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COMIT� DIRECTIVO: ANTONIO ESPINA, JOAQU�N ARDERIUS, JOSE D�AZ FERN�NDEZ
SUMARIO
Editoriales: Acerca del salto atr�s.El negocio de los firmes especia-
les.
Indochina.Prensa y libertad, Luis Jim�nez de As�a.��Hom-
bres, hombres constituyentes!,
Luis Araquistain.-�Viejo y nuevo repu-
blicanismo,
Botella Asensi.�La patria y el patriotismo, Emilio Pa-
lomo.�La domesticidad espa�ola, Jos� D�az Fern�ndez.�El Cen-
so de Iscariotes,
Roberto Blanco Torres.�Rifi-Rafe.Tres artistas
y una Exposici�n,
Miguel Angel Asturias.�La Exposici�n de "Shum".
Carta de Par�s: Elogio de la inquietud, Mac Bernard.�Pol�tica de
alcantarillado,
Joaqu�n P�rez Madrigal.�Carta de Berl�n: Max
Reinhardt, Fern�ndez Armesto.�Despedida, Massimo Botempelli.�
Ideas sobre W�gner, V. Salas Viu. �La dictadura del proletariado
en manos de Jos� Stalin.
El momento espa�ol, C. Ferga.�Liga Na-
cional Laica.
Vida espa�ola: Canarias.Cosas del fon�grafo, Je-
s�s Bal y Gay.�Sobre Bernadr Shaw, Francisco Pina.�Inteligencia
y Trabajo,
Antonio Abaunza.�La quincena internacional.Cinema,
Jos� de la Fuente.�Libros.Trotsky y la Tierra, Otero Espasan--.
din.�Dibujos de Maside.
ANO I
                         NUM. 10                          3 5 CTS.
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NUEVA ESPA�A
deberes, pero ning�n derecho; los sa-
larios que gana var�an entre 5 a 8 fran-
cos, y para los obreros calificados entre
10 a 12. El presupuesto, no grava las
rentas, y est� basado en un inhumano
privilegio: el alcohol y el opio. Para
mantener a los funcionarios, se envenena
a los trabajadores, y mientras Francia,
consiente �sto y lo pone en vigor, la co-
misi�n del opio de la Sociedad de Na-
ciones, saluda a este pa�s como gran ci-
vilizador. Pero las cargas, como se pue-
de ver pesan solamente sobre la clase
trabajadora. De ah� que el movimiento,
m�s que nacionalista, sea un movimiento
revolucionario de clase. Este es el mie-
do. Y este estado revolucionario, fruto
de los salarios de hambre, se quiere acha-
car a un pueblo extra�o. No es eso. Los
mismos diputados que, en la C�mara,
quer�an tomar represalias contra la
URSS, con este motivo, t�citamente re-
conoc�an su falsedad, al pedir el des-
arrollo de la ense�anza profesional, de
acuerdo con la religi�n y afirmaban que
es peligroso hacer de los ind�genas inte-
lectuales y fil�sofos. Los estudiantes ana-
mitas que hab�an cursado sus estudios en
Par�s, a la vuelta a su patria, se conver-
t�an en luchadores revolucionarios, por la
comparaci�n de la esclavitud por una
parte y la org�a por la otra. Los grandes
propietarios ind�genas est�n con la me-
tr�poli. Por eso, con motivo del asesina-
to de un mandar�n, las fuerzas del go-
bierno franc�s, bombardearon la aldea
donde se hab�an refugiado los que lo
mataron. Esta es una prueba m�s para
reconocer que el movimiento no va por
la independencia nacional, sino por la
independencia econ�mica de los traba-
jadores.
Y ahora, tras el �xito del Congreso
eucar�stico de Cartago, en el cual se de-
mostr� el genio colonizador franc�s, es-
peramos que el pr�ximo se celebre en
Saigon.
2
EDITORIALE S
LAS CORTES DEL 23.
Hab�a de ser un duque el autor de
esa iniciativa de volver a reunir las Cor-
tes de 1923 que disolvi�, a golpe de
sable, la dictadura. Y hab�a de ser un
conde, el de Romanones, el que hab�a
de mostrarse favorable a la iniciativa.
Por supuesto, al conde de Romanones
le parece bien todo lo que sea prescin-
dir de alguna manera de la voluntad
nacional. Porque, cuando la verdadera
voluntad nacional se manifieste, ni ese du-
que, ni ese conde, ni muchos duques, ni
muchos condes, podr�an llamarse leg�timos
representantes del pa�s. El conde de Ro-
manones est� de acuerdo con todas las
soluciones que den por no transcurridos
los seis a�os y pico de dictadura. A �l lo
mismo le d� que se convoque al viejo
Parlamento como que se haga uno nue-
vo desde el Ministerio de la Goberna-
ci�n, sobre todo si lo hacen sus amigos.
Pero si como explic� don Melquiades
<\lvarez la Constituci�n del 76 ha queda-
do deshecha y liquidada por la dictadu-
ra le va a ser-dif�cil al Conde de Roma-
nones buscar una f�rmula para que se
recomponga esa virginidad desgarrada.
Lo cierto es que el pa�s no quiere el salto
atr�s, porqu� exige que todas las respon-
sabilidades de un sistema pol�tico sean
exigidas resueltamente por los procedi-
mientos m�s eficaces o ejecutivos. No
quiere oir hablar de la vieja pol�tica.
Quiere una pol�tica original, expl�cita, que
transforme al Estado espa�ol en un Es-
tado moderno, donde los problemas que
hoy debaten los pa�ses m�s adelantados
pasen aqu� al primer plano de soluci�n.
No quiere oir hablar de Romanones,
como no quiere oir hablar de Alba, el
pol�tico esfinge de ayer, el pol�tico noci-
vo de hoy, que disimula su ambici�n de
Poder con programas abstractos de so-
lidaridad nacional. Aqu� no puede haber
m�s solidaridad que que la de las ideas
que nos juntan o nos separan a todos en
los momentos m�s cr�ticos de Espa�a. Las
izquierdas tienen para la vida espa�ola
soluciones de izquierda que den una nue-
va organizaci�n al Estado y establezcan
las bases de una democracia. De una
democracia jur�dica y de una democra-
cia econ�mica.
EL NEGOCIO DE LOS FIRMES
ESPECIALES.
Uno de los negocios montados en gran
escala por la Dictadura para favorecer
a sus amigctes y servidores fu�, como
todos sabemos, el de los Firmes especia-
les. Un Real Decreto bast� para crear
el Patronato del Circuito Nacional de
Firmes especiales. Una vez creado em-
pez�, �naturalmente!, a devengar copio-
sas cantidades del presupuesto. Atribu-
y�se a dicha entidad una gesti�n aut�no-
ma y enteramente desligada de las res-
pectivas Jefaturas de Obras P�blicas,
sin duda para no molestarla lo m�s m�-
NUEVA ESPA�A
REVISTA QUINCENAL
A�o 1. 15 de Junio de 1930        N�m-10
Redacci�n y Administraci�n:
SAN IGNACIO, 8
MADRID
Apartado de Correos: 8.046
nimo en la plena libertad de sus movi-
mientos.
Seg�n el proyecto se destinaron a las
obras de carreteras en una extensi�n de
7.000 kil�metros la bonita suma de 600
millones de pesetas... Pero adem�s, ha-
b�a que a�adir a �sto los gastos de con-
servaci�n que, aproximadamente ha ve-
nido costando 5.500 pesetas por kil�-
metro. Con tantos recursos a su dispo-
sici�n, el Patronato no ha realizado ni
siquiera la mitad de la obra que se le
ten�a encomendada. Eso s�, ha consumi-
do en cambio m�s de la mitad de la asig-
naci�n presupuestaria y los 2,800 kil�-
metros de carreteras asistidos de mejor
o peor manera han costado ya m�s de
350 millones de pesetas. O sea que para
terminar la obra, se necesitar�an la frio-
lera de doscientos millones m�s de lo
previsto... En total, unos 800 millones
de pesetas.
Se comprender� perfectamente que
para atender a los servicios de tan gran
empresa no le bastasen al Patronato los
recursos propios que se le asignaron (ta-
sas de rodajes, subvenciones municipales,
c�nones de transportes, etc.) y hubo ne-
cesidad no solo de otorgarle una partici-
paci�n en la patente nacional de auto-
m�viles, sino de hacerle un huequecito
especial (tan especial como los firmes) en
los Presupuestos generales, del Estado
siempre abiertos y ub�rrimos en tiempos
de Primo de Rivera, para los espl�ndi-
dos asuntos de esta clase.
Suponemos que el actual gobierno ha-
br� puesto coto a los dispendios enor-
mes del Patronato. Pero decimos con
respecto a este organismo lo que veni-
mos solicitando con respecto al del Tu-
rismo y dem�s entidades hemorr�gicas y
semejantes: no basta frenar y contener.
Es indispensable suprimirlos de ra�z por
lo pronto, y despu�s reorganizarlos to-
talmente, de arriba a abajo, con abso-
luta claridad administrativa y verdade-
ra tecnificaci�n de todos sus servicios.
Sin olvidar, como es justo, la fiscaliza-
ci�n de la labor realizada y del c�mo,
por qu� y cu�nto de los enormes fondos
invertidos.
INDOCHINA.
Cansada de esclavitud, Indochina,
quiere sacudir eu yugo franc�s.. La causa,
rebuscada en posibles propagandas de
Mosc�, est� aqu�, en que se la mantiene
bajo un yugo. Si, a tiempo, se le hubie-
sen dado ciertas libertades, ya que no evi-
tarlo, por lo menos se hubiese retardado
el estallido. El ind�gena tiene todos los
De todos los li-
bros que env�en
autores y edito-
res a la Redac-
ci�n de "Nueva
Espa�a" nos
ocuparemos en
nuestra secci�n
cr�tica.
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3
NUEVA ESPA�A
Prensa y Libertad
por Luis Jim�nez de As�a
derogue la disciplina penal facciosa, im-
puesta por decreto el a�o 1928. No han
de reducir sus ansias a que el C�digo
gubernativo, que tan mal les trata, des-
aparezca del cuadro de nuestro Derecho
vigente. Deben poner ahincado empe�o
en que la libertad de Prensa se consagre
en la nueva ley constitucional con f�r-
mulas insuspendibles.
La funci�n fiscalizadora que anta�o
fu� patrimonio exclusivo del Parlamen-
to, ha pasado en estos d�as a la Prensa.
Las Cortes pueden asumir papel legis-
lativo primordial a condici�n de que los
peri�dicos vigilen sin trabas la tarea del
Poder ejecutivo. La Prensa es hoy Par-
lamento extens�simo, pura democracia
directa, m�s eficaz y menos ret�rica que
el solemne discurso parlamentario.
Los periodistas espa�oles deben exigir
que las garant�as de libertad del pensa-
miento se inscriban en la nueva Consti-
tuci�n como un derecho que jam�s podr�
suspenderse, por anormal y dif�cil que
sea el trance que el pa�s atraviesa. Si la
prensa fiscaliza todo desm�n, ser� im-
posible.
Responsabilidad, s�. Castigo inexora-
ble de los delitos perpetrados por medio
de la imprenta, pero sin especialidad al-
guna. Y sin riesgo de que los gobernan-
tes puedan, con pretexto de la salud p�-
blica, poner mordaza a los fiscales leg�-
timos del pueblo.
gobernantes de entonces. Otro peri�dico
del Norte de �frica, dio cuenta de la ad-
misi�n de las renuncias de algunos cate-
dr�ticos, cuando el conflicto estudiantil
del pasado a�o, bajo la r�brica de que
se aceptaba la dimisi�n a los "mejores"
profesores de nuestra Universidad. La
censura tach� tambi�n este ep�grafe y el
Gobernador impuso una multa al diario
por creer que con esa frase se censuraba
la conducta del Gobierno. Es seguro que
estos casos llegados a mi conocimiento
no son �nicos.
La Real orden que ha resuelto el re-
curso del Sr. S�nchez Rivera debi� pro-
clamar que en el r�gimen de imprenta
son posibles dos sistemas. Uno, antilibe-
ral y trasnochado: la previa censura;
otro democr�tico y moderno: la respon-
sabilidad y consiguiente sanci�n cuando
el delito se prueba; pero el uso de am-
bos m�todos e�s incompatible con todo
r�gimen jur�dico.
ESTATUTO DE PRENSA
Apenas si pasa d�a sin que el proble-
ma de la prensa no se debata en las pro-
pias planas de los peri�dicos. Los dia-
rios recaban libertad y la jubilaci�n de
la censura.
:ensura y represi�n
El Ministro de la Gobernaci�n acaba
de fallar el recurso interpuesto por el se�or
S�nchez Rivera contra la multa impuesta
bajo el r�gimen dictatorial por un art�-
culo que la Censura tach� y que no fu�
publicado. Los tir�nicos gobernantes cas-
tigaron el mero intento de imprimir un tra-
bajo que el vigilante censor cruz� con
su l�piz rojo.
La Real orden es correcta en el fallo
absolutorio, pero no aborda el tema en su
esencia, limit�ndose a decir que no es
justo ni equitativo sancionar al autor del
escrito por una falta que no cometi�
"puesto que ni se contravinieron las �r-
denes dadas por la Superioridad ni tam-
poco se ha inferido da�o alguno, porque
no se hicieron p�blicos los conceptos que
se estimaron ofensivos para las perso-
nas que en aquella �poca estaban al
frente de la Administraci�n, siendo de
apreciar, adem�s, que el recurrente no
tuvo el prop�sito de aludir a ninguna
de ellas."
LEA USTED "NUEVA ESPA�A"
Porque el caso del se�or S�nchez Ri-
vera no fu� �nico. El doble juego de
censura y penalidad debut� con la mul-
ta impuesta al peri�dico "El Sol", por
haber noticiado la supuesta compra de
una casa en Barcelona hecha por el
Marqu�s de Estella en no recuerdo qu�
circunstancias. El diario madrile�o hizo
razonada protesta y el Presidente del
Consejo se vio en la forzosa necesidad
de reconocer que la previa censura in-
validaba la imposici�n de castigos. Mas
a Primo de Rivera le duraban poco los
intervalos de sensatez y bien pronto rec-
tific� su criterio. La Dictadura apelaba
para sostenerse, a los medios m�s anti-
jur�dicos y a la postre la censura le pa-
reci� poco y recurri�, como expediente
de venganza, a las sanciones, amalga-
mando as� el sistema preventivo y el re-
presivo. "La Libertad", de Madrid ti-
tul� un telegrama extranjero: "Ya no
nos respetan ni en China". El censor su-
primi� el r�tulo y las autoridades guber-
nativas multaron al diario, por entender
que ese ep�grafe era injuriante para los
LEA USTED "NUEVA ESPA�A"
�No le basta el actual C�digo guber-
nativo, por dem�s severo, contra los de-
litos de imprenta? "El Debate", ausente
de toda dignidad profesional, postula
casi a diario el Estatuto de Prensa que
los primeros dictadores ten�an colgado del
telar cuando se vieron forzados a reti-
rarse.
Los peri�dicos, demasiado d�biles una
vez para oponerse a la previa censura,
sacar�n ahora fuerzas de flaqueza para
repudiar ese Estatuto que convertir�a las
hojas cotidianas en forzadas Gacetas gu-
bernamentales.
LA LIBERTAD DE IMPRENTA
Esta hora no es s�lo de resistir, sino de
atacar con denuedo. Los periodistas de Es-
pa�a no deben contentarse con que se
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NUEVA ESPA�A
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�Hombres, hombres constituyentes!
por Luis Araquistain
acreditan las recientes concesiones de nu-
merosos' mon�rquicos de larga y aun
rancia historia, me atribuye, no hay que
decir que con la mejor buena fe, teor�as
que son, �sas s�, verdaderamente mons-
truosas y que, por serlo, me interesa recti-
ficar para que los que no me conocen
no me confundan con los maestros pol�-
ticos de El Debate y El Siglo Futuro, y
para que los que me conocen no teman
por mi equilibrio mental. Azor�n me hace
decir que el problema espa�ol no es un
problema de pan y trabajo, ni de ense-
�anza, ni de libertad pol�tica. �C�mo po-
dr�a pensar tales disparates, no ya un
socialista, sino un hombre en sano juicio
y sin atavismos troglod�ticos? cP°r 1u
otra cosa vengo abogando desde que
tengo uso de raz�n, y, sin perderla, por
qu� otra cosa puede abogar un espa�ol
de este siglo?
Lo que yo sostengo�y cre�a haberlo
dicho claramente en mi libro�es que to-
dos esos problemas est�n subordinados a
uno previo: la transformaci�n del Esta-
do; y que el Estado espa�ol, de tipo
patrimonial o privado desde que las mo-
narqu�as democr�ticas medievales se con-
fundieron en la energ�a absolutista de los
Austrias y Borbones, no se transformar�
en Estado p�blico mientras los hombres
que lo dirijan, jefes de Estado o minis-
tros, superen su domesticidad y su idea
de que la gobernaci�n del pa�s y el mane-
jo de los caudales, las libertades y todos
los servicios p�blicos son negocios priva-
dos y a lo sumo tutelares.
Esta concepci�n viciosa del Estado
nace de la forma en que �ste se ha cons-
tituido hist�ricamente en Espa�a: como
una vinculaci�n a determinadas familias
y en general como una proyecci�n de la
propiedad privada y de los principios,
sentimientos e intereses ligados a la insti-
tuci�n de la familia patriarcalista, esen-
cialmente liberal.
Frente a este Estado familiar-absolu-
tista se forma en Europa el Estado li-
beral, por consecuencia de las revolucio-
nes de Inglaterra y Francia, que niegan
a la corona�y a las oligarqu�as que
comparten con ella el poder�el dere-
cho a usar del Estado como de su exclu-
siva propiedad privada. El Estado libe-
ral no es todav�a un Estado genuina-
mente p�blico. Cada ciudadano ve en �l
una parcela de propiedad privada y.
como Luis XIV, dice o piensa tambi�n:
El Estado soy yo, es decir, el Estado es
m�o, aunque sea en modern�sima parte
al�cuota. Todos estos Estados, tantos co-
mo individuos haya con conciencia pol�-
tica, al luchar por su soberan�a impiden
que un hombre o un grupo social monopo-
lice el poder con exclusi�n absoluta de
los dem�s grupos, lo que da origen a la
forma democr�tica de gobierno y al equi-
librio inestable del Estado individualista,
Mis amigos de Nueva Espa�a me
invitan a replicar a los juicios que otro
buen amigo, Azor�n, ha expuesto en unas
amables glosas a mi libro El ocaso de
un r�gimen.
Ante todo, quiero agrade-
cer a Azor�n que haya dicho de esta
obra que "no tiene nada de vitanda,
ni se explanan en sus p�ginas teor�as
monstruosas; por el contrario, la doc-
trina es tal que corre por el mundo sin
protesta de nadie, y los razonamientos del
autor, severos y reflexivos." No hay na-
da de monstruoso, ciertamente, en pro-
clamar que el r�gimen republicano es el
que m�s conviene a Espa�a y que una
rep�blica, como forma democr�tica, se-
r�a la �nica soluci�n conservadora na-
cional
LEA USTED "NUEVA ESPA�A"
Pero el amigo Azor�n, que acepta esta
tesis como corriente en el mundo, y ya
tambi�n en la propia Espa�a, seg�n lo
Dibujo del artista super realistaSCord�n, que no han querido exhibir en su Club
las se�oras del Lyceum-
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NUEVA ESPA�A
o semip�blico, imagen fiel del equilibrio,
tambi�n inestable, del liberalismo econ�-
mico en que se funda la sociedad capita-
lista moderna.
S�lo la doctrina socialista concibe un
Estado p�blico aut�ntico, aunque puede
ocurrir, como est� ocurriendo en Rusia,
que en el proceso de transformaci�n la
clase obrera acapare el poder; etapa en
algunos casos inevitable y tal vez psico-
l�gicamente necesaria para que esa cla-
se, mediante el uso dionis�aco del poder,
se purifique de sus leg�timos resentimien-
tos seculares y se prepare para la orga-
nizaci�n de una sociedad sin recursos
hist�ricos de clase. El individuo abdica-
r� en el socialismo la idea del Estado par-
ticularista del absolutismo y del liberalis-
mo, y se establecer� el Estado social o
colectivo, a modo de trasunto o superes-
tructura de la propiedad socializada.
Pero aqu�, en Espa�a, no queremos ir
todav�a tan lejos. Mejor dicho, no pode-
mos hacernos ilusiones sobre las posibili-
dades de un Estado socialista inmediato,
aunque tambi�n se har�n ilusiones los que
lo sit�en fuera del horizonte visible de la
Historia. De momento nos conformar�amos
con un Estado liberal de tipo europeo.
�Pero cu�ntos son los hombres p�blicos
�impropiamente llamados as�que en
Espa�a piensan y trabajan seriamente
en la realizaci�n de un Estado liberal?
De los mon�rquicos ninguno, ll�mense
constitucionales o como quieran, porque
pese a su barniz de cultura externa llevan
el sentimiento absolutista en la masa de
la sangre; sentimiento que es desp�tico
con los de abajo y servil, a veces hasta
la abyecci�n, con los de arriba. Y de los
republicanos, no todos, ni mucho menos.
El atavismo absolutista, de Estado pri-
vado�que no hay que confundir con una
posible dictadura inteligente y desintere-
sada, es decir libertadora, y no hay pa-
radoja�ser� una amenaza contra la
constituci�n de un Estado republicano
liberal en Espa�a, y no s�lo por parte
de los mon�rquicos irremediables, sino
por parte tambi�n de algunos republica-
nos que aspiran no tanto a liberalizar el
Estado como a adue�arse de �l para su
uso particular, como ha ocurrido en casi
todas las rep�blicas de Am�rica y en la
de Portugal.
Creame el amigo Azor�n: nadie nie-
ga��c�mo podr�a hacerlo en su sano
juicio?-�la existencia de los problemas
de producci�n y distribuci�n de la rique-
za, de ense�anza, de libertad pol�tica;
pero las soluciones a esos problemas de-
penden de que forjemos un Estado p�bli-
co o por lo menos semip�blico, un Esta-
do liberal; de que los hombres de Estado
sean algo m�s que padres de familia, dis-
puestos a utilizar el Estado como fun-
ci�n p�blica y no como un patrimonio
privado. Hay que desautocratizar a
cuantos aspiren a gobernadores. Si el
Estado faraoni-espa�ol perdura a prue-
ba de errores y desastres, es porque las
clases pol�ticamente directoras y una
gran parte de la naci�n tienen el alma
faraonizada.
en todas partes y, sin embargo, hay di-
ferencias esenciales, que hacen la diver-
sidad hist�rica, el progreso de unos pue-
bles y el estancamiento de otros. Un
espa�ol no es muy distinto, al parecer,
de un europeo; pero mientras en Europa
triunfaba y sigue triunfando la Reforma
y la Revoluci�n, Esapa�a representaba
�y sigue representando la contrarrefor-
ma y la contrarrevoluci�n. �Ser� siempre
as�? No quiero ser pesimista; pero vien-
do y oyendo a todos estos hombres que
ahora hablan de unas Cortes constitu-
yentes y otras f�rmulas legislativas, saco
la impresi�n de que pocos quieren de
verdad un Estado p�blico, un Estado
civil.
Y lo que hace falta no son Cortes cons-
tituyentes, sino Hombres Constituyentes,
dispuestos a disolver su milenaria concien-
cia petrificada y a darse en lo m�s hon-
do de su ser una constituci�n sinceramen-
te liberal y democr�tica. La letra vendr�
de a�adidura. �Hombres, hombres Cons-
tituyentes, no ministros�que quiere decir
servidores�del absolutismo constituido!
El mal viene de lejos, de las entra�as
de la Historia, de la formaci�n de la
sociedad espa�ola, cat�lica y absolutis-
ta, que se refleja en el Estado absolutis-
ta y cat�lico. El catolicismo�y con �sto
aludo, aunque no sea m�s, por falta de
espacio para tan extenso tema, a una
cuesti�n que yo toco en mi libro y Azo-
r�n
en su art�culo�el catolicismo ha con-
tribuido poderosamente a retrasar la cons-
tituci�n de un Estado liberal y nacional
en Espa�a, lo mismo que en Italia��sto
lo ha visto bien Mussolini (l�ase su Juan
Huss)
y de ah� su mal velada aversi�n
a la Iglesia cat�lica�y en todos los pa�-
ses dominados por esta confesi�n. El ca-
tolicismo, doctrina universalista y antili-
beral, retrasa la formaci�n del sentimien-
to de nacionalidad y de la conciencia in-
dependiente, base del Estado liberal eu-
ropeo, que nace de la Reforma. Tebas
y Roma se funden en el Escorial, y des-
de all� sofocan el esp�ritu del liberalismo
espa�ol y el crecimiento interno de la na-
�onalidad espa�ola, que todav�a hoy e-6
una mera expresi�n geogr�fica.
S�, querido Azor�n, el hombre y la
familia son poco m�s o menos los mismos
^
Otro dibujo de Cord�n, rechazado Por las intelectuales del Lyceum.
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NUEVA ESPA�A
6
Viejo y nuevo republicanismo
por J. Botella Asensi
Su alma ha de ser el alma colectiva
de la organizaci�n, hecha a la vez de
las ideas geniales y de las fuerzas del
instinto, de lo sublime y de lo vulgar,
condensando, hecho conciencia, en un
sentido pol�tico humano.
Esa conciencia, esclarecida, interpre-
tada por sus �rganos deliberantes puede
ser el genio de su ideolog�a, el mentor de
sus actividades, el juez de su conducta,
el maestro de su disciplina; ella puede, en
cada momento hist�rico, darle los hombres
representativos que hagan falta al mejor
cumplimiento de sus confines, discernir el
papel de los que no lo sepan o sean rebel-
des al que les corresponde, y eliminar, si es
preciso, a los que constituyan un obst�-
culo a su normal funcionamiento. En esa
conciencia se disolver�an los viejos perso-
nalismos nefastos, y en ella, por otra par-
te, encontrar�an los nuevos valores posi-
tivos su consagraci�n leg�tima. Un repu-
blicanismo as�, forjado en el alma de la
organizaci�n, ser�a apto para crear sus
grandes int�rpretes, lo mismo que para
abatir, noblemente insumiso, todo conato
de caudillaje.
Mas supuesto un partido que tenga
personalidad propia, que sienta la intui-
ci�n de su vida como un organismo natu-
ral, que llegue a esclarecer en su esp�ritu
la conciencia de sus fines como un ser
reflexivo, todav�a para lanzarse a vivir
y desenvolver sus posibilidades en el des-
tino hist�rico necesita medios, de vida eco-
n�mica propia; es decir, que a semejan-
za de todos los organismos ha de tener
una econom�a adecuada a su fuerza y a
su ritmo vital. No obsta a ello que el re-
publicanismo se emplace en medios socia-
les poco dotados, pues lo que ha de nu-
trirle no es la riqueza personal de sus
adeptos, sino el sentido administrativo de
sus posibilidades colectivas. Una peque-
�a cuota, que para nadie sea causa de sa-
crificio, establecida a base de una orga-
nizaci�n numerosa, puede bastar a sus
necesidades de orden econ�mica. El sen-
tido individualista extremado del republi-
canismo hist�rico, su esp�ritu rom�ntico,
no eran propicios a esta obra b�sica de
la econom�a; pero la conciencia republi-
cana m�s esclarecida de la presente ge-
neraci�n no puede desconocer que en esa
vulgaridad de las- necesidades materiales
se asienta toda posibilidad de vida, y que
mantenerse indiferente a sus problemas
seria condenarse a la ineficacia.
Tan necesarios a la vida del nuevo
republicanismo como los ideales en la al-
tura, son en la base el sentido org�nico
y el orden administrativo.
Desde las necesidades materiales hasta
la conciencia, el nuevo republicanismo ha
de ser en todo expresi�n de una vitalidad
colectiva, compleja en sus elementos y ar-
m�nica en su conjunto. Complejidad que
implica riqueza de valores; armon�a que
equivale a eficacia de esos valores en fun-
La guerra mundial y la revoluci�n rusa,
como hechos hist�ricos destacados de
nuestra era, se han convertido en el pun-
to de diferencia de los copceptos de lo
viejo y lo nuevo, en torno a los valores
de la cultura, de la pol�tica y de la eco-
nom�a.
En este sentido de relatividad se habla
de viejo y nuevo republicanismo, como
se habla en t�rminos m�s generales de
vieja y nueva pol�tica. Pero hay otro
sentido fundamental en que los concep-
tos de lo viejo y lo nuevo no tienen por
�ndice la fecha de un acontecimiento his-
t�rico ni la edad de las gentes que lo han
vivido. Antes de 1914 hab�a republica-
nos viejos y j�venes que preconizaban
un nuevo republicanismo y en 1930 los
hay tambi�n, lamentablemente, confina-
dos en el republicanismo hist�rico. No son
cambios del tiempo; los conceptos d(e
viejo y nuevo republicanismo en el plan
que los consideramos son fundamenta-
les, y se diferencian de un modo radical
en el pensamiento que los preside.
En el viejo republicanismo el ideario
se suple por la significaci�n pol�tica de
un jefe, que ejerce la autoridad por de-
recho propio, y moviliza las fuerzas que
se agrupan en torno suyo como un ins-
trumento de su pol�tica personal. Estas
fuerzas no constituyen propiamente un
partido, pues act�an subordinadas a una
direcci�n que no procede de su sobera-
n�a; no tienen fines que cumplir determi-
nados en com�n como corresponde de-
mocr�ticamente, y dedican sus activida-
des cuando son necesarias a los fines con-
cretos que el jefe les plantea, dejando
todo lo dem�s a la improvisaci�n y a la
aventura; finalmente, carecen de los me-
dios necesarios para sostener las cargas
propias de su existencia y actuaci�n. Por
consiguiente, sin soberan�a democr�tica,
sin fines propios y sin medios para cum-
plirlos, no tienen personalidad como par-
tido. Su inexistencia la suple el jefe; �l
pone el pensamiento, la acci�n y los me-
dios, que generalmente ha de obtener de
su propia actuaci�n pol�tica. Como todo
est� a su cargo nada se le discute; en la
medida que es soberano es irresponsable.
Un republicanismo as� s�lo se diferen-
cia en el nombre de un peque�o caudi-
llaje mon�rquico, y como es consiguien-
te, acaba disolvi�ndose, sin eficacia ni
prestigio, porque falto de consistencia es-
piritual y de sentido org�nico, s�lo epi-
s�dicamente puede sostenerse en circuns-
tancias heroicas propicias al entusiasmo.
El republicanismo nuevo ha de con-
servar del pasado la emoci�n cordial,
pues solo una pol�tica entra�able puede
encarnar en el pueblo. Pero ha de tener
la intuici�n de su vitalidad como un or-
ganismo de la naturaleza. Ha de dar,
por consiguiente a su estructura una dis-
posici�n org�nica, y a su funcionamien-
to un sentido biol�gico.
ci�n.
Contra esa riqueza de elementos y esa
eficacia de funciones conspiran constante-
mente en la vida de las organizaciones de-
mocr�ticas, y es un deber tenerlo en cuen-
ta, dos morbos igualmente temibles: el
caudillismo y la indisciplina.
Lawrence Tlbbett, cantante de la Opera Metropolitana de Nueva York, demuestra
ante la c�mara las mismas brillantes cualidades que lo han distinguido en la escena
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7
NUEVA ESPA�A
La patria y el patriotismo
por Emilio Palomo
independizados entre s�; crear, en suma
la patria; una guerra de conquista en
la que el motor propulsor no sea el an-
sia colectiva, acabar�, fatalmente, por
disgregar la fuerza nacional y deshacer
la unidad de la patria. Planteado as� el
problema, parece advertirse que, si el que
corre al llamamiento b�lico sirve bien a
su patria, lo sirve mejor el que antes de
correr a avivar la hoguera medita sobre
la conveniencia de no encenderla.
Ganivet, egregio esp�ritu y poderosa
inteligencia, atorment� muchas veces �s-
tos dos excelsos atributos pensando en
este destino hist�rico que ha empujado a
Espa�a hacia la guerra. "Espa�a, como
naci�n�dice�, no ha podido crear to-
dav�a un ambiente com�n y regula-
dor, porque sus mayores y mejores ener-
g�as se han gastado en empresas heroi-
cas. Apenas constituida la naci�n, nues-
tro esp�ritu se sale del cauce que le esta-
ba marcado y se derrama por todo el
mundo en busca de glorias exteriores y
vanas, quedando la naci�n convertida en
un cuartel de reserva, en un hospital de
inv�lidos, en un semillero de mendigos."
Y cuando habla de los hombres arre-
batados a la vida por la guerra, dice:
"No doy importancia a la muerte, y me-
nos a la forma en que nos asalta; lo que
me entristece es que se queden en el cuer-
po muerto las creaciones presentes o fu-
turas del esp�ritu." Es decir: lo funda-
mental es la idea; y si hay que preser-
var al hombre de una muerte temprana,
es con la esperanza de que su vida sea un
fruto. Hay que condenar la guerra y el
esp�ritu b�lico que todo 'militarismo en-
cierra, no por rehusar el servicio que la
patria pide, sino por otorgarle el que
necesita; no para desampararla, sino pa-
ra salvarla. Si el mundo entero, excep-
ci�n de esa Italia enloquecida por el ce-
sarismo de su duce, pide hoy que el pa-
triotismo sea pac�fico, y que las diversas
patrias se estructuren desterrando de
ellos militarismos peligrosos, Espa�a, co-
mo ning�n otro pa�s, tiene que preparar-
se para dar soluci�n a este problema que
la enfebrece y consume desde el siglo
XIX
Hay un di�logo cl�sico, luminoso, a
este respecto, Pirro, el famoso general,
fu� invitado por Cineas�gran orador,
que gan� con su elocuencia mejores ba-
tallas que Pirro mismo�a que dijera
qu� har�a despu�s de conquistar a Ro-
ma. La fantas�a del general se desbord�
y comenz� a enumerar las victorias que
hab�a de tener. Cineas le insisti�: "�Y
despu�s?" "Despu�s�dijo el general�
gozar en festines y holgamos en colo-
quios." A lo que respondi� el orador:
"�Qui�n nos impide empezarlos ya, y
ahorrarnos el trabajo y la crueldad de
la guerra?" M�s Pirro, que no en balde
era rey, pens� que era antes su gloria de
guerrero, que la paz y el bien de su pue-
blo.
En suma: entre el patriotismo del sol-
dado de la guerra y el patriotismo del
soldado de la paz, preferimos el �ltimo.
Se sirve mejor a la patria con la Inteli-
gencia que con la Fuerza, y el soldado
de la guerra es, casi siempre fuerza cie-
ga en contra del soldado de la paz que,
en el campo, en el taller, en el laborato-
rio, en el aula, en la f�brica, es concien-
cia viva que labora por un engrandeci-
miento ideal y material en el que la in-
teligencia manda y la fuerza obedece.
En Espa�a, el problema m�s apremian-
te es decidirse por uno de �stos dos pa-
triotismos. Si el patriotismo latente es el
de la paz y la civilidad, y el dirigente el
de la guerra y el del militarismo hist�-
rico, de nada valdr� querer sumarse a
esos anhelos que han nacido en el mundo
despu�s de la guerra; Espa�a seguir�
siendo un pueblo de estructura militaris-
ta que, imposibilitado ya para conquistar
externos, se limitar� a ser conquistador
de su propio suelo, y acabar� decor�ndo-
se a s� mismo. El patriotismo exige, pues,
el �ltimo esfuerzo de los patriotas.
Todo hombre de mediana sensibili-
dad se habr� esforzado, m�s de una vez,
por poder llegar a resolver en s� este ar-
duo problema: "�C�mo se sirve mejor
a la patria?" Es igual que el concepto
de patria se reduzca a la estrecha �rea
del lugar donde se nace, a la naci�n a
que se pertenece o a la dilatada exten-
si�n del Mundo. Si en el hombre apunta
una apetencia de solidaridad humana,
bien acabe en un exiguo n�cleo de se-
mejantes, bien abarque la multitud, pue-
de decirse que hay en �l un germen de
patriotismo. La cuesti�n estriba en dis-
cernir qu� patriotismo es el que ha de be-
neficiar a la patria.
Parece �ste un problema de sencilla
soluci�n, y, no obstante, su dificultad es
la que produce esta guerra que desenca-
denan las ideas para degenerar, muchas
veces, en encarnizada y cruenta lucha
material. Todos erigimos en nuestra con-
ciencia un sistema de patriotismo, pero,
al lanzarlo como flecha que aniquile al
enemigo de la patria, vemos c�mo las
flechas del campo enemigo que llegan a
nosotros con id�ntico af�n de aniquilarnos.
Por ello ser�a interesante discurrir acer-
ca de dos o tres ideas capitales; aque-
llas que pueden disputarse como cimien-
to y sost�n de la patria.
En un pueblo como el nuestro, en que
la fatalidad hist�rica que han elaborado
nuestros reyes, nos presenta como un al-
ma peninsular, sedienta a toda hora de
guerras, el tipo m�s puro de patriota pa-
rece que ha de encarnar en el militar.
i Qui�n podr� negar que esos soldados
espa�oles que pasearon Europa bajo el
imperio de los Austrias; que fueron a
Am�rica con los Borbones; y que �lti-
mamente, con los mismos Borbones se
trasladaron a �frica; qui�n podr� ne-
gar, repetimos, que han servido a su pa-
tria? Esa patria llamativa, espectacu-
lar, de guerras, de uniformes y de cru-
ces premiadoras de heroicidades b�licas,
les llam� con la advertencia impl�cita de
que bien pudiera acontecer que perdie-
ran la vida por ella. Y, a pesar de esta
advertencia sobrecogedora acudieron al
llamamiento. Nadie, pues, tan patriotas
como estos hombres, sobre todo para los
que hagan suyo aquel ideal de Hernan-
do de Acu�a:
"Un monarca, un imperio y una es-
pada."
Pero la guerra que, accidentalmente,
puede, hasta hacer una patria solidari-
zando y vinculando personalidades re-
gionales opuestas o solamente aporta-
das por accidentes geogr�ficos, cuando
se toma como sistema, lo deshace. M�s
claro: una guerra de independencia pue-
de dar cohesi�n y unir a grupos �tnicos
IIHIIIIIIHIIIIIIlllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllliiiiiiiii
Pirandello
y un prelado
En un teatro de Berl�n se estren� una
obra de Pirandello, que no pudo ser
representada hasta el fin por imposici�n
del p�blico, el cual levant� una fuerte
protesta contra el burdo juego en que,
el ingenioso italiano, quiere convertir la
escena. La consideraci�n c�vica que el
alem�n tiene del teatro no consiente mix-
tificaciones. "El ingenio no es nada. Pri-
mero hay que ser hombres, despu�s s�
que se puede ser hasta ingenioso", ha
dicho la buena cr�tica alemana.
El Prelado Schreber�un prelado ale-
m�n que no tiene nada que ver con esos
cavernarios del catolicismo espa�ol�ha
escrito un bello libro sobre las relaciones
culturales entre Espa�a y Alemania.
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NUEVA ESPA�A
No, el hombre medio de Espa�a no tie-
ne siquiera su equivalencia en Sancho
Panza. Es un conservador que no tiene
nada que conservar, como no sea la es-
clavitud econ�mica y la indigencia moral.
Lo que hace con su inercia y su indife-
rentismo es contribuir a que perduren y
se fortalezcan las oligarqu�as y los inte-
reses de una clase, la m�s inepta, la
m�s desmoralizada de todas, que es la
clase capitalista. Por eso a este hombre
domesticado hay qUe complicarlo, con-
tra su misma voluntad, en los grandes
conflictos y las grandes violencias. Hay
quq sacudirlo y, si es preciso, ejecu-
tarlo.
~ La domest�cidad espa�ola ~
por Jos� D�az Fern�ndez
ejemplarizar a sus compatriotas con la
escala de valores que establecen sus dos
persoonajes. La cordura de Sancho est�
exenta de egolatr�a y de domesticidad.
Su amo le contagia del sue�o de justicia
y el criado va detr�s de �l, abandona el
hogar, no por la gloria y el amor, sino
por la codicia o el salario. Pero abando-
na el hogar, pone en riesgo su hoy y su
ayer. Sospecha que la vida no se estabi-
liza y que el futuro hay que crearlo con
la voluntad y el esfuerzo desplegados
hacia horizontes extralocales.
Tiene raz�n, a mi juicio, Araquistain,
cuando se�ala a la familia como causa
principal de los defectos de orden pol�tico
que predominan en la sociedad espa�ola.
Ning�n n�cleo tan dom�stico y pasivo co-
mo el que escribi� un d�a para la historia
muchas p�ginas de aventura y azar. Dij�-
rase que la civilizaci�n, que el refinamien-
to y jerarqu�a, actu� en �l de manera to-
talmente adversa, reduciendo su �mpetu y
someti�ndolo a un estado inferior de man-
sedumbre. Puede afirmarse que el espa�ol
es un ejemplo de hombre domesticado. As�
como en la evoluci�n de las especies ad-
vertimos algunas que han perdido su acen-
to primitivo para acomodarse a la vida
pac�fica de las comunidades humanas, del
mismo modo la raza espa�ola parece haber
eliminado sus viejas inquietudes, sustitu-
y�ndolas por una restricta inquietud ego-
c�ntrica que no rebasa casi nunca el pe-
que�o c�rculo familiar.
A primera vista pudiera creerse que tal
condici�n har�a del espa�ol un hombre
disciplinado, suave, f�cil de encajar en
los moldes pol�ticos. Pero, por explica-
ble paradoja, ese sentido dom�stico es
el que le hace m�s hirsuto e ingobernable.
Porque si el libertinaje, por ejemplo, s�lo
se combate eficazmente con la pr�ctica
escrupulosa de la libertad, la colabora-
ci�n social, s�lo se consigue con cierta
inhibici�n del ego�smo individual. Lo co-
rriente en el hombre dom�stico�o domes-
ticado�es que no atienda a otro impe-
rativo vital que el de sus deberes para
consigo mismo y para con los suyos. De
esta manera se desentiende de toda obli-
gaci�n que no sea la obligaci�n de tipo
cotidiano y de todo inter�s que no fe-
presente un beneficio f�cil, particular e in-
mediato. Por eso es tan abundante el
n�mero de espa�oles neutros que ense�an
a sus hijos y preconizan ante sus rela-
ciones el apartamiento de la vida p�bli-
ca. Estamos cansados de o�r al padre de
familia, que antes fu� hijo de familia:
"Porque yo, sabe usted, no me mezclo en
pol�tica. Estoy tranquilo en mi casa, ocu-
p�ndome de los m�os." Actitud t�picamen-
te conservadora. Por falta de ejercicio
pol�tico, el hombre neutro ignora que la
justicia y la moral son jerarqu�as huma-
nas que el hombre lleva dentro de s� un
mundo de problemas que se traducen en
diferentes est�mulos sociales.
Creo que fu� a don Ram�n del Va-
lle-Incl�n a quien le o� decir una vez que
�sta no era una tierra de Quijotes y que,
si acaso, la imagen del espa�ol era San-
cho Panza. Yo creo que ni siquiera San-
cho Panza puede simbolizar al espa�ol
medio. Porque Sancho era, en �ltimo t�r-
mino, un "animal pol�tico" que ambicio-
naba el gobierno insular para ejercer su
elemental concepci�n de la justicia. Cer-
vantes, que, por los desniveles de su exis-
tencia, conoc�a bien a la sociedad de su
pa�s y hab�a ahondado en el car�cter in-
~~ El Censo de Iscariotes ~~
Admirable art�culo La dictadura y
sus c�mplices,
de Crist�bal de Castro,
publicado en el n�mero anterior deNuE-
VA ESPA�A. Eso es ir en derechura al
grano y dejarse de disquisiciones vacuas
y de consideraciones a los que no mere-
cen consideraci�n alguna. Nada de re-
presalias ni de prop�sitos de venganza,
furtiva, estricta y a secas. S�lo la justi-
cia, el sentimiento y la socializaci�n del
Derecho podr�n salvar a Espa�a, ha-
ciendo de un pueblo de lacayos y de bri-
bones un pueblo de hombres, de verda-
deros ciudadanos. Admirable tambi�n
aquel otro art�culo de La Libertad que
Crist�bal de Castro recuerda ahora: El
Censo de Iscariotes,
publicado cuando
a�n soport�bamos con una fabulosa man-
suetud bovina la verg�enza dictatorial de
que no podemos lavarnos tan a�na los
espa�oles. No me fu� posible comentar
entonces al art�culo en Espa�a, como no
fueron posibles-tantas cosas que un sen-
timiento elemental de dignidad impon�a
como un deber ineludible a todos los ciu-
dadanos, �/* i». *.�■- ■■, - -■�■'»^ »*-*-
Hay que hacer lo que propugna Cris-
t�bal de Castro: una lista de los que pa-
larina y clandestinamente se adhirieron
a la dictadura y colaboraron con ella en
su obra i* <.Hr»i<» ■* *a«ibc9&r�*»y>; >*■
�■■*■<»: residenciar a los que vergonzosa y
vengonzante se aliaban con la dictadura,
�.'-*� r si se dec�an apol�ticos, no se les
permita asomarse al estadio de la pol�ti-
ca 5'.9'< fc*r'-*�» <■'■* k.'�S ," '"
-'■* '' ■■■                                                         '               "T�JOb '-ZA'H«�■■■:-: S�
juzgaban incapacitada a la naci�n para
desenvolverse en un r�gimen de derecho,
nada tienen que hacer en la palestra p�-
blica que restaurar� ese r�gimen y lo ele-
var� a la funci�n normal de la vida del
Estado. Si esos sujetos se despreciaban
a s� mismos, no puden inspirar a los de-
m�s consideraciones de ning�n g�nero;
cada cual es hijo de sus obras y la equi-
dad consiste en dar a cada uno lo que
merece.
No. La pol�tica no es un medio de
vivir sin decoro. Es un ejercicio de nobles
afanes, de pasiones sublimadas por un
nos; es un magisterio de conductas lim-
pias y acrisoladas. Quienes, adem�s de
buscar en lo pol�tica un medio bastardo
de mantenencia, sin previa capacitaci�n
y haciendo con sus apetitos ludibrio de
una funci�n elevada, asienten y de a�a-
didura cooperan con el poder faccioso
que vilipendia a la conciencia social, es-
t�n inhabilitadas para intervenir en las
cuestiones p�blicas. El pueblo, el pue-
blo honrado y consciente, debe repu-
diarles.
No quede en proyecto el urgent�simo
Censo de Iscariotes.
Roberto Blanco Torres.
Noticias Literarias
ESPA�A
Se est� preparando un homenaje a
"Azor�n", por su decidida y resuelta ac-
titud con, relaci�n al teatro contempor�-
neo. De paso, se festejar� "Angelita",
esa obra lograda de teatro moderno, que
los cerriles teatr�logos espa�oles�empre-
sarios, c�micos y cr�ticos�no quieren
aceptar.
Excusamos decir con cuanto entusias-
mo acudiremos al banquete.
ALEMANIA
Oswald Spengler ha cumplido silen-
ciosamente sus cincuenta a�os, apenas sa-
ludados por las gacetillas de los peri�di-
cos, precisamente en los mismos d�as que
se celebraba el jubileo de Max Reinhardt
con la publicaci�n de tres libros sobre �l,
la dedicaci�n de grandes extraordinarios
de los peri�dicos y se le nombraba todo
lo imaginable seguido de la palabra ho-
npr�doctor, hijo, socio, etc., etc.�. Sig-
nifica �sto que Spengler se ha quedado
fuera de las ideas que predominan en
Alemania.
* * *
En Berl�n se celebra la exposi�n de
artistas alemanes, y la del viejo Berl�n,
alienable del espa�ol, quiso, sin duda, ideal de progreso y de perfecci�n huma- hecha de un modo nuevo.
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NUEVA ESPA�A
ap^rsa
que arreglase lo de Alba, atrajese a los
catalanistas y preparase en Catalu�a el
pacto mon�rquico. El pobre Paco de
As�s Camb�, ha cumplido fielmente cuan-
to le mandaron.
�Y ahora le abandonan, le dan con el
brodequ�n en el coxis y le dejan sin pro-
pina!
Le est� muy bien empleado por no
afeitarse la barba.
*Jj« «Jt* *f*
"V'dlajranca del Bierzo 15-6-30.�
Desde hace alg�n tiempo se viene obser-
vando en esta localidad la perpetraci�n
de diarios y numerosos atracos.
Se dice que existe en los alrededores
una cueva de turistas.
El vecindario est� consternado. (Co-
rresponsal)."
�Qu� tiempo m�s est�pido est� ha-
ciendo!
Pocas veces se ha registrado en Espa-
�a un tiempo m�s desapacible y traidor.
�Cu�ndo desaparecer� el temporal
reinante?
* * *
El Banco Central que preside el divi-
no Calvo se v� congelando.
Gracias a su presidente se v� a con-
vertir en un banco de hielo.
En un iceberg.
Los estudiantes de la Apulia han pe-
dido a Mussolini que tome el mando de
ellos y los conduzca a la victoria.
A lo mejor vemos a Mussolini, de gran
uniforme, ponerse a la cabeza de la
Apulia.
�*� **� tP
El ministro del Trabajo de la Dicta-
dura, L�pez, hizo un viaje a Berl�n, "a
estudiar la organizaci�n corporativa",
seg�n dec�a su amo en una de aquellas
inolvidables notas.
�Saben ustedes lo que hizo L�pez en
los dos d�as que permaneci� en Berl�n?
Pues jugar al tute con sus dos secre-
tarios y el esp�a de la dictadura en Ale-
mania.
A Anto�ito Goicochea dicen que ya
no le falta m�s que subir en globo.
Tantas fotos de Bertoldo
vemos a la Prensa dar
que ya es cosa de llamar
al alcalde de Villoldo.
"La Naci�n" (hemos nombrado al
noticiero hu�rfano) pide que se suprima
la censura de Prensa.
�Miren la pazpuerca y que escr�pulos
de legalidad la entran ahora!
El se�or Serr�n ha salido de Par�s
para Madrid.
Se dice que viene a tomar posesi�n de
la presidencia del Consejo de Adminis-
traci�n de un importante Banco.
Enhorabuena.
El Conde de Romanones est� muy
contento
         � *          �. ~^.^_, ... ._.«�,.-
Conste que Delgado Burreto no n�»">
ha llevado a los tribunales como anun-
ci� en su est�lido papelucho. Ni a "Nos-
otros" ni a nosotros. Ni a nadie. No va-
mos a tener m�s remedio que querellar-
nos contra �l por no haberse querellado
contra nosotros.
Y ofenderle grandemente dici�ndo-
le:
��Es usted un delgadobarreto!
El vampiro Dusseldorf ha recibido
carta de un amig�te suyo felicit�ndole
efusivamente por sus haza�as.
Se vende un hermoso uniforme de mi-
nistro sin estrenar. El espad�n se regala,
pero la vaina se vende aparte.
En Pr�ncipe de Vergara 42 dar�n ra-
z�n. Preguntad por el Sr. Sainz Rodr�-
guez.
qjV «JE* *f*
En la familia de los La Cierva el que
no corre vuela.
Es la familia del auto, giro y... su-
bo.
�fi Sfr !�
La verdad es que la situaci�n del po-
bre Camb� no puede ser m�s ridicula.
Le utilizaron de correo de gabinete para
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NUEVA ESPA�A
10
Tres artistas y una Exposici�n
Dir�ase que se olvida de la forma para
convertirla en movimiento, lo que, a sim-
ple vista, da el efecto de una composi-
ci�n f�cil.
En resumen, es Cruz Collado el es-
cultor que realiza el deseo de los que
quieren, pl�sticamente, imponer el esp�-
ritu a la forma. Por eso su escultura es
honda, con hondura de paisaje castellano.
Por eso su escultura revive todos los pro-
blemas que el esp�ritu humano se ha plan-
teado en lo que toca a la lucha de lo in-
terior con lo superficial.
Es de toda obligaci�n resumir nuestras
apreciaciones.
Valverde, pintor que vive en sus telas la
forma de lo esencial; Laviada, escultor
que abre horizontes hacia nuevos rumbos
�sin dejar de ser humana�por como tra-
ta sus figuras, magistralmente, las une y
las disuelve; y Cruz Collado, que revive
en lo m�s hondo de nosotros mismos ese
af�n secreto e in�til, de encontrar el com-
pleto del "yo" en el sexo ajeno, para la
realizaci�n de la vida misma.
MIGUEL ANGEL ASTURIAS
Madrid, 1930.
de los menos advertidos, huyen los t�r-
minos de un paisaje de formas que se
completan, se alarga voluptuosamente,
se dan treguas de horizonte y espacio y
no concluyen, sino muy lejos, en lo pu-
ramente emocional Vemos este grupo en
un jard�n, ba�ado por un abanico de
surtidores, en una isla de c�sped. Sigue,
muy diferente a Laviada, Cruz Collado,
escultor que nos presenta un grupo de
dos figuras tambi�n latinas, con el impe-
rativo de Castilla, de una Castilla de
cielos bajos, cegatones. La escultura de
Cruz Collado es personal�sima, no la
perder�amos en el Museo Brit�nico, con-
fundida entre muchas otras. �Por qu�?
Vamos a tratar de responder. Se distin-
gue el grupo de este escultor por la uni-
dad de las figuras, en las cuales pare-
ce�y es escultura�realizarse dentro de
la serena e inexplicable expresi�n del
amor, el ideal de hombre y mujer reuni-
dos en un nudo indisoluble y fuerte. Vi-
ven estas figuras de dentro afuera, ple-
nas, sencillas, llenas de eternidad, con el
adem�n f�cil, enlazadas por una l�nea
sin interrupci�n que el escultor ha sabido
desarrollar para encanto de los que le
ven y le admiran. El esp�ritu no est� su-
peditado a la forma en Cruz Collado.
Voy a ocuparme de tres artistas de la
Exposici�n Nacional de Bellas Artes.
Ellos, por su obra y su juventud, repre-
sentan nuestro tiempo. Sus nombres: Joa-
qu�n Valverde, Laviada y Cruz Co-
llado. Nos atrae el color; principia-
remos por eso con el pintor Valverde.
Valverde es un pintor muy concreto, es
decir, que expresa lo que quiere sin ha-
lagos f�ciles. El colorido de Valverde
tiende a dar madurez a la forma. Ha-
blando para el vulgo podr�a decirse que
en el cuadro que presenta, la forma es lo
esencial, el color, lo que da sabor, lo
que adereza el plato. El lienzo a que
nos referimos tiene un gran sentido de lo
monumental en pintura�nuevo, nos pa-
rece, en la pintura espa�ola�resultado
de una composici�n en la que se atiende
al total. A Valverde se le podr�an en-
tregar muros; es hermano del gran pin-
tor mejicano Diego de Rivera. Otro su
arte, otra su sensibilidad; pero en el fon-
do, como Diego, Valverde construye fi-
guras que son completo de una arqui-
tectura. Es de advertir, que no por ver
Valverde la composici�n en bloque, des-
cuida el detalle que hace de cada figu-
ra elemento a sumar al total que valori-
za todo el conjunto. Lamentamos que
una obra de tan altos relieves haya sido
relegada a un testero secundario.
Los escultores Laviada y Cruz Collado
son muy diferentes uno del otro. Laviada
nos presenta toda una se�ora escultura,
de esas obras que no se ven a menudo en
las exposiciones mismas de Par�s, donde,
como se sabe, se estima toda aportaci�n
al arte cuando encarna un esfuerzo por
la resoluci�n de un problema est�tico
cualquiera. El campo de la escultura es
de por s� limitado, y �sto hace que La-
viada nos sugiera con sus figuras un c�-
mulo de nuevas posibilidades. Laviada
aprendi� de Grecia y de Roma la se-
lecci�n de las formas naturales sin rehuir-
las, ofreciendo en su escultura un prodi-
gio de arquitectura org�nica, resultado
del equilibrio entre lo geom�trico y lo na-
tural. Laviada nos d�y �sto nos sa-
tisface en esta �poca de alemanismos y
yanquismos�una escultura eminentemente
latina. Quien dice latina, dice sensual,
fluido, libre, sutil. Un soplo de paganis-
mo pasa por las figuras que este escultor
nos presenta, y en las cuales, a los ojos
La Exposici�n de "Shum"
En el saloncillo de "Heraldo de Ma-
drid" se ha celebrado la exposici�n de
obras del admirable artista Juan Bautis-
ta Acher, m�s conocido por el seud�ni-
mo de "Shum". La obra del joven pin-
tor y dibujante es realmente espl�ndida,
mucho m�s si se tiene en cuenta las con-
diciones en que est� concebida y ejecu-
tada. "Shum" se halla en presidio. En el
Penal del Dueso, donde cumple condena
por un delito social, cuya g�nesis hay
que buscar en el esp�ritu generoso y re-
belde de un hombre que tiene gran sensi-
bilidad para todo, para la belleza y para
la justicia. Los cr�ticos de arte han escrito
ya sus juicios laudatorios sobre la labor
art�stica expuesta en el Sal�n del "He-
raldo". Nosotros queremos s�lo destacar
la terrible situaci�n en que se encuentra
"Shum". Solicitamos de toda la Prensa
y particularmente de los peri�dicos de iz-
quierda que se dirijan al gobierno pidien-
do el indulto del desgraciado pintor. Un
grupo de intelectuales catalanes tom� ha-
ce alg�n tiempo la iniciativa. Apoy�mosla
todos. Conc�dasele la libertad y �ste ser�
el mejor premio que pueda ambicionar el
artista. Pues como ha dicho certeramente
Juli�n Zugazagoitia, lo dem�s "es capaz,
muy capaz de hac�rselo �l mismo en fuer-
za de vigilias y aplicaciones", sin sentir
envidias de los altos galardones y recom-
pensas profesionales sino "de ese compa-
�ero suyo de reclusi�n que hace su hatillo,
reclama su peculio y sale silbando por las
puertas del Dueso."
Nueva Espa�a reitera la solicitud de
indulto para "Shum" y manifiesta su de-
cisi�n de proponer este asunto en la pri-
mera junta que se celebre de representan-
tes de revistas de izquierda.
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ii
NUEVA ESPA�A
Caria de Par�s
Clogio de la inquietud
nar nuestra sensibilidad. Pero el esp�ri-
tu no puede libertarse de ciertos conven-
cionalismos, desglosar de s� mismo las par-
tes muertas, salir sin dolor de sus tradi-
cionales envolturas. Y lo mismo ocurre si
se trata de una sociedad entera habitua-
da a una manera particular de vivir, de
sentir, de pensar. Es preciso en ambos
casos, una fuerza imperiosa para salir de
la cris�lida. Las dificultades econ�micas
con su cortejo de des�rdenes, de revuel-
tas, se acumulan en lo social; en el indi-
viduo la atm�sfera interior se enrarece
y ahoga una respiraci�n hasta entonces
f�cil.
Vivir de esta manera heroica, buscan-
do, lo m�s fuerte de la lucha, resulta
siempre peligroso.
Por eso no debemos asombrarnos de
que las traiciones sean tan numerosas, de
que los Baires se multipliquen como mos-
cas de que las defecciones entre los vein-
te y los cuarenta a�os sean frecuentes.
Los agotados ncesitan reposo y silen-
cio, moverse lentamente, arrastr�ndose los
unos a lo sotros, defendi�ndose contra el
conformismo de la incertidumbre, la cual
posee tambi�n su conformismo. El reba-
�o de estos j�venes atacados por mareo
de alta mar aumenta de d�a en d�a. Ti-
r�moslos por la borda implacablemente y
tratemos nosotros de conservar a la in-
quitud su pureza revolucionaria.
MARC BERNARD.
He llegado a un momento de mi vida,
el que normalmente debe ser su t�rmino
medio, en que me pregunto con urgen-
cia en qu� consiste esa ingratitud que ator-
menta a algunos hombres; antes busca-
ba su significaci�n profunda y no la en-
contraba m�s que en la frivolidad o en
su vano misticismo. La mayor parte de
los atacados por el mal no tardaban en
refugiarse en la calma de los para�sos
artificiales.
Y era de suponer que los m�s sensi-
bles, los mejores, hab�an pasado alguna
vez en su vida esta crisis. La cual se er-
guir�a ante ellos present�ndoles angustio-
sos problemas.
Si la inquietud es frivola, sino es m�s
que el testimonio de un desequilibrio,
prueba de una debilidad, carece de in-
ter�s y conviene pasar adelante Sin em-
bargo, ciertos casos curiosos, me hicie-
ron reflexionar y no abandonar la pre-
sa de mis consideraciones. Por otra par-
te la calidad de la mayor�a de los ataca-
dos por la dolencia y la mediocridad de
los que no la comprenden, pero la com-
baten con encarnizamiento como si se
tratara de un enemigo personal, merec�a
el an�lisis. En efecto, todos aquellos per-
sonajes que toda una grosera clase social
desprecia, constituyen en masa una es-
pecie de batall�n sagrado. Y esa clase
social, por su origen, por su funci�n or-
g�nica, por el papel que est� llamada a
desempe�ar en la evoluci�n humana re-
sulta francamente sospechosa. Salta a los
ojos de los menos avispados que ella re-
presenta, por su funcionamiento org�ni-
co, ante todo su aparato digestivo.
La necedad de esa clase social, ataca
siempre y de mil maneras, como una lepra
incluso a sus hombres m�s inteligentes.
Ejemplos, Bergson con su impulso vital,
Claudel, arrodill�ndose cada ma�ana de-
lante de miserables fetiches, Val�ry y su
poes�a pura cuando segu�a con la cabe-
za descubierta el cortejo de aquel sinies-
tro imb�cil de Foch; homenajes del esp�-
ritu burgu�s a la violencia burguesa, san-
cion�ndola y glorific�ndola en lo que
puede tener de m�s monstruosamente es-
t�pido.
No se trata en estos casos de un error
puramente humano, sino de una especie
de conspiraci�n en el silencio, en la men-
tira, de una comunidad en el punto de
vista impuesto por el inter�s superior de
clase lo que les hace parecer a todos her-
manos siameses. Luego viene all� detr�s
y a lo lejos la Francia saludable, el op-
timismo burgu�s, los "esp�ritus" ventru-
dos, la tripa rumiante, la mediocridad
hecha hombres.
Se comprende que cuando la salud ad-
quiere tal aspecto se desee estar enfermo.
Adem�s el primer m�rito que encon-
tr� siempre en ia inquietud, es el de abrir
su abismo entre los que la sufren sin per-
donarse ning�n sufrimiento, y la inmen-
sidad de las otras gentes, tan extra�as a
ellos como puede serlo un protozoano de
su elefante. Esta primer ventaja la creo
inestimable. Y sin embargo no es mucho,
todav�a. No es m�s que el comienzo del
asunto. En el fondo de la inquietud se
siente sobre todo, una perpetua agresi�n
contra los valores mejor asentados, una
violencia destructora, un impulso hacia
adelante, una constante vigilia del esp�-
ritu, un insomnio sin fin ni medida, una
mirada terriblemente l�cida, dirigida so-
bre uno mismo y sobre los otros, un odio
impalpable, duro como el diamante contra
todas las tentaciones, una continua par-
tida hacia alta mar, hacia el lugar en que
las olas tienen mayor violencia, unas ma-
nos siempre dispuestas a romper aqu�llo
que nos sea m�s querido si el menor sig-
no de vulgaridad aparece en �l. Un que-
dar desnudo, como un ni�o reci�n na-
cido, rehusando eso que los dem�s lla-
man felicidad, si la felicidad arrastra el
menor desfallecimiento. En suma, no ser
uno de esos p�jaros a quienes se sacan
los ojos para que puedan cantar. No
s�lo no pactar con la vida sino oponerla
con exigencias ilimitadas.
La inquietud me parece poseer una
virtud revolucionaria en todos sus domi-
nios. Ella s�lo acierta a lanzar al esp�-
ritu en nuevas direcciones. Los que viven
atormentados por la inquietud no encon-
trar�n el reposo m�s que en la muerte,
pero ellos forman el porvenir del mundo.
Basta en el terreno po�tico un pasaje de
Rimbaud o de Baudelaire para trastor-
LAS OFICINAS DE "NUEVA ES-
PA�A" SE HAN TRASLADADO
A SAN IGNACIO, 8.
Cuando la Metro-Goldwyn-Mayer necesit� una escena de ferrocarril para cierta pel�cula sonora, alquil� simplemente un tren
entero a la Southern Pacific Line e hizo construir una v�a ferroviaria especial dentro del recinto de los estudios.
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NUEVA ESPA�A
12
POL�TICA DE ALCANTARILLADO
por Joaqu�n P�rez Madrigal
Prensa diaria nacional ha informado a
dos columnas del vitando hecho. Peri�-
dicos de provincias ha habido, como el
simp�tico y arriesgado "Pol�tica", de
C�rdoba, que ha lanzado n�meros extra-
ordinarios, apostillando la proeza del se-
�or Cruz Conde.
�No es �sto sintom�tico?
Una falta de educaci�n, una injuria
torpe, elevadas punto menos que a delito
de lesa patria. El se�or Blasco L»arz�n,
empu�ando la espada flam�gera, arroja
del recinto ed�nico al malhechor, quien en
los a�os que mand� en el para�so, no
dej� chistar a los Blascos ni a los Gar-
zones.
�Qui�n es Blasco Garz�n?
Un abogado andaluz, elocuente, flori-
do, simp�tico. Fu� republicano. Se pas�
a la fracci�n de Santiago Alba. La Dic-
tadura le sorprendi�, reciente su aposta-
s�a, con un acta flamante de Diputado
a Cortes albista.
�Qui�n es Cruz Conde?
Un hombre sin historia pol�tica. Nos-
otros lo conocimos en C�rdoba. Se pa-
saba la vida en el C�rculo Conservador,
envidando restos y copando el 32 encar-
nado. Ruleta, golfo, poker...
En los d�as que se forjaba la Dictadu-
ra le amanec�a jugando al tute subasta-
do con los que, luego, trasladada la ter-
tulia, subastar�an otras cosas.
Es menester, por tanto, hacer otra po-
l�tica, la verdadera pol�tica. Despreciar a
los jugadores, bien sean de naipes o de
partidos; rechazar a los hombres frusta-
dos y exaltar a los nuevos y a los que per-
manecieron en reserva noble y augusta.
Hay que ofrendar al pa�s, no el cieno
hediondo de las pasiones personalistas,
de las querellas odiosas, de los apetitos
dom�sticos. Espa�a exige un pensamien-
to amplio, claro y hondo, servido de una
acci�n recta, valiente y entusiasmada.
Ese hombre es la subversi�n, el des-
precio del orden.
��Ah, el orden!�y se abrazar�n con
patri�tico enternecimiento.
Querer salirse de las alcantarillas, as-
pirar a que el pensamiento, el discurso y
la acci�n se atemperen al destino tr�gi-
co, a ias tristes miserias de las multitu-
des, sin escarnecerlas, sin abandonarlas,
entregados a b�rbaros, a necios, pedan-
tes y c�nicos debates, resulta atentatorio
al orden, en cuyo mantenimiento se al-
zar�n solidarios, los aut�nticos, los leg�-
timos patriotas.
Con campo pol�tico tan limitado, cir-
cunscritas las posibilidades ideol�gicas a
explanar sus alientos en torno a tan po-
cos, a tan parvos problemas, ni que decir
tiene que la concurrencia de caudillos y
de definidores es grotesca y exigua. Por-
que �sto es as�, porque somos as�, al des-
embarco del Sr. S�nchez Guerra en Va-
lencia no le vemos otro par en la Histo-
ria que el de Hern�n Cort�s en la remota
costa inquietante. Porque esto es as�,
porque somos as�, a un per�odo pol�tico
como el de la Dictadura del Marqu�s
de Estella, accidente f�sico de un pueblo,
golpe-
tazo terrible en la cabeza contra los ado-
quines de la calle, lo desnaturalizamos:
di�logos fren�ticos con el adoqu�n que
nos hiri�; y a los que nos empujaron a
caer y luego nos arrastraron por el sue-
lo, como el se�or Cruz Conde, les hace-
mos el honor de ponernos a su paso para
que vuelvan a agredirnos si la ocasi�n se
les presenta.
Da grima contemplar c�mo los m�s
destacados pol�ticos espa�oles parecen ha-
ber nacido a la actividad mental el 13
de septiembre de 1923. En esta fecha
pudo un hombre plantar su poder�o, im-
ponerlo, ejercerlo durante cerca de siete
a�os, porque el pa�s llevaba mucho m�s
soportando en el gobierno del pa�s y en
la oposici�n de los gobiernos del pa�s, a
hombres funestos, ineptos y venales...
Muchos, la mayor�a de estos �ltimos, han
sobrevivido. Y no hay para ellos m�s his-
toria que la de los seis a�os indignos en
que no participaron; se les olvid� la his-
toria de los lustros inicuos de que ellos
fueron protagonistas. Con lo que, claro
est�, se invierten los presentes conatos de
libertad en la ri�a aldeana,
La pol�tica tal y como la venimos
ejerciendo los espa�oles, es la cosa m�s
impol�tica de que podemos dar testimo-
nio. Pol�tica es pensamiento, discurso y
acci�n. No incurriremos en ninguna he-
rej�a, afirmando terminantemente que en
Espa�a llamamos pol�tica a todo lo con-
trario: a la pasi�n, al griter�o y al ace-
cho. Las ideas suplantadas por los ins-
tintos; las oraciones por las querellas, y
las haza�as�burdas caricaturas de lo
�pico�nos pintan a sus esforzados ada-
lides con una sopera por casco guerre-
ro, y, en vez de lanza, un cazo.
Percibimos aqu� el imperativo ideal,
no lo negamos; pero justo es consignar
que el mandato de la realidad nos acu-
cia m�s cercano y es m�s prontamente
obedecido. Estamos hartos de escuchar,
de labios ungidos por la sabidur�a, que
"en la pol�tica hay que operar con, de,
en, por, si, sobre tras las realidades."
Si las realidades son mercanc�as podridas,
no es discreto procurarse otras, crearlas;
es m�s sabio, m�s pol�tico, conservar la
mugre, extender, fomentar la carro�a, y
vivir. Es natural que con objetivos fun-
damentales como el apuntado, todos los
problemas derivados de aquel m�nimo
af�n pol�tico, aparezcan deformados y
disminuidos. As�, el espa�ol indiferente
a las contiendas del progreso humano,
confinar� su sentido de lo c�smico en el
latido urbano del barrio en que habite
o, a lo m�s, de su ciudad; y el espa�ol
que profese ideas pol�ticas no dar� cobi-
io en su cabeza a mayor n�mero de ideas
que las consabidas que suscitan los pro-
p�sitos locales consuetudinarios: la tra�-
da de aguas, la expropiaci�n forzosa
para un ensanche necesario, el empr�sti-
to pro construcci�n de mercado p�blico
y la carest�a de las subsistencias, ti�en-
do, eso s�, la enunciaci�n de esas faenas
transcendentales con las tintas de cada
particular ideolog�a.
Un reaccionario y un liberal, frente a
la necesidad de dotar de un buen ser-
vicio de alcantarillas a su pueblo, no acor-
dar�n jam�s sus opiniones. Es para ellos
com�n la utilidad del servicio. �Pero y
los principios? �Acaso no difieren en la
concepci�n de la vida universal ? El reac^
cionario y el liberal. Cada uno siente el
alcantarillado de distinta forma. Ahora
bien, estos antagonistas, pueden coincidir
circunstancialmente en la estimaci�n de
algo-capital. Si en un pozo negro descu-
bren matices capaces de arrebatarlos a
la pol�mica, al punto de montar en el de-
tritus, sin mutua repugnancia, un filos�-
fico, un apasionado debate, enmudecer�n
sobrecogidos, se estrechar�n la mano tr�-
mulos, se aprestar�n a la defensa solidar
rios, si un hombre de la calle, sangrando
patriotismo, se interpone entre los dos y
exclama:
�'�Imb�ciles!
Marcelino Domingo
en el Ateneo
El d�a 1 1 se celebr� en el Ateneo de
Madrid la anunciada conferencia pol�-
tica de Marcelino Domingo.
LEA USTED "NUEVA ESPA�A"
El Ateneo estuvo abarrotado de p�-
blico._________________■-
LEA USTED "NUEVA ESPA�A"
LEA USTED "NUEVA ESPA�A"
Un caso t�pico reciente se ha ofrecido
en Sevilla. El se�or Blasco Garz�n, con-
cejal de aquel Ayuntamiento, ha acusado
al se�or Cruz Conde de haber inferido
grav�simas ofensas a una dama, a un
edil, a un Comit� Regio y, por ende, a un
Ayuntamiento, a una ciudad entera...
Sevilla toda se ha conmovido. La
-ocr page 13-
13
NUEVA ESPA�A
genial del teatro. Reinhardt lo ha sabido
todo, ha sido el maestro de todo lo que
es maestr�a teatral. Le ha faltado conce-
bir a la muchedumbre. Y esta falta le
ha inducido y reducido al virtuosismo.
Lo que supone de m�s terrible de la in-
comprensi�n de la �poca en que se vive
es la ca�da en el virtuosismo, tanto m�s
peligroso cuanto mejores sean las disponi-
bilidades creadores del hast�o que no
puede comprender. El teatro por el mismo
hecho de que es un juego ha de barajar
las pasiones de la �poca en que vive o
se queda en puro juego, sin trascendencia
de s� mismo, en juego de figuras, que es
lo que es el juego de cartas. Se dir� que
el teatro no tiene nada que ver con la
muchedumbre, pero se debe contestar que
la muchedumbre es el fen�meno caracte-
r�stico de nuestra �poca, y un teatro al
que no inquieta la muchedumbre no pue-
de inquietar aut�nticamente ninguno de
nuestros problemas. Pero, es que, ade-
m�s, el teatro por su idiosincrasia, por su
constituci�n es un arte de muchedumbre,
y tan arte de ella que tal vez el teatro
ha sido el primer productor de muche-
dumbre, el primer hecho que reuni� gran
n�mero de hombres presididos por un
mismo signo, que esto es la muchedum-
bre.
Porque Max Reinhardt no pudo lle-
gar a concebir la muchedumbre, no le
ha sido posible a su teatro renovarse, a
pesar de ser el teatrarca m�s diverso
que ha existido hasta hoy, y que mejor
domina los resortes que producen la di-
ferenciaci�n. Diversidad es tanto como
amenidad, renovaci�n es tanto como
recreaci�n; la confusi�n de estos cuatro
valores es lo �nico que ha podido pro-
ducir un espejismo de renovaci�n en el
teatro de Reinhardt. Ah� est�n como
definitiva aseveraci�n Lessner, Stanislans-
ki Piscator y Meyerhold, que sin la sa-
bidur�a de Max Reinhardt ha logrado
cualquiera de ellos un teatro m�s poten-
te, renovado en cada momento de s� mis-
mo, saturado de un impresionismo inena-
rrable, secreto exclusivo de haber com-
prendido al hombre en su nueva forma-
ci�n social.
F. Fernandez Armesto.
Berl�n, junio.
E BERLIN
NHARDT
pueblos comienzan a sentir la preocupa-
ci�n de su esp�ritu, de su "doble", que
dir�a Freud, que corresponde, en la bio-
log�a de los pueblos al instante de la
biolog�a humana en el cual la mujer co-
mienza a mirarse al espejo.
El teatro no es sino, mirarse al espejo,
y se diferencia de la novela en que la
novela es el mismo espejo. En este mirarse
est� el "quid" del teatro. Porque nos
miramos
en ella nos indignamos o nos en-
tusiasmamos ante una representaci�n tea-
tral como no podemos hacerlo ante un
cuadro al que miramos. Es lo teatral el
cociente de tres factores, el equilibrio y
la armon�a de los tres, espectaci�n, ac-
ci�n y pensamiento, y es esto porque, apu-
rando la aseveraci�n anterior, pudiera de-
cirse que el hombre no desea ser el punto
de contacto de aquellos tres elementos
humanos.
Max Reinhardt comenz� por despla-
zar el teatro de la plataforma amanera-
da de un escenario a la pista desnuda de
un circo. Ya deja este hecho entrever
los arrestos que le guiaban, atrevi�ndose
a deshacerse de todas las conveniencias
para plantear la escena en el c�rculo
abierto y crudo, en medo del p�blico.
LleVar el escenario de entre bambalinas
y protecciones a la circunferencia virginal
de los clowns significa abrir ais ventanas
del teatro a la gran calle del p�blico.
Poner al teatro de nuevo en el d�a de
su nacimiento, en una plaza hel�nica.
Este desnudamiento del teatro que enton-
ces significaba una negaci�n arriesgada
lo aprovecharon luego como su m�s con-
tundente afirmaci�n los teatros pol�ticos
de Rusia y Alemania.
Era la �poca de Wedekim de Mae-
terlink y de Helldunkel�cuando Rein-
ardt comenzaba�, cuyas obras Brahm
hab�a montado con una escrupulosa fide-
lidad al desarrollo de la tendencia. Se
cre�a que la tendencia era superior a la vi-
da y que las tendencias hab�an de con-
ducir a un nuevo vivir. Reinhardt fu� el
primer tetrarca que reaccion� contra el
fervor por la tendencia pregonando fren-
te a la lucha est�ril de las tendencias una
subversi�n de la vida. Ech� mano de los
cl�sicos como fuerte en que atrincherarse
contra las tendencias, y cuando a los
cl�sicos les falt� subversi�n la produjo �l
por el desenfado con que los interpreta-
ba. No hablo aqu� de c�mo son sus esce-
narios, porque ya habl� de ellos en este
mismo sitio y otra vez, y remito al lector
al n�mero 2 de esta revista. 2527 veces
ha sido puesto en escena Shakespeare,
por Max Reinhardt, ese n�mero d� una
sensaci�n de la cantidad de vida con que
Reinhardt ha saturado a los personajes
de Shakespeare, y al auge que ha infil-
trado en el teatro cl�sico.
Pero el teatro es todav�a algo m�s que
�sto que ha hecho Max Reinhardt. �se
algo m�s, culminante, es el dif�cil cetro
CARTA D
MAX RE�
Ya me he referido aqu� alguna vez,
sosegadamente, a Max Reinhardt. Pero,
ahora celebra Max Reinhardt el jubileo
de sus 25 a�os al frente del Deutsches
Theater
y es preciso volver sobre �l con
decisi�n de asentar un comentario ce�ido
en torno a su personalidad. Ce�irse a la
obra de Max Reinhardt no es f�cil, la
rodea un c�rculo de controversias que no
dejan a la vista penetrar con claridad
desembarazada hasta ella. Max Rein-
hardt est� lleno de gracia, y nada hay
que tanto conturbe como la gracia. Es un
mago y la magia es, precisamente, el es-
p�ritu huido de las definiciones. Mago es
el que se ha sustra�do a la fuerza de la
gravedad, por eso los magos vuelan so-
bre escobas y extraen las virtudes impon-
derables de la qu�mica. cQuse puede
decir del que vuela cabalgando una es-
coba ?
Max Reinhardt ha inflamado el tea-
tro de maravilla. �Pero, es maravilla lo
que debe ser el teatro?
Reinhardt sube al escenario alem�n
hace 25 a�os, cuando baja Brahm.
Brahm es el agotador del escenario rea-
lista el cual le llega a las manos a Rein-
hardt ya como el desgaliche del realis-
mo. El no tener nada detr�s de s�, sino
ese desgalichamiento, es lo que le ha in-
ducido para lanzarse a imaginar. En ese
instante Reinhardt colg�ndose audazmen-
te de su imaginaci�n arranca al teatro
de un perdido atolladero y lo hace colum-
piarse en los aires nuevos, limpios y ruti-
lantes. No hay duda de que salva al
teatro de un naufragio, el terrible nau-
fragio de la sequ�a de sus resortes.
Mas, Reinhardt sigue todav�a hoy em-
barcado en su imaginaci�n. Pensemos en
�a situaci�n de la escena en el momento
en que �l llega, aquel momento de muer-
te, y contrast�mosla con la situaci�n de
la escena en el momento de hoy, momen-
to auroral del cine sonoro, obtendremos
en seguida el resultado de que si la ima-
ginaci�n de Reinhardt era una audacia
innovadora en 1905, hoy se ha quedado
a trasmano del ritmo de la vida.
Algo ha realizado sin embargo Max
Reinhardt que no posa, aun cuando �l se
quede atr�s, esto es su enclavamiento del
teatro en el puro espect�culo, la recon-
quista del teatro para el espect�culo. El
teatro le hab�a sido arrebatado al espec-
t�culo�esto es, al juego�, por la moral,
la literatura y el sensacionalismo. Rein-
hardt volvi� el teatro a su pureza espec-
tacular, desinfect�ndolo de moral. Cuan-
do se quiere comprender un fen�meno es
preciso no olvidar su origen, que signifi-
ca tanto como la "raz�n de ser"; en cual-
quier hecho, por muy largo y quebrado
camino que traiga, la esencia procede del
origen. Tal vez en saber mirar hacia el
momento inicial del Teatro consista el
mejor secreto de Max Reinhardt.
El teatro nace en el instante en que los
Los orig�nales que pu-
blica NUEVA ESPA�A
son rigurosamente
in�ditos
TODA LA CORRESPON-
DENCIA DEBE DIRI-
GIRSE AL APARTA-
:�:
        DO 8.046.        :�:
-ocr page 14-
NUEVA ESPA�A
H
LA DESPEDID
horas. Nos hall�bamos en una gran ciu-
dad de Europa.
Ana ten�a que partir en un tren de las
diez de la noche hacia el Oeste.
Al d�a siguiente partir�a tambi�n yo
hacia el Norte.
Comimos juntos en una fonda situada
en medio de un vasto parque popular,
lleno de kioscos, bandas, m�sicas, tor-
neos, barracas y otras ingenuas diversio-
nes. En aquel parque, a las nueve, de-
b�an reun�rsenos ciertos parientes que par-
tir�an con ella.
En espera de la hora de salida del
tren d�bamos vueltas por el parque, uno
al lado de otro, repiti�ndonos cosas que
ya nos hab�amos dicho infinitas veces,
aquella tarde misma y en los d�as y los
meses anteriores. Y durante todo el a�o.
Empujados por la gente o por el des-
tino, o por un esp�ritu djab�lico acerta-
mos a pasar por una especie de vasto
atrio, el cual daba acceso no recuerdo
si a una "Casa misteriosa", a un "Ba-
rrac�n de figuras de cera" o a un "Tren
m�gico". Ana en aquel momento iba
delante de m�. Admiraba yo insistente-
mente su persona, que era alta y derecha,
de cuello blanqu�simo y negros cabellos
que se perd�an bajo un min�sculo som-
brero oscuro que los sujetaba. Se volvi�
a mirarme, oprimi�ndoseme el coraz�n
al verla sonre�r con aquellos ojos negros
y brillantes (de carb�n brillante) que
formaban una extra�a nota oscura y en-
cendida contra las l�neas dulces y p�li-
das de su rostro.
Le dije:
�Despid�monos ahora, Ana: den-
tro de algunos momentos vendr�n a re-
cojerte y yo me marchar� en seguida.
Los �ltimos momentos que estoy conti-
go, quiero que sean contigo solo. La �l-
tima imagen tuya que llevo en mis ojos,
no quiero que se mezcle con ninguna
otra.
�Tienes raz�n. Cuando- vengan, te
marchas. Prom�temelo.
�Te lo prometo. Y t� no me deten-
gas. Seamos fuertes.
�Te lo juro�dijo Ana.
Un grupo de gente nos tropez�. Nos-
otros nos miramos con melancol�a.
�c'Es tarde?
�A�n quedan algunos minutos.
��Hacemos un �ltimo viaje en el
I ren m�gico ?
Sonri� tristemente:
�No hay tiempo�dijo.
De s�bito vimos que nos encontr�ba-
mos en medio de dos grandes espejos
que hab�a a la entrada de una barraca.
Entre los dos espejos. Pero s�lo nos con-
templ�bamos en uno de ellos.
No era un espejo normal. Mirando en
�l se observaba no s� qu� curvas ligeras
en la superficie, llena de una ligera nie-
bla cenicienta. Y all� dentro nuestras
dos im�genes una al lado de la otra,
aparec�an sin dibujo de contorno. Y jun-
to a ellas muy distantes de nosotros que
las mir�bamos aparec�an dos tristes y
temblorosas sombras del otro mundo.
�Mira�le dije�, ahora est�s cerca
de m�. Dentro de poco estar�s lejos, le-
jos como aquella sombra. Estaremos le-
jos uno de otro, as�.
�Vamos al otro espejo�dijo Ana.
Aou�l hace reir.
Nos pusimos delante del otro espejo.
En este la deformaci�n era m�s exac-
ta, feroz y odiosa.
Espejos de este g�nero no los ha po-
dido inventar la sola t�cnica de un fa-
bricante de espejos. Los ha sugerido la
perversidad de un demonio; el obrero
que los construye, seguramente que mue-
re de mala muerte, y luego es condena-
do a las penas eternas. Ning�n cinismo
o desprecio del hombre hacia el hombre
Se llamaba Ana, nombre que, seg�n
el gusto de cada uno puede parecer muy
po�tico o muy vulgar.
Pudiera decir: la mujer de mis sue-
�os; pero en verdad Ana era en aquel
tiempo la mujer de mis realidades.
Nuestras apacibles relaciones databan
de hac�a un a�o, que es breve tiempo
para aquellos amores que consiguen su-
perar gallardamente los primeros quince
d�as de vida. Viv�amos en la misma ciu-
dad, y nos ve�amos algunas horas ca-
da d�a. De pronto nos ocurri� uno de
esos casos de la vida que parecen raros
y enormes a quienes les suceden, pero
que son muy frecuentes y que no tienen
inter�s para referirlos a los dem�s. Ana
se ten�a que separar de m� durante dos
meses. El pensamiento de sesenta d�as
de ausencia nos resultaba muy amargo.
Henos aqu� el �ltimo d�a antes de la
separaci�n. Henos aqu� en las �ltimas
El "Aurora" sublevado por Lenin, aprovision�ndose clandestinamente.
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NUEVA ESPA�A
15
) A
por MASSIMO BONTEMPELL
el tren. Recog� mis maletas, llegu� al
tren, me coloqu� en mi puesto y siempre
como huyendo .siempre llamando a Ana
parti. Con tan furiosos transportes y con.
tan enormes esfuerztos me calm�.
Pero tan pronto como estuve quieto y
con la velocidad del tren encontr� el equi-
librio de mis sentimientos, el dolor de la
separaci�n y la fuerza de fantasmago-
r�a entraron en batalla.
�Si estuviese Ana, aqu�, sentada a
mi lado.
Apenas imagin� �sto, cuando otra vez
apareci� la maligna figura, sent�ndose
frente a m�; mir�ndome con su sonrisa
idiota de aborto. Y as� muchas, muchas
veces, y aquel d�a y los d�as siguientes.
Desde entonces, jam�s he podido li-
brarme de esta obsesi�n. Mil veces he
oprimido la cabeza entre mis manos, que-
riendo pensar en Ana. En la Ana verda-
dera. Volverla a ver bella como fu�,
pero no lo consegu� nunca. No lo he con-
seguido nunca, no le he escrito, tampoco
nunca y han pasado muchos a�os y la
he perdido y me ha perdido ella a m� y
seguramente hab�a maldecido mi nom-
bre. Aquella dulce figura que al prin-
cipio he descrito la evoco con el cerebro.
Pero, como otra cosa, como una cosa
no verdadera, como un cuadro. No la
veo, como Ana. Como Ana no la veo.
No consigo atisbarla en cuerpo vivo m�s
que como la �ltima imagen que de ella
me qued� en los ojos. Imagen del espe-
jo diab�lico, cuyo autor seguramente ha
br� muerto o morir� de mala muerte y
que quiz�s ya se est� retorciendo entre
las penas m�s horribles del infierno.
es tan malo, como aqu�l que se compla-
ce en contrahacer en formas extravagan-
tes nuestra figura humana.
Apenas me observ� sent� contra�rse-
me el rostro. Pero peor se contra�a aquel
otro rostro m�o en el horrendo espacio
de la brillante superficie absurda, donde
mi ser se mostraba como un monstruo de-
primido y rid�culo. Sin embargo me re-
conoc�a; flaco, torcido y vil, sin embar-
go, era yo; era yo una especie de viejo
acorde�n pisoteado y tirado por el sue-
lo. Como mi cerebro sab�a que todo era
una broma, me mand� sonreir. Y son-
re�. Con una verdosa sonrisa, que fatig�,
como un gran esfuerzo los m�sculos de
mi cara. Luego de repente me sent� yer-
to de angustia cuando se me ocurri� pen-
sar que en aquel instante Ana me ve�a
tambi�n. Riendo un poco de manera hi-
p�crita, me volv�a hacia ella.
Pero apenas hab�a empezado aquel
movimiento, he aqu� que vi, all� tambi�n
su figura al lado del monstruo que era
yo. la figura de Ana, deformada, ensan-
chada, humillada, vilipendiada, ultraja-
da, horriblemente arrugada como un vie-
jo feto, est�pidamente retorcido. Dir�ase
que una invencible enorme mano chata
la hubiera aplastado, dilat�ndole cada
parte de su cuerpo y acumulado la fren-
te entre los cabellos y las cejas. El ros-
tro era un mont�n deprimido de arrugas
cavernosas, entre las cuales se abr�an
agujeros h�rridos, las narices negras y la
boca desconsideradamente desgarrada,
no ten�a cuello, pero aquella cabeza
idiota estaba hundida directamente en
un repugnante tronco de aborto malig-
no, de espaldas cuadrangulares y pecho
gordo y esponjoso. Y la dilataci�n el�s-
tica crec�a descendiendo hacia abajo,
por el cuerpo de ella, por el cuerpo de
Ana hacia la cintura que tortuosamente
llegaba hasta el suelo. Las piernas se ha-
b�an hecho cort�simas y anchas y arquea-
das sobre los pies reducidos a dos re-
pugnantes manchas sin forma. Sobre �s-
tos prens�base y tambale�base obscena
toda la masa horrible, que era ella, Ana.
Y son�mbula como un pato parsimoso
parec�a querer andar y salir del espejo
para venirme al encuentro con una son-
risa est�pida en la nariz y decirme con
la boca:
�Heme aqu�, soy yo, Ana.
Inm�vil miraba yo como un catal�pti-
co. Quiz�s todo el interminable supli-
cio no dur� m�s que tiempo brev�simo,
el tiempo que yo invert� en temblar ate-
rido bajo el mordiente hielo. Estuve a
punto de gritar. Pero una voz fuerte son�
a mis espaldas:
�Aqu� est�n. Buenas noches.
Me volv� asustad�simo mientras los re-
ci�n llegados nos saludaban deprisa.
�Vamos�dec�an�ya es tarde.
Me rehice. Estaba fuera de m�. Con-
fusamente salud�. Record� de la prome-
sa. Y como quiera que cualquier cosa
me incitaba a huir lo m�s pronto posi-
ble: ^
�Tengo que marcharme � dije �.
Buenas noches. Buen viaje. Hasta la
vista.
Cierto que hu�. No consigo recordar
c�mo advert� el rostro de Ana mezclado
al de los dem�s. No s� c�mo me encon-
tr� en casa. Apenas entr� volv� a salir.
Pero despu�s de haber vagado un rato,
volv� a entrar. Me encotnraba sin im�-
genes y sin pensamientos. Me acost� y
dorm�. Sin pensar en nada. Y con un
sue�o lleno, pesado y como hipn�tico,
sin pesadillas dorm�. A la ma�ana des-
pert� de pronto y ya, descansado. O qui-
z�s vac�o y como estupefacto. La luz
del d�a entraba en la alcoba por las
persianas entreabiertas. Medit�.
�Ana...
La adivin�, as�, como nueva. Luego
dolorosamente pens� que durante alg�n
tiempo no volver�a a verla. Un rayo de
luz lleg� al borde de mi cama.
Y de improviso record� que alguna
vez Ana, hab�a entrado en aquella al-
coba a esa misma hora, y se hab�a in-
clinado hacia mis ojos apenas despier-
to.
Al recuerdo sigui� como presente, co-
mo se presenta una cosa real, aquella fi-
gura, la �ltima figura de Ana que ha-
b�a visto, la horrenda persona contrahe-
cha del espejo. Meci�ndose como un
pato sobre cortas piernas arqueadas, se
acerc� a mi cama, inclinando hacia m�
aquel rostro aplastado, ensanchado, sin
frente. Grit� y salt� del lecho, y rapid�-
simamente rae vest�. Era necesario tomar
»�S#;'S:aa..�=g;t
Sala de m�quinas del barco revolucionario "Aurora"
�!
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NUEVA ESPANA
i6
Ideas sobre Wagner
uni�n de ellas. Nunca lleg� a compren-
der c�mo cada una de ellas son comple-
tamente mundos aparte. Yo no insistir�
sobre este punto, porque cre�le m�s que
comprendido despu�s de las revueltas,
ya pasadas, que originaron tras de la
literatura musical, la m�sica pict�rica,
etc�tera; la m�sica musical, la pintura
pict�rica..., con las que comenz� el re-
torno a las llamadas cualidades puras de
cada arte.
Indudablemente, no puede haber en-
tre dos artes una perfecta camarader�a,
sino la obligada supeditaci�n de la una
a la otra. W�gner supedit� a su teatro
la m�sica, llegando a hacerla tan espec-
tacular que no era m�s que un truco
m�s en el juego esc�nico As� tenemos
obras de un descripcionismo tan grosero
como la mayor�a de las que hacen a
nuestro p�blico entusiasmarse. �Y qu�
dir�amos de otro de los "ingeniosos" prin-
cipios wagnerianos, el leit-motiv, factor
principal en el aburrimiento y la pesan-
tez de la m�sica wagneriana?
No obstante, W�gner ha cumplido una
misi�n dentro de la historia de la' m�si-
ca. Su influencia ha sido bastante fuerte
para que podamos encontrarle una justi-
ficaci�n hist�rica, e, indudablemente,
junto con la pobreza, disimulada con to-
da clase de trucos enga�abobos�el rayo,
el fuego, el dios Wotan, el Walhalla...�,
hay en esa m�sica factores que han po-
dido hacerla triunfar. Como sugestiona-
dora, encontramos, en primer lugar, la
intensidad sentimental de sus obras,
aunque, cualitativamente, estos sentimien-
tos no son sino leyendas llenas de trucos
esc�nicos, que emocionan casi siempre por
lo violento. M�s bien su intensidad de
sentimientos es producto de la cantidad
de �stos, y no de su cualidad; por esto,
por su mismo grosor, por el relieve robus-
to de sus ideas, puede avasallar nuestro
esp�ritu, y por eso en estos sentimientos he-
mos de encontrar forzosamente la ra�z del
�xito wagneriano.
sar esas ideas, mejor dicho, argumenta-
ciones, absolutamente extramusicales, de
sus obras teatrales Todo el desarrollo
del pensamiento wagneriano es un con-
tinuo avance en este camino (Rienzi,
Lohegrin, Sigfr�do), y
lleg� a avanzar
tanto en este sentido que, como Tolstoi
mismo comprendi�, si la m�sica de
W�gner se oyera sin conocer nada de su
argumento no podr�amos recoger de ella
ninguna sensaci�n. Un buen ejemplo en
este sentido es c�mo logr� gustar W�g-
ner a los madrile�os. Como su m�sica,
fundada en el descripcionismo, carece de
valor por s� misma, fu� necesaria una
explicaci�n de los argumentos de sus
�peras en los peri�dicos, y, no s�lo de
los argumentos, sino tambi�n del signi-
ficado de cada uno de los instantes de
sus obras.
S� que son muchos los que no dudan
de que, al menos, hay instantes en las
obras de W�gner en que existe la m�-
sica. Hemos de tener en cuenta que
W�gner no es una pieza suelta, sino
todo un drama l�rico. Al talento de un
artista no se le puede juzgar por un
trozo afortunado de una de sus obras,
sino por la forma en que ha sabido em-
plearlo en la obra en total y lo que para
�l realmente ha significado Es posible
aue lo que m�s guste a los wagnerianos
de W�gner, sobre todo a los wagneria-
nos espa�oles, fuera lo que W�gner mis-
mo considerar�a como lo m�s desprecia-
ble de s�.
El criterio de nuestro m�sico queda
desnudo ante nosotros con la estructura-
ci�n de un drama l�rico Berlioz, en los
comienzos del wagnerismo, ya vio claro
cuando escrib�a sobre el m�s grande de-
fecto de este m�sico, que era no tener
en cuenta la sensaci�n y "no ver m�s
aue la idea po�tica o dram�tica que se
quiere expresar, sin cuidarse de si la ex-
presi�n de esta idea obliga o no al com-
nositor a salirse de las condiciones mu-
sicales". Y esto dec�a Berlioz. que, al fin
v al cabo, no estaba libre del pecado de
nai-rar con m�sica�poema sinf�nico�.
W�gner parte de un principio est�ti-
camente falso respecto de las artes: la
i
Hemos podido llegar hasta con ex-
ceso a poder hacer una revaloraci�n ab-
solutamente desapasionada de esta co-
lumna musical, revaloraci�n, por otra
parte, muy necesaria.
Cuando un m�sico comienza su vida
como tal es cuando �nicamente son sus
obras combatidas, quedando despu�s co-
mo verdades absolutas y, por tanto, in-
discutibles, aqu�llas que logran imponer-
se en esta lucha. Este proceso vulgar es
completamente absurdo en su segunda
fase, y tiene como fatal consecuencia
que, al quedar como verdades inconmo-
vibles ciertos autores, se produce la des-
vitalizaci�n del arte. Esta desvitaliza-
ci�n es ocasionada por la falta de movi-
miento de la idea, que va quedando an-
quilosada en "ejemplos" cerrados. La
causa originaria de estas que podr�amos
llamar ideas muertas, si esto fuera po-
sible, estriba en la caracter�stica pereza
mental del burgu�s, tipo que, natural-
mente, es el m�s abundante en la gene-
ralidad de los aficionados musicales. Es
necesario que, para que el arte contin�e
su camino, se vaya acostumbrando el
p�blico a la revaloraci�n. Hemos aludi-
do antes a la lucha del artista novel por
la valoraci�n; abogamos ahora por la
continuaci�n de esta lucha al otro Tado
de la consagraci�n del artista, que nun-
ca debe ser definitiva, sino temporal.
Esto es completamente natural, ya que
no existen valores absolutos. El valer,
como toda cualidad estimativa, es tan
variable como nuestro gusto. Las cosas,
de por s�, no tienen ning�n valor, sino el
que, en relaci�n con nosotros, queramos
darles; de aqu� que la valoraci�n, en los
seres vivos, est� en continuo movimien-
to. En esto se funda la justificaci�n d e
la revaloraci�n, y aqu� surge mi pregun-
ta: �Qu� queda ya de Wagner, que nos
pueda interesar a nosotros?
Estamos ya tan lejanos de esta figu-
ra que podemos ver con absoluta indife-
rencia el porqu� de todos sus valores,
los reales y los ficticios.
El mismo comienzo de la vida musi-
cal de "Wagner es ya muy significativo.
Wagner no va a ella por un inter�s ver-
daderamente musical, sino porque cree
que la m�sica puede ser un poderoso me-
dio de ayuda para la filosof�a y la trage-
dia. As�, este muchacho, para quien los
estudios musicales eran una verdadera
tortura, por necesidades de su teatro,
va hacia la m�sica; pero no, ni mucho
menos, por estimar en todo su valor, en
su valor real, la "cualidad" musical, lo
que se ha llamado m�sica musical.
Proyectado en este sentido, vemos
c�mo l�gicamente la primera admiraci�n
de Wagner es para Weber; �l es quien
le descubre que la m�sica puede expre-
V. SALAS VIU.
Mavo 1930.
Se ha puesto a la venta
EL LIBRO DE ALEJANDRO LERROUX
Las Peque�as Tragedias de mi Vida
(MEMORIAS FRIVOLAS)
LIBROS PUBLICADOS
LOS HOMBRES TIENEN SED
por ANNA SWANSEA
(CINCO
T'ESETAS)
EDITORIAL ZEUS
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NUEVA ESPA�A
17
del proletaria
de Jos� Stalin
Los delegados, no solo proceder�n de
elecci�n, sino que podr�n ser destituidos
en todo momento. 2." No recibir�n sala-
rios superiores a los de un simple obrero.
3." Se proceder� inmediatamente a pre-
parar un estado de cosas, en que todos
puedan ejercer por igual las funciones
de gobierno y superintendencia, de suer-
te que, pudiendo todos transformarse en
bur�cratas temporalmente, ninguno pue-
da realmente parar en bur�crata defini-
tivo."
Estos� peligros que pretend�a evitar
Lenin, los acusa hoy Trotsky, queri�n-
dolos atajar a tiempo. Stalin responde
combatiendo la burocracia, con una cas-
trada samocr�tica, o con letreros en los
tranv�as, que realmente no tiene m�s efi-
cacia, de la que puede tener en Toledo
el rotulillo que prohibe la mendicidad y
la blasfemia.
No es menester una gran perspicacia,
para ver en Stalin, un hombre inferior a
la tarea que le est� encomendada. Los
problemas le asaltan por sorpresa y de-
terminan los extra�os cambios de su po-
l�tica, que �l quiere presentamos con
una acrobacia genial. "Cuanto menos
comprende los problemas hist�ricos�di-
ce Trostky con mala intenci�n�tanto
m�s su gesto se cubre de suficiencia. Su
ceguera le ahorra el trabajo de mentir."
La idea de edificar el socialismo en
un solo pa�s, debe hacer felices a los ba-
bosos representantes de la reacci�n lite-
raria. Profesores y periodistas de la bur-
gues�a, se sent�an vinculados a Stalin,
La dictadura
en manos
consider�ndole un profesor m�s; esas im-
ponentes relaciones entre el esclavismo y
el marxismo que se empiezan a estable-
cer y acompa�an de grandes gestos, les
har� ver en Stalin, un hombre tan pro-
fundo en la pol�tica como ellos en la in-
vestigaci�n. El criterio que sostiene Trots-
ky, de la revoluci�n permanente, esto es,
"que la U. R. R. S. S. debe vivir indi-
solublemente ligada al movimiento pro-
letario internacional" les parecer� una
terquedad tan absurda que, pasar�n a
estudiarlo desde el punto de vista del
Psicoan�lisis.
Pero, hablando francamente, un mo-
vimiento de clases, no podr� recluirse
por su gusto en un solo pa�s. Semejante
proceder ser�a un suicidio voluntario. Lo
natural es que se sienta en todo momen-
to un eslab�n de la cadena y la diges-
ti�n que de este movimiento universal ha-
ga cada nacionalidad, habr� de referir-
se a otros �rdenes, que no al econ�mico.
Stalin se inclina, pero no se resuelve,
por la edificaci�n del socialismo en un
solo pa�s, disparate que no puede de-
fender ning�n comunista Con tan infla-
da y mediocre teor�a, tr�tase de encu-
brir un viejo problema de t�ctica; si lle-
gado el caso, los comunistas, deben ac-
tuar solos, con todo su programa, o, si
por lo cotnrario, deben disolverse�bajo
prtexto de reforzarse�en los reacciona-
rios de fraseolog�a avanzada. Posible-
mente del fracaso de la Revoluci�n chi-
na, tiene mucha culpa la pol�tica mode-
rada de Stalin; el Kuomitang, donde ha-
b�a un gran n�mero de elementos no co-
munistas fu� incorporado a la Tercera
Internacional por el mero hecho de ser
revolucionario. La vida y la obra de Le-
nin, repudian claramente ese camino. La
vida de oportunismo. Sus m�todos han
sido probados en la m�s dura experien-
cia: hicieron posible la Revoluci�n de
octubre y la situaron en el per�odo cr�-
tico en que se encuentra; hoy es tan di-
f�cil continuar la Revoluci�n, como des-
hacerla. Y Stalin al desviarse del cami-
no, alardeando sensatez no acusa m�s
que incapacidad. Tambi�n fu� la inca-
pacidad, disfrazada de sensatez, pero en
dosis alarmantes, quien consum� la de-
rrota del socialismo oficial. Los pobres
teorizantes de la Segunda Internacional,
a pesar de retratarse, con el pu�o en la
mejilla, para que no se les pudiese ne-
gar talento, no consiguieron otra cosa,
que ponerse a las �rdenes del capitalis-
mo, como hemos visto en la guerra euro-
pea, y un ejemplo m�s reciente y elo-
cuente, nos lo ofrece la conducta que
observa en la India, en esa merienda de
blancos, el bienaventurado Mr. Ramsay
Mac Donald.
                        L. FERSEN
Dejando aparte deferencias menores,
la contienda entre Stalin y Trotsky, cul-
mina en dos puntos decisivos para el
porvenir de la Revoluci�n de octubre,
f rotsky y Stalin empiezan por defender
criterios irreconciliables en pol�tica inter-
nacional; la idea trotskista de la revolu-
ci�n permanente, choca con la idea de
edificar el socialismo en un solo pa�s que
defiende Stalin, no muy resueltamente.
Por otra parte, Trotsky delata peligros
en la evoluci�n interna del Estado so-
vi�tico, que Stalin percibe con dificultad.
Como es sabido, el stalinismo quiere
presentarse como la continuaci�n del pen-
samiento de Lenin, en sus �ltimos tiem-
pos. El retroceso que significa la N. E. P.
dicen que convenci� a Lenin, de que la
transformaci�n socialista, hab�a de ser
consecuencia de un lento proceso, favo-
recido, claro est�, desde el Poder. Con
ello pret�ndese justificar el hecho que
m�s abulta en la pol�tica de Stalin: su
falta de seguridad, sus frecuentes desvia-
ciones, a la derecha, unas veces, o a la
izquierda, otras, hacia el trotskismo.
Lenin no se preocup� tanto de fijarle
un plazo a la Revoluci�n, como de crear
un instrumento, el Estado obrero, que le
permitiese vencer la resistencia capitalis-
ta, y soportar posibles concesiones a la
burgues�a. Concesiones que, son peligro-
sas, en la medida que puedan corrom-
per el verdadero car�cter del Estado so-
vi�tico; en la medida que el Estado, de
aut�nticamente obrero, pase a ser un Es-
tado que protege filantr�picamente a los
obreros, pero que en realidad se despla-
za de la clase social que le dio nacimien-
to.
No se procedi� por mero capricho, al
sustituir la complicada organizaci�n bur-
guesa, por la sencilla organizaci�n sovi�-
tica. En perfecta consecuencia con las
doctrinas de Marx sobre el Estado, pro-
ducto del antagonismo de clases, la dic-
tadura del proletariado no pod�a consis-
tir en un relevo de personal, en llenar la
vieja colmena de gente nueva; esto se-
r�a sentarse en los sillones de la burgue-
s�a y acabar�o empezar�aburgues�n-
dose. Se echaban los cimientos a un nue-
vo organismo, m�s autoritario que nin-
g�n Estado, pero que en us evoluci�n,
ya no podr�a llamarse Estado. Porque
la dictadura del proletariado al destruir
las clases sociales, destruye tambi�n el
Estado par�sito. Hab�a que precaverse,
contra una posible evoluci�n del apara-
to en sentido burgu�s.
"Justamente�dice Lenin�para evitar
que este nuevo organismo se transforme
en una burocracia, se tomar�n ciertas
medidas, que ya han sido objeto de an�-
lisis, por parte de Marx y Engels: 1.°
Jos� Stalin
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NUEVA ESPA�A
EL MOMENTO ESPA�OL
en menos, caciquean burdamente con ei
af�n amoral de obtener mandatos, sim-
plemente, para gobernar por gobernar,
sin ninguna idea positiva de colectividad,
dentro de la ficci�n hueca y pomposa
que constituye la Democracia contempo-
r�nea.
La imitaci�n de la idea, aunque re-
ciente en la historia, ya demasiado vieja,
de los Estados constitucionales, al ser to-
mada por el cacique espa�ol de los pa�-
ses "democr�ticos", no puede por menos
de impregnarse del esp�ritu inferior de
nuestra sociedad en los siglos renacentis-
puede negarse, dada la naturalidad con
que en todos los procesos sociales, los
m�s son llevados y regidos por los menos,
lo que no es �bice para que el caciquis-
mo sea de esencia b�rbara, aunque lo
consagren de hecho las Democracias po-
l�ticas como una necesidad de las posi-
ciones econ�micas y sociales de Ja clase
triunfante, la due�a efectiva del tingla-
do "democr�tico". Cacique es todo aqu�l
que se impone por la coacci�n o el so-
borno, y en tal sentido, todos los pol�ticos
conservadores del sistema social imperan-
te, tradicionalistas y evolutivos en m�s o
Rep�blica coronada unos y Rep�bli-
ca conservadora otros, es lo cierto, que
en la conservaci�n coinciden la gran ma-
yor�a de los pol�ticos y de la Prensa.
Que los pol�ticos de oficio aboguen
por una de estas dos ideas para devol-
ver la normalidad constitucional al pa�s
no tiene nada de anormal en su conduc-
ta, dado que ante la atom�a de la masa,
que nadie mejor que ellos conocen, la so-
luci�n les favorece claramente. Pero que
la Prensa que se llama independiente y
hace gala de moderna y liberal, les secun-
de, de manera impl�cita, en esta trascen-
dental cuesti�n, es triste y denigrante para
su funci�n.
La ineptitud de los actuales represen-
tantes de la pol�tica�de derechas y de
izquierdas�en relaci�n con la goberna-
ci�n del pa�s, es aptitud para aprisionar
al pueblo espa�ol, priv�ndole de direc-
ci�n nueva y conquist�ndolo a�n m�s en
su atomizaci�n pasiva y secular.
Ciertamente, los pueblos no se elevan
ni se salvan por s� solos. Necesitan gu�as
que se adelanten a la realidad creada
y tracen otra nueva realidad de s�ntesis
superior humana. Tratar de conservar la
realidad de un pueblo, conservando su
quietud, con principios que no tengan m�s
horizonte que la conservaci�n misma del
estado de cosas creado, no es, ni puede
ser, la trayectoria vital de la direcci�n
de un pueblo. Tal labor, en todo caso,
es la confirmaci�n de su estatismo, la ne-
gaci�n de su avance a un estado mejor
nuevo. Los pueblos viven siglos y siglos
en el marco de lo que fu� creaci�n nue-
va un d�a. Esta creaci�n, con su devenir
interno, fatalmente llega a anquilosarse,
y tras la decadencia, aparece con ame-
nazas el desquiciamiento, si no brota una
nueva direcci�n y gu�a que se imponga
y realice otra creaci�n, con factura ori-
ginal, integrando en ella las experiencias
de las que le preceden en el tiempo y su-
perando el orden de la convivencia y de
la libertad humanos hacia un futuro m�s
perfecto.
Los pol�ticos en nuestro pa�s, sean del
matiz que sean, no pretenden llevar a
cabo ninguna renovaci�n, sino s�lo el
mantener la pasividad del pueblo para
el futuro en inter�s de sus bastardos in-
tereses. La evoluci�n, en los que de bue-
na f� creen en ella, tiene un sentido falso,
ya que no puede hablarse de evoluci�n
en un per�odo de crisis aguda, por anqui-
losamiento general de todos los valores,
en el cual el Derecho es un t�pico de en-
vergadura estrecha que entorpece y nada
crea.
Lograda, en efecto, la Rep�blica co-
ronada o la Rep�blica aut�ntica conser-
vadora, el pueblo, ya "soberano", hace
como que interviene, pero no interviene.
Tood se lo dan hecho. El cacique es el
art�fice de la "voluntad nacional", es la
"soberan�a nacional" misma.
Porque el cacique sigue existiendo con
clara ra�z natural, que en sociolog�a no
"Jimmy" Thomas el ministro laborista ingl�s que quiere ser lord-
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NUEVA ESPA��^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^M
pirantes al oficio anhelen una Rep�bli-
ca coronada a "una Rep�blica conserva-
dora nada tiene de extra�o, pero que la
Prensa que se llama independiente, con
t�tulos de moderna y liberal, lo pida...
d�, en verdad, una idea deprimente,
aunque real, de la intelectualidad de la
�poca, a la vez que evidencia la torpe ce-
guera del capitalismo, que al igual que
en Roma, est�pidamente conservando,
prefiere destruir antes que facilitar la re-
novaci�n del medio social en bien del in-
ter�s general de la civilizaci�n y de la co-
lectividad. Pero su naturaleza amoral no
le permite ser de otra manera. As� ser�
mientras pueda seguir viviendo.
Por fortuna, en nuestro pa�s existe una
minor�a nueva y joven, conocedora del
anquilosamiento en que todo vive, que
aspira, con ideas originales y propias, a
renovar las cosas de tal modo que los
factores generales de la vieja minor�a ac-
tual dirigente se incorporen a la barba-
rie del pasado a que realmente pertene-
cen, ll�mense capitalistas, pol�ticos o in-
telectuales.
C. FERGA.
tas, en relaci�n con los pueblos que van
■ a la cabeza de Europa. Nuestro pa�s
vive muerto luego de constituirse la uni-
dad nacional.
El pueblo de la recon-
quista es un pueblo que ejercita su liber-
tad sobre sus instintos individuales, sien-
do grande su predisposici�n a que lo ca-
tolicen por ser, en todo caso, la idea de
la salvaci�n una continuaci�n ps�quica
del instinto individual que vela, ante
todo, por la conservaci�n propia. Y una
sociedad en que los individuos viven con
vida para s�, sin vitalidad positiva del
instinto social, que une y estrecha a los
miembros y prepara la colectividad para
la sociabilidad activa y, con ella, la exal-
taci�n de la inteligencia a creaciones su-
periores, evidentemente, no puede ni asi-
milar siquiera los aires que llegan del
exterior con �mpetus de dinamismo y su-
peraci�n humannoSi La colonizaci�n de
Am�rica es un cauce que el instinto indi-
vidual aprovecha vigorosamente con su
amoralismo activo. No se desean m�s
que riquezas, dominio, poder, mientras
la colectividad se muere. Toda la acti-
vidad del esp�ritu es dogm�tico-religio-
sa cuando ya es manifiesta la decaden-
cia de la Iglesia y luchan en�rgicamente
la ciencia y f�, con irreductible antago-
nismo. M�s tarde, en tiempos de Car-
los III, cuando la filosof�a en Europa
florece y la eclosi�n admirable y supre-
ma de las ciencias se produce, para los
espa�oles tiene m�s importancia los picos
que ha de tener el sombrero que cualquier
enunciado del materialismo filos�fico. La
sociedad est� muerta y espera s�lo la lle-
gada del capitalismo para incorporarse,
con visible retfaso, a la civilizaci�n nue-
va, por lo amoral, de r�pida decadencia.
El cacique espa�ol, cuando entra a
ser el sostenedor de la Democracia pol�-
tica en medio de un pueblo vitalmente
atomizado, est� vinculado al absolutismo
material y espiritual de una dogm�tica
tradici�n que h�bilmente manejado�a
a veces con animalidad declarada�man-
tiene la quietud inferior de la masa en-
tregada s�lo al ego�smo pasivo, negador
de civilizaci�n e increador de vida.
Con tal cuerpo de caciques, hoy repu-
blicano-coronados unos, y republicano-
conservadores otros por la fuerza de las
cosas en un medio pol�tico alterado, la
"voluntad nacional" ha de traernos de
nuevo al Parlamento a toda la antigua
pol�tica de derechas y de izquierdas con
hombres viejos, y nuevos tambi�n viejos,
pues en el cr�tico momento por que la ci-
vilizaci�n pasa, no es nueva la pol�tica
que hable de cambio en las formas de
gobierno, sino la que plantee concreta-
mente, con una nueva valoraci�n del Es-
tado, el cambio en las formas econ�mi-
cas y sociales, en inter�s de una sociabili-
dad activa nueva que salve a la civili-
zaci�n de su derrumbamiento y proyecte
la vida humana sobre un horizonte su-
perior.
La nueva legalidad estar� formada
por los parlamentarios que los caciques
quieran. La mayor�a la dar�, sin discu-
si�n alguna, el campo sobre la ciudad;
y el campo, sometido el campesino por la
dependencia econ�mica, de un lado al
cacique, y de otro, a la influencia reli-
giosa que le hace temeroso y resignado,
no puede dar m�s mandatarios que aqu�-
llos que les imponen desde las organiza-
ciones centrales, en las cuales son direc-
tores, naturalmente, los caciques m�ximos
o los producidos al margen de la clase,
pero en �ntimo contacto con ella y todos,
con la clase econ�mica dominante.
Semejante mayor�a, llamada a forjar
la legalidad, sacada del campo, aplas-
tar� a la minor�a inquieta, que rebulle y
anhela una vida m�s humana en la ciu-
dad. Legalmente habr� Rep�blica coro-
nada o Rep�blica aut�ntica conservado-
ra, la que, amparada ya en la Ley�en
el Derecho, que invocan los borregos del
lugar com�n�impondr� el orden, su or-
den, el orden de los caciques, el orden del
capital, mientras el pueblo seguir� vi-
viendo lo mismp, en el mismo estado de
inferioridad y de miseria material y espi-
ritual que arrastra por los siglos. El por-
venir es claro...
Que los pol�ticos de profesi�n y los as-
Liga Nacional Laica
n�mica, social o intelectual, �se est� ex-
puesto a las mayores miserias, a medida,
sobre todo, que es m�s peque�o el lugar
de su residencia. Frecuentes son los casos
que salen al p�blico: quema de libros;
cierre arbitrario de las escuelas; causas
criminales por pretendidos sacrilegios, se-
g�n leyes injustas; persecuci�n a pedra-
das contra familias protestantes...; pero
los que pasan en silencio e ignorados, por
falta de protecci�n, son innumerables.
Todos los disidentes perseguidos, protes-
tantes e israelitas espa�oles encontrar�n
amparo y defensa en esta Liga.
No pide la Liga tolerancia, siempre
algo depresiva, sino estricta justicia. Y
all� donde �sta no alcance, en vez de to-
lerancia, respeto; rec�proco respeto para
todas las creencias y ante todas las ma-
nifestaciones religiosas. Respeto m�s obli-
gado hacia el disidente, porque se halla
inerme. La ortodoxia oficial no podr�
exigirlo, con plenitud de raz�n, mientras
goce el favor exclusivo de injustas y ame-
nazadoras sanciones coactivas,
tado un r�gimen jur�dico por encima de
La Liga quiere, por tanto, para el Es-
toda la Iglesia, de toda casta, de todo pri-
vilegio tradicional, �nica forma de que
el ciudadano pueda sentirse libre y en
armon�a con el derecho de todos. Tra-
bajar� para que esta fe jur�dica sea sen-
tida y propagada hasta la aldea m�s re-
mota y de m�s arcaico esp�ritu. S�lo as�
podr�n aprender los espa�oles a convivir
decorosa y noblemente, libres en su fue-
ro interno, bien articulados dentro de la
comunidad civil. S�lo as� se difundir� la
cultura, premisa esencial para la liber-
tad econ�mica y de todas las esferas."
Ha quedado constituido en Madrid este
organismo, del que forman parte perso-
nalidades eminentes de la intelectualidad
espa�ola. Est� ya recibiendo adhesio-
nes y donativos valios�simos. A continua-
ci�n transcribimos algunos p�rrafos de un
manifiesto, con el que nos solidarizamos
totalmente:
"La triste y especial tradici�n de n�es
tra patria es causa de que, aun en este
tiempo, sea, por desdicha, necesario de-
fender el derecho de aquellas minor�as que
no participan de la religi�n del Estado, o
sea la llamada fe tradicional de los espa-
�oles.
Con indiferencia, descaro y hasta aplau-
so social puede no practicar el ortodoxo.
Pero �ay del que disiente y quiere honra-
damente dar testimonio, con la conducta,
de su disidencia! Si quiere vivir en paz,
no puede hablar de ello. Tiene que disi-
mularlo y sonrojarse y poco menos que
pedir perd�n por su noble conducta. El
ambiete de la taimada elegancia burgue-
sa le rechaza. Pero hay algo m�s grave.
Una mezcla de resabio inquisitorial y
gusto plebeyo po rio gregario e irreflexi-
vo suele impulsar a la sociedad, y hasta
al Poder p�blico, a lanzarse, fren�ticos,
sobre el desidente que aspira, �l tambi�n,
a ocupar su lugar jur�dico junto a los
otros ciudadanos. Y en esta persecuci�n
no hay medio, por vil que sea, que deje
de usarse: calumnia, desafecto, vac�o,
molestia peque�a o grande y, en fin, la
franca y b�rbara arremetida: privaci�n
del cargo p�blico y condena criminal.
Quien en Espa�a manifiesta, en una
u otra forma, no ser cat�lico, si no ha
conquistado antes una alta posici�n eco-
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20
NUEVA ESPAPA
VIDA ESPA�OLA
Esta rebeli�n de los gustos no puede
seguir un camino antiguo pasivamente.
Para comprender claramente �sto, es de
todo punto necesario el sereno trompeteo,
despertando en los hombres la profunda
i longitud de inteligencia y sentimiento.
Es necesario vibrar, como vibra hoy el
occidente y por contagio, por eco, el
oriente redescubierto.
Es este el camino de la juventud in-
sular. Y ahora dos temas de reconstruc-
ci�n, sobre dos planos eternos: la ciu-
dad y el campo. El campo se ha venido
falseando. Acaso sea dura la frase. El
campo ha respondido hasta ahora a los
principios impresionistas de la pintura,
con �rboles difusos. El paisaje ha sopor-
tado la aclimataci�n arbitraria de flo-
ras de todas las latitudes, en medio de
la platanera, base de una prosperidad
agr�cola que amenaza quedarse destrui-
da por sus propias consecuencias: el
transporte. Gasolina, autos y accesorios,
exportan con exceso los rendimientos de
la agricultura. El paisaje ha venido on-
dulando as� por dos fuerzas: lo bello
(flora, clima, naturaleza tur�stica) lo
econ�mico: (frutos, naturaleza agr�cola)
Flor y fruto: he aqu� un resumen. Flor
�importaci�n: Turismo. Fruto�expor-
taci�n: agricultura. Creo que hemos lle-
gado a la s�ntesis de nuestra personali-
dad regional. Consecuencia de flor y
fruto: el puerto. En el puerto se ha cen-
tralizado en estos �ltimos a�os toda la
din�mica de la pol�tica y el arte. Pero
veamos, c responde claramente el puerto
a los valores �ntimos de la isla? La po-
l�tica y el arte del puerto son el friso a
la arquitectura de la isla. Pero �est� la
isla concreta, evolucionando con sus �n-
timos valores volc�nicos, levantada so-
bre parcelas racionales? No.
El tema es hondo, serio, enraizado en
cauces profundos. M�s all� del abori-
gen isle�o. M�s all� de su sentido hu-
mano. En las fuentes ca�ticas de nues-
tra geograf�a. En los principios etnogr�-
ficos de nuestra personalidad atl�ntica.
Ascendiendo hasta hoy, lleno el puerto
de banderas y aires cargados en su ruta
trasatl�ntica de finos y agrios olores, de
culturas trasoce�nicas.
Es necesario arrancar del fondo car-
gados de cosmos. Sobre la ciudad y el
campo�los dos temas eternos�la re-
construcci�n. En la ciudad el valor ar-
quitect�nico. En el campo el valor agr�-
cola y floreal. Pueblo el nuestro sin ar-
quitectura propia 0a llamada arquitec-
tura no obedece a su exigencia climatol�-
gica, seg�n probaremos en otro art�cu-
lo), este pueblo necesita forjarla, incor-
porando todas las posibilidades occiden-
tales de la moderna arquitectura. En el
campo la revisi�n agr�cola, el control de
los cultivos y su verdadera naturaleza
floreal: el cactus (v�anse los notables ex-
perimentos del Dr. Burchard).
Eduardo Westerdahl.
Mayo de 1930.
CANARIAS
EL P. N. DE T. EN LAS PALMAS
�Qu� ha hecho este repugnante orga-
nismo dictatorial en nuestra ciudad que
�en alguna manera�tienda a favore-
cer el turismo? Como en ninguna parte
de Espa�a este burocr�tico organismo ha
hecho nada, aqu�, en Las Palmas, no
iba a ser menos y naturalmente tampoco
ha logrado apuntarse el m�s insignifi-
cante triunfo. Ni ha fomentado el turis-
mo. Ni ha evitado los ascentrales "l�os"
entre chaufe�res e int�rpretes. Ni de nues-
tras islas han salido m�s fotograf�as con
destino a publicaciones ai hoc que las que
antes�de existir este nefasto organismo�
sal�an. Un peri�dico tan inclinado a la va-
selina adjetival como "Diario de Las Pal-
mas" recientemente protest� de este aban-
dono del P. N. de T. En el n�mero de
�40! p�ginas extras de "El Sol", dedicado
a loar el turismo por Espa�a, Canarias
hab�a sido completamente abandonada.
A no ser por la atenci�n que un canario
�Jenaro Artiles�le prest�, se hubiera
quedado�sin duda�sin hueco en las
�40! p�ginas de "El Sol".
Sin embargo, se�ores, todo no ha de
ser censura. El P. N. de T., ha hecho en
nuestra ciudad una gran labor: la publi-
caci�n de unos art�culos de D. X. Peipo-
cho sobre el menaje hotelero. (�Una ri-
sa!). Menos mal que el flamante orga-
nismo de Sangroniz y C�a. tiene a su ser-
vicio personas de condici�n humor�stica.
Peipocho�sin duda�es una de ellas. En
sus art�culos��ah, ah, ah, oh, oh!�indi-
caba a los due�os de los hoteles la ma-
nera de montarlos. Como hab�a de amue-
blarse el cuarto para reci�n casados. Co-
mo el de la se�ora solterona. Como el del
joven juerguista y tronera. Etc�tera, etc�-
tera. �Formidable el informe del "t�cni-
co" hotelero Sr. Peipocho! Seguramente a
estas horas��c�mo no!�el P. N. de T.
habr� dado �rdenes para que pase a per-
petrarse en caracteres de imprenta. En
realidad: �lo merece!...
Los due�os de hoteles locales�nos
han dicho�que desde el informe t�cnico
de este t�cnico han aumentado la lista
de pasajeros de una manera inusitada.
La cosa no era para menos, ciertamente.
Veamos ahora el reverso. Mientras el
Estado, por mediaci�n del llamado a des-
aparecer P. N. de T., paga espl�ndida-
mente a un Sr. Peipocho, niega rotunda-
mente una m�sera subvenci�n�para aten-
der a sus muchas necesidades�a la Uni-
versidad de La Laguna. Recientemente
reclam� este centro de ense�anza el apo-
yo oficial para dotar su Secci�n de Cien-
cias de un laboratorio Qu�mico decente,
Sin cuyo requisito es muy posible que
nera. Eso ser�a tanto como ir contra la
costumbre general ya pre-establecida pa-
ra estos casos.
Sin necesidad de remontarnos a la des-
vergonzada cifra de �30! millones que
el nefasto P. N. de T., se ha engullido
en hacer una propaganda que nadie ha
visto, consideremos el respiro que ser�a
para nuestra Universidad que el Estado
se decidiera a meterle puertas adentro�
solamente�un par de mil pesetas cada
mes. Pero, por lo visto y comprobado,
el Estado prefiere que nuestra Universi-
dad�instalada en un desvencijado ca-
ser�n�lleve una vida miserable. Mien-
tras tanto�-en la acera de enfrente�se
alimenta burocr�ticamente a una reata
de funcionarios del repugnante P. N. de
T. El contraste no puede ser m�s espa-
�ol.
La Universidad lagunera, a pesar de
su vida precaria, ha dado�y d� todos
los d�as�frutos palpables. El P. N. de
T., a pesar de la inversi�n de �30! mi-
llones de pesetas, no ha hecho nada pal-
pable. cQu� hace el Gobierno que no
le d� la patada final al uno y reivindica
a la otra: a la Universidad?
A. Hurtado de Mendoza.
�f* qf* «|S
A la juventud de la isla le toca el va-
lor universal de la �poca presente: el
sentido profundo del orden, de la juste-
za y serenidad. Solidificar los nuevos
elementos incorporados. Encontrar el
rumbo puro de la misma isla. Su arque-
tipo.
Una isla no se baraia al azar, como
no se puede barajar al azar la capota
celeste. Todo obedece a una �ntima y
potente gestaci�n, a una unidad, a una
seria y r�tmica marcha. Todos estos va-
lores profundos, geogr�ficos, bot�nicos,
valorados en los m�s puros cuadros del
moderno racionalismo, deben ser puestos
en marcha por las juventudes de la is-
la. En arte como en pol�tica no hay
arrepentimiento posible. Es absurdo creer
en un r�pido escamoteo de sentido en
toda la gente que asisti�, abiertas las
m�s �ntimas placas de su fisiolog�a, a
los paisajes pasados de arte y pol�tica.
Es querer convertir un reloj en bar�-
metro. El sentimiento nuevo, el moder-
no concepto de todos los viejos vaolres
naturales, es un fen�meno tan aut�no-
mo y hermoso, que no admite gu�a, aun-
que venga investida de los m�s puros ca-
racteres virgilianos. Nada, nada en ab-
soluto que pueda percibir la vista in-
tercambiada de los mozos puede ser su-
plantada. Se ha roto toda una vieja y
t�pica experiencia. Se ha roto hasta el
mismo paisaje.
un
d�a la "Gaceta" nos sorprenda
con una disposici�n suprimiendo la Sec-
ci�n de Ciencias. �Se ha concedido la
reclamada subvenci�n? De ninguna ma-
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21
NUEVA ESPA�A
ticemos. Basta con esta realidad. Hoy
son ya muchos los que, para saborear la
m�sica se encierran en su casa.
SlN EMBARGO.�Pero el fon�grafo sa-
be no ser trascendental. Lo sabe tan per-
fectamente como la mujercita que nos
acompa�a al cine. O como esa otra con
quien hacemos diariamente una hora de
flirt. Ni anula ni se anula. En plena
ciudad, abrid las ventanas mientras can-
ta un disco: sin la menor sorpresa, segui-
r� cantando como todos los dem�s p�-
jaros modernos. Ni �l estorba a los otros,
ni los otros le estorban a �l. Por eso pue-
de hacer estupendos d�os con la m�qui-
na de escribir. Y, sin duda alguna, sien-
te gran simpat�a por los ventiladores.
La m�sica, gracias a �l, dej� de ser
una se�orita remilgosa. Y hoy es la ami-
ga que mejor nos suaviza las hojas de
afeitar. Y su utilidad la sorprendemos en
algunas pel�culas yankis: cuando el obre-
ro o la obrera llega a su casa, pone en
marcha un disco, y as�, "en cadenee",
se ducha y se prepara la comida.
Amistad.�Tal recuerdo de m�ltiples
escenas norteamericanas puedo concre-
tarlo en varios momentos de la extraor-
dinaria pel�cula "Soledad". Sus dos pro-
tagonistas no estaban absolutamente so-
los. Cada uno ten�a por �nico compa�e-
ro esta casi humana m�quina. El disco
era para ellos�como pronto lo ser� pa-
ra todo el mundo � el imprescindible
amigo que sabe con-padecer nuestra
alegr�a o nuestro dolor. Repito: los pro-
tagonistas de "Soledad" no estaban ab-
solutamente solos. Para sus horas irrme-
diablemente "bl�es", nunca faltaba un
vals�"Always"�o un "bl�es".
Greguer�a.�Quiz�s haya esp�ritus
excesivamente delicados a los cuales re-
pugne comprar un fon�grafo, por todo lo
que ese acto tiene de comercio de es-
clavos.
Para las muchachas.�Como bajo
el subconsciente recuerdo del claro de
luna, que ya ninguna de vosotras cono-
ce, contempl�is un poco en �xtasis el dia-
fragma sobre el disco: �nicas luna y no-
che l�ricas, respectivamente, en este nues-
tro tiempo trepidante de anuncios lumi-
nosos.
La fonogenia.�No siempre que se
hable de m�sica fonogr�fica ha de sobre-
entenderse "la m�sica". Ojo.
Con el tiempo ser� posible�no lo s�
que el micr�fono recoja fielmente todos
los sonidos. Pero hoy todav�a les inpri-
me una cierta deformaci�n seg�n oscuras
y geniales afinidades electivas. Algo co-
mo lo que hace el objetivo cinematogr�-
fico, de cuyos gustos depende todo el
arte de int�rpretes y directores. As�, ya
se habla de instrumentos, de voces, de di-
rectores de orquesta, de m�sicas, en fin,
"fonog�nicos". Y en ese misterio de la
fonogenia vence la personalidad seduc-
tora del fon�grafo, ese maravilloso sabor
nuevo a cuya busca est�n ya condena-
dos todos los finos catadores de la fo-
nograf�a.
Jes�s Bal y Gay.
FON�GRAFO
COSAS DEL
rennidad, lo fugaz alcanz�, al fin, su li-
beraci�n y su vitalidad m�xima. Y hoy
lo que es de Hoy. Y ahora ya podremos
pedir "nuestra m�sica de cada d�a."
GEOGRAF�A. � El fon�grafo alcanza
una importancia geogr�fica tan grande
como las alcanzadas por el cine o el
avi�n. El nos hace comprender los "via-
jes alrededor de mi cuarto." No se pre-
cisa m�s que un disco y una aguja que
escrute en �l. Con eso, s�lo con eso, nos
vamos al lado de Chaliapin, de Mengel-
berg, de los Flonzaley, de Wada Lan-
dowska. Con eso, yo, lucense, bailo iman-
tado por los trombones de los "jazzs"
m�s cosmopolitas: Ted Lewis, Jack
Hylton, Pau Whiteman. Y con ego�
velador giratorio de un nuevo espiritis-
mo�llegan hasta m� los m�s l�ricos
muertos an�nimos de la raza negra.
NUEVOS VICIOS.�Estos placeres fono-
gr�ficos tienen mucho de para�so artifi-
cial. Son la morfina del porvenir. Mejor
dicho, de un presente de mucho porvenir.
El opio de los j�venes deportistas.
La aguja se ha modificado. Ya no per-
fora epidermis, ni sostiene bolitas somn�-
feras en t�rmicos ritos. La aguja hoy que-
da asimilada a la m�quina. As�ptica.
Inocua. Se limita a encender��rozando
con el disco�el fuego intrascendente de
estos pebeteros de m�sica. Y en un hu-
mo invisible y un aroma inidiro, nos lleva
a las m�s lejanas e �ntimas regiones.
ACERO Y MADERA.�"Todo es cues-
ti�n de agujas", dir� el buen fonografis-
ta. Y, en efecto, la aguja de acero, ter-
sa, brusca, optimista y sin profundidades,
nos llena la habitaci�n con torrentes ni-
quelados de luz diurna. M�sica un poco
a flor de disco o, si quer�is, de diafrag-
ma para afuera.
Pero utilizad luego la aguja de bam-
b�. Y ver�is c�mo la m�sica se vela de
morri�a, de saudade, de cafard, de
spleen, de dor, de jal, de bl�es (el fon�-
grafo es pol�glota), c�mo van naciendo
perspectivas con cuarta dimensi�n�como
selvas de ecos�y pobl�ndose de l�ricos
bamb�es. La voz del negro alcanza as�
m�s lejan�as y suavidades de esclavo.
Toda arista�r�tmica, mel�dica o arm�-
nica � sufre la suprema sincopaci�n�
s�ncopa de la s�ncopa, al borde de la
curva�de un biselado sentimental. En
fin, amigos; hincad la aguja de bamb�
sobre un disco cualquiera y la habita-
ci�n se os llenar� de sombras.
Es entonces cuando se alcanza el co-
raz�n de la "m�sica de c�mara."
M�SICA DE C�MARA.�El suoremo mi-
lagro del fon�grafo es tal vez este con-
vertir en m�sica de c�mara aun las m�s
colectivas m�sicas. Beethoven, Wagner,
todos los m�sicos que hayan podido so-
�ar con el templo de la M�sica, se con-
vierten en los seres m�s confidenciales
si se les coloca sobre la platina de un
fon�grafo. Alg�n d�a... Pero no profe-
A todos mis amigos de la
nueva masoner�a fonogr�-
fica.
Advertencia.�Ante un espejo, por
ejemplo, el salvaje se ciega a todo utili-
tarismo. Y se sobrecoge de terror sagra-
do. Esto, por mucho que presumamos,
nos ocurre tambi�n a nosotros cada vez
que tropezamos en un nuevo gran inven-
to. Pero nosotros enmascaramos todo lo
posible nuestras puras reacciones. Deci-
mos que "estamos de vuelta". Y hasta
lo creemos. Pero la verdad es que si no
somos tan ingenuos como los salvajes,
nos equivocamos, en cambio, tanto como
ellos. Porque, �c�mo reaccionar�amos,
todav�a hoy, ante la aviaci�n, la radio
o el cine? �Vislumbramos, acaso, un
verdadero y definitivo sentido? �No nos
sentimos todav�a presa de su misterio?
�Qu� significa, si no, nuestro entusias-
mo?
A estas preguntas contestamos siem-
pre con petulancia. Y la raz�n enmasca-
ra la reacci�n. Aunque, a la larga, �sta
se descubra.
Yo quiero, con las notas que siguen,
facilitar ese descubrimiento a los hombres,
que, dentro de unos siglos, se ocupen de
nosotros. Para ello dejar� en el m�s ab-
soluto automatismo todo el salvajismo
m�o, capaz de reaccionar ante el fon�-
grafo. Cerrar� los ojos al futuro. Me li-
mitar� al momento presente, sin pretender
adivinar las verdades venideras. Y, en
una palabra, "har� el indio" lo mismo en
la regi�n de la filarmon�a que en la de
la t�cnica musical, igual como hombre
que como m�sico.
Y, mientras, que contin�en equivo-
c�ndose todos esos que pretenden ha-
blar del fon�grafo desde un plano su-
penor.
Mi casa, conservatorio. � C�mo
han descendido las clases de Armon�a,
Composici�n, de Instrumentaci�n, de
Interpretaci�n.
Los m�s inteligentes y sensibles int�r-
pretes, al servicio de las mejores m�sicas,
est�n aqu�, al alcance de mi mano, su-
misos durante el d�a a mi capricho de
auditor. Las grandes orquestas de todo
el mundo, con los mejores directores, no
ocupan mayor espacio que un libro, que
el atlas, donde aprend� de chico geogra-
f�a. Esta habitaci�n abarca los m�s le-
janos confines del mundo filarm�nico y
se convierte en el m�s aireado y m�s se-
lecto conservatorio.
Hoy Y SIEMPRE.�Tambi�n el valor
"hombre" ha bajado r�pidamente. Aho-
ra ya no lloraremos con desesperaci�n la
muerte de los grandes int�rpretes actua-
les, puesto que todos tienen el cuidado
de pasar sus interpretaciones vivas por
delante de este aparato fotogr�fico para
m�sica. Con semejante triunfo de la pe-
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NUEVA ESPA�A
22
SOBRE BERNARD SHAW
tido de la realidad y de la insinceridad
del drama novelesco. Toma la natura-
leza humana puesta en escena por la ver-
dera naturaleza humana, mientras �sta es
su amarga s�tira. Y el resultado es que
cuando yo pongo en escena la verdadera
naturaleza humana, cree que me burlo de
�l... En realidad, escribo simplemente his-
toria natural, poniendo cuidado en ello".
Bernard Shaw ha utilizado la risa co-
mo un arma para imponer sus ideas re-
beldes, sus teor�as subversivas. Del mismo
modo que a los ni�os se les promete una
golosina para purgarles sin que protes-
ten, �l hace re�r al p�blico, y cuando
menos lo espera �ste, burla burlando, lo
sacude y lo inquieta con una idea pene-
trante, de esas que obligan a pensar al
m�s reacio o indiferente. Ha hecho con
los p�blicos, que tienen mucho de infan-
tilismo, lo que se hace con los ni�os: pri-
mero, la golosina; despu�s, el purgante.
Con raz�n ha podido escribir: "Si el p�-
blico ingl�s me hubiese comprendido, me
habr�a hecho beber la cicuta."
Hace de la s�tira el empleo m�s jus-
to y razonable, esto es, trata de mejorar
a las gentes poni�ndoles ante los ojos, en
el m�s descarnado rid�culo, las pasiones
bajas, los ego�smos peque�os, las accio-
nes rastreras. No rehusa como otros, por
temor a faltar al buen gusto, el poner en
la picota todo cuanto hay de delezna-
ble en la naturaleza humana.
�Cu�ntas cosas sagradas y respetadas
por la sociedad sufren un rudo vapuleo
al caer bajo el dominio de su pluma! El
honor caballeresco, por ejemplo, que ejer-
ce una influencia decisiva sobre tantos mi-
les de cabezas huecas, es para �l una de
tantas palabras pomposas, pero faltas de
contenido. �Qu� se entiende, entre la
gente, por una persona honorable? A
muchos les basta la riqueza para otorgar
este calificativo; otros designan como su-
jetos honorables a quienes pueden lucir
en el pecho un buen surtido de quinca-
ller�a reluciente; no falta, tampoco, quien
reputa como tales a farsantes de tomo y
lomo. Es demasiado grande el n�mero
de tontos y de serviles para poder tomar
en serio esas cosas. Hay jugadores del
"gran mundo", pongamos por ejemplo
de personas honorables, que ponen t�r-
mino a su vida por no poder pagar una
deuda de juego, de esas que se llaman
de honor. A esa farsa anacr�nica que es
el duelo, se le llama por otro nombre lan-
ce de honor. (Unamuno le llama ir�nica-
mente "honor de lance"). Y mientras el
desaf�o siga siendo cosa de caballeros se
dar� el caso peregrino de que un degene-
rado que sea un buen espadach�n, tendr�
m�s probabilidades de ser honorable que
una persona decente que no sepa tirar
las armas.
Cuando un sujeto seduce a una mu-
chacha y luego no se casa con ella, dice
la gente que est� deshonrada. Shaw dice.
te los ojos de los dem�s, sino como son
�ntimamente. El espectador comprende
en seguida que tiene ante s� seres aut�n-
ticos que hablan y obran como tales en
todo instante, aunque empleando una li-
bertad y un desenfado que, por desgracia,
a�n no ha llegado el momento de em-
plear en el trato con los otros. Reconoce
en aquellos personajes su propia intimi-
dad, y por eso, sabe que no son el pro-
ducto caprichoso de una mente arbitraria.
El autor de C�ndida sigue el mismo
procedimiento cuando presenta en sus
obras al personaje hist�rico; presenta
siempre; al hombre superior, ciertamen-
te, pero hombre al fin, a pesar de su su-
perioridad. Y as�, el Bonaparte de Los
despachos de Napole�n
se nos aparece
como un tipo extraordinario, sagac�simo,
pero profundamente humano y nada le-
gendario o sobrenatural. El C�sar de su
comedia C�sar y Cleopatra no es tam-
poco una figura altisonante y convencio-
nal, sino el hombre de poderosa inteli-
gencia y de voluntad rectil�nea, aunque
se ti�e las canas con un menjurje que le
prepara Cleopatra. A nuestro juicio, estas
figuras no pierden grandeza en el teatro
shawiano,, sino que, por el contrario, des-
pojadas de todo lo manido, se nos mues-
tran como superhombres, pero tambi�n a
veces como seres de carne y hueso, suje-
tos a la limitaci�n de la vida y enorme-
mente sugestivos por el h�lito humano que
se advierte entonces en ellos. El especta-
dor que asiste al teatro libre de prejuicios
y no lleva en la mente un clich� de estas
figuras hecho de antemano por otros, en-
cuentra admirable la labor de Shaw, que
consiste en ofrecer una visi�n del persona-
je legendario, desprovisto de la perspecti-
va hist�rica, obrando como debi� obrar en
la realidad de su existencia, y no como
un figur�n inexpresivo, sin calor de hu-
manidad. Pero, en cambio, el especta-
dor prejuiciado, sin independencia bastan-
te para concebir a los grandes hombres
de la historia de un modo distinto al que
le han ense�ado a priori, se desconcierta
y se indigna ante esta visi�n original.
Ya hemos dicho que en el teatro sha-
wiano encontramos con frecuencia junto a
lo c�mico lo serio, y que en un mismo per-
sonaje podemos encontrar la grandeza
confundida con la mezquindad. En Pig-
maly�n
preguntan a un vagabundo, que
tiene sus ribetes de fil�sofo: "Pero, hom-
bre, custed es un sinverg�enza o una
persona decente?". Y �l responde muy
serio: "Se�or, yo soy mitad y mitad, co-
mo todo el mundo."
"En mis comedias�dice�no se ver�
usted contrariado y aburrido por la feli-
cidad, la bondad, la virtud, o por el cri-
men y lo novelesco o cualquier otra ba-
gatela por el estilo. Mis comedias tienen
solamente un tema: la vida; y una sola
cualidad: el inter�s en la vida. Pero el
aficionado al teatro ha perdido todo sen-
II
No es f�cil decir si las piezas teatrales
de Bernard Shaw pueden calificarse expre-
samente de dramas o de comedias, por-
que en ellas se confunde, a veces, lo c�mi-
co con lo serio y hasta con lo tr�gico.
Ha clasificado sus comedias en dos gru-
pos: piezas agradables y piezas desagra-
dables. Algunas de estas �ltimas pueden
parecer ligeras y hasta divertidas a un
espectador que no sea capaz de ahondar
en la intimidad de los personajes.
En el prefacio de "Non Olet" explica
por qu� llama a esta comedia desagrada-
ble. "La califico as�dice-�porque en
ella presento a la respetable burgues�a y
a su refinada prole ceb�ndose en los po-
bres como las moscas se ceban en la ba-
sura."
Observador sagaz, anatomista h�bil e
implacable, se abre paso con el escalpe-
lo hasta llegar al fondo del alma huma-
na, que apenas tiene secretos para �l. Los
m�viles que determinan los actos de''
hombre son bien conocidos por el drama-
turgo. Esta observaci�n profunda y mi-
nuciosa de las personas le ayuda a pre-
sentar a �stas en sus comedias con un rea-
lismo tan abultado y crudo, que contras-
ta violentamente con la realidad conven-
cional, tan f�cil de hallar en las obras
de otros dramaturgos. Porque la verdad
es que en el teatro se representan con har-
ta frecuencia tipos y escenas de la vida
social, que es una vida falsa, en la que
aparecen las personas, no como son en
realidad, sino con su verdadero tempera-
mento velado y deformado por el pre-
juicio y la hipocres�a. Esta es la gran di-
ferencia que existe entre la realidad que
suelen mostrarnos la mayor�a de los dra-
maturgos y la realidad que nos ofrece
Shaw. De aqu� tambi�n que ciertos cr�-
ticos reputaran como falsa la visi�n que
Shaw tiene de la vida, sin pararse tal vez
a considerar que sus personajes no son
mu�ecos movidos por los convencionalis-
mos sociales, sino seres instintivos, que se
expresan libremente y que han roto toda
relaci�n con los prejuicios tradicionales.
En su teatro no aparece el hombre di-
vidido folletinescamente en dos grupos: el
de los �ngeles y el de los diablos; el de
los buenos sin tacha y el de los malos
hasta la monstruosidad. Bien sabe �l que
la realidad no es esa, y que en todo in-
dividuo se d� con frecuencia el claroscu-
ro. Por �sto vemos c�mo sus personajes
son buenos en ocasiones, mezquinos en
otras, generosos y apacibles a ratos y a
ratos tambi�n, interesados y violentos.
Pero siempre sinceros. Son criaturas fiel-
mente copiadas del natural y despojadas
del pesado lastre de las rutinas sociales.
Es decir, que Bernard Shaw trasplanta
a sus comedias, con un verismo portento-
so, hombres y mujeres vivos, de carne y
hueso, mas no como suelen presentarse an-
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NUEVA ESPA�A
23
proclamar�n con orgullo a los cuatro
vientos su "inmoralidad" y su "cinis-
mo."
No faltan cr�ticos exquisitos ni estetas
refinados que encuentran el teatro sha-
wiano excesivamente doctrinario -y falto
de arte y poes�a. Hay que ser un poco
miope para ver las cosas de este modo.
Porque Bernard Shaw ha sabido sortear
h�bilmente, en la mayor�a de los casos,
gracias a su genio, el escollo que supone
siempre la tendencia doctrinal y morali-
zadora que suele descubrirse en sus obras.
Pero, �puede afirmarse que �stas son an-
tip�ticos tratados de moral indigesta? Es
indudableque, en �ltimo t�rmino, el teatro
de Bernard Shaw llena cumplidamente
el fin de todo teatro bueno: deleita, ense-
�a, hace sentir y, sobre todo, pensar.
Francisco Pina.
gimen socialista, sin vagos ni par�sitos,
y en el cual el hombre, por medio de su
trabajo, debidamente remunerado, se des-
envuelva bien en el aspecto econ�mico.
La sociedad actual padece dos enferme-
dades mortales: la memez y la hipocre-
s�a. Los m�s inmorales acaparan la mo-
ralidad y cometen a su amparo toda clase
de desafueros. En un r�gimen capitalista,
es el m�s bajo inter�s lo que motiva la ma-
yor�a de los actos, y cada cual busca ex-
clusivamente su medro personal. Precisa
atenuar ese ego�smo mezquino, ya que no
parece posible eliminarlo por completo.
Hay que buscar y desear la lucha, pero
en otras condiciones, sin antifaces, de una
manera m�s noble y franca que la ac-
tual. Pero mientras las caretas no cai-
gan y siga el reinado de la farsa y de
la hipocres�a, todos los esp�ritus sinceros
a prop�sito de �sto, en su comedia Hom-
bre y superhombre:
"Cuando esta mujer
cumple con el fin para que fu� creada,
dec�s que ha perdido su honra. Le ce-
rr�is todas las puertas cuando, precisa-
mente, deb�as abr�rselas. Y aunque sa-
b�is que el seductor es un canalla, que-
reis que se case con ella aunque la haga
desgraciada, porque lo �nico importante
para vosotros es quedar bien con la so-
ciedad y lavar esa mancha ca�da en
vuestro honor... Pues bien; yo os digo
que �so es inhumano y que est�is remata-
damente locos."
Bernard Shaw nos dice a lo largo de
su obra, entre otras muchas cosas: la mi-
seria es desagradable. El peor delito que
puede cometer un hombre es resignarse
cobardemente a ser un andrajoso. Hay
que llevar a la sociedad presente a un r�-
■iiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiw
Inteligencia y Trabajo
por Antonio Abaunza
ci�n del individuo y de la especie�se abri-
ga en los instintos de conservaci�n y de re-
producci�n. N�cleo que brinda�por su
uniformidad, una formulaci�n biol�gica del
comunismo.
El hombre concreta en el tiempo este
instante del orto intelectual. Es el mito de
la serpiente que nos franquea el sendero
del bien y del mal, s�mbolo exacto del de-
seo de ser fuertes, �"como dioses"�,
que late en el fondo del ser humano. De
esta forma se resume en un instante cr�ti-
co, la evoluci�n conseguida por la labor
de siglos. La diferenciaci�n intelectual
acusa potentemente la personalidad�en
el sentido individualista�-y el equilibrio
instintivo desaparece, dando lugar a la
lucha por su supervivencia. Y es Jehov�
quien lanza la maldici�n eterna a la lu-
cha que se inicia: "Ganar�is el pan con
el sudor de tu frente", especie de tributo
que el hombre paga.al resto de las formas
biol�gicas, cuya existencia transcurre en
el nirvana del "no conocer". Y el pecado
original, de ser inteligente (en un sentido
conceptual), "de verse desnudos", es lo
que le hace temblar al hombre, al o�r la
voz acusadora de su conciencia que per-
cibe oscuramente las fronteras de su poder,
en un l�mite finito: columnas que sostie-
nen el "non plus ultra", m�s all� de las
cuales se agotan las fuerzas humanas en
la creaci�n de lo divino.
Es por esta raz�n que la inteligencia
maldice el trabajo. Sobre todo, �c Por-
qu� no �nicamente?�el trabajo que ne-
cesita de la cooperaci�n intelectual. Y
entre los maldicientes hemos de compren-
der sobre todos; a aqu�llos�la mayo-
r�a�que no poseen por insuficiencia ex�-
gena o end�gena, una capacidad nece-
saria de lucha.
En ese batir incesante entre lo que so-
mos y lo que queremos ser, nuestros instin-
Nunca he cre�do que pudiera armarse
una argumentaci�n defensora del socia-
lismo comunista, apoy�ndose en los co-
nocimientos que la Biolog�a nos presta.
Ciencia de jerarqu�as, de valorizaci�n de
planos, de cristalizaci�n de fases distin-
tas y distantes en el continuo devenir de
la materia viva, la Biolog�a reconoce la
desigualdad como fuerza de ley al crear
las diversas especies y los diferentes in-
dividuos. Y el sacrificio del m�s d�bil
converge al fin primigenio del destino del
m�s fuerte. Es la selecci�n natural que
permite la supervivencia de las minor�as.
El momento comunista de la humani-
dad�si lo hubo�pas�. Quiz�s fu�
cuando en la mentalidad primitiva no
hab�a hecho a�n su aparici�n la influen-
cia diferenc�adora del intelecto, cuando
los hombres viv�an en un. estado de hor-
das sin organizar, como quiere Wundt.
Quiz� entonces vivieron los humanos el
ideal comunista en su sentido m�s pr�s-
tino. La psiquis de los hombres respond�a
a un contenido "standart", integrada �ni-
ca y exclusivamente por valores instintivos.
Valores instintivos que forman el n�cleo
central de la personalidad y que en el
desenvolvimiento hist�rico de la humani-
dad, se van rodeando de diferentes es-
tratos, que decant�ndose en el transcurso
del tiempo, dan lugar a las formas m�s
puras del pensamiento humano, tan di-
versas en su conjunto/Estos diferentes es-
tratos que adquiere la especie a trav�s
de los individuos�de las generaciones�
marcan el momento de la dehiscencia de
la humanidad, de los moldes de vida ins-
tintiva�y por ende de los moldes comu-
nistas. La inteligencia se convierte de esta
forma en el colaborador m�s poderoso de
los instintos. Y es que no podemos olvidar
que la raz�n de ser biol�gica que anima
la finalidad de todo organismo�en fun-
tos y nuestra inteligencia se encuentran
del lado de ac� y del lado de all� de la
l�nea divisoria entre el placer y el deber,
es decir, el dolor. Nuestros instintos bus-
can satisfacerse empleando el camino del
menor esfuerzo, camino que muchas ve-
ces se halla cortado a pico por la reali-
dad. Y as� como el hombre inteligente in-
tenta salvar esta soluci�n de continuidad
tejiendo un puente con la malla de su
trabajo, el hombre d�bil o se detendr�
al borde del abismo, o seguir� corriendo
a estrellarse contra el acantilado de la
otra orilla, de la realidad. Cuando no, se
aprovechar� del esfuerzo ajeno.
Y el burgu�s, satisfecho, pasear� sus
instintos sinti�ndose potente. Sentimiento
falso, tras cuya m�scara se alberga un
esp�ritu mediocre. Pero el fin biol�gico
est� cumplido.
Por eso el socialismo comunista est�
situado m�s alia del terreno de la Biolo-
g�a, en el de la Inteligencia. Y si en la
evoluci�n progresiva de la Humanidad,
consigue el hombre -�ing�nere� poten-
cializar su inteligencia hasta colocarla
al margen de sus tendencias instintivas,
aunque a su servicio (como la m�quina
que arrastra los vagones), aquel instan-
te ser� quiz� el segundo momento hist�-
rico comunista del mundo, momento his-
t�rico intelectual, como biol�gico fu� el
primero.
Habr� llegado el instante en que el
hombre funda el sentimiento de placer
en el determinismo del deber. Inteligen-
cia reservada hoy a una minor�a de hom-
bres fuertes.
Junio de 1930.
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NUEVA ESPA�A
24
P?K quince r�a internacional
ciones, nos brinda la ocasi�n de procla-
mar que en modo alguno puede �sto sig-
nificar que tales obst�culos son invenci-
bles; que no puede un d�a la India reali-
zar cierta forma de uni�n pol�tica, ca-
paz de introducir un orden elemental en
aquel inmenso mosaico de razas, religio-
nes, castas, clases e intereses, tan diver-
sos y hoy menudo antag�nicos.
Los adversarios de la libertad para la
India ven�an repitiendo que no era po-
sible all� la aplicaci�n paciente y siste-
m�tica de medidas pr�cticas, emp�ricas
si se quiere, m�s atentas a la realizaci�n
de un progreso cotidiano que a la teo-
r�a r�gida y absoluta del todo o nada.
Los datos recogidos por la Comisi�n Si-
m�n demuestran la falsedad de tal aser-
to. En condiciones muy dif�ciles han la-
borado los indios dentro del marco ad-
ministrativo establecido en 1919, y que
les brind� la posibilidad de tomar parte
�una parte condicionada, pero crecien-
te�en el gobierno de su pa�s. No cabe
ya pretender que los pueblos de la In-
dia son incapaces de gobernarse por s�
mismos, si bien se puede admitir la ne-
cesidad de profundas modificaciones y
mejoras en su estructura social para que
su gobierno aut�nomo sea una realidad
con probabilidades de �xito.
Los imperialistas brit�nicos que ha-
cen hincapi� en la diversidad �tnica, so-
cial y religiosa de la India para negarle
toda capacidad de evoluci�n deber�an
tener presente que su propio pa�s, y m�s
a�n el Imperio brit�nico, no se ha edifi-
cado en una sola etapa y como perfecta
unidad nacional, sino lenta 'y paulati-
namente, por gradual ajuste de institu-
ciones, al comp�s de su propia evoluci�n
interna. Y no olvidar que la libertad de
la India es una necesidad ineludible, cu-
ya satisfacci�n conviene ayudar y no im-
pedir�evitando de a�adir barreras ex-
ternas y artificiales a las internas que la
existen naturalmente�en bien de la In-
dia, del propio Imperio brit�nico y de la
paz del mundo.
mo, que ha de ser publicado el d�a 24
de este mes; pero desde ahora se sabe
que han sido redactadas, lo mismo que
el resto de la Memoria, con unanimidad
total de sus miembros. Es �sto un hecho
notable, y que permite considerar ade-
m�s la actitud adoptada por la Comi-
si�n Sim�n como un reflejo exacto de
la actitud del pueblo ingl�s en conjunto,
frente a los graves problemas planteados
a la vez para la Gran Breta�a y para
la India.
Sin que podamos hacer aqu� un an�-
lisis detallado de los puntos^ m�s salien-
tes de la Memoria publicada se�alare-
mos que en primer lugar se reitera en
ella la declaraci�n formal de que al fin
de la pol�tica inglesa en la India ha de
ser la realizaci�n progresiva de un go-
bierno responsable y aut�nomo, como
parte integral del Imperio brit�nico: es
decir, el pleno Estatuto de Dominio. Pe-
ro se a�ade que esta autonom�a "s�lo
puede ser lograda por etapas progresi-
vas."
Los motivos que inspiraron esta ad-
vertencia se desprenden de la detallada
descripci�n subsiguiente que se hace del
estado en el cual se encuentran hoy d�a
los pueblos de la India. La pobreza y
el analfabetismo en que se hallan en su
mayor�a, en brutal contraste con la cul-
tura refinada o la fabulosa opulencia de
una minor�a �nfima en n�mero; el esta-
do de semi-esclavitud de las mujeres; las
rivalidades y disensiones entre musulma-
nes e indost�nicos y el sistema de castas
son otros tantos obst�culos al progreso,
cuya desaparici�n depende ante todo de
los mismos indios, en opini�n de la Co-
misi�n. Esta, reconociendo la importan-
cia capital de_ la influencia de la mujer
en todos los aspectos de la vida social,
declara adem�s que "la clave del pro-
greso se halla en manos del movimiento
femenino en la India, y los resultados a
que puede llegar son incalculables. No
es exagerado decir que la India no po-
dr� alc�zar la posici�n a que aspira en
el mundo hasta que sus mujeres desem-
pe�en el papel que les corresponde co-
mo ciudadanos instruidos."
En estas columnas, y combatiendo la
actitud�que juzg�bamos un tanto pue-
ril y sentimental�de ciertos comentaris-
tas bienintencionados, hubimos de recor-
dar la existencia de aquellas barreras,
que todav�a separan a la India de su
anhelada, de su necesaria libertad, m�s
acaso que la voluntad dominadora del
imperialismo brit�nico.
Pero la memoria de la Comisi�n Si-
m�n, con el resultado de sus investiga-
EDITORIAL
LA LIBERTAD DE LA INDIA
Cuando por la fuerza misma de las
cosas la campa�a de resistencia pasiva
se ha convertido en una lucha sangrien-
ta en la India, aparece el primer tomo
de la Memoria redactada por la Comi-
si�n Sim�n. Es �sta, como se sabe, una
Comisi�n parlamentaria, formada por re-
presentantes de los tres partidos ingleses:
dos liberales (su presidente, Sir John Si-
mon, y su asesor financiero, Sir Walter
Layton), cuatro conservadores (Lordi
Burnham, Lord Strathcona, el coronel
La�e Fox y E. C. G. Cadogan) y dos
laboristas, ambos miembros del actual
Gobierno (el comandante Attlee y Mr.
Hartshorn). Fu� instituida en cumpli-
miento de la promesa hecha en 1919,
cuando al introducir las reformas admi-
nistrativas en la India qued� estipulado
que a los diez a�os se nombrar�a una
comisi�n para que examinara los resul-
tados alcanzados por dichas reformas y
la posibilidad de ampliarlas y extender-
las.
En la India se critic� severamente la
composici�n de este organismo, porque
no inclu�a ning�n indio. La respuesta bri-
t�nica fu� que ello no hab�a sido posi-
ble, por tratarse de una comisi�n parla-
mentaria; que por otra parte su misi�n
hab�a de limitarse a investigar y aconse-
jar, y que se dar�a toda clase de facili-
dades a la opini�n india para expresar-
se antes de tomar decisi�n alguna. Tal
respuesta no satisfizo a los nacionalistas
indios, que organizaron el baycot de la
comisi�n. La Asamblea Central y el
Parlamento de las provincias centrales se
negaron a nombrar un comit� para co-
laborar en su labor. Los otros ocho Par-
lamentos de la India, sin embargo, as�
como el Consejo de Estado, cooperaron
con la Comisi�n Sim�n.
En el curso de sus dos viajes a tra-
v�s de la India, este grupo de hombres
de buena voluntad ha recorrido cerca de
35.000 kil�metros; ha estudiado en sus
menores detalles la vida del pa�s, en el
campo y en las ciudades; ha analizado
las condiciones sociales y pol�ticas rei-
nantes en aquel vasto continente, que se
extiende desde las nieves perpetuas has-
ta las selvas y los mares tropicales; y pu-
blica ahora en su Memoria el resultado
de su dilatada investigaci�n. Sus conclu-
siones s�lo aparecer�n en el segundo to-
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NUEVA ESPA�A
H
lares de beneficio para cada una de las
1.372.108 acciones, contra 7 d�lares 91
para cada una de las 1.363.993, accio-
nes, en 1929.
La Warner espera realizar un be-
neficio para cada una de sus 2.601.211
acciones de 7'12 d�lares contra 6,34 en
el �ltimo ejercicio.
Como se puede ver, el problema del
cine americano, no es un problema de
propaganda (aunque usen el "film" para
hacerla) ni de idioma, sino industrial.
Por eso, al pretender luchar contra el ci-
nema yanqui, hay que tener en cuenta lo
serio de estas cifras, que no se pueden
batir con cuatro discursos.
Jos� de la Fuente.
CINEMA, INDUSTRIA
El cinema re�ne todas las cualidades
favorables para ser meramente una in-
dustria. La fabricaci�n de "films", ne-
cesita tales capitales, que se aleja del al-
cance de cualquier buen artista, para
caer en manos de los financieros.
Si en las pel�culas hay alguna parte
art�stica, es solamente la necesaria al ne-
gocio, la que justifica los precios altos en
las localidades, y, por lo tanto, la que
hace subir la cotizaci�n de "films" entre
los empresarios de salas de exhibici�n.
En �ste, como en todo gran negocio,
los americanos van. a la cabeza. El cine-
ma es la cuarta industria de los Estados
Unidos y el capital invertido en ella es
de 2.600 millones de d�lares.
Los datos num�ricos que siguen est�n
tomados de la revista inglesa "The Eco-
nomist" y servir�n para darse perfecta
cuenta de lo que significa para la indus-
tria estadounidense, el cinema.
En estos Estados hay 22.600 salas de
cinema, que hacen unas entradas anua-
les de 800 millones de d�lares.
Las casas m�s importantes, en cuanto
a la altura de cotizaci�n de sus acciones
son Paramount, Fox, Warner Bros y
Loew's Inc., y la rapidez con que han
aumentado los beneficios de dichas casas
en el transcruso de los �ltimos a�os, se ex-
presa en el siguiente cuadro:
rante todo el a�o el beneficio por acci�n
de 7 d�lares, correspondiente a este pri-
mer trimestre, los beneficios netos del a�o
1930, ser�n de 22.794.653 d�lares, con-
tra los 15.544.544 en 1929.
Los beneficios de la Loew, para el pe-
r�odo de 28 semanas, terminado el 14 de
marzo, han sido superiores en un 59 por
100 a los del per�odo correspondiente del
a�o precedente y se cree que para el 31
de agosto, se habr� llegado a los II d�-
1929
1927
1928
Paramount. . .
8.057.998
8.713.063
15.544.544
Warner Bros.
30.427
2.044.841
14.514.62
Loew's Inc. .
6.737.205
8.568.162
11.756.956
Fox Film. . . .
3.120.557
5.957.218
9.469.058
Norma Shearer y Chester Morris en una variaci�n de la escena del balc�n para una pr�xima pel�cula rde la Metro-Coldwyn-Ma-
yer, dirigida por Robert Z. Leonard, y en la cual Norma Shearer ser� la estrella.
Estas cifras se cuentan en d�lares. N�-
tese que la que ha aumentado en ganan-
cias en mayor proporci�n ha sido la casa
Warner, lo que se debe, sin duda, a la
preponderancia del cine sonoro, que ella
fu� la primera en introducir, tomando con
este motivo patentes de algunos aparatos.
Desde el punto de vista de las cotiza-
ciones, la que alcanz� m�s altura en 1929,
fu� la Fox Film, que lleg� a 105 5/8,
con un beneficio por acci�n de 10,29
d�lares, contra 6'34 por parte de la Pa-
ramount, y Warner y 7*91 la Loew.
El curso actual ha hecho bajar a la
Fox m�s del 50 por 100. Las cotizacio-
nes de las otras casas tambi�n han des-
cendido, excepto las de Loew, que han
ascendido de 84 1/2 en 1929, a 91 1/2
en 1930.
Los beneficios netos de Paramount
durante el primer trimestre del a�o ac-
tual, han aumentado en un 86 por 100
sobre los del mismo per�odo del a�o pa-
sado. El capital emitido por esta casa,
ha sido llevado a 2.685.313 acciones a
3.256.479, por lo que si se mantiene du-
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Nueva espana
26
dicado principalmente al estudio del De-
recho positivo, el profesor Triepel, pro-
nunciaba, entre otras, las siguientes pa-
labras: "Los juristas sentimos hoy el
error de nuestros abuelos, que renegaron
de la Filosof�a, quedando sumidos en un
marasmo de art�culos y p�rrafos, des-
provistos de todo sentido, en una situa-
ci�n ca�tica. Desde todos los campos del
Derecho se clama hoy pidiendo el retorno
a la filosof�a jur�dica... No perdamos de
vista el siguiente dilema: o continuar de-
generando o emprender el camino filos�-
fico, especialmente el metaf�sico."
Afortunadamente para la ciencia jur�-
dica, hace ya a�os que varios profesores
se levantaron contra el positivismo en-
tonces imperante, y lograron destacar la
importancia de la disciplina filos�ficoju-
r�dica.
Entre estos profesores, casi todos ger-
manos, ocupa un prestigioso lugar el la-
tino G. del Vecchio, que, no obstante
haberse inspirado en concepciones centro-
europeas, ha sabido desprenderse de al-
gunos de sus r�gidos formulismos, crean-
do un sistema filos�ficojur�dico de pro-
funda originalidad.
Para el profesor de Roma, la Filosof�a
la construcci�n del concepto universal
del Derecho ha de abarcar tres facetas:
del Derecho, de los ideales de justicia
y la parte fenomenol�gica, o que trata de
los conceptos universales del Derecho po-
sitivo.
En este primer tomo se estudia la pri-
mera faceta, es decir, construcci�n de un
concepto objetivo del Derecho, indepen-
diente, por tanto, de su fin (portedeonto-
« Angel Ganivet», por Quintiliano Sai-
da�a.
Viva y palpitante ten�amos ya todos
esa vida recia y fuerte que nace de los
libros de Angel Ganivet. Porque ellos
fueron preludio y norma de actuales ge-
neraciones, que guardan un recuerdo y
conocen un camino iniciado por �l.
Pero�cPor 9Uno decirlo?�una vaga
niebla de misterio, de puntos oscuros, de
tragedia sin claros, cercaba esa gran fi-
gura granadina.
Espa�ol, con el coraz�n hecho de Es-
pa�a, de esa Espa�a que era, como �l,
mitad europea, mitad semita, con per-
files �rabes, sent�a como no ha sentido
nadie el sentimiento de la patria perdi-
da en lejanas aventuras marineras.
Finales del siglo XIX. Granada. Gra-,
nada la bella, tan llena de recursos de
la mejor Espa�a. Pico del Muley Ha-
Zem, pura nieve blanca y palmeras en
el valle. Lucha y contradicci�n del pai-
saje, de la nieve y del sol. Y all�, en una
calle apartada, un ni�o sue�a en cosas
lejanas, presiente en el horizonte tierras
de Africa( tierras calientes de �frica, tie-
rras de moros y acaso en luchas guerre-
ras o, mejor, en abrazos fraternos, cor-
diales.).
Luego, adolescencia atormentada por
el atavismo isl�mico, por la educaci�n
m�s fina, m�s europea. Recia voluntad
y esa tristeza m�stica de nuestros puros
m�sticos, de Santa Teresa y de San Juan
de la Cruz. Turbulencia de trabajos, de
ideas, de energ�as vitales.
Y, al fin�granadino�.c�nsul en Am-
beres, en Helsingfors, en Riga. Acaso
los paisajes n�rdicos influyeron m�s de
lo que se piensa en el tr�gico fin de
Angel Ganivet.
Y hoy� 1930�, un acabado dibujo de
la vida de este pensador espa�ol. Su au-
tor, Quintiliano Salda�a, profesor de la
Universidad de Madrid, que act�a tan
civilmente en la verdad del momento.
El vac�o de los detalles, de los meno-
res detalles��tan significativos!�, no
se ha llenado hasta que este libro apa-
rece. Reconstrucci�n, no solamente sen-
timental, de toda su vida, tan llena de
ejemplos. De ejemplos que hay que des-
cifrar, que aclarar y presentar como ban-
deras a las preocupaciones de hoy.
Salda�a ha Iog�ado hacer revivir esta
figura andaluza, que tiene para nos-
otros, ahora, un prestigio m�s: el de su
tormento continuo, el de hombre que-
mado para siempre en su hoguera espi-
ritual.
Clara y completa disecci�n, cap�tulo
por cap�tulo, aspecto por aspecto, nos
presenta a Ganivet en su total persona-
lidad. Ganivet, como Larra�reiterada-
mente comparados por el autor�, como
el mismo �spronceda, tiene una de sus
mejores obras�no la m�s conocida�en
sus horas, en sus d�as, en sus aventuras.
En su existencia. En sus viajes y en su
vivir cotidiano.
Ahora, gracias al profesor Salda�a, po-
demos ponernos en contacto directo con
Ganivet. Lo vemos, hombre, viviendo a
nuestro lado, viviendo en tumulto las
preocupaciones humanas. �Qu� tristeza
da el alejamiento, la vida s�lo en los
libros, cuando no hay una buena biogra-
f�a que incorpore al escritor a la vital
manifestaci�n del d�a!
Espa�a se une al Mundo en este deseo
de exaltar figuras poco estudiadas o es-
tudiadas en parte solamente, con este
libro tan lleno de sugerencias.
Salda�a�como Andr� Maurois�ha
acertado en ese g�nero��tan dif�cil!�
de reconstruir mentalidades, esp�ritus, vi-
das de hombres oscurecidos acaso un poco,
por su nombre glorioso y por sus libros
aun vivos. Pero apagados ya en sus in-
timidades, en sus motivos, que, al fin,
son siempre causas determinantes de ellos.
A. C.
«Filosof�a del Derecho», por el profesor
Giorgio del Vecchio.
Introducci�n,
pr�logo y extensas adiciones por el
profesor Luis Recas�ns Siches. To-
mo 1.
-En la apertura del curso de 1926 de
la Universidad de Berl�n, un jurista, de-
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y aspectos (Derecho justo e injusto, ob-
jetivo y subjetivo, positivo y consuetudi-
nario...) y de los rasgos comunes en di-
versas �pocas y lugares.
Se trata, por tanto, de determinar la
cualidad formal del Derecho. �C�mo lo
consigue Del Vecchio? El Derecho cons-
tituye, en primer lugar, un criterio de
valoraci�n de las acciones humanas; este
criterio de valoraci�n nace de la Etica,
pero de la Etica surge tambi�n la Moral;
es preciso, por tanto, hallar los rasgos
distintivos entre ambas ramas. Del Vec-
chio los concreta en las siguientes pala-
bras: "El Derecho constituye la Etica
objetiva, y, en cambio, la Moral, la Eti-
ca subjetiva." O, lo que es lo mismo, la
Moral trata de las relaciones del sujeto
con �l mismo, mientras el Derecho est�
encargado de las relaciones entre varios
sujetos, buscando la coordinaci�n entre
ellos.
Con arregla a esto, el Derecho es defi-
nido diciendo que es la coordinaci�n ob-
jetiva de las acciones po'sibles entre va-
rios sujetos, seg�n un principio �tico que
los determina excluyendo todo impedi-
mento.
Otros interesantes aspectos jur�dicos
son tratados tambi�n en este primer to-
mo; pero su consideraci�n escapar�a a
los l�mites impuestos a esta nota biblio-
gr�fica.
En la edici�n espa�ola de este libro,
tanta parte como el propio Del Vecchio
ha tomado el profesor Recas�ns Siches,
al avalorarlo con sus amplias notas. De
la juventud y profusi�n de trabajos de
este profesor puede decirse que la patria
de Su�rez, Vitoria, Soto, Menchaca,
etc�tera, est� camino de ocupar un pri-
mer puesto en el cultivo de esta disci-
plina.
Las notas puestas al frente del libro
que estamos rese�ando son completado-
ras de los aspectos tratados por Del
Vecchio, atrayendo los ojos del lector al
escenario de la ciencia jur�dica europea
y haci�ndonos as� comprender la posici�n
y el papel del profesor de Roma frente
a las actuales directrices de la ciencia
filos�ficojur�dica/
La mayor�a de la obra de Del Vecchio
era ya conocida en Espa�a, a trav�s de
las traducciones. Por esto mismo tiene
mayor inter�s para nosotros este libro
cumbre y s�ntesis de su labor.
M. Garc�a Pelayo.
«Benjam�n Zarn�s», Teor�a del Zumbel
Desde "El profesor in�til" ac�, han
sucedido muchas cosas fuera y dentro de
Jarn�s. Fuera, la evoluci�n, fractura y
desmembramiento de los grupos literarios,
el tr�nsito del grupo a las individualida-
des (porque todos sabemos que las espi-
rales de los grupos se han trocado en ver-
ticales individuos). �Es que el Jarn�s
de "El profesor in�til" no era ya un in-
dividuo? S�, lo era, y de los que augura-
ban de modo m�s firme la conquista de
la plena individualidad. Queremos decir
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que si el Jarn�s de dentro ten�a ya vida
propia y caracter�stica, si ve�a ya frente
a �l la embocadura de los caminos f�rti-
les que, palmo a palmo, sobre sus ruedas
de artistas, iba a recorrer, el Jarn�s de
fuera estaba en ese momento del escritor
en que trata de imponer a la vida la nor-
ma de conducta que corresponde a su
�ntima din�mica, a su desplazamiento se-
creto... Hoy, dentro de Jarn�s, a m�s
de la ambici�n�y bienvenida sea�del
camino porvenir�porque se trata de un
escritor fecundo�ha de experimentar el
descanso de la trayectoria recorrida, del
deber cumplido; y Jarn�s cumple consi-
go mismo y con la literatura del modo
m�s firme y consciente.
La vida, se puso a su servicio desde "El
convidado de papel". Como la vida se
puso llenamente, plenamente, al servicio
de Antonio Espina con "Luna de copas '
y con "Luis Candelas". Me complace
aludir al paralelismo de estos dos escri-
tores, en pleno reinado de sus facultades,
que nunca se podr�n encontrar por ser
ambos�cada cual�originales e indepen-
dientes y, sobre todo, por ser libres en
absoluto y verdaderos profesionales de
la literatura,
en toda la extensi�n y res-
ponsabilidad de la palabra.
En "Teor�a del zumbel" ha. llegado
Jarn�s a la plena pr�ctica de su t�cnica,
� la gran t�cnica de su pr�ctica. Las im�-
genes suyas, de otros libros, que suelen ves-
tir los trajes certeros de las excursiones de
su estilo, no saltan, desordena das por re-
volucionarias, como en otras ocasiones, in-
tentando sacar la cabeza por encima del
raso de la acci�n, sino que, incrustadas en
la materia fundamental de la novela, ha-
cen causa com�n con �stas y logran el to-
do brillante y pulimentado. Estamos en la
Edad de la Novela pulimentada y Jarn�s
es investigador de esa edad.
Los personajes de Jarn�s no creo dejen
de ser humanos nunca. Al ba�arlos en su
est�tica, �l, que es el director de ellos, los
ha ense�ado a moverse y a accionar, les
ha suministrado ademanes que, a veces,
son peculiares suyos. Pero �l se ha dado
cuenta de ello y no ha querido quedarse
entre bastidores�esos bastidores de teatro
nuevo, que va teniendo la novela�. Co-
mo escritor y hombre consciente que es,
le gusta "dar la cara" y sin ning�n aspa-
viento ni truco, con naturalidad, sale en su
traje corriente�a enfrentarse con los per-
sonajes y act�a en la novela. Jarn�s se
asoma a su novela y pasea por ella esta
vez. �Para qu�? Para someter a interro-
gatorio a las personas que le interesan,
para enterarse de su modo de pensar, para
descubrirlos con sus propios ojos y quitar
el velo que los oculta a los ojos del lector.
Y �sto, adem�s de todo, es una buena ac-
ci�n que el lector agradece y el lector, a
m�s de ser amigo de sus personajes, resul-
ta amigo personal del autor...
La originalidad de "Teor�a del zumbel"
es la misma que la de sus obras anterio-
res, pero m�s destacada, m�s acusada,
porque Jarn�s, con s�lo seguir la pen-
diente hasta ahora subida, llegar� a una
indudable cumbre. En cuanto a la de-
coraci�n, hay como en otra novela an-
terior de �l, un balneario. Un balneario
tan rom�ntico como el primero o m�s ro-
m�ntico a�n. A partir de �l, se mueve
el amor, el Amor de todas las novelas de
Jarn�s, porque �l ha dado un ment�s a
sus detractores�si es que los hay�sien-
do humano, porque la inteligencia^es una
cualidad humana. Quiz�s sea por pudor
por lo que no haya dejado el grifo dema-
siado abierto eh su obra. Prueba de ello
es que lo suelta a discreci�n en sus con-
ferencias.
Antonio de Obreg�n.
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NUEVA ESPA�A
28
la Tierra
fusi�n presentes. Y no es �ste un fen�-
meno exclusivamente espa�ol, porque la
estructura ps�quica del alma juvenil pug-
na, lo mismo en Espa�a que fuera de
ella, con la estructura ego�sta y cerril de
las organizaciones legales de Europa y
Am�rica. La juventud sabe que es tan
sustantiva, tan leg�tima, como la edad
adulta o la vejez; no una edad de tr�n-
sito, sacrificada a una madurez sin ge-
nerosidad, sin aliento. Su profundo ins-
tinto�que compensa con exceso la ex-
periencia desmoralizada del adulto� y
su inocencia, las coordenadas de su con-
ducta, son quienes la hacen temible, por
que la llevan, indefectiblemente, a los
hitos finales. Trotski ser�a inofensivo si
en el mundo no quedaran vehemencia y
pureza: es decir, juventud.
Trotski y
por OTERO ESPASANDIN
A Trotski es preciso compararlo con
patrones astron�micos, si no queremos co-
rrer el riesgo de falsear su traza cicl�-
pea. Y a�n as�, quedamos a salvo de la
hip�rbole. Su articul�, publicado hace
poco en NUEVA ESPA�A nos demuestra
lo peque�a que la Tierra resulta para
alojarlo en su superficie. Llega a esta
consecuencia sin que podamos sorprender
en su razonamiento un atisbo de vanidad,
ni de vencimiento tampoco. Su tremenda
firmeza, lograda paso a paso, en una
evoluci�n heroica, es justamente, la que
le nimba de esa aur�ola sobrehumana de
poder�o, que le hace inadmisible sobre
continentes enteros. Pero, antes de pasar
adelante, digamos que esta aureola no
es una aur�ola de santo, ni de ap�stol,
ya que �l es, sobre todo, un formidable
polemista y hombre de acci�n. Este mun-
do es su mundo y su destino; a �l le debe
todo cuanto es, y su simiente alcanzar�
plenitud entre los hombres, tarde o tem-
Drano. Si fuese un inocente teorizante,
hoy estar�a glorificado en todo el mundo
en vez de confinado en unos palmos de
estepa. Los hombres no negaron nunca
acatamiento, y hasta fervor, al que hun-
de y desmelena sus lucubraciones en
ideales y mundos color de rosa. Es m�s:
el hacerlo les parece un deporte recomen-
dable y hasta, si el azar se lo permite, el
m�s humilde de ellos lo practica con cier-
ta fruici�n. V�ase c�mo los ingleses, tan
escuetos y mesurados de imaginaci�n,
se hubieran honrado con el Mathama si
sus dep�sitos de sal v sus tejidos no su-
frieran menoscabo. El caso de Tagore
lo prueba. Lo que los hombres no toleran
es que se libren luchas contra su postura
en este mundo, en este valle de l�grimas,
como suele llam�rsele con una devoci�n
impregnada de astucia, entre nosotros.
Este mundo, esta Tierra que, seg�n Trost-
k�, est� cerrada para �l, es el motivo de las
humanas discordias. En �l puede hacerse
poes�a, se puede practicar la caridad�otro
deporte de los puritanos ingleses, de las da-
mas cat�licas y los santones millonarios
norteamericanos�, en fin, se puede, in-
cluso, filosofar dentro de ciertos l�mites.
Pero cuando se es hombre de ideas cla-
ras v realizables y se est� dispuesto a
realizarlas, el mundo cierra con estr�-
pito sus puertas.
Lo aue ocurre con el creador del ej�r-
cito rojo no oasar�a de una an�cdota,
todo lo grande que se auiera por darse
en Tin hombre tan categ�rico, si a trav�s
de la penDecia no nos percat�ramos con
jubilosa claridad de la lucha profunda
oue se libra en la intimidad social de
Eurooa, o mejor a�n, de la Tierra. (Los
espa�oles debemos aprovechar la lecci�n
para ganar cordura en marcar los hitos
de nuestra labor). Las sociedades civili-
zadas viven una hora de angustia�al
menos su ala conservadora� e inestabi-
lidad. Lo prueba el hecho de que nin-
guna naci�n pueda contrarrestar el efec-
to catal�tico de una figura de la revolu-
ci�n rusa. S�panlo los pl�cidos burgueses
que entornan los ojos ante una mera pers-
pectiva republicana. Por eso aquel que
no condene de antemano sus ambiciones
a un cercano fracaso debe desprenderse
de sus t�picos venerables, puesto que hoy
carecen de virtualidad y eficacia, y plan-
tearse con honradez el problema de los
destinos duraderos para precipitar cuan-
to antes su pleno dominio. A nadie que
viva el trasiego juvenil de hoy se le ocul-
ta la existencia de un t�cito acuerdo, cer-
ni�ndose sobre el desbarajuste y la con-
Tip. "Velasco".-Mel�ndez Vald�s. 52.
Profesor James Thaele Presidente del'Congreso Nacional Africano durante un discurso