SUMARIO
Editoriales: Unamuno, en Madrid; El frigorífico Patronato del Turis-
mo; Arbitrismo y desenfado; Cambó y su iberismo.—El parto de los montes,: La Conferencia Naval de Londres, por Camilo Barcia Tre- ues.—Caricatura, por Maside.—Fantasías 100 por 100: Fordismo, de- troitismo, estupidez, por J. de Abendaño.—El intelectual en la política, por Jorge Rubio y González.—Un artículo de Trotski: Europa cerra- da.—La venganza de Heine, por Trudy G. de Araquistain.—Manio- bras impunistaS: La dictadura y sus cómplices, por Cristóbal de Cas- tro.—Carta de París: El centenario de Guido Gezelle, por A. Habaru. Rifi-Rafe.—El trabajo forzado en las Colonias, por Leon Jouhaux.— Contra el imperialismo, contra las dictaduras, por Miguel Angel As- turias.—Caria de Berlín: Checoeslovaquia, por F. Fernández Armesto. Carta de Estocolmo: ¡Pasan las rojas banderas^, por Ernesto M. Detho- rey.—Problema de Cataluña: El Pueblo contra la LUga, por Luis Cap- d'evila.—La verdadera libertad, por Maximiano G. Venero.—El Mar- xismo y la guerra, por M. García Pelayo.—Cinema, por José de la Fuente.—Comienzo del pacto: In memoriam, por Antonio de Obre- gón.—Noticias literarias: España; Alemania.—Música: Francis Poulenc en Madrid, por Jesús Bal y Gay.—Notas rusas: ¿Debe pervivir la li- teratura'!, por Máximo Gorki.—Un viaje a Toledo: En torito a la gran primada, por Joaquín Pérez Madrigal.—Los Libros: Galdós iné- dito: Memorias, por Juan Rejano.—La quincena internacional: Dos Congresos ferroviarios; En la India; Las negociaciones anglo-egipcias. La tiranía vigilante, por C. Ferga. LLEGADA DE UNAMUNO A MADRID ANO I NUM« 8 35 CTS.
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trasparente actuación. El Sol publicaba
unr larta de D. Javier Caldero—perso- na medicada, desde hace largos años, a la especialidad del Turismo—, en la que, como resumen de la campaña que vie- ne realizando en La Veu de Catalunya, pide la reunión de un Congreso Nacional de Turismo, dond,e se esclarezca el pa- sado y se reorganice el servicio. Aunque no sea más que para que—como dice el señor Caldero — se levante un -poco el velo que demasiado hábilmente se man- tenía cerrado en torno a la «improvisa- da» obra turís'tica... |
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EDITORIALES
UNAMUNO,
EN
MADRID
La estancia de Unamuno en Madrid ei
una fecha señaladísima en el calendario político de las izquierdas españolas. Pa- ra los madrileños, Unamuno venía del destierro, y sus palabras estaban carga- das de la máxima responsabilidad. |
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NUEVA ESPAÑA
REVISTA QUINCENAL
Año II * 15 de mayo de 1930 ' N.° 8
Redacción, Administración y Talleres:
ALTAMIRANO, NUMERO 1P M A D R |l D
Teléfonos números 40643 y 40505
Apartado de Correos: 8.046
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co, por parte del improvisado y turbio
Patronato, cese alguna vez. Nosotros no dejaremos de proseguir nuestra campa- ña y de fomentar,_ en la medida de nues- tras fuerzas, el concurso de todos los grandes órganos de opinión, para que, ante la repulsa unánime, el Gobierno to- |
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Las derechas se han soliviantado con
la presencia del gran profesor de con- ductas. Y con el pretexto de que Unamu- no era un perturbador—perturbador de lo tradicional y doméstico — han iniciado un período de intolerables provocaciones. En realidad, los incidentes de aquellos días son la prueba más palmaria de que las derechas no admiten ni desean un ré- gimen de democracia, donde cada uno emita libremente sus ideas. Conviene que las izquierdas lo tengan en cuenta para que sepan adonde debe llegar su libera- lismo y su transigencia con las fuerzas contrarias. En adelante, tampoco nos- otros admitiremos discusiones, ya que el razonamiento no se ha hecho para los trogloditas. Acción, Ejecución: esa es la bandera de las izquierdas. |
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Terminamos (por hoy) nuestros co-
mentarios, solio itando—inútilmente, ¡ claro !—del dilapidador y frigorífico Pa- tronato respuesta a los siguientes extrer mos: ¿Cuántos miles de duros se han in-
vertido en la inútil agencia de la Quinta Avenida, de Nueva York, y cuántos tu- ristas ha proporcionado dicha agencia a nuestras Exposiciones ? |
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me las oportunas determinaciones. ¿ Qué
se opone a que se lleve a cabo una re- visión escrupulosa? ¿Qué manejos se verifican cerca de altas personalidades —estamos seguros que sin el menor éxi- to—con objeto de que no se esclarezca la gestión del Patronato? ¿A qué bolsi- llos han ido a parar tantos y tantos mi- llones, cuya aplicación a la obra turísti- ca no han explicado satisfactoriamente los mudos y al parecer medrosos indivi- duos de la Junta? |
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¿A cuánto han ascendido los gastos
por el envío de dos emisarios a Nueva York? ¿Tenían estos emisarios algún otro tí-
tulo de competencia además del de per- tenecer a la familia de un ministro de la dictadura? ¿Por qué se ha nombrado represen-
tante en Filipinas, con 12.000 pesetas de sueldo, a un amigo del secretario del Turismc Sr. Sangróniz? |
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Este número
ha sido re* visado por la Censura. |
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Todas estas preguntas se hace la gen-
te, sin poder reprimir la sospecha—quizá temeraria—de que existen graves moti- vos para callar y de que algunas per- sonas de dicho Patronato tienen especial interés en dar largas al «asunto» y en que se desvanezca en las sombras del olvido, ya que en la sombra es donde mejor se realizan los juegos de prestidi- gitación y escamoteo. |
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EL
FRIGORÍFICO
PATRONATO
DEL
TURISMO
Con gran placer observamos que va
cundiendo la campaña que desda nues- tros primeros números mantenemos con- tra el Patronato Nacional del Turismo. |
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¿Por qué da la casualidad de que se
creen oficinas de información con am- plio servicio de intérpretes en los luga- res en que hay amigos disponibles, como Játiba, Ubeda, Guadalajara, etc., y, en cambio, en lugares de tanto valor turís- tico como El Escorial, Santiago y Avila no se establezcan? Es necesario poner coto a tanto escán-
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En toda España y fuera de España
crece la protesta y se pide la interven- ción del Poder público. Hace pocos días, El Sol reiteraba su requerimiento para que el Gobierno organice de nuevo la |
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dalo y a tanta desfachatez. Una broma
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La gran Prensa se dispone a actuar de
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modo eficaz para que el inicuo saqueo institución turística y la ponga en ma>
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que cuesta al país 30.500.000 pesetas no
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de que resulta víctima el Tesoro públi- nos de técnicos capacitados, de recta y puede tolerarse un día más.
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la política es un juego circunstancial de
ambiciones y codicias. La primera falsedad de su programa
ibérico es su posición frente a Portugal. Para defender la autonomía de Cataluña se muestra partidario de la anexión de Portugal. Esto es una insensatez. Por- que Portugal es una nación delimitada históricamente, con acento tan propio que sólo se concibe como pueblo inde- pendiente, sin otra conexión con la uni- dad española que la de pura vecindad geográfica. Además, Portugal, política- mente, ha progresado más que España, casi siempre a pesar de nosotros. (Las circunstancias actuales no cuentan en modo alguno, y quizá la dictadura es- pañola haya tenido mucha culpa de lo que ha ocurrido allí desde 1925.) La política más desastrosa que podría
llevar España con relación a Portugal sería la que preconiza Cambó, de acuer- do con las incomprendidas derechas es- pañolas, que sueñan todavía con un im- perialismo ibérico. Por lo que se refiere, a Cataluña, es
evidente que un hombre como Cambó, |
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que no siente el federalismo, está inca-
pacitado para afrontar el problema cata- lán en sus términos concretos y reales. Cataluña tiene derecho como ninguna otra región de España a una resuelta autonomía. Tiene derecho a utilizar su lengua, sus fueros, su fuerza industrial y económica, sin presiones del centralismo castellano. Pero para eso tiene que exis- tir un régimen político flexible y sensible donde se extienda el federalismo sin que ninguna región, y menos Cataluña, pier- da su fisonomía. Por eso Cambó afirma una enormidad cuando afirma que el pro- blema catalán no es un problema de de- rechas e izquierdas. Lo es y sólo habrán de resolverlo las izquierdas, en un régi- men republicano de federalismo orgánico que Cambó no preconiza ni siente. Mien- tras el jefe de la Luga crea en el unita- rismo de una monarquía tradicional, no hará ningún buen servicio a Cataluña. Ni tampoco a España. Porque la Espa- ña izquierdista no admite ninguna anti- nomia con el catalanismo, puesto que aquel problema está ligado al problema del régimen. |
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ARBITRISMO
Y DESENFADO
Vamos a dar una muestra de lo que
representaba el arbitrismo dé la dicta- dura y del capricho que regía en todo género de concesiones y monopolios. Por el camino que habían emprendido aque- llos gobernantes, nada quedaría en Espa- ña de que no pudiesen disponer los dic- tadores, incluso la hacienda de los es- pañoles. Nuestros lectores saben que existe el
Patronato del Turismo, foco de los ma- yores, escándalos económicos, y quizá conocen también el no menos famoso Patronato del Circuito Nacional de Fir- mes Especiales. Alrededor de éste bu- llían también los más descarados e in- confesables intereses. La dictadura no se conformó con dotarle de recursos verda- deramente excepcionales, sino que le de- jó margen para invadir incluso el área de la propiedad privada. En el mes de noviembre del pasado
año se convocó un concurso (¿ ?) para el arriendo del derecho exclusivo a la co- locación de anuncios en las carreteras que forman el Circuito Nacional de Fir- mes Especiales en su zona de servidum- bre. Era la primera vez que en la legis- lación española se mencionaba el arrien- do de un derecho, algo parecido al céle- bre arbitrismo del siglo xvi, donde se llegó a gravar las tejas de los tejados. El Código civil dice que el arriendo ha de ser de cosas o dé servicios, no de derechos. Pero para los dictadores el Código era letra muerta, como lo era la justicia. Hay que tener presente que el derecho del Estado en las zonas de ser- vidumbre es puramente tutelar e ins- pector, sin que pueda utilizarlo para usar de él ni siquiera para la colocación de anuncios. Es evidente que tal extralimitación le-
siona los intereses de muchos propieta- rios, que han visto sus fincas invadidas por una empresa monopolizadora que ex- plotaba en ellas la publicidad a base de una concesión ilegal. La cual no se con- forma con usar de un derecho que no le corresponde, sino que quiere dar carác- ter retroactivo a la concesión, haciendo desaparecer todo anuncio que no sea el contratado por esa empresa facciosa y desenfadada. Vean las clases conservadoras, tan
complacientes ooin Ja dictadura,, cómo actuaba ésta con relación a la propiedad particular, la cual estaba tan indefensa ante la voracidad monopolizadora de los dictadores como lo estaban los derechos elementales del ciudadano. GAMBO
Y SU
IBERISMO
Después de leído el libro de Cambó
Por la concordia, se llega al total con- vencimiento de que el político catalán no tiene ninguna visión real de los pro- blemas nacionales y que su iberismo es tan falso y desastroso como los demás puntos de vista de su cambiante y versá- til ideología. Besuita, pues, que el tau- maturgo político de nuestras derechas no es más que un abogado listo que sirve intereses contrarios a los de todos los nú- pieos ibéricos. Un hombre para el cual |
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El Ilustre filósofo alemán Keyserling que ha dado en Madrid Interesantes
conferencias
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de estar sometido a las mismas' restric-
ciones, diciaaas por consideraciones de humanidad, que se apncan a ios buques de superficie. Jüi acuerdo, en principio, parece laudable; pero de poco servirá el buen prepósito peiseguiap si la decisión no pueue llevarse a la .¡practica, y eso, a nuestro entender, está fuera de uuda. iíd submarino,.©, dejara de ser, o, mien- tras se uuiice, pourá justamente apli- carse al mismo el significativo rótuio, tan popular en Norteamérica: «Víbora de ios mares». Tornaremos a los días temóles de la guerra submarina alema- na, aun cuando sea otra la nación a la cual está reservado el triste privilegio de reemplazar a la flota submarina im- perial. X¿ue este desenlace es insoslaya- ble se prueba cumplidamente. ■ ' Los buques de guerra titnen, según
nuestra opinión, una dualidad especifi- ca : ímpeuir que el país cuyo pabellón arbolan sea desterrado del comercio' in- teroceánico; no fué otra la misión des- empeñada por la escuadra inglesa en ios cuatro anos de guerra. Vencieron ¡ios aliados porque disponían del mar, su- cumbió Alemania porque vivía "aislada del Mundo. Pero las cosas no se desen- vuelven con esa senciuez.'El que goza de supremacía marítima no la impone sin tropezar con resistencias. La nación que padece aislamiento reacciona, y su aueman no pueue ser otro que el de per- turbar el comercio del país que dispone del mar. Asi nace la guerra submarina al comercio interoceánico; el submarino, dotado de enorme poder ofensivo y des- tructivo^ dispone de pocos elementos de- fensivos; un buque de gran porte2 lige- ramente artillado, puede dar buena cuen- ta del sumergible que ordene su deten- ción. Para soslayar esa descontada re- sistencia, el submarino torpedeará sin previo aviso, y, ai realizarlo, vulnerará las leyes de la guerra. ' Mas aun suponiendo un acentuado sen-
timiento humanitario vivido por quienes mandan un buque submarino, siempre deberá tenerse en cuenta esta contingen- cia : el sumergible ordena la.detencion.de un buque de gran porte, el apercibido obedece, se comprueba que el buque, por portar contrabando (y actualmente son bien pocas las mercancías que no entran dentro del elástico criterio del denómi nado contrabando condicional), es buena presa; el sumergible lo convoya a pue. fco beligerante o neutral, pero en el ca- mino tropieza con un buque de super ficie enemigo; ¿lo abandonará, en ese caso? Indudablemente, no; querrá evi- tar que el trasporte se consume, y tor- pedeará al buque convoyado. Aun reali zando el torpedeo con toda suerte de ga- rantías, la tripulación y el pasaje del buque destruido quedará a merced del mar, puesto que el submarino, por sus limitadas proporciones, no puede hacer- se; cargo de una tripulación numero- sa Las leyes de la guerra marítima es- tablecen la obligación de «poner a salvo» la tripulación del buque destruido. He aquí una disposición inejecutable para los submarinos. • Por consiguiente^ dígase lo que se
quiera en contra, el submarino ni es: como se afirma, el1 arma de los débiles ni tiene tampoco como finalidad el ac- tuar defensivamente. Constituye un. elemento de perturba-
ción, y su presencia implicará siempre |
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EL PARTO DE LOS MONTES
LA CONFERENCIA NAVAL DE LONDRES
por CAMILO BARCIA TRELLES
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sito de paz en los espíritus, era, inútil
pensar en acuerdos que satisfaciesen a todos por igual; esa discrepancia se acu- só de modo agudo a propósito de las te- sis dispares de Francia e Italia. Fueron inútiles cuantos esfuerzos tendieron, al acoplamiento de esas tesis divergentes. Pero la Conferencia no podía clausurar- se proclamando su fracaso: para cubrir las apariencias, se firmó un Tratado; en el mismo hemos de apreciar dos clases de estipulaciones : unas, factibles ; otras, inejecutables. De las primeras no he- mos de hablar, queremos, por el con- trario, aludir de modo expreso a las se- gundas. El artículo 23 del Tratado debe rete-
ner sucintamente nuestra atención. En el mismo se dispone que los submarinos quedan sometidos a las mismas leyes in- ternacionales que los buques de super- ficie. Así quiso ponerse fin a una polé- mica que parecía llamada a eternizarse, determinada por la oposición de dos te- sis : una, la abolicionista, defendida por Inglaterra y los Estados Unidos; otra, la de no renuncia al submarino como arma defensiva, sostenida especialmente por Francia. Se creyó desenlazar en un deseable acoplamiento estatuyendo: el submarino, instrumento de guerra, ha |
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Nada tiene de extraño que el público
haya asistido con evidente cansancio a las dilatadas deliberaciones de Londres. Su decepción, generalmente compartida, se explica igualmente. No en vano a la reunión de Londres precedieron diálogos . que permitían augurar un posible acuer-
do naval. Pero todo fué en vano; erró- neamente planteados los problemas, se presentía que los discrepantes se aden- traban, más y- más en un callejón sin sa- lida ; esta impresión pesimista no fué afectada por la firma del Tratado, que tuvo lugar en el palacio de Saint James el 22 de abril. ■• Dos problemas, bien distintos, se plan-
tearon a los plenipotenciarios reunidos en Londres: uno, de carácter moral ; otro, de índole económica. El primero, ¿que determinaba todo lo que había de
ser triste epílogo de la Conferencia, se interponía en forma insoslayable; ello porque en Londres los delegados discu- rrían como hombres de guerra, y, par- tiendo de ese supuesto, automáticamen- te, aparecían los consabidos argumentos de orden técnico que hasta el presente han imposibilitado todo acuerdo; ya va siendo tiempo de valorar la perniciosa acción del «tecnicismo», aplicada a pro- blemas internacionales. Sin un propó- |
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PRIMAVERA
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NUEVA ESPAÑA
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FANTASÍAS 100 POR" 100
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FORDISMO, DETROITISMO, ESTUPIDEZ
por J. DE ABENDA1ÑO
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Ford ha reiterado que si
la ley seca es abolida cerra- rá todas sus fábricas. Europa, ante la civilización americana
—título de un reciente y sugestivo en- sayo, de Andre Siegfried, el gran conoce- dor europeo de Norteamérica—-, adopta con excesiva frecuencia actitudes verda- deramente estúpidas. Unas veces por culpa de «resentidos», como Lucien Leh- man (v. Le Grand Miraqe); otras por la aldeanería de innumerables papanatas (!us citas llenarían una página), es lo cier- ta que a medida que la literatura de los neo colones contemporáneos se multipli- ca es más confuso e imperfecto el cono- cimiento que el lector medio europeo pue- de adquirir del mundo trasatlántico. En la marea de tinta a que el tema da lugar, cada día es más raro encontrar islotes sugestivos (Keyserling) e instructivos (Dubreuil) o,, al menos,. sencillamente bellos (Morand) y veraces (Siegfried"). No deja de tener su fondo dramático
—y, lo que es peor, consecuencias—com- probar el hecho de que a medida aue se perfeccionan vertiginosamente los medios materiales de comunicación entre los pueblos, mayor es el desconocimiento mutuo en*pie europeos y americanos vi- |
vimos. Con razón acaba de escribir un
profesor de economía en Eutgers (Nueva Jersey), a propósito de la encuesta Hoo- ver-Mitchell: «no hay nada que supere a la ignorancia que el americano de tipo medio tiene sobre las cosas de Europa, como no sea la ignorancia del europeo medio sobre las de América». En el caso nuestro, ¿ cuál es la princi-
pal causa de esta mala comprensión? Según el profesor aludido, y por encima de toda otra de carácter psicológico, sim- plemente el utilizamiento como base de juicio de fuentes que una elemental dis- creción debía haberlas sometido a im- placable cuarentena. Suscita en nosotros estas considera-
ciones la reciente lectura en los diarios de unas manifestaciones del magnate de River Rouge—pleguémonos al estilo dé los cronistas de boxeo—según las cua^s ha reiterado su propósito de cerrar todas sus fábricas si la famosa lev Volstead. la gran corruptora de la moderna Yanqui- landia, es abolida. Resulta realmente cómico leer tales manifestaciones en bo- ca de M. Ford si al mismo tiemno re- cuerda uno los numerosos establecimien- tos que él mismo rige en otros países so- metidos a la más «húmeda» libertad. Y como éste son otros muchos apotegmas del formidable industrial que por su si- tuación privilegiada—y en parte por el culto que Norteamérica misma rinde a los héroes del dólar—son tomados por el común de las gentes como exponente fiel de las ideas y la significación de aquel extraordinario país. Nada, pues, más en su panto que lla-
mar la atención de la muchedumbre de gentes que se sienten atraídas por la lec- tura de los infinitos escritos interpretati- vos- del mundo americano sobre la pru- dencia con que deben acogerse los juicios que no se basen en fuentes muy riguro- sas. Y éstas, para la mayor parte de los problemas nuevos que plantea aquel país, apenas si existen, contra lo que muchos creían. Por ejemplo, una de las cuestiones
más sujetas a controversia y más intere- santes es la de esa misma ley prohibi- tiva de las bebidas alcohólicas a que an- tes nos referíamos. ¿ Qué documentos se- rios hay para juzgar de sus efectos? Au- torizado, ninguno. Pintorescos, muchos. A más de la patética declaración con que encabezamos este artículo, tenemos unas peregrinas estimaciones del mismo gran capitán de negocios, que ha dicho muy serio en diversas ocasiones: «Tía prospe- ridad de los Estados Unidos depende, ante todo, del robustecimiento de la ley Volstead. Su eficacia se ha afirmado en un 99 por 100, y sus condiciones de per- manencia son actualmente entre el 55 y el 60 por 100 más que hace dos años.» Prescindiendo del optimismo que refle- jan estas cifras, ¿no es ridículo que un ingeniero, precisamente, se entregue a funambulismos tan extravagantes con los números? Y es que se puede ser simultáneamente—y acaso se tiene que ser—un genio en la organización indus- |
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trial o financiera y un perfecto menteca-
to en sociología y moral. Si el catolicismo suele engendrar mag-
níficos ejemplares de cerrilidad e incom- prensión, el calvinismo lanza al mercado productos no menos acabados de pedan- tería sociológica, como algunos de los apóstoles reformadores de la semana dé trabajo, la cruzada de los altos salarios y otras muchas zarandajas que, con ín- fulas de postulados universales, son lue- go comentadas en el otro mundo —^ el nuestro, el para ellos semirmierto—-sin parar mientes en lo especialísimo del ca- so, y aun dentro de él en lo limitadísi- mo de la experiencia. Que para nadie . enterado es un secreto que junto a la sin par prosperidad automovilística está- la : tragedia carbonífera y que en la.'misma" Nueva York hay barrios enteros sumidos en la pobreza más desesperada. En realidad—un. poco decepcionante '■
es para los que hayan leído mucho,—.so- bre los aspectos más interesantes de -la • ecuación que es:Norteamérica. apenas si- se ha escrito nada autorizado, a pesar da las toneladas de papel impreso que el mercado europeo ha digerido. Cumpli- mos un deber de atalaya al señalar al" lector preocupado de la-veracidad y.^el^ rigor cienfíficos la aparición de un sober-* bio estudio sobre las «Recientes modifir caciones económicas en los Estados Unidos» (1). lanzado por la Oficina Na- cional de Investigaciones Económicas, que ha de hacer época, ya que tanto el «rapport» del Comité oficial Hoover co- mo las monografías que lo constituyen, son un verdadero modelo de investiga- ción escrupulosa y exposición ordenada y clara, según los métodos en, que Mitohe-r le ha hecho escuela. Por primera vez se abordan los intere-
santísimos problemas que plantea el fe- nómeno de la prosperidad estadouni- dense en la última década con criterio científico, sin mezcla alguna de literatura mala, y menos aún de pésima moral. El lector interesado se encontrará aquí tan lejos de las melancólicas evocaciones del «Mayflower» como de los enlevita- dos sermones detroitistas. Y poco a po- co, entre la maraña de cifras y sugestio- nes, irá viendo dibujarse una nueva vi- sión del mundo americano de extraordi- naria grandeza, abundante también en fallas y lagunas, pero exenta, al fin, de toda estudipez. |
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la agravación de la barbarie inherente a
toda contienda armada. Así epiloga la Conferencia naval: pactando estipula- ciones inejecutables. El desenlace no ha de sorprendernos.
El Mundo padece una honda crisis de solidaridad. Los pactos navales, reduci- dos a determinado número de potencias, siempre serán acuerdos más o menos oligárquicos y significarán, en el meior de los casos, la adaptación de tiranías dispares. No era en Londres donde de- bió resolverse el problema, sino en otro lugar. Sólo a la comunidad de las na- ciones compete velar por la seguridad de los mares. Los mares libres en todo tiempo. Sólo temporalmente suspendida esa libertad, cuando un país viola la ley obietiva internacional y se hace mere- cedor de sanciones. Pero entre tanto el Mundo esté preparado tan sólo para la guerra—y no era otro el espíritu domi- nante en la Conferencia de Londres—. se- rán inútiles cuantos intentos persigan los que monopolizan la supremacía maríti- ma. Es una crisis de solidaridad que afecta especialmente a los Gobiernos, pero que alcanza igualmente a las colec- tividades. Si los primeros representan a las segundas, toda esperanza de reden- ción ha de ser abandonada; pero si el sentir de las masas está ausente en esas Conferencias, el camino está señalado: oue los pueblos hagan oír su vo?;. Eso faltó .en. la Conferencia de Londres, v por eso su fracaso ; lo triste es oue la derrota alcanza igualmente a la TTuma- nida innúmera que ha de ser sacrificada en una próxima contienda. |
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(1) Edición Mo Graw Hill — 370 — Séptima Avenida,
Nueva York. |
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NUIVA IIPAÑ*
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sariamente nos dejaríamos llevar a ex-
tremos pesimistas, no concordantes a la vibración entusiasta de estos momentos anunciadores de eclosiones resolutivas. Indudablemente, hubo momentos en que las gentes gozaron de la torpe satis- facción de encontrar desalojado su esce- nario polémico de los temas políticos de plena responsabilidad, ique con fuerte sustantividad estaban emplazados. Des de el año 23 a la hora de la retirada del dictador, el pueblo español ha tenido momentos de total indiferencia ante la pretensión, por parte del Eégimen, de arrumbar hechos que se pretenden dejar en la impunidad. Las instituciones básicas del Estado
constitucional han quedado con el estig- ma de un dóoil sometimiento a la arbi- trariedad. Toda una ficción de solidez moral, que se quería fuese reconocida, ha quedado desustanciada de honorable vigor y totalmente exenta de prestigio. ¿ Qué se salvó, pues, de este general
descrédito? Lo que siempre se ha sal- vado y nunca falló, cualesquiera fuesen las vicisitudes nacionales: el intelectual. Ni claudicó ni prevaricó. Sólo él pasó limpio por las pruebas dictatoriales, cum pliendo su misión con esta frase de Gra cián: «Lo que empezaba a decir la pa- labra lo acababa de exprimir el gesto» De esta general conducta exceptua-
mos los venales de siempre, los unáni memente descalificados. Los que se sal- varon, por imperativo de la moral de la inteligencia, plantean al pueblo—consi- derando que esta vez no se moverá por automatismo—la responsabilidad de un Eégimen que, en su largo existir, no ha proporcionado a la vida española un mo- mento de grandeza. |
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EL INTELECTUAL EN LA POLÍTICA
por JORGE RUBIO Y GONZALEZ
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rifica con las ideas de la Eevolución.
Los trances de mutua incomprensión
entre pueblo e intelectual han sido nor- malísimos en repetidos momentos críti- cos de la nacionalidad hispana. Los afrancesados primero, al adoptar su po- sición acatadora del hecho napoleónico, se colocan abiertamente en pugna de un clamor que ahoga toda discrepancia y que alimenta espíritu almente una gue- rra terrible, donde la actitud inteligente es en absoluto repulsada. Sobre el español caen, en superflua
sembradura, el liberalismo estatificado en Cádiz, aconsonantado a la tradición nacional más castiza. El pueblo no lo siente , por eso no lo defiende. No se ar- guya contrariamente, recordando los va- rios momentos dramáticos de la insu- rrección por la libertad ; todo ello es ges- to inane. La protesta es siempre de la minoría que clama y padece. Su grito de llamada se da en la inmensa oque- dad nacional. En esa oquedad, superla- tivamente dramática, se pierde el ulular de todos los clarines. En próxima con- temporaneidad recordemos la fecha de 1898. Mayor inmediatez: 1923. La turbiedad de estos momentos des-
ordenados no son precisamente los más asequibles para hacer un enjuiciamien to de pulcra serenidad, en vista al com- portamiento de Ijos grupos ciudadanos sometidos a un Estado, quien, en su ac- tuar, adopta forma y maneras atenta- torias a una dignidad civil integral. Observando la tosquedad en la maní
festación de acciones y reacciones, nece- |
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-El siglo xix y estos treinta años
del - xx merecen la investigación de un espíritu sagaz, desprovisto de prejui- cios ; con una imperturbable objetivi- dad. Tema de investigación : comporta- miento del intelectual, singularmente de quien en este trabajo hemos de ocu- parnos : el escritor. Durante el siglo pasado, por solo un
trance de indudable sinceridad pasó la vida española: las guerras civiles, cuya génesis como suceso de estructuración estatal hay que buscar en la precedente guerra de la independencia. Durante la contienda por la indepen-
dencia brota rebelde en un grupo de inteligentes la primera—hasta hoy pro- longada—disidencia entre los intelectua- les españoles y el pueblo. Los afrance- sados encarnan la élite hispana en un momento en que un pueblo unánime se bate feroz contra lo extranjero. Sucedía que. las invasiones napoleónicas presti- giaban« su dominación con la doctrina liberal recogida en la Eevolución—nó se olvide que el suceso de la invasión fué acompañado de una carta constitucio- nal, otorgada a un pueblo que no había realizado .una revolución ni estaba dis- puesto a ella; donde la enciclopedia y la declaración de derechos habían res- balado sobre el armazón de un Estado teocrático- ab sol uto. Es lo cierto que el Eenacimiento y la
Beforma habían sufrido pareja indife- rencia; pero lo que estos acontecimien- tos históricos no logran—prender y pro- pagarse por la individualidad—, se ve- |
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EL LIBRO MAS SENSACIONAL DEL ANO
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RUSIA AL DESNUDO
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Por PANAIT ISTRATI
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Pedidos contra reembolso a EDITORIAL CÉNIT, S. A. - Apartado 1.229.-Madrid
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Exclusiva de librerías C. I. A. P. LIBRERÍA FE * Madrid
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NUEVA ESPAÑA
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esto muy menguada; pero ni así la ha-
bían de sostener. Después de algunos días recibía una nueva pregunta tele- gráfica, en la cual se me consultaba si estaba dispuesto a ir a Alemania sólo con el fin de curarme. A lo cual contes- té: «Pido que se me dé, por lo,menos, la posibilidad de permanecer en Alema- nia el tiempo necesario para mi apre- miante tratamiento médico.» El derecho de asilo se había ya reduci-
do al derecho para hacer una eura. Ape- ló a las declaraciones de una serie de médicos alemanes, los cuales me hablan tratado d,urante los diez últimos años, y cuyos cuidados, ahora más que nunca, necesitaba. Por fines de marzo aparecía en los pe-
riódicos alemanes una noticia que decía : «En los círculos gubernamentales reina, la impresión de que Trotski no está tan enfermo que> necesite incondicionalmen- tö el tratamiento de los médicos alema- nes.» El 31 de marzo telegrafié yo al Dr. Rosenfeld: «Las noticias de los pe- riódicos dicen que yo no estoy bastante desesperadamente enfermo para que se me permita vivir en Alemania. Yo pre- gunto: ¿qué es lo que Loebe pretendía ofrecerme, el derecho al asilo o el dere- cho al cementerio? Estoy dispuesto a someterme al juicio de una Comisión de médicos, y me comprometo a abandonar Alemania tan pronto como termine mí cura.» De esta manera iba^ siendo el principio
democrático reducido y vulnerado. Pri- mero se convertía el derecho de asilo en un derecho condicionado, después en un derecho para un tratamiento médico y, por último, en el derecho al cementerio. Esto representa que la Socialdemocra-s cia no me llegará a valorar y apreciar si- no como cadáver. No recibía contestación al telegrama,
esperé algunos días y volví a telegrafiar a Berlín. El día 12 de abru\ esto es, dos semanas después, recibí una comunica- ción en la que se me decía que el Go- bierno alemán había desestimado mi so- licitud de asilo. A mí no me quedó otra cosa que poner este telegrama al presi- dente del Reichstag, Sr. Loebe: «La- mento que se me haya impedido estu- diar prácticamente el derecho «democrá- tico» de asilo.» Esta es la concisa—y rica de ense-
ñanzas—historia de mi primer intento para conseguir en Europa un visado de- mocrático Las razones por las cuales la demo-
cracia me ha negado el visado de mi pa- saporte son muy diversas. El Gobierno noruego, amabilísimo, alegó que allí mi vida no estaría libre de peligros. Jamás hubiera creído yo que disponía en las elevadas esferas de Oslo de amigos tan providenciales y desvelados por mi vida. El Gobierno noruego defiende, natural- mente, el derecho de asilo lo mismo que lo defienden el francés, el alemán, el inglés y otros. El derecho de asilo es un santo e inviolable principio. Solamente debe el desterrado asegurar que nadie po- drá asesinarle en Oslo. Entonces será re- cibido jubilosamente. El Gobierno francés ha sido más in-
genioso todavía. No se me podía conce- der el derecho de asilo porque obra to- davía en la Policía el mandamiento de expulsión de Francia que dictó contra mí Malvy en 1916. ¡ Un obstáculo absoluta- |
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I DE TROTSKI
CERRADA
explicación. Me parecía que el señor
presidente del Reichstag, debía conocer, mejor que los agentes de la G. P. U., las intenciones de su partido y de su Gobier- no. Aquel mismo día le telegrafié a Loe- be diciéndole que, apoyado en sus pala- bras, me dirigía al Consulado alemán pi- diendo el visado de mi pasaporte. Los periódicos alemanes democráticos y so^ cialdemocráti'cos señalaban, no sin cier- ta malévola alegría, el hecho de que un colaborador de la dictadjura proletaria debiera solicitar asilo en la Alemania democrática. Algunos expresaban, ade- más, la esperanza de que; esta lección me obligara a apreciar más las institucio- nes democráticas. A mí me quedaba so- lamente esperar al verdadero resultado de la tal lección. El democrático derecho de asilo no
consiste en que un Gobierno acoja sola- mente a los amigos de su ideas—ésto lo hace incluso Abdul Hamid—. Tampoco en acoger a los deportados con el per- miso del Gobierno que deporta. El de- recho de asilo consiste en acoger a todo aquel que se someta a las leyes del país en que se refugia. Yo sólo podía ir a Alemania; naturalmente, como un ene- migo del Gobierno soeialdemócrata. A un corresponsal de la Prensa soeialde- mócrata alemana que me quiso interviu- var, le hice la siguiente declaración, que yo mismo escribí: «Puesto que yo pretendo un permiso
de residencia en Alemania, donde el Go- bierno consta en su mayoría de social- demócratas, tengo interés, ante todo, en poner en claro mi situación frente a la Socialdemocraeia. Mis relaciones con la Socialdemocraeia no han cambiado. Más todavía, mi lucha contra, la fracción cen- trista de Stalin no es sino un aspecto de mi lucha contra la Socialdemocraeia. Algunos periódicos socialdemócratas se esfuerzan en descubrir una incompatibi- lidad entre mi actitud con respecto a la Socialdemocraeia y mi solicitud para que se me permita residir en Alemania- No existe tal incompatibilidad. En to- dos los países parlamentarios participan los comunistas en las luchas políticas. El derecho de asilo no se diferencia en nada del derecho del voto, de la libertad de Prensa y de la libertad de reunión.» Que yo sepa, no ha llegado a ser pu-
blicada esta interviú, lo que no es de admirar. No obstante, la Prensa soeial- demócrata propugnaba, entonces, que se me concediera el derecho de asilo. Un diputado soeialdemócrata, el Dr. K. Ro- senfeld, tomó espontáneamente a su car- go la consecución de pasaporte para mí. A un telegrama que recibí de él pregun- tándome en qué condiciones quería vivir en Alemania, contesté: «Completamen- te aislado y fuera de Berlín. De ningún modo tomaré parte en manifestaciones públicas, y mi producción literaria se li- mitará al marco de la ley alemana.» Por lo tanto, ya no se trataba del de-
recho democrático de asilo, sino del de- recho para vivir en Alemania bajo con- diciones especiales. La lección democrática que mis ene-
migos querían darme quedaba ya con |
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UN ARTICULC
EUROPA
Comienzan a hablar gen-
tes, con clara visión sobre Rusia, de la vuelta de Trotski a Moscú para po- ner de nuevo su energía de hierro en la obra de recons- trucción comunista. Se ase- gura que Stalin le ha ofre- cido la Comisaría de Agri- cultura, reconociendo que han pasado ya las causas que podían hacer peligrosa la política radical de Leo Trotski. En el presente, artículo,
escrito en su retiro de Constantinopla, donde des- de hace un año vive refor- zando sus convicciones en la soledad, cuenta,''con escn prosa fuerte y aguda que le hace, como decía Alfre- do Doeblin, uno de los pri- meros escritores de nuestro tiempo, la historia oprobio- sa del visado de su pasa- porte. Enfermo en Turquía, . - Europa entera, le ha nega- do el derecho a curarse. F. F. A.
Pocas horas después de mi llegada a
Constantinopla leía yo, en un periódico de Berlín, el discurso que. el presidente del Reichstag pronunció en el Parlamen- to alemán con motivo del décimo aniver- sario de la Constitución de Weimar, el cual terminaba con las siguientes pala- bras : «Quizás seamos nosotros, añora, quienes demos asilo a Trotski. (Caluro- sa ovación en la mayoría.)» Las palabras del Sr. Loebe eran para
mí completamente inesperadas, ya que todas las gestiones que se habían reali- zado hasta entonces para conseguir un permiso de residencia en Alemania ha- bían chocado con la absoluta decisión que tenía el Gobierno de negármelo. Cuando menos, ésta era , la categórica afirmación de los agentes del Gobierno soviético. El día 15 de febrero llamé al agente de la G. P.. U., que me había acompañado hasta Constantinopla, y le dije : «Yo debo sacar, la consecuencia de que se me ha informado falsamente. El discurso lo ha pronunciado Loebe el día 6 de febrero. Nosotros hemos salido de Odesa hacia Turquía la noche del día 10 de febrero, por tanto, cuando se tenía ya en Moscú conocimiento del discurso de Loebe. Le pido a usted que sin demo- ra telegrafíe a Moscú y proponga que, apoyándose en el discurso del presiden- te del Reichstag, se procure, en Berlín, el visado d& mi pasaporte.» Dos días des- pués el agente me traía la siguiente con- testación : «A mi telegrama responden de Moscú que el Gobierno alemán lia de- cidido ya a comienzos de febrero denegar la autorización para que usted resida allí, un nuevo intenta no tendría ningún resultado: el discurso de Loebe no tie- ne carácter oficial. Si ¡ usted, a pesar de esto, no está conforme, puede usted, personalmente, solicitar el visado.» Yo no podía creer de ningún modo esta |
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NüfeVÁ E&PAÍIÁ
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mente insalvable para la democracia!
Yo he contado ya alguna vez cómo el Gobierno francés, no obstante el no ha- ber levantado su mandamiento de ex- pulsión contra mí, puso sus oficiales a mi disposición, y cómo me visitaron di- putados, embajadores y un presidente del Consejo de ministros en mi época de mando en Busia. Francia me hubiera otorgado, cómo no, el derecho de asilo si en los archivos de su Policía no exis- tiera una orden de expulsión contra mí dictada por la diplomacia zarista. Natu- ralmente, un n andamiento de. la Poli- cíi es como un estrella polar, no hay posibilidad de d - struirla, ni siquiera de moverla de su sitio. El derecho de asilo ha emigrado tam-
bién - de Francia. ¿ Dónde se encuentra entonces? ¿Quizás en Inglaterra? El día 5 de junio de 1929 me invitó el
partido laborista, del cual es compañe- ro Macdonald, en invitación completa- mente oficial, y por propia iniciativa, a dar una conferencia en la escuela del partido. La invitación, firmada por el se- cretario general del partido, dice: «Nos- otros descontamos que no encontrará us- ted ninguna dificultad para entrar en In- glaterra, después de la constitución del (iobierno alborista.» Encontré dificulta- des. No sólo se me negó el permiso de hablar a, los compañeros de partido de Macdonald, sino también el necesario para someterme a tratamiento médico en Inglaterra. El visado me fué sencilla- mente denegado. El ministro laborista de Policía, Clynes, defendió esta dene- gación ante la Cámara, el cual explicó el sentido de la democracia de tal modo, que le hubiese condecorado un ministro de Carlos II. «Derecho de asilo» no quie- re decir, según Clynes, derecho del de- portado para exigir asilo, sino derecho del Estado para negarlo. El devoto ministro Clynes debía saber
que la democracia ha heredado el de- recho de asilo directamente del cristia- nismo. Malhechores perseguidos necesi- taban sólo entrar en una iglesia o to- car ciertos objetos para ser acogidos ba- jo protección. Era, pues, el derecho del perseguido a acogerse a la protección divina, no el dé la divinidad a proteger- lo. Yo creía que los devotos laboristas que conocen tan poco del socialismo se- rían mejores conocedores de la tradi- ción de la Iglesia. Ahora me he conven- cido que ' ni. eso. Míster Clynes sacará pronto la consecuencia de que la libertad de palabra de ningún modo es el derecho del ciudadano a expresar sus pensa- mientos, de uno u otro sentido, sino el derecho del Estado a prohibirle el silen- cio Prácticamente, esta consecuencia inspira ya las leyes inglesas. Yo debo confesar que estos tratos con
las democracias europeas para conseguir un visado me han producido no pocos ra- tos de alegría. Algunas veces me imagi- naba ejerciendo de regiaseur de una gran obra teatral, con un solo autor que re- presentara a Paneuropa, y que se titu- lara : Principios de la Democracia. De América no vale la pena hablar. Los Estados Unidos no son sólo la más fuer- te, sino la más cerrada tierra. El dere- cho de asilo no existe allí más desde hace tiempo. Europa y América, cerradas. Estos dos
continentes dominan el resto del Mundo. Por lo tanto, el Planeta, cerrado. |
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LA VENGANZA DE HEINE
por TRUDI G. DE ARAQUISTA1N
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—¡ Ah, venerado maesttro 1—contestó
el más grave y el más capicuadrado de la delegación—•. Usted no sabe cómo se le admira ahora en Alemania. Usted se ha encumbrado al rango de poeta nacio- nal ante el Mundo entero. Usted ha es- crito los más beUos versos alemanes, aunque hasta después de su muerte no empezamos a reconocerle y glorificarle. ¿ Qué de extraño tiene, pues, que la sim- patía y admiración del pueblo alemán quiera erigirle un monumento? —Todo eso está muy bien dicho—-repli-
có el poeta—. Pero me parece completa- mente superfluo que el pueblo alemán quiera expresar la admiración que siente por mí consagrándome un monumento. El estado físico en que estoy me priva, de toda esperanza de volver a vivir entre mis semejantes. En rigor, la sociedad humana no existe ya para mí. Quiero decirle que también he roto las cadenas de esa vanidad personal que aqueja . quienes han de azacanear entre los hom bres en eso que ustedes llaman mundo. Tengo, pues, que declarar ingenuamente que un monumento de piedra no me honra más que si me disecaran y con- servaran en un museo zoológico. —Nuestro deseo más vivo—continua
ron los profesores—es conducirle en una triunfal carroza de oro a Dusseldorf, su pueblo natal. —¿ Cómo ? ¿ Qué dicen ustedes ? ¿ Mi
pueblo natal?—contestó el poeta—:. He ahí un concepto que se me ha hecho enteramente extraño. Además, ya ven ustedes que no me entrego a una hu- mildad hipócrita, a una falsa modestia Yo sé que soy el más grande poeta lírico que ha existido jamás, y, por lo tanto, un genio tan grande como yo no puede tener por tierra natal a ningún país determinado. Apenas pertenezco ya a este Mundo, donde soportó y sufrí tanto. ■—Maestro, comprendemos lo que us-
ted quiere decir—dijo el más anciano de los sabios—. ¡Deje usted en paz al pa- sado 1 Es verdad que fué usted un már- tir de ciertas circunstancias nacionali's tas. Pero usted sabe que con la historia da los grandes hombres se hace la leyen^ da de los mártires. El pueblo lapida a sus profetas para poder adorarlos más tarde fervorosamente. Ño se abandone usted a esas tristes reflexiones y vuelva a su patria. —Se me desgarra el corazón de pen
sar que tienen ustedes que prescindir de mi retorno postumo a Alemania—con- testó Heine—, j Hace tanto tiempo que vivo en el destierro 1 Y sólo ahora co- mienzo a curarme de mi inmensa nos- talgia, a acostumbrarme a los pasteles y golosinas del destiero, a hablar fran- cés, a escribir, a amar, hasta suspirar en francés. En otra época creí que Ale- mania era el mejor de los países, la más hermosa de las patrias, y los alemanes el pueblo más noble y más inteligente. Pero, de un tiempo a esta parte, ya no echo de menos a Alemania, con sus ár- boles soñadores, con sus nubes melan- cólicas, con sus amapolas, con sus rui- señores, con su chucrut y con su cerve- |
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(Con motivo del monumento que
se proyecta levantarle en Dusseldorf por suscripción internacional.) Desde el 20 de febrero de 1856 des-
cansaba en Montmartre, en el cemente- rio de los proscritos, el gran Enrique Heine. Huyendo del dolor de vivir, se había refugiado en la muerte, y allí ya- eía, cerca de setenta años, con su alma helada, en aquel aposento angosto y hú- medo. Pronto se había acostumbrado a estar tendido, inmóvil y sin soñar. Sus ideas y sentimientos estaban envueltos en frío de nieve, y, muy adentro de su alma, él se sentía arrugado y muerto. Nada alteraba su paz bostezante y fas- tidiosa. En el camposanto reinaba una suave quietud, y los fatigados peregri- nos de la Tierra dormían allí, en las huesas adyacentes. Los sauces exhala- ban murmullos de espanto y despedían emanaciones cadavéricas. No había ge- mas en los rosales. Ni cantaban los pá- jaros _: sólo lanzaban trinos de miedo. El poeta dormía tan profundamente
que ni siquiera llegaban a sus oídos las graves campanas de Notre Dame. Pare- cía como si esta muerte consciente fue- ra a durar toda una eternidad, cuando una mañana de invierno, gélida y neou- losa, Heine fué turbado en su inmóvil rigidez. Oyó claramente que le llamaban por su nombre. ¿Quién podía ser y qué le querían? Haciendo castañetear sus dientes, estiró su osamenta, espiritual y descontentadiza, e irguióndose de mal humor se echó sobre los hombros su capa negra y gastada. Luego se puso en pie y, retirando la lápida sencilla y ba- rata donde estaba inscrito su nombre, saltó fuera de su sepulcro. Cuatro hom- bres, graves, vestidos de negro, se incli- naron ante él. Por sus levitas largas y algo usadas, por la forma cuadrada de sus cabezas y por sus ralas cabelleras, Heine adivino en seguida que eran pro- fesores alemanes. Con una sonrisa iró- nica y marmórea el poeta les invitó a que le comunicaran su mensaje;. Los sabios 1© explicaron entonces có-
mo los alemanes habían abierto en el Mundo entero una suscripción para le- vantarle un monumento en su ciudad natal. Y cómo a ellos se les había con- fiado la misión de visitarle y solicitar su asistencia a la inauguración del monu- mento. Heine se quedó pensativo, como se queda uno en sueños para recordar algo que también se ha soñado. Se lim- pió las_ órbitas húmedas y sintió que se ruborizaba, como se ruborizan los muer- tos. Su rostro, hasta entonces pálido y frío corno la piedra, comenzó a animarse e iluminarse, como si el espíritu tuviera más poder aún que la palabra hablada. —¿He oído bien, señores profesores?
—preguntó—. ¿No se habrán equivoca- do ustedes confundiéndome con algún otro cadáver de la historia literaria? ¿ Saben ustedes quién soy ? Pues, si mi adormecida memoria no me engaña, ju- raría que en vida me levanté muchos e imperecederos monumentos. ¿A qué viene entonces esta tonelada de gloria tardía y pétrea que yo para nada nece- sito? |
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NUEVA ! SP ANA'
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reyes, hemos proclamado hasta la igual-
dad de los judíos. —Sí, he oído—comentó el poeta,—que,
al fin, han reconocido ustedes ese prin- cipio y que los empleos públicos están abiertos a los judíos de talento. ¡ Y pen- sar que ahora yo podría ser quizá un secretario de Embajada, que es el pues- to más apetecible para un poeta I Por lo menos, lo era para los poetas sudame- ricanos de mi tiempo... Y, sin embargo, no hace mucho que Un ilustre correli- gionario mío, llamado Einstein, fué víc- tima de la fobia antisemita. Lo cual me prueba claramente que no se han des arraigado del todo esta intolerancia me- dieval y estos prejuicios anacrónicos. Los desventurados profesores tudescos
habían agotado sus artes suasorias y, como último recurso, echaron mano de un pergamino que uno de ellos sacó del interior de la levita abotonada. Era la carta de ciudadanía que Dusseldorf otor- gaba a Heine y que el profesor entregó al poeta con un patético gesto patrió- tico. Pero el poeta la rompió en peda- citos y les dijo: •—Ya les he explicado antes que yo no
puedo pertenecer a ninguna tierra natal determinada. Estoy cansado de la lu- cha y sólo quiero reposar. Si quieren hacerme un obsequio, regálenme más bien un gorro de dormir, de aquellos que se metían hasta las orejas. Estoy resuel- |
to a quedarme en Montmartre, donde
puedo entregarme a mis caprichos per- sonales sin la responsabilidad ele tener que ponerme a tono con el solemne mo- numento que ustedes me brindan. Ade- más, aquí estoy rodeado de los más be- llos monumentos del Mundo. Conque, ¡hasta la vista, señores!... Diciendo esto, Heine insinuó burlona-
mente un saludo marcial, al mismo tiem- po que hacía ohocar los huesos de su pie derecho con los del izquierdo, al mo- do de los antiguos militares alemanes, y, dejando a los atónitos profesores con la boca abierta, desapareció de un salto en la fosa para continuar durmiendo el sueño de los justos. Los cuatro sabios bajaron la cabeza cuadrada y salieron del camposanto renegando de Heine y de su monumento, varias veces proyec- tado y frustrado otras tantas, como si el poeta, glorificado por todas las culturas modernas, se complaciese irónicamente en hacer fracasar a los que ahora quie- ren adorarle en piedra, después de no haber sabido comprenderle, ouando vi- vía, en espíritu. Es su más fina ven- ganza. |
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za. Ahora ya sé que también en Fran-
cia florecen las violetas y las rosas, y cantan los ¡pájaros. En ninguna parte del Mundo me siento tan a gusto como aquí, en París, en este ambiente hospi- talario y civilizado, con sus modistillas, sus bulevares,' sus tiendas de lujo y su Bibliothéque Royale. A veces, me repre- sento esta tierra como una Alemania francesa. Estoy seguro de que ni en el cielo, donde los angelitos deben cantar y oler tan bien, sería más dichoso que aquí. —Perdónenos, maestro—replicaron a
un tiempo los cuatro profesores—, que dudemos de que usted, romántico inco- rregible, pueda sentirse a gusto en Fran- cia, patria del materialismo. No vacile más y regrese a Alemania. —Ni en efigie quiero que me cuelguen
allí de las paredes. Además, ¿qué tengo que hacer en Alemania ? | Si en un tiem- po me confiscaron hasta el cerebro, si el Gobierno secuestró mis escritos ! [ Ha- bía que borrar mi nombre de la memo- ria de las gentes, destruir mi hacienda y matarme poco a poco de hambre! ¿Qué se me na perdido, pues, allí? ■—Ya le hemos explicado—insistieron
los profesores—que en Alemania ha ha- bido grandes cambios desde entonces. Hemos perdido una guerra, hemos man- dado al destierro al emperador y a los |
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Los originales que publiea
NUEVA ESPAÑA son RIGUROSAMENTE INÉDITOS |
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Los partidarios de Gandhi reunidos en Chowpatty¿(Bombay) para Infringir la ley del monopolio de la sal
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NUEVA UmA*
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hagamos que todos sean sustituidos en
los empleos que aun usurpan. Uno a uno, todos los Ministerios rea-
lizan la necesaria revisión. De cuantos cargos repartió la dictadura no debe quedar uno solo en manos de los que expoliaron y arruinaron a .España. Han. sido reemplazados varios subse-
cretarios y directores generales. Pero aun quedan los últimos emboscados, que' urge sustituir en nombre de la Constitución por ellos reiteradamente es- carnecida. Aun quedan, por ejemplo, directores
generales de Hacienda que actuaron con- tra la Constitución como asambleístas. En diferentes cargos, de nombramiento del Gobierno, continúan asambleístas que combatieron la Constitución defen- diendo la dictadura y sus despotismos. ¿ Pueden permanecer esas gentes en esos cargos ni un día más ? Otro tanto sucede con el sinnúmero
de prebendas que siguen disfrutando, en un Gobierno constitucional, los que com- batieron a sangre y fuego la Constitu- ción.' ¿Puede el Gobierno, por decoro 'propio, consentirlo? Los emboscados a título de técnicos
saben dé sobra que otros técnicos han sido justamente sustituidos. De suerte que es inútil el grotesco «taboú». A un técnico, otro téenico y se acabó. Lo que no puede prosperar, por muchas úlce- ras que se pinten y por muchas eses de Jesús y parálisis que arrastren, es la continuación, con un Gobierno cons- titucional . de asambleístas y upetistas escarnecedores de la Constitución duran- te seis años. Y para que nuestros lectores tengan
idea de las muchas brevas y canonjías aún en manos de asambleístas y upe- tistas—eternos jaleadores de la dicta- dura y sus iniquidades y sempiternos de- tractores de la Constitución y el Dere- cho*—, a continuación reproducimos los numerosos organismos pendientes de la- necesaria revisión del personal, que es ¡ todavía! el mismo nombrado por la dictadura : Consejo Superior de Ferrocarriles, Co-
misión del Motor y del Automóvil, Pa- tronato de Eirmes Especiales, Junta Central de Abastos, Comité de Dere- chos Reales, Junta de Radiocomunica- ción, Comité del Tráfico Aéreo, Comisa- ría Central Sanitaria, Instituto Técnico de Comprobación, Junta Central de Transportes, Comisaría del Seguro obli- . gatorio, Oficina Central Sedera, Comité de Productos de Establecimientos agrí- colas oficiales, Comité de Mejora de Plantas y Animales, Comisaría del Acei- te, Comisaría del Algodón, Comisaría de la Fabrica de la Moneda, Patronato Na- cional del Turismo, Consejo Nacional del Combustible, Junta de Cancelación de quebrantos marítimos, Comité de Fondos provinciales, Comité regulador del Papel, Comité de Vigilancia" de la Exportación, Banco de Crédito Local, Banco Exterior. En todos estos organismos hay asam-
bleístas y upetistas, los últimos «embos- cados» de la ominosa dictadura, enemi- gos feroces e implacables del régimen constitucional. ¿Es que el Gobierno constitucional puede mantener en sus puestos a quienes fueron cómplices de tantos y tantos delitos cometidos contra la Constitución? |
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MANIOBRAS 1MPUNISTAS
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La dictadura y sus cómplices
por CRISTÓBAL DE CASTRO
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A este fin es indispensable formar
—como propusimos en La Libertad hace unos meses—reí censo de Iscariotes. Y todos los que de algún modo hayan pres- tado su adhesión pública o vergonzante a las infamias de «los seis años inicuos» deben sufrir la inhabilitación política, cerrándoles el paso a todo nuevo cambio de partido, y la inhabilitación periodísti- ca, borrando para siempre de los periódi- cos sus nombres sicarios. No es venganza, sino justicia a secas.
Ellos se proclamaron ufanamente anti- parlamentar ios, anticonstitucionales, apolíticos. Nosotros, respetando su ideo- logía, hemos de mantenerlos apolíticos, anticonstitucionales, antiparlamentarios. Y si ellos, afrentándose a, sí mismos,
se desviven por ser traidores a su cre- do, nosotros no lo hemos de consentir. Han de permanecer apolíticos y, por tan- to, fuera de toda agrupación política. Y la agrupación que admitiera a sólo uno de ellos y se contaminara de su roña, de- debe ser combatida a sangre y fuego. Han de continuar anticonstituciona-
les, como vociferaban jaleando las-no- tas oficiosas. Por tanto, frente a todos los derechos de reunión, manifestación y Prensa. Tal y como—en sus cenas y verbenas, en sus desfiles y juergueos a costa del Erario público—gritaban a la Prensa amordazada, a la tribuna muda, a la cárcel pletórica de profesores y es- tudiantes. .Han, de seguir antiparlamentarios, co-
mo aullaban haciendo .mofa del Parla- mento, cerrado a piedra y lodo por la fuerza dictatorial. Y si se presentaren a las elecciones, habrá que señalarlos al fiscal como incursos en delito contra la Constitución y, por tanto, como inhabi- litados por la Ley para ejercer derechos políticos. Los últimos emboscados
La facción que se llama «Unión Mo
nárquica», y que es más conocida por «el partido de los Lázaros», advierte en una nota oficiosa que entre los adherid js fal tan «muchos que desempeñan cargos pú- blicos y que, por natural delicadeza, no dan sus nombres». El cinismo de semejante declaración
responde a una táctica tradicional en la Picaresca. Como los héroes de Quevedo —que se pintaban úlceras y ensayaban en sus cubiles los acentos más plañide- ros, arrastrando la ese del Jesús, o de parálisis para mover los corazones a pie- dad y acrecer las limosnas—-, los upe- tistas, luego de avasallar al país y arrui- nar la Hacienda, se pintan úlceras de perseguidos y ensayan pordioseos de arruinados. Su procedimiento, en un país desme-
moriado y patético como España, es infalible. Ni palabra mala ni obra bue- na. Hicieron tabla rasa de los derechos ciudadanos, entraron a saco los cau- dales públicos. Y ahora se aferran a los cargos alegando que sólo cuentan con el sueldo y piden paz entre los hombres invocando el nombre de Dios. Pues bien. Aceptemos su táctica. Ni
palabra mala ni obra buena. Digamos que son todos Quijotes y Arturos. Pero |
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Procedimientos judiciales
Desde el punto y hora en que el Go-
bierno Berenguer juró «guardar y hacer guardar iá Constitución», todo cuanto en ella se prescribe está vigente y todo cuanto se oponga a ella derogado. Por consiguiente, sin necesidad de aclara- ciones, está vigente el Código penal del 70 y derogado el que amañó la dicta- dura. ¿Está esto claro, como solía decir Maura? Así, cuantos decretos, reales órdenes
-y medidas gubernativas de toda índole emanadas de la dictadura—Poder fac- cioso—, al margen de la Constitución —Poder legítimo—■, carecen de valor le- gal. Y cuantos delitos cometiera el Po- der faccioso contra el Poder legítimo pueden y deben ser juzgados según el Código penal del 70, que es el constitu- cional y, por tanto, el vigente. Esto, que no tiene vuelta de hoja para todo espí- ritu claro y recto, sirve a los torcidos y oscuros para sus falaces maniobras. Y así hay todavía quien sostiene la vigen- cia del Código de Galo Ponte en tanto no se dicte una disposición precisa y terminante. Pero ¿ qué más disposición ni más ter-
minante ni más precisa que el acto constitucional del Gobierno Berenguer jurando «guardar y...hacer guardar la. Constitución»? Si el tal Código rabules- co se engendró^—se amañó—al margen de ella, ¿quién duda de que el mis- mo acto de la jura quedó plenamente de- rogado, puesto que por el mismo acto quedó el constitucional—el del 70—ple- namente restablecido? Pero, a mayor abundamiento, el de-
creto constitucional de 13 de marzo úl- timo sobre interposición de recursos de- clara quie la Constitución está vigente. Y, por tanto, los Tribunales no pueden aplicar el1 Código faccioso, sino el legí- timo. Pues, si aplicaran el faccioso, se- rían los Tribunales facciosos también. No hay por qué aguardar a las Cor-
tes, como pretenden los demasiado inge- nuos o los demasiado astutos. El «Tan largo me lo fías» quede en buen hora descartado. Habiendo Tribunales y Có- digo hay ya procedimientos constitucio- nales, normales, legítimos. Todo agraviado en su persona o en
sus intereses tiene abierto el camino has- ta el juez de guardia. De suerte que, si prevalece la impunidad, prevalecerá por omisión cívica. Toda falta, todo delito contra los derechos prescritos en la Cons- titución tiene en el Código penal vigen- te—el del 70—las sanciones correspon- dientes, Escalas de complicidad
La dictadura será juzgada por sus
obras—por sus malas .obras—según la escala penal vigente. Mas sus cómplices han de serlo según la escala de compli- cidad política. Los cómplices políticos.—ya trásfugas
de otros partidos, ya catecúmenos coad- yuvantes en las monstruosidades despó- ticas-»—deben ser. rechazados de toda agrupación política, como los ayudantes del verdugo son rechazados en toda agru- pación social. |
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NUEVA ISPAA*
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el «élan» apasionado hacia l'a vida te-
rrestre que se manifiesta en los cantos del joven sacerdote. Sumiso, como su pueblo-, el poeta guardó silencio, calló durante treinta años. Pero, en la Uni- versidad de Lovaiña y por todo Flandes. los jóvenes recitaban sus poemas, el Flandes que, poco a poco, muy lenta- mente, se despertaba y encontraba en la obra del poeta, que, a pesar de todo, seguía silencioso. Cuando llega el rena- cimiento literario de 1830, toda una ge- neración proclama la gloria del que no pasaba de ser un pobre vicario descono- cido. La Iglesia apresuróse entonces a reparar su error, y el poeta, ya viejo, volvió a cantar. |
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CARTA DE PARIS
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El centenario de Guido Gezelle
por A. H AB ARU (Redactor Jefe de "Monde")
Bélgica celebra el 4 de mayo, con re- un gran amor a la vida, olorosos a tie-
gocijos oficiales, el centenario de su má- rra, y en los que alcanza el lenguaje po- ximo poeta Guido Gezelle, quien nació pular los acentos del más alto lirismo. |
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El obispo de Brujas, dos años más tar-
de, le expulsaba del Seminario y le pro- hibía escribir más: fiel a la política del Gobierno, la autoridad religiosa quiere callar la voz que amenaza despertar la cultura flamenca, adormecida, y ahogar |
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en Brujas, el 1 de mayo de 1830, y
vivió pobre y desconocido. La persona- lidad de esta extraordinaria figura fla- menca sobrepasa el cuadro de su pe- queño rincón de tierra, Europa puede reivindicarla. Guido Gezelle nació cuando el Reino
Unido de los Países Bajos, fundado en 1815, vivía sus postreros días. Des- pués de la revolución de 1830, el Go- bierno de Bruselas, dominado por la in- fluencia francesa, se propuso imponer la cultura francesa en Flandes. Fué este un sombrío período de depresión para el pueblo flamenco. Baste decir, para dar la medida de la opresión cultural que entonces reinaba en el país, que Decos- ter escribió La Legende d'Ulenspiegel, epopeya de Flandes, en francés. Pero, así las cosas, hacia 1858, un joven poe- ta, un pequeño vicario de West-Plandre, hace oír en la lengua de su pueblo can- tos que sólo pueden situarse entre los más bellos de los grandes poetas del Mundo. El pueblo no se reconoce en ellos. Pero la semilla cae en algunas al- mas entusiastas. Y germina. Treinta años más tarde, toda la juventud fla- menca se vuelve con admiración hacia aquel que desde su soledad y aislamien- to había despertado l'a conciencia de Flandes. La vida de Guido Gezelle es todo el
drama de un pueblo económicamente po- co favorecido, sometido desde siglos a la dominación de la Iglesia, del propietario y de la dominación extranjera. Profesor a los veinticinco años en el pequeño Se- minario de Roulers, publica, en 1858, dos volúmenes de poemas rebosantes de |
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Grupo de mujeres oree han Ido andando a Londres (desde el Norte de Inglate-
rra para protestar contra la falta de recursos de los obreros sin trábalo, In- corporándose a la manifestación del Primero de Hayo Este sacerdote católico es un gran pan-
teísta. Antes de él, los literatos acadé- micos y fríos no habían sentido nada de la vida. Bruscamente se dejan oír sus cantos espontáneos, apasionados y que- mantes, que abarcan a la Naturaleza entera y a todo lo que hace la riqueza da la vida en este Mundo. Una poesía mucho más directa, infinitamente menos literaria que la de los románticos fran- ceses de 1830. Gezelle siente de una ma- nera profunda todas las vibraciones de la Naturaleza y las traduce en un len- guaje que le permite recursos de color y música incomparables. Como se supo- ne, todo lo relaciona con Dios; mas para él la idea de Dios se confunde con la idea de naturaleza y de vida. Esto per- mite compararle a Walt-Witman. Su poesía es también universal. Es más di- recta y menos profética que la del gran americano. El obispo de Brujas, sin duda, estará
representado oficialmente en la inaugu- ración del monumento a Guido Geselle, el 4 de mayo, y en los discursos oficiales los oradores se guardarán de recordar que si el poeta tuvo que callar durante los treinta años más fecundos de la existen- cia humana fué por orden de la autoridad religiosa. |
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Momento de sacar del fuego a los muert
(Estados Un
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NUEVA ESPAÑA
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aíPí^soísa
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Nuestro querido colega Nosotros pre-
gunta si se debe decir Patronato o La- dran ato. Según.
Tratándose del Turismo. .
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nada y cobran sueldos de 3.000 y 2.750
pesetas ¡ mensuales 1 ¿Hasta cuándo va a durar la herencia
de la dictadura? |
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El Patronato Nacional del Turismo es
una vasta Central de Enchufes creada por la dictadura para recompensar los servicios de una pandilla adicta. Es también una gran Entidad de Pro-
pinas. |
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Lea usted NUEVA ESPAÑA
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Va a ser muy reñida la lucha electoral
por los distritos de Sierra Morena. Pero se da por descontado el triunfo
de algunos candidatos: Delgado B arreto, Cruz Conde, Sangróniz, y Calvo Sotelo. |
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LEA USTED
"NUEVA ESPAÑA"
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Algunos escritores «puros» han dejado
de saludarnos porque nos «metemos» con el Patronato del Turismo. Pero, señor, ¿ qué tendrá que ver el
turismo con la poesía pura? Habrá que enterarse.
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A propósito: ¿ por qué no le hacen a
Delgado Barreto marqués de Venta Eri- tafia? |
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El noticiero huérfano de padres y ma-
dre (hemos nombrado a La Nación) se vendo muy poco. Apenas tiene suscripto- res. No percibe ya los salarios que an- tes le otorgaban los dictad orce tes. • La gente se pregunta, ¿ de qué vive
el noticiero huérfano? ¿En dónde escarba el antiguo pornó-
grafo, ex director de aquella revistilla puerca que se llamaba El Viejo Verde? ' Rogamos al noticiero huérfano que nos explique el enigma. . |
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He aquí una copla que cantaban con
mucha sandunga los sevillanos : Arenal ée Sevilla,
Torre del Oro. Si no se va CruK Conde... Arenal solo. |
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Lea usted
NUEVA ESPAÑA |
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El malogrado humorista Iglesias Her-
mida decía en una ocasión: «¿Ustedes no han oído decir: Fulano
es más bruto que una tabla? Pues b;en ; esa tabla es Delgado Barreto.» ] Qué talento tenía Prudencio Ifcle-
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SUSCRIBA S E
A "NUEVA ESPAÑA" |
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Lea u sted
NUEVA ESPAÑA |
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Ahora resulta que el Sr. Sangróniz
utiliza la propaganda del turismo para hacerse su propaganda de intelectual «raté». Véanse, si no, los periódicos de estos
días, donde aparece la reseña de una conferencia del Sr. Sangróniz, en ©1 Círculo Mercantil. Cotéjense las reseñas y obsérvese que
todas son iguales. Como que han sido hechas por el in-
teresado, enviando «autobombos» como envía, la publicidad del turismo. ¡ Gran turista, no cabe duda, el señor
Sangróniz ! Así se escribe la historia de muchos
intelectuales de por aquí. |
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El alcalde de Villoldo (Palencia) ha
vendido en pública subasta, y en 50 pe- setas, los retratos de Primo de Rivera y Martínez Anido. Nos parece muy bien la decisión de ese
alcalde. Únicamente encontramos caro el precio de la venta. Debió venderlos en un baratillo de esos
de «todo a 0,65». |
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Romanones dice en su libro sobre Sa-
gasta que una pena, de muerte es la ma- yor fortuna para un político. Habrá que ir pensando en concederle a
él ese premio. Se lo tiene bien ganado.
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■■ La marquesa de Casa Henestrosa di-
ce: «i'Yo soy una monárquica al' rojo!» Hay muchas monárquicas al rojo.
¿ Por qué lo hemos de negar ? |
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El noticiero huérfano, el diario escri-
to con la pringue fecal que lleva en el cerebro el antiguo director de. El Viejo Verde, ha dicho que Unamuno no quiso pagar su hospedaje en el hotel. Miente el periódico más imbécil del
Mundo (hemos nombrado a La Nación). El grande, el patriota, el admirable
Unamuno no tenía por qué pagar la cuenta del hotel. La Alianza Republica- na se adelantó delicadamente a abonar ese pequeño gasto. Pero ¿ quién hará comprender a La Na-
ción ninguna delicadeza? |
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^NOSOTBO Sf1
Con mucho gusto saludamos la apari-
ción de la nueva revista política Nos otros. Los dos números publicados hasta aho-
ra muestran una firme ideología izquier- dista defendida con ingenio, cultura y gran espíritu combativo. Redactan las páginas de Nosotros escritores de talento y, por lo tanto, antimonárquicos. El nue- vo y fraternal colega republicano merece el éxito rotundo con que ha sido acogido. |
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Cuidado, queridos amigos del simpáti-
co semanario Cierzo, de Zaragoza. Cuidado.
Porque están ustedes llamándole a un
fascista sedicente «orientador de juven- tudes». No sirvan ustedes de pantalla a esa
desacreditada pantalla reaccionaria. |
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La Patria no es la Monarquía. La au-
toridad no es la fuerza. El orden no se logra poniendo grilletes a los que piensan de distinta manera que nosotros. Las ideas no se combaten con mordazas. |
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Datos para la orgía de las Exposicio-
nes : Un concejal del Ayuntamiento de Bar-
celona ha denunciado que existen en la Exposición,, pagados por el Municipio, treinta y dos empleados que no hacen |
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NUEVA ESPAÑA
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EL TRABAJO FORZADO EN LAS COLONIAS
por LEON JOUHAUX (Secretarlo general de la Confederación General del Trabajo)
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La cuestión del trabajo forzado u obli-
gatorio de los indígenas, cuyo examen había sido preparado por las tareas da, un Comité de técnicos coloniales, ha sido objeto de una primera discusión en la Conferencia internacional del Trabajo de 1930. Ahora se volverá a presentar el problema ante la Conferencia de junio próximo para su estudio y reglamenta- ción. El año último ya se había trazado en grandes líneas un cuestionario pro- puesto a los Gobiernos por el B. I. T. (Bureau International du Travail). Las respuestas enviadas por los Gobiernos han servido de base a la elaboración de un anteproyecto de convenio y de otros proyectos recomendados. A pesar de la existencia del convenio
sobre la esclavitud, adoptado por la sex ta Asamblea de la Sociedad de Naciones, la adopción de tal) reglamentación era dudosa. Hoy es completamente cierfci. Salvo un Gobierno, que aduce tan sólo razones de oportunidad, los demás de los países colonizadores se han pronun- ciado en favor de este reglamento inter- nacional, y, con más motivo, se han adherido aquellos países que, por no te- ner colonias, nada pueden oponer a la realización del fin perseguido. Por otra parte, también guardan silen-
cio los colonistas, que todavía, el año pasado, protestaban de la proposición del B. I. T., considerando que excedía los límites de su competencia. La posibi- lidad de establecer aquel convenio ya no es discutida por ellos, aunque-, claro es, no renuncien en absoluto a su oposición. Seguramente volveremos a encontrarlos en Ginebra, obstruyendo el debate en cuestiones de detalle. Pero, desde luego, podemos afirmar que la partida está ga- nada, ya que el grupo obrero se esfor- zará en obtener medidas verdaderamen- te eficaces y las garantías indispensables. En fin, lo principal está logrado. Supre- sión inmediata del trabajo forzado en provecho de los particulares, reglamenta- ción estricta, bases para la supresión pró- xima del trabajo forzado en beneficio de las obras públicas, locales o regiona- les. He aquí el mínimum con el cual podemos hoy contar efectivamente. No creemos necesario recordar al por
menor las razones en que se funda esta reglamentación, cuyo fundamento lo constituyen los principios formulados en el convenio internacional sobre la escla- vitud. Hay argumentos de todos los ór- denes. De humanidad ante todo. Es in- dispensable poner fin a los abusos irri- tantes y brutales, prohibir la explotación despiadada a que se hallan sometidos los indígenas de las colonias, impedir esas hecatombes espantosas como las que han ocurrido algunas veces en nues- tros protectorados. El trabajo forzado es una forma atá-
vica de la esclavitud, se dice frecuente- mente. Pero no basta con afirmar esto. Es muchas veces peor que la esclavitud, porque, incluso bajo la forma de servi- dumbre temporal, se acompaña para siem.pre del desprecio por la vida huma- |
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na. Esta sola razón bastaría. Existen,
sin embargo, otras de índole económica. Los defensores del sistema alegan que éste/es indispensable para obtener pro- ducto valioso de las colonias. A tal ar- gumento, que aun cuando fuese cierto no podría legitimar el abuso antihuma- no, nosotros contestamos, probándolo con multitud de experiencias, que el trabajo forzado resulta, a la larga, perjudicial y ruinoso para la explotación de la rique- za colonial. Ahora se reproduce la vieja controversia entre esclavistas y antiescla- vistas. Seguramente terminara de la mis- |
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ma manera y con el acopio de idénticas
demostraciones. Pero existen también otros motivos
que justifican nuestros esfuerzos en Gi- nebra. Ciego será quien no vea la agi- tación que hoy reina en los pueblos co- lonizados. Son terrenos preparados para toda clase de trastornos interiores y ex- teriores. Cosas que constituyen, eviden- temente, un constante peligro para la paz. Imponer la justicia en las relaciones entre colonizadores y colonizados es lo menos que se puede hacer para descartar esos peligros. |
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CONTRA EL IMPERIALISMO,
CONTRA LAS DICTADURAS por MIGUEL ÁNGEL ASTURIAS
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libertad (de la estatua, se entiende). Los
estudiantes hispanoamericanos de París dieron el grito de alarma (Primo de Ri- vera impidió que hiceran otro tanto los que residían en Madrid), y a los estu- diantes de París se unieron los de Móji: co, los de la Argentina, los de Cuba, et- cétera, etc., hasta crear en el Mundo una opinión francamente adversa contra la empresa que el cuáquero hipócrita de Colidge habría llevado adelante sin esta grita de los estudiantes de todo el con- tinente y sin la acción nobilísima de Sandino. Contrasta lo sucedido en Nicaragua úl-
timamente con lo que pasó con Santo Domingo cuando la primera invasión yanqui. En este entonces, para vergüen- za de nuestra raza, hubo Congresos y presidentes que felicitaron al departa- mento de Estado por su conducta ejem- plar en pro del orden alterado en Santo Domingo. Y en cuanto a las dictaduras, los ejem-
plos abundan. En Venezuela, Gómez y Compañía Ltd., habría acabado con los estudiantes que se echaron a la calle a gritar por la libertad de su país, de no haber actuado con toda eficacia las or- ganizaciones estudiantiles de los otros países americanos, y las de París, Madrid y Berlín. Flota ya en la conciencia de todos los
hispanoamericanos este sentimiento de unión para defenderse de los dos enemi- gos comunes, y en centros como los apuntados, Madrid, París y Berlín, esta impresión de alianza espiritual de nues- tros pueblos contra el imperialismo yan- qui y contra las dictaduras se siente en forma tan llena de realidad que renace la esperanza en el futuro de países por los que Darío, como en los partes mor- tuorios, pidió una oración al Almirante, Madrid, 1930.
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Los estudiantes hispanoamericanos
que residen en Madrid, París y podría agregarse Berlín, al ponerse en contac to directo con los problemas sociales que hacen de Europa algo más inestable que una mar borrascosa, se sieiten, en ol- vido de sus pequeñas patria/?, hijos de una patria mayor, ciudadanos de Amé- rica. Pero nada tendría de trascendental este reconocimiento entre elementos es- tudiantiles salidos de sitios que separan miles de miles de kilómetros, si no "aca- rreara la confrontación de los problemas nacionales—cada estudiante con su pro- blema local y todos con el de América,— y, como consecuencia, las conclusiones que, formuladas o no, se han debido sa- car. Por de pronto, los estudiantes de Madrid, París y Berlín han tomado co- mo línea de conducta, de acuerdo con to- dos los estudiantes hispanoamericanos, luchar contra el imperialismo yanqui y contra las dictaduras. Contra el imperia- lismo y contra las dictaduras ; éstas son las palabras con que se reconocen actual- mente los estudiantes de nuestra Améri- ca que residen en Madrid, París y Berlín. Ellas denuncian los dos peligros más gra- ves que acechan constantemente a aque- llos pueblos, al par que, como grito de combate, sintetizan la alianza inquebran- table, ya formada entre los elementos jó- venes de América, para oponerse siem- pre al imperialismo del dólar y a las dic- taduras, que son a menudo su conse- cuencia. Pero las palabras subrayadas por el
ejemplo tienen más valor. Así lo com- prenden las nuevas generaciones, y, gra- cias a eso, ya puede hablarse de la con- ciencia de una nueva América. Una con- ciencia de conjunto, presta a defender palmo a palmo la libertad y la indepen- dencia de su suelo. Confirma lo dicho anteriormente, el
caso de Nicaragua invadida, mejor dicho, re.invadida por los marinos del país de la |
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CHECOESLOVA
por F. FERNÁN
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Estado checoeslovaco sostiene escuelas
en todos los idiomas en número propor- cional con las checoeslovacas; hay in- cluso escuelas en hebreo para los judíos. En el Parlamento se expresan los dipu- tados en el idioma de sus representados. En el último Gobierno hubo un ministro alemán que no sabía el checo, y del ac- tual forman parte dos ministros alema- ne. En Praga hay dos universidades, una checa y otra alemana, y se da el caso de que un ciudadano de Checoeslo- vaquia puede hacerse doctor sin conocer una palabra de checo, y le es imposible hacerse sin saber alemán, porque mien- tras en la Universidad checa se exige el aiemán, en la alemana no se exige el che- co, y lo mismo ocurre con la segunda |
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El checo, idioma de seis millones de
habitantes (Checoeslovaquia tiene cator- ce millones de habitantes, pero tres mi- llones hablan eslovaco y cinco millones otros idiomas, sobre todo alemán y pola- |
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Praga tiene una toponimia jeroglífi-
ca. Desde lo alto del avión, en esta tarde de abril que llego a Praga, no se ven más que las torres de las iglesias; la ciudad se esconde en los pliegues de tres |
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Casas de ana colonia de obreros construidas por el Estado
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co), perseguido y reducido en el monte,
en el alma noble de los labriegos—que han sido la resistencia, más fuerte contra el imperialismo en toda Europa—, vuel- vo hoy a campear en la vida de Praga. La literatura checa domina toda la vida espiritual del pueblo. En diez años, el alemán, que había oprimido al checo du- rante siete siglos, ha quedado relegado a idioma extranjero. Checoeslovaquia ha resucitado esencialmente, y de un ve- getar miserable, anquilosado en la en- traña evolutiva del Universo, se ha con- vertido en un pueblo orgánico, produc- tor de armonía universal. ¿Por qué son los pueblos pequeños—Suiza, Dinamar- ca, Holanda, Bélgica y ahora Checoeslo- vaquia—los mejores productores de ar- monía universal'? Porque sólo con una unidad íntima se puede cooperar a una unidad colectiva, según ha definido Ma- saryk, el presidente abnegado de. Checo- eslovaquia. Checoeslovaquia es, en sí misma, cos-
mogónica, y el estudio de sus problemas y d,e su-vida le ponen a uno inmediata- mente frente al Universo como en un re- bote de espejo. Ya he dicho que en Che- coeslovaquia viven pueblos de distintas razas, de distintas culturas y de distin- tos idiomas, todos ellos presididos por la República checoeslovaca, pero bajo su signo orignal. Las minorías disponen en Checoeslovaquia de su destino. El 66 por 100 del pueblo es checoeslovaco; el 34 pertenece a minorías de otras nacio- nalidades : tres millones de alemanes, 750.Ö0Ö magiares. 500.000 rutenos, 200.000 judíos y 75.000 polacos. Las mi- norías emplean sus idiomas propios y disponen de intérpretes en todos los cen- tros de administración oficial. La ense- ñanza es dada en el idioma propio, y el |
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montes coincidentes, intrincados, con el
Moldan, el río de donde nació encanta- da la vieja ciudad. Para ver a Praga hay que meterse por ella, hacerse uno algo de ella misma, elemento de sus calles complicadísimas, como hay que meterse por la cultura bohemia cuando uno quie- re comprenderla: inventos Praga y su cultura, anteriores al de la tente y la vista panorámica, hay que mirarlos cara a cara. ¿Hablaré de la historia de Pr ga? ¿Embaucaré en remembranzas li- brescas la emoción tensa de este paseo a orillas del Moldan, en el que voy ima- ginando el presente artículo? Praga tie- ne algo de bruja—en todas las ciudades del catolicismo viven las brujas como fantasmas de los excolmugados—(inte- gralidad del catolicismo que idea sus santos y sus diablos). Esas preguntas que me hago no son preguntas hueras de a cara o cruz.'; me las hago influido por la realidad, como cifra de la colisión que se siente en el ambiente de Praga. Entre su tiempo de capital del reino
de Bohemia y este de ahora de capital de la República checoeslovaca han tras- currido algunos siglos de muerte. De es- tos siglos de muerte quiere olvidarse Praga apoyándose en su origen y vivien- do haci'a el porvenir. La colisión que se siente en el ambiente d,© Praga consiste en el fuerte retrogradismo instintivo del pueblo a su autoctonimia y el influjo de la vida nueva. Para salvarse, Checoeslo- vaquia ha tenido que ir a buscarse a sí misma allá adonde casi' comienza su his- toria ; pero no le bastaba con volverse atrás para salvarse; volverse atrás no significa sino remordimiento, y el remor- dimiento, que puede ser mucho para en- trar en la muerte, no es casi nada para entrar en la vida. |
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El profesor de Sociología, Masaryk, ele
ca checoeslovaca, en el Jardín « |
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enseñanza, la enseñanza técnica, etc. Ro
cientemente, con motivo del 80 cum- pleaños de Masaryk, fueron a Praga a felicitarle, representaciones de todas las escuelas de Checoeslovaquia, y el presidente les pronunció a los niños un discurso en todos los idiomas que se ha- blan en el país, exhortándoles a conser- var su lengua y a aprender la de los ve- cinos. Así es como Checoeslovaquia se levanta de la opresión a que se la tuvo reducida, sin que las sombras del remor- dimiento la oscurezcan. Así es como un pueblo fructifica sus esencias y cultiva su armonía. Los partidos políticos viven también
en Checoeslovaquia de una conciencia universalista, dentro de la órbita de su Eepública. El partido más fuer- te es el comunista (un millón de votos en las últimas elecciones); le siguen el demócrata y el socialista. A pesar de la preeminencia del movimiento obrero, |
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Q U I A CARTA DE BERLIN
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«DEZ ARMESTO
una auténtica revolución social no se ha
realizado todavía, debido ai fratricidio entre el socialismo y el comunismo; pe- ro, de todos modos, las consecuciones del trabajo en Checoeslovaquia son gi- gantescas, en muchos aspectos superio- res a las de Alemania como en los de la tierra—sólo comparables, aunque tie- nen un signo distinto, a las de Eusia—. Ei problema de la tierra era el gran problema de Checoeslovaquia, asfixiada en su alma por los latifundios. El 40 por 100 de la población de Checoeslovaquia se dedica a la agricultura. La tierra no pertenecía más que en un 6 por 100 a los que la trabajaban; el 94 por 100 es- taba en manos de los latifundistas. Ha- bía distritos completos donde el agricul- |
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táreas eran de tierras de labor, entre mi-
les de labriegos sin propiedades ningu- nas. Otra forma delreparto de tierra ha consistido en la colonización de regio- nes improductivas, en las cuales se otorgan nuevas propiedades de entre 12 hasta 30 hectáreas en terreno llano y productivo. El Comité de reforma social agraria apoya económicamente a los co- lonizadores y les construye casas; hasta ahora se han construido ya 1.700 vivien- das para los colonizadores y se les ha facilitado un empréstito, a \arguisimo plazo, de 109 millones de coronas. La tercera forma del reparto de la tierra ha sido la llamada de «exceso», que consis- te en repartir a labradores, que disponen de más posibilidades de trabajo que de tierra, la tierra de los que disponen de más tierra que capacidad de trabajo. Los nuevos propietarios de los terre-
nos repartidos están obligados a labrar- los por sí mismos y les está prohibido, sin autorización del Comité, cambiarlos, venderlos o dividirlos. La tierra se con- sidera, en la ley, un instrumento de tra- bajo, y no podrá ser embargad,a, ni con- fiscada, ni responder de deudas, sean de la clase que quieran. La «ley social agraria» atajó, y en
cierto modo deshancó, la marcha de Checoeslovaquia hacia el comunismo. La gran burguesía latifundista de Espa- ña, a quien desvelan tanto los peligros de una dictadura proletaria comunista «porque significa un régimen de opre- sión contra la libertad de conciencia» —según su muletilla—, tienen una buena |
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el alma de España. Es posible que la
burguesía haga poco caso de esta lec- ción que le ofrezco desenfadadamente. La «libertad de conciencia» burguesa consiste en disfrutar libre y alegremen- te de su privilegio; por eso no se resen- tía ante Primo, sino que se sentía hala- gada por él. El obrero de la ciudad y el trabajador
de la fábrica, que representan otro 40 por 100 de la población, no han logrado un progreso tan avanzado como el de sus hermanos los labradores. La producción sigue siendo en su inmensidad explotada por el capital privado; las industrias so- cializadas y en manos del trabajador son muy escasas. En manos de los Munici- pios se ha socializado una parte consi- derable de la industria pesada. Las or- ganizaciones de seguros contra acciden- tes, paro forzoso, retiro, etc., son mo- delo para todo el mundo. Es decir: la dignificación del trabajo se ha realiza- do ; pero le falta al trabajador conquis- tar .ese último reducto de los beneficios sociales, que consiste en que los instru- mentos del trabajo y su producto le per- tenezcan íntegramente. Al frente de la •lucha por esta consecución está el par- tido comunista. Pero las luchas en Checoeslovaquia se
desenvuelven en un terreno abonado y comprensivo. Lucha de ideales claros y puros. Checoeslovaquia es un pueblo que se ha hecho en el sufrimiento, a quien se le privó de todo y que hoy sabe muy bien lo que significa amordazar la vida |
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eflldo presidente perpetuo de la Repúbli-
de su casa con dos de sus nietos |
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tor no era sino un jornalero. Una de las
primeras acciones a que se entregó la República ha sido la. de la destrucción de los latifundios. Se nombró el «Comité de la reforma social de la tierra» bajo el signo «la tierra debe pertenecer al que la trabaja». Inmediatamente se dio una ley" encaminada al reparto de la tierra. Ya en 1920-22, cuando todavía no estaba concluida la «ley agraria», que ha tras- formado completamente la propiedad, fueron repartidas, para calmar la impa- ciencia de los labriegos, entre 128.000 familias, 100.000 hectáreas de terreno —de un valor de 180 millones de coronas—, obtenidas por la expropia- ción de latifundios.; más tarde, dos lati- fundios de casi' 140.000 hectáreas fueron divididos entre- casi 200.000 familias, así como solares, terreno para jardines, et- cétera. Después de la ley de reforma agraria fueron repartidas i.117.000 hec- táreas de terreno, del1 cual 750.000 hec- |
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EISENWERKE.—Una fábrica de fundición en Moravia
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Gran pueblo este de los checos, lleno
de enseñanzas para la España actual; gran pueblo, con su vida hace unos años reducida al vegetar y hoy palpitante de universalidad y de humanidad. |
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lección en Checoeslovaquia: si quieren
alejar para siempre de España la ame- naza del comunismo, que entreguen a un reparto justo y humanitario todos sus latifundios que asolan y esterilizan |
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¡Pasan las rojas banderas! carta de estocolmo
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por ERNESTO M. DETHOREY
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Si la Meteorología es propicia a la
Fiesta del Primero de Mayo, recobra ésta entonces todo su «color». Su sen- tido «rojo» se acusa doblemente. En la tibieza del día primaveral es la fiesta como una «llama viva». Tremola como un «gallardete» de vivo color. Quizá bue- na parte de lo que tiene d§ suovorsivo eFdía primero de mayo esté en relación con el tiempo que haga. Hay años en que ese día gallardo, de gallardías y de gallardetes, no puede incubar ningún germen revolucionario. Por ejemplo, los años que en ese día llueve. Bajo una lluvia pertinaz se aguan todas las ideas subversivas. Este primero de mayo ha hecho sol. ¡ Qué alegría en la ciudad! ¡ Vamos a presenciar la manifestación obrera, el desfile del proletariado sueco! Algunos pasan con la cabeza descubier- ta. El sol, ese calorcillo que se nota en el ambiente, ¿llegará a caldear las cabe- zas, haciendo germinar en ellas la idea de la revolución social? ¡No hay peli- gro ! Además, se nos ocurre pensar: ¿ se- ría ventajosa para esos obreros que des- filan la revolución social? ¿No han ob- tenido ya casi' todas las ventajas que, como clase, pueden obtenerse? Esto úl- timo, aparentemente. Pero no nos fie- mos mucho de las apariencias. Bajan los manifestantes por la Kungs-
gatan. Pasan bajo el arco del puente de la Kegeringsgatan, en donde se agolpa la muchedumbre para verlos pasar. A lo largo de las calles, en toda la extensión del trayecto, también se apiña el públi- co, el pueblo, que se asocia de este modo a la Fiesta de las Organizaciones Obre ras. Cada Asociación, cada Sindicato, va precedido de una charanga. Luego vie- nen las banderas, los estandartes, y en seguida los afiliados, j Ondean al aire las rojas banderas, se yerguen los rojos es- tandartes ! «¡ Paso, paso a las Sociedades obreras!», parecen decir. Y desfilan los obreros en columna de a cuatro. Organi- zación. Orden perfecto. Como en todas las cosas de Suecia. Bien vestidos todos, Con su gabardina, que algunos llevan al brazo. Con su fieltro o su bombín. Des- tocados, algunos. Pasan grupos cantando. Y entre ellos, mujeres. Todas con som- brero. En algunos grupos, el elemento femenino es predominante. Contemplando este desfile, nuestro
acompañante tiene un gesto despectivo. Socialistas burgueses dice que son todos los que pasan. —Mirad qué bien vestidos, mirad qué
orden—nos hace notar—. ' Burgueses, burgueses—repite. —No, no ; burgueses, no—le contesta-
mos—. Son obreros,' nada más que obre- ros. La explicación de lo bien vestidos que van la debes hallar en el nivel ele- vado de la vida sueca. En este high standard que aquí impera en todo. Én un país de economía estable todo se es- tabijizaen relación. Además, estos vesti- dos, esíe orden, que a ti te disgusta tan- to, no se lo han dado gratis. Se lo han ga- nado. Se lo han procurado la organiza- ción, el asociarse, la unión de todos para alcanzar las prerrogativas a que tiene |
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derecho todo ser humano que produzca,
que no sea un parásito. A nosotros nos admira lo que a ti te disgusta. Porque, dinos, ¿a qué menos puede aspirar una persona que trabaja que a ganar lo su- ficiente para vivir con higiene, alimen- tarse, vestir con decencia, verse ampara- da en sus derechos y en libertad de aso- ciarse para su salvaguardia? Y todos es- tos que desfilan, tenlo por seguro, han logrado estas legítimas aspiraciones gra- cias a su organización perfecta. |
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Suecia es la que tiene una tradición mi-
litarista más arraigada.) Otro: «¡Guerra contra el castigo corporal en las cárce- les !» (¿De qué trasunto medieval nos ha- bla este cartel ? ¿ Es posible que en la pro- gresiva Suecia esté todavía en vigor este inhumano anacronismo?) Otros carteles piden reducciones de impuestos, critican la política económica. En algunos apare cen dibujos alusivos, caricaturas. (El año pasado pasearon una caricatura del rey, y no pasó nada. Para estas cosas no hay censura en Su pi*.) El desfile dura más de dos horas. Sigue por la Sturega- tan y el .Valhallavägen, hasta el Ladu- gárdsgardet, un campo, un gran espacio libre de edificaciones todavía, en donde se concentran los manifestantes y tienen lugar los discursos. En el Ladugärdsgärdet se dividen por
partidos. Los socialdemócratas se agru- pan para escuchar los discursos de sus líders. Los comunistas, igual. Pero con la diferencia este año de que los comu nistas están divididos en dos grupos. El grupo Kilbom y el grupo Sillén. Para ex- plicar esta división tendríamos que escri- bir una crónica aparte, cosa que nos abstendremos de hacer, al menos por hoy. Haremos constar solamente que una de las causas de esta escisión puede atribuirse a la Meteorología. No es bro- ma. El primero de mayo del año pasado llovió, y la mayoría comunista acordó no manifestarse aquel día, aplazando la fecha hasta el o de mayo. La minoría no estuvo conforme con esta decisión,' y aquí surgió el primer tropiezo. Después vinieron otros, quizá más graves; pero que, como decimos, ahora no vienen al caso. Los comunistas son la sal y la pi- mienta en esta Fiesta del Primerio de Mayo. Corren de su cuenta siempre los discursos más violentos. Y asocian a la manifestación un elemento nuevo: los niños, los «pioneers». Sin comentario, nos permitimos transcribir unas palabras de uno de los oradores comunistas, que procede de las filas socialdemócratas Dice: «Cuando yo empecé a hablar en este acto (hace cuarenta años que cada primero de mayo dirige este orador la palabra a los obreros), yo era entonces socialdemócrata. Pero los socialdemócra- tas, en aquel tiempo, eran diferentes; eran más revolucionarios. Ahora, cuando no van de cabeza por el rey, van de ca- beza por el príncipe heredero...» ¡ Magnífico día primero de mayo este
año! Han tremolado al aire los rojos es- tandartes de las Sociedades obreras. Muy conveniente es que se oreen, por lo menos, una vez al año. Las banderas, los estandartes rojos, también contribu ven a dar sentido a la tonalidad «roja» del día. Es necesario que ese sentido «rojo» de la primera fiesta de mayo se mantenga siempre vivo, candente. El Primero de Mayo es uno de los lazos de unión del proletariado universal, y nun- ca debe desatarse. Única manera de que el progreso impelido por el movimiento de las masas obreras del Mundo no pier- da su sentido redentorista. Estocolmo, mayo 1930.
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La iglesia de Juan Has, el reformis-
ta eheco, Iluminada de noche Nuestro acompañante parece que ha
quedado convencido; pero aún se le ocu- rre una objeción: —Entonces—dice—, si han obtenido
todo lo que les es posible obtener, ¿a qué viene el manifestarse cada año, pe- dir más cada año? —Pues, sencillamente—le contesta-
mos—, porque es un signo de vida y de progreso el aspirar siempre a más. ] Desgraciado el que no tiene cada vez mayores aspiraciones I Y si el contenta- miento o la desgana pueden entrar en el cuerpo del individuo, haciéndole re- crearse en un estancamiento letal, sea por la causa que fuere, este criterio no puede prevalecer para la colectividad. Un individuo puede suicidarse ; pero una colectividad, no. Las colectividades, una vez echadas a andar, deben seguir su ca- mino. Adelante, adelante. Una organi- zación obrera no debe contentarse nun- ca con obtener una ventaja, mejor di- cho, con la ventaja que se haya obteni- do, sino poner todo el empeño para con- seguir la ventaja no obtenida, cuanto más utópica, mejor. ¡ Ondean al aire las rojas banderas!'
En algunos grupos, detrás de las bande- ras, grandes cartelones. Uno: «¡Abajo el militarismo!» (Hemos de advertir que de las tres naciones escandinavas |
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NUEVA ESPAÑA
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PROBLEMA DE CATALUÑA
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EL PUEBLO CONTRA LA LLIGA
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por LUIS CAPDEVILA
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Desde Madrid, desde otras ciudades de
España—pero, sobre todo, desde Ma- drid—, el problema' político catalán se presenta como un problema en el que in- terviene eficazmente el pueblo. Política apasionada y enconada de grandes ma- sas, de muchedumbres prestas a la re- beldía. Barcelona se aparece a muchos ojos españoles como una ciudad erizada de chimeneas, poblada por obreros lívi- |
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tida y bien comida Siendo pobre y cal-
zando alpargatas no se puede pertenecer a la Lliga. Así se comprende que el san- tón de ese partido sea un hombre como Cambó, del que me han contado que tie- ne rigurosamente prohibido a sus fami- liares y empleados le pidan recomenda- ciones para obreros sin trabajo. La Lliga, alejando de su lado al pue-
blo, le ha restado grandes fuerzas al ca- talanismo. Y es que, en el fondo, a la Lliga, más que Cataluña, le interesa el Poder. Cosa que se deduce claramente de los manejos y andanzas poco hábiles de Cambó, político de empresas banca rias y Mecenas de la clase media. Ha hecho más catalanistas la difun-
ta dictadura—¿difunta?—que la Lliga. Los catalanistas de la Lliga creo yo que le serán poco útiles a Cataluña. El de la Lliga es un catalanismo de curas y fabricantes o de aficionados a cura y a fabricante; un catalanismo de respe to servil al dinero; de orden, tranquili- dad, buenos alimentos y Somaten; un catalanismo de banderiza, segadora y vi- sitas a la estatua de Casanova; de sarda- na, aplec, pomells de Joventut, Luises, sotana y ou com fabla. Pero es también el catalanismo que deja vacías las salas del teatro catalán; que no lee libros ca- talanes ; que al pueblo le llama gentu- za ; que no acude a los beneficios pro- presos catalanes, porque una cosa es el patriotismo y otra la calderilla ; que de- ja en el más inhumano, en el más fe- roz desamparo, a los desterrados políti- cos. Seríame doloroso el que alguien pre-
tendiera ver en mi el sembrador de ci- zañas y discordias. No, no ; no soy un derrotista, ni un amargado ni un agua fiestas. Ni soy—ni que decir tiene— |
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un enemigo de Cataluña. Ser enemigo
de un pueblo me parece imbécil. Se pue- de ser — y se -debe ser — enemigo de ideas, pero no de pueblos. Sencillamente, creóme en el deber m
eludible de decir la verdad, mi verdad, que tal vez no sea la de otros. Pero que es mía, y por mía me parece buena. Decía antes que la dictadura había he
oho más catalanistas que la Lliga. Y así ha sido, en efecto. La dictadura ha inte resado al pueblo en el problema del ca- talanismo, y al interesarle ha dado, ha inyectado, vitalidad al problema. El ca talanismo de la Lliga era antes de la dictadura un caso perdido. Se moría de anemia, el pueblo lo veía con indi'feren cia, se sostenía gracias a un frágil an damio de tópicos y lugares comunes. La, dictadura, con su política de incompren sión y mentecatez, persiguiendo la mú- sica, la literatura y la dramática cátala ñas; desterrando a políticos y profeso res ; llenando el país de agentes provo- cadores ; convirtiendo a España en un escenario de carnavalada, interesó al pueblo en el problema de Cataluña. Por odio a la dictadura, el obrero fué cata lanista. Por amor a la Lliga, no lo hu biera sido nunca. Hay actualmente en Cataluña un mar
cado movimiento de izquierdas que la Lli'ga ve con hondo dolor y grande- amargura. Es preciso acentuar ese mo vimiento, darle mayor impulso, Es pre ciso quitarle al catalanismo ese hedor a cura y a fabricante. Es preciso darle una mayor vitalidad. Es preciso que sea el pueblo, y no los Jordiets y los Nuris. los que intervengan en la vida espiritual de Cataluña. *
Barcelona, mavo 1930 |
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Eseena culminante del [ilm de la
Sovhino, "El hombre que perdió la memoria"
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dos e insatisfechos, que cantan La Mar-
selJesa y La Internacional, asesinan pa- tronos y arrojan bombas en la vía públi- ca. Únicamente así se comprende la ac- titud de la Policía en Barcelona, actitud que no guarda en las demás regiones. Sin embargo, nada más falso, nada
más absurdo' que esa vis;'ón de melo- drama. El catalanismo ha sido hasta hoy
esencialmente burgués, como creado y aumentado por la burguesía. No ha ha- bido otro catalanismo fuerte y seguro que el 'de la Lli'ga. Y el catalanismo de la Lliga—repitámoslo, dolorosamente—, ha sido y es burgués por esencia y poten- cia. Burguesas también en ©1 fondo, y n pesar de su radicalismo, las explosiones de La TrMa "y de El Poblé Cátala. Bur- guesas hoy La Man, tan burguesa como La Ven, de Catalunya, como La Publi- citá, que huelen a cura y a fabricante. En la reciente visita de los intelec-
tuales castellanos a Barcelona, dijo Vic- toriano García Martí: «Lo más fuerte que posee Barcelona es el pueblo, con un alto grado de sensibilidad.» Pues bien : la Lliga, propulsora del catalana- mo, no hizo nada por atraerse-el pueblo ; al contrario, lo alejó de sí con un desdén inexplicable, tuvo hacia él un gesto hos- tily repelente. La Lliga era y es un par- tido—-o .una partida—de gente, bien ves- |
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El ediíicío del "Comité de repasto social de la tierra" en Praga
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NU
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diduras, en el futuro, que sean imposi-
bles las violaciones y las reducciones de derechos. Esa ampliación hay que conquistarla.
Cuando el derecho no viene a nosotros, es menester ir en su busca y conquista. * * *
No ofrece dificultades, para los jóve-
nes, su actuación polémica. Una vez in- corporados a una asociación, a un grupo afín, la organización de actos públicos, la publicación de hojas hebdomadarias, el lanzar folletos, todo esto, que es el pron- tuario de las entidades políticas, resulta empresa fácilmente hacedera. Importa, eso sí, que la faena sea bien
enfilada. La juventud de las urbes debe desparramarse, por ejemplo, hacia los nú- cleos rurales En el campo español es donde se precisa realizar una'obra de ins- trucción política. El estudiante o el es- critor o el proletario de la ciudad que, una tarde de domingo, pronuncian, ante un auditorio de cuatro o cinco o veinte docenas de campesinos, palabras de en- señanza y de estímulo, cumplen mejor su misión, al servicio de la justicia, que el conferenciante que va a disertar ante un público de convencidos. El amigo de la libertad, que habla - ante un auditorio rural, realiza una admirable siembra de inquietud. Si el título no estuviera—por sucesivas corrupciones—tan desacredita- do, sería cosa de formar una liga de sem- bradores de ideas. Otro motivo de actuación para los ió-
venes desligados del trabajo manual de- be ser la frecuencia de los jóvenes prole- tarios. En los arrabales de todas las ciu- dades españolas hay muchas vidas jó- venes a las que falta la noción—todavía— de sus deberes y de sus derechos civiles. .Por desgracia, los sindicatos españoles, con excepciones muy estimables, se pre- ocupan escasamente de la función docen- te que les está encomendada. La forma- ción intelectual del proletariado se debe a un esfuerzo de autodidactas. Los proletarios jóvenes acogerán con
los brazos abiertos a esta juventud que rehabilita a España. Se crearán vínculos entrañables de solidaridad. El mitin. el semanario y el pasquín son vehícu- los adecuados para esa fraternidad de ideales. He aquí unas fórmulas, apenas esbo-
zadas, de actuación juvenil. Mediten los republicanos y los marxistas jóvenes-—las dos fuerzas políticas mozas dei España— acerca de su pertinencia. Es elemental, en política, vivir prevenido. La previsión ahora es formar el frente izquierdista. El Moque de las voluntades y de las mentes. Y la juventud de las urbes puede ser arrollada, acaso, por el impulso reaccio- nario de la juventud rural, de la multi- tud campesina que hasta ahora ha per- manecido en soledad, sometida a las ma- niobras del enemigo. De un formidable enemigo—formidable por arraigo y dis- ponibilidades económicas y coercitivas— que se llama burguesía y clericalismo. |
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LA VERDADERA LIDERTAD
por MAXIMUNO G. VENERO
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cribiendo la acción reducida. En alta voz.
Con calidades de mitin. Fijando pas- quines. # * *
Hay que fijar muchos pasquines en los
muros de España. Esa misión incumbe a la juventud. La generación moza, que está incorporada a la causa de la liber- tad, no debe desdeñar estos viejos pro- cedimientos de actuación política. Son viejos y eternos. No puede ensayarse, dignamente, una actitud de menospre- cio por el mitin y la hoja hebdoma- daria y el pasquín y el folleto. Estos ele- mentos de combate han cimentado, por ejemplo, el formidable edificio de las in- ternacionales proletarias y de los partidos justicieros. Ha sido muy estimable e interesante
la obra de cátedra, de insurgencia—mu- chas veces silenciosa—de la juventud es- pañola. Luchaban cuando podían y co- mo las circunstancias aconsejaban. Un régimen de silencio y de persecución sólo' es posible burlarlo con organizaciones ni- hilistas. Poniendo doble mordaza a las voces que desean gritar. Aquietando los impulsos instintivos de las dignidades he- ridas. Sacrificando, en una palabra, la acción a la prudencia y a la coyuntura oportuna. Los jóvenes observarán que las cir-
cunstancias de lucha van modificándose —lentamente—y que el pueblo recon- quista sus libertades mínimas. No hace falta consignar el esfuerzo y el dolor que supone esa recaptación de derechos que estuvieron perdidos. Pero sí es interesante recordar que Es-
paña—y el Mundo—no pueden someter- se a una libertad burguesa. Que la liber- tad constitucional debe tener tales aña- |
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Seis años de insurgencia civil, coaccio-
nada por múltiples violaciones de los pequeños derechos que concede a la ciu- dadanía una constitución burguesa y cle- rical, ferozmente reaccionaria, son un buen prólogo para ensanchar el área de la rebeldía. Me refiero a la insurgencia juvenil, caracterizada por grandes dig- nidades. Es decir, a esos sublevados jó- venes y amigos de la libertad que dan el tono a la España de ahora. Nos será permitido expresar preferencia, en nues- tras dedicaciones por la juventud. La única proa que se enfila rectamente, en esta época, a los ideales reivindicadores, es la de la mocedad. En la rehabilita- ción de nuestras dignidades cívicas, la generación recién advenida a las contien- das sociales y políticas tiene calidad y arrogancia de fuerza de choque. Cultivemos estas figuras de traza béli-
ca. El tiempo presente es de belicosidad acentuada, después del paréntesis de cá- tedra, de murmullo, de conspiración, que ha durado seis años. Llega—todavía es- tá por venir—el tiempo en que se podrá actuar, usando de esos pequeños dere- chos, de una constitución que confiere li- bertades mínimas. Pero las tribunas, los periódicos y los libros podrán darnos li- bertades que ha estatuido—extralegal- mente—una decidida y robusta actuación civil. En seis años se han ganado mu- chas batallas por la libertad, aunque la burguesía no advirtiera los resultados in- mediatos. Se ha ejercido una fuerza, de abaj
arriba y de arriba abajo, en las entra- ñas de la vieja España. Es menesr fcer continuar la acción. En otro tono. Perfilando las actuaciones. Sazonando de popularidad las empresas políticas. Pros- |
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Toda la correspondencia de
NUEVA ESPAÑA diríjase al Apartado de Correos 8.046 |
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Los bomberos, las autoridades y algunos presidiarios auxiliando a los reclusos
extraídos de entre las llamas en el incendio de la cárcel de Ohio (Estados Unidos) |
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NUEVA tSPAÑA
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justicia. Los marxistas consideran bueno
y justo cualquier medio que les acerque a dicho fin. Y así como en el proceso de la socie-
dad hacia la implantación del socialismo, es un gran paso, y hasta necesaria, la re- volución burguesa, con la implantación de la libertad y la república democrática. De la misma manera—en opinión de Le- nin—, «mientras el feudalismo, el abso- lutismo y el yugo extranjero no estén destruidos por completo, el proletariado no podrá desarrollar su lucha por el so- cialismo». Con'arreglo a este criterio, los marxis-
tas consideran justas todas las guerras en las que se den¡ estos caracteres. Tales son en el sentir de Liebknech (W.) y de Lenin, los que predominan desde la Re- volución francesa hasta la Comune, y ta- les son, hoy día, las de las colonias con- tra la Metrópoli, las de Marruecos contra Francia y España, las de India contra Inglaterra, etc. Naturalmente, son también legítimas
las guerras civiles entre clases oprimidas y opresoras, contra el feudalismo, contra la burguesía. En cambio, las actuales contiendas en-
tre Estados capitalistas, las guerras im- perialistas, son injustas, puesto que, co- mo antes se ha dicho, tienden a prolon- gar la opresión de las clases trabajado- ras. Y no tiene valor para diagnosticar, en
la concepción marxista, la justicia o in- justicia de una guerra, la razón de quién es el beligerante que la declara o ataca primero; de lo dicho anteriormente se deduce que para el marxismo, la justi- cia o injusticia de la lucha armada tiene determinantes más hondas que sus ras- gos externos. 3) Posición ante estos fenómenos.
Pacifismo es una posición de la con-
ciencia contraria al fenómeno de la gue- rra ; condena la guerra siempre, porque es una violencia. En cambio, el marxis- mo no condena la guerra en sít sino que condena a una especie de ellas: las gue- rras imperialistas, y no a éstas como he- cho aislado, sino porque forman parte, son elemento necesario del capitalismo, al cual es preciso combatir siempre, sin tregua, hasta la «destrucción violenta de todo el orden social tradicional». Con arreglo a este criterio, los diver-
sos congresos de las Internacionales han acordado las oportunas normas para combatir la lucha armada entre capita- listas. Estas normas han sido: desde la oposición en los Parlamentos a la insu- rrección, pasando por la huelga general; por no ponerlas en práctica llegado el momento oportuno, murió la II Inter- nacional, y entre el proletariado surgió una división más". El proletariado, además — según Le-
nin—:, ha de saber aprovecharse de la desorientación que crean las guerras para asestar el golpe de gracia a la sociedad burguesa. Por esto cada guerra ha de ser examinada también desde el punto de vista de su necesidad histórica, hacia la implantación de la civilización socia- lista. Quizá, sea una nueva guerra mundial
la que, derrumbando los. cimientos del régimen capitalista, edifique esa nueva sociedad a la que aspiran millones de desheredados. |
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EL MARXISMO Y LA GUERRA
por M. GARCIA PELAYO
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Manifiesto aprobado en Stuttgart e'n
1907. «... Las guerras entre Estados capi-
talistas son, por lo general, consecuencia de la actividad que, como concurrentes, despliegan en los mercados del mundo, puesto que cada uno de ellos, no sólo tiende a asegurarse una clientela, sino a adquirir nuevos campos de expansión, valiéndose, sobre todo, de la dominación de pueblos extranjeros y de la ocupa- ción de territorios.» «Estas guerras son resultado de la in-
cesante concurrencia provocada, por los armamentos del militarismo, qué consii- tuye uno de los instrumentos principales de la dominación burguesa y de la su- jeción económica y política de las cla- ses trabajadoras.» «Las guerras son favorecidas, además,
por los prejuicios nacionalistas, sistemá- ticamente cultivados en interés de las clases dominantes, para aesviar a las masas proletarias de sus deberes de cla- se y de sus deberes de solidaridad inter- nacional.'» Aunque en estos párrafos se señalan
tres causas como determinantes de las guerras, fácilmente puede verse, por las palabras que subrayo, que las dos últi- mas son subordinadas e inherentes a la primera. Es decir, que, fieles a la inter- pretación materialista de la historia, los marxistas no reconocen a la guerra otra causa que la económica. De acuerdo con esto, podemos defi-
nir la guerra en sentido marxista, y de manera general, diciendo que es una con- tienda entre determinados grupos socia- les impuesta por sus necesidades econó- micas en diversos grados de su desarro- llo. . En cuanto a la construcción del con-
cepto de guerra en la época actual, es preciso tener en cuenta, además del es- tado de la organización económica capi- talista, la opinión de Marx cuando en el Manifiesto dice que «los actuales Pode- res políticos no son otra cosa que una delegación de la clase burguesa para ad- ministrar sus propios intereses»; y el dicho de Clauswitz: «la guerra es una continuación de la política con otros me- dios». De acuerdo con estos principios, puede
expresarse el concepto de la guerra en nuestra época diciendo que es : una con- tienda entre diversos grupos de la bur- guesía, ansiosa de nuevos campos, nece- sarios para extender su actividad capi- talista y «prolongar, así, la política de pillaje, de opresión de los pueblos, de lu- cha contra el movimiento obrero». Este es, en síntesis, el pensamiento de
los marxistas que con alguna amplitud han tratado el problema (Kautsky, Le- nin, Liebknech, Luxemburgo, Bujarin, Trotski, etc., y los acuerdos de las in- ternacionales) . 2) Guerras justas e injwstas.
La teoría del materialismo histórico
está elaborada mirando hacia un fin: la emancipación del proletariado, emanci- pación reputada como supremo ideal de |
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El tema que sirve de título al pre-
sente ensayo es preciso considerarlo en dos direcciones: una, la consideración del fenómeno de la guerra en sí, en su nacimiento; otra, de cómo las mentes marxistas reaccionan ante este fenóme- no y de cómo nacen sus normas para la acción. De las diversas partes que abarca el
marxismo como filosofía social nos inte- resan dos de ellas, para el conocimiento de nuestro objetivo : su interpretación de la historia ; y su teoría del desarrollo so- cial, hija y complemento de aquélla. 1) Concepto de la guerra.
Es de todos sabido que el marxismo
explica los procesos y fenómenos socia- les por medio de la economía. La pro- ducción y el cambio de lo producido son las raíces de donde brota todo cuanto acontece en la sociedad. Y así, al tratar de la guerra, nos la presentan siempre como nacida de un móvil económico, cu- yas maneras de manifestarse dependen del grado de desarrollo de la sociedad. Con arreglo a este criterio, Plejanov
nos dice que las guerras entre pueblos primitivos, o que hoy viven al margen de la civilización, tienen como causa el robo de ganados o la captura de hom- bres con que alimentarse, acontecimien- tos éstos, que por las condiciones de atraso de la tribu, le son necesarios y constituyen la base de su economía. Y así como para el marxismo la Revo-
lución francesa fué determinada por las especiales condiciones de las fuerzas productivas, y llevada a cabo por y en provecho de la burguesía, de la misma manera pueden interpretarse las guerras que durante el pasado siglo nacieron al calor de los principios de la susomenta- da revolución: las guerras de liberación y unidad nacional. Ya en nuestra época, aparece una nue-
va fase, la última, del desarrollo del ca- pitalismo, y bautizada con el nombre de imperialismo económico. Difieren los marxistas, en cuanto a la
interpretación de las causas de este fe- nómeno—por ejemplo: Lenin y Kauts- ky—; pero todos están conformes en pre- sentarlo como necesario e inherente a la organización económica capitalista. Esta, en su desarrollo, llega a un mo-
mento en que se plantea el conflicto en- tre las fuerzas productivas de un Esta- do y la estrechez de sus límites naciona- les. Este conflicto se manifiesta en tres direcciones: necesidad de nuevos mer- cados, de materias primas, y de nuevos campos donde exportar capital, en for- ma de financiación de empresas. En re- sumen, la necesidad de nuevos horizon- tes adonde extender su actividad capita- lista. Mas como esta necesidad es sentida
por los varios países que van a la cabe- za de la civilización, luchan entre sí por dichos campos, y sobreviene la guerra. Esta es la idea que manifiestan los acuerdos sobre el problema que nos ocu- pa, de los congresos de las tres interna- cionales, entre ellos, el más importante y el que mejor enfoca el problema, es el |
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ÑÜÉVA ESPAÑA
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cho, y por uña serie de flash, tan estra-
tégicamente colocados, que al final de una serie de ellos (primeros planos de manos, acordeones, sonrisas, ojos, pies, luces, etc.) el público, entusiasmado,, aplaudió. El que dirigió esta escena no puede
haberse enterado de esta ovación, por eso mismo hay que creer en la sinceridad de los aplausos, que tienen tanto más interés y tanta más fuerza si se tiene en cuenta que los empresarios, críticos, al- quiladores, realizadores y artistas, com- ponían la mayoría del público. La fotografía—fotografía de nieve, de
patios, de tabernas de pesada atmósfera, de cabarets, de estepas y de tempesta- des—es perfecta, a pesar de la dificultad de retratar abundancias de blanco, difi cuitad que podría traducirse en insulsez en la proyección. Las luces, como todas las producciones europeaSj sin esa fran- queza de las americanas, pero más apro piadas al momento. La interpretación, tampoco tiene falta
alguna. Ella es Olga Tchékowa, la es- trella del Moulin Rouge; la producción, de E. A- Dupont. Aquí se ha superado. La escena del baile en el cabaret, aunque ayudada por unos perfectos movimientos de cámara y por los flash a que hemos hecho mención, la hubiera consagrado como una gran artista. Desempeña ad- mirablemente el papel de cortesana sen- sual, sin delicadeza, sin espíritu, toda carne; es la, «hembra» que goza de ver- se halagada por unos hombres más o me- nos viejos, más o menos elegantes, .y se entrega a ellos para asegurar su posición económica ; pero cuando se encuentra en su camino al «macho», lo convence, lo conquista y, después—no se enamora, no se traiciona a sí misma, no se juega su libertad económica—lo abandona en donde lo tomó, en este caso en el pescan- te de una troika. Greta Garbo o Brighitte Helm se ha-
brían enamorado de este hombre que só- lo usaron un momento, para su placer, con todas sus consecuencias funestas, de |
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por JOSE DE LA FUENTE
Una película rusoalemana
Bolamente conocíamos una película en
la que los elementos rusos y los alema- nes trabajasen juntos, Wolga-Wolga; pero era ya lo suficiente para que en- trásemos en curiosidad de conocer una segunda. El éxito, justificado, que obtu- vo esa producción al ser presentada en Madrid, hacía creer que alguna Casa al- quiladora, juzgándolo negocio, se apre- surara a proyectar nuevas películas de este tipo. Ha si'do la Renacimiento Fims, la presentadora de El pueblo del pecado y de El hundimiento de la Casa Usher, la que se ha preocupado de adquirir una producción recién filmada en Alemania por la Hisa-Film, titulada Troika, la cuál se-desarrolla por entero en ía Rusia de antes de 1914, interpretada por artis- tas rusos y dirigida por un director ruso. La hemos podido ver en prueba priva-
da. Una prueba privada que casi no tenía nada de privativo. En el cinema San Carlos y con un públieo—rprivado—que ocupaba más de la mitad de las localida- des. Mejor. A esta película la, espera un gran éxito el día de su estreno, y hasta ese día, que eremos será a principios de la próxima temporada, tendrá como pro- pagandistas sinceros y económicos a to- dos y cada uno de los que tuvieron la suerte de poder asistir a esta proyec- ción, no pública. Fué dirigida por Wladimir Strijevski,
con una limpieza y una seguridad que muy bien lo pueden colocar, si no el pri- mero, por lo menos en los más elevados escalones, cerca de la cumbre, de la di- rección artística. El mareo de una per- sona, que casi siempre fué realizado por medio de bamboleos de cámara, aquí lo ha sido por la persecución perfecta de la figura central y de la habitación, con todos sus personajes, en redondo y a la altura media del cuerpo, no desde el te- |
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HANS SCHLETTOW
las cuales no sería la menor la pérdida
del lujo que mantenían a costa de los otros hombres, los comparsas de su cor- tejo. Esta es Ella: la mala. La buena, He-
lene Steels, es la mujer del cochero de la troika. Sufre; pero, entera, se rebela, se enfrenta con el hombre, cuando, des- pués de seis años de felicidad, tiene la sospecha, casi la certidumbre, de. que él no se guarda sólo para ella, como ella hace con respecto a él. Será hija de al- gún otro cochero (de troika,: y ¡desea todo él o nada. Y cuando se muere el niño y él no tiene para ella suficiente atracción para retenerla a su lado, se encierra en el claustro. El es Hans Schlettow. Es profunda-
mente humano, con todos los defectos de serlo. No tiene nada de héroe, y si' alguna vez riñe, haciendo cuestión per- sonal las injurias a un. mendigo, es por- que su exceso de humanidad lo lleva a no saber resistir ni aun a los buenos ins? tintos. Cae sin resistirse, deseando caer, y cuando nota que su mujer está entera- da de su caífla, se enfurece con todo su cuerpo y la deja para buscar a la causa de esta barrera que le separa de ella. Después, humillado, conoce la. muerte del hijo, rumia y se regodea coa la ven- ganza y la realiza. • Es la Rusia de anteguerra, con todas
sus pasiones, su incultura, guiándose del instinto, no de la razón. Hemos de hacer resaltar la labor del
actor que interpreta el papel d© men- digo, y cuyo nombre no sabemos. A su cargo corre la realización de la escena más emotiva del film: la del niño muer- to en la cuna. El mendigo canta una canción entrecortada por sollozos, que, por sí sola, constituiría toda'la. justifica-' ción de la sonoridad en el film. Este no es hablado. Pero las cancio-
nes, los bailes, las risas, los ruidos y los gritos están tan bien trasladados y sin- cronizados que no sólo ayudan a la emo- tividad de la película, sino que—a pesar de sus perfecciones como película mu da—son el cincuenta por ciento de la belleza del film. En el conjunto habrá pocas /que: se
le pue^1^ equiparar. Además, es la pri '.-uia película sonora que podamos con- siderar cómo tal, y que, para nosotros,. |
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Una escena del film ruso "La aldea del pecado"
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cando la unión y selección de sus esfuer-
zos, los encuentra reflejados en la Unir versidad. De esa unión de esas dos grandes fuer-
zas : la universitaria y la proletaria, en- caminadas a un mismo fin por encima de sus obstáculos—prejuicios—respecti- vos de clase, ha de salir la reforma de España. Su República Socialista. Estu- diante : Contactos con el mundo exte- rior, con la política de todos los paí- ses. Renovación sobre tradición gloriosa de libros y espadas. Incorporación al es- píritu moderno, a la acción liberal. Obre- ros: la acción física. Junto al cerebro, las manos, el empuje. Los constructores del mundo nuevo, los soldados de las máquinas. Estudiantes y obreros: inte lectuales y obreros: las fuerzas vivas —vivificadoras—de Occidente. Si esa alianza fracasara, sería que fra-
casaba la juventud completa, nuestras generaciones. Y la juventud fuerte, li- bre, irrespetuosa, no fracasa nunca. Seamos jóvenes siempre, siendo siem-
pre irrespetuoso!. |
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rtÜBVÁ ESPAÑA
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COMIENZO DEL PACTO
IN M EM ORÍ AM
por ANTONIO DEOBREGON
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a una mecánica de no muy sencilla ur-
dimbre interna. Hoy sabemos perfecta- mente sus albergues, sus domicilios de causas, y, cuando le vemos gesticular en la calle, el respeto nos azota de interés y el interés de responsabilidad. (Se acer- ca la hora de las batallas.) Él Drama Social esta vez en su sa-
lida a la agitación—esa agitación que llevaba en sí una desproporción física entre los bandos tan grande como la mo- ral—, produce un hombre muerto. Es el obrero anónimo, el sin trabajo, tran- seúnte sólo y no actor. Es la víctima inevitable, el sacrificio que el Drama Social había de consumar sobre su ta- blado. Rodeaba al Depósito Judicial una
gran muchedumbre. El Depósito tiene una historia tan larga como horrible. Es el desecho de la gran ciudad, el aparato registrador de sus catástrofes. El suici- dio y el crimen se dan cita en él a dia- rio, una cita lóbrega que nunca Fermina. Por sus mesas de mármol han pasado tantos actores de tragedias bárbaras y grotescas que su espectáculo no produce apenas impresión porque en ellas lo ho- rrendo se derrama mansa y resuelta- mente por el cauce de lo habitual. El Depósito está rodeado de una
gran muchedumbre. Obreros, estudian- tes, mujeres... (Ese silencio de las mu- chedumbres es como ¡el", de los cemente- rios de rotundo y de lógico...) Luego, la muchedumbre se pone en marcha. Coro- nas de los estudiantes de Medicina, de la E. U. E., de los obreros del ramo a que el desaparecido pertenecía... Estu- diantes y obreros en las coronas y en el acompañamiento. La fuerza pública en todas las boca-
calles del tránsito pone la nota fría, ese hielo que es el sentimiento efectivo de la autoridad. Sus cascos se elevan como vigías sobre todos y obreros, estudian- tes, intelectuales de toda índole, avan- zan como un solo monstruo de innume- rables cabezas. En el cementerio es todo emoción.
Allí la tarde se despide de todos y nos quedadnos ei^ese vacío lírico del claros- curo... Entonces, un obrero habla. Di- ce unas palabras precisas, justas, ma- leables... Y habla un estudiante; unas palabras precisas, desgarradas, intelec- tuales... El pacto es allí, cuando la tarde se
ha despedido. Un estudiante y un obre- ro a los obreros y a los estudiantes del cortejo, junto a la fosa del compañero muerto. Las voces de arabos vuelas jun- tas. Estudiantes y obreros se miran poi fin como hermanos, conmovidos por una misma específica emoción. El pacto tie- ne lugar allí, en el cementerio, en ese mohiento no preparado— específico—de la sinceridad, que es la emoción legíti- ma. Representa eí momento en que el estudiante, nuestro estudiante burgués, tras darse cuenta de su misión como jo- ven y como intelectual, tiende su mano de igual al proletariado en la calle. El momento en que el proletariado, bus- |
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Estudiantes y obreros, trabajadores
intelectuales y manuales, se han dado un abrazo, el primer abrazo eficaz, ante la fosa abierta del compañero muerto en la calle. Por primera vez, con toda reali- dad, el obrero y el estudiante se han dado la mano ante el hecho del drama. Han sentido juntos la emoción y la res- ponsabilidad, se han acercado, unos y otros, en una colaboración que es un pacto. La tarde del pacto se vistió de ese in-
evitable color de los días en que el Dra- ma Social sube al tablado y se mueve, más o menos inesperadamente para to- dos, obligado a finalizar la representa- ción que provocó—espontáneamente— el hecho de represión acaecido. Y los Dramas Sociales tienen un escenario bien siniestro. Sus vibraciones nos sacu- den como descargas eléctricas; su emo- ción, de tragedia secreta, nos convierte de espectadores en responsables y de responsables en reivindicadores, confor- me a nuestra ética humana y cálida. Precisamente, cuando teníamos doce
—y menos—años, cuando los protago- nistas de los libros de la guerra se aso- maban a la lucha internacional, nosotros nos asomábamos a la lucha social. Nues- tras cabezas de niños burgueses contem- plaron esa función, entonces tantas ve- ces representada, del Drama de la calle, y nuestros ojos—entonces despavori- dos—vieron la agitación del agua en los estanques. Todos—yo por lo menos—lle- vábamos una pregunta dentro cuya con- testación era la acción de los mayores, y la acción llegaba a nosotros, a nuestros oídos de niños burgueses, agigantada por el silencio, desproporcionada ante el forzoso secreto. Las antenas de nuestro sistema nervioso recogieron en esa edad —y mucho antes que en esa edad—las ondas del Drama Social, que se desdo- blaba a nuestra sensibilidad en diversas formas de misterio, de castigo y de per- secuciones. Entonces las cosas eran más grandes porque nosotros éramos más pe- queños. La sombra de nuestras cabe- zas, proyectada sobre las paredes, era desmesurada y gigante. Y el Drama So- cial era como mil» veces la sombra de nuestras cabezas: monstruoso por in- explicable. ;.-■:: Hoy nos lo explicamos perfectamente.
Conocemos su análisis y sil síntesis. Sa- bemos de su «por qué», de su «cómo» y de su «cuándo» y conocemos sus se- cretos y su mecanismo, porque obedece samKamBmmmmmmmmmBmmmmam
marca el camino, el único camino, que
puede seguir el cine sonoro para triun- far. Por último, esta obra tiene dos fina-
les. Uno,, el normal, que termina con la venganza del hombre, venganza que le cuesta la vida. Otro, el optimista, con- cesión hecha al público, en el cual los caballos le arrastran, evitando su muer- te, para dar lugar a la reconciliación con su mujer. Preferimos el primero. Es el lógico, el humano. |
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NOTICIAS LITERARIAS
España
—:En banquete a Isidoro Acevedo, eJ
autor de Los Topos, por el éxito de este libro de la vida, minera asturiana^ se con- gregaron alrededor de.l viejo luchador elementos obreros e intelectuales, que expresaron una vez más su simpatía, ai autor por la generosa obra que realiza Juan Andrade, en agudas palabras, ofre- ció el homenaje, y J-iamoneda expresó la adhesión de los obreros madrileños a la conducta y a la labor de Acevedo. Este, en un gran discurso, renovó sus prome- sas de continuado esfuerzo por los idea- les proletarios. —García Sanchiz, que marcha a Amé-
rica en el «Zeppelin», fué despedido con un banquete de 500 comensales. Ofreció el homenaje Pérez de Ayala
y habló fi. José Sánchez Guerra. Gar- cía Sanchiz hizo una de sus hermosas charlas. Alemania
—La última película de Emü Janings
—«u primera sonora—, hecha sobre el argumento de una novela de Enrique Mann, está siendo el suceso de la tem- porada de primavera. Corre en uno de los grandes cines de Kurfuerstendam, y se titula El ángel azul. —Un hecho reciente acaba de poner
al descubierto el rumbo que lleva la po- lítica alemana. Hace un año se celebró en Varsovia una exposición de arte ale- mán, patrocinada por cuatro ministros polacos. En aquella ocasión se acordó ce- lebrar en Berlín una exposición de arte polaco, patrocinada por el Ministerio Exterior del Reich, que había de inau- gurarse el día 15 de abril de 1930. Polo- nia, en efecto, trajo sus obras, las colocó en la Escuela de Arte, dispuesta a ce- lebrar la exposición; pero, cuando todo estaba ya preparado, el ministro del Ex- terior se negó a patrocinar la exposición de arte polaco, porque «con ello moles- taría a algunos compañeros de gabine- te». Los polacos empaquetaron de nue- vo sus obras y se volvieron a Polonia. |
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MUEVA ESPAÑA
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tamente estructurada, lógica desde el
primer compás hasta el 'último, sentida musicalmente, pródiga en recursos siem- pre, artísticos, reúne todas las condicio- nes exigibles a una obra maestra. Pero quienes sentimos con poco ardor el an- sia de perdurabilidad, preferimos admi- rar el Concierto en su magnífico y apa- sionante aspecto de obra de hoy : com- pendio de la trepidante vida que nos ro- dea, visión de la naturaleza tras cris- tales urbanos, fuerza y alegría de los ins- tintos, expresiones aristadas, duras y lu- minosas, y por encima de todo esto, por debajo y por medio de ello, las trompas de caza que dan. sus misteriosas llama- das por entre una naturaleza un poco fatigada y sin objeto. |
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FRANCIS POULENC EN MADRID
por JESUS BAL Y GAY
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'..Una de las pocas cosas notables de
la presente temporada / filarmónica, I,a visita de Francis Poulenc, hemos de agradecerla, no a alguna de nuestras so- ciedades de conciertos, sino a la Socie- dad de Cursos y Conferencias.. Ya el año pasado esta misma sociedad había dado muestras de un despierto interés por la buena música actual, invitando a Mau- rice Eavel, a Andrés Segovia y Darius Milhaúd. La reciente sesión Poulenc de- muestra que ese interés no ha decaído ni se ha desviado de la buena senda. Y es una justa lección para la filarmonía oficial madrileña. * * *
Las obras que hemos oído a Francis
Poulenc—secundado eficazmente por los señores Castrillo, Cabrera y Quintana—, nacidas todas entre 1918 y 1928, de- muestran claramente todo lo que fué el estilo «armisticio» y hasta dónde supo llegar hoy en manos de este músico. Yo no quisiera hablar más que del Con- cierto campestre: Porque él es suficien- te para entregarnos, con fidelidad, el mensaje de la mejor música de la post- guerra. Mensaje extenso e intenso, pero también claro y sin tortuosidades. En el Concierto campestre—que su
autor ha querido poblado de otoñalida- des—resuenan las más diversas voces. Allí, están las alegrías vertiginosas del Armisticio, con sus «movimientos per- petuos». Alegrías de multitud, vuelta iriecánica, automática por el júbilo. Pe- ro allí están igualmente otras voces, que son misteriosas llamadas. Trompas de caza que catastran el mundo. Ecos per- didos en el hedonismo- de. la hora pre- sente. Al lado de la vulgaridad de una marcha militar, la exquisita distinción —no cursilería—«n la captación del pai- saje otoñal. Eesonancias de música de la calle y de música de Eameau, de Scarlatti y de Schumann. Sólida articu- lación rítmica y capacidad para las más finas tintas armónicas. (Lástima que por haber sido ejecutado a, dos pianos no "podamos hablar del colorido instru- mental logrado entre la orquesta y el clavecín.) Este Concierto campestre es una bien
digna obra de centenario del Eomanti- cismo, corno lo son, a su vez, las dos Novelettes. Músicas en las que resuena la voz romántica, del único modo que puede resonar, en este nuestro 1930: pa- sión que tornasola el' acerado plumaje de los pájaros mecánicos. Esto descu- bierto, ya no nos engañaremos sobre falsos retornos a los viejos estilos. En Poulenc no hay «retornos» porque, des- de siempre, hay en él «resonancias». El retorno significa voluntad. La resonan- cia, es independiente de nosotros. En biología juzgaríamos absurdo el ser que pretendiera retroceder hasta uno de sus ascendientes; pero, en cambio, todo ser normal está veteado de resonancias ge- nealógicas. La música de Poulenc es un ser normal. Sus involuntarias vetas le |
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vienen de las más diversas músicas,, ve-
tas perfectamente involuntarias, aun- que algunos crean lo contrario. (Si Pou- lenc retorna voluntariamente a Schu- mann, por ejemplo, es porque le hace falta. Ahora bien: la auténtica resonan- cia, el origen del movimiento es ese «ha- cer falta», absolutamente involuntario.) El Concierto, campestre no.es sólo una música de hoy, sino que es una gran música para todos los tiempos. Perfec- |
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NOTAS RUSAS
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¿DEBE PERVIVIR LA LITERATURA?
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por MÁXIMO fiORKI
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El último artículo de Máxi-
mo Corki, publicado en Is- vestia, de Moscú, aborda uno de los mas arduos pro- blemas ideológicos de la Ru- sia de hoy. Reproducimos aquí la parte más concreta del mismo—que no resulta tampoco inactual. en Eispa- . ña—, en la cual el gran no- velista hace referencia al mo- vimiento de un sector de la juventud, contra la literatura artística, combatiéndolo. — F. F. A. «La cultura se crea muy despacio
y sólo a consecuencia de esfuerzos";~basta para patentizarlo con apelar a la difícil historia de la cultura burguesa, no obs- tante que esta cultura creció sobre vigor ajeno. En cambio, la clase trabajadora crece rápidamente y debe crear de su propia carne maestros de la cultura. Dos fuerzas ayudan al progreso de la
cultura: arte y ciencia. Al lado de la ciencia de la Naturaleza es la literatura artística el más fuerte instrumento de influjo sobre la razón y la voluntad del hombre. Los fanáticos, empeñados por el convencimiento d^ que la realidad crea la conciencia, no quieren comprender que también, a su vez,' la conciencia crea nueva realidad. En Eusia, no sólo no es apreciado el valor educativo de la lite- ratura, sinoqUe es despreciado. Especial-' mente se nota esto en las provincias. Por ejemplo: la Eedacción del Sowjetsibe- rien, periódico de una gran comarca, ha organizado uña campaña contra la lite- ratura artística, y uno de sus redactores, llamado Pankruschin, decía que «la li- teratura artística es reaccionaria por na- turaleza». Me permito considerar a este Pankruschin, no sólo cómo un ignoran- te, sino como un inconsciente malhechor de la cultura. Otro periódico había crea- do una «página de literatura»; pero el compañero Hindin declaró que el partido y el Gobierno soviético no daban el papel para que se imprimieran en él poemas y cuentos. La hoja literaria hubo de ser suprimida. Estos hombres, por lo visto, no saben nada, o lo han olvidado, de la relación que. tuvo la literatura con la la- |
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bor de Lenin, Marx, Engels, Plejanow
y muchos otros bolcheviques. En una de nuestras revistas ha escrito
el compañero I. Lomow un artículo titu- lado El plan de los cinco' años y los pre- conizadores déla cultura sin partido. El joven crítico trata de demostrar, con ci- tas, que la «Editorial del Estado», que imprime ahora las obras de los clásicos, realiza con ello una labor reprobable. Si el autor conociera las estadísticas de las bibliotecas públicas, comprobaría la gran relación de la masa trabajadora con los viejos escritores. Yo dudo de que el com- pañera Lomow pueda convencer a un trabajador de que es perjudicial para él la lectura de Almas muertas o Los al- deanos, de Balzac; Los Mujics, de Tscheehoff, o La aldea, de Bunin, y cien obras de semejante autenticidad pertene- cientes al pasado inmediato. Las exage- radaí e infundadas valoraciones subjeti- vas de los compañeros Lomow, Pankrus- chin e Hindin fomentan el caos de las palabras y anarquizan el movimiento col- tural que pretenden crear de la masa tra- bajadora los nuevos maestros de la cul- tura. El compañero Lomow no nota que las obras clásicas no influyen en la ideo- logía del lector, sino en su psicología, que, además, lo interesante de ellas es la perfección de su contenido, la maes- tría de la dicción, precisamente eso que todavía les falta a la mayor parte dé nuestros jóvenes escritores, y les falta porque no poseen la técnica del trabajo li- terario. Tadejew, Scholochow y pareci- dos talentos son todavía raros. La cuestión de la relación con la lite-
ratura clásica se reduce a la cuestión de la maestría. Todo trabajo busca su maes- tro. Para no temer al trabajo se debe aprender bien su técnica y dominar el «oficio». Solamente temen al trabajo aquellos que no lo entienden o lo entien- den mal. Semejantes hombres, ante la Complicidad de las cosas, buscan el ca- mino de menor resistencia, buscan la superficialidad espontánea. A esta clase dé «espontaneizadores» pertenecen los faltos de talento, los utilistas, las peque- ñas criaturas que cercan los grandes puestos, los parásitos, los cuales tam- |
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NUiVA ISPAflA
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nas, reinstalan sus tinglados,; reclaman
de nuevo que la desnuden y la aten. ¿Qué hacen, entre tanto,' los hombres
nuevos de la, nueva España? ¿Acaso a Toledo, que irradia a la sa-
zón las denunciadas influencias tradicio- nales la juzgan sólo como museo? ¿Es que por asentarse en ella el más
alto poder de la Iglesia española, la juz- gan fortaleza inexpugnable para las mi- licias que propugnan otros poderes más modernos y perentorios? ¡ Ah ! De cualquier manera, nosotros
estimamos que la Toledo actual, la que sufre, la que comercia, la que trabaja, aspira a depositar su confianza, su an- gustia presente y su fe en lo futuro en hombres de esos que, como el cardenal Segura, reclaman un lugar en los pros- cenios de los principales teatros de Es- paña para hablar a los rebaños, si no de Dios ni del derecho divino, ;sí, por lo me- nos, de lág aflicciones del pueblo y dé sus derechos inalienables... #
Hemos permanecido en la vetusta To
ledo unos días. En lo social, en lo polí- tico, la hemos contemplado rediviva, remozada, nueva y pimpante, como ciu dad fundada en el año 1876. Tiene obre ros sin trabajo, un Municipio en quie- bra, muchos candidatos a diputados a Cortes, y el Alcázar,, su estómago de antes, vacío y desnudo al sol, atravesado por cuatro lanzas. Habríamos regresado con pesadumbre
dé la imperial ciudad de no llevar impre sa en la mente, como un resplandor.. la imagen de Santa María la Blanca. El niño en brazos, la barbillea, y ella se sonríe. ¡Cómo sonríe Santa María la Blanca! Lleva sonriéndose desde el si- glo XIV. Nos lo explicamos todo. Seis- cientos años de permanencia en las cer- canías de Zocodover es poco tiempo para marchitar, en todo rostro noble, una son risa de gracia fresca, limpia y burlona. |
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UN VIAJO A TOLEDO
EN TORNO A LA GRAN PRIMADA
por JOAQUÍN PÉREZ MADRIGAL
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las piedras crujen, conmovidos los silla-
res, y*los muertos se levantan, afano- sos de borrar de las losas que los sepul- tan, tanto epitafio cursi, tanta injusta le- yenda. Bajo la divina costra inmortal, tras
los lienzos únicos, a la sombra de los claustros, en la penumbra misteriosa de los imponentes cobertizos, con furor que no sabemos por qué no altera la somisa inefable de Santa María la Blanca, los sectores de la vida toledana alientan vi- gorosos, y a un ritmo acelerado pueblan de estrépitos de hoy las oquedades que dejaron en Toledo todos los «ayeres», los de Wamba, los de Alfonso VI, los de Primo de Rivera... Toledo piensa, creemos que con ra-
zón, que si a ella la despojó un régi- men, puede reponerla otro, y se apresta a la lucha, que comienza a caldear las pasiones políticas de todo el país. El cardenal Segura mitinea. Va por
los pueblos, congrega a los rebaños y, co- rno en Talavera, recientemente, no re- huye el encuentro con los lobos. Aveza- do a los escarpes hurdanos. este pastor recio reúne a sus ovejas y las habla de Dios. De paso alude a las discordias ci- viles a que puede dar lugar el descrei- miento de los buenos españoles en el de- recho divino. Así, el insigne purpurado enciende una vela a Dios y otra al conde de Romanones. Y torna a" su palacio, frente al Ayuntamiento, a cuyas puertas balan quejumbrosas muchas ovejas sin pastor y sin pastar. •■ Corre parejas con la actividad del car-
denal Segura la de seglares que acarde- nalaron a Toledo azotándola en el potro de la vieja política, Reanudan sus fae- |
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Con permiso de Félix Urabayen, va-
mos a diseñar una estampa de su vieja ciudad predilecta. Hemos permanecido unos días en Toledo—patria adoptiva de «El Greco» y auténtica del maestro Guerrero—, y queremos Historiar, por lo mismo que Toledo nos ha impresiona- do más por su vitalismo presente que por su bella ranciedad, las emociones del viaje. No vamos, pues, a.profanar las piedras y los nocturnos toledanos, con tropos arqueológicos ni líricos. |
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A Toledo la esquilmó la dictadura. An-
tes tenía la Academia de Infantería y la Fábrica de Armas. Hoy la Academia es un Museo, y la factoría espléndida se reduce a una forja de hojillas para má- quinas de afeitar. Millares de alumnos y de obreros despedidos han amenguado el consumo y la producción de «Toledo la despojada» (¡ no hay de que darlas, se- ñor Urabayen I) en proporciones alar- mantes. En Toledo no quedan a la sazón otros signos de dinamismo social que el burocrático al servicio del Estado y que el eclesiástico al servicio del mayor es- plendor de la Primada, dicho sea sin áni- mo de excitar al retruécano. El comercio allí, instalado para más
abundante concurrencia, comienza a ex- teriorizar el mal humor de vinos balan- ces ruinosos. El Ayuntamiento, que no acomete
obras por carencia de recursos, los im- provisa gentilmente—] oh, señorío heroi- co de log hidalgos pobres !—para ágapes, oasi cotidianos, en honor de congresistas y otros visitantes ilustras. ¡ Ciudad imperial!
Los comercios vacíos, el alcázar y la
Fábrica desiertos, las aroas municipa- les exhaustas, edificios como el de Co- rreos, que se demolieron para reedificar- los, aguardan los bolquetes que se lleven los' escombros... Y legiones de obreros sin trabajo, que van a pedirlo y no lo hallan... * # *
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Empero, la vieja, la gloriosa, la in-
signe Toledo, es la oiudad señera de la España actual. Dentro de su recinto, |
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bien, en medio de la clase trabajadora,
crecen. ¿ Deben los exaltadores de la clase tra-
bajadora, deben los jóvenes literatos for- marse también en el arte de la palabra de los viejos escritores? Sin duda ningu- na. Porque deben aprender los métodos de trabajo, los secretos de la maestría. Y aquel que se dedica a repartir conse- jos ha de darse cuenta de lo difícil que es conocerlo y entenderlo todo en una época que cambia con la rapidez que cambia la nuestra.» |
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De "hal aldea del pecado*'
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NUEVA ESPAÑA
alarde, fruto de no tener ni un momen-
to libre al día, nos hace suponer que es- tas páginas fueron escritas después, en' Los Angeles, y que, por lo tanto, supli- ría con su fantasía las sensaciones que gozó durante el viaje, de las que no con- servase un recuerdo concreto. Por eso, más que su sinceridad en decir, nos ad- mira su sinceridad en fingir. Escribe con una prosa ágil, cinemato-
gráfica, facilitada por el oambio de deco- rados y personajes, que hace amena en extremo su lectura. La edición española va acompañada de
fotografías diversas del viaje y por un prólogo-biografía de Carlos F. Cuenca. Es completa, y suponemos que consti- tuirá un hallazgo para los admiradores —ya muchos—de Charlie Chaplin. J. DE LA F.
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sidad de comunicarse con el público, ni el
ansia de ganancias metálicas, ni la bus- ca de popularidad. ¿Por qué, pues? Se- guramente habrá querido corresponder a los intelectuales que habían hecho su descubrimiento como genio, poeta, etcé- tera, del cinema : ha querida agradarles y darles la razón. . <# Según ellos, era humano, y él,-al que-
rer hacerse humano, lo hizo de tan bue- na fe que llegó a ser cursi. Nos ha desnudado su espíritu y nos
ha sorprendido por su pobreza despre- ocupaciones, por sus ilusiones de peque- ño burgués. Ño ha querido ir a la caza de ocultas bellezas; por el( contrario, para su agrado, ha buscado lo ya cono- cido, j Qué alegría conocer a Mr. George o Wells! Pasea con cicerones calificados, sin dejar nada a la casualidad. Aunque parezca que le molestan, se
entusiasma, refiriendo con agrado el nú mero de reporteros que le visitan, llegan- do a sentir su ausencia en Alemania, don- de no le conocen, cuando sólo por esta causa podía, descansar a gusto. También le agrada la popularidad. ¡Qué delecta- ción en los detalles del estreno de El Chico y de Los tres mosqueteros ! Esto es bueno; pero Chaplin no debía
haber salido de la pantalla. Empezamos a dudar de su genio. No porque creamos que el genio no debe jugar a las chara- das, sino porque debe tener más entere- za, más dominio de sí mismo; en una palabra, más valentía, El1 libro transpira sinceridad, aunque
algunas veces parezca forzada y de re- cargados trazos. Más que interesante, es curioso. Los detalles, ínfimos, que describe
junto al cansancio de que Chaplin hace |
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MIGUEL ANGEL ASTURIAS.—Le-
yendas de Guatemala. Ediciones Oriente. Madrid, 1930. Un gran escritor americano se nos des-
cubre eñ este libro: Migue] Angel Astu- rias. Hace periodismo político desde Pa- rís para importantes periódicos de la América española y es entre los jóvenes cultivadores de la nueva literatura uno de los valores más destacados y sólidos. Sus Leyendas de Guatemala son un
prodigio de belleza y originalidad. For- man la interpretación moderna más aca- bada de la tradición de un país tan rico en «folklorismo» y vida' legendaria. Por- que Miguel Angel Asturias no ha hecho el libro usual del literato americano que viene a España con el indispensable equi- paje lírico. Ha hecho una obra de crea- ción pura, con fuerza poética y noveles ca para oategorizarle ante nuestros me- jores prosistas. Historia y prehistoria so- metidas al acento moderno de las van guardias auténticas. Y además, Leyen- das de Guatemala es un libro de erudi ción copiosa y sugestiva, porque el au- tor aporta una documentación de la an- tigua vida guatemalteca, que se reúne y depura por primera vez en una obra li- teraria. D. F. CHARLIE CHAPLIN.—Mis andanzas
por Eurooa. Editorial Cénit. Ma- drid, 1930. Un libro, el único, escrito por «Char
lot». Al buscar las causas de este libro, no creemos puedan haber sido ni la nece- |
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Cuadernos de cultura. Valencia, 193Q..
Hace algún tiempo vienen publicán-
dose en Valencia, en la siempre lumino- sa y liberal Valencia, esta; colección de cuadernos, de pequeño y elegante for- ■ mato, donde se exponen diversas mate- rias de cultura. Son obras sintéticas, cla- ras, cuya finalidad es ilustrar a' las ma- sas obreras e iniciarlas en los problemas que más la importan para su bienestar y liberación: los problemas sociales. Esta labor generosa y pura la llevan
a cabo escritores de sólida preparación, catedráticos y literatos, cuyo elevado «es- pecialismo» no les impide acercarse con afán altruista al pueblo para encender en su cerebro la luz de las ideas, convencí- |
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E D I C 10 NES O R I ENTE
LEYENDAS DE GUATEMALA, por Miguel Angel Asturias
La civilización maya aparece en estas leyendas en toda su maravillosa plenitud. En Guatemala, aquella
civilización, como dice Díaz Fernández en El Sol, se caracteriza por su maravilloso poder poético y humano, donde los árboles, las flores y las aves se corporizan frente a la imaginación opulenta del pueblo. Interesa este libro no sólo al erudito, sino a todo lector, pues en él encuentra aventuras y episodios de la más extraña y poética vitalidad, descritos primorosamente por Miguel Angel Asturias. 100 ilustraciones mayas, CINCO pesetas
ARIEL O LA VIDA DE SHELLEY, por André Maurois La biografía más perfecta escrita por el biógrafo más prestigioso del Mundo, y en torno a una de las
vidas más intensas y tumultuosas del siglo pasado. LOS MISTERIOS DEL ESPIONAJE INGLES, por R. Boucard
Conocer el desarrollo de la gran guerra a través de toda la red de espionaje a que ella dio lugar, tiene
un interés indiscutible, y para conseguirlo es indispensable la lectura de este libro. |
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Concesionarios de la venta en librerías:
SOCIEDAD GENERAL ESPAÑOLA DE LIBRERÍA. --FERRAZ, 21. -MADRID
EDICIONES ORIENTE -:- GENERAL ARRANDO, 18.-MADRID
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2a
su sexo—el bolillo y el floripondio en
tisú de créme—, suponen lícito encoger- se de hombros ante las luchas sociales. La política, para ellos, no tiene valor. No tiene valor más que como espectáculo o como subrepticio procedimiento de «enchufes».) La simple relación de los Cuadernos
ya aparecidos dará idea al lector del ca- rácter e importancia de estas publicacio- nes : Socialismo y La formación de la Economía política, por Marín Civera; Introducción a la Filosofía y Liberalis- mo, por Fernando Valera ; Universo, por el doctor Bemartínez; Sistemas de Go- bierno, por Mariano Gómez y González; Higiene individual o privada, por el. doc- tor Puente; Escritores y pueblo, por Francisco Pina. En prensa se halla Sih- dicalismo, por Angel Pestaña. É. •
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NUEVA ESPAÑA
dos de que, como dice uno de ellos
--Francisco Pina, joven escritor de men- te sagaz y pulquérrimo estilo, autor del último cuaderno publicado: Escritores y pueblo—, «el juego y capricho a secas no nos está a nosotros permitido toda- vía, acaso tampoco a los demás países. Porque el Mundo está demasiado remo- vido y el ojo de la conciencia universal nos mira a todos. Hay una Humanidad doliente y víctima de la nueva esclavi- tud económica, una Humanidad que es- pe^ para emanciparse, la ayuda gene- rosa del arte literario, ofreciéndole, en cambio, una rica cantera de valores hu- manos. Es de justicia que los escrito- res no permanezcan sordos a esta lla- mada». Palabras nobles, profundas. Palabras
que jamás entenderán los estetas de la pequeña literatura, los primorosos del |
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encaje de bolillos. Conciencias tuertas,
sensibilidades prostitutas... Porque no es que estén mal y hayan de proscribirse los primores literarios—sintáxicos o ima- ginistas—r, es que en los valores del es- píritu rige un orden de magnitudes, una prelaci'ón de trascendencia que ninguna conciencia de verdadero artista puede desconocer. Y, en determinadas épocas de la historia de los pueblos, hasta el preciosismo ha de ir infiltrado de huma- nidad, y, si carece de este impulso, aun- que sea en mínima porción o en alguna manera, la pieza preciosa o primorosa deja de ser el joyel eme se pretenda para trasformarse en baratija. (No en balde se integraron siempre las letras en él concepto fundamental de Humanidades. Desgraciadamente, existen actualmente en España algunos escritores que, dedi- cados a las estrictas labores propias de |
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ciones, buidas líneas de lámina o escor-
zo que rezuman, un breve instante, sua- vidad, poesía. ¡ Hondo contraste el de Galdós, intruso en la recoleta calma de conventos, iglesucas, o catedrales I Flu- ye entonces de su pluma una mezcla de ironía y de dulzura, como al choque de - su laica mentalidad con aquéllos rinco- nes dé la vida religiosa. En realidad, ¿fué un laico Galdós? Es innegable que lo fué; pero su laicismo^ si consecuente, tuvo una elasticidad comprensiva, hu- mana, qué lo hizo capaz de convivir amistosamente con hombres que se ha- llaban de él a gran distancia ideológica. Las páginas en que el gran escritor refiere cómo imaginó y compuso algu- nos de sus libros y aquellas en que rela- ta las incidencias, éxitos y desventuras de su vida teatral tienen un gran encan- to anecdótico y un dulce sabor antañón. El libro contrasta inconscientemente un dramático comienzo y un melancólico final': el paso de los sargentos de Arti- llería, que se sublevaron el año 66, lle- vados por la calle de Alcalá para ser fu- silados en las tapias de la antigua plaza de toros, y una visita a la destronada reina Isabel en su '¡destierro parisino cuando, rodeada de viejas cantantes que la habían deleitado en el «Eeal», y apo- yada su senectud en una muleta, parecía querer otear aquella España que la ha bía abandonado. * * *
Si Alberto Ghiraldo, el brioso escritor
argentino, no hubiera destacado ya en- tre nosotros con una vigorosa personali- dad, sería más que suficiente esta cuida- dosa, esta atenta búsqueda en la obra inédita o fragmentada de nuestros más altos creadores literarios, para merecer la estimación eterna de las letras hispa- nas. En esta obra, como en otras ante- riores, ha precedido sus trabajos ordena- dores de un prólogo, en que pone de re- lieve, con extremado tacto y siguiendo el orden cronológico, los episodios de la" vida del glorioso novelista. A través de estas notas se advierte también la agu- deza del crítico que ha sabido ahondar en la viva entraña de una personalidad hasta conseguir hermanar sus más re- cónditos, vibrátiles filamentos. |
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GAL DOS IN EDIT O
E M O R I AS''
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por JUAN REJANO
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Consiguieron estas Memorias (1)
-—cuando por vez primera vieron la luz, en La Esfera, hace ya algunos años—:, no sólo reanimar la vida y_ andanzas ju veniles de Galdós, sino tornarlo, en f í aspecto literario, a su época primigenia de escritor, o mejor: de periodista, a su antigua, manera de narrador volande- ro y garboso. Es decir, que cumplieron dos misiones retrospectivas: una, la que su autor se propuso, de resucitar su pa- sado film personal; otra, la que, acaso inintencionada y con. una secreta; para- dojaj lo hizo, casi al final de su existen- cia, doblar su envergadura de novelador, de creador artístico, y desenterrar la plu- ma de ágil reportero. No por ello la fina- sal. que había, a.
las veces, en la linea-expresiva de Gal- dós se pierde en ellas. Asoma, por el contrario, en momentos: burbujea, cru- je con todo su donoso chispear y se re- cata de nuevo para dejar paso a la mul- titud de planos que el autor haBía de hacer desfilar por estas páginas. Cunde en ellas, ante todo, el vi'aje. Galdós, va- lido de su posición económica, alterna- ba las tareas políticas y literarias con largos viajes al Extranjero. Y es' curioso imaginar el perfil tímido y socarrón, cas- tizo, de D. Benito, asomándose al pai- saje extraño, desenvolviéndose en am- bientes desconocidos, penetrando pue- blos totalmente opuestos al suyo. Es in- dudable que al1 autor de Eleictra—pese a los retorcidos juicios que se han lanzado en derredor de su españolísima persona- lidad—le tentaban los aires de fuera, runruneábale en los oídos el espíritu de Europa, de la Europa que ya empezaba a perfilarse con matices innovadores, modernos. Sólo que una más fuerte raíz psicológica afianzábalo al suelo de su pueblo, de sus costumbres. (Y en esto de -;como, _se ha- entendido;;Europa por |
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nuestros escritores podemos ya—^permí-
»■»asenos la digresión—discernir .dos ma- nera Sj dos frentes: uno, el de los que han ido paulatinamente exprimiendo los nuevos frutos europeos y han querido aplicar sus esencias al recortado, origi- nal organismo de lo español,! y otro, .el.de los que,, habiendo asimilado esas mismas esencias, han querido sólo en- frentarlas a las fuertes y acres de Es- paña,, en un control de culturas y sensi- bilidades, en un afán de superarlas, pre- cisamente con la. contextura de,nues- tros más viejos y hondos valores tradi- cionales. Este es el caso del valeroso Unamuno—espcñolizan- Europa—, que en este momento, en que se magnifica su élan civil, es nuestra figura más uni- versal ; pero también más española.) Galdós se adentraba, contraído, silencio- so, en Europa; se maravillaba ante la naturaleza, la civilización o la historia; pero inmediatamente tiraban de él Ma- drid, el Madrid de sus tipos y de su novelística, sus libros, sus cuartillas. ¡ Qué caliente fruición sentía en los re- tornos I Era como uno de esos campesi- nos que un día se asoman a la gran ciu- dad y, después de quedarse perplejos ante ella, vuelven a su aldea, sintiendo como un nuevo calor de emoción en las cosas gustadas. O como el niño que ve cruzar por la calle un objeto de su ca- pricho y, tras de haberlo deseado, nota que en el juguete que hay en sus manos está escondida toda su ilusión. Y esto que hay de ruralidad y de infantiildad en todo español es lo que nos hace pre- cisar, captar, con mayor justeza, el1 cas- ticismo—eso que hemos dado en llamar «casticismo»—de D. Benito, o mejor: el tipicismo tan nuestro de toda su obra creativa. Estas mismas páginas nos lo dan también, cuando se detienen, a tre- chos, en la impresión de ciudades o mo- numentos españoles. Cobra entonces la prosa galdosiana un ritmo más lento. Y corren en su través matices, observa- |
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-* (1) Otrat inéditas, ordenadas y prologadas por Alberto Ghi-
raldo. Vol. X. Renacimiento. |
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ái
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huiiñ ISPaAa
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íKquiíiceiia internacional
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tividad para el examen de tales cuestio-
nes se le ocurrirá negar que los obreros y empleados ferroviarios han de apor- tar, aun desde su punto de vista pecu- liar, opiniones, experiencias y sugeren- cias valiosísimas para su mejor solución Por mucho que estudien y planeen los ingenieros, por muchos datos que reúnan y clasiáiquen¡, ni el laboratorio podrá sustituir la locomotora o el puesto de agujas ni la estadística más abundante y mejor recopilada podrá prescindir nun- ca de¡ la experiencia práctica. Unos y otros se completan y sólo su estrecha cooperación es capaz de asegurar la má- xima eficiencia. Quien haya oído, por ejemplo, a los delegados obreros censu- rar la señalización defectuosa o carente da uniformidad y en general los defec- tos de organización técnica en los fe- rrocarriles, aun de los países mejor equi- pados, habrá medido el enorme avance dado por los'trabajadores en su capaci- tación profesional y reconocido su dere- cho a una participación, cada vez mayor, en la administración de los trasportes públicos. Lo que decimos aquí de los fe- |
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EDITORIAL
Dos
Congresos
ferroviarios
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haber sido convocado en la capital de Es-
paña para realzar el prestigio de una dictadura; falta que entonces se repro- chó, con razón, al organismo de Gi- nebra. Pero unos días antes se había reunido
en la Casa del Pueblo de Madrid otro Congreso Ferroviario: el de los obreros, organizado por la Federación Internacio- nal del Trasporte. Más modesto en sus proporciones, no menos importante en su labor, en su alcance y en su significa- ción. Los mismos temas ocuparon la aten, ción de obreros y patronos : seguridad en lo3 ferrocarriles, competencia entre el trasporte por vía férrea y el trasporte automóvil por carretera, métodos para la preparación técnica y profesional del per- sonal ferroviario. En el Congreso obrero se discutieron, además, tres temas muy importantes para los trabajadores del rail: la cooperación de los empleados para lograr un mejor rendimiento y su participación en los beneficios; la racio- nalización de la industria ferroviaria, y el control obrero en la esfera interna- cional. A nadie que no carezca de toda obje-
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La Asociación Internacional de Ferro-
carriles, organización que reúne las em- presas ferroviarias del Mundo entero y en la cual participan también represen- taciones de los diversos gobiernos, ha «alebrado.,, en Madrid,, estos días, su XI Congreso. Es una Asamblea muy im- portante, que ha congregado a cerca de mil delegados y en la cual se han disr cutido temas, capitales para la orienta- ción . actual y futura de la política- fe- rroviaria en el Mundo. El Congreso ha. celebrado sus sesiones en lo que fué, y según parece . volverá a ser, Palacio del Senado, lo mismo que el Consejo de la Sociedad de Naciones hace un año, y ro- deado como esta reunión de toda clase-de comodidades y agasajos. Tuvo la venta- ja, sobre la del Consejo de la Liga, de no |
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El anteo libro escrito
por el genial "Charlot" |
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Mis andanzas por Europa
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MADRID
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NUEVA ESPAÑA
rróviarios se aplica, desdé luego, a mu-
chas industrias. Siendo asá, era lógico pensar que el
Congreso patronal ofreciera un puesto adecuado a la representación obrera y admitiese la necesidad de una coopera- ción para el bien de un servicio que tan directamente interesa a toda la colecti- vidad. Cuando menos, que mostrase in- terés en conocer el punto de vista obre- ro en las cuestiones que iba a discutir. No ha sido así, sin embargo. Escudán- dose en motivos de procedimiento casi burocrático, no sólo el Congreso patro- nal excluyó de sus deliberaciones la voz obrera, sino que se negó a reconocer su valor y casi a oírla. Extraoficialmente fué recibida una comisión portadora de las resoluciones votadas en el Congreso obrero, por cerca de 50 delegados en re- presentación de más de un millón de tra- bajadores. Esa es toda la beligerancia que las poderosas Compañías han que- rido reconocer a sus colaboradores más inteligentes. Un siglo casi de monopo- lio en los trasportes públicos y de tra- to proyilegiado por los Estados, parece haber creado en los magnates del rail uu espíritu feudal en su trato, no ya de sus obreros, sino con lamentable frecuen- cia del mismo público que utiliza sus servicios, remunerándolos espléndida- mente. Bazón de más para hacer resaltar el
contraste entre esa altanería olímpica y la posición de defensa social, adoptada por los trabajadores en su Congreso de Madrid. Una preocupación domina los debates de la Asamblea patronal: la de asegurar a los capitales invertidos la mayor cantidad posible de beneficios. Podemos atestiguar, en cambio, que en todo momento evidenciaron los delega- dos obreros el deseo de colocar el in- terés general, el bien de la colectividad, la seguridad pública, en el primer plano de sus discusiones y por encima de sus propios intereses corporativos. Esto no es, por nuestra parte, obce-
cación partidista y menos perjuicio de clase. Es un hecho que habrán podido observar cuantos han seguido con un poco de atención los dos Congresos fe- rroviarios que acaban de celebrarse en Madrid. La conclusión no puede ser tampoco dudosa. Se impondrá, en día no lejano, la socialización de una indus- tria, tan esencial al común bienestar como esta, de los trasportes públicos, y para ese día constituirá un apoyo de incalculable valor el esfuerzo hecho por los trabajadores para elevar su capacidad técnica y su dominio de los problemas, cada día más complejos, que entraña la buena organización de tan importante ramo de la actividad social. |
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movida por pasiones primitivas, no es
fácil pedirle un método de acción que exige el máximo refrenamiento y auto- disciplina, sino porque, además, lo que le parece natural al bengalí—hombre de las fértiles llanuras, amante de la re- tórica y de las justas oratorias—ha de ser absurdo para el rudo montañés, del Noroeste. A pocos años de distancia se repite ajlí la historia. Los sangrientos sucesos de Peshawar, de Madras, de Cholapur, muestran claramente que el movimiento ha desbordado los . cauces trazados por el apóstol de la no-violen- cia. Y la detención de Gandhi, sabia- mente diferida por Lord Irwin, pero im- puesta, al fin, por el elemento simplis- ta, predominante en la opinión inglesa, no ha hecho más que agravar la situa- ción provocando nuevos desórdenes, eo- mo natural reacción de protesta. Detenido el Mahatma—medida torpe
si las hubo—, detenido también el suce- sor que él mismo designó, Abbas Tyab- ji, en el momento en que trazo estas lí- neas asume la jefatura teórica del mo- vimiento la poetisa Sarojni Naidu, que también goza de inmenso prestigio po- pular entre las masas meridionales. ¿Po- drá contenerlo en los lindes de la resis- tencia pasiva? Los métodos que en este sentido preconiza Patel—quien abando- nó su puesto en la Asamblea para su- mirse activamente a la agitación—serían, sin duda alguna, más eficaces que to- dos los motines, incendios y violencias a que pueda entregarse la multitud sin freno: el boycot absoluto de productos, comerciantes e industriales ingleses, y más aun la huelga de contribuyentes, son armas de un alcance incalculable- mente superior a aquéllas, y no permi- ten una represión tan rápida y completa. Pero, ¿será escuchado Patel? El otro peligro para el movimiento
swarajista, que ya señalarnos aquí rei- teradamente, proviene del odio perma- rente entre hindúes y musulmanes. En los desórdenes de Cholapur, unos poli- cías musulmanes fueron atados y rocia- dos de petróleo por un populacho enlo- quecido, que los quemó vivos. Tales atro- cidades provocaron, al día siguiente, las naturales represalias contra el elemento hindú. No parece que la celebración de la fiesta mahometana del Bakr-Id haya dado lugar a tan graves disturbios como se temía, pero sigue latente la amenaza. Mientras tanto, el Gobierno inglés
anuncia la próxima publicación de la Memoria minuciosamente redactada por la Comisión Simon. Es difícil creer en la eficacia de las medidas de gradual au- tonomía que, sin duda, preconizará en las dramáticas circunstancias actuales. La única solución—y no es perfecta des- de ningún punto de vista—acaso fuera la que ha indicado el corresponsal del diario laborista en la India : la concesión rápida- del pleno estatuto de Dominio. La resistencia de los extremistas cede- ría probablemente ante un asentimiento general, con el cual el colega cree que podría contarse, incluso por parte del propio Gandhi. |
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Las
negociaciones
anglo-egipeias
Los problemas imperiales británicos
han acaparadora atención durante la pa- sada quincena. La cuestión del Condo- minio en el Sudán ha sido el arrecife en el cual han naufragado las negociaciones iniciadas nuevamente entre los Gobier- nos de la Gran Bretaña y de Egipto para la firma de un Tratado. Dada la buena disposición evidente del Gobierno labo- rista, el optimismo era general al iniciar- se las conversaciones en Londres. Pero pronto se vio que los delegados egipcios pedían bastante más de lo ofrecido en el proyecto anterior a su predecesor y adversario Mahmud Bajá. Quizá creye- sen, a pesar del fracaso rotundo de Za- glul con MacDonald, en la primera eta- pa de Gobierno laborista, que Arturo Henderson habría de ser más dúctil. As- piraban a restablecer la total soberanía de Egipto sobre el Sudán, trágicamente perdida con la rebelión del Mahdi a fi- nes del siglo pasado. Sin embargo, una minoría del partido
Wafd se hallaba dispuesta a aceptar el tratado Mahmud-Henderson, que consi- deraba generoso, por lo que afecta a Egipto propiamente. Comprendía que no era fácil a Inglaterra, en las actuales circunstancias, renunciar de un plumazo al algodón sudanés. Una vez más en- contramos unidos estrechamente el pa- triotismo y los negocios. Y a este pro- pósito creemos oportuno llamar la aten- ción de los comentaristas liberales que en España han tratado esta cuestión so- bre un importante aspecto del problema del Sudán. Es indudable que la preocu-, pación económica dominaba a los nego- ciadores británicos. Pero,. ¿ acaso no la hallamos también en los ricos propieta- rios egipcios que sostienen el movimien- to nacionalista? ¿Ganarían los «fellahs», el proletariado de la gleba egipcia y su- danesa, con la retirada total de los in- gleses ? Hay serios motivos y precedentes para dudarlo. Inglaterra debió aceptar la proposición de colocar la administración mancomunada del Sudán bajo el arbitra- je de la Sociedad de Naciones, tras la eventual entrada de Egipto en la Liga. No tiene sino motivos de orgullo para este aspecto social de su acción en él Sudán, en cuanto afecta a los intereses de los indígenas más pobres. Egipto no se halla, ciertamente, en la misma si- tuación. En resumen, lamentando que no se
haya logrado un acuerdo sobre los pun- tos de más urgente aplicación, cabe Va- lerios de este ejemplo ipara recordar que, tras las aspiraciones nacionalistas, se ocultan a menudo preocupaciones de índole social que no es lícito olvidar. Los parias o «intocables» de la India no consideran, sin duda, superior el yugo ti- ránico de los brahmanes a la dominación inglesa. Tampoco los «fellahs» egipcios han de preferir el trato de ciertos com- patriotas al que reciben de los europeos. Los movimientos de independencia polí- tica han de merecer nuestra simpatía en cuanto signifiquen a la vez liberación so- cial, y no conviene ignorar los peligros que en este sentido ocultan con harta frecuencia. 0. p
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INFORMACIÓN
En
la
India
Fácil era prever que a la resistencia
pasiva, predicada por Gandhi, sucede- rían muy pronto formas violentas de re- belión. No ya porque a una muchedum- bre, en su inmensa mayoría ignorante, |
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SUSCRÍBASE A
' ' N U E V A ESPAÑA'" |
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NUEVA ESPANA
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28
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ESTE NUMERO HA SIDO REVISADO POR LA CENSURA
LA TIRANÍA VIGILANTE
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por G. FER6A
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se del punto muerto en que se halla.
Si se inclina a la derecha, le amenazan de la izquierda; si a la izquierda, peli- gra su vida por la derecha. En el tér- mino medio, de equilibrio, de difícil mantenimiento, está indudablemente su razón de ser. Pero tal posición le niega el dinamismo indispensable para lograr los fines que se Ea impuesto. El equilir brio a sostener deviene fatalmente esta- tismo, y, sobre todo, hibridez, que, en política, es negación de trayectoria pro- pia y de finalidad positiva y vital. Ver- daderamente, más que para restablecer las libertades públicas, parece, bien que contra su voluntad, que la misión guber- namental de hoy consiste en ser tapón de dos fuerzas que, históricamente, han de saltar la una contra la otra hasta destruirse. Ahora bien* Las izquierdas—enten-
diendo por izquierda todo sector liberal por muy conservador o por muy avanza- do que sea—miran con simpatía al Lea usted NUEVA ESPAÑA
■■■■IHHaaaHHMl^HHHyaHUHIIBHl
Gabinete actual y con tal simpatía,
sencilla y sincera, esperan que desarro- lle su programa y devuelva la vida jurí- dica a la nación. Es decir, las izquier- das no sienten todavía la necesidad de hacer saltar el tapón. Y decimos todavía |
porque, ante la parsimonia del Gobierno
camino de la plena libertad legal, ya empieza la impaciencia a causar descon- tento y decepción. Pero es lo cierto que la necesidad de la enemistad no existe aún. Del bando izquierdista, pues, el Gobierno Berenguer tiene poco o nada que temer. La promesa de llevar al país a la normalidad sostiene la~ neutralidad o contiene en último término la amena- za, restándole fuerza e intensidad. Pero no le sucede lo mismo con res-
pecto a las derechas. Las derechas—en- tendiendo por derecha todo sector auto- crático que no quiere más libertad que la suya propia a costa de la de los de- más—, desde la sombra, tenebrosamen- te, conspiran para arrollarlo y para im- ponerse a las izquierdas. Para esa dere- cha española la situación es verdadera- mente un problema de vida o muerte como tal derecha político-social. Su re- acción por ello es desenfrenada, con atis- bos incoherentes de vida amenazada, ar- bitraria y brutal. En este pleito histórico el triunfo ea
indiscutiblemente de las izquierdas, por ley natural, que impone el instinto so- cial. Pero... Lea usted NUEVA ESPAÑA
ARGiS,-Altamlrano, 18.-Tel. 40505.- MADRID
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El país ha vivido unos días de ansie-
dad. D¡e ansiedad clandestina, si se acep- ta la expresión, mayor en fuerza emo- cional que la ansiedad manifestada a plena luz. El Gobierno Berenguer ha estado en
peligro. Se le ha supuesto amenazado y los sectores de sensibilidad más viva y despierta se han agitadlo frente a la amenaza. Los políticos de oficio han vi- brado con ¡esa Mbración característica suya, desgraciadamente ya de sobra co- nocida por el país, que subordina a sus miserias los altos destinos de la nación. Pero no nos interesan ahora los afa-
nes histéricos y amorales de los políti- cos de profesión que reclaman un enér- gico barrido. Lea usted NUEVA ESPAÑA
A raíz del discurso del Sr. Sánchez
Guerra, y como consecuencia de lo di- cho por el ex jefe del partido conserva- dor, el Gobierno Berenguer se creó un enemigo poderoso—a causa de su debili- dad, se dijo—en quien había sido hasta la víspera su amigo cordial por razones naturales de iniciativa y de intimidad. Este enemigo, encubierto, solapado, en- turbia hoy la trayectoria del Gabinete Berenguer hacia la normalidad, en ma- nifiesta contradicción con su propio im- pulso primario de cesión. El actual Gobierno no por eso aban-
dona la ruta que se trazó en sus prime- ros pasos: insiste en ir a la normalidad ; pero bien se ve que, Situado entre las Lea usted NUEVA ESPAÑA
izquierdas antidinásticas y republicanas,
de un lado, que demandan con urgencia la convocatoria del Parlamento, y las derechas, de otro, que culminan en el absolutismo arbitrario, defensivo de al- tos intereses amenazados, el Gobierno se ve contenido de una y de otra parte, y aunque si'ga diciendo—de acuerdo con los compromisos contraídos con el país— que para nada desiste de su empeño en pos de la normalidad, no puede lógica- mente enlazarse a ninguna de las dos fuerzas encontradas que le presionan. tKi
Lea usted NUEVA ESPAÑA
Frente a una y a otra, el Gobierno Be
renguer no puede prácticamente evadir- |
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Vista parcial de la manifestación obrera celebrada el Primero de Mayo
Lustgarten (Berlin)
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