Barcelona, abortada en Valencia y en otras
regiones, vencida también en cl Norte, estaba moral
y casi materialmente derrocada. Si la rebelión, la
perturbación gigantesca del orden publico en Espa-
na, no hubiera tenido mâs que los ekmentos y las
fuerzas y los fines que demostró el primer dia y
en los dias inmediatos, hace ya muchos meses, a
las pocas semanas de su comienzo, que la rebelión
se habria agotado.
A estas alturas, a esta distancia del origen, no
creo que quedarâ una sola persona en el mundo
qüe córiozca îos asuntos de Ëspafia que pueda ne-
gar que, sin auxilio de las potencias extranjeras, la
rebelión militar espafiola habrîa fracasado.
Es, por tanto, una verdad evidente que si en Es-
pana la guerra dura un ano, no es ya un movi-
miento dc represión de una rebelión interior, sino
un acto de guerra extranjera, una invasion. La
guerra estâ mantenida pura y exclusivamente, no
por los militares rebeldes, sino por las potencias
extranjeras que sostienen una invasion clandestina
contra la Repüblica Espanola,
En el propio mes de julio y agosto del ano pasa-
do nos adelantamos a decir a la opinion espanola
y a la opinion universal—lo hice yo, lo hizo el Go-
bierno—^que la cuestión cambiaba râpidamente de
aspecto, que estaban ya a la vista los sîntomas, las
demostraciones, de que en Espana se preparaba una
invasion extranjera. Tengo la imprcsión de que no
fuimos creîdos. Quizâs se pensó que era un re-
curso de la propaganda; que nosotros nos propo-
nîamos prcsionar al mundo para atraernos sus sim-
patias ante un conflicto interior al que no podîa-
mos dar cabo. Meses pasaron, y hubo ya que ren-
dirse a la evidencia. Espana estâ invadida por tres
potencias: Portugal, Italia y Alemania.
Nuestro pais, en el curso de poco mâs de dos
siglos, ha sido invadido cuatro veces, las cuatro sin
actos de provocación por parte del Gobierno espa-
nol de cada época. Una vez, bajo las apariencias
del litigio dinâstioo entre las familias de Europa,
para disputarse en nuestro suelo los despojos del
Imiperio espafiol en decadencia; otra vez, tomando
por presa la independencia de Espana y por seguro
su posición geogrâflca, para convertir el puebloi es-
panol en un campo de batalla, donde se ventilaban
la rivalidad del imperialismo continental de Bonapar-
te y el Imperio naciente inglés; otra vez, en una
àpariencia simuiacro de guerra, para imponer al
pueblo espanol, por acuerdo de Congresos extran-
jeros, un régimen politico que el pais no habia vo-
tado (la invasion de los cien mil hijos de San Luis,
ahijados de Fernando VII, tuvo este carâcter), y la
cuarta vez es la invasion comenzada en 1936, y
que no ha terminado todavia.
^Cuâles son los motivos de esta invasion que es-
tamos padeciendo? iPor qué esta guerra clandes-
tina? îAgravio de Espana a las potencias que la :n-
vaden? Yo no los conozco. La Repüblica, y aûn mâs
que la Repüblica Espana, antes de ser republica-
na, ha vivido en paz y en buena amistad con el
imperio alemân. Por haber sido neutrales en la gue-
rra, ni siquiera Espafia tuvo que acudir a firmar el
Tratado de Versalles, de donde dimanan tantos ren-
cores en Europa, y no hemos tenido nada que ver
con la politica desarrollada a las mârgenes del Rîn.
Unicamente hemos asistido, con asombro y con do-
lor, al derrumbamiento de la Repüblica alemana.
Con Italia hace siglos que no tenemos el menor mo-
tivo ni ocasión de disputas; y cuando en el ano 35
un Gobierno espaûol, precisamente de las derechas,
secundando la politica de la Sociedad de Naciones,
puso a Espana en el surco que abria la Escuadra
inglesa entrando en el Mediterrâneo a la cabeza
de 52 naciones para tratar de imponer respeto al
Derecho, Espana no hizo mâs que adherirse a la
politica obligatoria y pactada de la Sociedad de
Naciones, sin que hubiese en nuestra actitud nin-
guna diferencia con los demâs pueblos ni un agra-
vio al pueblo italiano. (Muy bien.)
Motivos reales de la invasion de Espana.
iCuâles son, pues, los motivos de la invasion?
iRivalidades y competencias en el mundo? Espa-
fia no las tiene; ni siquiera en el Mediterrâneo,
contra lo que impone la naturaleza y lo que re-
clama nuestro interés; ni siquiera en el Mediterrâ-
neo Espafia venia hacienÜo el papel que por ambos
motivos le corresponde, iCuâl es, pues, el motivo
de esta invasion triple? Ya en el afio pasado de-
ciamos que no es por derrocar la Repüblica. No
les importa mucho el régimen politico interior de
Espana, y, aunque les importase, tampoco eso jus-
tiflcaria la invasion. No. Vienen a buscar las minas;
vienen a buscar las primeras materias; vienen a bus-
car los puertos, el Estrecho, las bases navales del
Atlântico y del Mediterrâneo. Y todo eso, ^por
que? Para dar jaque a las potencias occidentales
interesadas en mantener este equilibrio, en cuya
órbita politica internacional, precisamente, Espa-
fia ha venido rodando durante muchos decenios.
Para dar jaque lo mismo a la potencia inglesa que
a la francesa. Para eso es la invasion de Espafia.
Y, una vez mâs, en nuestro suelo se ventilan, se
disputan intereses contrapuestos, mâs o menos jus-
tificables, en los cuales Espana no^ tiene nada que
ver ni ha provocado la cuestión.
Delante de la invasion comprobada, demostrada,
nunca provocada, iqué ha hecho la Repüblica? Nos-
otros nos hemo» encontrado en el afioi 36 con un
mundo organizado de manera distinta de como lo
estaba en otras invasiones anteriores; nosotros nos
hemos encontrado en el ano 36 con que en Euro-
pa y en el mundo entero—a consecuencia de la gue-
rra mundial, del terrible escarmiento de la guerra
mundial—se habia esbozado un tipo de organiza-
ción comûn. Y nos habian ensenado y nosotros
habîamos creîdo que la Sociedad de Naciones era
la expresión juridica de un sistema de derechos y
obligaciones, sobre los cuales se fundaban desde
ahora las relaciones internacionales. Nosotros lo
habiamos aprendido asi cuando vimos nacer a nues-
tros ojos la Sociedad de Naciones; y puesto que lo
creimos y firmamos, estamos en la Sociedad de
Naciones. Y a la Sociedad de Naciones fué la
Repüblica; pero no fué a pedir, ni tenia por qué,
que la Sociedad de Naciones le re&olviese al Go-
bierno espanol el problema interior, que es de
su pura y estricta competencia y mâs fâcilmente
dominable por él. A lo que fuimos a la Socie-
dad de Naciones es a que esta Asamblea de De-
recho y alcâzar de la paz y guardian de los de-
rechos de los pueblos alli congregados se enterase
de que un Estado miembro de la Sociedad de Na-
ciones estaba invadido por otros Estados, dos de
los cuales\', por lo menos, son también miembros de
la Sociedad de Naciones. A esto^ fuimos a Gine-
bra. Fuimos alli y hemos vuelto y volveremos a ir,
porque no creiamos entonces, no creemos aûn, que
para ser oidos en el templo de la paz sea menester
entrar en él haciendo ruido de guerra; porque no
hemos creido ni creemos aûn que para que le re-
conozcan a uno su derecho en la Asamblea del De-
recho—donde no se debe abrdr la boca mâs que in-
vocandoi el derecho, porque a él se debe la existen-
cia—sea preciso entrar amenazando con que uno
se va a tomar a la fuerza su derecho si no se lo
reconocen; porque no creiamos ni creemos aûn que
la Sociedad de Naciones se haya convertido en una
especie de Congreso de Viena de larga duración, ma-
nejado entre bastidores por dos o^ tres potencias, y
en el cual los pequenos hacen el papel de compar-
sas; y hemos ido a la Sociedad de Naciones porque
hemos creidq y seguimos creyendo que los pueblos
de menor fuerza, los Estados de segur.do orden
—que, ademâs, son la mayoria—. tienen alli algo
que hacer, que no consiste en concar las horas que
les faltan para padecer ellos la misma suerte que
estâ padeciendo Espana. (Muy bien.)
Por eso hemos ido a la Sociedad de Naciones,
porque creiamos esto; pero no se negarâ que nues-
tra fe es robusta. La Sociedad de Naciones, cuan-
do acudió por primera vez Espana con este pro-
blema, no estaba enterada ni sabia que Espafia es-
tuviese invadida por otros Estados miembros de la
Sociedad. No lo sabia. Después de todo, si no lo
sabia, îqué iba a hacer? A lo mejor, la invasion era
una invasion de los "rojos"; no habia nada que
hacer como no fuese enterarse. Han pasado meses;
el Gobierno espanol, los Gobiernos espanoles, unos
tras otros, han vuelto allî a hacer oîr su voz, y la
Sociedad de Naciones ya se ha enterado, ya sabe
que un Estado miembro de ella estâ invadido por
ejércitos de otros Estados; se ha probado irrefuta-
blemente; y la Sociedad de Naciones, después dc
hacer constar en una resolución solemne que en
Espafia hay tropas extranjeras que hacen la guerra
al Gobierno legitimo, acordó traspasar el asunto al
Comité de no interven ción que funciona en Lon-
dres. Nuestra fe es robusta ante estas pruebas.
La Sociedad de Naciones y el Comité
de Londres.
ïY qué es esto? ^Para qué sirve el Comité de
Londres? Voy a hacer delante de vosotros, si no
os fatigo demasiado, un ligero resumen de su acción.
Siempre he tenido, desde el mismo dia en que
nació el Comité, algunasi réservas personales res-
pecto a sus fines verdaderos; réservas que, como
indica la palabra, he guardado para mî solo y que
todavîa no creo oportuno publicar. Me atcngo a
lo Qificial: el Comité de Londres se ha fundado
para salvar la paz, impidiendo que el conflicto es-
panol se extienda a toda Europa; y la manera de
que el conflicto espanol no se extienda a toda Euro-
pa es el compromiso solemne, riguroso y eficaz, de
que todos los paîses que estân présentes en el Co-
mité de no intervención no mandarân a Espana ni
tropas, ni técnicos, ni ningûn elemento de gue-
rra, ni favorecerân la guerra en modo alguno. En
realidad, el Coimité de Londres estâ fundado en una
idea falsa y funciona bajo un equîvoco.
He aqui los resultados, Idea falsa, porque su ta-
rea de salvaguardar la paz no puede consistir mâs
que en hacer respetar el derecho. El Comité de
Londres no puede substituir y reemplazar a la So-
ciedad de Nacioncs, porque no es emanación suya,
no tiene sus poderes, no estâ ajustado ni tiene por
qué a los principlos que articula el Pacto. No apli-
ca sus métodos, no tiene la autoridad moral que
puede tener y tiene la Sociedad de Naciones. Fun-
ciona sobre un equîvoco. Porque hay dos modos
de intervención en un conflicto como el nuestro.
Hay la intervención armada, belicosa, provocativa
y rapaz de quien invade o de quien auxilia, y esta
intervención siempre la Sociedad de Naciones la
habria podido condenar y prohibir, Y hay otro
modo\' de intervención: la intervención juridica y
paciflcadora, a través de los instrumentos de la So-
ciedad de Naciones, de sus instrumentos juridicos
y de sus métodos de acción; la cual intervención
paciflcadora y juridica, no sólo es licita y permisi-
ble, sino obhgatoria y necesarià; y este género de
intervención paciflcadora, juridica, solamente la So-
ciedad de Naciones la podria realizar. De suerte
que el Comité de no intervención de Londres, su-
cedâneo de la Sociedad de Naciones para el con-
flicto espanol, no la substituye, no la reemplaza,
pero la narcotiza, la suprime. Habiendo sido fun-
dado el Comité de Londres para que no intervenga
nadie en el conflicto espanol, la ûnica no interven-
ción que el Comité ha logrado ha sido la no inter-
vención de la Sociedad de Naciones. (Grandes
aplausos.)
Quienes esperen del Comité de Londres reso-
luciones de principio, afirmaciones de carâcter ge-
neral, deducidas de principios jurîdicos, yerran gra-
vemente, porque el Comité de Londres, por su
origen, por su composiciôn y por su funcionamien-
to, no esta instalado en el terreno del Derecho
internacional, en el terreno juridico, sino en el te-
rreno politico y gubernamental. El Comité de Lon-
dres es un artllugio formado por delegados de Go-
biernos que se vigilan unos a otros, de potencias que
se temen, donde Espafia no tiene voz, donde el
conflictO\' espanol no es examinado a la luz del de-
recho y de la razón y dc los Tratados internacio-
nales, sino como una cuestión de hecho y en cuan-
to sus consecuencias puedan repercutir mejor o peor
en los intereses de las cinco grandes potencias
europeas que juegan la gigantesca partida que to-
dos conocemos. Esta es la realidad. (Aplausos.)
Naturalmente, yo no digo que no sea legitimo
tornar precauciones contra una guerra posible.
iCômo se va a dudar! Tampoco quisiera dudar de
la utilidad de esas precauciones. Pero como el siste-
ma es vicioso desde su origen, por partir de una
idea faka y funcionar sobre un equivoco, las con-
secuencias son lamentables. Veâmoslas râpidamente.
La ficción de la no ingerencia y del control.
Funciona el Comité de Londres. Consecuencias:?
todas contrarias al derecho de la Repüblica es-
panola :
1." El Gobierno espanol se ve privado, en gran
parte, del ejercicio de derechos que legitimaimente
le corresponden en orden al comercio exterior.
2." Unos Gobiernos, esclavos de su palabra,
cumplen rigurosamente, no sólo los compromisos
adquiridos en Londres, sino que incluso los com-
promisos que iban a adquirir, en tanto que otros
descaradamente violan las convenciones, los pac-
tes solemnes emitidos en el seno del Comité, a
ciencia y paciencia de todos los demâs.
3." Se pacta o se establece un plan de vigilan-
cia, que llaman de control, del cual, benignamente,
para que nadie se irrite, se excluyen los materia-
les de aviación.
4.° Se establece el Plan de control y se dilata
su comienzo una semana y otra, un mes y otro,
para dar tiempo a que en los puertos espanoles en
poder de los rebeldes se hagan los alijos de tro-
pas, municiones y armamentos bastantes—o que se
juzgue bastantes—^para derrotar al Gobierno y a
la Repüblica.
5.° Exactamente empieza a funcionar el con-
trol naval cuando se cree razonablemente que ya
hay en Espana bastantes divisiones, bastantes avio-
nes y bastantes carros de asalto, y todas las de-
mâs cosas que podian haccr falta para ganar la
guerra los rebeldes.
\' 6.° Funciona el control naval, y a las pocas se-
manas se descubre, con asombro, que todos aque-
llos elementos de guerra desembarcados râpidamente,
antes de que el control funcionara, no son bastan-
tes para derrocarnos y que, ademâs, el control, con-
tra lo que se esperaba, no nos asfixia. Inmediatamen-
te después de adquiridos estos convencimientos, fun-
dados en una experiencia terrible, surgen los inci-
dentes del Mediterrâneo, que no tienen otro pro-
pósito ni otro objetivo que echar abajo el Plan de
control naval.
Se echa abajo el control naval mediante el es-
cândaio bârbaro del bombardeo de Almeria, que
ha quedado impune, salvo la condenación que haya
fulminado sobre él la conciencia del mundo justlcie-
ro y libre que nos contempla. Ya sabe también el
mundo que cualquier Escuadra puede arrasar una
ciudad costera sin que le pase nada. Experiencia
vivida que no dejarâ de tener consecuencias. Se
echa abajo cl control naval cuando se percibe cla-
ramente que sus efectos no bastan a derrotarnos;
ante dos posicioncs, al parecer irréductibles, toma-
das en el terreno diplomâtico en que se mueve el
Comité de Londres, surge un proyecto de compro-
miso. Nosotros, con nuestra mente meridional, o
como en otros tiempos se decia abusivamente, lati-
na, para expresar una mente formada en el culto
de la logica, con un pudor del entendimiento que
no le pcrmite admitir que dos y dos son dieciséis;
nosotros, asi formados intelectualmente, pensamos
que las transacciones, los compromisos son posibles.
son incluso a veces recomendaciones de la pruden-
cia y del buen sentido entre derechos iguailes, pero
que estân en conflicto, o entre intereses legitimos
que estân en desacuerdo y que hay que poner de
acuerdo. Pero compromisos y transacciones entre
el derecho y la fuerza que lo viola, entre el agresor
y el agredido, no son posibles; son materialmente
imposibles. Y una de dos: o el derecho queda vio-
lado o desahuciada la fuerza. No hay transacción.
En cfecto; no la hay. En el proyecto sometido aho-
ra al Comité de Londres no hay tal compromiso ni
tai transacción. Lo que pasa es que el derecho es
pisoteado y la fuerza, en cierto modo, satisfecha.
Este es el compromiso; porque a la larga de mudhas
consideraciones y de muchos paliativos, lo que se
propone en el compromiso es el reconocimiento de
beligerante al Gobierno espanol—j muchas gracias!—
y a los rebeldes.
El Comité favorece descaradamente a los
rebeldes.
Y yo afirmo que desde que empezó la guerra no
se ha realizado un acto de intervención en favor
de los rebeldes mâs descarado que esa propuesta,
que es de reconocimiento de beligerancia (Gran-
des aplausos.), ©1 cual no es sólo una torsion al
Derecho, sino en el orden politico y el militar el
mâs poderoso auxilio que los rebeldes podian pe-
dir. Y résulta, en virtud del funcionamiento del Co-
mité, que veintdtantos o treinta Estados, la mayo-
na de los cuales—es decir, sus Gobiernos—no ha-
bian pensado en otorgar a los rebeldes la belige-
rancia, ni habian hecho especial estudio ni aprecio
de esta cuestión, ahora se sienten dulcemente in-
citados, suavemente compelidos a hacer el recono-
cimiento en comûn, como si siendo muchos el he-
cho del reconocimiento pareciese mâs justo o que-
dara disimulada la terrible agresión que supone
contra la razón y el derecho de la Repûblica de
Espana. Y este Comité, instituîdo para que nadie
intervenga en Espana, lo que hace es provocar y
conectar la intervención de treinta Estados en fa-
vor de los rebeldes. Y cuando aqui no debia in-
tervenir nadie, el Comité es el que arrastra a la in-
tervención mâs descarada y decidida que hasta aho-
ra se habia producido en la guerra de Espafia.
Este es el funcionamiento del Comité de Londres,
y por eso tenîa yo desde el comienzo tantas ré-
servas acerca de su verdadera finalidad. Porque
ved la operación, que estâ bien dara. Primero se
sustrae el conflicto espafiol al conocimiento y ju-
risdicción de la Sociedad de Naciones, ûnfca en-
tidad que en el terreno del Derecho podia interve-
nir en él; y una vez que se le ha sustraido a la
Sociedad de Naciones el conflicto espanol y se le
ha colocado en cl terreno rcsbaladizo de la diploma-
cia y de los intereses gubernamentales y politicos,
cl Comité de Londres, que habia sido creado para
no intervenir y que no debîa intervenir, intervino
totalmente. El juego estâ claro. Yo creo que, sin
agravio para nadic y sin poner en duda la buena
fe de la casi totalidad de lo!s miembros del Comité
de Londres, esta permitido dccir que en Londres
en este asunto se ha abusado del empirismo, lo cual
choca mucho con nuestra contextura mental. Y cl
resultado es que, lesionando lo:s derechos, tampoco
se ponen a salvo los intereses.
En los acuerdos que ha tornado en cl pasado o
■que pueda tomar en lo por venir el Comité de no
intervcnción los hay de dos órdenes: unos que se
refîeren exclusivamente a las potencias signatarias
dcl compromiso, o scan las disposicioncs y garan-
tias que mutuamente se dan para estar tranquilas
respeoto de la formalidad de cada cual en el cum-
plimiento de sus obligaciones, dc sus obligaciones
pactadas; y como Espana no ha intcrvenido para
nada en el Comité ni ha pactado nada, un cierto
numero de acuerdos de esta especie no afectan ni
a las actividades, ni a los derechos, ni a la posi-
ción del Gobierno espafiol. Hay otra serie de acuer-
dos dcl Comité dc Londres que recaen de manera
directa o indirecta sobre la posición, el dcreoho o
la actividad del Gobierno. Y uno de éstos es ca-
balmente el propósito de recoaocer la beligerancia
de los rebeldes, compensado (cosa extrana) con el
proyecto de eximir de la contienda en Espana a
todos los extranjeros. Sobre esto habria que expli-
carse. Cuando el Comité de Londres estudia o pro-
pone que se vayan del territorio espaiiol todos los
combatientes que no son nacionales espanoles, ahi
esta en su misión; porque si el Comité ha sido crea-
do para impedir que otros pueblos intervengan en
Espana, es natural que su acción se extienda a co-
rregir el resultado de esa intervención, si ya se ha
producido; y si el Comité esta para que no des-
emtarquen en Espana mâs italianos ni mâs alema-
nes y para que no crucen la frontera mâs Portugue-
ses, ha de estar también para que la vuelvan a re-
pasar o a reembarcarse los que la cruzaron o des-
embarcaron. Ahi estâ en su terreno. Pero es pre-
ciso saber qué se quiere decir cuando se habia de
la retirada de extranjeros. Se ha adoptado la de-
nominación de voluntaries. Pasemos por la palabra;
pero todo el mundo sabe que no se trata de eso.
Para nosotros son extranjeros en Espana, en rela-
ción con el problema de que hablo, todos cuantos
en el mes de juHo del ano 36 no eran ciudadanos
espanoles. La expresión no puede ser mâs clara, ni
mâs terminante, ni mâs justa. Quien en julio del 36
no era ciudadano espaiiol, queda incluido en este
reembarque o repatriación de extranjeros.
^Quiénes son los extranjeros cuya retirada
pide el Comité?
Ahora bien; en el proyecto de compromise que
estâ en estudio en el Comité de Londres—si yo no
lo he leido mal, o si no lo he entendido peer—no
es esto lo que se propone, porque en este proyec-
to de compromiso se habla de que serân retirados
de la guerra espafiola todos los que sean sùbditos
de una potencia firmante del compromiso de no in-
tervención. Bien estâ, pero no basta; no basta, por
una razón que ya estâis formulando, y es que el
sultân de Marruecos no ha firmado el Pacto de no
intervención; y los sùbditos del sultân de Marrue-
cos, lo mismo los que habitan en la Zona francesa
que los que habitan en la Zona espafiola, en Espa-
fia son extranjeros. Y ésos son también incluibles
y deben ser incluidos en el proyecto dc repatria-
ción o de rcembarque de extranjeros. Y si no se
quiere, sera menester que las potencias extranjeras
que ejercen Protectorado en Africa o fuera de Afri-
ca empiecen por decir solemne y oûcialmente que los
nativos de las tierras sometidas a su Protectorado
son ciudadanos del Estado protector. Una vez que
las potencias europeas que tienen Protectorado di-
gan esto de una manera solemne y oflcial, con todas
sus consecuencias, entonces yo estoy dispuesto a
pasar porque los marroquies dc la Zona espafiola
tampoco sean extranjeros en Espana; pero mientras
tanto, no. (Muy bien,)
Lo que no se puede admitir es que este proyec-
to de reembarque o de repatriación de extranjeros
se conjugue con el reconocimiento de la beligeran-
cia. El Gobierno espafiol haria un sacrificio, dismi-
nuycndo su poder combativo, al permitir que se
equipare la suerte de los que verdaderamcntc han
venido a luchar por la bandera de la Repüblica Es-
pafiola voluntariamente, con los que han venido al
otro lado enviados por sus Gobiernos. Los nues-
tros si que son voluntarios, porque nadie los ha
llamado ni nadie les ha impelido a venir a comba-
tir a nuestro lado, mâs que sus propios sentimien-
os politicos. Los del otro lado no son asi. El Go-
bierno espafiol, sin embargo, estaria dispuesto a pa-
sar por este sacrificio siempre que en la repatriación
O reembarque, como se quiera llamar, en la retira-
da de extranjeros, se procéda con rigor, con impar-
cialidad y con verdad en todas partes. Pero una
nueva farsa y una nueva comedia, una nueva flcción
como la del control en torno al reembarque de los
extranjeros, nosotros no la podemos admitir ni to-
lerar.
El kma del Comité de Londres es "conservar la
paz". iOran lema es conservar la paz! Nosotros
también lo adoptamos. Pero es menester, en primer
término, saber apreciar en su justo valor los peli-
gros que amenazan a la paz y cuâl es su verdadera
eflcacia y su verdadero valor. No vaya a resultar
que entre peligros ciertos se mezclen fantasmas o
espantajos que simulen un peligro que no exista
para la paz, y que, sin embargo, sirvan para dar
paso y exculpación a una politica turbia. Y, ade-
mâs, se ha de hacer constar también que la Repû-
blica y todos los Gobiernos de la Repûblica quieren
la paz, no sólo en Espana, sino en toda Europa.
Es una estupidez afîrmar y creer, o una picardia el
decirlo sin creerlo, que en la Repûblica Espanola
ni el presidente, ni los Gobiernos, ni el Parlamento,
ni los partidos, ni nadie tienen el menor propósito
ni el menor interés en que el conflicto bélico espa-
nol se extienda a toda Europa. Esto es una patrana
o una estupidez.
Nunca, nadie en nuestro pais ni en nuestro campo
ha podido tener semejante pensamiento. En primer
ugar, por principio y por humanidad; y en segundo
lugar, por interés nacional; porque yo vuelvo a re-
petir que la generalización del conflicto bélico a
toda Europa sumergeria a la causa nacional espa-
nola en un conflicto de mucha mâs amplitud y vas-
tedad, y entonces la soluciôn de nuestro problema
no estaria subordinada a los datos del derecho y de
ia historia politica que acabamos de exponer, sino
a los datos generales del conflicto europeo; y no
estoy seguro de que nuestro interés no naufragase
delante de otros intereses mâs fuertes que el nuestro.
No. Guerra, no. Paz, si. Pero estamos persuadi-
dos de que el modo dc consolidar la paz no puede
ser mâs que cl restablecimicnto de los procedimien-
tos jurîdicos y dejar un poco al margen los cmpi-
rismos diplomâticos y los tratos y contratos oscuros
entre Gobiernos que no han scrvido hasta ahora
sino para hacernos daiio o para agravar la situación.
El crimen politico que se comete con Espana.
Mientras tanto, la guerra en Espana siguc ha-
ciendo estragos. La guerra es un monstruo que pa-
rasitariamente se apodera de un cuerpo nacional, y
una vez que se instala cuesta mucho trabajo despe-
garlo; de por si no se va mientras no haya chupado
hasta la ultima gota de sangre del cuerpo que tiene
agarrotado. La guerra continua estragando nuestro
pais; pero hay algo peor que la guerra, que es el
escândalo moral que se estâ dando con la guerra
clandestina que otros pueblos hacen al pueblo es-
panol a ciencia y paciencia de todo el mundo, cri-
men al que cuesta trabajo encontrar parecido, por-
que desde el reparto de colonias en el siglo xvin
no se habia cometido en Europa un crimen politico
comparable al crimen que se estâ cometiendo con
Espana. No se habia cometido otro mayor. Nadic
quicre hacerse cargo de eso. Nadie, oflcialmente.
Pero yo tengo la persuasion, y mâs que la persua-
siôn, la prueba, de que cl esplendor y la justicia dc
nuestra causa se abre camino a través del mundo.
No me refiero sólo—\'que ya seria mucho—a las
amistades que en Europa y en América poseemos
r ^
y a las que iperôlanecèmôs agradecidos. No. No sólo
a eso, sino a toda la opinion libre del mundo, que
sin compromisos de ninguna especie y dejândose
mover por impulses del sentimiento personal por el
deber de su conciencia, ha acabado por enterarse
de cual es la verdadera situación de Espana y dónde
esta la razón y dónde esta el delito. Esto es mucho.
Mucho\'. Pero aûn hay otra cosa mejor, que basta
para compensâmes de la incomprensión extranjera
o de las anagazas que los intereses en discordia
pueden tener en nuestro camino. Lo mejor es la
fuerza armada de la Repüblica y su decision de im-
poner la Victoria y la libertad en Espafia. (Muy
bien; grandes aplausos,)
iQiUé deciamos? iSociedad de Naciones? iComité
de Londres? ^Tratos diplomâticos? ^Amistades pre-
dosas? iPropaganda? Muy bien; todo eso es admi-
rable; pero el Ejército de la Repüblica vale mâs.
iEl Ejército de la Repüblica! (Formidable ovación.
Los concurrentes, puestos en pie, aplauden frenéti~
camenfe al presidente y al Ejército.)
Al cabo de un ano, y a través de tantas amargu-
ras, tantas injusticias y tantos fracases, una cosa es
cierta: que el pueblo espaiiol y les Gobiernos de la
Repüblica, todos los Gobiernos de la Repüblica,
sus auxiliares, han conseguido este milagre: han
puesto en pie un verdadero Ejército. Es preciso
darse cuenta de lo que significa esta obra para ad-
mirar toda su grandeza; porque el 16 de julio
de 1936, nosotros—es decir, el Estado espanol—, se
vie de pronto privado de sus medios de acción y
asaltado per elles, que era peer que la privación.
Y ha tenido que emprender la defensa contra el
enemigo interior y el enemigo exterior, partiendo
de que no teniamos soldados, ni armas, ni mando,
ni disciplina; y de este caos, en un ano, en menos
de un ano, ha salide un Ejército formidable, enorme
por su nûmero, bien dotado y armado, disciplinado
y bien mandado, poseido de una moral heroica, que
acaba de demostrar que sabe medirse con el enemi-
go y derrotarlo. Este es el milagro espanol. (Gran-
des aplausos.)
El pueblo espanol en armas no se dejarâ
atropellar.
Nuestro pueblo es un pueblo generalmente des-
conocido de todos, y particularmente dc nosotros
mismos. iPueblo mal conocido! jEs verdad! jPueblo
terrible!... El pueblo espafiol es un pueblo terrible,
principalmente para si mismo, porque es el ùnico
pueblo en Europa capaz de clavar en su cuerpo su
propio aguijón; pero también es un pueblo terrible
para los demâs. A mi me da lo mismo que se hablc
de planes de guerra, de planes politicos, de actas
dipîomâticas; me es igual. Yo sé que hay mâs de
medio millón de espanoles con bayoneta en las trin-
cheras, que no se dejarân pasar por encima. Eso
basta. (Proîongada ovaciôn.)
En este dia, pues, a estos combatientes, a estos
soldados de la Repüblica, a estos soldados de Es-
pafia, vaya nuestra admiración, nuestra gratitud y
la seguridad de que la Patria los tiene por sus hijos
predilectos. Ellos son los encargados de mantener
la Repüblica hoy en la guerra, de hacer patente el
derecho de la Repûbhca—el mundo es asi—; y el
dia que nuestro Ejército gane dos o tres batallas,
veremos cômo entonces el derecho de la Repüblica
Espanola brilla como el sol de Madrid. (Muy bien;
muy bien; grandes aplausos.)
Nos han puesto en cl trance de abandonar las
vias politicas, pacificas, que la Repüblica seguia,
abriendo a Espana un camino de libertad, de libre
juego de opiniones, presentândonos ante el mundo
paciflcos y amigos de nuestros amigos. Nos han
puesto en el trance de abandonar esto y de apelar
a la fuerza. jFuerza, pues!... jToda la de Espana!
Y no sólo eso. El milagro de haber creado un Ejér-
cito, que no consiste en escribir unos decretos y
hacer unas plantillas y unas jerarquias, ni tampo-
co en salir a las plazas a hacer la instrucción, el
comprar unos fusiles y municiones; todo eso es ne-
cesario, pero eso no es hacer Ejército; el milagro
de hacer Ejército es infundirle moral, infundirle un
espiritu de abnegación tranquila, sin aspavientos,
sin demostraciones de heroismo, pero capaz de lle-
gar a la dejación voluntaria de su vida y de todos
sus intereses en las trincheras, en un sacrificio anó-
nimo, que nadie va a conocer personalmente. Este
milagro va a chocar, no sólo en la guerra y du-
rante la guerra, sino en la paz. Por de pronto, la
creación del tipo moral del defensor de la Repû-
blica, con su disciplina, su concepto del deber, su
descuibrimiento terrible de que la vida es una cosa
muy séria, de que nadie puede fiar nada a la im-
provisación, de que la vanidad es mala consejera
y que no se logra nada con algarabias ni gritos,
sino con esfuerzo silencioso, unas veces muscular
y otras mental, y siempre de tension moral. Esta
creación y ese descubrimiento que acaba de hacer
el pueblo espanol, sellândolo con su propia san-
gre, no va a ser sólo operante en las trincheras y
en la guerra: lo serâ, repito, en la paz. Si ahora,
en las trincheras, durante la guerra, lo estâ ha-
ciendo, también deberâ hacerlo en la retaguardia.
La unidad moral del Ejército combatiente por la
Repûblica debe trascender o imponerse en la re-
taguardia, donde también hay mucha gente que tra-
baja y se esfuerza por la Repûblica; pero no exa-
gerarè nada si digo que todavia quedan dcmasia-
das ranas parlantes en los charcos de la retaguar-
dia, y yo concibo que mâs ûtil que suprimir a las
ranas es suprimir los charcos, con lo que las ra-
nas no tendrân donde vivir. (Grandes aplausos.)
Pero esto le incumbe a los Gobiernos.
Los combatientes dan ejemplo de alta moral
a la retaguardia.
Ejemplo moral para la retaguardia es también
la actitud eapiritual de los combatientes, que sa-
ben, primero, lo que importa la decision de la gue-
rra en si, como problema militar, y segundo, los
efectos politicos de la guerra misma y de la vic-
toria; y saben conjugar perfectamente una cosa y
otra, lo que no saben todos en la retaguardia. Ten-
go, no sólo el derecho, sino la obligación de de-
cirlo: no todos lo saben en la retaguardia; porque
es frecuente el caso de prestar a la guerra una
ayuda condicional o condicionada, o de interpre-
tar entre los fines militares y politicos de la gue-
rra otros fines secundarios que no tienen nada que
ver ni con la guerra ni con sus consecuencias, o
arrojarse a demostraciones de frivolidad o de va-
nidad que, si qUedase un adarme de sentido y de
responsabilidad en algunas cabezas, les haria son-
rojarse de vergiienza. (Grandes aplausos.)
Todo esto debe desaparecer y ser corregido,
Enormemente ha desaparecido y se ha corregido ya
ante el ejemplo de los combatientes. Pero no es
sólo escuela para la guerra y para la retaguardia
durante la guerra la moral civùca creada en el Ejér-
cito de la Repüblica. Lo. serâ para después de la
guerra y durante la paz. No vayâis a creer que yo
estoy pensando en una politica fundada en las af-
tnas ni en que vamos a militarizar al pais. No,
La gran virtud de los Ejércitos populäres es que
se enfebrecen y enardecen por ideales patrióticos
que estân defendiendo en las trdncheras. Cuando
este ideal ha vencido, dejan sus fusiles, cogen su
herramiienta o su libro, se vuelven al taller o al
cuarto de trabajo a ser los ciudadanos pacificos que
siempre Éueron. Esta es la gran virtud de los Ejér-
citos populäres.
No se trata, pues, de eso. Se trata de que los
combatientes, que se cuentan por cientos de mi-
les y cuyo ejemplo se extiende a la retaguardia,
crean una talla moral, una figura moral, a la cual
habrâ que adaptarse y a la cual habra que lle-
gar después en la vida püblica espanola. Natu-
ralmente, yo no incurro en el candor, que era muy
frecuente, por cierto, en la guerra europea, de
creer que los dias de la paz nos van a traer a
una especie de Arcadia o de paraiso, ni que se
va a modificar la condición humana; que ya no
va a haber necios, majaderos, alborotadores ni
malheohores; habrâ poco mâs O\' menos los mis-
mos que antes, salvo los que se hayan muerto;
pero el tipo civico, la talla moral del ciudada-
no sale agigantada y depurada de esta experien-
cia por obra de los que se baten; y ése sera el
arquetipo al que habrâ de ajustarse la figura de
los ciudadanos para el porvenir en Espana. Por-
que yo he oido con mucha frecuencia hablar de
la reconstruoción de Espana, y es natural. Habrâ
que rehacer las ciudades, y las fâbricas, y los ca-
minos, y reponer las mâquinas; pero todo eso es
politica, todo eso es obra gubernamental y de los
Ministerios y de los Sindicatos. No. De eso yo
no tengo que hablar. Hay otro aspecto de la re-
construcción de Espafia en el que yo tengo que
ver: la rcconstrucción de Espana sobre el plano
espiritual y moral del pais, mâs importante que el
otro, porque sin él el otro tampoco se lograria.
Y este espiritu de abnegación, de seriedad, de
generosidad, que sólo se adquiere cuando uno ge-
nerosamente empieza por abandonar su vida pro-
pia, no cuando se hace el tragaldabas impunemen-
te a resguardo de todos io:s peligros, sino cuando
sabe arrostrarlos todos, y habiéndolos arrostrado
se sabe ser generoso con los demâs; este tipo de
perfección moral y de elevación moral es el que
importa senalar en la rcconstrucción espiritual de
nuestro pais, que en ese respecto hoy estâ mâs en
ruinas que sus ciudades. Todo lo que estâ pasan-
do en Espafia, si se miran ciertas raiccs de tipo
psicológico y ciertos desarrollos en el piano mo-
ral de la opinion pùblica espafiola, se debe en gran
parte al odio y al micdo. El micdo a una revolu-
ción que no iba a existir, que no iba a pasar, los
lanzó a un levantamiento que ha provocado preci-
samente la conmoción que ellos querian impedir.
El odio, el terrible odio politico, mucho mâs fuer-
te que cl odio teolôgico, o hermano gemelo suyo,
ha desencadenado sobre Espafia esta politica de
exterminio que se propone acabar con cl adversa-
rio, para suprimir qucbradcros de cabcza en los
que pretenden gobernar.
Ninguna politica puede fundarse en el exter-
minio del adversario.
Y bien: debe afîrmarse—yo lo hc aflrmado siem-
pre—^que ninguna politica se puede fundar en la
decision de exterminar al adversario; no sólo—y
ya es mucho—^porque moralmente es una abomi-
nación, sino porque. ademâs, es materialmente
irrealizaible; y la sangre injustamente vertida por
el odio, con propósito de exterminio, renace y re-
toria y fructiflca en frutos de maldidón; maldición,
no sobre los que la derramaron, desgraciadamente,
sino sobre el propio pais que la ha sorbido en cl
colmo de su desventura. (Grandes aplausos.) Eso
yo no lo deseo. Yo me opondré con el peso de
mi autoridad y con todo el poder que tenga, mo-
ral o personal, dondequiera que esté, a que nues-
tro pais, el dia de la paz, pueda entrar nunca en
un momento de enajenadôn por las vias del odio
y de la venganza y del sangriento... (Fuertes
aplausos.) Odio y miedo causantes de la desven-
tura de Espaîla, los peores consejeros que un hom-
bre pueda tomar para su vida personal, y sobre
todo en la vida pûblica. El miedo enloquece y lan-
za a las mayores extravagancias y a los mâs feos
actos de abyección; el odio enfureoe y no lleva
mâs que al derramamiento de sangre. No. La ge-
nerosidad del espanol sabe distinguir entre un cul-
pable y un perseguido, entre un culpable y un in-
ducido o un extraviado. Esta distinción es capi-
tal porque tenemos que habituarnos otra vez unos
y otros a la idea, que podrâ ser tremenda, pero
que es inexcusable, de que de los veinticuatro mi-
llones de espafioles, por mucho que se maten unos
a otros, siempre quedarân bastantes, los que fue-
ren, y esos que queden tienen necesidad y obliga-
ciôn de seguir viviendo juntos para que la nación
no perezca. La nación, en cuyo nombre nos bati-
mos y por cuya regeneración moral y espiritual
yo estoy abogando; la nación no se constituye,
como puede deducirse de ciertas doctrinas del cam-
po rebelde y, sobre todo, de ciertas terribles prâc-
ticas, doctrinas y prâcticas que tienen anteceden-
tes en la historia espanola; no se constituye, digo,
en torno de una unidad dogmâtica, sea dogmâtica,
religiosa, o politica, o social, o cconómica, o lo
que fuera, para cxpulsar de su seno y de la con-
vivencia nacional a todos los que no han perecido
en la contienda en torno a ese dogma. No; esta
manera de entender la unidad nacional en torno a
una profesión dogmatica, sea la que fuere, no es
de nuestra raza, no debe serlo. Eso seria una ma-
nera de entender la nación que destruiria en su
base el concepto mismo nacicnal; seria un concep-
to de pueblo nómada, que no tiene patria ni ca-
lienta ningün hogar. Seria un concepto de un pue-
blo fanatico, que lo mismo puede venerar la cruz
que la media luna, pero que arroja de si a las ti-
nieblas exteriores a todo cl que no comparta su
adoración. No. Cuando yo hablo de mi nación, que
es la dc todos vosotros, y dc nuestra Patria, que
es Espana, cuyas seis letras sonoras restallan hoy
en nuestra alma con un grito de guerra y mafiana
con una exclamación de jübiio y de paz; cuando
yo hablo de nuestra nación y de Espana, que asi
se llama, estoy pensando en todo su ser, en lo fi-
sico y en lo moral: en sus tierras, fértiles o ari-
das; en sus paisajes, emocionantes o no; en sus
mesetas, y en sus jardines, y en sus huertas, y en
sus diversas lenguas, y en sus tradiciones locales
y personalidades... En todo eso pienso; pero todo
eso junto, unido por la misma ilustre historia; todo
eso junto constituye un ser moral vivo que se llama
Espana, y que es lo que existe y por lo que se
lucha, y en cuyo tcrritorio transcurre la guerra,
no en un tcrritorio imaginado y fantastico, sacado
de los diccionarios o de aplicaciones pcdantcscais
que no tienen nada que ver con la realidad de la
vida espanola. Transcurre en nuestro tcrritorio, y
todos, todos, hablando cualquier lengua de las que
SC hablan en la Peninsula, todos estamos dentro
de este movïmiento nacional. Y de lo que se trata
aquî, con la victoria, y la paz, y el ensanchamien-
to de la Repüblica, y el engrandecimiento de la so-
ciedad espanola, es de poner tan alto el nombre
de Espana, que cuando salgamos al mundo el ape-
llido de espanol :sea un honor difîdl de alcanzar;
porque entonces el espanol podrâ salir de su tie-
rra, y sin cólera, pero con altivez, arrojarle en la
cara a los demâs su papeleta: "Ahî tenéis la liber-
tad y la justicia que nosotros hemo;s conquistado
para todos". (Fuertes aplausos.)
Exalto de esta manera la idea nacional, porque
sólo su sustancia sensible e historica y su latido
emocional humano es lo que da contenido a todo
esto que estâ pasando en nuestro pais; que no nos
batimos por ahstracciones ni, como se dice por ahi
fuera, estamos sosteniendo una guerra entre dos
ideologîas.
îQué es esto de una guerra entre dos ideolo-
gîas? Yo no sé cuâl es la del adversario; pero nos-
otros nos batimos porque queremos seguir siendo
espanioles libres y respetados en todas partes.
iEsto es una ideologia peligrosa? ^No tenemos a
la vista los datos mâs elementales de la condición
humana traducida al espanol? Pues por esto es por
lo que nosotros nos batimos.
Yo termino esperando que resuene en todas par-
tes, aqui y fuera de aqui, en el fondo de las trin-
cheras y en los talleres, en el campo, en medio de
la calle, el triple grito, la exdamaciôn victoriosa
que traducen los tres colores de nuestra bandera
nacional: jViva la Libertad! jViva la Repüblica!
1 Viva Espana! (Ovaciôn estruendosa y proîon-
gada.)
}v .y | |
r < | |
-- \' 1
P
, < »J
■ -«jbr ■■
?
\'■■fK-
^ta^ icvrt la y la, p^i^.
up- prnct;fci»\'valN.-\'^l. rtSSsbre^
vie ■ qvc »(«•\'\'\' \' i^OMt\' ff^ \'O> «»P«-
Uid\'-V dtr un h\'Sftot Jd^Ki!, or;
\' \' pOrqtt2.-;-^mon;ce"> ..-I i-ipatto^ po\'j\'.A ^^--\'.Si- ie M; ae-"^
ijisHe
■•a\'\' ■
-. y C^iRtf\'; ... _____—- , , , ^
car," a ia^\' d-Mfe;;..;-^\'- \'.^eleia\'
tad y la ;tjue\' "-nbsottos "te^i -coiKjx-viferwic»
tfe\'"""\'-\':\' ^^^ ptWqUt
■ , ii ns^N \'I V svv^-brjdt)^
. ■> ,. n \'V^iaiaiio- <* i • s-
ton- al\'uv .:?;
\' /\'SJ\'» ; asfthck* eP pa\'"
. V - .
O «»> tt^tTli\' > t.A TO
\'«SPiifir^s fftsfcd«\' V «ft jrM»*^:
..H;, :, - .J »«saoa^tqiW Pu«« p<Jf ^ S-V^vf
.0\' «irs ^ \' \' .\'
Vcj \'rtB5jtno e^p \' «Jcb -- j?^
•■ los txiliTt?\'
, .■:. tr^V orn\'j. la ^cwsgW;!!^^,\'^ "
: .rViv« iVavs-.lE
vlw
lm:
■r- V
EDICIONES ESPANOLAS