ESPINA, JOSE DÍAZ FERNANDEZ
SUMARIO
Editoriales: De todas maneras, responsabilidades; Las arrogancias de
Calvo Sotelo; El Patronato de Turismo; La Caja Ferroviaria; Vieja g nueva diplomacia.—Las peregrinas teorías de los amos del Banco de España, J. de Abendafio.—Caricatura, por Helios Gómez.—El problema agrario: Antes que se alcen los Bieldos, B. Artigas Arpón.—Caricatura extranjera.—Noticias literarias: Alemania.—Algo más sobre las casas baratas, F. García Mercadal.—Carta de Bruselas: Liberalismo reaccio- nario, José Rodríguez Miguéis.—Caricatura, por Maside.—Almas pi- longas y otros honores, Mauricio Bacarisse.—Rifl-Rafe.—Carta de Ber- lín: El paro forzoso, F. Fernández Armesto.—Intelectualidad y política, Roberto Blanco Torres.—Un rebelde, Ogier Preleceille (conclusión).— La reunión de Barcelona: Intelectuales catalanes y castellanos.—La crisis económica de Turquía, André Alessandri.—Carta de París: Los libros de la guerra en Francia, Marc Bernard.—Los diez discursos de Cromwell, Emilio Palomo.—Obrerismo: El det'erminismo económico, Isidoro Acevedo.—Cinema: Clemenceau y el cinema, José de la Fuente. Los libros.—Vida española: Galicia: Carta a mis jóvenes amigos galle- gos, Jesús Bal y Gay; Canarias: Moralidades de la U. P., A. H. de M.; Levante.—A propósito de Rusia: La revolución literaria, Antonio dte Obregón.—La quincena internacional: La Conferencia agonizante; En los Balkanes; La crisis alemana, O. P.—Algunos problemas de Antro- pología vistos por un darwinista moderno, N. Percas.—Ni caudillaje ni mesianismo, José Díaz Fernández AÑO I NUM. 5 35 CTS.
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juicios que ocasiona a la economía na-
cional. Pero antes es imprescindible que- se realice la gestión del Patronato y a? sus gestores se les tome estrecha cuenta, de los intereses que les han sido enco- mendados. Ahora mismo se están invir- tiendo grandes cantidades en publicar ert¡ '.os periódicos de Madrid y provincias ar- tículos oficiosos defendiendo la gestión del Patronato, cuando el Patronato no debe invertir sus fondos en otra cosa que en propaganda turística. Lo cual quiere decir que los dirigentes de ese organis- mo disponen del dinero público como sí en todo momento les perteneciera. LA CAJA
FERROVIARIA El ministro de Fomento ha propuesto»
al Gobierno la creación de una Comisións de técnicos que le ayude en la investi- gación de los planes y presupuestos de- obras públicas que «organizó» la dicta- dura. Esa Comisión, pues, cumplirá una función inevitablemente fiscalizadora. Es menester que se pongan de mani-
fiesto, que se hagan públicas, las canti- dades destinadas a diversos organismos y el por qué, para qué y para quién o quié- nes fueron empleadas. Urge la revisión« fiscalizadora. El país necesita conocer, por ejemplo,
la situación presente de la Caja ferrovia- ria. Los gastos de este organismo alcan- zan una cifra muy superior a la suma de 1.800 millones, emitidas por el Con- sejo Superior de Ferrocarriles. No es uns secreto para nadie que el producto de la venta de libras y dólares obtenidos por el Comité de Cambios, importante 50O millones, fué trasferido a aquella enti- dad. Volvemos a repetirlo : urgen las Co- misiones fiscalizadoras. Algo ha dicho el ministro de Fomento respecto a esta. cuestión. Pero falta conocer al detalle la cuantía de los fondos y sus variadas apli- caciones. VIEJA Y NUEVA
DIPLOMACIA La diplomacia secreta—la vieja diplo-
macia—no ha muerto; pero tiene que ir cediendo a los nuevos métodos de publi- cidad su puesto de primera fila en las. grandes reuniones internacionales. Exis- te una voluntad inequívoca, por parte dé- los pueblos, de intervenir cada vez más- directamente en la solución de los pro- blemas que les afectan en masa. Esta voluntad se manifiesta en el interés cre- ciente que rodea Conferencias como Tas- de La Haya, de Londres, de Ginebra, también periódicamente. No conviene a los Gobiernos oponerse directamente a esa voluntad; juzgan preferible conce- derle la parte espectacular de sus trac- taciones, y reservar para los conciliábu- los a la antigua usanza la gestación y el desarrollo de esos mismos problemas,. sometidos luego a público debate. El fracaso—ya' difícilmente evitable—
de la Conferencia de Londres ha hecho- surgir una vez más la polémica en tor- no a la diplomacia y a la eficacia res- pectiva de uno y otro método. En favor de la antigua reserva se aduce lo si- guiente : que la misma publicidad da- da a las cuestiones en litigio sirve, so- bre todo, para excitar en las masas el amor propio nacional, el prurito de su- perioridad sobre los demás conglomera- |
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EDITORIALES
DE TODAS MANERAS,
RESPONSABILIDADES La muerte de Primo de Eivera, dic-
tador cesante, no nos sugiere otro co- mentario que el de afirmar de nuevo la necesidactMe que se depuren las respon- sabilidades de la dictadura. Sólo un vie- jo político de la mentalidad y la moral de ese conde de Bugallal puede atrever- se a afirmar impunemente que con la muerte de. Primo de Eivera están liqui- dadas aquellas responsabilidades. La burla de la Constitución, las multas y detenciones gubernativas, el quebranto de la Hacienda, el desbarajuste admi- nistrativo, la persecución de funciona- dos, el régimen de monopolios: toda la enorma trama de ilegalidades que con- sagró la dictadura debe ser revisada, es- clarecida y castigada para que los delin- cuentes no escape"", a la acción de la jus- ticia regular. Responsabilidades de ges- tión y responsabilidades políticas que de- ben ser exigidas por- los Tribunales co- munes y por los órganos de sanción ade- cuados. Los ministros -de la dictadura tienen que responder de las disposiciones que quedaron en ia Gaceta con su fir- ma, y que no pueden ser borradas úni- camente con la derogación o la en- mienda. La amnesia nacional, en la que fían
siempre los que en un momento deter- minado conculcan las leyes y atropellan los derechos individuales, no puede per- mitirse en este momento de la vida pú- blica, en que todo olvido o lenidad cons- tituiría el punto de partida de nuevos despotismos. Creemos que a estas al- turas no hay programa político—como no sea el de los cínicos y el de los inmo- rales—que no coloque en primera línea las responsabilidades dictatoriales. No es admisible el «borrón y cuenta nueva», ni siquiera a cambio de una "reforma constitucional profunda que prevenga al país contra nuevos actos de absolutis- mo. El pasado hay que liquidarlo total- mente. LAS ARROGANCIAS
DE CALVO SOTELO Por más absurdos y casi siempre ri-
dículos que haga el Sr. Calvo Sotelo pretendiendo demostrar lo floreciente que han dejado a la Hacienda española los seis años ignominiosos de dictadura, no podrá nunca acallar estas dos cosas: los gritos de su conciencia política (si es que 1%.tiene) y la fría acusación de las cifras. No vale embaucar. No vale flamear-en
el viento banderas sentimentales. No va- le afirmar obstinadamente «no hubo dé- ficit en nuestra Hacienda», «no se despil-. farro ni un solo céntimo». Los hechos, uno a uno, cifra a cifra, van dando un mentís rotundo a cada una de las pala- bras que escribe o pronuncia el funesto ex ministro de Hacienda de la dictadura. Los hechos no mienten. Y un hecho cierto, indiscutible, que.
los húmeros demuestran, es que en los seis años de régimen dictatorial el supe- rávit efectivo del presupuesto ha sido una quimera. Y otro hecho real, eviden- te, es que, para demostrar al país que se habían acabado los déficits en nuestra Hacienda, se recurrió a un «truco» de muy bajo y grosero efectismo: el de des- glosar del presupuesto ordinario nume- |
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NUEVA ESPAÑA
REVISTA QUINCENAL
Año I * 1 de abril de 1930 *¿ N.'_5|~
Redacción, Adminis-
tración y Talleres: ALTAMIRANO, NUMERO 18
•VI A D,R I D
Teléfonos números 40643 y 40505
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rosas partidas, que iban a constituir, en
la bonita cantidad total de 3:539 millo- nes, el llamado presupuesto extraordina- rio. ¡ Y tan extraordinario ! Y otro hecho verídico, indubitable, es que,- no conten- ta la dictadura con la sangría suelta de millones—gastos, en general, poco repro- ductivos—que emanaba por ese concepto, todavía ideó otras hemorragias en la Ha- cienda nacional para satisfacer los deli- rios de grandeza dictatoriales; sangre en -la que, por otra parte, saciaban su vora- cidad infinitas sanguijuelas. 'Aludimos a los presupuestos especiales, ¡ y tan espe- cíales!, de las Confederaciones hidrográ- ficas y de los Ferrocarriles. Después de todos estos hechos abusi-
vos, que sintetizan a grandes rasgos la obra ae desmantelamiento nacional que realizó la dictadura, y de la que es res- ponsable directo e inmediato el Sr. Calvo Sotelo, ¿ cómo se atreve este señor ä al- zar la voz ? Los técnicos, los financieros más prestigiosos de España, el propio ministro de Hacienda, demuestran con cifras, matemáticamente, que su labor, no sólo fué desatentada y errónea, sino que necesita una escrupulosa revisión. ¿ Cómo el Sr. Calvo Sotelo tiene la osa- día de adoptar actitudes de arrogancia? El Sr. Calvo Sotelo debe, por lo menos, guardar silencio ; 2.691 millones de défi- cit global en los seis años de dictadura gritan más alto que sus vanos chillidos. Guarde silencio el fracasado ex ministro y disfrute en paz los beneficios que, sin duda, le proporciona la fuerte eníidad bancaria que preside. EL PATRONATO
DEL TURISMO La Cámara Oficial Hotelera de Espa-
ña ha tomado el acuerdo de crear a sus expensas una oficina nacional de propa- ganda turística para suplir las deficien- cias del Patronato del Turismo, encarga- do de esta clase de servicios. Es decir, que los dueños de hoteles federados, o sea los que saben el alta y baja de viajeros en España, tienen que suplir las deficiencias de un Patronato que se ha gastado el año último inútilmente treinta millones y medio de pesetas. Es bochornoso que la iniciativa particular, con una suma mínima, se vea en el tran- ce de sustituir al opulento Patronato, que, además de gastar con largueza el dinero del país, dispone de miles de funcionarios dedicados a una función es- téril. ¿ Quiere el Gobierno una demostración
más palmaria del fracaso de ese orga- nismo, que puede ponerse como modelo de la administración dictatorial? Es muy probable que no pase mucho tiempo sin que ese Patronato desaparezca, porque el Gobierno Berenguer conoce ya los per- |
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dos nacionales. Y, a la vez, para hacer
más difícil la transigencia, el espíritu
de transacción'; porque así como anti- guamente el público sólo conocía los re- sultados y las fórmulas finales de acuer- do, hoy Sigue con pasión la marcha de los regateos —: todo acuerdo internacio- nal entraña una transacción—y tiende, naturalmente, a considerar las concesio- nes de sus propios delegados como una derrota o un abandono de sus «legíti- mos» derechos. Hay en este aserto una buena parte
de verdad. Pero, como toda verdad a medias, no puede tomarse en sentido absoluto sin convertirse en error. Es cier- to que la publicidad viene siendo un obs- táculo para la indispensable transigen- cia mutua de las naciones. Pero esto proviene, no de la publicidad en sí—in- dispensable también, en régimen demo- crático—, sino del espíritu con que los gobernantes siguen preparando esas re- uniones y de la nociva propaganda que cuidan de organizar previamente en la Prensa que les es adicta, para sostener sus pretensiones con «el apoyo de la opi- nión pública»—opinión preparada, coci- nada por las partes interesadas en no ceder y por sus agentes. Guando una necesidad inaplazable
obliga a los delegados a ponerse de acuerdo, la publicidad de. sus debates no impide que ese acuerdo se logre: muy al contrario, ayuda eficazmente a conse- guirlo. ¿Ejemplos? La elaboración del Plan Dawes en Londres; la del Plan Young, en La Haya. El común interés, no ya de los pueblos, sino de las poten- tes oligarquías que los siguen conducien- do, exigía un acuerdo y el acuerdo se logró. Examínense las planas de esa Prensa «moderada» y más o menos ofi- ciosa, que es hoy el mejor apoyo de Go- biernos y plutócratas, y se echará de ver la diferencia de tono en los días de la Conferencia de La Haya, comparados con el período que incluye la Conferen- cia naval de Londres y la económica- aduanera de Ginebra. La vieja diplomacia secreta, con sus
maniobras tenebrosas que decidían la suerte de los pueblos sin más control que el ejercido por camarillas irrespon- sables, debe fenecer para no volver. La publicidad espectacular, por su parte, y en la forma en que se viene ejerciendo, es un arma de dos filos que las oligar- quías y sus delegados gubernamentales han aprendido a manejar en exclusivo beneficio de sus intereses. Falta que el «hombre de la calle», el que paga con sus impuestos el despilfarro bélico y con su vida los conflictos que crea la rivali- dad de los grupos arrendatarios del pa- triotismo de negocios, aprenda a tener conciencia plena de los únicos intereses esenciales: los suyos, que son los de la Humanidad entera. Censurar la publicidad de las Confe-
rencias internacionales, acusándola de provocar rivalidades — cuidadosamente mantenidas por otra parte—y de soste- ner pretensiones demagógicas previa- mente sembradas, es un procedimiento que ya conocemos de antiguo. El mis- mo que sirve para denunciar «los vicios del parlamentarismo» y los males de la democracia, donde Parlamento y régi- men democrático sólo han sido hasta ahora cómodas ficciones, encubriendo los mismos insaciables apetitos. |
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ECOS DE LAS CAVERNAS
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LAS PEREGRINAS TEORÍAS DE
LOS AMOS DEL RANGO DE ESPAÑA |
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por J. DE ABENDAÑO
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nes más genuinamente encarnan el es-
píritu de la institución. De aquí que las |
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Lea usted
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palabras del marqués de Cabra tengan
una enorme importancia, como decía- mos, por simbolizar, con más propiedad que las de ningún otro, lo que, por de- |
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signarlo de algún modo, hemos de llamar
pensamiento del Banco de España. ■^^"^^^^"■""■|™^"""""^^^^™^— Necesitaríamos todas las páginas de esta revista para poner de relieve la ne-
Estando íntimamente ligado ä la po- fasta significación del Banco como pivo- lítica el puesto de gobernador del Ban- te esencial de nuestro mecanismo eco- co, son los subgobernadores, y especial- nómico, aun ciñéndonos sólo a los aspee- mente el subgobernador primero, quie- tos esbozados en ésta Junta, que alean- |
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ESTE NUMERO HA SIDO REVISADO POR LA CENSURA
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zaría significación histórica si en nuestro
país huDiese una ciara conciencia de es- tos problemas. En la imposibilidad de hacerlo, forzoso es limitarse a subrayar dos p tres de las frases o conceptos que las reseñas de los diarios ponen en boca del marqués de Cabra. En primer término, es inadmisible la
insolidarizaeión que se quiere dejar es- tablecida, en la triste pieza oratoria que comentamos, entre el Banco y las in- cidencias de nuestro problema moneta- rio. Una vez más se pretende afirmar tan viciosa práctica, frente a la que no hay que objetar más que esta afirmación ro- tunda : aunque el Banco cree que no, su función esencial, su mejor razón de ser, ia principal disculpa para el monopolio que representa es apecnugar íntegramen- te con el problema. Así sucede en todos los países, que no tolerarían lo que de momio tiene el Banco sin esa contra- partida vital para la economía de los Es- tados. En España, una tradición bochornosa
tiene establecida la costumbre de que la única misión fundamental del instituto emisor sea pastorear las vacas gordas de las finanzas nacionales. Pe aquí que cuanto sea ligarlo a responsabilidades serias, con los naturales riesgos, provo- que el alza en masa de su Consejo, que ejerce una suerte de mandamiento sobre todos los Gobiernos, como ápice que. es de la inveterada organización caciquil a que España está sometida en todos ór- denes, y de modo muy notable en el eco- nómico-financiero. Sólo así ha podido decir el margues
de Cabra—con puntas de ironía de quien al fin es vencedor—que casi no afectan al Banco las incidencias de las iniciati- vas gubernamentales en orden a la inter- vención del cambio. Y sólo así ha po'dido loarse como solución el tremendo error del empréstito interior oro (por lo que te- nía de liquidación de una posible respon- sabilidad, sacudiéndose de paso las pér- didas, que se fijan vagamente, en cuanto al Banco, en dos millones, sin especifi- car siquiera que son dos millones por año, a partir de 1921. Insistimos en la puntualizacion, porque un malabarismo similar de inhibición ahorró al Banco la aportación gratuita de la mitad del em- préstito interior oro, a que la ley le obli- gaba y a que no supo obligarle la dicta- dura, porque el Banco siempre ha sido en estos órdenes una hiperdictadura. Es decir, 175 millones de pesetas oro que el Banco hurtó de adelantar al país en un momento de apuro, y que venía obligado a hacerlo por simple imperativo legal, sin la menor intervención sugestiva de los compases de una marcha patriotera. El cavernario espíritu" que anima el
discurso a que venimos refiriéndonos, culmina en esta afirmación, que toma- mos de la reseña que dio El Debate: «Hemos pasado dos años de zozobra, de intranquilidad; recojamos ahora la dura, pero provechosa, lección. No hemos teni- do que ir forzosamente a la estabiliza- ción. Digámoslo claro y en español: no hemos tenido que ir a la quiebra, que quiebras son las estabilizaciones.» ¡ Es difícil imaginar atrocidad más rotunda en boca de todo un subgobernador prime- ro del Banco de emisión de un Estado! Ignora, por lo visto, este señor, que
desde su puesto esa afirmación es una |
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ÉL PROBLEMA AGRARIO
ANTES QUE SE ALCEN LOS BIELDOS
por B. ARTIGAS ARPÓN
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John dos Passos, en su reciente libro
Bocinante vuelve al camino, habla del problema agrario. Un amigo le dice en Córdoba, en día de feria: «¿ Se dan cuenta ustedes, los de afuera, de que aquí, en Andalucía, nos morimos de hambre?»; pasaba en aquel momento Belmonte, y los «hambrientos» le aplau- dían. Peor que en Eoma: los cordobe- ses tienen circo; pero no se les llena la panza, comenta el «cicerone» de John dos Passos. Ni panza llena ni siquiera circo, puede agregarse: hasta el circo es para los privilegiados. ¿Es así el problema agrario español
o se trata de un tópico que asalta al visitante que, al pasar furtivo por Es- paña, trata de fijar los rasgos de nues- tra fisonomía? Es así el problema. En el campo, el proletariado agrícola—casi el doble que el proletariado industrial— padece hambre física y hambre de tie- rra : hambres que nadie quiere satisfa- cer ; pero que los campesinos llegarán a saciar algún día. Cuando más, se ofre- ce a los obreros, depauperados por un presente agobiador y una herencia de mi- seria multicentenaria, el derecho a mani- pular la tierra, para que se hagan la ilu- sión de que fecundan a la hembra pro- pia; lo'cierto es, sin embargo, que el fruto gestado irá a llenar otros silos, a acumularse en otras trojes. Por las ma- nos del que hizo de la tierra piedra fin sofal que se convierte en oro panificable pasará la riqueza que ha de acaudalar al procer o al burgués terratenientes, antes de servir de sustento a la raza. Pero nada se le habrá quedado entre ellas al que sabe dar con el verbo cab lístico, verbo que es acción, para que la tierra abra sus entrañas prolíficas. Y el hambre le pigmentará con ese color terroso y grasiento, revelador de la ali- mentación deficiente y consuntiva. Incluso en este vil comercio con la
tierra, el coimero anhela siempre aume. tar el gaje que le rinden los cultivado- res, arrancando de su boca un pedazo más de pan. Al trabajador del campo le queda esta elección: avenirse al aumen- to de renta o verse lanzado, y en este caso la tierra quedará yerma, en espera de obreros más complacientes. «Si en una región determinada los obreros, se ponen demasiado exigentes—dice John dos Passos—, los propietarios deciden |
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dejar la tierra en barbecho un año o dos.
Así yacen ociosas miles de hectáreas o son pastos para toros de lidia.» ¿Es el tópico otra vez? No. Aunque no falte quien quite importancia a esas dehesas, es cierto que Córdoba, la provincia, arrastra el baldón de manchas latifun- distas, mientras millares de familias obreras perecen de hambre o emigran. Esto no es el tópico. El Debate, nada sospechoso de debe-
lador del actual régimen jurídico de la propiedad, hablando de la vida de los braceros^ ha consignado cifras elocuen- tísimas. Los jornales varían en la pro- vincia de Córdoba entrfe 3,25 y 5,40 pe- setas diarias; depende de la naturaleza de las labores: sementera, labores co- rrientes y recolección. Pero con ser así de exiguo el jornal y sobre que la vida es cara, hay que agregar que no traba jan los braceros todo el año, pues lle- gan a tener hasta doscientos días de des- canso, y, término medio, pasan de ciento los días de paro forzoso. En definitiva: lo mejor para el obrero andaluz es obtener como máximo un jornal diario perma- nente de 3 pesetas; con ellas lia de mantener a la familia, vestirla, calzar- la, educarla. Lo peor es tener que dar la espalda a la patria para buscar en otros suelos ocupación lucrativa a sus brazos, si carece de bríos para reaccio- nar contra una organización social inicua. Esto en Córdoba, en Castilla y én
Aragón. De esta región última es el caso de Farlete, en los Monegros, don- de rima con la tragedia de la Naturale- za sedienta el alma trágica del propie- tario. Los vecinos de aquel pueblo ve- nían cultivando tierras del término mu- nicipal tradioionalmente, y daban al dueño de aquel dominio dirocto-donoso, dominio de quien nada pone y cobra un diezmo, la décima parte de los frutos. Cambió el dueño de aquel dominio di- recto y quiso, el nuevo, porque aun subsiste el bárbaro derecho quiritario a la especulación con un elemento natu- ral, cual es la tierra, elevar la renta, pa- ra lo cual comenzó por negar a los ve- cinos su derecho al dominio útil de que gozaban secularmente. Vino, como es uso, la lucha despiadada. Los labriegos, incluso en posesión de una sentencia ju- dicial que les era favorable, quisieron seguir ejercitando su derecho tradicio- |
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patente de cerrilismo. Estabilización
quiere decir, no sólo moneda fija, sino economía saneada, presupuesto equili- brado, negocios ordenados, desarrollo vi- tal del país—en una palabra—regula- rizado y garantido. Lo contrario, eso que no es quiebra para el rancio mar- qués, eso que tan «gustosamente» vivi- mos ahora, es el desorden y el caos en las finanzas y en la economía entera de España; la imposibilidad de todo nego- cio estable dentro y fuera de la nación; la entronización, en suma, en la cúspi- de de las finanzas públicas y privadas, de una gigantesca ruleta: el alza y baja, incontroladas de la moneda. Claro está que nadie ocupa mejor posición en el |
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«hagan juego» que los banqueros. Pe-
ro, como no deseamos ser injustos al en- juiciar a las personas, preferimos . atri- buir tal afirmación a un simple fenóme- no de atraso mental progresivo. |
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Lea usted
NUEVA ESPAÑA |
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NUEVA ESPAÑA
nal y no se dieron por conminados. Pe-
ro iban al campo y las autoridades les detenían, les arrebataron los aperos, les quitaban las caballerías. Habían espar- cido la semilla y, como no les dejaban enterrarla, los pájaros, en colaboración con el terrateniente implacable y ambi- cioso, se comían los granos de los hu- mildes labriegos. Era, además, sarcás- tico para éstos que la autoridad judicial |
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les diera la razón, y se la quitase la
autoridad civil.;. En este caso, sobrevino una tregua;
en otros muchos, que esmaltan la his- toria agraria española, la tregua se pro duee siempre por sometimiento de los braceros y dura lo que la complacencia en el ánimo regodeado del propietario. Esta contienda, mantenida de una
parte por los duleños tradicionales u |
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ocasionales de la tierra, y de otra por
los que la hacen producir, ha llegado a esclarecer el espíritu de los campesinos, y éstos han formulado la siguiente con- clusión : «La tierra es de quien la tra- baja.» Ortega Gasset, que estuvo en Córdo-
ba, ya hace algún tiempo, estudiando el problema del campo, decía en un ar- tículo de El Sol: «Es impresionante la negativa de los obreros, como ha suce- dido en Adamuz (Córdoba), a aceptar parcelas de terrenos comunales de has- ta una extensión de 8.000 hectáreas que se les ofrecían, juntamente con los auxi- lios de la ley de colonización interior, para comenzar la roturación y el cultivo. La tierra que pretenden es la hecha ya, con el sudor de la fuerza de sus genera- ciones, en nombre del derecho del obre- ro al producto íntegro de su trabajo». Y respondiendo a este convencimiento, agregaba: «Acaso dentro de pocos me- ses se alcen en la bética campiña cien mil hombres, blandiendo con guerrero frenesí los pacíficos bieldos. Pues bien: esos hombres hostiles no pedirán pan, pedirán [ tierra! Desde entonces, el problema no ha si-
do resuelto: la aspiración irreducible es- tá latente, con mayor fuerza expansiva en el corazón de los campesinos. Por eso, antes de que alcen vengativos los bieldos pacíficos, hay que satisfacer los anhelos de los cultivadores. ¿Cómo? Echando abajo, sin contemplaciones, < el absurdo y anacrónico régimen jurídico de la propiedad de la tierra, y levantan- do sobre los escombros el nuevo régi- men en que la propiedad de la tierra sea una función social y quienes la cul- tiven los únicos beneficiarios del produc- to de su esfuerzo. Magno, pero básico, inexcusable programa de partidos, como el radical socialista, que aspira a cons- truir un Estado democrático en que la justicia sea garantía de la libertad y el orden. |
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NOTICIAS LITERARIAS
Alemania
Berlín prepara para 1931 una colosal
Exposición internacional de Arquitectu- ra nueva, que tendrá lugar al Este de ia ciudad. Están ya construidos dos gi- gantescos pabellones de treinta mil me- tros cuadrados cada uno, y se trabaja en las obras de otro más. Alrededor de los pabellones, los stands de la Exposición se extenderán en doscientos mil metros cuadrados al aire libre. Esta será la cul- minación grandiosa de las continuas Ex- posiciones internacionales que celebra Berlín—sólo en el año 1929, la del avión, la del automóvil, la de la radio, la; de propaganda y la de agricultura. |
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El famoso dibujante comunista Grosz
ha sido condenado en suprema instan- cia—en las inferiores había sido absuel- to — por la publicación de una carica- tura en la que se presentaba a Cristo con una careta de gases asfixiantes y calzan- do botas de montar; el pie de la cari- catura no nos sería posible reproducirlo. La intelectualidad alemana ha protesta- do unánimemente cpntra la sentencia. |
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EL POPE Y EL BURGUÉS REBATIENDO
"RAZONABLEMENTE" AL GOBIERNO RUSO
(Caricatura de William Gropper en la revista "NewJMasses", de Nueva York)
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NUEVA ■SPAR*
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ALGO MAS SOBRE LAS CASAS BARATAS
por F. GARCÍA MERCADAL (Arquitecto)
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nada sobre «normas», nada sobre mate-
riales, etc... Y esta imprecisión y vaguedad que se-
ñalamos, y que es la puerta abierta a la posible interpretación de la ley, exis- te en todos los artículos. Veamos cómo reza otro cualquiera. El artículo 29, por ejemplo, dice así: «El precio de los terrenos destinados a la construcción' de las casas baratas habrá de guardar la debida proporción con el coste total de |
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Los comentarios en torno a nuestro
anterior artículo nos inducen a seguir sobre el tema, ya que hay algo más, mucho más, que decir sobre esas casas baratas, sobre esas viviendas que, al amparo del apoyo oficial, se han cons- truido en España, sin resolver ni aliviar el angustioso problema de las clases |
vaguedad, por ejemplo, del artículo 58
de la ley, donde se definen las condicio- nes relativas a la estructura: «Art. 58. Los cimientos y muros hasta un metro de altura han de construirse de modo que resulten protegidos contra la hume- dad del suelo. Se protegerán las facha- das de las casas con aceras de 0,60 me- |
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más necesitadas de la sociedad.
Se nos dirá, y así es, que el error
es de origen y que radica en la ley, en esa pintoresca legislación, que analiza- remos para demostrar que el adjetivo que le aplicamos es el más benévolo de los que merece. Una casa es como un traje: puede
éste hacerse a la medida o ser compra- do en «El Águila», y así, las clases aco- modadas se hacen las casas lo mismo que los trajes: a la medida, y es a las clases modestas de la sociedad a las que, con la ley de Casas baratas, el Estado, reconociendo el valor social de la vivien- da sana, debe procurar albergue. Otra consideración previa al análisis
de la ley podemos hacer, y tal es que, para poder definir las condiciones de una casa barata, parece lógico se supie- se hacer una casa, y después, algo más difícil, saber construir una casa barata. El precio de una casa será función de
dos factores: el terreno y la construc- ción; la baratura de ésta depende de los materiales, de la manera de estar empleados (sistema de construcción) y de la mano de obra; en definitiva, ¿Te' la técnica con que esté construida. En una _ palabra, una casa será barata si técnicamente fué así concebida. Después de estas consideraciones, de
lógica elemental, bien podemos afirmar que la ley de Casas baratas debe ser esencialmente un problema técnico, y por ello el legislador, en este caso, sólo un técnico o una Comisión 3e técnicos especializados debía ser, ya que éstos |
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Casas baratas; municipales [en Viena
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las
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tros de anchura, como mínimo, que im-
pidan las filtraciones de agua en la par- te inferior de los muros. Los muros exteriores y las cubiertas de
los edificios deberán tener las debidas dimensiones para garantizar su solidez, y habrán de proteger suficientemente el interior contra las variaciones atmosfé- ricas de humedad y temperatura.» Dedúcese bien a las claras, por el cita
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casas que en los mismos se edifi-
quen.» ¿Cuál es esta proporción? «No se aprobarán, a los efectos de
la ley y de este Reglamento, aquellos te- rrenos que, por su excesivo precio, dejen un margen reducido para la construc- ción.» ¿No se podía haber señalado ese margen ? . Veamos ahora el artículo 27, que dice
así: «No se podrá conceder la califica- |
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son los únicos capacitados para definir do articulito, que el legislador no fué un c^n de casa barata a la que se constru
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ya para darla gratuitamente a censo,
en amortización o para habitarla su due- ño, si su coste verdadera o el precio de venta, incluido el de las obras de urba- nización indispensables, en su caso, y el valor de los terrenos, exceda del quíntu- plo de ingreso máximo anual señalado al beneficiario en la localidad que se trate.» Según esto, como en el artículo 21 se fija en 6-000 pesetas, la única cifra que figura en la ley, el máximo de ingresos del beneficiario, dedúcese que no podrán hacerse casas baratas cuyo coste sea ma- yor de 30.000 pesetas. ¿No hubiese sido mucho más sencillo y claro que el legis- lador hubiese establecido unas escalas de variación de los posibles ingresos de los beneficiarios, de los tipos de casas al alcance de los mismos, asi como de los terrenos sobre los que éstas pudiesen ser construidas? Pero en este caso la aplicación de la ley hubiese sido mucho más justa, mucho más sencilla, y el dic- tamen o informe sobre un proyecto po- dría, en caso de una revisión, ser fácil- mente controlado, exigiéndose las res- ponsabilidades a que hubiese lugar, las que hoy, por culpa de lo defectuoso de la ley, se hacen imposibles de dilucidar en los numerosos casos de todos conoci- dos, vergonzosos fracasos del apoyo ofi- cial en política de vivienda. |
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y precisar sobre estos extremos, sobre técnico, ya que nada se define sobre los
los sistemas de construcción, sobre sus sistemas de construcción, hoy variadísi- estructuras, no pudiéndose admitir la mos; nada sobre los tipos de cubiertas, |
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les
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msBmmsM
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Casas baratasLrounlcIpales en Viena
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NUEVA ESPAÑA
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CARTA DE BRUSELAS
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Liberalismo reaccionario
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por José Rodríguez Miguéis
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Quedó asimismo establecido un punto
de referencia ineludible. Como en las mociones de los sindicatos burgueses, los estudiantes hablan de «crisis indus- trial» (siempre considerada desde el punto de vista capitalista). Es posible que la Federación Nacional de los Estu- diantes Liberales esté constituida casi exclusivamente por hijos de banqueros, industriales y grandes comerciantes, y entonces sus opiniones tienen apenas el valor de un eco familiar, aun asj con- denables. Pero entonces se me ocurre, preguntar en dónde se esconde el resto de la juventud belga. En la moción relativa a la enseñanza
profesional, los estudiantes aconsejan a. los diputados liberales moderar sus pr«. ritos reformadores, siempre dentro del respeto «a las necesidades económicas»... de la burguesía capitalista (no lo olvide- mos). Nada más es preciso para saber qué partido toma la juventud liberal de este país, amarrándose al capitalismo, en contra de las más elementales y mo- deradas reivindicaciones de la masa po- pular, tales como las que defiende—cla- ro míe entre las protestas de los comu- nistas—el moderadísimo partido socialis- ta. Así se van delimitando los campos. El proletariado belga sabe (hasta qué punto puede contar con los liberales. Fué tal vez en previsión de estos o de otros acontecimientos, por el presenti- miento de una ruptura social inminente, por lo que el prudente Vánderbelde re- clamó hace poco el reconocimiento de los soviets. Toda la moderación, toda la «sagesse» de la burguesía belga, no po- |
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La Federación Nacional de los Estu-
diantes Liberales clausuró estos días su Congreso anual. No se crea que lo hizo protestando contra la prisión de Gricha i£áhañ, estudiante condenado a diez me- ses de reclusión y a. la expulsión del territorio belga por uso de falso pasa- porte (en realidad, por ser comunista). La Federación de Estudiantes Libera- les prefirió correr un-velo de silencio so- bre ese nuevo atentado al derecho de refugio político-social. Otros intereses más vivos y profundos, al parecer, ocu- paron a la joven Asamblea... Así, entre las mociones discutidas y votadas, hay algunas que retratan positivamente la «mentalidad liberal». Me refiero a las vacaciones obreras remuneradas, a los seguros sociales, a la enseñanza profe- sional. En la primera de esas mociones, los
ardientes defensores de la libertad y el progreso reconocen «el interés que re- presentan en tener altas cuestiones so- ciales y el de las vacaciones obreras en particular». No es que se aproximen tan- to' á Proudhon o a: Carlos Marx como el Sr. Vanderbilt... Pero los jóvenes libera- les entienden, que esta reivindicación obrera, llevada al Parlamento por los socialistas, «no es tan urgente como otras reformas sociales actualmente en estudio» ; que es excesivo para la indus- tria, el peso" de gran número de reformas sociales realizadas en los últimos diez años y que son grandes las, dificultades de adaptación o de regulación práctica de la reforma; que existe el peligro de una crisis industrial (para"- el capitalis- mo, claro está) y que la Oficina interna- cional del Trabajo no: juzgó oportuno inscribir las vacaciones remuneradas en su programa para 1932... Esperan los simpáticos muchachos que el Parlamen- to «no se deje impresionar (sie) por el escándalo que los socialistas promueven alrededor de esta cuestión y no emita ligeramente su voto». El pintoresco do- cumento acaba exponiendo la idea de que el problema sea discutido «por Orga- nismus competentes». ¿Qué organismos puede haber más
competentes qué el Parlamento, órgano supremo de la democracia belga, donde las opiniones y los votos exponen por lo general los intereses de las clases en litigio? Por este camino no tendremos que sorprendernos de que mañana estos ardientes liberales reclamen, en nombre de la libertad, el cierre del Parlamento o la prisión de los diputados socialistas. Esa tendencia a negarle al Parlamento la competencia o la autoridad para dis- cutir y resolver ciertas cuestiones de ca- rácter económico, ligadas a los intereses fundamentales del Estado, es el rasgo característico del espíritu reaccionario. En realidad, toda; la moderna obra de la reacción ha tenido como pretexto la técnica y la competencia que los conser- vadores niegan' a los políticos y a los parlamentarios en general. La juventud |
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liberal belga da, pues, a la reacción, no
sólo su aplauso, sino su ayuda. Por otra parte, la segunda moción
afronta el problema de los seguros so- ciales obligatorios con el espíritu más rotundamente capitalista. La reproduzco como un documento precioso para el es- tudio de la psicología liberal contempo- ránea: «Considerando que un régimen de se-
guro obligatorio no debe descansar en organismos de tendencias políticas ni tomarse un vasto organismo del Estado, la Federación se incluirá en el sentido de desear que el seguro legal sobre la base de la profesión en cuadro de las empresas,.. manteniéndose el seguro pri- vado organizado por las sociedades exis- tentes.» Esto es, en otras palabras, negársele
al Estado democrático moderno el dere- cho y el deber de velar por las clases trabajadoras. Estas propuestas nos rele- van de más largos comentarios. Su elo- cuencia es decisiva. Diríase que la ju- ventud liberal anduvo recogiendo opinio- nes, de puerta en puerta, en el barrio de los Bancos. En efecto, no sería fácil ex- poner eon más claridad y erudición (sin atacar abiertamente a los poderes demo- cráticos del Estado) los puntos de vista de los enemigos de la democracia y del pueblo. Tales sondas ideas que se abri- gan en el seno generoso de la juventud belga que se llama liberal. La propia burguesía se encarga así de enarbolar el principio de la lucha de clases: «El Es- tado es el instrumento exclusivo de la burguesía». |
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Policías londinenses arrancando las banderas rojas en nna manifestación
comunista
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NUEVA ESPAÑA
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ó
día impedir que, lentamente, ios núcleos
sociales opuestos se consoliden irreduc- tiblemente. El proletariado, desilusiona- do de los métodos demasiado lentos de colaboración parlamentaria, irá poco a poco tomando posiciones alrededor del polo doctrinal de la lucha de clases, y el Sr. Vanderbelde corre el peligro de verse abandonado en medio de una vas- ta y complicada argumentación marxis- ta-reformista. De otra parte, los elemen- tos de la burguesía sostienen que el Par- lamento discute demasiados problemas esenciales, haciendo exageradas conce- siones al socialismpi y acabarán por re- currir a los medios extremos de. autori- dad y autocracia. El proletariado acaba- rá por derrumbar el sistema de las re- formas por cuenta gotasL apelando a otros métodos más eficaces, mientras la burguesía procurará atrincherarse en sus privilegios, negándose a ceder a toda reforma, como no sea a costa de víctimas y desgracias lamentables. |
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En nuestros países meridionales, la
palabra «liberal» corresponde, en un sentido ineludible, si no a la abierta sim- patía o adhesión a las ideas de izquierda, por lo menos, a un sentido de tolerancia doctrinal y de espíritu comprensivo. Si ios hombres de gobierno no falsearan muchas veces la significación de esa pa- labra¿ practicando una política opresiva y reaccionaria, la verdad es que en la |
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—Lo que hay que ¡procurar es que no se entere la IZQUIERDA de lo que hace
la DERECHA... |
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que no vacilarán en un momento deci-
sivo de lucha en echar mano de todos los recursos para sofocar la voz de los más legítimos derechos de las clases po- pulares. En fin de cuentas, es esa la característica dominante del liberalismo actual. El enflaquecimiento progresivo de la autoridad democrática de que, de día en día, es mayor la contradicción en- tre los actos y los principios y mayor la distancia entre las opiniones y los intereses generales de las masas y los de las clases dominantes. El papel de intermediario en la lucha de clases, el «parachoques» social que cabía hace treinta o cuarenta años al liberalismo, cabe hoy al socialismo. Aquél quedó liga- do para siempre a los intereses econó- micos de una clase que se encuentra en desacuerdo con el espíritu y las necesi- dades de la vida contemporánea. El pue- blo tiene, cuando mucho, el derecho de votar, nunca el de gobernar, por más que los doctrinarios se esfuercen en ha- cernos creer que el Macdonald del «golf» no difiere socialmente del Mac- donald obrero de hace veinte años... La democracia liberal permite a, los hijos del pueblo el acceso al Poder, me- diante la adquisición de una mentalidad distinguidamente burguesa y antipopu- lar. Vivimos en el Estado burgués, con dictadura o sin ella, como nuestros abuelos en el Estado teocrático, feuda- lista o autocrático. Entre los conserva- dores de la extrema derecha y los libe- rales del centro no hay, socialmente, di- ferencia, alguna. La democracia liberal es el régimen de evolución, no para las izquierdas, como se pretende nacernos creer, sino para las derechas. Muchas figuras dominantes de la política conser- vadora o liberal contemporánea partie- ron del anarquismo o del socialismo para llegar, por etapas sucesivas, a las posi- ciones de mando que hoy disfrutar. Para el nuevo Estado que se esboza—Estado |
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socialista—, esos grupos constituyen un
bloque del que apenas se destacan lige- ramente en una tentativa de pacifica- ción social las patrullas socialistas, con sus abogados elocuentes, sus profesores metafísicos, sus obreros cristianizados. Para mantener su equilibrio político, el liberalismo precisó apropiarse de algu- nas reivindicaciones del propio socialis- mo, lo que.es, teóricamente, muy bello. Prácticamente, los liberales se sienten alegres con la efervescencia de esta mo- cedad, que sintetiza de una forma tan clara sus tendencias reaccionarias. Deseando mantener por la fuerza de
las circunstancias y el poder de la tra- dición (las palabras aún pueden mucho) la apariencia de un régimen democráti- co, la burguesía es vivamente solicitada por el sistema de gobierno <z poigne, único recurso que puede utilizar para huir de las consecuencias lógicas de los principios liberales en la evolución eco- nómica y social. A la orilla del abismo, necesita agarrarse a las fórmulas, pre- tendiendo damos la apariencia por la realidad. Pero, si no cambia a tiempo de procedimientos, puede que la fuerza de los acontecimientos la precipite desde las alturas con todas sus fórmulas, sus principios, su legalismo y su espada en la mano. Bruselas, marzo.
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Lea usted NUEVA ESPAÑA
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atmósfera libre da las plazas o en el am-
biente agitado de las asambleas políti- cas, nadie osó introducir el vinagre re- accionario con el rótulo de un vino libe- ral, y las afirmaciones liberales siempre corresponden a. un sincero espíritu de co- laboración y entendimiento con el pue- blo. Ningún liberal se atrevió jamás a negar en principio los derechos de los trabajadores, aun discrepando acerca de la extensión de ciertas reformas o de la manera de llevarlas a cabo. Aún los ve- mos en España y Portugal a la masa liberal académica unirse al proletariado para defender las garantías o los dere- chos constitucionales. Si la edad y la experiencia corrompen a los hombres y vernos a un político liberal reprimir por la fuerza una huelga de obreros, la ver- dad es que un hecho de esta naturaleza encuentra siempre en nuestra mocedad liberal una decidida antipatía. ¿ Qué es- tudiante democrático se atrevería en Madrid o Lisboa a tomar partido contra una reivindicación obrera tan legítima, y elemental como las vacaciones remune- radas? Sin embargo, los jóvenes belgas parecen haber nacido viejos. O les falta la imaginación necesaria para compren- der la monstruosa contradicción de las palabras y los sentimientos, o dan prue- bas de un cinismo inconcebible. Asimi- lado a la clase social que más interés puso en la caída de los viejos regímenes autocráticos, el liberalismo tiende a sig- nificar hoy en la economía y en la polí- tica la organización de los intereses bur- gueses, antisocialistas, antidemocráticos, |
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lie« a éspañá
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ALMAS PILONGAS Y OTROS HONORES
por MAURICIO BACARISSE
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a pesar dé ios esfuerzos periódicos y ais-
lados del siglo xix, reflejos unas ve- ces vivos, otra amortiguados, del relám- pago de 1812. Hay quien cree que la simplicidad
es el mejor expediente político. Todavía existen mamotretos de Derecho natural en las Universidades españolas que man- tienen en su primer capítulo el parangón de la esencia jurídica con la rectitud geo- métrica a base de la definición de ésta como el más corto y expedito camino entre dos puntos. Claro que en los es- píritus de formación bélica hay tenden- cia a esta otra máxima simplista: Quien manda, manda, y cartuchera en el cañón. Y con esto los espíritus no reaccionan. El encogimiento, la contracción es una forma, más ingenua que servil y timo- rata para contribuir a estos intentos de simplificación. El que se comprime o se apilonga, cree realizar una misión cí- vica, constriñéndose al estrujado desti- no de uva pasa p higo de Fraga. Lo más triste de las derechas españo-
las es su tendencia a prescindir de toda lozanía cívica. Expedientes cortos, de reducido radio. Todos los políticos di- násticos, por ende conservadores—sí se excepTúa al señor Ossorio y Gallardo—, parecen vendedores de frutas sectas. La pasada dictadura con su programa en un papel de fumar de unidad española, re- forma fiscal con vistas a obras públicas y empleo del proletariado, y sus pro- yectos en política exterior de ser cabe- za de compás que tuviera por ramas a Francia e Italia, coordinando sus dila- taciones, y actuar de imán respecto a América, fracasó, entre otras causas, por la sencilla causa del apilongamiento de la sencillez. La mezquindad se enseño- reó de todo. Se. atrepellaron las garan- |
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ciencias, sino que política es norma de
acción y, como tal, ha de ser comb'ate, agresión pura, destrucción. Su objeto ha de ser negativo. Todo programa utópico positivo es irrealizable, pues no hay in- cubadora que convierta en hechos las ideas generales, naturaleza y esencia ab- solutamente irreductibles. Es preciso acabar con la mezquindad
española y con todo lo que pueda os- tentar su representación; pero no em- pleemos como antidoto ninguna fórmula de Bepública de amplios rasgos, la plató- nica u otra, demasiado dilatada e ihac- tual. Durante todo el pasado siglo, en España osciló el gobierno entre espue- las y espadones, no siempre sustenta- dores de florida y delicada cultura, si- no de analfabetismo mal rectificado, y libreros de lance andaluces, . chungones, demasiado ingenuos o: harto descreídos^ que ponían chistes y apostillas indeco- rosas en los volúmenes de. sus nutridas bibliotecas, que otra cosa no fueron González Brabo, Castelar o Cánovas del Castillo. Es preferible un objeto de tiro, un blanco o un par de equívocos: el de la zafia virginidad de la mente o el del trato inadecuado con los libros, ya en forma de irrisión, ya de veneración cie- ga de sus abstracciones. Al escribir estas líneas, la opinión pú-
blica pasa por unos momentos de incer- tidumbre hamletiana, que enerva y agra- va cierta melodía elegiaca ocasional. Pe- ro lo cierto es que la dictadura en nada contribuyó a corregir nuestra mezquin- dad nacional, incoada no, reinstaurada en tiempos de Carlos IV y endémica, |
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El primer postulado que debe sentar-
se al incoar un intento de sistema de reforma en la política de nuestro país, es el de la mezquindad española. Escri- bamos y pensemos postulado y no prin- cipio, ya que un día ese primer elemen- to ha de ser arruinado y destruido por el mismo, desarrollo del sistema. .Diferen- cia primaria entre la esencias de las cien- cias especulativas y ciertas posibilidades de las prácticas. En las primeras, el con- junto, el andamiaje, derivado de un pri- mer postulado, gravita sobre él; pero el tomado como apoyo o fulero lo respeta y deja incólume. En las ciencias prác- ticas, y en la más vital y rica en contin- gencias, la política, el desarrollo, más biológico que lógico, con el ímpetu de su apetito y afán, desvía sus propios prin- cipios. Dicho se está que estimo la po- líticaj dentro de los límites de la atmós- fera española, ¿orno una actividad ne- gativa y combatiente. Dejemos para otro día declarar si la considero umver- salmente del mismo modo. Desde luego, los postulados políticos, al revés de los científicos, deben ser destruidos, por en- cerrar en sí un objeto de reacción y no un motivo de respeto. Es decir, volvien- do los términos, sólo debe postularse lo destructible, las terribles verdades de hecho—distintas y contrarias a las de la ciencia que son de derecho—:, rea- lidades denunciables , emplazadas a muerte, llamadas al aniquilamiento. Y no quiero expresar con esto—tolerad la insistencia—que política sea algo ciego y arbitrario que socave sus propias ba- ses por una imagen sonsacada a las |
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Manlfestaclóii comunista en Nueva York
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NUEVA ESPAÑA
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10
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sp^soía
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¿ Por qué no le habéis dado de puntapiés
al descender del tren, en Barcelona? |
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ofreció en cierta ocasión el tea-
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do),
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tro de la Princesa para alojar a los pa-
letos del homenaje al dictador? Y el Sr. Muñoz. Seca, ¿no era uno de
los más fervientes partidarios de la dic- tadura? I Qué hace en la oficina el Sr. Muñoz
Seca? Y la señora Díaz de Artigas, con su
esposo el Sr. Artigas, ¿no firmó la con- vocatoria para el homenaje al dictador? |
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LEA USTED
"NUEVA ESPAÑA" |
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El Sr. Martínez Anido, cuyo nombre,
aureolado por los bellos sucesos que ocu- rrieron en Barcelona en su época de go- bernador, inspira cierta aprensión a las- gentes pusilánimes, anda yendo y vi- niendo de ceca en meca y de zoco en co-' lodro... Es una especie de fantasma que no
se sabe dónde va, de dónde viene, lo- que quiere, ni siquiera si existe de ve- ras o es un uniforme de general conte- niendo el vacío. Nosotros, queriendo atraparle, he-
mos acudido a diversos sitios, sin encon- trarle nunca. Hemos ido a Zaragoza, y ¡ nada ! Hemos ido a la plaz-a de Orien- te, y ¡ nada! Hemos preguntado a un guardia civil amigo nuestro, y ¡ nada! En fin, marchamos a Barcelona a ver si estaba allí, mezclado con los intelectua- les, y ¡ nada, tampoco ! Decididamente, el Sr. Martínez Ani-
do es una especie de fantasma. as
Las elecciones generales no podrán ve-
rificarse antes de febrero o marzo del año que viene. No hay más remedio que esperar a la rectificación del Cen- so o bien a la confección de un Censo nuevo. De aquí a entonces pueden ocu- rrir muchas y raras cosas. Entre ellas que siga gobernando el general Beren- guer. Suponemos que entonces no po- drán cantar, como cantaba el baturro: Ayer me dijiste que hoy, Hoy me dirás que mañana Y mañana me dirás que de lo dicho no hay nada. |
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Porque este partido será, al parecer,
constitucional y parlamentario. Es estupendo.
En el Poder, dictadores, y en la opo-
sición, constitucionales y parlamentarios. Estos chicos de El Escorial son ver-
daderamente listos. Y muy puros.
Sobre todo, puros.
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Un empleado del turismo que fué de
Madrid a Barcelona estuvo tres meses en aquella Delegación, encargado de tra- ducir y contestar la correspondencia ^ex- tranjera. En los tres meses hubo dos únicas car-
tas : una, de cierta señorita francesa que le reclamaba desde París al jefe de la Delegación el envío de unos miles de francos para los vestidos de la tempora- da. Y otra, de un industrial de Nueva York que proponía un negocio de en- cendedores. Esto es turismo, y no lo que hay por
ahí fuera. |
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¿Y Mariano Baselga, que los sombre-
ros de las perchas cuelga? ¿Qué se hizo de Mariano Baselga?
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Vamos a, recordar, porque siempre es
conveniente: El Sr. Díaz de Mendoza (D. Fernan-
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tías autonómicas del Poder judicial y el
decoro de la función docente, y asi se amputó de la conciencia nacional las más sagradas y primarias objetividades. Cierto es que en lo que va de siglo des- de Costa a hoy han sonado muchas vo- ces con programa bilateral, a dos colum- nas, y en las cuales el grito de defensa de las libertades económicas parecía en- volver el rumor de apego a las liberta- des políticas, desacreditadas por los li- breros de viejo, los remendones^- y los que ponían detrás de cada Constitución esa prodigiosa organización caciquil que . está pidiendo un novelista de la picares- ca social, en este siglo xx de tanta sa- gacidad y donaire como los novelistas de la picaresca individual en el xvn. La simplicidad se convierte en ram-
plonería por obra de las derechas en es- te desventurado país. Yerro grave es de ciertos elementos de la juventud inte- lectual española, si por miedo a los des- afueros de la huera palabrería demagó- gica caen en el reseco campo de la re- accionaria sencillez, del expediente más corto entre dos puntos, que para las ti- ranías o las dictaduras siempre ha si- do confundido, por una triste metáfora, con el Derecho. Deplorable destino es- pera a los que ansien un desarrollo del espíritu y de cualesquiera gérmenes ideales, al introducirse en la enrarecida atmósfera de las derechas españolas. Se agitarán, se reducirán a la más mínima expresión espiritual, se fosilizarán. In- útil es que pretendan darnos la casta- ña, con su mezquindad acomodaticia, pues en breve plazo no habrá quien hin- que el diente a sus productos, ya que to- das las castañas de sus almas serán pi- longas. |
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El Gobiernen—más bien, la Policía—
tiene la obligación de limpiar al país de todas las ladroneras que le infestan. |
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Un ex asambleísta, colaborador servil
de la dictadura, trásfuga de varios parti- dos, erudito «ful» y upetista de corazón, ha tenido el desvergonzado cinismo de dar un ¡ viva la libertad ! desde un bal- cón, en Barcelona. ¡ Intelectuales liberales de Cataluña !
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^Illllll
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Almacén de una fábriea moderna
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II
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NUEVA lfPANA
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CARTA DE BERLIN
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El paro forzoso
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por F. FERNANDEZ ARM EST O
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la del Parlamento, ya que, como primer
caso en la política universal, los partí dos obreros reunían, y la vienen reunien- do desde entonces, la mayoría en los Parlamentos nacionales y en la mayor parte de los municipales. La enemistad mortal de los dos partidos obreros favo- reció la creación de partidos defensores de los intereses burgueses, el partido po- pulista—de la gran industria—y el cen- tro—de los católicos—. Y estos partidos, nacidos a la sombra del fratricidio obre- ro, encaramados sobre este fratricidio, mangonean la política alemana; ellos representan en el Parlamento el contra- peso entre el partido socialista y los par- tidos nacionalistas, y en sus manos es- tán, verdaderamente, los intereses de Alemania. La colaboración de los socia- listas con esos partidos es penosa y de- primente para el socialismo; pero los so- cialistas lo prefieren todo a tener que unirse con los comunistas y socializar Alemania. Porque..., y aquí está la pala- bra orden, entronizada. La insinceridad de esa política Infor-
mada por ideas irreconciliables, pero so- bre todo por intereses más irreconcilia- bles todavía, que ha ido conllevando ar- tificiosamente los más graves problemas de Alemania — porque sólo conllevando los problemas era posible esa falsa coa- lición, ya que en cuanto se pretendiera resolver alguno, radicalmente, surgiría inmediatamente la incompatibilidad ■—, esa política, digo, ha producido lo que tenía que producir, un desequilibrio que ha lanzado a las calles a manifestarse en ejércitos de hambre a más de tres mi- llones de trabajadores. Tal política ha . tenido siempre para defenderse el argu- mento de las relaciones internacionales y la construcción del Plan Young, un perfecto y bien pensado Plan de repara- ciones, con muchos artículos, todo lo bueno que se quiera ; pero que Alema- nia no podrá pagar. En la verdadera, auténtica y apre-
miante dificultad de resistir los tres mi- llones de obreros sin trabajo, se destruirá la coalición. Pero, con la disolución del Gobierno, no se habvá resuelto la falta de trabajo; el problema continuará en pie, vivo y creciente. Alemania no puede resistir así, parados, consumiendo muer- tamente, más de tres millones de obre- ros y sus familias; no puede, porque Alemania carece de reservas financieras y su economía está ajustada a los engra- najes _del día como una máquina. No po- see colonias ni fuerzas susceptibles de explotación; esos obreros parados ha de volvérselos a asimilar en su propia acti- vidad. Y esto exige una actitud ra'dical o, lo que defiende el capitalismo, un ro- bustecimiento ilimitado de la industria privada para que crezca y absorba a los obreros parados, argumentos obtenidos de la fábula del gato y el ratón, o la que propugna el obrerismo, la absoluta so- cialización de la industria. Por eso, estos son días de víspera.
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sino un sistema. El asesinato de los dos
líderes socialistas, realizado por los últi- mos esbirros del imperialismo, trabucó el destino de Alemania. Primero entró la vacilación en las filas socialistas, y luego el fratricidio, abriendo los dos frentes enemigos del comunismo y el so- cialismo. Sin este hecho monstruoso, la vida alemana se hubiera socializado ab- solutamente por la vía más directa, por |
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Berlín, marzo.
Es posible que cuando so publique es-
ta carta hayan ocurrido sucesos que mo- difiquen la situación actual de la políti- ca alemana; están los hechos suspen- didos sobre la cabeza del pueblo, con una inminencia inevitable. No es el ar- te de predecir el que me trae a comu- nicación con el lector, sino el de decir; por eso no me incumbe referirme a lo que va a venir, sino a lo que ya está pre- sente. Y presente está en Alemania una grave crisis, de difícil índole; presente no en las hojas oficiales ni en el Pala- cio de la Eepública, pero sí—lo que es una presencia más trágica—en la con- ciencia y en la voluntad del pueblo. Más de tres millones de obreros pa-
rados—i el 5 por 100 del censo de los trabajadores alemanes !—es el atroz fan- tasma del irreal juego que ha sido la política alemana durante los últimos años. Un pueblo, y más \m pueblo de vida tensa como el alemán, tiene, sobre él fluir externo, una soterrada corrien- te, que es la que verdaderamente le de- termina el destino; la política alemana de los últimos años, política de combina- ción, amanerada, oportunista, atendió exlusivamente a los acontecimientos externos de su pueblo, mientras en las entrañas el pueblo se iba derruyendo. E] orden, que no puede ser nunca más que un medio, convertido en fin, como si los hombres nacieran exclusivamente para ser ordenanzas y como s; bajo una férula de orden los espíritus no pudie- ran desquiciarse. Esta entronización del orden es. además, la escamotización que ha hecho de él la burguesía, porque no hay nada que oscurezca más las co- sas que su entronización. Cuando el pueblo alemán derrumbó al
Kaiser y a su sistema, lo hizo, no por un capricho, sino movido por la nece- sidad histórica —fatal — de cambiar su signo; cuando este signo se llama impe- rialismo, e imperialismo alemán, su cambio obliga a mucho. Esta obligación es la que le ha usurpado a Alemania la política. Para entender y comprender el alcance de la falta de trabajo es preci- so explicarlo de un modo causal, ya que reducción del mismo a economía y a números es una ingenuidad inventada por la gran tonta de nuestra época téc- nica. Carlos Liebknecht y Eosa Luxem-
burg eran, en el momento de la des- trucción del imperialismo, la,s dos cabe- zas en las que cabía claramente la Ale- mania del porvenir. El fracaso del im- perialismo exigía, para defender el con- traste que iba a sufrir la vida alemana, una distensión de todas las posibilidades internas de Alemania, que sólo podía realizarse con la. socialización. En aquel momento el programa, de Liebknecht y la Luxemburg era el programa nacio- nal ; si había caído el Kaiser, era natu- ral que cayera todo el sistema de Ale- mania, ya que el Kaiser no era un rey, |
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INTELECTUALIDAD Y POLÍTICA
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tual y un político, el libro de un hom-
bre. ¡Qué distancia, qué diferencia sus- tancial, entre Nota« de una vida—una vida pobre, ortopédica, infecunda y Tina dictadura en Ja Europa del si- glo XX, de Marcelino Domingo. Allí campea la vacuidad y la futesa; aquí flamea la pasión, lai noble pasión de un gran republicano, y vibra la emoción de un verdadero ciudadano. La inquie- tud política, en su expresión más no- ble'y elevada, se acusa vigorosa, vehe- mente vivaz en estas páginas encen- didas de fervor, iluminadas por la fe y la austeridad de un ideal. Mientras en Europa las naciones sin
raigambre democrática y sin apretada unidad moral, posibilitan, tras la revul- sión caótica de la guerra europea, el ape- tito del Poder y el caudillismo, los hom- bres de alto pensamiento ejercen un hon- do sentido de responsabilidad, el magis- terio civil, y vigilan con mirada despier- ta las oscilaciones políticas del presente curso histórico. En España, uno de es- tos hombres es Marcelino Domingo, ar- quetipo del ciudadano avizor, periodista político fogoso, en cuya pluma ninguna hora de Europa pasa insensiblemente'y lejana, sin dejar la huella de una per- cusión alerta y reflexiva. A lo largo de unos cuantos años, de unos años ignomi- niosos, en que el debate—signo de vita- lidad—en España sufre un colapso letal, revolviéndose en el imperio de un monó- logo insulso y chabacano, su voz se deja oír sin interrupción, vibrante y cargada de responsabilidad, dentro de las restricciones impuestas por la barba- rie «n el palenque periodístico. Alguna vez esa voz nos trajo, en el desaliento de un instante de pesimismo, e] recuerdo de un San Juan Bautista... Una dictadura en la Europa del si-
glo XX es la concreción espiritual de esa |
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Con el respeto que me merecen todos
nuestros críticos—y la memoria del que lo fué insigne, D. Eduardo Gómez.' de Baquero—he de expresar -mi sorpresa ante el tono superficial, harto conten- tadizo, con que la crítica acogió el se- gundo tomo de Notas de una vida, del conde de Romanónos. Fuera de dejar sentada una vez más la característica de actuación del Sr. Eomanones, a quien, sólo por esa condición, se le atribuye in- terés a su personalidad, como si toda- vía anduviésemos a vueltas con una psi- cología de lo picaresco, ninguno de esos eximios críticos habrá servido al lector intrigante—análogamente al libro—para centrar, dentro de un orden de valora- ciones, la personalidad intelectual, mo- ral o política del Sr. Romanones. Cuan- do se habla de este avispado político, to- do el mundo se cree relevado de tomarlo en serio en aquel aspecto en que es pre- ciso encuadrar a todo personaje para fi- jar su silueta espiritual e impedir que se desvíe la opinión y se trastrueque la medida filosófica de los valores huma- nos. En la mayor parte de esas críticas se salió del paso, ante el suceso biblio- gráfico, con las obligadas alusiones a las decantadas habilidades del conde y con cuatro ironías eutrapélicas en torno a su volumen epopéyieo. La personalidad política del Sr. Ro-
manones es bien notoria en el repertorio de curiosidades nacionales; no exige exe- quias laboriosas ni buceos eróticos. Per- tenece a una época fantasmal, y podía decirse, desde un punto de vista de efi- ciencias y ponderaciones ideales, que no existe, si de alguna manera no existiese, lo que acusa un valor negativo. Es co- mo algo que no tiene sentido en las cris- talizaciones del mundo circundante y que carece de densidad y de perfil esti- mativo en una antología de figuras his- tóricas. Ahora bien; a través de Notas de una vida y de las glosas críticas que en derredor de este libro se escribieron, ¿qué personalidad moral e intelectual, como político, hallamos o entrevemos? Esto definiría el valor del libro y el inte- rés de la crítica. Pero se ha esquivado, rehuido lo principal, lo que pudiera san- cionar espiritualmente la publicación de tales memorias. Dejemos a un lado la personalidad moral del Sr. Romanones, para contemplarlo, si la escisión no es un ñoco violenta, a través de su figura intelectual. Con tal significación, sin di- sociarla de lo político, porque esa es su faceta más ostensible, y, además, no se concebiría lo político sin lo intelec- tual, ¿qué es el conde de Romanones? }. Cuáles fueron las ideas políticas del se- ñor Romanones cuando fué gobernan- te ? ¿ Oué ideología mantenía y propug- naba él en el Gobierno o en la oposición? ¿ Oué concepto tiene de la estructura del Estado y de bs problemas naciona- les ? ; Qué preocupaciones de ideólogo y de estadista, qué convicciones de hom- bre responsable han informado su ac- tuación como gobernante y como polí- tico? ¿Qué inquietudes doctrinales y qué anhelos normativos, constructivos, llevó a la vida pública?' Nada se sabe, si no son bagatelas y |
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algún que otro rasgo vulgar de pretendi-
da ingenuidad, por su libro, el libro de un intelectual y de un político que ha si- do repetidas veces jefe de Gobierno. De un intelectual que no expresa en cientos de páginas una sola idea orgánica ni una norma ideal en la vida pública, ni insinúa la menor inquietud o conoci- miento de las cuestiones fundamentales del Estado, con la sola preocupación de navegar a buen recaudo y estar al pairo de los sucesos con artilugios, cuquerías y listezas, propias ide toda inteligencia desmedrada y de toda mentalidad ordi- naria y mediocre. Ese es todo el mérito, el acontecimiento de un libro que ha da- do tanto que hablar. Muy pobre y ra- quítica sería la vida intelectual de Es- paña si por ese suceso la juzgáramos. Tan pobre, que aún pudiera preocuparse de lo que en las actuales circunstancias piense y diga el Sr. Romanones para quien, cuando el llamamiento dictato- rial a los viejos políticos hacia la Asam- blea, hay todavía «firmas transcenden- tales» ; para quien aún sobrevive ese necio tópico de la consustancialidad de la Monarquía y la nación, inconcebi- ble depravación, no de la dialéctica de las ideas, sino simplemente de la ética. El conde de Romanones es todavía mo- nárquico, lo cual nada tiene de extraño; porque cada uno es lo que puede ser dentro del amalgamiento de sus limita- ciones prolicuas. No hay duda de que el monarquismo reviste sus más extra- ñas formas y de que la pulcritud y la elegancia espiritual nada tienen que ver con la aleatoria condición pecuniosa. El Sr. Romanones no es más que un mo- nárquico y un aventajado cazador de co- dornices. * * * En cambio, he aquí un gran libro, un
libro excelente. El libro de u«. intelec- |
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IK/WMI:
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w a-
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*jte¿.
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Manifestación de niños, Ihijos lie los sin trabajo, en Boston
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NUEVA I SPAÑA
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13
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E B E
OGIER PRETEGEI
(Conclusión.)
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L D E
L L E
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UN R
por
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público», y un buen número de álbums
conteniendo reproducciones de las obras pecaminosas fueron confiscados. * * *
Se ha dicho que Lawrence padecía,
como Strindberg, la obsesión sexual. De la morbosidad triste, negruzca, amarga, del escritor sueco, a la pugna evidente de Lawrence para sacar a luz las fuer- zas, los impulsos más hondos del hom- bre y su plena, libre animalidad, yo veo una gran distancia. La obsesión exis- te. Discutir aquí sus probables causas y su forma de expresión nos arrastraría más allá de los límites de este artículo. En una de las últimas páginas escri-
tas por Lawrence, un vigoroso prefacio para el tremendo libro de Dahlberg, Bottom Dogs, hallo una síntesis clara y concisa de su pensamiento respecto a la actitud del hombre ante la indomable, impasible , indiferente Naturaleza . Y también a la actitud del hombre de hoy frente a los demás hombres, una vez rotos por la vida moderna los viejos la- zos de solidaridad elemental, de tribu y de clan, que los unieron. La propia re- acción de Lawrence, pareja con la de otros escritores de su tiempo—Aldous Huxley, entre otros—no es ciertamente optimista ni del tipo usado por los predi- cadores^—cívicos o religiosos—. Tiene in- equívoco sabor de ceniza. Pero, ¿gana- mos algo con engañarnos? La gran supe- rioridad de ese individualismo cruelmen- te sincero es su labor de asepsia. Nece- saria. Estamos en días de hondas trasfor- maciones del conglomerado social; con- viene tener la franqueza de mirarnos por dentro. Hallaremos esa realidad" se- xual que domina la obra de Lawrence; y otras muchas cosas que deben ser te- nidas en cuenta para todo intento de re- construcción colectiva. Esas cosas son las que también ha hurgado D. H, Law- rence en sus novelas y sacado a la su- perficie. * * *
Cómo ese cuerpo, minado por la tu-
berculosis, por tempranas y repetidas privaciones, ha podido resistir tantos años 3e lucha y de intensa producción artística^ sólo la extraordinaria vitalidad de su «flama interior» puede explicarlo. Alto, desgarbado, hundido el pecho, de pelo enmarañado y barba rojiza, Law- rence era una figura excepcional hasta en el aspecto físico. | Qué lejos de la suave belleza de Shelley! Su genio crea- dor era asimismo febril y errático. Des- pués de viajar durante seis meses sin trazar una línea, era capaz de sentarse a escribir y terminar una novela en seis semanas. Deja publicados 21 libros y tres en
manos de los editores. Sus tres mejores obras—según su propia opinión, com- partida por muchos críticos—son Sons and Lovers, Women in Love y Lady Chatterly' s Lover. Señalan el punto culminante en cada una de las tres eta- pas de su producción. Se advertirá que en el título de las tres vuelve, como un «leit-motiv» el vocablo love. No es mera casualidad; es más bien el símbolo que sintetiza _su impulso dominante. |
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a un espía venal. Terminada la guerra,
David Lawrence marchóse de Inglaterra con su mujer, en voluntario destierro. Quien ha vivido esa tragedia horrenda
y sentido la rebelión íntima contra la he- catombe de 1914-1918, quien pertenece a esa generación «destrozada por la gue- rra, aunque se salvara de las granadas», y lleva ese drama impreso en todas sus fibras, tiene que sentir también por Lawrence una estimación íntima y es- pecial. Como por un genial camarada. Una fraternidad que brota de comunes heridas incurables. Cuando tantos escri- tores—hasta fuera de los países azotados por el cataclismo—perdían el sentido de dirección, quedaban sordos a su impe- rativo humano, para sumirse gregaria- mente en la corriente vesánica, Law- rence alzó la frente y alzó la voz. Que conste; porque fueron pocos. * * * Mientras tanto, en 1915 salía su no- vela Arco Iris. La crítica fué unánime: se confirmaba la potencia de un escritor de primera línea. Luis Untermayer, el poeta norteamericano, dijo de Rainbow que era «la novela más poética y pene- trante que se había publicado en diez años». La Policía inglesa, empero, reco- gió y destruyó la edición. El golpe, aña- dido a las luchas a que antes aludimos, fué duro para Lawrence. Durante cua- tro años no volvió a escribir una línea. Salido — según dijimos — de Inglate-
rra con su esposa, Lawrence viajó unos meses y se instaló con ella en un rancho de Nueva Méjico, cerca de Santa Fe, «en una casa de adobes, medio desmoro- nada». Allí escribió Mañanas de México y La serpiente con plumas. A estos siguieron en unos pocos años
diez o doce libros, entre novelas—la ma- yor parte—y poesías. Cada nueva obra era un éxito más, que producía sensa- ción en los círculos literarios e indig- nación en los círculos oficiales. El en- tonces ministro conservador de la Go- bernación en la Gran Bretaña, sir Wi- lliam Joynson Hicks—el famoso, pin- toresco, vehemente y reaccionario Jix, hoy lord Brentford—, era uno de los más ardientes enemigos del escritor. Lo ma- nifestó arrogándose atribuciones de cen- sor contra sus obras. Viviendo Lawren- ce en Florencia—ciudad en que residió dos años, y donde su mujer cayó gra- vemente enferma — publicó (1928) una de sus más celebradas novelas: El amante de lady Chatterly. Si el amante de la aristocrática dama hubiera sido, según es costumbre en las obras 'de fic- ción y fuera de ellas, un caballero de su rango, ¿quién sabe? Pero resultaba ser, en ese «relato desvergonzado», su guar- dabosque. No había derecho, francamen- te. El libro fué prohibido en Inglate- rra, y Lawrence hubo de imprimir una edición particular es Francia. David Lawrence dibujaba y pintaba,
además, y el año pasado quiso exponer una colección de sus originales creacio- nes en las Galerías Warren, de Londres, La pudibundez policíaca sintióse nueva- mente enfurecida; trece lienzos hubie- ron de ser arrancados de las paredes, como «impropios para la exhibición en |
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ii
En la Universidad de Nottingham co-
noció Lawrence a Frieda von Eichtho- fen, hija de un ex gobernador de Alsa- eia-Lorena y hermana del tenienfe que tanta fama—de macabra índole — había de conquistar durante la guerra como as supremo de la aviación alemana. En 1914, pocos meses antes de estallar la contienda, se casaron el hijo del minero y la joven baronesa. He dicho ya que la rebeldía de David
Lawrence no era una mera actitud lite- raria, y que su protesta vigorosa tras- cendía de los límites puestos a su expre- sión artística. Había conocido de cerca la miseria de los esclavos de la mina, y no podían dejarle indiferente los episo- dios de la lucha social. Sabía los apeti- tos turbios que se parapetan tras las ex- citaciones patrioteras, y su reacción fren- te al crimen enorme de 1914 fué la de un hombre entero. De un hombre que ama la vida, que la contempla fluir en torno para apresarla en el sutil tejido de la novela o del poema, que también la siente latir generosa—aunque herida— en su pecho, y no puede reprimir el gri- to de horror y de indignación contra la matanza bestial, estúpida, pero glorifi- cada, disfrazada de oropeles y lemas grandilocuentes. Lawrence, enfermo, había ido en bus-
ca del clima suave de Cornwall para re- ponerse. Su pobreza, una vez más, no ■ le permitía llevar la vida de reposo que exigían a la vez su salud y su obra li- teraria. Para poder escribir, trabajó en el campo como un simple obrero agrí- cola... Mas había estallado la guerra, y Lawrence no se recataba en expresar los sentimientos que le merecían los res- ponsables del monstruoso conflicto. An- timilitarista declarado él, alemana ella, ¿a qué decir más? Los echaron de Cornwall. La negra miseria una vez más. Tu-
berculoso, no tuvo necesidad de consig- nar su «objeción de conciencia» para eludir el servicio de las armas. Pero la Policía militar le persiguió sañudamen- te. ¡Se sospechaba que fuera un espía! Compendio de la humana estulticia fué esa obsesión, esa pesadilla de cuatro años, durante los cuales en cada espí- ritu capaz de mantener un poco de sere- nidad e independencia de juicio se vio |
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actitud alerta y de esa labor intensa del
ilustre demócrata. Es un libro combati- vo, de ideas, de orientaciones, de ense- ñanzas,, de ataque a un régimen políti- co cesarista que hace de la fuerza y la violencia su ley. El fascismo tiene en estas páginas una fiscalización proba, descarnada, inapelable. Y la Italia de Marzini, de Cavour y de Carducci, de Croce, de Ferrero y de Sabriola, tiene un bello homenaje' y un alma profunda- mente devota, traspasada de amor a la libertad de los pueblos. Libro noblemen- te apasionado y luminoso, que nos re- sarce de la frivola superficialidad y de la indigencia mental y tradicional de nuestros impenitentes políticos dinásti- cos. |
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NUEVA ISPAflA
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LA RE UNION DI
INTELECTUALES CATÜ
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No queremos actuar de aguafiestas, y
deseamos que cuantos lean nuestros co- mentarios acerca de los actos de Bar- celona le den el mismo sentido de cla- ridad con que lo escribimos. En primer término, necesitamos expresar nuestra adhesión sin reservas a Cataluña, cuya personalidad inconfundible dentro del Estado español representa una . de las fuerzas más positivas de la vida nacio- nal. La desastrosa política española, an- tes de la dictadura y en la dictadura, no logró darse cuenta de las razones que asistían al pueblo catalán para plantear su problema con decisión. Con la decisión de quien siente imperio- sos estímulos vitales, en pugna con una política centralista y caciquil, absor- bente y fanática (fanática de todos los tópicos tradicionales). Consecuencia de esto fué la creación en
el ambiente español de una supuesta an- tinomia entre Cataluña y el resto de Es- paña. La dictadura, que resucitó todo lo castizo, que galvanizó el.concepto caver- nario del patriotismo, pensó que gobernar a Cataluña era suprimir todas las expre- siones de su carácter y de su historia, ahogar su idioma, que es uno de los más ilustres de la Península, e imponer a la vida catalana las normas de la ser- vidumbre civil, como se las impuso, de un modo u otro, a España entera. En realidad, la dictadura no inventaba es- tos métodos; los extremaba nada más. Porque ellos estaban en el programa simplista de muchos derechistas del an- tiguo régimen, que para el problema ca- talán y para otros problemas, preco- nizaban la expeditiva política del palo. En realidad, si no se ha resuelto el pro- blema catalán es porque las derechas, que gobernaron siempre, no han sabido resolverlo. En estas circunstancias, cuando ide
todos los ámbitos de España se recla- ma una renovación política y se juzga la caída de la dictadura como el princi- pio de sistemas diferentes para regir la vida pública, se celebra la excursión de los intelectuales «castellanos» a Barce- lona. El pretexto es el reconocimiento de la libertad del idioma catalán sofoca- do por la dictadura. Ésto está muy bden,( en principio.
Pero ya no está tan bien en las con- clusiones. Para nosotros, la mayoría de tos intelectuales que #.llí concurrieron poseen los mayores merecimientos y los más altos respetos. Claro que no deja- remos de señalar la dificultad que su- pone hacer una selección de intelectua- les. Es imposible, en cuestiones del in- telecto, establecer una escala de jerar- quías y representaciones. En este caso, a la gallarda voz de «Azorín», que hizo rectificar la exclusión de algunos escri- tores jóvenes, podrían juntarse otras igualmente razonables. De todas mar ñeras, no es ahí donde estriba el error que ha presidido, a nuestro juicio, 1q§ |
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actos de Barcelona. Es en su fin mismo
y en la heterogeneidad de los reunidos. En este momento de España, los in-
telectuales «políticos»—lo eran la mayo- ría de los que concurrieron—no podían reducir su adhesión a Cataluña, a una adhesión sentimental a la lengua ca- talana, bien vista por el Gobierno Be- renguer y las autoridades. Porque la dic- tadura, al perseguir aquel idioma, lo per- seguía como elemento de expansión po- lítica y, por lo tanto, no hacía más que cumplir una parte de su programa, es- pecíficamente derechista. No se trata, pues, de una pura cuestión lingüístico- literaria, que en último término podía manifestarse en una sesión o velada aca- démica, donde se hiciesen sutiles consi- deraciones idiomáticas. Se trata del problema catalán, del problema político catalán, sobre el cual no pueden pen- sar igual, precisamente por intelectua- les, el monárquico constitucional señor Ossorio y Gallardo, el republicano radi- cal Sr. Albornoz, el republicano fede- ral D. Luis de Tapia, el extremista se- ñor Balbontín o los ex colaboradores de la dictadura Sres. Sangróniz o Borras. Es notorio, pues, que los intelectua-
les «castellanos» en la presente cuares- ma política han promiscuado ideológi- camente durante dos o tres días. Lo cual no es un gran delito, claro está. Porque después del breve contacto con la Lliga, los ¡republicanos seguirán tan republi- canos como antes, y los monárquicos no habrán ganado nada después de almor- zar con el Sr. Bovira Virgili. Eso nos fuerza a señalar la inutilidad esencial de los actos de Barcelona con relación al problema catalán. Y esto es tanto más lamentable cuan-
to que no son los presentes momentos los más apropiados para la fraternidad política'. Los intelectuales «castellanos» le han ido a dar por un momento la ra- zón a Cambó, el taumaturgo de los con- servadores, cuando no hace mucho ha- blaba de la necesidad de que se borra- • sen las divisiones de izquierdas y dere- chas. Nosotros creemos que el problema catalán es un problema de izquierdas y derechas precisamente. Porque las iz- quierdas, reconociendo la personalidad ■ de Cataluña en un Estado auténtica- mente democrático y federativo, son las únicas que pueden resolverlo frente a las aspiraciones de la Lliga y de los monár- quicos unitarios.. Las palabras de Ortega y Gasset en el
-banquete fueron bien explícitas: «Todo acto intelectual es un acto político. Por eso hemos de lamentar que la política haya salido de allí tan malparada, ahora que el deber de todos los hombres re- presentativos es hacer política de acción ■y de ataque, sin debilitarse en la transi- gencia y el confusionismo. -Tampoco olvidamos que en Cataluña
existen dos fuerzas en pugna, de cuya realidad no se puede prescindir en nui= |
mentó alguno: la fuerza plutocrática y
la obrerista. Con los plutócratas que han colaborado con la dictadura, aunque ha- blen catalán, no pueden estar las nue- vas izquierdas españolas. En cambio, sí deben estarlo con la perseguida masa ca- talana, por mal que le parezca a la plu- tocracia regionalista. No hemos de terminar sin. señalar el
peligro que representa toda centraliza- ción, aun en materia intelectual. Cas- tilla no representa a toda España. Y los ■ intelectuales que escriben en castellano no son sólo los de Madrid. A continua-— ción publicamos dos cartas, una de Va-™ lencia y otra de Galicia, que vienen a darnos la razón. |
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«Sr. D. Juan Chabás.
Mi querido amigo:
Se reúnen ustedes hoy, en Barcelona,
castellanos y catalanes, teniendo por pretexto las gracias que los catalanes de- ben a los castellanos por una protesta en tiempo de la dictadura. La mayoría de los concurrentes son amigos míos. Me alegra, naturalmente, esta convivencia momentánea. Lo que no puedo aceptar, de ninguna manera, es el motivo pueril de esta exhibición. Esta protesta, hoy tan ensalzada, es, supongo, reacción na- turalísima de cualquier persona civili- zada, y, como decía, motivo insuficiente para esta manifestación híbrida. Dejando, naturalmente, aparte la
esencia del problema de Cataluña, que no debe resolverse en un estado de co- sas como el actual, sino únicamente en |
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EDIFICACIONES NUEVAS
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(Modelo de una estación de "skis" que
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NUEVA ESPAÑA
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1»
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E BARCELONA
i LA NES Y/eA S T ELL ANOS
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Emilio Moateiro, José Otero Espasan-
din, Luis Pozas, Celestino Pozas, Eduar- do Rodríguez, Ramón Rodríguez Somo- |
za, Juan Rof Garbullo, Domingo G. Sa-
bella-, Amando Sudrez Gouto, Salvador Velayos, Clemente Zapata.» |
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una Eepública federal, federalismo que
por amplio que sea, nunca me asustará. Inútil repetirle mi personal devoción
por la mayoría de los reunidos, Invita- dos y anfitriones. Siempre suyo,
MAX AUB 1
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EL PRÓXIMO ORIENTE
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LA CRISIS ECOMOMIGA DE TURQUÍA
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Directores de NUEVA ES-
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«Sres.
PAÑA. |
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por ANDRE ALESSANDRI
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Muy señores nuestros:
Una vez leídos los diarios madrileños,
en los que se comenta la confraternidad eastellanocatalana, y visto que en di- cho acto D. Eugenio Montes habló en nombre de una juventud galaica, nos interesa hacer constar lo siguiente: Que los abajo firmantes—gentes que.
representamos un máximo sector de la intelectualidad gallega—no hemos cedido ninguna representación a dicho señor. Porque nuestra actuación, nuestra
ideología, están, alargadamente distan- ciadas de las del Sr. Montes. Porque en una fiesta de cordialidad re-
ducida a las. citadas, regiones, entende- mos como una intromisión representacio- nes no solicitadas, aunque, cortésmente consentida». Eeconocida la independencia de NUE-
VA ESPAÑA, les rogamos, señores di- rectores, den publicidad a estas líneas. Jesús Bal, Ben-cTió-shey, Roberto
Blanco Torres', Luis Bouza Brey, José María Díaz, Rafael Dieste¡, Enrique Fer- nández Sendön, Manuel Fernández Sen- don, Adolfo Gallego, Leoncio Jaso, Car- los Maside, Cándido Fernández Mazas, EN LA RUSIA SOVIÉTICA
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especulativas que es necesario esclare-
cer y castigar. En Turquía, a decir ver- dad, no hay inflación. En la Asamblea Nacional ha dicho el jefe del Gobierno que se ha podido comprobar técnicamen- te que no existen factores nacionales pro- fundos para las irregularidades financie- ras que sufre el país, a pesar de lo cual la moneda continúa bajando. Por su parte, el ministro de Finanzas
ha sido más explícito. Afirma que si la crisis sigue en auge después de haber desaparecido los motivos profundos que hubo en otro tiempo, se debe pensar que obedece a la influencia de fuerzas que quieren atacar a la nación turca en el do- minio económico, ya que no pueden ac- tuar contra la independencia que ha sa- bido conquistar en el orden político y ju- dicial. Existen, pues, fuerzas y otros fac- tores contra los cuales la lucha es Impo- sible, defendiéndose con simples- medidas de policía económica. «Es necesario—ha terminado el ministro—aplicar medidas administrativas dentro del país y otras equilibradoras de la presión internacio- nal.» En los medios políticos turcos se hace
observar que la crisis es el resultado, en- tre otras causas, a la acción de determi- nadas maniobras extranjeras. El negocio extranjero, que domina el mercado, pro- cura dificultar y hacer fracasar cuantas precauciones restrictivas tome el Gobier- no turco. Añaden que, después del Tra- tado de Lausanne, Turquía ha sido pues- ta en el índice del mercado financiero mundial y que desde la promulgación de aquel texto, que los aliados firmaron con repugnancia, Turquía no encuentra el menor crédito en el Extranjero. En suma, la gran nación del Próximo
Oriente europeo se ve obligada a vivir en estos tiempos difíciles y a luchar contra los enemigos del exterior,- con sus propios medios. La producción y la industria na- cionaflntentan heroicamente desarrollar- se, realizando notables progresos. Se pro- yecta la organización de un nuevo régi- men aduanero y la restauración del Ban- co del Estado, la revisión económica de todos los servicios y otras medidas enca- minadas a salvar las existencias econó- micas de Turquía, y con ella los intereses de una gran parte del Oriente europeo, cuyo proletariado despierta a una vida que necesita alentarse. Estambul, marzo.
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Desde hace algunos meses se desarro-
lla en grado agudo una crisis económica y financiera en Turquía, con grave reper- cusión en toda la economía del Próximo Oriente. La anormalidad de la situación ha hecho intervenir al Gobierno por to- dos los medios Las causas de la crisis, que hoy se ma-
nifiesta con gran intensidad, son antiguas y bastante complicadas. Esta crisis afec- ta particularmente a Estambul, en tan- to que es centro de la vida económica y financiera del país. Turquía ha sido uno de los países más
afectados por la guerra mundial. Ha su- frido una desmembración muy semejan- te a la experimentada por el antiguo im- perio austro-húngaro. El principal suce- sor del Imperio otomano es la Turquía de hoy, que, al revés de lo que le ocurre a Austria, conserva un territorio grande y rico, para mantener el cual la nación sufrió una lucha, victoriosa, pero agota- dora. Los sucesos de la Anatolia origina- ron, entre otras cosas, un éxodo de la población, que abandonó la agricultura, una de las principales riquezas. Eoto el equilibrio entre la exportacióny la im- portación, y producida la crisis, el Go- bierno procederá a la aplicación de un vasto plan de reconstitución, a base de obras públicas, aumento de líneas fé- rreas, fabricaciones, etc., cosas de evi- dente utilidad, mas bien pronto inte- rrumpidas por la situación especial del país. La desproporción entre la exportación
v la importación, la adquisición de divi- sas extranjeras por el GobTerno para atender a la provisión de material ferro- viario y las especulaciones particulares, han contribuido a hacer bajar la libra turca de una manera alarmante. A la par, la libra turca (100 piastras)
valía la libra inglesa. En 1918, la libra esterlina valía 260 piastras. En 1920 va- lía 370. En 1928, 850. Hacia el' fin de 1929, por bruscos saltos, avanzó has- ta valer 1.140. Hoy, a consecuencia de las rigurosas medidas tomadas por el Gobierno turco, la libra esterlina y la libra turca se estabilizan a, 1.040 pias- tras. El Gobierno turco trata de obtener amplios poderes de la Asamblea Nacio- nal de Angora para luchar contra la de- preciación de la moneda. El Gobierno estima que no hay ninguna razón pr>ra que ocurran estos hechos y que, por 1:> tanto, la causa de ellos son maniobras |
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e se construirá próximamente en Moscú
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NUIVA ESPAÑA
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CARTA DE PARIS
Los libros de la guerra en Francia
por MARC BERNARD (Crítico literario de "Monde")
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la atmósfera pública de las ponzoñas que
a uno y otro lado del Ehin había vertido una campaña de mentiras y calumnias. La aproximación francoalemana, que obedecía a duras necesidades económi- cas, seguida durante diez años bajo for- mas abiertas o disfrazadas, ha prepara- do a los espíritus a acoger con viva cu- riosidad, si no con simpatía, estos inter- cambios intelectuales. Lo que hubiera sido una quimera en 1919 aparecía como una cosa posible, ineludible, en 1929. En suma, la iniciativa de este movi- miento intercultural se remonta a Strese- mann y Briand y, por encima de sus ca- bezas, a los hombres que les ohligaron a actuar en un sentido determinado por finalidades puramente prácticas. Nues- tros críticos literarios, deseosos de justi- ficar, de explicar por motivos psicológi- cos fenómenos que tienen sus bases pro- fundas en la realidad más brutal, se pu- sieron a hablar de la vuelta al pasado como algo indispensable para ver claro en uno mismo, para agotar el recuerdo, etcétera, etc., y lo más curioso es que dentro de esta teoría hay una parte de verdad. Los escritores que trataron de la gue-
rra se esforzaron, desde luego, en sacar conclusiones. Acabaron por comprender, si no todos, al menos los más vitales y representativos, que no podían estan- carse eternamente en el pequeño juego literario de contar combates con o sin Bayonetas y ataques con granadas de mano. Lo que Barbusse había hecho en 1917, en los últimos capítulos de El fuego y en esa época, produjo escán- dalo, esto es, salir de lo puramente do- cumental para elevarse hasta puntos de vista generales que entrañasen una adhe- sión o una reprobación; he aquí lo que intentaron otros después. Drien la Bo- chelle ha sido uno de los primeros en aventurarse por este camino. Casi inme- diatamente después, Interrogation, su bella colección de poemas de la guerra, buscó evadirse de la pura descripción literaria para alcanzar las alturas desde donde podían establecerse argumentacio- nes generales. Más tarde, otros han imi- tado a estos precursores. Joseph Jolinon, por otra parte, en su
último libro, presenta un problema que no deja de ser interesante. Se pregunta si existe un espíritu «antiguo combatien- te». Se pregunta: «El recuerdo de los cuatro años pasados en las trincheras, cuarenta y ocho meses de duros sufri- mientos, ¿son bastante motivo,para se- llar entre los hombres que han vivido estas terribles pruebas alianzas indestruc- tibles, para unirlos en un solo bloque, para empujarlos a actuar juntos, para darles puntos de vista particulares sobre la vida en general e inspirarles la medi- cina adecuada a los males que sufre nuestra época?» El curso de los hechos había ya res-
pondido a estas preguntas. Bastaba pasar revista a las diversas asociaciones que agrupan a los antiguos combatientes de Francia y de fuera de Francia, propo- niéndoles a cada uno diversos Cuestio- narios recayentes al mismo fin, para darse cuenta bien pronto de que aquella |
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profundas que recrudecen este apasiona-
miento. ¿Cómo es que después de diez años de calma, después de Le Feu y Les Croix de Bois, para no citar más que los libros que obtuvieron grandes ti- radas, ha renacido de tal manera la afi- ción á esta clase de libros? Antes, la opinión pública, en Francia, parecía aburrirse con estas «especies de histo- rias», a las que encontraban fastidiosas también las nuevas generaciones y que hacían levantar los brazos al cielo a los editores cuando alguien les ofrecía un manuscrito sobre la guerra. Entre las diversas razones que pueden
aducirse, y en las cuales hay que reco- nocer estrechamente unidos el azar y la realidad, es preciso destacar el prodigio- so éxito del libro de Eemarque. El libro de von Unrueh, decepcionó;
había en esta obra una parte de lirismo que alejaba la realidad. Lo fantástico de Latzko asombró y despistó a los lectores franceses. Sin novedad en el frente, es- crito en un estilo realista, simplemente construido, fácil de leer, reunía cualida- des y defectos propios para conmover al gran público. La curiosidad que existía latente en Francia sobre los testimonios alemanes de la guerra estaban insatis- fechos y alejados de su cauce por una desconfianza que diez años de política de aproximación aconsejada por intere- ses superiores desvanecía lentamente, encontró, al fin, en esta obra, el alimento que necesitaba. El gran público, intriga- do con habilidad por una intensa propa- ganda, se lanzó sobre Sin novedad en el frente con una voracidad reprimida du- rante diez años. En las fábricas, en los salones, en las oficinas, el libro de Be- marque penetraba, se arraigaba, levanta- ba apasionadas discusiones. El camino estaba abierto. Classe 22
podía venir, su público lo esperaba. Los editores franceses, deslumhrados por el éxito de la obra de Remarque, se pusieron a buscar manuscritos que tratasen de la guerra con la misma actividad que antes habían puesto para rechazarlos. La mul- titud de escritores ex combatientes—y Dios sabe cuan numerosos son en Fran- cia—se lanzaron a escribir libros de asun- tos guerreros, estimulados por los críti- cos, entusiasmados de encontrar motivos de actualidad para dar consistencia a sus triviales artículos. Declarada la ofen- siva, quedaron invadidos los diarios y amortajadas las revistas bajo ia prosa de cuantos escritores pretendían estar en posesión de alguna luz nueva sobre la materia. Se combatía en todo el frente literario. El libro de Norton Cru llegó a colmar el tumulto. Todos los escritores atacados por él se agitaron como demo- nios. Los críticos, entre mil tonterías, emitieron algunas veces ideas que no carecían de sentido común. Y argumen- taban que era necesaria una ojeada al pasado para poder hablar de estas cosas. Pero las causas profundas de la nece- sidad de esa ojeada al pasado son tan realistas y hondas que los críticos, víc- timas por lo general de una terrible mio- pía, son incapaces de ver claramente. Sin embargo, es evidente a los ojos de los menos informados de cuestiones eco- |
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Una nueva ola, no diré de entusias-
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mo, pero sí de interés, se dirige actual-
mente en Francia sobre los libros de la guerra. Yo creo que nunca, incluso en la épo-
ca heroica, en que un Jurado designaba a la atención general Le Feu, de Henri Barbusse, las discusiones sobre las obras originadas por la guerra han nutrido tan- to como ahora la actualidad literaria. Al l'Ouest rien de Nouveau y Classe 22, son el origen de este movimiento. Mien- tras los relatos de Fritz von Unrueh, con Verdún, y de Andrés Latzko, con Les hommes en guerre, caían en la in- diferencia completa, he aquí que dos libros alemanes levantan en Francia un interés apasionado, una curiosidad ge- neral y un desencadenamiento de polé- micas, discusiones y jcontroversias que no parecen acabarse nunca. La réplica de Mr. Norton Cru, pun-
tualizadora del valor documental de es- tos testimonios sobre el conflicto de los años 14-18, ha echado leña al fuego. Barbusse, Dorgelés, Jolinon, León Werth, atacados por el profesor ameri- cano, entre varias docenas de otros es- critores, han respondido en diversos pe- riódicos. Por otra parte, Maurice Constantin-
Weyer, laureado con el Premio Gon- court 1928, acaba de darnos el diario de campaña de un oficial francés, P. C. de Compagnie ; Joseph Jolinon acaba de es- cribir Les Revenants dans la Boutique, continuación de su Valet de Gloire, que era una viva sátira de la situación mise- rable en que se encontraban muchos an- tiguos combatientes, después de la gue- rra. Estos dos libros significan los dos polos diametralmente opuestos desde to- dos los puntos de vista. Constantin- Weyer exalta la disciplina, el espíritu de sacrificio, el valor individual, sin consa- grar una sola línea a manifestar ku jui- cio sobre la guerra, sin proponer el me- nor remedio, aceptando la idea de próxi- mos conflictos como un fenómeno natu- ral, inevitable, contra el cual sería in- útil luchar. Joseph Jolinon ha vuelto de la guerra
completamente exasperado por tantos su- frimientos inútiles; no desconfía de sus antiguos camaradas de trinchera. Les Revenants dans la Boutique es la evoca- ción de una próxima guerra. Jolinon se pregunta cuál sería la actitud de los an- tiguos combatientes si la catástrofe aba- tiese de nuevo sobre los hombres. Las conclusiones son bastante pesimistas. Lo mejor y lo peor se mezclan en el libro entre una gran confusión de ideas, algu- nas de profundo desarrollo, que hacen marchar al autor de una manera incier- ta, en zig-zag. Apenas propone Jolinon el menor remedio al mostrar, sin embar- go, el lado negativo. No apovándose más que en lo sentimental, su libro da una impresión caótica y, por decirlo así, de fracaso. Cualquiera que sea la ferocidad oue lo inspira, por elevados que sean los fines que se propone, todo parece final- mente reducirse a una narración litera- ria. Pero una cosa indica esta novela, que
manifiesta, en la mera oleada de interés |
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por la literatura belicista, las razones nómicas, que era indispensable despejar cohesión no existía. Lo contrarío hubie
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17
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NUEVA ESPAÑA
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ritu atormentado. A pesar de su fana-
tismo, tenía conciencia el «protector» de que no hay tiranía admisible y de que el pueblo, en cuanto se cerciora de que las armas y el Poder están en manos de un hombre injusto, empieza a sentir la angustia de prontas y terribles amena- zas, por lo que, en público o en secreto, lucha por derribar la tiranía. Cuando hablaba realizaba esfuerzos
supremos, a veces humillantes, para que le fuera perdonado el sitio que ocupaba y la autoridad que en sí había concentra- do. Se adivina en sus palabras la amar- gura de quien se ha creído un super-dios ante un pueblo ya muerto y de pronto advierte su pequenez, proclamada por el anhelo de ese mismo pueblo de ser libre y de quitarse obstáculos. Cromwell pasó por la tragedia por que han pasado todos los dominadores, y que estriba en la ceguera que en el tirano pone la pose- sien de la fuerza. Como es esa su única ra2.ón, la esgrimirá siempre contra todo movimiento, aunque él nazca en la mis- ma entraña de la justicia. Hubo en la Historia tiranos que, co-
menzando su tiranía cuando ella era apa- rentemente un bien, nublaron su clarivi- dencia cuando más precisaban para huir de las tinieblas que a su alrededor crea- ron. Y es que quien cae en la tiranía, máximo vicio de la fuerza, envilece su conciencia y ya no sabe salir de ella. La vida de Cromwell estuvo en con-
sonancia con sus palabras de tirano, y, durante muchos años, extremó sus cui- dados ante temores de atentados públi- cos. Así, bajo el vestido llevaba siempre una cota de mallas; iba provisto de ar- mas ; con frecuencia mudaba de lecho para burlar las traiciones que en su ser- vidumbre adivinaba ; los odios, en suma, que con sus procedimientos de gobierno había despertado, le pesaban tanto y tan dilatados los presentía en la nación, que cualquier actitud de protesta se le an- tojaba imponente rebelión de sus solda- dos en quien no veía sino enemigos. |
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Tiranía locua
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Los diez diseursos de Cromwell
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|||||||||||||||||||||||||||
por Emilio Palomo
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ran los dimanantes de su loco fanatismo.
La misma muerte del rey Carlos, por
su sentencia, deja en aquella revolución la huella de un furor fanático que, aun a través de los siglos, impresiona y con- mueve. Mientras Carlos I, en su cárcel, y el Parlamento, en la emoción de sus debates, pasan meses y meses en nego- ciaciones, Cromwell y sus oficiales se congregan en Windsor para implorar, en exaltadas oraciones y con lágrimas en los ojos, la gracia que de su Dios espe- raban para que fuera justa su delibera- ción. Y cuando creyeron sentir la señal de esta gracia en la conciencia, el «pro- tector» dijo: «Porque no habrá paz ni sosiego algu-
no en la nación, ni seguridad para los «santos», mientras pueda ser el prínci- pe, siquiera sea encerrado en es'trecha cárcel, instrumento, móvil o pretexto de negociaciones, secreta esperanza de am- biciosos y objeto de lástima o simpatía de los pueblos.» * • •
Se advierte en los diez discursos de
Cromwell las sinuosidades de un espí- |
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Toda tiranía, grandiosa o deleznable,
que padecen los pueblos, es apellidada por los tiranos salvadora. Ningún déspo- ta ha olvidado al iniciar su monólogo —las tiranías no pueden vivir con el diálogo—decir a su pueblo: «Vengo a salvarte». Y cuando, a través de los años, el monólogo, perdido en el vacío, ha dejado de sentirse, se ha percibido el ruido estrepitoso que producía el hun- dimiento total de lo que la tiranía pre- tendió salvar. En ese aspecto, toda tira- nía es fecunda; ella exalta la concien- cia allí donde existe y la crea en donde aún no tiene existencia. En cierto modo, son los regímenes bárbaros y opresores la raíz en la que se nutren esos impul- sos heroicos que de tiempo en tiempo transforman la vida de los pueblos. Los hombres de este tiempos hemos
visto renacer en Europa el fenómeno de las tiranías y vamos viendo también có- mo declina y se hunde la fuerza que las ha alimentado. ¿Y qué queda de ellas? ¿ Queda algo más que un gesto estéril de cesarismos tardíos? ¿Legan algo que no sean vanas palabras, sombras de sue- ños, voces perturbadoras de locos? Es imposible armonizar en el mundo de hoy la voz de un tirano y el silencio de mi- llones de conciencias. No fué posible tampoco en el mundo de ayer. Un ejem- plo luminoso es Cromwell, que, aun de- rribando una tiranía, no hizo ejemplar su obra por caer en otra tiranía idén- tica. No quería Carlos I que Inglaterra tuviera Cortes; pero Cromwell, que las quería, no dejaba que en ellas se alzara más voz que la suya ni más fuerza que la que él detentaba. * * * En los diez discursos que el «protec-
tor» de Inglaterra dirigió a los diversos Parlamentos del interregno puede estu- diarse, mejor que en parte alguna, la psicología de aquel tirano, que viene siendo, a través de la Historia, ejemplo de ferocidad, y que, no obstante, no obe- deció nunca a otros estímulos que no fue- ra sido asombroso. Un soldado desmovi- lizado abandona la existencia artificial que junta a los hombres por regimien- tos, por cuerpos de ejército, para volver a su carreta, a su fábrica, a su oficina, y vuelve a caer bajo el yugo de las leyes eternas que rigen las relaciones huma- nas. La guerra no será bien pronto para él más que una aventura, extraordina- ria, sin duda, mas estrictamente acci- dental. Sólo algunos intereses de pensio- nes, indemnizaciones, etc., pueden ligar- le por más o menos tiempo a aquélla. Pero de esto a poseer una especie de filo- sofía particular, original, hay un abismo que todas las camaraderías del Mundo, sean las que fueren las circunstancias en que nacieron, son incapaces de salvar. Nosotros aguardamos el momento,
muy cercano, en que los escritores anti- guos combatientes, obligados a afrontar la realidad y en vista de la discordia que reina en su campo, lleno de voces dis- cordantes, propondrán diversas solucio- nes contra la guerra, a falta de los duros y únicos remedios eficaces. |
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Se han dicho de estos discursos de
Cromwell estas reveladoras y justas pa- labras : «Duraban sus discursos horas enteras; pero si su sentido es apenas perceptible, hay algo en ellos que hace pensar en Tiberio y en Mahoma, en el soldado, en el tirano, en el patriota, en el sacerdote y en el loco juntamente, pues son el resultado de la inspiración laboriosa de un alma triple, que no ve por dónde va y busca su propio pen- samiento a tientas, encontrándolo, per- diéndolo y volviendo a encontrarlo, y que deja entretanto fluctuar hasta la desesperación a su auditorio entre opues- tos movimientos de piedad, de terror y de fastidio. Y esto es así porque, cuan- do el lenguaje de la tiranía no es con- ciso como la voluntad, es ridículo, y porque cuando la fuerza pretende que los hombres adivinen cuyos son sus pen- Lea usted NUEVA ESPAÑA
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samientos o discurre a presencia de se-
nadores vendidos o de ciudadanos escla- vos, tropieza siempre y se enreda en los sofismas, o remonta el vuelo hasta las nubes o se arrastra en la trivialidad: que la única elocuencia de la tiranía es el silencio, porque no consiente réplica.» |
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EL DETERM1N1SMO ECONÓMICO
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por ISIDORO ACEVEDO
Sobre el campo marxista, y a veces mundo las obras que contienen el ver- e insigne colaborador de Marx. Y la de-
con propósitos de crítica literaria, quie- dadero socialismo: el socialismo cientí- mostración de Engels pudiera comple- ren volar como águilas caudales unos fico. mentarse añadiendo -que el cristianismo pobres gorriones de alas inciertas y sal- Al difundirse las doctrinas marxistas, tuvo igualmente fundamentos políticos
titos cortos. Faltos del conocimiento ne- las concepciones utópicas de Saint-Si- en su génesis y en su desarrollo his- cesario para interpretar fielmente la mon, Owen, Fourier, etc., perdieron su tórico. En su génesis: la lucha contra el doctrina, pero sobrados de audacia y eficacia. Hoy no son más que un re- Poder político constituido,, que más pedantería, llegan a afirmar, envol- cuerdo romántico. El contraste demos- fuerte que Crispo y sus secuaces, re- viendo su inconsciencia en un ropaje tro que aquellos hombres generosos, de solvió al fin, después de aquellas inde- que pretende ser literario, que los mar- espíritu filantrópico y abnegado, no hu- cisiones de que nos hablan los textos bí- xistas estamos dominados por un gro- biesen logrado con sus idealismos implan- bucos, crucificar a Cristo, persiguiendo sera materialismo. Es así como ínter- tar ninguna reforma honda en el cuerpo fieramente a los qu© habían abrazado las pretan esos gorriones la teoría más ge- social, Para resolver el gran problema doctrinas de éste. En su desarrollo: el nial de Marx—la del determinismo eco- hay que romper el molde económico que reconocimiento del cristianismo y su iri- nómico ío concepción materialista de engendra las desigualdades y las injusti- corporación al Estado por el emperador la Historia—y el pensamiento de los cias sociales y crear otro en que los me- Constantino, el cual, sin ser cristiano, que seguimos; al autor de El capital. dios de producción y de cambio sean, no utilizó el cristianismo como instrumento Expongamos primero, esquemática- patrimonio de una minoría privilegiada, político contra sus enemigos,
mente, la doctrina del maestro. Expon- sino patrimonio de todos, de la sociedad El determinismo económico es uaa gamos después, esquemáticamente tam- entera, convertida así en una comunidad teoría materialista que nos permite ver bien, nuestro pensamiento ante esa doc- de productores. con claridad el fondo de la Historia. Es trina. La rotación de la Historia la explica en la realidad económica —■ fuerzas pro-
Es en el prefacio de s.u Crítica, de la Marx en los siguientes términos: al lie- ductivas y-relaciones de propiedad —
Economía Política donde Marx desarro- gar a cierta fase de su desarrollo, las donde hay que situar el pensamiento pa- lla su teoría del determinismo económi- fuerzas productivas se ponen en contra- ra interpretar el pasado, comprender el eo. Como fundamento de ella establece dicción con las relaciones de producción presente y otear el porvenir. Pero, ¿.quie- que el régimen de producción de la vida existentes, convirtiéndose éstas en obs- re decir esto que nosotros, los marxis- material condiciona, «de un modo ge- táculos de aquéllas, y abriéndose, por tas, seamos materialistas en el gro- neral»^no de un modo absoluto, como consecuencia, una era revolucionaria en sero sentido que nos presentan los go- afirman, por desconocimiento, los fal- el proceso evolutivo de la sociedad. Ac- rriones a que aludimos al comienzo de sos interpretadores de la doctrina mar- tuaimente se inicia un período de trans- este artículo? De ningún modo. Es hora xista—, el proceso de la vida social, po- formación social que confirma la concepT ya de enterrar la manoseada frase de que lítica e intelectual. Por tanto, la con- ción marxista. Ciego estará quien no vea para nosotros la cuestión social es. «una ciencia del hombre no forja estos valores, esto. cuestión de estómago». No hay que eon- sino más bien es forjada por ellos. El Un ejemplo reciente de la teoría que fundir la realidad social^ lo que es, con lo
hombre, por esto mismo, se ve envuel- venimos examinando es la guerra eu- que nosotros queremos que sea. Somos to en un conjunto de relaciones materia- ropea, que alumbro una Bevqlución de materialistas en cuanto interpretamos les independientemente de su voluntad, tipo social: la, Revolución rusa. No fué materialmente la realidad social, los Este conjunto de relaciones materia- engendrada por la voluntad de un país acontecimientos humanos, la Historia, les es lo que constituye la estructura determinado, sino por las contradiccio- Pero aspiramos a que el hombre, dentro económica de la sociedad, que determi- nes del régimen burgués, por los egoís- de un régimen colectivista—ya que en na, a su vez, una superestructura poli- mos en choque de los grupos capita- un régimen individualista ello no es posi- tica, jurídica y moral. Es decir,, que a listas que se disputaban la hegemonía ble—; ascienda, con el pensamiento culti- cada forma dada de producción corres- del mundo. vado y refinada por una educación ade- ponde una categoría de valores morales, Otro ejemplo histórico de la teoría del cuada su sensibilidad, al conocimiento de
jurídicos y políticos derivados de ella y determinismo económico: la Eevolución las grandes cuestiones científicas y a señ- en íntima conexión con su naturaleza francesa. Para los idealistas, aquel paso tir conscientemente las bellezas artísti- económica. Así explica Marx el movi- gigantesco en el progreso de la Huma- cas. Vida integral: he aquí nuestra as- miento de la Historia, haciendo depender nidad fué el resultado del movimiento piraeión y lo que queremos para el horn- eada período de ésta de la base econó- espiritualista de los filósofos del ai- bre futuro. Vida integral, esto es, satis- mica en que se asienta. Es el factor eco- glo xvin. Para los materialistas, esto es, facción de todas las necesidades mate- nómico—«de un modo general», repi- para los que ven en el determinismo ríales y espirituales, támoslo—• el que rige los demás facto- económico el motor de las transformacio- Si los repetidos gorriones que quieren res de la sociedad. nes sociales, la Eevolución francesa no pasar por águilas caudales plegasen sus En sus primeros estudios económicos, fué otra cosa, fundamentalmente, que el alas inquietas y se parasen un momento
Carlos Marx fué un idealista. De Hegel choque de las nuevas fuerzas productivas a estudiarnos, acaso descubriesen en el recibió las más fuertes influencias y la con las relaciones de propiedad que exis- campo marxista el tipo humano de más herencia de su formidable dialéctica, fían. La lucha de clases, que aparece en fina espiritualidad. Penetrar con la in- Con Proudhon dio también algunos pa- la Historia desde que la Humanidad sa- teligencia en el mundo de las maravillas sos; con Proudhon, al que más tarde ha- le de su comunismo primitivo, era en científicas. ¿Habrá cosa más grande pa- bia de fustigar con su Miseria de la Filo- aquel período entre la nobleza feudal y ra el hombre ? Oír, conociendo los moti- sofía, réplica implacable, nutrida de pro- la burguesía. Venció esta última, des- vos y las técnicas, una sinfonía de Bee- funda doctrina, a la Filosofía de la mise- pues de un proceso de siglos, porque las thoven o una ópera de Wágner; o con- na, del padre espiritual del anarquismo, fuerzas productivas que había engendra- templar con avisada pupila un cuadro Pero el idealismo de sus primeros tiem- do eran un resorte que fatalmente te- de Velázquez o una escultura de Miguel pos fué desvaneciéndose en su mente a nía que destruir el molde económico feu- Angel; o leer a los más hondos y finos medida que escudriñaba en el fondo de la dal, en cuyo seno se habían formado literatos. ¿Habrá cosa más beUa? Pues Historia para descubrir la naturale- aquéllas, del mismo modo que en el seno esa grandeza científica y esa belleza ar- /.a de sus hechos más trascendentales, de la sociedad burguesa se están forman- tística es lo que nosotros, los marxistas, Especulando en la materia viva, halló en do las que destruirán ésta. los materialistas, queremos poner al al- ella la fuente de los acontecimientos Aportemos todavía otro ejemplo his- canee del hombre, de todos los hombres,
históricos y el motor más poderoso de tórico: el cristianismo. El cristianismo, y para lograrlo perseguimos la transfor- esos acontecimientos, y cuando se con- a pesar de ser una religión, obedeció mación de la sociedad. Así pensaba Marx sideró en posesión de la verdad abando- también a leyes económicas, como de- y así pensamos los que hemos abrazado nó a sus antiguos maestros y lanzó al mostró Federico Engels, el gran amigo su doctrina del determinismo económico. |
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NÜiVA-.M.P^ÑA
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por JOSE DB LA FUENTE
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los seres que amamos, es preferible ser
ciego.» Esta obra, haciéndole tomar contacto
directo con el cinema, hizo de él uno de sus admiradores, y ya no perdió este con- tacto hasta su muerte. Daremos algún detalle de sus poste-
riores relaciones con el nuevo arte, re- laciones, no de autor, sino de especta- dor y de actor. Al llegar Ben-Hur a Europa, se cons-
truyó una sala de cinema provisional en Saint Vicent sur Jard, con el fin de presentar el «film» al «Tigre». Cuando se enteró del éxito del cine-
ma sonoro, quiso presenciar una demos- tración, para lo que tuvo que trasladar- se al lugar más próximo, en que proyec- taban Sombras Blancas, abandonando su fefugio de la Vendée, donde terminó sus días. Después de esta simpatía demostrada
hacia la pantalla, hubiese sido lamenta- ble que el celuloide no nos hubiese guar- dado su figura; pero, con el fin de evi- tarlo, Henri Diamant-Berger compuso su «ensayo de reportaje cinematográfi- co», presentado unos días antes de la muerte de Clemenceau, y que nos repro- duce, no sólo su figura, sino también su voz. Fué la única excepción que se le logró
arrancar en favor del ansia reporteril de los periodistas del otro lado de los Piri- neos. |
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y obtuvo autorización para llevar a la
pantalla Los más fuertes, en cuya pri- mitiva forma de novela había obtenido un buen éxito de venta, y que, al termi- nar la guerra y terciar Clemenceau en los proyectos de paz, volvía a ponerse de actualidad. Se filmó la obra, siendo una de las prin-
cipales intérpretes Benée Adoróe y obte- nido el éxito que le auguraba el nombre del autor; pero nada más, pasó al olvi- do. Los más fuertes había sido publicada en España por aquella colección La No- vela Itustradu, que dirigía Blasco Ibá- ñez y en la, cual este mismo había edi- tado sus primeras obras. Fué traducida por José Francés, y su asunto, franca"- mente pesimista, se puede resumir así: «Amar es atraer la pena. Los más fuer- tes se ven obligados a sobreponerse al amor.» Concedida la autorización para que se
filmase su novela, Clemenceau se des- entendió por completo de ella y de sus resultados. No ocurrió así con El velo de la dicha, que E. Violet filmó en 1923, y al cual el autor prestó todo su interés y apoyo, llegando al extremo de presen- ciar la filmación de algunas escenas y ayudar con sus consejos a la realización. En el año 1901 había estrenado Cle-
menceau la obra teatral El velo de la dicha, que, gracias a la partitura de Charles Fons, en 1911, se transformó en ópera cómica, obteniendo aceptable éxi- to. Al pensar, en 1923, llevarla a la pantalla, se buscó una eficaz colabora- ción para contribuir al magno resultado que se buscaba. Los datos materiales de su realización
son los siguientes : supervisada la pelícu- la por el autor, George Clemenceau; di- rigida por E. E. Violet; adaptación espe- cial para el «film» de Charles Pons, ami- go del autor; el artista de los grandiosos decorados de La Atlántida fué el encar- gado de reproducir los interiores chinos del siglo XVII; Jean Bradin, ahora ga- lán cinematográfico, diseñó los vestidos ; una «troupe» de chinos fué especialmen- te contratada para actuar en esta pelí- cula, etc. Todo ello redundó en un éxito formidable, si juzgamos por la crítica de aquella época. Fué presentada por los Establecimientos Aubert, en junio de 1923. El argumento puede reducirse a unas
líneas: Chang, un ciego que vive feliz, recobra la vista, lo que le permite ente- rarse, de la hipocresía de su mujer, la maldad de sus hijos y la perfidia de sus amigos ; en vista de lo cual, decide arran- carse los ojos y volver a ser ciego, lo que para él representaba la dicha. Su autor lo resumió a esta moraleja: «Para ser dichoso, para no sentir las traiciones de |
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Glemenceau
y el cinema En la época, pasada afortunadamente,
en que el cinema era solamente consi- derado como un entretenimiento, los in- telectuales, los grandes hombres, por ne- garse a estudiarle, ignoraban sus posibi- lidades en todos los terrenos; por eso, cuando encontramos a una gran inteli- |
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Mr. Clemenceau "El Tigre" y el compo-
sitor Pons en la presentación de "Volle du Bonheur" |
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gencia dando su aportación al nuevo ar-
te, hemos de hacerlo resaltar, y, en bus- ca de estos pionniers del cinematógrafo, nos encontrarnos con un hombre viejo, pero de espíritu joven, cuya actuación en este sentido seguramente permanecerá ignorada para una inmensa mayoría; hablamos de George Glemenceau. En los grandes relatos de su vida, que
nos brindaron los periódicos a raíz de su fallecimiento, no hemos encontrado ni un solo detalle que nos orientase en este sentido, a pesar de que su simpatía por el cinema ocupó una gran parte de sus actividades últimas. Lo consideramos lógico. Clemenceau
era, sobre todo, político, y como tal se le estudiaba. Por lo tanto, no queremos hacer reproches ni enmendar faltas, sino resaltar aquí unos cuantos datos curiosos de la vida del «Tigre» en su relación con el cinema. En 1919, la casa americana Fox, cre-
yendo, con razón, que una película cuyo autor fuese Clemenceau tenía un 50 por 100 de la propaganda asegurada, solicitó |
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Escena de la película rasa "El Aco-
razado Potemkin" |
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ESPAÑA SI
SJJÜN LIBRO SENSACIONAL!!!
i
RUSIA AL
DESNUDO
El célebre escritor comunista rumano-francés, PANAIT
ISTRATI, después de vivir dos años en Rusia, ha es- crito este libro terrible sobre el régimen que allí im- pera bajo la dictadura de Stalin 540 páginas, OCHO pesetas
Pedidos contra reembolso: EDITORIAL CÉNIT, S. A.
Apartado 1.229—MADRID
Exclusiva de Librerías: C. L A* P.
Librería Fe, Puerta del Sol, 15 |
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¡NUEVA -ESPAÑA
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22
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llevará a Mío Cid Campeador al mundo
de Douglas Eairbanks. En ese mundo, toda la semilla que cae fructifica en obras, malas o buenas, pero obras al fin. Brotan cintas cinemaLográíicas de las bielas de un motor, con la misma facilidad que entre las llores de un ro- sal. Nos harán, sin duda, un Cid como le ha visto Huidobro, un Cid que encu- brirá, bajo el acero de su loriga, un pe- cho acostumbrado a ceñirse chaqué, y bajo su barba copiosa, un rostro al que la lina hoja de afeitar na dejado lampiño como la palma de la mano. Oiremos ha- blar del Cid \una noche—sólo una noche, porque en ese reducido límite se encie- rra el florecimiento de un «film»—entre nombres de otras figuras llevadas a la pantalla y detalles del último invento apli- cado a ella. Y a cuantos Campeadores he- mos visto desenvolviéndose en las paginas de Conde, Masdeu, Dozy, Corneille y tan- tos otros, contemplaremos cómo se une este Cid de V. G. H., escrito ante la cu- riosidad expectante de Douglas Fair- banks. No hay que alarmarse, señores. El Cid
sigue viviendo en los espíritus creadores y todos ellos tienen perfecto derecho a darnos un Cid, su Cid auténtico. Cada uno le ve como puede verlo, y en todo momento se considerará en libertad de ofrecérnosle y nosotros de iluminarle con nuestra luz peculiar. T. 0.
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»Dios, mirando por el ojo de la cerra-
dura del cielo, sonríe.» * * *
Habréis visto cómo el poeta salta, ágil
y victorioso, por un tema de tan difícil equilibrio. Limita y condiciona todo a su necesario y humano curso, y después al conjunto creado lo cubre con una gasa de espléndidas imágenes. Cualquiera otro hubiera perecido en el terreno pantano-1 so de la vida íntima de dos esposos; pero V. G. H., para no hundirse en la arena movediza que abre sus alas, más lenta- mente que las aguas, pero con más pro- longada desesperanza, se ha elevado en el avión de su interpretación personal bellísima. Y lo mismo .sucede cuando él Cid y Jimena se encuentran, cuando se funden sus caminos en una encrucijada sensible a. todas las sanas y permitiuas voluptuosidades. Nadie como él hubiera vencido el hosco recelo del exigente en materia moral. La escena, en la que los dos esposos
pueden decir las inevitables palabras: «¡Al fin solos!», la maneja V. G. H. con una destreza y a la par con una limpieza de líneas verdaderamente encantadora. No falta profundidad en sus observacio- nes, a pesar de ser tema que roza la superficie carnal y caediza. ■ Su breve re- ferencia es un manantial borboteante de sugerencias. «Esta noche—dice el autor de Mío Cid
Campeador—es la noche de tu carne. Y cómo se parece a aquella otra, a la noche de tu espíritu. Y es que lodos los momen- tos de exaltación, ¿sabes tú?, arrancan al hombre de sí mismo, le lanzan dis- parado por las rutas lácteas del infinito y la medida del arranque es la misma o de diferencia imperceptible a la pobre visión humana. En el terrible combate de la dualidad, alma y carne, no es posible saber cuál arrastra al otro, mientras uno no haya vencido. En qué trampas, en qué engaños de mirajes no caen los arbitros, inútilmente atentos. De las dos águilas que se elevan anudadas a picotazos, a azotes de ala y de garras, ¿cómo saber cuál arrastra a la otra? Sin embargo, hay algo que te dice oscuramente, a ti, Cam- peador, que debes dar tu preferencia al espíritu. Tú sientes que la vida de la car- ne es menos rica en maravillas, menos apta a los encantamientos, a las supre- mas evasiones. Tienes miedo a la mate- ria. Un prejuicio metido en la piel de tus ancestros repercute en ti y tiemblas. ¡Ah, si la carne coge demasiado dominio sobre el almal» El libro de V. G. H. producirá muchos
y diversos comentarios. Los más serán favorables, predispuestos a la compren- sión por una esclarecedora simpatía. Pero no faltarán los criterios estrechos, ceñi- dos exageradamente a una presunta rea- lidad histórica. Por el momento, la obra de V. G. H.
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El Cid, visto por V. G. Hui-
dobro. Poeta moderno. Hay manifestaciones espléndidas de la
viua uei uampeador eu este libro de Vi- cente oarcia riuidobro, Mío Lia Lampea- uor, qad tengo nenie a mis ojos, luao irreal, invención üei poeta; pero laiiiuien, por ser un verdadero poeta, deliciosa, ex- quisitamente superreal, Siempre palpa mejor en la límenla la mano diestra en estrujar racimos de belleza, que la torpe üei nombre vulgar o la, tria y apergami- nada del erudito, Sus ojos, sin mirar en torno, ven mucho dentro de sí. Son es- pejos que guardan la estela de cuantas imágenes navegaron por ellos; caracoles marinos que recogen todo rumor, toda vi- bración vital. Por eso, hundidos en ias aguas del pasado, como buscadores de penas con el puñal de su intuición en- tre los dientes, siempre cabe aguardar- les con brillantes conquistas logradas en el fondo de lo que se fué, entre los tem- blores significativos de su carne sumergi- da en el olvido. Siempre un poeta tiene llaves para abrir todas las puertas, lu- ces para desvelar los más profundos se- cretos. Entre divagaciones y expansiones hu-
morísticas, llenas de una gracia juvenil, moderna, V. G. H. nos va mezclando man- jares de rica substancia, aciertos de ver- dadero y positivo valor. Destacan, entre ellos, aquellos vertidos en el relato del instante en que la carne impone y exige un tributo, al que de tantos y tantos go- zaba. Jimena, la Jimena de V. G. H., es una deliciosa escuñura viviente, entrecru- zada por raudales de emoción. De ella hace el poeta su mayor elogio al decir: «Realmente, jimena estaba hermosa. ¡ Y cómo no había de estar hermosa, si era una mujer hermosa! ¿Habéis visto algo más hermoso que una mujer hermosa?» Ya en el comienzo, libertando a su ima-
ginación de todo límite convencional, le- vanta el vejo de la creación del Cid, y lo que en otro escandalizaría, consigue de- leitar aquí. Con esos peligrosos resbala- dizos colores, forma un cuadro delicioso de arte. «Un ruiseñor silba a su hembra en castellano y la noche se hace envol- vente como una cabellera de mujer.» «Diego Lainez contempla a la que duer-
me a su sombra. Hermosa, regordeta, Te- resa Alvarez es la hija del campo, del hacendado noble, de sangre bien nutri- da. Hermosa, regordeta, frutal. Carne apetitosa, apta a la caricia, pronta al amor.» |
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JOSEPH JOLINON.- Les revenante
dans la boutique. Rieder. París. Jolinon mereció el premio de la Re-
naissance en 192Ö por su ciclo de no- velas que lleva el títuio genérico de Clau- de Lunant. Las tres primeras novelas de este ciclo^ y especialmente la segunda, Le valet de gloire, han colocado el nom- bre de Jolinon al lado de ios de Barbus- se y Dorgelés. Les revenants dans la bou- tiqufi, cuarta novela del cielo, no des- merece un ápice de las anteriores. Jolinon ha sabido describir en sus
obraSj no sólo la guerra, con la rebelión íntima del soldado, que le condujo a ve- ces a sublevaciones como las de'Coeu- vres, sino el período de la postguerra, con la vuelta de los supervivientes a sus hogares, diezmados, deshechos; con la airada revuelta de los unos y la co- modona adaptación de ]|os otros; con el ejército de mutilados, de estropeados para siempre^ como una protesta viva, al lado de los lutos y de los rostros fa- mélicos o prematuramente envejecidos de los huérfanos y de las viudas, contra la monstruosa hecatombe; con la in- mensa confusión, de los sentimientos y de las ideas; Claude Lunant es Jolinon, el ex soldado Jolinon, que se levanta contra los horrores de la guerra y con- tra las odiosas mascaradas ante el sol- dado desconocido, ante los monumen |
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«La tierra toma el ritmo de esos cuer-
pos resollantes y suspira como una mon- taña. El infinito se vacía, el universo va- cila y durante un minuto, el sistema pla- netario se detiene. |
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NUIVA ESPAÑA
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tos a los muertos, y que se levanta, ne-
níenos enérgicamente, contra los hipó- critas discursos pacifistas de los que des- encadenaron la última guerra y prepa- ran la próxima. El estilo de Jolinon es fuerte y so-
brio, sarcástico, a veces brutal en su in- dignación. Apasiona y conquista. Su obra es sólida y duradera. La posteri- dad le reservará un sitio en el noble y valiente linaje de Zola, Barbusse... J. G.
H. PIERON.—Le développement mental
et lintelligence. H. Piéron. Alean. Componen este tomito cuatro confe-
rencias proferidas en 1926, en la Dipu- tación de Barcelona, por el autor. En la primera, dedicada al desenvol-
vimiento mental y sus estadios, sagaz- mente señala H. Piéron las derivacio- nes pedagógicas del tema y cómo el pro- blema del desenvolvimiento mental, en relación con la inteligencia, es un pro- problema de psicología general. En los estadios primerizos del desenvolvimien- to mental no podemos separarnos de la evolución total del organismo, en espe- cial del sistema nervioso. En el recién nacido pueden darse lo mismo la pre- cocidad que el atraso. Y aunque no se puede hablar ya de una edad mental, se puede caracterizar una edad nerviosa. Ciertas manifestaciones se hallan con- dicionadas por determinados centros nerviosos, y no harán su eclosión en tanto aquéllos no estén plena- mente constituidos. El andar por eiem- plo que no depende, como pudiera creerse, del aprendizaje, sino de auto- matismos medulares, de coorTinp"j'v^<? delicadas del sistema nervioso, se ms- n'fiesíü1 de imuroviso. sin ninguna in- tervención, cuando la madure' v sp"'/- ridad de los centros se han alcanzado Así. en otros muchos aspectos, la abs- tención pedagógica debe ser absoluta; intervenir • aquellas facetas hereditarias del desenvolvimiento no puede conducir más que a consecuencias funestas. Es preciso eliminar en el dominio pedagó- gico muchos prejuicios de origen empi- rista. El aprendizaje juega un papel re- ducidísimo en los primeros años de la vida. Pero no se crea por ello que la corre-
lación entre el desarrollo físioo y men- tal es perfecta. Al revés, el autor seña- la fallas considerables en este preten- dido paralelismo. Un precoz físicamente, puede ser, co-
mo muestra la experiencia en varios ca- sos, un atrasado mental. Además, en un mismo ser, ciertos núcleos funciona- les se desenvuelven con autonomía y desacuerdo respecto de otros. La ar- monía del desarrollo depende del papel regulador de las secreciones internas. Por eso el padre, el médico y el maes- tro han de prestar una atención excep- cional a la marcha del desarrollo, por- que la Medicina permite hoy compensar ciertas deficiencias glandulares inyec- tando directamente los productos segre- gados por ellas en la sangre. Trata la segunda conferencia de la
medida del nivel del desenvolvimiento y de los métodos para conseguirlo. Hace una crítica de las escalas de medida, y muestra hasta qué punto y dentro de qué marco se puede conceder validez a |
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los resultados. Cita, entre otros muchos,
el caso de dos niños hermanos, hijos de un especialista en estas materias, uno de los cuales «onsigue apreciar la plu- ralidad de tres objetos y contar hasta cinco desde los treinta y dos meses, mientras que el otro logra los mismos resultados a los seis años y medio. No se crea, sin embargo, que el autor deja de reconocer el valor práctico de estas medidas, y hasta su valor científico. Pe- ro es preciso un estudio minucioso pre- vio de las circunstancias en que se apli- can, de los varios factores que influyen sus resultados para poder, con un pe- queño margen de error, hablar de edad mental o cociente intelectual, por ejem- plo. Tanto interés o más que a la deter-
minación de la edad mental se concede hoy al perfil psicológico. No se trata ya de un todo global—en la inteligencia se incluían muchos aspectos—, sino de un análisis de la totalidad psicológica, 3e una diferenciación de las diversas fun- ciones y aspectos del alma. Piéron es- tudia a grandes rasgos la marcha de es- tos procedimientos, debidos, principal- mente, a un ruso, Bossolimo, y a un belga, Vermeylen. Este libro, en fin, tiene el mérito de
ofrecer en un panorama sintético los problemas fundamentales de la psicolo- gía experimental—sin descender ja es- cuelas parciales ni a detalles—y subra- yar a cada paso caminos de posible in- vestigación e importantísimas conse- cuencias pedagógicas. Escrito sin pre- tensiones, con una seguridad y claridad ejemplares, encontraran en él los prin- Acaba de ponerse a la
venta el interesantísimo
libro de
ROBERT BOUCARD
"LOS SECRETOS
DEL ESPIONAJE INGLÉS" 5 pesetas
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cipiantes un guía cauteloso y franco en
el laberinto de la investigación psico- lógica. O. E.
HEINRICH SCHNEE. — La coloniza-
ción alemana. El pasado y el futuro. No lucharon en la pasada guerra dos
culturas o dos concepciones éticas; por el contrario, la horrible contienda tuvo un motivo bien material: la necesidad que de extender su acción tenían los grupos nacionales del capitalismo. Por eso, al terminar aquélla, fué el primer cuidado de los vencedores verificar el re- parto—pensado de antemano—de los te- rritorios coloniales alemanes. Mas como constantemente habían afirmado que lu- chaban, no por un ansia imperialista, sino por la libertad de los pueblos, fué preciso, primero, lanzar unas acusacio- nes contra la administración colonial de Alemania, para despojarla de sus terri- torios, y segundo, inventar una ficción jurídica para los vencedores apoderarse de ellos. Casi todo el libro que reseñamos está
escrito para refutar dichas acusaciones y denunciar la falsedad del régimen de mandatos. Su autor es un funcionario colonial, ex gobernador de África orien- tal alemana; esta circunstancia parece inducir a dudar de su imparcialidad, mas es preciso abandonar en gran parte esta idea al observar que sus opiniones se apoyan la mayoría de las veces en tex- tos de autores pertenecientes a países aliados, casi siempre ingleses. Uno de los capítulos más interesan-
tes—para el público no versado en cues- tiones internacionales—es el primero. Eeséñanse en él las negociaciones para el reparto de los territorios, negociacio- nes en los que los 14 puntos de Wilson sucumbieron ante las codicias imperia- listas de Inglaterra, Francia, Italia y el Japón, que faltaron a los deseos de sus propios pueblos y a la palabra empeñada con los países enemigos. Siguen después varios capítulos des-
tinados a probar la falsedad de las acu- saciones de militarización, esclavitud, trabajos forzados, malos tratos, etc., de los indígenas; el autor compara la ad- ministración de Alemania, en estas cues- tiones, con la de Francia, Bélgica e In- glaterra, y la balanza se inclina a favor de la primera. Más adelante se estudia, de una ma-
nera general, el régimen de las colonias bajo Alemania y bajo los mandatos, lo que resulta de tal comparación, teniendo en cuenta la personalidad del autor, es ocioso exponerlo. En el último capítulo se pide, en nom-
bre de, Alemania y de la Humanidad, la devolución de las colonias, considerando esta devolución indispensable para el es- tablecimiento de una paz duradera. La edición española lleva un prólo-
go de Vasconcelos, en el que sostiene—a mi juicio equivocadamente—que los im- perialismos modernos proceden del Des- cubrimiento de América; estudia des- pués difusamente los sistemas coloniza- dores español, inglés y alemán, se mues- tra enemigo de todo imperialismo, y termina abogando por la emigración de alemanes hacia América latina. M. GABCIA PELAYO
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Dentro de breves días:
"Leyendas Guatemaltecas por Miguel Angel Asturias
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EDICIONES EUROPA
General Arrando, 18
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Sociedad General Española de Librería Ferraz, 21.-MADRID
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NUEVA ESPAÑA
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VIDA ESPAÑOLA
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tos todos los derechos destronados por
la dictadura. Solamente en las repara- ciones personales hay materia para lar- go. Dejemos a un lado las otras mil re- paraciones en- todos los órdenes de la vida ciudadana. Saborit, en su discurso en la sesión
inaugural del Ayuntamiento cortesana, bosquejo un programa de reparaciones abrumador. Dar al traste, por ejemplo, con todos los nombramientos honorífi- cas hechos par la XJ. P. j Magnífica pro- posición, que no debe ceñirse sólo al Ayuntamiento cortesano: debe llegar hasta el último Municipio lugareño ! Aquí, en Las Palmas, la.lista de In-
justicias, yerros, atropellos, componen- das a subsanar, es considerable. Por ejemplo, el descabellado nombramiento de cierto profesor para cierta Academia municipal de dibujo es algo que reclama una inmediata intervención. Es una ver- güenza que por lagrimeos de «trásfugas políticos» y concesiones «upetistas» se pague oficialmente la corrupción artísti- ca de unos jóvenes que nocturnamente acuden a esa Academia a encauzar, sus facultades..No hay más remedio que re- vocar inmediatamente ese acuerdo servil. Tengamos presente que quien hoy lo ostenta lo hace habiendo pisoteado todos los derechos y méritos artísticos del optante que concursó con legítimo de- recho. Es necesario poner en la Dirección
de esa Academia popular—¡ entiéndase bien : popular!—a la persona apta para tan difícil cometido. Estar pagando a un elemento que con su baj<} cúmulo de conocimientos no hará sino atrofiar in- natas facultades es injusticia intolerable. Alguien nos pudiera suponer parcia-
les. Haga, sin embargo, un retrospecti- vo examen de memoria. Recordará el nombramiento de ese profesor municipal. Recordará con la repulsa que fué reci- bido por la opinión pública. Recordará, en definitiva, la exteriorización que ésta tuvo en algunos sectores de la Prensa local. Tal en El País, con insistencia y energía. Atendamos que a esa Academia muni-
cipal acuden artesanos que invierten el día en ocupaciones materiales. Que anhe- lan hallar una puerta dg escape para mejorar su monótono luchar por la vida. No es humano que se les cierre esa opor- tunidad de mejoramiento material por el favoritismo de unos «upetistas» y por los rastreros «lagrimeos de políticos» que están siempre con el que manda. Y que lo mismo hablan un día en un banquete republicano que al día siguiente aceptan una condecoración oficial. No hay razón para que, por la inepti-
tud artística de un buen señor, diaria- mente se estén truncando y atrofiando facultades que, bien atendidas, podrían dar sus resultados positivos. ¡Fuera con las componendas «upetis-
tas» ! ¡Fuera con tanta inmoralidad a título
de moralidad I |
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tamos «viva la libertad» pedimos la jus-
ticia. A esas gentes tenemos que decir- les : que sabemos — y no lo olvidare- mos—que la injusticia humana, social, puede vivir en el seno del liberalismo y de la República; que no tiene senti- do hablar de libertad mientras quede en pie un solo modo de tiranía; que los re- gímenes, las formas de Gobierno, no nos interesan, sino como expresión de una sociedad justa o injusta, humana o in- humana. Si os resistís a estas palabras mías,
pretendientes a la interpretación de vuestro más íntimo sentir, yo os pido contestéis a esta sola pregunta: ¿ Da- ríais la vida vosotros, manifiestamente republicanos, generosos de vuestra san- gre, por una República como ésas que abundan en Europa y América? ¿Esta- ríais conformes bajo un Gobierno opues- to—por ejemplo—a la escuela única, ba- jo un liberalismo encarcelador de todo aquel que aspira a una nueva y justa estructuración de la sociedad? Y un punto más de meditación, para
terminar. Nuestro destino de jóvenes ga- llegos nos exige el planteamiento de to- dos los problemas de Galicia. No pode- mos constituir partidos, emprender ac- ciones que, además de ser humanas, no sean también gallegas. Esto habrá que tenerlo presente si nos decidimos a ac- tuar. Sólo así tendremos fisonomía, «fas- quía». Y sólo así podremos contribuir a un mejor futuro de la Península. Este es mi propio sentir, que aspira
a ser interpretación de los vuestros. Na- cido de las enseñanzas que nos propor- cionan todos los pueblos del Mundo, no cree en farsas ñi en palabras de retum- bante sonoridad. No cree en la eficacia ni en la honradez de ningún régimen que sea instrumento del espíritu bur- gués. Conceptos como República, Libe- ralismo v Democracia los veo incapaces de estabilidad en-tanto carezcan de es"te contenido humano, vital: ser burgués o ser antiburgués. Y sólo con ese conteni- do merecen que nos sacrifiquemos por o en contra de ellos. Jesus BAL Y GAY
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GALICIA
Carta a mis jóvenes
amigos gallegos Os engañáis si creéis que estáis o que
no estáis unánimes, amigos míos. Si lo creéis por vuestras — mejor, nuestras—- manifestaciones en estos últimos tiem- pos. Yo, alejado de Galicia por uno» cientos de kilómetros, pretendo haber vislumbrado todo lo que bulle y lo que no bulle en el espíritu de la juventud gallega. Por eso me atrevo a deciros que> no estáis unánimes en lo que creéis es- tarlo. Pero mi audacia está realmente protegida por vuestra unanimidad en al- go que tal vez ninguno de vosotros sos- pecha. Si yo pudiera mostraros clara- mente esa unanimidad, estaríamos vi- viendo el momento necesarísimo de nues- tra definitiva organización. Digo «yo», porque ignoro que nadie se me haya adelantado en esta empresa. Ojalá se encontrara ésta simultaneada con otras análogas. Y ojalá también que pudierais contestarme que esto que voy a deciros lo sabíais ya. Nuestra actitud común, que tan rec-
tilínea parece, da albergue, en realidad, a un conflicto de contrarios. En ella hay que distinguir dos tendencias opuestas, cuatro tendencias opuestas, ocho, vein- te. Siempre en dramático número par. Hay que distinguir el movimiento acti- vo del movimiento reactivo, lo que que- remos de lo que no queremos. Hay, so- bre todo, que llegar a separar lo que nos es indiferente de lo que nos es apa- sionadamente deseado. (Ved, por esto último, que los por mí llamados «con- trarios» no podrían aspirar a esa deno- minación en un íratado de Lógica. Sin embargo, vitalmente lo son.) En nuestra actitud" hay que separar
la acción de la reacción. NuaatrDS pri- meros pasos de hace un año parecieron a todos un puro movimiento de reacción contra la dictadura. Enturbiados por el hecho de estar dados bajo el régimen cuya sola presencia bastaba para entur- biar todas las cosas españolas, perdieron sentido, si no eficacia. Nuestros «mueras» parecen haber sido interpretados con ana cierta frase de Cocteau a la vista. Y. así fueron aceptados por gentes que no nos merecen simpatía alguna. La verdad es — reconocedlo — oue
cuando gritabais contra la dictadura lo hacíais porque en vosotros había nacido al fin un nuevo sentido político, un sen- timiento humano, social, que chocaba necesariamente con el régimen que \>a- decíamos. Lo valioso de vuestra actitud radica en la independencia entre ese na- cimiento y el medio en que acaecía. Só- lo cuando estuvo maduro, sólo cuando llegó al fin de su desarrollo, estableció violentas relaciones con la dictadura. Antes, no. A los malos, cobardes, pescadores que
pretenden provecho de aguas fatalmente turbias, hay que decirles estas cosas. Decirles que cuando nosotros gritamos contra la dictadura, gritamos contra la •injusticia. Que si somos republicanos, lo somos contra la injusticia. Que si gri- |
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CANARIAS
Moralidades de la U. P.
No es necesario insistir. Seis años de
anormalidad política dan su fruto: el desorden. Reparar la «obra» creada pa- trióticamente—por supuesto, por los upe- tistas, gente al servicio de Primo de Ri- vera—será el número principal del Go- bierno Berenguer. Es más, no solamente de este Gobierno: de sucesivos también. Aun a marcha acelerada, no sería posi- ble, en varios años, restituir a sus pues- |
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Los originales que publica
NUEVA ESPAÑA son RIGUROSAMENTE INÉDITOS |
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A. H. de M.
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Las Palmas.
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NUEVA ESPAÑA
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A PROPÓSITO DE RUSIA
LA REVOLUCIÓN LITERARIA
por ANTONIO DE OBREGÓN
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LEVANTE
La juventud republicana de Alicante
ha publicado un manifiesto, dirigido a las juventudes izquierdistas ya organizadas y a los jóvenes españoles en general, cuyos puntos principales queremos reco- ger : Propugnación del ideario republicano.
Libertad de Prensa y opinión. Derecho
de manifestación, reunión y asociación. Seguridad individual. Inviolabilidad de la correspondencia y del domicilio. Sufragio universal para ambos sexos a
los veintiún años de edad. Supresión de los ejércitos permanentes
y del servicio militar obligatorio. Absoluta libertad de cultos, con sepa-
ración de la Iglesia y del Estado, y su- presión del presupuesto del clero. Justicia gratuita, abolición de la pena
de muerte, igualdad civil y política para los individuos de ambos sexos. Ley del divorcio. Enseñanza gratuita y laica en todos
sus grados, estando sólo el Estado capa- citado para darla. Supresión absoluta de la indigencia,
con hospitales y asilos en las condiciones que precisa la higiene y la cultura; leyes de protección a la infancia, a la mujer y al obrero, con seguro obligatorio contra el paro forzoso, vejez y maternidad. Supresión de la Deuda y del capital
inactivo, parcelación de las tierras, fo- mentar la organización de cooperativas productoras. |
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Emilio Zalá ha definido el
Arte como una parte de la verdad vista por un tempe- ramento. A nosotros, con- temporáneos de la guerra mundial, de las, revolucio- nes triunfantes y de las re- voluciones fracasadas, esa definición no nos basta; para nosotros, el Arte es una parte de la verdad vis- ta por un temperamento revolucionario: Egon Er- win Kisch. (Artículo sobre John Eeed.) A veces,, pasear un espejo a lo largo
de un camino es ver cómodamente en su azogue horizontes amables y conforta- bles puestas de sol. Pero los espejos no mienten, y si los colocamos frente a las fuerzas desatadas de la Naturaleza, vere- mos las fuerzas desatadas de la Natura- leza. Si colocamos un espejo frente a la Europa de 1910-1930, tendremos que, si no se rompe ante la magnitud del cata- clismo—de Jos fecundos cataclismos—, retratará con maestra reflexión algo del drama acaecido, algo que es monstruoso y bello a la vez, como sucede en la actual literatura- rusa, parida del dolor, del dolor de las masas. No creo pueda compararse el fenóme-
no literario del Norte con el del Sur. (Además de nuestra repugnancia bioló- gica por el fascismo, reconozcamos otros muchos prejuicios que nos tapan los ojos cuando hay—efectivamente—algo que ver.) Pero la novela y el teatro rusos campean en el panorama europeo como eternas adquisiciones y altos ejemplos. Si hay algo grande en nuestro tiempo |
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que eleve su voz por encima de la Hu-
manidad y se.oiga—semilla para los cua- tro vientos—en todas partes, lo ha pro- ducido Busia. En circunstancias normales, los paí-
ses pueden permitirse el lujo de hacer literatura pura. Los poetas y los nove- listas piensan imágenes y_ metáforas con toda tranquilidad. Aquéllos van o vienen de la estrofa, construyendo, derribando, innovando, y éstos se deslizan, más o menos aparatosamente, por los carriles de un estilo. Pero suena la hora de una revolución, y no de una revolución par- cial o, aunque fuese total, localista, mo- mentánea, sino una verdadera, gigantesca revolución, que cambia la faz del Mun- do, que ensaya nada menos que una nue- va forma de organización social, derri- bando los soportes todos de la moral es- tablecida ; que crea, no un pueblo nue- vo, sino una Humanidad nueva, que cons- tituye el hecho culminante de su siglo,, acaso de muchos sucesivos, y entonces,, en medio del hambre, y de la sangre de- rramada, y de las carnicerías; en con- tacto continuo con la tragedia más gran- de que en nuestros paralelos podamos; imaginar, los poetas y los novelistas ol- vidan sus metáforas, y sus imágenes, y' sus estilos, y escriben manifiestos y mue- ren, y si casualmente sobreviven, en un. momento de reposo de hospital apuntan; lo que les dictan a voces sus sentidos cas- tigados, y nace una literatura gris, ho- rrenda, sin cauce ni medida, sin tono, sin escuela; una literatura informe, des- proporcionada, pero sincera, humana. Intensamente humana. Políticamente, la literatura rusa 3el
siglo xix se parece a nuestro tiempo como el proyecto al hecho consumado. Siempre Rusia atormentada vibró polí- ticamente a través de su literatura. An- tes y ahora fué en el Arte genial y tu- multuosa. Los escritores rusos no se sumaron en
bloque a la causa comunista. Fueron len- tamente cayendo en ella desde sus asien- tos de la pequeña burguesía. A los artis- tas se les suele olvidar, en su altura,, que son ciudadanos y que, como tales,, además de como artistas, han de actuar. ¿Escritores de la contrarrevolución? Los hubo. ¿ Merejkovski ? Pero nunca por ne- gligencia, acaso por aristocracia intelec- tual. ¿Kuprin? ¿Andreiev? Poco tiempo después, el proletariado contaba con casi todos los escritores mayores y menores del país. De los poetas recordemos a Essenin, el suicida identificado con el campo por sus versos y por la muerte, y a Block, místico. La novela rusa habrá sido falseada o
frustrada por la revolución; pero nadie podrá dudar de la calidad artística de El tren blindado, de Ivanov, o de La ca- ballería roja, de Babel. Y puestos a ci- tar : Octubre, de Yacovlev ; El país natal, de Vesseli; Los tejones, de Leonov... Con El año desnudo se inauguró la des- cripción de la nueva Rusia. Boris Pilniak,. el autor también de Las máquinas y las. |
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Obreros ante una fábrica de París invitando a sus compañeros a la huelga
preparatoria de la organización del próximo Primero de Mayo |
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INFORMACIÓN
La Conferencia
agonizante Aún no podemos cantarle el respon-
so. Aún se mantiene en Londres una llamecita de esperanza. No por parte de olas, tan discutido, tan inclasificado, rea-
lizó el propósito de pintar las costum- bres del momento. I)e Alejo Tolstoi se ha dicho que parte
para una nueva burguesía. Erenburg ha conseguido una consagración mundial con Julio Jurenito y sus discípulos. Un verdadero paso definido realizó Feídin" con Las ciudades y los años. El tema de la juventud es tratado en
la Busia actual muy frecuentemente; pero de modo no logrado del todo, más bien nada logrado. La nueva luna de la derecha, de Malachkin, y Flores de ce- rezo, de Panteleinon Bomanov, son su- periores al tan popular Diario de Costia Biabtser, que, quitándole su limitado va- lor informativo, no deja nada ni dice nada digno de tenerse en cuenta. Llega el momento en £ue la literatu-
ra proletaria realiza su programa. La nueva generación florece en una línea recta de aciertos renacientes, madurados. Fué el momento de la publicación de El cemento, de Gladkov, ese hombre que en las fotografías se parece a Bee- thoven. El cemento es un paso definiti- vo. Obra inquieta de padecimientos y angustiosas decepciones, que asumió la responsabilidad de crear al hombre nue- vo y a la mujer nueva. Su originalidad, su perfección, todo es natural en ella dentro del crudo realismo de su desarro- llo. El cemento, que ha conmovido a la juventud de todos los países, es una obra cumbre, y a su lado sólo se puede poner Los altos hornos, de Liachko. El autor de El tren blindado ha pro-
ducido unos cuentos—El misterio de los misterios—de gran interés. Dos novelas de la administración soviética—El des- falco, de Lidin, y La malversación, de Glotov—se traducen a todos los idiomas. La obra de moda es La derrota, de Fa- deiev, novela realista de procedimientos nuevos, novela de emoción. Su autor ha padecido, a la marcha de los aconteci- mientos, todas las inclemencias de la revolución. Nace en 1901. Se hace comu- nista en 1918, Se bate. Escribe El des- bordamiento y, posteriormente, La de- rrota. Es el auténtico novelista proleta- rio. La actual literatura rusa es producto
de la revolución. Nosotros, que nos sal- tamos revoluciones y hechos y adaptacio- nes, hemos de mirar con respeto a los países que los realizan. Entretanto, se- renamente, sigamos con nuestras imáge- nes, nuestras metáforas y nuestros esti- los del tiempo de la paz. Aquí paseamos también a los espejos por grandes tem- pestades. Por agitadas galernas interio- res. |
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los pacifistas sinceros y clarividentes,
que tiempo ha pronunciaron el B. I. P. Pero el brillante equipo de ministros, técnicos y consejeros reunidos en Saint James Palace comprende que el desen- gaño, la desilusión en sus pueblos res- pectivos puede dar lugar a desagrada- bles manifestaciones de opinión. Claro está .que hay el recurso de explicar có- mo la intransigencia del vecino respec- tivo hizo fracasar la Conferencia. Mas hay también el peligro de que este re- curso, por sobado, falle. Habría, pues, que hallar una fórmula
capaz de salvar siquiera parte de las apariencias. El Pacto mediterráneo, co- mo pacto de mutua garantía, quedó en- terrado. Se intenta sustituirlo por un «Pacto consultivo», algo tan eficaz como la Asamblea consultiva de la dictadura española. Según ese Pacto, de concer- tarse, las naciones que lo firmaran ten- drían que consultarse mutuamente an- tes de lanzarse a un conflicto armado. Pero ¿es que antes de llegar a las Ura- nos no se «consultan» ya, más o menos diplomáticamente? ¿No existe un Pacto semejante para el Pacífico? A pesar de ello, el Japón y los Estados Unidos si- guen también sin querer ceder en sus respectivas pretensiones, y no es tam- poco seguro que llegue a firmarse si- quiera un acuerdo tripartito Gran Bre- taña-Estados Unidos-Japón, en Lon- dres... En cuanto al callejón sin salida en que
la cuestión franco-italiana ha quedado co- locada, es tanto más aleccionador el caso cuanto que la flota de 724.000 toneladas fijada por .Francia como necesaria para cubrir sus relaciones de ultramar no exis- te aún más que en parte. El resto son planos de papel. Y la pretensión del Go- bierno fascista a la paridad está todavía más alejada del dominio de los hechos. Se trata también de una paridad en el papel. Irrealizable, además, y que Mus- solini exige únicamente por razones de prestigio. No puede ser más lamentable la disputa, que, sin embargo, ha de tener consecuencias de verdadera y tangible importancia. Si los pueblos no abren los ojos a la
realidad después del doble fracaso de las Conferencias navales Ginebra-Londres, si no- se muestran capaces de irrumpir en la discusión bizantina y tomar a su cargo el problema del desarme, hay para deses- perar del buen sentido y hasta del ins- tinto de conservación de la humana es- pecie. |
En los Balkanes
Cada vez que las relaciones entre Bul-
garia y Yugoeslavia tienden a mejorar, a acercarse a una normalidad de tolera- ble vecindad, surge un recrudecimiento de actividad terrorista en la organización revolucionaria macedónica. El avispero balkánico no sería quizás
tan peligroso ni zumbaría tan fuerte de no existir allí un tercero en discordia. Ni la política fascista en los Balkanes, ni la dictadura servia, son factores pro- picios al éxito de las medidas de pacifi- cación que Liaptchef parece emprender en serio. |
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La crisis alemana
La coalición gubernamental, qué ha-
bía resistido los embates de la discusión sobre la aceptación del Plan Young, se ha desmoronado al tropezar en una di- vergencia ide carácter bastante menos trascendental. En apariencia, al menos. Un asunto de política interior. Pero de política social, y ahí está la explicación. Difícil sería hallar mejor ilustración a la tesis sostenida en el editorial de nues- tro número anterior. Unidos para asumir la responsabilidad de la liquidación eco- nómico-política de la guerra, social-demó- cratas y populistas no han podido poner- se de acuerdo sobre la organización deli seguro obrero contra el paro. Los popu- listas, en este caso, han vuelto a su po- sición de clase, se han constituido en defensores del capital. A su intransi- gencia han tenido que replicar los socia- listas con igual firmeza en defensa de su clase también. La crisis era, pues, in- evitable. Si la actitud cerril de los nacionalis-
tas no hiciera imposible de antemano todo intento de mantener a su nivel ac- tual la política internacional del Beich, es de creer que el Volkspartei, singu- larmente su ala derecha, colaboraría con ellos mucho más a gusto que con el so- cialismo, aun el socialismo transigente de Müller. La crisis será probablemente, por ello, de larga y difícil solución. Por si alguna duda subsistía, queda paten- tizado una vez más que en Alemania, como en Inglaterra, como en Francia, la verdadera delimitación política tiene su piedra de toque en el campo de las re- formas sociales. O. P.
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NUEVA ESPAÑA
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ALGUNOS PROBLEMAS DE ANTROPOLOGÍA
VISTOS POR¿UN¡iDARWINISTA MODERNO por N .jälP.EiR C AS.
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b) Australia es un continente «regre-
sivo», es decir, que—al igual que el Áfri- ca tropical y América del Sur—ejerce una influencia regresiva sobre todos los seres que lo habitan. En los anímales que a él emigraron, en épocas anteriores, se observa una exageración o acentua- ción de ciertos caracteres bastos o poco evolucionados. c) El australiano de hoy, más bien
que darnos la imagen de la humanidad primitiva estancada en su evolución, re- presentaría un tipo regresivo que ha re- trocedido a formas más groseras, y esto lo ha hecho confundir con un tipo pri- mitivo. Es una raza distinta que se ha formado bajo las influencias fisicoquí- micas del continente austral. d) Es verdad que la nariz chata y an-
cha es un carácter primitivo; pero éste es un órgano como otro cualquiera que puede desarrollarse por el uso o atrofiar- se por el desuso. Su desarrollo en cier- tas razas humanas puede explicarse por el empleo de comidas calientes y condi- mentadas. Este punto de vista—de ten- dencia claramente lamarckiana—fué ge- nialmente sostenido por el profesor Hen- ry Sanielevici, de Bucarest, en su obra La Vie deis Mammiféres et des Hom- mes fossiles. Bespecto a los braquicéfalos, que sir
Arthur Keith supone ser los difundidores de la agricultura en Europa, es opinión bastante comente entre los antropólogos que los inventores de la agricultura fue- ron los dolicocéfalos morenos. Estos, se- gún G. Sergi, fueron los creadores de las tres más antiguas civilizaciones: la egip- cia, la mesopotámica y la cretense. Los braquicéfalos son considerados
más bien como cazadores de la tundr. postglacial. Las hormonas y la formación de nuevas
razas Partiendo del tipo australiano que re-
une en sí al estado incipiente, los di- versos caracteres de las demás razas hu- manas, ¿ cómo fué que los rasgos negroi- des han resultado más pronunciados en el África tropical, los mogoloides en el Nordeste de Asia y los caucasoides en Europa? Esto es obra de las glándulas endocrinas, cada una de ellas ejercien- do una acción determinada sobre el cre- cimiento. Estas «misteriosas glándulas», como
las llama el ilustre profesor, son labo- ratorios químicos que fabrican hormo- nas, las cuales, circulando en cantidades muy pequeñas por la sangre, son lleva- das a todas las partes del cuerpo y ejer- cen su influencia reguladora sobre el cre- cimiento y la forma de ciertos tejidos. La influencia de las glándulas endocri- nas fué revelada a los biólogos por los casos patológicos que, en esta ocasi' como eñ tantas otras similares, mucho (Continuará.)
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Pero ¿cuándo tuvo lugar esto? Para
aclarar este problema, el profesor Keith divide la edad de la piedra en dos gran- des fases bien delimitadas: una de sub- sistencia natural y otra de subsistencia artificial. La primera fase—la de «sub- sistencia natural»—se extiende por un largo período de monótono estancamien- to y lentísima progresión. El hombre dependía entonces enteramente, para su alimentación, de lo que encontraba en la Naturaleza, y no pudo nunca for- mar densos núcleos de población, su gé- nero de vida impidiéndoselo. Esta épo- ca corresponde al paleolítico de los ar- queólogos. Lá segunda fase—la de «sub- sistencia artificial»—fué iniciada por el descubrimiento de la agricultura, que marca el principio del neolítico, hace ocho o diez mil años todo lo más. Fué entonces que se formaron las últimas y más recientes razas humanas: el tipo rubio, del Noroeste de Europa; el típi- co negro del África tropical, el tipo mo- gólico' del Nordeste de Asia. Así, por ejemplo, la raza rubia se ha
formado alrededor del Báltico, que fué su cuna. Esta es un área reciente de ha- bitación, puesto que estaba antes com- pletamente cubierta por los hielos de la época glacial. A medida que la capa de hielo iba desapareciendo,, los hombres del tipo mediterráneo—es decir, los do- licocéfalos morenos, derivados a su vez del australoide primitivo—, se iban ex- tendiendo hacia el Norte, y allí fué don- de adquirieron los dos rasgos más típi- cos de la nueva raza: el pelo rubio y la piel blanca, que los señalan como ti- pos más evolucionados, ya que la piel oscura es, según sir Arthur Keith, una característica de las razas humanas pri- mitivas, una herencia simiesca. Otra he- rencia primitiva es la nariz chata y an- cha, no claramente diferenciada del res- to de la cara. También los braquicéfalos son de re-
ciente formación. En Europa occidental no se han hallado restos fósiles, sino en el último período del Paleolítico, hacia el final de la época glacial. Fueron pre- cisamente estos braquicéfalos los que trajeron a Europa y esparcieron el co- nocimiento de la agricultura. Esto en lo que respecta al probable ar-
quetipo de las modernas razas humanas. Sin embargo, no sería de más apuntar aquí algunas de las objeciones que se han hecho a la teoría del origen austra- liano, la cual, a pesar de haber encon- trado—desde el origen del transformis- mo—muchos defensores, no ha podido reunir el sufragio de todos los. antropó- logos. Los contrarios objetan: a) Que, a pesar de los caracteres pri-
mitivos que presentan los australianos de nuestros días, éstos no pueden con- siderarse como los representantes de la raza primitiva, puesto que, desde aque- lla época no habrán cesado de modifi- carse bajo la influencia del ambiente. |
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En las preocupaciones de los hom-
bres de ciencia ocupa hoy un lugar prefe- rente el enigma de la formación de las razas humanas. Desechada ya y aban- donada casi por completo la teoría deJ origen «polifilético» del hombre, vuelve a plantearse la cuestión magna de la formación «monofilética» de ^as razas modernas. ¿Cómo?, ¿cuándo?, ¿por qué?, ¿se han diferenciado los hombres en negros, blancos y amarillos? No es éste un problema aislado en la
biología; su solución explicaría al mis- mo tiempo el mecanismo de la forma- ción de las especies zoológicas y pon- dría término a las discusiones entre dar- winistas y lamarckianos. En este orden de ideas, resulta muy
sugestivo ver cómo planteó el problema y la solución que intentó hallarle uno de los hombres que-goza de tanto pres- tigio en el mundo científico, como el Profesor sir Arthur Keith, miembro de la. Boy al Society desde 1913 y autor de obras de gran valor científico, como la Introduction to the study of anthropoid Apes (1897), Human Embryology and Morphology (1901, tercera edición en 1913), The Human Body (1912), Anti- quity of Man (1915), Engine» of the Human Body (1919). Más recientemen- te publicó Man's Origin (1927), Naltio- nality and race, The Dawn of National Life, y últimamente Darwinism am,d what it hnplies. En las conclusiones del ilustre profe-
sor hay tres que son de principal inte- rés :. a) El arquetipo de donde derivaron
las razas humanas es el australiano. b) El factor que ha producido las
diferenciaciones raciales lo constituyen las hormonas. c) El mecanismo de que se vale la
Naturaleza para conservar las nuevas ra- zas es el instinto racial, que las mantie- ne aisladas e impide su hibridación. * * *
Para llegar a la primera de estas
conclusiones, sir Arthur Keith, después de un estudio detenido, divide las razas humanas en cuatro ramas o tipos prin- cipales : el caucasoide, el negroide, el mogoloide y el australoide. De estos cuatro tipos, el australoide
reúne en sí varios caracteres negroides, algunos ragos caucásicos y mogoles, jun- to con un cierto número de detalles pri- mitivos que le son propios. De modo que si a un criador se le hubiese presen- tado el problema de formar—por medio de una selección artificial—razas huma- nas parecidas a las que hoy existen, no vacilaría en escoger como punto de par- tida el tipo australiano. Es, por lo tan- to, de este tronco primitivo que se di- ferenciaron—por selección natural'—ti- pos tan distintos como el caucásico de Europa; el negro, de África tropical, y el mogol, de Asia. |
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NUEVA ESPAÑA
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NI CAUDILLAJE NI MESIANISMO
por JOSE DÍAZ FERNANDEZ
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Como nuestra política sigue nutrién-
dose de los tópicos más elementales, se habla ahora con la más desaforada insis- tencia de la división de las izquierdas, entendiendo, claro está, por izquierdas las que arrancan del republicanismo tra- dicional y llegan a, los partidos obreros. Se dice qué los republicanos están divi- didos, que en el socialismo se prepara el cisma, que los sindicalistas luchan en- tre el apoliticismo y la política, que los comunistas están sin hombres represen- tativos. Los que hablan de este modo poseen una concepción política rudimen- taria. Siguen creyendo en la masa indife- reneiada e inconsciente, en la multitud como rebaño, en el censo como instru- mento caciquil. Aspiran al mesianismo y al caudillaje, como en los primeros ins- tantes de la democracia, cuando el jefe, el apóstol o el mesías llevaban detrás de sí a la muchedumbre fanática y ciega. Como si después de todas las experien- cias que ha sufrido el Mundo pudiese ]r voluntad personal seguir sustituyendo las ideas y continuasen rigiendo en _ :,- lítica las panaceas redentoristas. Cuando la democracia era nada más
que un concepto, antes que el hombre de la oficina, del comercio o del taller su- piese lo que era la verdadera libertad y tuviese sentido de. sus derechos «vita- les»—es decir, sociales—, se comprende la existencia y hasta la necesidad del taumaturgo político. Los movimientos populares surgieron muchas veces al ca- lor de una palabra encendida o de un carácter integral. Pero en este momento todo el mundo sabe lo que quiere, y el problema de izquierdas y derechas es tan explícito como la condición del terra- teniente respecto al que trabaja la tierra o la del mecánico con relación al propie- tario de la fábriea. Lo demás son ganas de confundir las cosas, o quizá algo más repudiable: la conformidad egoísta con el medio, el afán de seguir aceptan- do cobardemente la línea curva, que es la que acepta, desde siempre, la bien llamada clase neutra. El género de los ambiguos es el que en política piafe Ta aparición de un mesías, como pudiera pedir la resurrección de la carne de bru- ces sobre el polvo de los esqueletos. Por eso cuando estas gentes insinúan esa es- túpida -aspiración de un hombre para que les garantice el triunfo fácil, hay que apartarse de ellas y despreciarlas. No influyen en la política como colabo- radores ni como enemigos, venden el vo- to o votan en blanco. Cuando las iz- |
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quierdas tengan el Poder, habrán de en-
comendarles el papel inferior que les co- rresponde, o sea el de «criados de la ciu- dadanía». Nuestro país está cansado de caudillos
y de jefes políticos que le condujeron al envilecimiento y a la decadencia. |
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deración y gastadas en la inercia, para
imprimir en los grupos un ritmo acele- rado y decidido. No necesitamos para na- da a los «mascarones de proa» que hi- cieron^ un día delirar de esperanza a nuestros ingenuos antecesores. Basta quo tengamos un programa definido y tajan- te contra la tradición y la plutocracia, que son «derechas» siempre, aunque se coloquen la desnaturalizada eti- queta del liberalismo. La democracia alemana, la francesa, la rusa—sí, sí, la democracia rusa—ha tenido los hombres qué le hicieron falta, y ninguno llevaba en el maletín electoral el específico para curar todos los males del país. Paralelo al tópico del hombre va el
tópico de las escisiones. El neutro de siempre no hace más que gritar: «¡ Pe- ro cómo vamos a ir' con las izquierdas! I Si están desunidas ! ¡ Si hay diez par- tidos republicanos ! ¡ Si hay socialistas de todas clases!» Diez, veinte, ochenta partidos republicanos o socialistas. ¡ Me- jor ! Habían de existir tantos partidos republicanos como republicanos hay en España, y no habríamos perdido nada. Porque lo que los une a todos no es el grupo, ni el matiz, ni el hombre. Es el programa. Es que quieren en el Poder un auténtico régimen de democracia y quieren separar la Iglesia del Estado, y que la enseñanza sea libre, y que se re- conozcan los derechos del trabajo, y que desaparezcan los privilegios de casta, y que el Ejército se reduzca a una fun- ción técnica, y que la gran propiedad y la gran banca no continúen pesando so- bre el pequeño contribuyente. Habrá re- publicanos que quieran todavía mucho> más que esto y socialistas que aspiren a realizar su obra de justicia dentro de la institución que por su propia naturaleza jurídica da al pueblo una intervención di- recta en todos los Poderes. Lo necesa- rio es que esa opinión republicana y esa opinión socialista circule y sea dinámi- ca, extendiendo su acción a todas las zo- nas juveniles. Porque, aunque pese a loa conservadores de todos los partidos de izquierda, la única política responsable es la que realice de ahora en adelante la nueva generación política. En fin, los jefes y los caudillos están
bien para nuestras ilustradas y honestas derechas: los dejamos al cultísimo con- de de Bugallal, al íntegro conde de Eo- manones, al moderno Goicoechea y al generoso intelectual D. Francisco Cam- bó, cuya vida guarde Dios muchos año« para bien de Madrid y de Cataluña. |
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Lea usted NUEVA ESPAÑA
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Ya es hora de que la democracia em-
piece a ejercer de veras su función, sin sometimientos ni evasivas. Nuestra épo- ca es una época colectivista que repudia la servidumbre y la hegemonía personal, que no cree en los milagros ni en la in- falibilidad de los faraones públicos. No confía más que en las ideas para resol- ver los problemas concretos que le salen al paso. Por eso- todo partido o agrupa- ción política puede elegir hombres cir- cunstanciales que desempeñen los pues- ds directivos. Pero el último militante tendrá que realizar, dentro de la relati- vidad de su función, una obra de idénti- co relieve y sus decisiones influirán del mismo modo en la minoría representati- va. Las fuerzas nuevas que están llama- das a actuar en las izquierdas españo- las tienen el deber de acabar con las je- faturas tradicionales, viciadas por la mu- |
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Nuestros amigos continúan
la cruzada de izquierda tra- bajando por NUEVA ESPAÑA consiguiéndole nuevos lecto- res. Diariamente llegan a nuestra Redacción listas de suseriptores que nos envían desde todos los puntos de la península amigos de esta Re- vista, que es serlo también de la libertad y de la justicia. Ü|af que conquistar los 100.000 lectores y la libertad precisa para qu? NUEVA ES- PAÑA sea semanal! |
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AROIS. - Altamirano, 18.-Tel. 40505. - MADRID
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