COMITÉ DIRECTIVO: ANTONIO ESPINA, JOAQUÍN ARDERIUS, JOSE DÍAZ FERNÁNDEZ
SUMARIO
Editoriales: Acerca del salto atrás.—El negocio de los firmes especia-
les. —Indochina.—Prensa y libertad, Luis Jiménez de Asúa.—¿Hom- bres, hombres constituyentes!, Luis Araquistain.-—Viejo y nuevo repu- blicanismo, Botella Asensi.—La patria y el patriotismo, Emilio Pa- lomo.—La domesticidad española, José Díaz Fernández.—El Cen- so de Iscariotes, Roberto Blanco Torres.—Rifi-Rafe.—Tres artistas y una Exposición, Miguel Angel Asturias.—La Exposición de "Shum". —Carta de París: Elogio de la inquietud, Mac Bernard.—Política de alcantarillado, Joaquín Pérez Madrigal.—Carta de Berlín: Max Reinhardt, Fernández Armesto.—Despedida, Massimo Botempelli.— Ideas sobre Wágner, V. Salas Viu. —La dictadura del proletariado en manos de José Stalin.—El momento español, C. Ferga.—Liga Na- cional Laica.—Vida española: Canarias.—Cosas del fonógrafo, Je- sús Bal y Gay.—Sobre Bernadr Shaw, Francisco Pina.—Inteligencia y Trabajo, Antonio Abaunza.—La quincena internacional.—Cinema, José de la Fuente.—Libros.— Trotsky y la Tierra, Otero Espasan--. din.—Dibujos de Maside.
ANO I NUM. 10 3 5 CTS. |
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NUEVA ESPAÑA
deberes, pero ningún derecho; los sa-
larios que gana varían entre 5 a 8 fran- cos, y para los obreros calificados entre 10 a 12. El presupuesto, no grava las rentas, y está basado en un inhumano privilegio: el alcohol y el opio. Para mantener a los funcionarios, se envenena a los trabajadores, y mientras Francia, consiente ésto y lo pone en vigor, la co- misión del opio de la Sociedad de Na- ciones, saluda a este país como gran ci- vilizador. Pero las cargas, como se pue- de ver pesan solamente sobre la clase trabajadora. De ahí que el movimiento, más que nacionalista, sea un movimiento revolucionario de clase. Este es el mie- do. Y este estado revolucionario, fruto de los salarios de hambre, se quiere acha- car a un pueblo extraño. No es eso. Los mismos diputados que, en la Cámara, querían tomar represalias contra la URSS, con este motivo, tácitamente re- conocían su falsedad, al pedir el des- arrollo de la enseñanza profesional, de acuerdo con la religión y afirmaban que es peligroso hacer de los indígenas inte- lectuales y filósofos. Los estudiantes ana- mitas que habían cursado sus estudios en París, a la vuelta a su patria, se conver- tían en luchadores revolucionarios, por la comparación de la esclavitud por una parte y la orgía por la otra. Los grandes propietarios indígenas están con la me- trópoli. Por eso, con motivo del asesina- to de un mandarín, las fuerzas del go- bierno francés, bombardearon la aldea donde se habían refugiado los que lo mataron. Esta es una prueba más para reconocer que el movimiento no va por la independencia nacional, sino por la independencia económica de los traba- jadores. Y ahora, tras el éxito del Congreso
eucarístico de Cartago, en el cual se de- mostró el genio colonizador francés, es- peramos que el próximo se celebre en Saigon. |
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EDITORIALE S
LAS CORTES DEL 23.
Había de ser un duque el autor de
esa iniciativa de volver a reunir las Cor- tes de 1923 que disolvió, a golpe de sable, la dictadura. Y había de ser un conde, el de Romanones, el que había de mostrarse favorable a la iniciativa. Por supuesto, al conde de Romanones le parece bien todo lo que sea prescin- dir de alguna manera de la voluntad nacional. Porque, cuando la verdadera voluntad nacional se manifieste, ni ese du- que, ni ese conde, ni muchos duques, ni muchos condes, podrían llamarse legítimos representantes del país. El conde de Ro- manones está de acuerdo con todas las soluciones que den por no transcurridos los seis años y pico de dictadura. A él lo mismo le dá que se convoque al viejo Parlamento como que se haga uno nue- vo desde el Ministerio de la Goberna- ción, sobre todo si lo hacen sus amigos. Pero si como explicó don Melquiades
<\lvarez la Constitución del 76 ha queda- do deshecha y liquidada por la dictadu- ra le va a ser-difícil al Conde de Roma- nones buscar una fórmula para que se recomponga esa virginidad desgarrada. Lo cierto es que el país no quiere el salto atrás, porqué exige que todas las respon- sabilidades de un sistema político sean exigidas resueltamente por los procedi- mientos más eficaces o ejecutivos. No quiere oir hablar de la vieja política. Quiere una política original, explícita, que transforme al Estado español en un Es- tado moderno, donde los problemas que hoy debaten los países más adelantados pasen aquí al primer plano de solución. No quiere oir hablar de Romanones,
como no quiere oir hablar de Alba, el político esfinge de ayer, el político noci- vo de hoy, que disimula su ambición de Poder con programas abstractos de so- lidaridad nacional. Aquí no puede haber más solidaridad que que la de las ideas que nos juntan o nos separan a todos en los momentos más críticos de España. Las izquierdas tienen para la vida española soluciones de izquierda que den una nue- va organización al Estado y establezcan las bases de una democracia. De una democracia jurídica y de una democra- cia económica. EL NEGOCIO DE LOS FIRMES
ESPECIALES. Uno de los negocios montados en gran
escala por la Dictadura para favorecer a sus amigctes y servidores fué, como todos sabemos, el de los Firmes especia- les. Un Real Decreto bastó para crear el Patronato del Circuito Nacional de Firmes especiales. Una vez creado em- pezó, ¡naturalmente!, a devengar copio- sas cantidades del presupuesto. Atribu- yóse a dicha entidad una gestión autóno- ma y enteramente desligada de las res- pectivas Jefaturas de Obras Públicas, sin duda para no molestarla lo más mí- |
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NUEVA ESPAÑA
REVISTA QUINCENAL
Año 1. 15 de Junio de 1930 Núm-10
Redacción y Administración:
SAN IGNACIO, 8
MADRID
Apartado de Correos: 8.046
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nimo en la plena libertad de sus movi-
mientos. Según el proyecto se destinaron a las
obras de carreteras en una extensión de 7.000 kilómetros la bonita suma de 600 millones de pesetas... Pero además, ha- bía que añadir a ésto los gastos de con- servación que, aproximadamente ha ve- nido costando 5.500 pesetas por kiló- metro. Con tantos recursos a su dispo- sición, el Patronato no ha realizado ni siquiera la mitad de la obra que se le tenía encomendada. Eso sí, ha consumi- do en cambio más de la mitad de la asig- nación presupuestaria y los 2,800 kiló- metros de carreteras asistidos de mejor o peor manera han costado ya más de 350 millones de pesetas. O sea que para terminar la obra, se necesitarían la frio- lera de doscientos millones más de lo previsto... En total, unos 800 millones de pesetas. Se comprenderá perfectamente que
para atender a los servicios de tan gran empresa no le bastasen al Patronato los recursos propios que se le asignaron (ta- sas de rodajes, subvenciones municipales, cánones de transportes, etc.) y hubo ne- cesidad no solo de otorgarle una partici- pación en la patente nacional de auto- móviles, sino de hacerle un huequecito especial (tan especial como los firmes) en los Presupuestos generales, del Estado siempre abiertos y ubérrimos en tiempos de Primo de Rivera, para los espléndi- dos asuntos de esta clase. Suponemos que el actual gobierno ha-
brá puesto coto a los dispendios enor- mes del Patronato. Pero decimos con respecto a este organismo lo que veni- mos solicitando con respecto al del Tu- rismo y demás entidades hemorrágicas y semejantes: no basta frenar y contener. Es indispensable suprimirlos de raíz por lo pronto, y después reorganizarlos to- talmente, de arriba a abajo, con abso- luta claridad administrativa y verdade- ra tecnificación de todos sus servicios. Sin olvidar, como es justo, la fiscaliza- ción de la labor realizada y del cómo, por qué y cuánto de los enormes fondos invertidos. INDOCHINA.
Cansada de esclavitud, Indochina,
quiere sacudir eu yugo francés.. La causa, rebuscada en posibles propagandas de Moscú, está aquí, en que se la mantiene bajo un yugo. Si, a tiempo, se le hubie- sen dado ciertas libertades, ya que no evi- tarlo, por lo menos se hubiese retardado el estallido. El indígena tiene todos los |
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De todos los li-
bros que envíen autores y edito- res a la Redac- ción de "Nueva España" nos ocuparemos en nuestra sección crítica. |
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Prensa y Libertad
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por Luis Jiménez de Asúa
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derogue la disciplina penal facciosa, im-
puesta por decreto el año 1928. No han de reducir sus ansias a que el Código gubernativo, que tan mal les trata, des- aparezca del cuadro de nuestro Derecho vigente. Deben poner ahincado empeño en que la libertad de Prensa se consagre en la nueva ley constitucional con fór- mulas insuspendibles. La función fiscalizadora que antaño
fué patrimonio exclusivo del Parlamen- to, ha pasado en estos días a la Prensa. Las Cortes pueden asumir papel legis- lativo primordial a condición de que los periódicos vigilen sin trabas la tarea del Poder ejecutivo. La Prensa es hoy Par- lamento extensísimo, pura democracia directa, más eficaz y menos retórica que el solemne discurso parlamentario. Los periodistas españoles deben exigir
que las garantías de libertad del pensa- miento se inscriban en la nueva Consti- tución como un derecho que jamás podrá suspenderse, por anormal y difícil que sea el trance que el país atraviesa. Si la prensa fiscaliza todo desmán, será im- posible. Responsabilidad, sí. Castigo inexora-
ble de los delitos perpetrados por medio de la imprenta, pero sin especialidad al- guna. Y sin riesgo de que los gobernan- tes puedan, con pretexto de la salud pú- blica, poner mordaza a los fiscales legí- timos del pueblo. |
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gobernantes de entonces. Otro periódico
del Norte de África, dio cuenta de la ad- misión de las renuncias de algunos cate- dráticos, cuando el conflicto estudiantil del pasado año, bajo la rúbrica de que se aceptaba la dimisión a los "mejores" profesores de nuestra Universidad. La censura tachó también este epígrafe y el Gobernador impuso una multa al diario por creer que con esa frase se censuraba la conducta del Gobierno. Es seguro que estos casos llegados a mi conocimiento no son únicos. La Real orden que ha resuelto el re-
curso del Sr. Sánchez Rivera debió pro- clamar que en el régimen de imprenta son posibles dos sistemas. Uno, antilibe- ral y trasnochado: la previa censura; otro democrático y moderno: la respon- sabilidad y consiguiente sanción cuando el delito se prueba; pero el uso de am- bos métodos e¡s incompatible con todo régimen jurídico. ESTATUTO DE PRENSA
Apenas si pasa día sin que el proble-
ma de la prensa no se debata en las pro- pias planas de los periódicos. Los dia- rios recaban libertad y la jubilación de la censura. |
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:ensura y represión
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El Ministro de la Gobernación acaba
de fallar el recurso interpuesto por el señor Sánchez Rivera contra la multa impuesta bajo el régimen dictatorial por un artí- culo que la Censura tachó y que no fué publicado. Los tiránicos gobernantes cas- tigaron el mero intento de imprimir un tra- bajo que el vigilante censor cruzó con su lápiz rojo. La Real orden es correcta en el fallo
absolutorio, pero no aborda el tema en su esencia, limitándose a decir que no es justo ni equitativo sancionar al autor del escrito por una falta que no cometió "puesto que ni se contravinieron las ór- denes dadas por la Superioridad ni tam- poco se ha inferido daño alguno, porque no se hicieron públicos los conceptos que se estimaron ofensivos para las perso- nas que en aquella época estaban al frente de la Administración, siendo de apreciar, además, que el recurrente no tuvo el propósito de aludir a ninguna de ellas." |
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LEA USTED "NUEVA ESPAÑA"
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Porque el caso del señor Sánchez Ri-
vera no fué único. El doble juego de censura y penalidad debutó con la mul- ta impuesta al periódico "El Sol", por haber noticiado la supuesta compra de una casa en Barcelona hecha por el Marqués de Estella en no recuerdo qué circunstancias. El diario madrileño hizo razonada protesta y el Presidente del Consejo se vio en la forzosa necesidad de reconocer que la previa censura in- validaba la imposición de castigos. Mas a Primo de Rivera le duraban poco los intervalos de sensatez y bien pronto rec- tificó su criterio. La Dictadura apelaba para sostenerse, a los medios más anti- jurídicos y a la postre la censura le pa- reció poco y recurrió, como expediente de venganza, a las sanciones, amalga- mando así el sistema preventivo y el re- presivo. "La Libertad", de Madrid ti- tuló un telegrama extranjero: "Ya no nos respetan ni en China". El censor su- primió el rótulo y las autoridades guber- nativas multaron al diario, por entender que ese epígrafe era injuriante para los |
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LEA USTED "NUEVA ESPAÑA"
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¿No le basta el actual Código guber-
nativo, por demás severo, contra los de- litos de imprenta? "El Debate", ausente de toda dignidad profesional, postula casi a diario el Estatuto de Prensa que los primeros dictadores tenían colgado del telar cuando se vieron forzados a reti- rarse. Los periódicos, demasiado débiles una
vez para oponerse a la previa censura, sacarán ahora fuerzas de flaqueza para repudiar ese Estatuto que convertiría las hojas cotidianas en forzadas Gacetas gu- bernamentales. LA LIBERTAD DE IMPRENTA
Esta hora no es sólo de resistir, sino de
atacar con denuedo. Los periodistas de Es- paña no deben contentarse con que se |
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¡Hombres, hombres constituyentes!
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por Luis Araquistain
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acreditan las recientes concesiones de nu-
merosos' monárquicos de larga y aun rancia historia, me atribuye, no hay que decir que con la mejor buena fe, teorías que son, ésas sí, verdaderamente mons- truosas y que, por serlo, me interesa recti- ficar para que los que no me conocen no me confundan con los maestros polí- ticos de El Debate y El Siglo Futuro, y para que los que me conocen no teman por mi equilibrio mental. Azorín me hace decir que el problema español no es un problema de pan y trabajo, ni de ense- ñanza, ni de libertad política. ¿Cómo po- dría pensar tales disparates, no ya un socialista, sino un hombre en sano juicio y sin atavismos troglodíticos? cP°r 1ué otra cosa vengo abogando desde que tengo uso de razón, y, sin perderla, por qué otra cosa puede abogar un español de este siglo? Lo que yo sostengo—y creía haberlo
dicho claramente en mi libro—es que to- dos esos problemas están subordinados a uno previo: la transformación del Esta- do; y que el Estado español, de tipo patrimonial o privado desde que las mo- narquías democráticas medievales se con- fundieron en la energía absolutista de los Austrias y Borbones, no se transformará en Estado público mientras los hombres que lo dirijan, jefes de Estado o minis- tros, superen su domesticidad y su idea de que la gobernación del país y el mane- jo de los caudales, las libertades y todos los servicios públicos son negocios priva- dos y a lo sumo tutelares. Esta concepción viciosa del Estado
nace de la forma en que éste se ha cons- tituido históricamente en España: como una vinculación a determinadas familias y en general como una proyección de la propiedad privada y de los principios, sentimientos e intereses ligados a la insti- tución de la familia patriarcalista, esen- cialmente liberal. Frente a este Estado familiar-absolu-
tista se forma en Europa el Estado li- beral, por consecuencia de las revolucio- nes de Inglaterra y Francia, que niegan a la corona—y a las oligarquías que comparten con ella el poder—el dere- cho a usar del Estado como de su exclu- siva propiedad privada. El Estado libe- ral no es todavía un Estado genuina- mente público. Cada ciudadano ve en él una parcela de propiedad privada y. como Luis XIV, dice o piensa también: El Estado soy yo, es decir, el Estado es mío, aunque sea en modernísima parte alícuota. Todos estos Estados, tantos co- mo individuos haya con conciencia polí- tica, al luchar por su soberanía impiden que un hombre o un grupo social monopo- lice el poder con exclusión absoluta de los demás grupos, lo que da origen a la forma democrática de gobierno y al equi- librio inestable del Estado individualista, |
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Mis amigos de Nueva España me
invitan a replicar a los juicios que otro buen amigo, Azorín, ha expuesto en unas amables glosas a mi libro El ocaso de un régimen. Ante todo, quiero agrade- cer a Azorín que haya dicho de esta obra que "no tiene nada de vitanda, ni se explanan en sus páginas teorías monstruosas; por el contrario, la doc- trina es tal que corre por el mundo sin protesta de nadie, y los razonamientos del autor, severos y reflexivos." No hay na- da de monstruoso, ciertamente, en pro- clamar que el régimen republicano es el que más conviene a España y que una república, como forma democrática, se- |
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ría la única solución conservadora na-
cional |
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LEA USTED "NUEVA ESPAÑA"
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Pero el amigo Azorín, que acepta esta
tesis como corriente en el mundo, y ya también en la propia España, según lo |
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Dibujo del artista super realistaSCordón, que no han querido exhibir en su Club
las señoras del Lyceum-
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o semipúblico, imagen fiel del equilibrio,
también inestable, del liberalismo econó- mico en que se funda la sociedad capita- lista moderna. Sólo la doctrina socialista concibe un
Estado público auténtico, aunque puede ocurrir, como está ocurriendo en Rusia, que en el proceso de transformación la clase obrera acapare el poder; etapa en algunos casos inevitable y tal vez psico- lógicamente necesaria para que esa cla- se, mediante el uso dionisíaco del poder, se purifique de sus legítimos resentimien- tos seculares y se prepare para la orga- nización de una sociedad sin recursos históricos de clase. El individuo abdica- rá en el socialismo la idea del Estado par- ticularista del absolutismo y del liberalis- mo, y se establecerá el Estado social o colectivo, a modo de trasunto o superes- tructura de la propiedad socializada. Pero aquí, en España, no queremos ir
todavía tan lejos. Mejor dicho, no pode- mos hacernos ilusiones sobre las posibili- dades de un Estado socialista inmediato, aunque también se harán ilusiones los que lo sitúen fuera del horizonte visible de la Historia. De momento nos conformaríamos con un Estado liberal de tipo europeo. ¿Pero cuántos son los hombres públicos —impropiamente llamados así—que en España piensan y trabajan seriamente en la realización de un Estado liberal? De los monárquicos ninguno, llámense constitucionales o como quieran, porque pese a su barniz de cultura externa llevan el sentimiento absolutista en la masa de la sangre; sentimiento que es despótico con los de abajo y servil, a veces hasta la abyección, con los de arriba. Y de los republicanos, no todos, ni mucho menos. El atavismo absolutista, de Estado pri- vado—que no hay que confundir con una posible dictadura inteligente y desintere- sada, es decir libertadora, y no hay pa- radoja—será una amenaza contra la constitución de un Estado republicano liberal en España, y no sólo por parte de los monárquicos irremediables, sino por parte también de algunos republica- nos que aspiran no tanto a liberalizar el Estado como a adueñarse de él para su uso particular, como ha ocurrido en casi todas las repúblicas de América y en la de Portugal. Creame el amigo Azorín: nadie nie-
ga—¿cómo podría hacerlo en su sano juicio?-—la existencia de los problemas de producción y distribución de la rique- za, de enseñanza, de libertad política; pero las soluciones a esos problemas de- penden de que forjemos un Estado públi- co o por lo menos semipúblico, un Esta- do liberal; de que los hombres de Estado sean algo más que padres de familia, dis- puestos a utilizar el Estado como fun- ción pública y no como un patrimonio privado. Hay que desautocratizar a cuantos aspiren a gobernadores. Si el Estado faraoni-español perdura a prue- ba de errores y desastres, es porque las clases políticamente directoras y una gran parte de la nación tienen el alma faraonizada. |
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en todas partes y, sin embargo, hay di-
ferencias esenciales, que hacen la diver- sidad histórica, el progreso de unos pue- bles y el estancamiento de otros. Un español no es muy distinto, al parecer, de un europeo; pero mientras en Europa triunfaba y sigue triunfando la Reforma y la Revolución, Esapaña representaba —y sigue representando la contrarrefor- ma y la contrarrevolución. ¿Será siempre así? No quiero ser pesimista; pero vien- do y oyendo a todos estos hombres que ahora hablan de unas Cortes constitu- yentes y otras fórmulas legislativas, saco la impresión de que pocos quieren de verdad un Estado público, un Estado civil. Y lo que hace falta no son Cortes cons-
tituyentes, sino Hombres Constituyentes, dispuestos a disolver su milenaria concien- cia petrificada y a darse en lo más hon- do de su ser una constitución sinceramen- te liberal y democrática. La letra vendrá de añadidura. ¡Hombres, hombres Cons- tituyentes, no ministros—que quiere decir servidores—del absolutismo constituido! |
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El mal viene de lejos, de las entrañas
de la Historia, de la formación de la sociedad española, católica y absolutis- ta, que se refleja en el Estado absolutis- ta y católico. El catolicismo—y con ésto aludo, aunque no sea más, por falta de espacio para tan extenso tema, a una cuestión que yo toco en mi libro y Azo- rín en su artículo—el catolicismo ha con- tribuido poderosamente a retrasar la cons- titución de un Estado liberal y nacional en España, lo mismo que en Italia—ésto lo ha visto bien Mussolini (léase su Juan Huss) y de ahí su mal velada aversión a la Iglesia católica—y en todos los paí- ses dominados por esta confesión. El ca- tolicismo, doctrina universalista y antili- beral, retrasa la formación del sentimien- to de nacionalidad y de la conciencia in- dependiente, base del Estado liberal eu- ropeo, que nace de la Reforma. Tebas y Roma se funden en el Escorial, y des- de allí sofocan el espíritu del liberalismo español y el crecimiento interno de la na- úonalidad española, que todavía hoy e-6 una mera expresión geográfica. Sí, querido Azorín, el hombre y la
familia son poco más o menos los mismos |
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Otro dibujo de Cordón, rechazado Por las intelectuales del Lyceum.
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Viejo y nuevo republicanismo
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por J. Botella Asensi
Su alma ha de ser el alma colectiva
de la organización, hecha a la vez de las ideas geniales y de las fuerzas del instinto, de lo sublime y de lo vulgar, condensando, hecho conciencia, en un sentido político humano. Esa conciencia, esclarecida, interpre-
tada por sus órganos deliberantes puede ser el genio de su ideología, el mentor de sus actividades, el juez de su conducta, el maestro de su disciplina; ella puede, en cada momento histórico, darle los hombres representativos que hagan falta al mejor cumplimiento de sus confines, discernir el papel de los que no lo sepan o sean rebel- des al que les corresponde, y eliminar, si es preciso, a los que constituyan un obstá- culo a su normal funcionamiento. En esa conciencia se disolverían los viejos perso- nalismos nefastos, y en ella, por otra par- te, encontrarían los nuevos valores posi- tivos su consagración legítima. Un repu- blicanismo así, forjado en el alma de la organización, sería apto para crear sus grandes intérpretes, lo mismo que para abatir, noblemente insumiso, todo conato de caudillaje. Mas supuesto un partido que tenga
personalidad propia, que sienta la intui- ción de su vida como un organismo natu- ral, que llegue a esclarecer en su espíritu la conciencia de sus fines como un ser reflexivo, todavía para lanzarse a vivir y desenvolver sus posibilidades en el des- tino histórico necesita medios, de vida eco- nómica propia; es decir, que a semejan- za de todos los organismos ha de tener una economía adecuada a su fuerza y a su ritmo vital. No obsta a ello que el re- |
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publicanismo se emplace en medios socia-
les poco dotados, pues lo que ha de nu- trirle no es la riqueza personal de sus adeptos, sino el sentido administrativo de sus posibilidades colectivas. Una peque- ña cuota, que para nadie sea causa de sa- crificio, establecida a base de una orga- nización numerosa, puede bastar a sus necesidades de orden económica. El sen- tido individualista extremado del republi- canismo histórico, su espíritu romántico, no eran propicios a esta obra básica de la economía; pero la conciencia republi- cana más esclarecida de la presente ge- neración no puede desconocer que en esa vulgaridad de las- necesidades materiales se asienta toda posibilidad de vida, y que mantenerse indiferente a sus problemas seria condenarse a la ineficacia. Tan necesarios a la vida del nuevo
republicanismo como los ideales en la al- tura, son en la base el sentido orgánico y el orden administrativo. Desde las necesidades materiales hasta
la conciencia, el nuevo republicanismo ha de ser en todo expresión de una vitalidad colectiva, compleja en sus elementos y ar- mónica en su conjunto. Complejidad que implica riqueza de valores; armonía que equivale a eficacia de esos valores en fun- |
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La guerra mundial y la revolución rusa,
como hechos históricos destacados de nuestra era, se han convertido en el pun- to de diferencia de los copceptos de lo viejo y lo nuevo, en torno a los valores de la cultura, de la política y de la eco- nomía. En este sentido de relatividad se habla
de viejo y nuevo republicanismo, como se habla en términos más generales de vieja y nueva política. Pero hay otro sentido fundamental en que los concep- tos de lo viejo y lo nuevo no tienen por índice la fecha de un acontecimiento his- tórico ni la edad de las gentes que lo han vivido. Antes de 1914 había republica- nos viejos y jóvenes que preconizaban un nuevo republicanismo y en 1930 los hay también, lamentablemente, confina- dos en el republicanismo histórico. No son cambios del tiempo; los conceptos d(e viejo y nuevo republicanismo en el plan que los consideramos son fundamenta- les, y se diferencian de un modo radical en el pensamiento que los preside. En el viejo republicanismo el ideario
se suple por la significación política de un jefe, que ejerce la autoridad por de- recho propio, y moviliza las fuerzas que se agrupan en torno suyo como un ins- trumento de su política personal. Estas fuerzas no constituyen propiamente un partido, pues actúan subordinadas a una dirección que no procede de su sobera- nía; no tienen fines que cumplir determi- nados en común como corresponde de- mocráticamente, y dedican sus activida- des cuando son necesarias a los fines con- cretos que el jefe les plantea, dejando todo lo demás a la improvisación y a la aventura; finalmente, carecen de los me- dios necesarios para sostener las cargas propias de su existencia y actuación. Por consiguiente, sin soberanía democrática, sin fines propios y sin medios para cum- plirlos, no tienen personalidad como par- tido. Su inexistencia la suple el jefe; él pone el pensamiento, la acción y los me- dios, que generalmente ha de obtener de su propia actuación política. Como todo está a su cargo nada se le discute; en la medida que es soberano es irresponsable. Un republicanismo así sólo se diferen- cia en el nombre de un pequeño caudi- llaje monárquico, y como es consiguien- te, acaba disolviéndose, sin eficacia ni prestigio, porque falto de consistencia es- piritual y de sentido orgánico, sólo epi- sódicamente puede sostenerse en circuns- tancias heroicas propicias al entusiasmo. El republicanismo nuevo ha de con- servar del pasado la emoción cordial, pues solo una política entrañable puede encarnar en el pueblo. Pero ha de tener la intuición de su vitalidad como un or- ganismo de la naturaleza. Ha de dar, por consiguiente a su estructura una dis- posición orgánica, y a su funcionamien- to un sentido biológico. |
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ción.
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Contra esa riqueza de elementos y esa
eficacia de funciones conspiran constante- mente en la vida de las organizaciones de- mocráticas, y es un deber tenerlo en cuen- ta, dos morbos igualmente temibles: el caudillismo y la indisciplina. |
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Lawrence Tlbbett, cantante de la Opera Metropolitana de Nueva York, demuestra
ante la cámara las mismas brillantes cualidades que lo han distinguido en la escena |
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NUEVA ESPAÑA
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La patria y el patriotismo
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por Emilio Palomo
independizados entre sí; crear, en suma
la patria; una guerra de conquista en la que el motor propulsor no sea el an- sia colectiva, acabará, fatalmente, por disgregar la fuerza nacional y deshacer la unidad de la patria. Planteado así el problema, parece advertirse que, si el que corre al llamamiento bélico sirve bien a su patria, lo sirve mejor el que antes de correr a avivar la hoguera medita sobre la conveniencia de no encenderla. Ganivet, egregio espíritu y poderosa
inteligencia, atormentó muchas veces és- tos dos excelsos atributos pensando en este destino histórico que ha empujado a España hacia la guerra. "España, como nación—dice—, no ha podido crear to- davía un ambiente común y regula- dor, porque sus mayores y mejores ener- gías se han gastado en empresas heroi- cas. Apenas constituida la nación, nues- tro espíritu se sale del cauce que le esta- ba marcado y se derrama por todo el mundo en busca de glorias exteriores y vanas, quedando la nación convertida en un cuartel de reserva, en un hospital de inválidos, en un semillero de mendigos." Y cuando habla de los hombres arre- batados a la vida por la guerra, dice: "No doy importancia a la muerte, y me- nos a la forma en que nos asalta; lo que me entristece es que se queden en el cuer- po muerto las creaciones presentes o fu- turas del espíritu." Es decir: lo funda- mental es la idea; y si hay que preser- var al hombre de una muerte temprana, es con la esperanza de que su vida sea un fruto. Hay que condenar la guerra y el espíritu bélico que todo 'militarismo en- cierra, no por rehusar el servicio que la patria pide, sino por otorgarle el que necesita; no para desampararla, sino pa- ra salvarla. Si el mundo entero, excep- ción de esa Italia enloquecida por el ce- sarismo de su duce, pide hoy que el pa- triotismo sea pacífico, y que las diversas patrias se estructuren desterrando de ellos militarismos peligrosos, España, co- mo ningún otro país, tiene que preparar- se para dar solución a este problema que la enfebrece y consume desde el siglo XIX Hay un diálogo clásico, luminoso, a
este respecto, Pirro, el famoso general, fué invitado por Cineas—gran orador, que ganó con su elocuencia mejores ba- tallas que Pirro mismo—a que dijera qué haría después de conquistar a Ro- ma. La fantasía del general se desbordó y comenzó a enumerar las victorias que había de tener. Cineas le insistió: "¿Y después?" "Después—dijo el general— gozar en festines y holgamos en colo- quios." A lo que respondió el orador: "¿Quién nos impide empezarlos ya, y |
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ahorrarnos el trabajo y la crueldad de
la guerra?" Más Pirro, que no en balde era rey, pensó que era antes su gloria de guerrero, que la paz y el bien de su pue- blo. En suma: entre el patriotismo del sol-
dado de la guerra y el patriotismo del soldado de la paz, preferimos el último. Se sirve mejor a la patria con la Inteli- gencia que con la Fuerza, y el soldado de la guerra es, casi siempre fuerza cie- ga en contra del soldado de la paz que, en el campo, en el taller, en el laborato- rio, en el aula, en la fábrica, es concien- cia viva que labora por un engrandeci- miento ideal y material en el que la in- teligencia manda y la fuerza obedece. En España, el problema más apremian- te es decidirse por uno de éstos dos pa- triotismos. Si el patriotismo latente es el de la paz y la civilidad, y el dirigente el de la guerra y el del militarismo histó- rico, de nada valdrá querer sumarse a esos anhelos que han nacido en el mundo después de la guerra; España seguirá siendo un pueblo de estructura militaris- ta que, imposibilitado ya para conquistar externos, se limitará a ser conquistador de su propio suelo, y acabará decorándo- se a sí mismo. El patriotismo exige, pues, el último esfuerzo de los patriotas. |
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Todo hombre de mediana sensibili-
dad se habrá esforzado, más de una vez, por poder llegar a resolver en sí este ar- duo problema: "¿Cómo se sirve mejor a la patria?" Es igual que el concepto de patria se reduzca a la estrecha área del lugar donde se nace, a la nación a que se pertenece o a la dilatada exten- sión del Mundo. Si en el hombre apunta una apetencia de solidaridad humana, bien acabe en un exiguo núcleo de se- mejantes, bien abarque la multitud, pue- de decirse que hay en él un germen de patriotismo. La cuestión estriba en dis- cernir qué patriotismo es el que ha de be- neficiar a la patria. Parece éste un problema de sencilla
solución, y, no obstante, su dificultad es la que produce esta guerra que desenca- denan las ideas para degenerar, muchas veces, en encarnizada y cruenta lucha material. Todos erigimos en nuestra con- ciencia un sistema de patriotismo, pero, al lanzarlo como flecha que aniquile al enemigo de la patria, vemos cómo las flechas del campo enemigo que llegan a nosotros con idéntico afán de aniquilarnos. Por ello sería interesante discurrir acer- ca de dos o tres ideas capitales; aque- llas que pueden disputarse como cimien- to y sostén de la patria. En un pueblo como el nuestro, en que
la fatalidad histórica que han elaborado nuestros reyes, nos presenta como un al- ma peninsular, sedienta a toda hora de guerras, el tipo más puro de patriota pa- rece que ha de encarnar en el militar. i Quién podrá negar que esos soldados españoles que pasearon Europa bajo el imperio de los Austrias; que fueron a América con los Borbones; y que últi- mamente, con los mismos Borbones se trasladaron a África; quién podrá ne- gar, repetimos, que han servido a su pa- tria? Esa patria llamativa, espectacu- lar, de guerras, de uniformes y de cru- ces premiadoras de heroicidades bélicas, les llamó con la advertencia implícita de que bien pudiera acontecer que perdie- ran la vida por ella. Y, a pesar de esta advertencia sobrecogedora acudieron al llamamiento. Nadie, pues, tan patriotas como estos hombres, sobre todo para los que hagan suyo aquel ideal de Hernan- do de Acuña: "Un monarca, un imperio y una es-
pada." Pero la guerra que, accidentalmente,
puede, hasta hacer una patria solidari- zando y vinculando personalidades re- gionales opuestas o solamente aporta- das por accidentes geográficos, cuando se toma como sistema, lo deshace. Más claro: una guerra de independencia pue- de dar cohesión y unir a grupos étnicos |
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IIHIIIIIIHIIIIIIlllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllliiiiiiiii
Pirandello
y un prelado
En un teatro de Berlín se estrenó una
obra de Pirandello, que no pudo ser representada hasta el fin por imposición del público, el cual levantó una fuerte protesta contra el burdo juego en que, el ingenioso italiano, quiere convertir la escena. La consideración cívica que el alemán tiene del teatro no consiente mix- tificaciones. "El ingenio no es nada. Pri- mero hay que ser hombres, después sí que se puede ser hasta ingenioso", ha dicho la buena crítica alemana. El Prelado Schreber—un prelado ale-
mán que no tiene nada que ver con esos cavernarios del catolicismo español—ha escrito un bello libro sobre las relaciones culturales entre España y Alemania. |
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NUEVA ESPAÑA
No, el hombre medio de España no tie-
ne siquiera su equivalencia en Sancho Panza. Es un conservador que no tiene nada que conservar, como no sea la es- clavitud económica y la indigencia moral. Lo que hace con su inercia y su indife- rentismo es contribuir a que perduren y se fortalezcan las oligarquías y los inte- reses de una clase, la más inepta, la más desmoralizada de todas, que es la clase capitalista. Por eso a este hombre domesticado hay qUe complicarlo, con- tra su misma voluntad, en los grandes conflictos y las grandes violencias. Hay quq sacudirlo y, si es preciso, ejecu- tarlo. |
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~ La domestícidad española ~
por José Díaz Fernández
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ejemplarizar a sus compatriotas con la
escala de valores que establecen sus dos persoonajes. La cordura de Sancho está exenta de egolatría y de domesticidad. Su amo le contagia del sueño de justicia y el criado va detrás de él, abandona el hogar, no por la gloria y el amor, sino por la codicia o el salario. Pero abando- na el hogar, pone en riesgo su hoy y su ayer. Sospecha que la vida no se estabi- liza y que el futuro hay que crearlo con la voluntad y el esfuerzo desplegados hacia horizontes extralocales. |
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Tiene razón, a mi juicio, Araquistain,
cuando señala a la familia como causa principal de los defectos de orden político que predominan en la sociedad española. Ningún núcleo tan doméstico y pasivo co- mo el que escribió un día para la historia muchas páginas de aventura y azar. Dijé- rase que la civilización, que el refinamien- to y jerarquía, actuó en él de manera to- talmente adversa, reduciendo su ímpetu y sometiéndolo a un estado inferior de man- sedumbre. Puede afirmarse que el español es un ejemplo de hombre domesticado. Así como en la evolución de las especies ad- vertimos algunas que han perdido su acen- to primitivo para acomodarse a la vida pacífica de las comunidades humanas, del mismo modo la raza española parece haber eliminado sus viejas inquietudes, sustitu- yéndolas por una restricta inquietud ego- céntrica que no rebasa casi nunca el pe- queño círculo familiar. A primera vista pudiera creerse que tal
condición haría del español un hombre disciplinado, suave, fácil de encajar en los moldes políticos. Pero, por explica- ble paradoja, ese sentido doméstico es el que le hace más hirsuto e ingobernable. Porque si el libertinaje, por ejemplo, sólo se combate eficazmente con la práctica escrupulosa de la libertad, la colabora- ción social, sólo se consigue con cierta inhibición del egoísmo individual. Lo co- rriente en el hombre doméstico—o domes- ticado—es que no atienda a otro impe- rativo vital que el de sus deberes para consigo mismo y para con los suyos. De esta manera se desentiende de toda obli- gación que no sea la obligación de tipo cotidiano y de todo interés que no fe- presente un beneficio fácil, particular e in- mediato. Por eso es tan abundante el número de españoles neutros que enseñan a sus hijos y preconizan ante sus rela- ciones el apartamiento de la vida públi- ca. Estamos cansados de oír al padre de familia, que antes fué hijo de familia: "Porque yo, sabe usted, no me mezclo en política. Estoy tranquilo en mi casa, ocu- pándome de los míos." Actitud típicamen- te conservadora. Por falta de ejercicio político, el hombre neutro ignora que la justicia y la moral son jerarquías huma- nas que el hombre lleva dentro de sí un mundo de problemas que se traducen en diferentes estímulos sociales. Creo que fué a don Ramón del Va-
lle-Inclán a quien le oí decir una vez que ésta no era una tierra de Quijotes y que, si acaso, la imagen del español era San- cho Panza. Yo creo que ni siquiera San- cho Panza puede simbolizar al español medio. Porque Sancho era, en último tér- mino, un "animal político" que ambicio- naba el gobierno insular para ejercer su elemental concepción de la justicia. Cer- vantes, que, por los desniveles de su exis- tencia, conocía bien a la sociedad de su país y había ahondado en el carácter in- |
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~~ El Censo de Iscariotes ~~
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Admirable artículo La dictadura y
sus cómplices, de Cristóbal de Castro, publicado en el número anterior deNuE- VA ESPAÑA. Eso es ir en derechura al grano y dejarse de disquisiciones vacuas y de consideraciones a los que no mere- cen consideración alguna. Nada de re- presalias ni de propósitos de venganza, furtiva, estricta y a secas. Sólo la justi- cia, el sentimiento y la socialización del Derecho podrán salvar a España, ha- ciendo de un pueblo de lacayos y de bri- bones un pueblo de hombres, de verda- deros ciudadanos. Admirable también aquel otro artículo de La Libertad que Cristóbal de Castro recuerda ahora: El Censo de Iscariotes, publicado cuando aún soportábamos con una fabulosa man- suetud bovina la vergüenza dictatorial de que no podemos lavarnos tan aína los españoles. No me fué posible comentar entonces al artículo en España, como no fueron posibles-tantas cosas que un sen- timiento elemental de dignidad imponía como un deber ineludible a todos los ciu- dadanos, í/* i». *.•■- ■■, - -■•■'»^ »*-*- Hay que hacer lo que propugna Cris-
tóbal de Castro: una lista de los que pa- larina y clandestinamente se adhirieron a la dictadura y colaboraron con ella en su obra i* <.Hr»i<» ■* *a«ibc9&rä*»y>; >*■ •■■*■<»: residenciar a los que vergonzosa y vengonzante se aliaban con la dictadura, •.'-*• r si se decían apolíticos, no se les permita asomarse al estadio de la políti- ca 5'.9'< fc*r'-*ó» <■'■* k.'íS ," '" -'■* '' ■■■ ' "TÍJOb '-ZA'H«—■■■:-: SÍ juzgaban incapacitada a la nación para
desenvolverse en un régimen de derecho, nada tienen que hacer en la palestra pú- blica que restaurará ese régimen y lo ele- vará a la función normal de la vida del Estado. Si esos sujetos se despreciaban a sí mismos, no puden inspirar a los de- más consideraciones de ningún género; cada cual es hijo de sus obras y la equi- dad consiste en dar a cada uno lo que merece. No. La política no es un medio de
vivir sin decoro. Es un ejercicio de nobles afanes, de pasiones sublimadas por un |
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nos; es un magisterio de conductas lim-
pias y acrisoladas. Quienes, además de buscar en lo política un medio bastardo de mantenencia, sin previa capacitación y haciendo con sus apetitos ludibrio de una función elevada, asienten y de aña- didura cooperan con el poder faccioso que vilipendia a la conciencia social, es- tán inhabilitadas para intervenir en las cuestiones públicas. El pueblo, el pue- blo honrado y consciente, debe repu- diarles. No quede en proyecto el urgentísimo
Censo de Iscariotes. Roberto Blanco Torres.
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Noticias Literarias
ESPAÑA
Se está preparando un homenaje a
"Azorín", por su decidida y resuelta ac- titud con, relación al teatro contemporá- neo. De paso, se festejará "Angelita", esa obra lograda de teatro moderno, que los cerriles teatrólogos españoles—empre- sarios, cómicos y críticos—no quieren aceptar. Excusamos decir con cuanto entusias-
mo acudiremos al banquete. ALEMANIA
Oswald Spengler ha cumplido silen-
ciosamente sus cincuenta años, apenas sa- ludados por las gacetillas de los periódi- cos, precisamente en los mismos días que se celebraba el jubileo de Max Reinhardt con la publicación de tres libros sobre él, la dedicación de grandes extraordinarios de los periódicos y se le nombraba todo lo imaginable seguido de la palabra ho- npr—doctor, hijo, socio, etc., etc.—. Sig- nifica ésto que Spengler se ha quedado fuera de las ideas que predominan en Alemania. * * *
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En Berlín se celebra la exposión de
artistas alemanes, y la del viejo Berlín, |
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alienable del español, quiso, sin duda, ideal de progreso y de perfección huma- hecha de un modo nuevo.
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NUEVA ESPAÑA
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ap^rsa
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que arreglase lo de Alba, atrajese a los
catalanistas y preparase en Cataluña el pacto monárquico. El pobre Paco de Asís Cambó, ha cumplido fielmente cuan- to le mandaron. ¡Y ahora le abandonan, le dan con el
brodequín en el coxis y le dejan sin pro- pina! Le está muy bien empleado por no
afeitarse la barba. *Jj« «Jt* *f*
"V'dlajranca del Bierzo 15-6-30.—
Desde hace algún tiempo se viene obser- vando en esta localidad la perpetración de diarios y numerosos atracos. Se dice que existe en los alrededores
una cueva de turistas. El vecindario está consternado. (Co-
rresponsal)." ¡Qué tiempo más estúpido está ha-
ciendo! Pocas veces se ha registrado en Espa-
ña un tiempo más desapacible y traidor. ¿Cuándo desaparecerá el temporal
reinante? * * *
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El Banco Central que preside el divi-
no Calvo se vá congelando. Gracias a su presidente se vá a con-
vertir en un banco de hielo. En un iceberg.
Los estudiantes de la Apulia han pe-
dido a Mussolini que tome el mando de ellos y los conduzca a la victoria. A lo mejor vemos a Mussolini, de gran
uniforme, ponerse a la cabeza de la Apulia. •*• **• tP
El ministro del Trabajo de la Dicta-
dura, López, hizo un viaje a Berlín, "a estudiar la organización corporativa", según decía su amo en una de aquellas inolvidables notas. ¿Saben ustedes lo que hizo López en
los dos días que permaneció en Berlín? Pues jugar al tute con sus dos secre-
tarios y el espía de la dictadura en Ale- mania. |
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A Antoñito Goicochea dicen que ya
no le falta más que subir en globo. |
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Tantas fotos de Bertoldo
vemos a la Prensa dar que ya es cosa de llamar al alcalde de Villoldo. "La Nación" (hemos nombrado al
noticiero huérfano) pide que se suprima la censura de Prensa. ¡Miren la pazpuerca y que escrúpulos
de legalidad la entran ahora! El señor Serrán ha salido de París
para Madrid. Se dice que viene a tomar posesión de
la presidencia del Consejo de Adminis- tración de un importante Banco. Enhorabuena.
El Conde de Romanones está muy
contento • * —. ~^.^_, ... ._.«—,.- Conste que Delgado Burreto no ní»">
ha llevado a los tribunales como anun- ció en su estólido papelucho. Ni a "Nos- otros" ni a nosotros. Ni a nadie. No va- mos a tener más remedio que querellar- nos contra él por no haberse querellado contra nosotros. Y ofenderle grandemente diciéndo-
le: —¡Es usted un delgadobarreto!
El vampiro Dusseldorf ha recibido
carta de un amigóte suyo felicitándole efusivamente por sus hazañas. Se vende un hermoso uniforme de mi-
nistro sin estrenar. El espadín se regala, pero la vaina se vende aparte. En Príncipe de Vergara 42 darán ra-
zón. Preguntad por el Sr. Sainz Rodrí- guez. qjV «JE* *f*
En la familia de los La Cierva el que
no corre vuela. Es la familia del auto, giro y... su-
bo. ífi Sfr !£
La verdad es que la situación del po-
bre Cambó no puede ser más ridicula. Le utilizaron de correo de gabinete para |
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NUEVA ESPAÑA
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10
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Tres artistas y una Exposición
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Diríase que se olvida de la forma para
convertirla en movimiento, lo que, a sim- ple vista, da el efecto de una composi- ción fácil. En resumen, es Cruz Collado el es-
cultor que realiza el deseo de los que quieren, plásticamente, imponer el espí- ritu a la forma. Por eso su escultura es honda, con hondura de paisaje castellano. Por eso su escultura revive todos los pro- blemas que el espíritu humano se ha plan- teado en lo que toca a la lucha de lo in- terior con lo superficial. Es de toda obligación resumir nuestras
apreciaciones. Valverde, pintor que vive en sus telas la
forma de lo esencial; Laviada, escultor que abre horizontes hacia nuevos rumbos —sin dejar de ser humana—por como tra- ta sus figuras, magistralmente, las une y las disuelve; y Cruz Collado, que revive en lo más hondo de nosotros mismos ese afán secreto e inútil, de encontrar el com- pleto del "yo" en el sexo ajeno, para la realización de la vida misma. MIGUEL ANGEL ASTURIAS
Madrid, 1930. |
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de los menos advertidos, huyen los tér-
minos de un paisaje de formas que se completan, se alarga voluptuosamente, se dan treguas de horizonte y espacio y no concluyen, sino muy lejos, en lo pu- ramente emocional Vemos este grupo en un jardín, bañado por un abanico de surtidores, en una isla de césped. Sigue, muy diferente a Laviada, Cruz Collado, escultor que nos presenta un grupo de dos figuras también latinas, con el impe- rativo de Castilla, de una Castilla de cielos bajos, cegatones. La escultura de Cruz Collado es personalísima, no la perderíamos en el Museo Británico, con- fundida entre muchas otras. ¿Por qué? Vamos a tratar de responder. Se distin- gue el grupo de este escultor por la uni- dad de las figuras, en las cuales pare- ce—y es escultura—realizarse dentro de la serena e inexplicable expresión del amor, el ideal de hombre y mujer reuni- dos en un nudo indisoluble y fuerte. Vi- ven estas figuras de dentro afuera, ple- nas, sencillas, llenas de eternidad, con el ademán fácil, enlazadas por una línea sin interrupción que el escultor ha sabido desarrollar para encanto de los que le ven y le admiran. El espíritu no está su- peditado a la forma en Cruz Collado. |
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Voy a ocuparme de tres artistas de la
Exposición Nacional de Bellas Artes. Ellos, por su obra y su juventud, repre- sentan nuestro tiempo. Sus nombres: Joa- quín Valverde, Laviada y Cruz Co- llado. Nos atrae el color; principia- remos por eso con el pintor Valverde. Valverde es un pintor muy concreto, es decir, que expresa lo que quiere sin ha- lagos fáciles. El colorido de Valverde tiende a dar madurez a la forma. Ha- blando para el vulgo podría decirse que en el cuadro que presenta, la forma es lo esencial, el color, lo que da sabor, lo que adereza el plato. El lienzo a que nos referimos tiene un gran sentido de lo monumental en pintura—nuevo, nos pa- rece, en la pintura española—resultado de una composición en la que se atiende al total. A Valverde se le podrían en- tregar muros; es hermano del gran pin- tor mejicano Diego de Rivera. Otro su arte, otra su sensibilidad; pero en el fon- do, como Diego, Valverde construye fi- guras que son completo de una arqui- tectura. Es de advertir, que no por ver Valverde la composición en bloque, des- cuida el detalle que hace de cada figu- ra elemento a sumar al total que valori- za todo el conjunto. Lamentamos que una obra de tan altos relieves haya sido relegada a un testero secundario. Los escultores Laviada y Cruz Collado
son muy diferentes uno del otro. Laviada nos presenta toda una señora escultura, de esas obras que no se ven a menudo en las exposiciones mismas de París, donde, como se sabe, se estima toda aportación al arte cuando encarna un esfuerzo por la resolución de un problema estético cualquiera. El campo de la escultura es de por sí limitado, y ésto hace que La- viada nos sugiera con sus figuras un cú- mulo de nuevas posibilidades. Laviada aprendió de Grecia y de Roma la se- lección de las formas naturales sin rehuir- las, ofreciendo en su escultura un prodi- gio de arquitectura orgánica, resultado del equilibrio entre lo geométrico y lo na- tural. Laviada nos dá—y ésto nos sa- tisface en esta época de alemanismos y yanquismos—una escultura eminentemente latina. Quien dice latina, dice sensual, fluido, libre, sutil. Un soplo de paganis- mo pasa por las figuras que este escultor nos presenta, y en las cuales, a los ojos |
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La Exposición de "Shum"
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En el saloncillo de "Heraldo de Ma-
drid" se ha celebrado la exposición de obras del admirable artista Juan Bautis- ta Acher, más conocido por el seudóni- mo de "Shum". La obra del joven pin- tor y dibujante es realmente espléndida, mucho más si se tiene en cuenta las con- diciones en que está concebida y ejecu- tada. "Shum" se halla en presidio. En el Penal del Dueso, donde cumple condena por un delito social, cuya génesis hay que buscar en el espíritu generoso y re- belde de un hombre que tiene gran sensi- bilidad para todo, para la belleza y para la justicia. Los críticos de arte han escrito ya sus juicios laudatorios sobre la labor artística expuesta en el Salón del "He- raldo". Nosotros queremos sólo destacar la terrible situación en que se encuentra "Shum". Solicitamos de toda la Prensa y particularmente de los periódicos de iz- |
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quierda que se dirijan al gobierno pidien-
do el indulto del desgraciado pintor. Un grupo de intelectuales catalanes tomó ha- ce algún tiempo la iniciativa. Apoyémosla todos. Concédasele la libertad y éste será el mejor premio que pueda ambicionar el artista. Pues como ha dicho certeramente Julián Zugazagoitia, lo demás "es capaz, muy capaz de hacérselo él mismo en fuer- za de vigilias y aplicaciones", sin sentir envidias de los altos galardones y recom- pensas profesionales sino "de ese compa- ñero suyo de reclusión que hace su hatillo, reclama su peculio y sale silbando por las puertas del Dueso." Nueva España reitera la solicitud de
indulto para "Shum" y manifiesta su de- cisión de proponer este asunto en la pri- mera junta que se celebre de representan- tes de revistas de izquierda. |
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ii
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NUEVA ESPAÑA
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Caria de París
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Clogio de la inquietud
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nar nuestra sensibilidad. Pero el espíri-
tu no puede libertarse de ciertos conven- cionalismos, desglosar de sí mismo las par- tes muertas, salir sin dolor de sus tradi- cionales envolturas. Y lo mismo ocurre si se trata de una sociedad entera habitua- da a una manera particular de vivir, de sentir, de pensar. Es preciso en ambos casos, una fuerza imperiosa para salir de la crisálida. Las dificultades económicas con su cortejo de desórdenes, de revuel- tas, se acumulan en lo social; en el indi- viduo la atmósfera interior se enrarece y ahoga una respiración hasta entonces fácil. Vivir de esta manera heroica, buscan-
do, lo más fuerte de la lucha, resulta siempre peligroso. Por eso no debemos asombrarnos de
que las traiciones sean tan numerosas, de que los Baires se multipliquen como mos- cas de que las defecciones entre los vein- te y los cuarenta años sean frecuentes. Los agotados ncesitan reposo y silen-
cio, moverse lentamente, arrastrándose los unos a lo sotros, defendiéndose contra el conformismo de la incertidumbre, la cual posee también su conformismo. El reba- ño de estos jóvenes atacados por mareo de alta mar aumenta de día en día. Ti- rémoslos por la borda implacablemente y tratemos nosotros de conservar a la in- quitud su pureza revolucionaria. MARC BERNARD.
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He llegado a un momento de mi vida,
el que normalmente debe ser su término medio, en que me pregunto con urgen- cia en qué consiste esa ingratitud que ator- menta a algunos hombres; antes busca- ba su significación profunda y no la en- contraba más que en la frivolidad o en su vano misticismo. La mayor parte de los atacados por el mal no tardaban en refugiarse en la calma de los paraísos artificiales. Y era de suponer que los más sensi-
bles, los mejores, habían pasado alguna vez en su vida esta crisis. La cual se er- guiría ante ellos presentándoles angustio- sos problemas. Si la inquietud es frivola, sino es más
que el testimonio de un desequilibrio, prueba de una debilidad, carece de in- terés y conviene pasar adelante Sin em- bargo, ciertos casos curiosos, me hicie- ron reflexionar y no abandonar la pre- sa de mis consideraciones. Por otra par- te la calidad de la mayoría de los ataca- dos por la dolencia y la mediocridad de los que no la comprenden, pero la com- baten con encarnizamiento como si se tratara de un enemigo personal, merecía el análisis. En efecto, todos aquellos per- sonajes que toda una grosera clase social desprecia, constituyen en masa una es- pecie de batallón sagrado. Y esa clase social, por su origen, por su función or- gánica, por el papel que está llamada a desempeñar en la evolución humana re- sulta francamente sospechosa. Salta a los ojos de los menos avispados que ella re- presenta, por su funcionamiento orgáni- co, ante todo su aparato digestivo. La necedad de esa clase social, ataca
siempre y de mil maneras, como una lepra incluso a sus hombres más inteligentes. Ejemplos, Bergson con su impulso vital, Claudel, arrodillándose cada mañana de- lante de miserables fetiches, Valéry y su poesía pura cuando seguía con la cabe- za descubierta el cortejo de aquel sinies- tro imbécil de Foch; homenajes del espí- ritu burgués a la violencia burguesa, san- cionándola y glorificándola en lo que puede tener de más monstruosamente es- túpido. No se trata en estos casos de un error
puramente humano, sino de una especie de conspiración en el silencio, en la men- tira, de una comunidad en el punto de vista impuesto por el interés superior de clase lo que les hace parecer a todos her- manos siameses. Luego viene allá detrás y a lo lejos la Francia saludable, el op- timismo burgués, los "espíritus" ventru- dos, la tripa rumiante, la mediocridad hecha hombres. Se comprende que cuando la salud ad-
quiere tal aspecto se desee estar enfermo. Además el primer mérito que encon-
tré siempre en ia inquietud, es el de abrir |
su abismo entre los que la sufren sin per-
donarse ningún sufrimiento, y la inmen- sidad de las otras gentes, tan extrañas a ellos como puede serlo un protozoano de su elefante. Esta primer ventaja la creo inestimable. Y sin embargo no es mucho, todavía. No es más que el comienzo del asunto. En el fondo de la inquietud se siente sobre todo, una perpetua agresión contra los valores mejor asentados, una violencia destructora, un impulso hacia adelante, una constante vigilia del espí- ritu, un insomnio sin fin ni medida, una mirada terriblemente lúcida, dirigida so- bre uno mismo y sobre los otros, un odio impalpable, duro como el diamante contra todas las tentaciones, una continua par- tida hacia alta mar, hacia el lugar en que las olas tienen mayor violencia, unas ma- nos siempre dispuestas a romper aquéllo que nos sea más querido si el menor sig- no de vulgaridad aparece en él. Un que- dar desnudo, como un niño recién na- cido, rehusando eso que los demás lla- man felicidad, si la felicidad arrastra el menor desfallecimiento. En suma, no ser uno de esos pájaros a quienes se sacan los ojos para que puedan cantar. No sólo no pactar con la vida sino oponerla con exigencias ilimitadas. La inquietud me parece poseer una
virtud revolucionaria en todos sus domi- nios. Ella sólo acierta a lanzar al espí- ritu en nuevas direcciones. Los que viven atormentados por la inquietud no encon- trarán el reposo más que en la muerte, pero ellos forman el porvenir del mundo. Basta en el terreno poético un pasaje de Rimbaud o de Baudelaire para trastor- |
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LAS OFICINAS DE "NUEVA ES-
PAÑA" SE HAN TRASLADADO A SAN IGNACIO, 8. |
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Cuando la Metro-Goldwyn-Mayer necesitó una escena de ferrocarril para cierta película sonora, alquiló simplemente un tren
entero a la Southern Pacific Line e hizo construir una vía ferroviaria especial dentro del recinto de los estudios. |
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NUEVA ESPAÑA
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12
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POLÍTICA DE ALCANTARILLADO
por Joaquín Pérez Madrigal
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Prensa diaria nacional ha informado a
dos columnas del vitando hecho. Perió- dicos de provincias ha habido, como el simpático y arriesgado "Política", de Córdoba, que ha lanzado números extra- ordinarios, apostillando la proeza del se- ñor Cruz Conde. ¿No es ésto sintomático?
Una falta de educación, una injuria
torpe, elevadas punto menos que a delito de lesa patria. El señor Blasco L»arzón, empuñando la espada flamígera, arroja del recinto edénico al malhechor, quien en los años que mandó en el paraíso, no dejó chistar a los Blascos ni a los Gar- zones. ¿Quién es Blasco Garzón?
Un abogado andaluz, elocuente, flori-
do, simpático. Fué republicano. Se pasó a la fracción de Santiago Alba. La Dic- tadura le sorprendió, reciente su aposta- sía, con un acta flamante de Diputado a Cortes albista. ¿Quién es Cruz Conde?
Un hombre sin historia política. Nos-
otros lo conocimos en Córdoba. Se pa- saba la vida en el Círculo Conservador, envidando restos y copando el 32 encar- nado. Ruleta, golfo, poker... En los días que se forjaba la Dictadu-
ra le amanecía jugando al tute subasta- do con los que, luego, trasladada la ter- tulia, subastarían otras cosas. Es menester, por tanto, hacer otra po-
lítica, la verdadera política. Despreciar a los jugadores, bien sean de naipes o de partidos; rechazar a los hombres frusta- dos y exaltar a los nuevos y a los que per- manecieron en reserva noble y augusta. Hay que ofrendar al país, no el cieno hediondo de las pasiones personalistas, de las querellas odiosas, de los apetitos domésticos. España exige un pensamien- to amplio, claro y hondo, servido de una acción recta, valiente y entusiasmada. |
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Ese hombre es la subversión, el des-
precio del orden. —¡Ah, el orden!—y se abrazarán con
patriótico enternecimiento. Querer salirse de las alcantarillas, as-
pirar a que el pensamiento, el discurso y la acción se atemperen al destino trági- co, a ias tristes miserias de las multitu- des, sin escarnecerlas, sin abandonarlas, entregados a bárbaros, a necios, pedan- tes y cínicos debates, resulta atentatorio al orden, en cuyo mantenimiento se al- zarán solidarios, los auténticos, los legí- timos patriotas. Con campo político tan limitado, cir-
cunscritas las posibilidades ideológicas a explanar sus alientos en torno a tan po- cos, a tan parvos problemas, ni que decir tiene que la concurrencia de caudillos y de definidores es grotesca y exigua. Por- que ésto es así, porque somos así, al des- embarco del Sr. Sánchez Guerra en Va- lencia no le vemos otro par en la Histo- ria que el de Hernán Cortés en la remota costa inquietante. Porque esto es así, porque somos así, a un período político como el de la Dictadura del Marqués de Estella, accidente físico de un pueblo, golpe-
tazo terrible en la cabeza contra los ado- quines de la calle, lo desnaturalizamos: diálogos frenéticos con el adoquín que nos hirió; y a los que nos empujaron a caer y luego nos arrastraron por el sue- lo, como el señor Cruz Conde, les hace- mos el honor de ponernos a su paso para que vuelvan a agredirnos si la ocasión se les presenta. Da grima contemplar cómo los más
destacados políticos españoles parecen ha- ber nacido a la actividad mental el 13 de septiembre de 1923. En esta fecha pudo un hombre plantar su poderío, im- ponerlo, ejercerlo durante cerca de siete años, porque el país llevaba mucho más soportando en el gobierno del país y en la oposición de los gobiernos del país, a hombres funestos, ineptos y venales... Muchos, la mayoría de estos últimos, han sobrevivido. Y no hay para ellos más his- toria que la de los seis años indignos en que no participaron; se les olvidó la his- toria de los lustros inicuos de que ellos fueron protagonistas. Con lo que, claro está, se invierten los presentes conatos de libertad en la riña aldeana, |
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La política tal y como la venimos
ejerciendo los españoles, es la cosa más impolítica de que podemos dar testimo- nio. Política es pensamiento, discurso y acción. No incurriremos en ninguna he- rejía, afirmando terminantemente que en España llamamos política a todo lo con- trario: a la pasión, al griterío y al ace- cho. Las ideas suplantadas por los ins- tintos; las oraciones por las querellas, y las hazañas—burdas caricaturas de lo épico—nos pintan a sus esforzados ada- lides con una sopera por casco guerre- ro, y, en vez de lanza, un cazo. Percibimos aquí el imperativo ideal,
no lo negamos; pero justo es consignar que el mandato de la realidad nos acu- cia más cercano y es más prontamente obedecido. Estamos hartos de escuchar, de labios ungidos por la sabiduría, que "en la política hay que operar con, de, en, por, si, sobre tras las realidades." Si las realidades son mercancías podridas, no es discreto procurarse otras, crearlas; es más sabio, más político, conservar la mugre, extender, fomentar la carroña, y vivir. Es natural que con objetivos fun- damentales como el apuntado, todos los problemas derivados de aquel mínimo afán político, aparezcan deformados y disminuidos. Así, el español indiferente a las contiendas del progreso humano, confinará su sentido de lo cósmico en el latido urbano del barrio en que habite o, a lo más, de su ciudad; y el español que profese ideas políticas no dará cobi- io en su cabeza a mayor número de ideas que las consabidas que suscitan los pro- pósitos locales consuetudinarios: la traí- da de aguas, la expropiación forzosa para un ensanche necesario, el emprésti- to pro construcción de mercado público y la carestía de las subsistencias, tiñen- do, eso sí, la enunciación de esas faenas transcendentales con las tintas de cada particular ideología. Un reaccionario y un liberal, frente a
la necesidad de dotar de un buen ser- vicio de alcantarillas a su pueblo, no acor- darán jamás sus opiniones. Es para ellos común la utilidad del servicio. ¿Pero y los principios? ¿Acaso no difieren en la concepción de la vida universal ? El reac^ cionario y el liberal. Cada uno siente el alcantarillado de distinta forma. Ahora bien, estos antagonistas, pueden coincidir circunstancialmente en la estimación de algo-capital. Si en un pozo negro descu- bren matices capaces de arrebatarlos a la polémica, al punto de montar en el de- tritus, sin mutua repugnancia, un filosó- fico, un apasionado debate, enmudecerán sobrecogidos, se estrecharán la mano tré- mulos, se aprestarán a la defensa solidar rios, si un hombre de la calle, sangrando patriotismo, se interpone entre los dos y exclama: —'¡Imbéciles!
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Marcelino Domingo
en el Ateneo El día 1 1 se celebró en el Ateneo de
Madrid la anunciada conferencia polí- tica de Marcelino Domingo. LEA USTED "NUEVA ESPAÑA"
El Ateneo estuvo abarrotado de pú-
blico._________________■- LEA USTED "NUEVA ESPAÑA"
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LEA USTED "NUEVA ESPAÑA"
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Un caso típico reciente se ha ofrecido
en Sevilla. El señor Blasco Garzón, con- cejal de aquel Ayuntamiento, ha acusado al señor Cruz Conde de haber inferido gravísimas ofensas a una dama, a un edil, a un Comité Regio y, por ende, a un Ayuntamiento, a una ciudad entera... Sevilla toda se ha conmovido. La
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NUEVA ESPAÑA
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genial del teatro. Reinhardt lo ha sabido
todo, ha sido el maestro de todo lo que es maestría teatral. Le ha faltado conce- bir a la muchedumbre. Y esta falta le ha inducido y reducido al virtuosismo. Lo que supone de más terrible de la in- comprensión de la época en que se vive es la caída en el virtuosismo, tanto más peligroso cuanto mejores sean las disponi- bilidades creadores del hastío que no puede comprender. El teatro por el mismo hecho de que es un juego ha de barajar las pasiones de la época en que vive o se queda en puro juego, sin trascendencia de sí mismo, en juego de figuras, que es lo que es el juego de cartas. Se dirá que el teatro no tiene nada que ver con la muchedumbre, pero se debe contestar que la muchedumbre es el fenómeno caracte- rístico de nuestra época, y un teatro al que no inquieta la muchedumbre no pue- de inquietar auténticamente ninguno de nuestros problemas. Pero, es que, ade- más, el teatro por su idiosincrasia, por su constitución es un arte de muchedumbre, y tan arte de ella que tal vez el teatro ha sido el primer productor de muche- dumbre, el primer hecho que reunió gran número de hombres presididos por un mismo signo, que esto es la muchedum- bre. Porque Max Reinhardt no pudo lle-
gar a concebir la muchedumbre, no le ha sido posible a su teatro renovarse, a pesar de ser el teatrarca más diverso que ha existido hasta hoy, y que mejor domina los resortes que producen la di- ferenciación. Diversidad es tanto como amenidad, renovación es tanto como recreación; la confusión de estos cuatro valores es lo único que ha podido pro- ducir un espejismo de renovación en el teatro de Reinhardt. Ahí están como definitiva aseveración Lessner, Stanislans- ki Piscator y Meyerhold, que sin la sa- biduría de Max Reinhardt ha logrado cualquiera de ellos un teatro más poten- te, renovado en cada momento de sí mis- mo, saturado de un impresionismo inena- rrable, secreto exclusivo de haber com- prendido al hombre en su nueva forma- ción social. F. Fernandez Armesto.
Berlín, junio.
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E BERLIN
NHARDT
pueblos comienzan a sentir la preocupa-
ción de su espíritu, de su "doble", que diría Freud, que corresponde, en la bio- logía de los pueblos al instante de la biología humana en el cual la mujer co- mienza a mirarse al espejo. El teatro no es sino, mirarse al espejo,
y se diferencia de la novela en que la novela es el mismo espejo. En este mirarse está el "quid" del teatro. Porque nos miramos en ella nos indignamos o nos en- tusiasmamos ante una representación tea- tral como no podemos hacerlo ante un cuadro al que miramos. Es lo teatral el cociente de tres factores, el equilibrio y la armonía de los tres, espectación, ac- ción y pensamiento, y es esto porque, apu- rando la aseveración anterior, pudiera de- cirse que el hombre no desea ser el punto de contacto de aquellos tres elementos humanos. Max Reinhardt comenzó por despla-
zar el teatro de la plataforma amanera- da de un escenario a la pista desnuda de un circo. Ya deja este hecho entrever los arrestos que le guiaban, atreviéndose a deshacerse de todas las conveniencias para plantear la escena en el círculo abierto y crudo, en medo del público. LleVar el escenario de entre bambalinas y protecciones a la circunferencia virginal de los clowns significa abrir ais ventanas del teatro a la gran calle del público. Poner al teatro de nuevo en el día de su nacimiento, en una plaza helénica. Este desnudamiento del teatro que enton- ces significaba una negación arriesgada lo aprovecharon luego como su más con- tundente afirmación los teatros políticos de Rusia y Alemania. Era la época de Wedekim de Mae-
terlink y de Helldunkel—cuando Rein- ardt comenzaba—, cuyas obras Brahm había montado con una escrupulosa fide- lidad al desarrollo de la tendencia. Se creía que la tendencia era superior a la vi- da y que las tendencias habían de con- ducir a un nuevo vivir. Reinhardt fué el primer tetrarca que reaccionó contra el fervor por la tendencia pregonando fren- te a la lucha estéril de las tendencias una subversión de la vida. Echó mano de los clásicos como fuerte en que atrincherarse contra las tendencias, y cuando a los clásicos les faltó subversión la produjo él por el desenfado con que los interpreta- ba. No hablo aquí de cómo son sus esce- narios, porque ya hablé de ellos en este mismo sitio y otra vez, y remito al lector al número 2 de esta revista. 2527 veces ha sido puesto en escena Shakespeare, por Max Reinhardt, ese número dá una sensación de la cantidad de vida con que Reinhardt ha saturado a los personajes de Shakespeare, y al auge que ha infil- trado en el teatro clásico. Pero el teatro es todavía algo más que
ésto que ha hecho Max Reinhardt. Ése algo más, culminante, es el difícil cetro |
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CARTA D
MAX REÍ
Ya me he referido aquí alguna vez,
sosegadamente, a Max Reinhardt. Pero, ahora celebra Max Reinhardt el jubileo de sus 25 años al frente del Deutsches Theater y es preciso volver sobre él con decisión de asentar un comentario ceñido en torno a su personalidad. Ceñirse a la obra de Max Reinhardt no es fácil, la rodea un círculo de controversias que no dejan a la vista penetrar con claridad desembarazada hasta ella. Max Rein- hardt está lleno de gracia, y nada hay que tanto conturbe como la gracia. Es un mago y la magia es, precisamente, el es- píritu huido de las definiciones. Mago es el que se ha sustraído a la fuerza de la gravedad, por eso los magos vuelan so- bre escobas y extraen las virtudes impon- derables de la química. cQu¿ se puede decir del que vuela cabalgando una es- coba ? Max Reinhardt ha inflamado el tea-
tro de maravilla. ¿Pero, es maravilla lo que debe ser el teatro? Reinhardt sube al escenario alemán
hace 25 años, cuando baja Brahm. Brahm es el agotador del escenario rea- lista el cual le llega a las manos a Rein- hardt ya como el desgaliche del realis- mo. El no tener nada detrás de sí, sino ese desgalichamiento, es lo que le ha in- ducido para lanzarse a imaginar. En ese instante Reinhardt colgándose audazmen- te de su imaginación arranca al teatro de un perdido atolladero y lo hace colum- piarse en los aires nuevos, limpios y ruti- lantes. No hay duda de que salva al teatro de un naufragio, el terrible nau- fragio de la sequía de sus resortes. Mas, Reinhardt sigue todavía hoy em-
barcado en su imaginación. Pensemos en ¡a situación de la escena en el momento en que él llega, aquel momento de muer- te, y contrastémosla con la situación de la escena en el momento de hoy, momen- to auroral del cine sonoro, obtendremos en seguida el resultado de que si la ima- ginación de Reinhardt era una audacia innovadora en 1905, hoy se ha quedado a trasmano del ritmo de la vida. Algo ha realizado sin embargo Max
Reinhardt que no posa, aun cuando él se quede atrás, esto es su enclavamiento del teatro en el puro espectáculo, la recon- quista del teatro para el espectáculo. El teatro le había sido arrebatado al espec- táculo—esto es, al juego—, por la moral, la literatura y el sensacionalismo. Rein- hardt volvió el teatro a su pureza espec- tacular, desinfectándolo de moral. Cuan- do se quiere comprender un fenómeno es preciso no olvidar su origen, que signifi- ca tanto como la "razón de ser"; en cual- quier hecho, por muy largo y quebrado camino que traiga, la esencia procede del origen. Tal vez en saber mirar hacia el momento inicial del Teatro consista el mejor secreto de Max Reinhardt. El teatro nace en el instante en que los
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Los origínales que pu-
blica NUEVA ESPAÑA son rigurosamente inéditos |
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TODA LA CORRESPON-
DENCIA DEBE DIRI- GIRSE AL APARTA- :—: DO 8.046. :—: |
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NUEVA ESPAÑA
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H
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LA DESPEDID
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horas. Nos hallábamos en una gran ciu-
dad de Europa. Ana tenía que partir en un tren de las
diez de la noche hacia el Oeste. Al día siguiente partiría también yo
hacia el Norte. Comimos juntos en una fonda situada
en medio de un vasto parque popular, lleno de kioscos, bandas, músicas, tor- neos, barracas y otras ingenuas diversio- nes. En aquel parque, a las nueve, de- bían reunírsenos ciertos parientes que par- tirían con ella. En espera de la hora de salida del
tren dábamos vueltas por el parque, uno al lado de otro, repitiéndonos cosas que ya nos habíamos dicho infinitas veces, aquella tarde misma y en los días y los meses anteriores. Y durante todo el año. Empujados por la gente o por el des-
tino, o por un espíritu djabólico acerta- |
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mos a pasar por una especie de vasto
atrio, el cual daba acceso no recuerdo si a una "Casa misteriosa", a un "Ba- rracón de figuras de cera" o a un "Tren mágico". Ana en aquel momento iba delante de mí. Admiraba yo insistente- mente su persona, que era alta y derecha, de cuello blanquísimo y negros cabellos que se perdían bajo un minúsculo som- brero oscuro que los sujetaba. Se volvió a mirarme, oprimiéndoseme el corazón al verla sonreír con aquellos ojos negros y brillantes (de carbón brillante) que formaban una extraña nota oscura y en- cendida contra las líneas dulces y páli- das de su rostro. Le dije:
—Despidámonos ahora, Ana: den-
tro de algunos momentos vendrán a re- cojerte y yo me marcharé en seguida. Los últimos momentos que estoy conti- go, quiero que sean contigo solo. La úl- tima imagen tuya que llevo en mis ojos, no quiero que se mezcle con ninguna otra. —Tienes razón. Cuando- vengan, te
marchas. Prométemelo. —Te lo prometo. Y tú no me deten-
gas. Seamos fuertes. —Te lo juro—dijo Ana.
Un grupo de gente nos tropezó. Nos-
otros nos miramos con melancolía. —c'Es tarde?
—Aún quedan algunos minutos.
—¿Hacemos un último viaje en el
I ren mágico ?
Sonrió tristemente:
—No hay tiempo—dijo.
De súbito vimos que nos encontrába-
mos en medio de dos grandes espejos que había a la entrada de una barraca. Entre los dos espejos. Pero sólo nos con- templábamos en uno de ellos. No era un espejo normal. Mirando en
él se observaba no sé qué curvas ligeras en la superficie, llena de una ligera nie- bla cenicienta. Y allí dentro nuestras dos imágenes una al lado de la otra, aparecían sin dibujo de contorno. Y jun- to a ellas muy distantes de nosotros que las mirábamos aparecían dos tristes y temblorosas sombras del otro mundo. —Mira—le dije—, ahora estás cerca
de mí. Dentro de poco estarás lejos, le- jos como aquella sombra. Estaremos le- jos uno de otro, así. —Vamos al otro espejo—dijo Ana.
Aouél hace reir. Nos pusimos delante del otro espejo.
En este la deformación era más exac-
ta, feroz y odiosa. Espejos de este género no los ha po-
dido inventar la sola técnica de un fa- bricante de espejos. Los ha sugerido la perversidad de un demonio; el obrero que los construye, seguramente que mue- re de mala muerte, y luego es condena- do a las penas eternas. Ningún cinismo o desprecio del hombre hacia el hombre |
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Se llamaba Ana, nombre que, según
el gusto de cada uno puede parecer muy poético o muy vulgar. Pudiera decir: la mujer de mis sue-
ños; pero en verdad Ana era en aquel tiempo la mujer de mis realidades. Nuestras apacibles relaciones databan
de hacía un año, que es breve tiempo para aquellos amores que consiguen su- perar gallardamente los primeros quince días de vida. Vivíamos en la misma ciu- dad, y nos veíamos algunas horas ca- da día. De pronto nos ocurrió uno de esos casos de la vida que parecen raros y enormes a quienes les suceden, pero que son muy frecuentes y que no tienen interés para referirlos a los demás. Ana se tenía que separar de mí durante dos meses. El pensamiento de sesenta días de ausencia nos resultaba muy amargo. Henos aquí el último día antes de la
separación. Henos aquí en las últimas |
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El "Aurora" sublevado por Lenin, aprovisionándose clandestinamente.
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NUEVA ESPAÑA
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) A
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por MASSIMO BONTEMPELL
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el tren. Recogí mis maletas, llegué al
tren, me coloqué en mi puesto y siempre como huyendo .siempre llamando a Ana parti. Con tan furiosos transportes y con. tan enormes esfuerztos me calmé. Pero tan pronto como estuve quieto y
con la velocidad del tren encontré el equi- librio de mis sentimientos, el dolor de la separación y la fuerza de fantasmago- ría entraron en batalla. —Si estuviese Ana, aquí, sentada a
mi lado. Apenas imaginé ésto, cuando otra vez
apareció la maligna figura, sentándose frente a mí; mirándome con su sonrisa idiota de aborto. Y así muchas, muchas veces, y aquel día y los días siguientes. Desde entonces, jamás he podido li-
brarme de esta obsesión. Mil veces he oprimido la cabeza entre mis manos, que- riendo pensar en Ana. En la Ana verda- dera. Volverla a ver bella como fué, pero no lo conseguí nunca. No lo he con- seguido nunca, no le he escrito, tampoco nunca y han pasado muchos años y la he perdido y me ha perdido ella a mí y seguramente había maldecido mi nom- bre. Aquella dulce figura que al prin- cipio he descrito la evoco con el cerebro. Pero, como otra cosa, como una cosa no verdadera, como un cuadro. No la veo, como Ana. Como Ana no la veo. No consigo atisbarla en cuerpo vivo más que como la última imagen que de ella me quedó en los ojos. Imagen del espe- jo diabólico, cuyo autor seguramente ha brá muerto o morirá de mala muerte y que quizás ya se esté retorciendo entre las penas más horribles del infierno. |
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es tan malo, como aquél que se compla-
ce en contrahacer en formas extravagan- tes nuestra figura humana. Apenas me observé sentí contraérse-
me el rostro. Pero peor se contraía aquel otro rostro mío en el horrendo espacio de la brillante superficie absurda, donde mi ser se mostraba como un monstruo de- primido y ridículo. Sin embargo me re- conocía; flaco, torcido y vil, sin embar- go, era yo; era yo una especie de viejo acordeón pisoteado y tirado por el sue- lo. Como mi cerebro sabía que todo era una broma, me mandó sonreir. Y son- reí. Con una verdosa sonrisa, que fatigó, como un gran esfuerzo los músculos de mi cara. Luego de repente me sentí yer- to de angustia cuando se me ocurrió pen- sar que en aquel instante Ana me veía también. Riendo un poco de manera hi- pócrita, me volvía hacia ella. Pero apenas había empezado aquel
movimiento, he aquí que vi, allí también su figura al lado del monstruo que era yo. la figura de Ana, deformada, ensan- chada, humillada, vilipendiada, ultraja- da, horriblemente arrugada como un vie- jo feto, estúpidamente retorcido. Diríase que una invencible enorme mano chata la hubiera aplastado, dilatándole cada parte de su cuerpo y acumulado la fren- te entre los cabellos y las cejas. El ros- tro era un montón deprimido de arrugas cavernosas, entre las cuales se abrían agujeros hórridos, las narices negras y la boca desconsideradamente desgarrada, no tenía cuello, pero aquella cabeza idiota estaba hundida directamente en un repugnante tronco de aborto malig- no, de espaldas cuadrangulares y pecho gordo y esponjoso. Y la dilatación elás- tica crecía descendiendo hacia abajo, por el cuerpo de ella, por el cuerpo de Ana hacia la cintura que tortuosamente llegaba hasta el suelo. Las piernas se ha- bían hecho cortísimas y anchas y arquea- das sobre los pies reducidos a dos re- pugnantes manchas sin forma. Sobre és- tos prensábase y tambaleábase obscena toda la masa horrible, que era ella, Ana. Y sonámbula como un pato parsimoso parecía querer andar y salir del espejo para venirme al encuentro con una son- risa estúpida en la nariz y decirme con la boca: —Heme aquí, soy yo, Ana.
Inmóvil miraba yo como un catalépti-
co. Quizás todo el interminable supli- cio no duró más que tiempo brevísimo, el tiempo que yo invertí en temblar ate- rido bajo el mordiente hielo. Estuve a punto de gritar. Pero una voz fuerte sonó a mis espaldas: —Aquí están. Buenas noches.
Me volví asustadísimo mientras los re-
cién llegados nos saludaban deprisa. —Vamos—decían—ya es tarde.
Me rehice. Estaba fuera de mí. Con-
fusamente saludé. Recordé de la prome- |
sa. Y como quiera que cualquier cosa
me incitaba a huir lo más pronto posi- ble: ^ —Tengo que marcharme — dije —.
Buenas noches. Buen viaje. Hasta la vista. Cierto que huí. No consigo recordar
cómo advertí el rostro de Ana mezclado al de los demás. No sé cómo me encon- tré en casa. Apenas entré volví a salir. Pero después de haber vagado un rato, volví a entrar. Me encotnraba sin imá- genes y sin pensamientos. Me acosté y dormí. Sin pensar en nada. Y con un sueño lleno, pesado y como hipnótico, sin pesadillas dormí. A la mañana des- perté de pronto y ya, descansado. O qui- zás vacío y como estupefacto. La luz del día entraba en la alcoba por las persianas entreabiertas. Medité. —Ana...
La adiviné, así, como nueva. Luego
dolorosamente pensé que durante algún tiempo no volvería a verla. Un rayo de luz llegó al borde de mi cama. Y de improviso recordé que alguna
vez Ana, había entrado en aquella al- coba a esa misma hora, y se había in- clinado hacia mis ojos apenas despier- to. Al recuerdo siguió como presente, co-
mo se presenta una cosa real, aquella fi- gura, la última figura de Ana que ha- bía visto, la horrenda persona contrahe- cha del espejo. Meciéndose como un pato sobre cortas piernas arqueadas, se acercó a mi cama, inclinando hacia mí aquel rostro aplastado, ensanchado, sin frente. Grité y salté del lecho, y rapidí- simamente rae vestí. Era necesario tomar |
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Sala de máquinas del barco revolucionario "Aurora"
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NUEVA ESPANA
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Ideas sobre Wagner
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unión de ellas. Nunca llegó a compren-
der cómo cada una de ellas son comple- tamente mundos aparte. Yo no insistiré sobre este punto, porque creóle más que comprendido después de las revueltas, ya pasadas, que originaron tras de la literatura musical, la música pictórica, etcétera; la música musical, la pintura pictórica..., con las que comenzó el re- torno a las llamadas cualidades puras de cada arte. Indudablemente, no puede haber en-
tre dos artes una perfecta camaradería, sino la obligada supeditación de la una a la otra. Wágner supeditó a su teatro la música, llegando a hacerla tan espec- tacular que no era más que un truco más en el juego escénico Así tenemos obras de un descripcionismo tan grosero como la mayoría de las que hacen a nuestro público entusiasmarse. ¿Y qué diríamos de otro de los "ingeniosos" prin- cipios wagnerianos, el leit-motiv, factor principal en el aburrimiento y la pesan- tez de la música wagneriana? No obstante, Wágner ha cumplido una
misión dentro de la historia de la' músi- ca. Su influencia ha sido bastante fuerte para que podamos encontrarle una justi- ficación histórica, e, indudablemente, junto con la pobreza, disimulada con to- da clase de trucos engañabobos—el rayo, el fuego, el dios Wotan, el Walhalla...—, hay en esa música factores que han po- dido hacerla triunfar. Como sugestiona- dora, encontramos, en primer lugar, la intensidad sentimental de sus obras, aunque, cualitativamente, estos sentimien- tos no son sino leyendas llenas de trucos escénicos, que emocionan casi siempre por lo violento. Más bien su intensidad de sentimientos es producto de la cantidad de éstos, y no de su cualidad; por esto, por su mismo grosor, por el relieve robus- to de sus ideas, puede avasallar nuestro espíritu, y por eso en estos sentimientos he- mos de encontrar forzosamente la raíz del éxito wagneriano. |
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sar esas ideas, mejor dicho, argumenta-
ciones, absolutamente extramusicales, de sus obras teatrales Todo el desarrollo del pensamiento wagneriano es un con- tinuo avance en este camino (Rienzi, Lohegrin, Sigfrído), y llegó a avanzar tanto en este sentido que, como Tolstoi mismo comprendió, si la música de Wágner se oyera sin conocer nada de su argumento no podríamos recoger de ella ninguna sensación. Un buen ejemplo en este sentido es cómo logró gustar Wág- ner a los madrileños. Como su música, fundada en el descripcionismo, carece de valor por sí misma, fué necesaria una explicación de los argumentos de sus óperas en los periódicos, y, no sólo de los argumentos, sino también del signi- ficado de cada uno de los instantes de sus obras. Sé que son muchos los que no dudan
de que, al menos, hay instantes en las obras de Wágner en que existe la mú- sica. Hemos de tener en cuenta que Wágner no es una pieza suelta, sino todo un drama lírico. Al talento de un artista no se le puede juzgar por un trozo afortunado de una de sus obras, sino por la forma en que ha sabido em- plearlo en la obra en total y lo que para él realmente ha significado Es posible aue lo que más guste a los wagnerianos de Wágner, sobre todo a los wagneria- nos españoles, fuera lo que Wágner mis- mo consideraría como lo más desprecia- ble de sí. El criterio de nuestro músico queda
desnudo ante nosotros con la estructura- ción de un drama lírico Berlioz, en los comienzos del wagnerismo, ya vio claro cuando escribía sobre el más grande de- fecto de este músico, que era no tener en cuenta la sensación y "no ver más aue la idea poética o dramática que se quiere expresar, sin cuidarse de si la ex- presión de esta idea obliga o no al com- nositor a salirse de las condiciones mu- sicales". Y esto decía Berlioz. que, al fin v al cabo, no estaba libre del pecado de nai-rar con música—poema sinfónico—. Wágner parte de un principio estéti-
camente falso respecto de las artes: la |
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Hemos podido llegar hasta con ex-
ceso a poder hacer una revaloración ab- solutamente desapasionada de esta co- lumna musical, revaloración, por otra parte, muy necesaria. Cuando un músico comienza su vida
como tal es cuando únicamente son sus obras combatidas, quedando después co- mo verdades absolutas y, por tanto, in- discutibles, aquéllas que logran imponer- se en esta lucha. Este proceso vulgar es completamente absurdo en su segunda fase, y tiene como fatal consecuencia que, al quedar como verdades inconmo- vibles ciertos autores, se produce la des- vitalización del arte. Esta desvitaliza- ción es ocasionada por la falta de movi- miento de la idea, que va quedando an- quilosada en "ejemplos" cerrados. La causa originaria de estas que podríamos llamar ideas muertas, si esto fuera po- sible, estriba en la característica pereza mental del burgués, tipo que, natural- mente, es el más abundante en la gene- ralidad de los aficionados musicales. Es necesario que, para que el arte continúe su camino, se vaya acostumbrando el público a la revaloración. Hemos aludi- do antes a la lucha del artista novel por la valoración; abogamos ahora por la continuación de esta lucha al otro Tado de la consagración del artista, que nun- ca debe ser definitiva, sino temporal. Esto es completamente natural, ya que no existen valores absolutos. El valer, como toda cualidad estimativa, es tan variable como nuestro gusto. Las cosas, de por sí, no tienen ningún valor, sino el que, en relación con nosotros, queramos darles; de aquí que la valoración, en los seres vivos, esté en continuo movimien- to. En esto se funda la justificación d e la revaloración, y aquí surge mi pregun- ta: ¿Qué queda ya de Wagner, que nos pueda interesar a nosotros? Estamos ya tan lejanos de esta figu-
ra que podemos ver con absoluta indife- rencia el porqué de todos sus valores, los reales y los ficticios. El mismo comienzo de la vida musi-
cal de "Wagner es ya muy significativo. Wagner no va a ella por un interés ver- daderamente musical, sino porque cree que la música puede ser un poderoso me- dio de ayuda para la filosofía y la trage- dia. Así, este muchacho, para quien los estudios musicales eran una verdadera tortura, por necesidades de su teatro, va hacia la música; pero no, ni mucho menos, por estimar en todo su valor, en su valor real, la "cualidad" musical, lo que se ha llamado música musical. Proyectado en este sentido, vemos
cómo lógicamente la primera admiración de Wagner es para Weber; él es quien le descubre que la música puede expre- |
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V. SALAS VIU.
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Mavo 1930.
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Se ha puesto a la venta
EL LIBRO DE ALEJANDRO LERROUX
Las Pequeñas Tragedias de mi Vida
(MEMORIAS FRIVOLAS)
LIBROS PUBLICADOS LOS HOMBRES TIENEN SED
por ANNA SWANSEA
(CINCO T'ESETAS) EDITORIAL ZEUS
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NUEVA ESPAÑA
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del proletaria
de José Stalin Los delegados, no solo procederán de
elección, sino que podrán ser destituidos en todo momento. 2." No recibirán sala- rios superiores a los de un simple obrero. 3." Se procederá inmediatamente a pre- parar un estado de cosas, en que todos puedan ejercer por igual las funciones de gobierno y superintendencia, de suer- te que, pudiendo todos transformarse en burócratas temporalmente, ninguno pue- da realmente parar en burócrata defini- tivo." Estos¡ peligros que pretendía evitar
Lenin, los acusa hoy Trotsky, querién- dolos atajar a tiempo. Stalin responde combatiendo la burocracia, con una cas- trada samocrítica, o con letreros en los tranvías, que realmente no tiene más efi- cacia, de la que puede tener en Toledo el rotulillo que prohibe la mendicidad y la blasfemia. No es menester una gran perspicacia,
para ver en Stalin, un hombre inferior a la tarea que le está encomendada. Los problemas le asaltan por sorpresa y de- terminan los extraños cambios de su po- lítica, que él quiere presentamos con una acrobacia genial. "Cuanto menos comprende los problemas históricos—di- ce Trostky con mala intención—tanto más su gesto se cubre de suficiencia. Su ceguera le ahorra el trabajo de mentir." La idea de edificar el socialismo en
un solo país, debe hacer felices a los ba- bosos representantes de la reacción lite- raria. Profesores y periodistas de la bur- guesía, se sentían vinculados a Stalin, |
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La dictadura
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en manos
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considerándole un profesor más; esas im-
ponentes relaciones entre el esclavismo y el marxismo que se empiezan a estable- cer y acompañan de grandes gestos, les hará ver en Stalin, un hombre tan pro- fundo en la política como ellos en la in- vestigación. El criterio que sostiene Trots- ky, de la revolución permanente, esto es, "que la U. R. R. S. S. debe vivir indi- solublemente ligada al movimiento pro- letario internacional" les parecerá una terquedad tan absurda que, pasarán a estudiarlo desde el punto de vista del Psicoanálisis. Pero, hablando francamente, un mo-
vimiento de clases, no podrá recluirse por su gusto en un solo país. Semejante proceder sería un suicidio voluntario. Lo natural es que se sienta en todo momen- to un eslabón de la cadena y la diges- tión que de este movimiento universal ha- ga cada nacionalidad, habrá de referir- se a otros órdenes, que no al económico. Stalin se inclina, pero no se resuelve,
por la edificación del socialismo en un solo país, disparate que no puede de- fender ningún comunista Con tan infla- da y mediocre teoría, trátase de encu- brir un viejo problema de táctica; si lle- gado el caso, los comunistas, deben ac- tuar solos, con todo su programa, o, si por lo cotnrario, deben disolverse—bajo prtexto de reforzarse—en los reacciona- rios de fraseología avanzada. Posible- mente del fracaso de la Revolución chi- na, tiene mucha culpa la política mode- rada de Stalin; el Kuomitang, donde ha- bía un gran número de elementos no co- munistas fué incorporado a la Tercera Internacional por el mero hecho de ser revolucionario. La vida y la obra de Le- nin, repudian claramente ese camino. La vida de oportunismo. Sus métodos han sido probados en la más dura experien- cia: hicieron posible la Revolución de octubre y la situaron en el período crí- tico en que se encuentra; hoy es tan di- fícil continuar la Revolución, como des- hacerla. Y Stalin al desviarse del cami- no, alardeando sensatez no acusa más que incapacidad. También fué la inca- pacidad, disfrazada de sensatez, pero en dosis alarmantes, quien consumó la de- rrota del socialismo oficial. Los pobres teorizantes de la Segunda Internacional, a pesar de retratarse, con el puño en la mejilla, para que no se les pudiese ne- gar talento, no consiguieron otra cosa, que ponerse a las órdenes del capitalis- mo, como hemos visto en la guerra euro- pea, y un ejemplo más reciente y elo- cuente, nos lo ofrece la conducta que observa en la India, en esa merienda de blancos, el bienaventurado Mr. Ramsay Mac Donald. L. FERSEN |
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Dejando aparte deferencias menores,
la contienda entre Stalin y Trotsky, cul- mina en dos puntos decisivos para el porvenir de la Revolución de octubre, f rotsky y Stalin empiezan por defender criterios irreconciliables en política inter- nacional; la idea trotskista de la revolu- ción permanente, choca con la idea de edificar el socialismo en un solo país que defiende Stalin, no muy resueltamente. Por otra parte, Trotsky delata peligros en la evolución interna del Estado so- viético, que Stalin percibe con dificultad. Como es sabido, el stalinismo quiere
presentarse como la continuación del pen- samiento de Lenin, en sus últimos tiem- pos. El retroceso que significa la N. E. P. dicen que convenció a Lenin, de que la transformación socialista, había de ser consecuencia de un lento proceso, favo- recido, claro está, desde el Poder. Con ello preténdese justificar el hecho que más abulta en la política de Stalin: su falta de seguridad, sus frecuentes desvia- ciones, a la derecha, unas veces, o a la izquierda, otras, hacia el trotskismo. Lenin no se preocupó tanto de fijarle
un plazo a la Revolución, como de crear un instrumento, el Estado obrero, que le permitiese vencer la resistencia capitalis- ta, y soportar posibles concesiones a la burguesía. Concesiones que, son peligro- sas, en la medida que puedan corrom- per el verdadero carácter del Estado so- viético; en la medida que el Estado, de auténticamente obrero, pase a ser un Es- tado que protege filantrópicamente a los obreros, pero que en realidad se despla- za de la clase social que le dio nacimien- to. No se procedió por mero capricho, al
sustituir la complicada organización bur- guesa, por la sencilla organización sovié- tica. En perfecta consecuencia con las doctrinas de Marx sobre el Estado, pro- ducto del antagonismo de clases, la dic- tadura del proletariado no podía consis- tir en un relevo de personal, en llenar la vieja colmena de gente nueva; esto se- ría sentarse en los sillones de la burgue- sía y acabar—o empezar—aburguesán- dose. Se echaban los cimientos a un nue- vo organismo, más autoritario que nin- gún Estado, pero que en us evolución, ya no podría llamarse Estado. Porque la dictadura del proletariado al destruir las clases sociales, destruye también el Estado parásito. Había que precaverse, contra una posible evolución del apara- to en sentido burgués. "Justamente—dice Lenin—para evitar
que este nuevo organismo se transforme en una burocracia, se tomarán ciertas medidas, que ya han sido objeto de aná- lisis, por parte de Marx y Engels: 1.° |
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José Stalin
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NUEVA ESPAÑA
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EL MOMENTO ESPAÑOL
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en menos, caciquean burdamente con ei
afán amoral de obtener mandatos, sim- plemente, para gobernar por gobernar, sin ninguna idea positiva de colectividad, dentro de la ficción hueca y pomposa que constituye la Democracia contempo- ránea. La imitación de la idea, aunque re-
ciente en la historia, ya demasiado vieja, de los Estados constitucionales, al ser to- mada por el cacique español de los paí- ses "democráticos", no puede por menos de impregnarse del espíritu inferior de nuestra sociedad en los siglos renacentis- |
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puede negarse, dada la naturalidad con
que en todos los procesos sociales, los más son llevados y regidos por los menos, lo que no es óbice para que el caciquis- mo sea de esencia bárbara, aunque lo consagren de hecho las Democracias po- líticas como una necesidad de las posi- ciones económicas y sociales de Ja clase triunfante, la dueña efectiva del tingla- do "democrático". Cacique es todo aquél que se impone por la coacción o el so- borno, y en tal sentido, todos los políticos conservadores del sistema social imperan- te, tradicionalistas y evolutivos en más o |
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República coronada unos y Repúbli-
ca conservadora otros, es lo cierto, que en la conservación coinciden la gran ma- yoría de los políticos y de la Prensa. Que los políticos de oficio aboguen
por una de estas dos ideas para devol- ver la normalidad constitucional al país no tiene nada de anormal en su conduc- ta, dado que ante la atomía de la masa, que nadie mejor que ellos conocen, la so- lución les favorece claramente. Pero que la Prensa que se llama independiente y hace gala de moderna y liberal, les secun- de, de manera implícita, en esta trascen- dental cuestión, es triste y denigrante para su función. La ineptitud de los actuales represen-
tantes de la política—de derechas y de izquierdas—en relación con la goberna- ción del país, es aptitud para aprisionar al pueblo español, privándole de direc- ción nueva y conquistándolo aún más en su atomización pasiva y secular. Ciertamente, los pueblos no se elevan
ni se salvan por sí solos. Necesitan guías que se adelanten a la realidad creada y tracen otra nueva realidad de síntesis superior humana. Tratar de conservar la realidad de un pueblo, conservando su quietud, con principios que no tengan más horizonte que la conservación misma del estado de cosas creado, no es, ni puede ser, la trayectoria vital de la dirección de un pueblo. Tal labor, en todo caso, es la confirmación de su estatismo, la ne- gación de su avance a un estado mejor nuevo. Los pueblos viven siglos y siglos en el marco de lo que fué creación nue- va un día. Esta creación, con su devenir interno, fatalmente llega a anquilosarse, y tras la decadencia, aparece con ame- nazas el desquiciamiento, si no brota una nueva dirección y guía que se imponga y realice otra creación, con factura ori- ginal, integrando en ella las experiencias de las que le preceden en el tiempo y su- perando el orden de la convivencia y de la libertad humanos hacia un futuro más perfecto. Los políticos en nuestro país, sean del
matiz que sean, no pretenden llevar a cabo ninguna renovación, sino sólo el mantener la pasividad del pueblo para el futuro en interés de sus bastardos in- tereses. La evolución, en los que de bue- na fé creen en ella, tiene un sentido falso, ya que no puede hablarse de evolución en un período de crisis aguda, por anqui- losamiento general de todos los valores, en el cual el Derecho es un tópico de en- vergadura estrecha que entorpece y nada crea. Lograda, en efecto, la República co-
ronada o la República auténtica conser- vadora, el pueblo, ya "soberano", hace como que interviene, pero no interviene. Tood se lo dan hecho. El cacique es el artífice de la "voluntad nacional", es la "soberanía nacional" misma. Porque el cacique sigue existiendo con
clara raíz natural, que en sociología no |
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"Jimmy" Thomas el ministro laborista inglés que quiere ser lord-
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NUEVA ESPAÑÁ^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^M
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pirantes al oficio anhelen una Repúbli-
ca coronada a "una República conserva- dora nada tiene de extraño, pero que la Prensa que se llama independiente, con títulos de moderna y liberal, lo pida... dá, en verdad, una idea deprimente, aunque real, de la intelectualidad de la época, a la vez que evidencia la torpe ce- guera del capitalismo, que al igual que en Roma, estúpidamente conservando, prefiere destruir antes que facilitar la re- novación del medio social en bien del in- terés general de la civilización y de la co- lectividad. Pero su naturaleza amoral no le permite ser de otra manera. Así será mientras pueda seguir viviendo. Por fortuna, en nuestro país existe una
minoría nueva y joven, conocedora del anquilosamiento en que todo vive, que aspira, con ideas originales y propias, a renovar las cosas de tal modo que los factores generales de la vieja minoría ac- tual dirigente se incorporen a la barba- rie del pasado a que realmente pertene- cen, llámense capitalistas, políticos o in- telectuales. C. FERGA.
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tas, en relación con los pueblos que van
■ a la cabeza de Europa. Nuestro país vive muerto luego de constituirse la uni- dad nacional. El pueblo de la recon- quista es un pueblo que ejercita su liber- tad sobre sus instintos individuales, sien- do grande su predisposición a que lo ca- tolicen por ser, en todo caso, la idea de la salvación una continuación psíquica del instinto individual que vela, ante todo, por la conservación propia. Y una sociedad en que los individuos viven con vida para sí, sin vitalidad positiva del instinto social, que une y estrecha a los miembros y prepara la colectividad para la sociabilidad activa y, con ella, la exal- tación de la inteligencia a creaciones su- periores, evidentemente, no puede ni asi- milar siquiera los aires que llegan del exterior con ímpetus de dinamismo y su- peración humannoSi La colonización de América es un cauce que el instinto indi- vidual aprovecha vigorosamente con su amoralismo activo. No se desean más que riquezas, dominio, poder, mientras la colectividad se muere. Toda la acti- vidad del espíritu es dogmático-religio- sa cuando ya es manifiesta la decaden- cia de la Iglesia y luchan enérgicamente la ciencia y fé, con irreductible antago- nismo. Más tarde, en tiempos de Car- los III, cuando la filosofía en Europa florece y la eclosión admirable y supre- ma de las ciencias se produce, para los españoles tiene más importancia los picos que ha de tener el sombrero que cualquier enunciado del materialismo filosófico. La sociedad está muerta y espera sólo la lle- gada del capitalismo para incorporarse, con visible retfaso, a la civilización nue- va, por lo amoral, de rápida decadencia. El cacique español, cuando entra a
ser el sostenedor de la Democracia polí- tica en medio de un pueblo vitalmente atomizado, está vinculado al absolutismo material y espiritual de una dogmática tradición que hábilmente manejado—a a veces con animalidad declarada—man- tiene la quietud inferior de la masa en- tregada sólo al egoísmo pasivo, negador de civilización e increador de vida. Con tal cuerpo de caciques, hoy repu-
blicano-coronados unos, y republicano- conservadores otros por la fuerza de las cosas en un medio político alterado, la "voluntad nacional" ha de traernos de nuevo al Parlamento a toda la antigua política de derechas y de izquierdas con hombres viejos, y nuevos también viejos, pues en el crítico momento por que la ci- vilización pasa, no es nueva la política que hable de cambio en las formas de gobierno, sino la que plantee concreta- mente, con una nueva valoración del Es- tado, el cambio en las formas económi- cas y sociales, en interés de una sociabili- dad activa nueva que salve a la civili- zación de su derrumbamiento y proyecte la vida humana sobre un horizonte su- perior. La nueva legalidad estará formada
por los parlamentarios que los caciques quieran. La mayoría la dará, sin discu- sión alguna, el campo sobre la ciudad; |
y el campo, sometido el campesino por la
dependencia económica, de un lado al cacique, y de otro, a la influencia reli- giosa que le hace temeroso y resignado, no puede dar más mandatarios que aqué- llos que les imponen desde las organiza- ciones centrales, en las cuales son direc- tores, naturalmente, los caciques máximos o los producidos al margen de la clase, pero en íntimo contacto con ella y todos, con la clase económica dominante. Semejante mayoría, llamada a forjar
la legalidad, sacada del campo, aplas- tará a la minoría inquieta, que rebulle y anhela una vida más humana en la ciu- dad. Legalmente habrá República coro- nada o República auténtica conservado- ra, la que, amparada ya en la Ley—en el Derecho, que invocan los borregos del lugar común—impondrá el orden, su or- den, el orden de los caciques, el orden del capital, mientras el pueblo seguirá vi- viendo lo mismp, en el mismo estado de inferioridad y de miseria material y espi- ritual que arrastra por los siglos. El por- venir es claro... Que los políticos de profesión y los as-
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Liga Nacional Laica
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nómica, social o intelectual, ése está ex-
puesto a las mayores miserias, a medida, sobre todo, que es más pequeño el lugar de su residencia. Frecuentes son los casos que salen al público: quema de libros; cierre arbitrario de las escuelas; causas criminales por pretendidos sacrilegios, se- gún leyes injustas; persecución a pedra- das contra familias protestantes...; pero los que pasan en silencio e ignorados, por falta de protección, son innumerables. Todos los disidentes perseguidos, protes- tantes e israelitas españoles encontrarán amparo y defensa en esta Liga. No pide la Liga tolerancia, siempre
algo depresiva, sino estricta justicia. Y allí donde ésta no alcance, en vez de to- lerancia, respeto; recíproco respeto para todas las creencias y ante todas las ma- nifestaciones religiosas. Respeto más obli- gado hacia el disidente, porque se halla inerme. La ortodoxia oficial no podrá exigirlo, con plenitud de razón, mientras goce el favor exclusivo de injustas y ame- nazadoras sanciones coactivas, tado un régimen jurídico por encima de La Liga quiere, por tanto, para el Es-
toda la Iglesia, de toda casta, de todo pri- vilegio tradicional, única forma de que el ciudadano pueda sentirse libre y en armonía con el derecho de todos. Tra- bajará para que esta fe jurídica sea sen- tida y propagada hasta la aldea más re- mota y de más arcaico espíritu. Sólo así podrán aprender los españoles a convivir decorosa y noblemente, libres en su fue- ro interno, bien articulados dentro de la comunidad civil. Sólo así se difundirá la cultura, premisa esencial para la liber- tad económica y de todas las esferas." |
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Ha quedado constituido en Madrid este
organismo, del que forman parte perso- nalidades eminentes de la intelectualidad española. Está ya recibiendo adhesio- nes y donativos valiosísimos. A continua- ción transcribimos algunos párrafos de un manifiesto, con el que nos solidarizamos totalmente: "La triste y especial tradición de núes
tra patria es causa de que, aun en este tiempo, sea, por desdicha, necesario de- fender el derecho de aquellas minorías que no participan de la religión del Estado, o sea la llamada fe tradicional de los espa- ñoles. Con indiferencia, descaro y hasta aplau-
so social puede no practicar el ortodoxo. Pero ¡ay del que disiente y quiere honra- damente dar testimonio, con la conducta, de su disidencia! Si quiere vivir en paz, no puede hablar de ello. Tiene que disi- mularlo y sonrojarse y poco menos que pedir perdón por su noble conducta. El ambiete de la taimada elegancia burgue- sa le rechaza. Pero hay algo más grave. Una mezcla de resabio inquisitorial y gusto plebeyo po rio gregario e irreflexi- vo suele impulsar a la sociedad, y hasta al Poder público, a lanzarse, frenéticos, sobre el desidente que aspira, él también, a ocupar su lugar jurídico junto a los otros ciudadanos. Y en esta persecución no hay medio, por vil que sea, que deje de usarse: calumnia, desafecto, vacío, molestia pequeña o grande y, en fin, la franca y bárbara arremetida: privación del cargo público y condena criminal. Quien en España manifiesta, en una
u otra forma, no ser católico, si no ha conquistado antes una alta posición eco- |
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20
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NUEVA ESPAPA
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VIDA ESPAÑOLA
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Esta rebelión de los gustos no puede
seguir un camino antiguo pasivamente. Para comprender claramente ésto, es de todo punto necesario el sereno trompeteo, despertando en los hombres la profunda i longitud de inteligencia y sentimiento. Es necesario vibrar, como vibra hoy el occidente y por contagio, por eco, el oriente redescubierto. Es este el camino de la juventud in-
sular. Y ahora dos temas de reconstruc- ción, sobre dos planos eternos: la ciu- dad y el campo. El campo se ha venido falseando. Acaso sea dura la frase. El campo ha respondido hasta ahora a los principios impresionistas de la pintura, con árboles difusos. El paisaje ha sopor- tado la aclimatación arbitraria de flo- ras de todas las latitudes, en medio de la platanera, base de una prosperidad agrícola que amenaza quedarse destrui- da por sus propias consecuencias: el transporte. Gasolina, autos y accesorios, exportan con exceso los rendimientos de la agricultura. El paisaje ha venido on- dulando así por dos fuerzas: lo bello (flora, clima, naturaleza turística) lo económico: (frutos, naturaleza agrícola) Flor y fruto: he aquí un resumen. Flor —importación: Turismo. Fruto—expor- tación: agricultura. Creo que hemos lle- gado a la síntesis de nuestra personali- dad regional. Consecuencia de flor y fruto: el puerto. En el puerto se ha cen- tralizado en estos últimos años toda la dinámica de la política y el arte. Pero veamos, c responde claramente el puerto a los valores íntimos de la isla? La po- lítica y el arte del puerto son el friso a la arquitectura de la isla. Pero ¿está la isla concreta, evolucionando con sus ín- timos valores volcánicos, levantada so- bre parcelas racionales? No. El tema es hondo, serio, enraizado en
cauces profundos. Más allá del abori- gen isleño. Más allá de su sentido hu- mano. En las fuentes caóticas de nues- tra geografía. En los principios etnográ- ficos de nuestra personalidad atlántica. Ascendiendo hasta hoy, lleno el puerto de banderas y aires cargados en su ruta trasatlántica de finos y agrios olores, de culturas trasoceánicas. Es necesario arrancar del fondo car-
gados de cosmos. Sobre la ciudad y el campo—los dos temas eternos—la re- construcción. En la ciudad el valor ar- quitectónico. En el campo el valor agrí- cola y floreal. Pueblo el nuestro sin ar- quitectura propia 0a llamada arquitec- tura no obedece a su exigencia climatoló- gica, según probaremos en otro artícu- lo), este pueblo necesita forjarla, incor- porando todas las posibilidades occiden- tales de la moderna arquitectura. En el campo la revisión agrícola, el control de los cultivos y su verdadera naturaleza floreal: el cactus (véanse los notables ex- perimentos del Dr. Burchard). Eduardo Westerdahl.
Mayo de 1930. |
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CANARIAS
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EL P. N. DE T. EN LAS PALMAS
¿Qué ha hecho este repugnante orga-
nismo dictatorial en nuestra ciudad que —en alguna manera—tienda a favore- cer el turismo? Como en ninguna parte de España este burocrático organismo ha hecho nada, aquí, en Las Palmas, no iba a ser menos y naturalmente tampoco ha logrado apuntarse el más insignifi- cante triunfo. Ni ha fomentado el turis- mo. Ni ha evitado los ascentrales "líos" entre chaufeúres e intérpretes. Ni de nues- tras islas han salido más fotografías con destino a publicaciones ai hoc que las que antes—de existir este nefasto organismo— salían. Un periódico tan inclinado a la va- selina adjetival como "Diario de Las Pal- mas" recientemente protestó de este aban- dono del P. N. de T. En el número de ¡40! páginas extras de "El Sol", dedicado a loar el turismo por España, Canarias había sido completamente abandonada. A no ser por la atención que un canario —Jenaro Artiles—le prestó, se hubiera quedado—sin duda—sin hueco en las ¡40! páginas de "El Sol". Sin embargo, señores, todo no ha de
ser censura. El P. N. de T., ha hecho en nuestra ciudad una gran labor: la publi- cación de unos artículos de D. X. Peipo- cho sobre el menaje hotelero. (¡Una ri- sa!). Menos mal que el flamante orga- nismo de Sangroniz y Cía. tiene a su ser- vicio personas de condición humorística. Peipocho—sin duda—es una de ellas. En sus artículos—¡ah, ah, ah, oh, oh!—indi- caba a los dueños de los hoteles la ma- nera de montarlos. Como había de amue- blarse el cuarto para recién casados. Co- mo el de la señora solterona. Como el del joven juerguista y tronera. Etcétera, etcé- tera. ¡Formidable el informe del "técni- co" hotelero Sr. Peipocho! Seguramente a estas horas—¡cómo no!—el P. N. de T. habrá dado órdenes para que pase a per- petrarse en caracteres de imprenta. En realidad: ¡lo merece!... Los dueños de hoteles locales—nos
han dicho—que desde el informe técnico de este técnico han aumentado la lista de pasajeros de una manera inusitada. La cosa no era para menos, ciertamente. Veamos ahora el reverso. Mientras el Estado, por mediación del llamado a des- aparecer P. N. de T., paga espléndida- mente a un Sr. Peipocho, niega rotunda- mente una mísera subvención—para aten- der a sus muchas necesidades—a la Uni- versidad de La Laguna. Recientemente reclamó este centro de enseñanza el apo- yo oficial para dotar su Sección de Cien- cias de un laboratorio Químico decente, Sin cuyo requisito es muy posible que |
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nera. Eso sería tanto como ir contra la
costumbre general ya pre-establecida pa- ra estos casos. Sin necesidad de remontarnos a la des-
vergonzada cifra de ¡30! millones que el nefasto P. N. de T., se ha engullido en hacer una propaganda que nadie ha visto, consideremos el respiro que sería para nuestra Universidad que el Estado se decidiera a meterle puertas adentro— solamente—un par de mil pesetas cada mes. Pero, por lo visto y comprobado, el Estado prefiere que nuestra Universi- dad—instalada en un desvencijado ca- serón—lleve una vida miserable. Mien- tras tanto—-en la acera de enfrente—se alimenta burocráticamente a una reata de funcionarios del repugnante P. N. de T. El contraste no puede ser más espa- ñol. La Universidad lagunera, a pesar de
su vida precaria, ha dado—y dá todos los días—frutos palpables. El P. N. de T., a pesar de la inversión de ¡30! mi- llones de pesetas, no ha hecho nada pal- pable. cQué hace el Gobierno que no le dá la patada final al uno y reivindica a la otra: a la Universidad? A. Hurtado de Mendoza.
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A la juventud de la isla le toca el va-
lor universal de la época presente: el sentido profundo del orden, de la juste- za y serenidad. Solidificar los nuevos elementos incorporados. Encontrar el rumbo puro de la misma isla. Su arque- tipo. Una isla no se baraia al azar, como
no se puede barajar al azar la capota celeste. Todo obedece a una íntima y potente gestación, a una unidad, a una seria y rítmica marcha. Todos estos va- lores profundos, geográficos, botánicos, valorados en los más puros cuadros del moderno racionalismo, deben ser puestos en marcha por las juventudes de la is- la. En arte como en política no hay arrepentimiento posible. Es absurdo creer en un rápido escamoteo de sentido en toda la gente que asistió, abiertas las más íntimas placas de su fisiología, a los paisajes pasados de arte y política. Es querer convertir un reloj en baró- metro. El sentimiento nuevo, el moder- no concepto de todos los viejos vaolres naturales, es un fenómeno tan autóno- mo y hermoso, que no admite guía, aun- que venga investida de los más puros ca- racteres virgilianos. Nada, nada en ab- soluto que pueda percibir la vista in- tercambiada de los mozos puede ser su- plantada. Se ha roto toda una vieja y tópica experiencia. Se ha roto hasta el mismo paisaje. |
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un
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día la "Gaceta" nos sorprenda
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con una disposición suprimiendo la Sec-
ción de Ciencias. ¿Se ha concedido la reclamada subvención? De ninguna ma- |
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NUEVA ESPAÑA
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ticemos. Basta con esta realidad. Hoy
son ya muchos los que, para saborear la música se encierran en su casa. SlN EMBARGO.—Pero el fonógrafo sa-
be no ser trascendental. Lo sabe tan per- fectamente como la mujercita que nos acompaña al cine. O como esa otra con quien hacemos diariamente una hora de flirt. Ni anula ni se anula. En plena ciudad, abrid las ventanas mientras can- ta un disco: sin la menor sorpresa, segui- rá cantando como todos los demás pá- jaros modernos. Ni él estorba a los otros, ni los otros le estorban a él. Por eso pue- de hacer estupendos dúos con la máqui- na de escribir. Y, sin duda alguna, sien- te gran simpatía por los ventiladores. La música, gracias a él, dejó de ser
una señorita remilgosa. Y hoy es la ami- ga que mejor nos suaviza las hojas de afeitar. Y su utilidad la sorprendemos en algunas películas yankis: cuando el obre- ro o la obrera llega a su casa, pone en marcha un disco, y así, "en cadenee", se ducha y se prepara la comida. Amistad.—Tal recuerdo de múltiples
escenas norteamericanas puedo concre- tarlo en varios momentos de la extraor- dinaria película "Soledad". Sus dos pro- tagonistas no estaban absolutamente so- los. Cada uno tenía por único compañe- ro esta casi humana máquina. El disco era para ellos—como pronto lo será pa- ra todo el mundo — el imprescindible amigo que sabe con-padecer nuestra alegría o nuestro dolor. Repito: los pro- tagonistas de "Soledad" no estaban ab- solutamente solos. Para sus horas irrme- diablemente "blúes", nunca faltaba un vals—"Always"—o un "blúes". Greguería.—Quizás haya espíritus
excesivamente delicados a los cuales re- pugne comprar un fonógrafo, por todo lo que ese acto tiene de comercio de es- clavos. Para las muchachas.—Como bajo
el subconsciente recuerdo del claro de luna, que ya ninguna de vosotras cono- ce, contempláis un poco en éxtasis el dia- fragma sobre el disco: únicas luna y no- che líricas, respectivamente, en este nues- tro tiempo trepidante de anuncios lumi- nosos. La fonogenia.—No siempre que se
hable de música fonográfica ha de sobre- entenderse "la música". Ojo. Con el tiempo será posible—no lo sé—
que el micrófono recoja fielmente todos los sonidos. Pero hoy todavía les inpri- me una cierta deformación según oscuras y geniales afinidades electivas. Algo co- mo lo que hace el objetivo cinematográ- fico, de cuyos gustos depende todo el arte de intérpretes y directores. Así, ya se habla de instrumentos, de voces, de di- rectores de orquesta, de músicas, en fin, "fonogénicos". Y en ese misterio de la fonogenia vence la personalidad seduc- tora del fonógrafo, ese maravilloso sabor nuevo a cuya busca están ya condena- dos todos los finos catadores de la fo- nografía. Jesús Bal y Gay.
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FONÓGRAFO
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COSAS DEL
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rennidad, lo fugaz alcanzó, al fin, su li-
beración y su vitalidad máxima. Y hoy lo que es de Hoy. Y ahora ya podremos pedir "nuestra música de cada día." GEOGRAFÍA. — El fonógrafo alcanza
una importancia geográfica tan grande como las alcanzadas por el cine o el avión. El nos hace comprender los "via- jes alrededor de mi cuarto." No se pre- cisa más que un disco y una aguja que escrute en él. Con eso, sólo con eso, nos vamos al lado de Chaliapin, de Mengel- berg, de los Flonzaley, de Wada Lan- dowska. Con eso, yo, lucense, bailo iman- tado por los trombones de los "jazzs" más cosmopolitas: Ted Lewis, Jack Hylton, Pau Whiteman. Y con ego— velador giratorio de un nuevo espiritis- mo—llegan hasta mí los más líricos muertos anónimos de la raza negra. NUEVOS VICIOS.—Estos placeres fono-
gráficos tienen mucho de paraíso artifi- cial. Son la morfina del porvenir. Mejor dicho, de un presente de mucho porvenir. El opio de los jóvenes deportistas. La aguja se ha modificado. Ya no per-
fora epidermis, ni sostiene bolitas somní- feras en térmicos ritos. La aguja hoy que- da asimilada a la máquina. Aséptica. Inocua. Se limita a encender—¡rozando con el disco—el fuego intrascendente de estos pebeteros de música. Y en un hu- mo invisible y un aroma inidiro, nos lleva a las más lejanas e íntimas regiones. ACERO Y MADERA.—"Todo es cues-
tión de agujas", dirá el buen fonografis- ta. Y, en efecto, la aguja de acero, ter- sa, brusca, optimista y sin profundidades, nos llena la habitación con torrentes ni- quelados de luz diurna. Música un poco a flor de disco o, si queréis, de diafrag- ma para afuera. Pero utilizad luego la aguja de bam-
bú. Y veréis cómo la música se vela de morriña, de saudade, de cafard, de spleen, de dor, de jal, de blúes (el fonó- grafo es políglota), cómo van naciendo perspectivas con cuarta dimensión—como selvas de ecos—y poblándose de líricos bambúes. La voz del negro alcanza así más lejanías y suavidades de esclavo. Toda arista—rítmica, melódica o armó- nica — sufre la suprema sincopación— síncopa de la síncopa, al borde de la curva—de un biselado sentimental. En fin, amigos; hincad la aguja de bambú sobre un disco cualquiera y la habita- ción se os llenará de sombras. Es entonces cuando se alcanza el co-
razón de la "música de cámara." MÚSICA DE CÁMARA.—El suoremo mi-
lagro del fonógrafo es tal vez este con- vertir en música de cámara aun las más colectivas músicas. Beethoven, Wagner, todos los músicos que hayan podido so- ñar con el templo de la Música, se con- vierten en los seres más confidenciales si se les coloca sobre la platina de un fonógrafo. Algún día... Pero no profe- |
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A todos mis amigos de la
nueva masonería fonográ- fica. Advertencia.—Ante un espejo, por
ejemplo, el salvaje se ciega a todo utili-
tarismo. Y se sobrecoge de terror sagra- do. Esto, por mucho que presumamos, nos ocurre también a nosotros cada vez que tropezamos en un nuevo gran inven- to. Pero nosotros enmascaramos todo lo posible nuestras puras reacciones. Deci- mos que "estamos de vuelta". Y hasta lo creemos. Pero la verdad es que si no somos tan ingenuos como los salvajes, nos equivocamos, en cambio, tanto como ellos. Porque, ¿cómo reaccionaríamos, todavía hoy, ante la aviación, la radio o el cine? ¿Vislumbramos, acaso, un verdadero y definitivo sentido? ¿No nos sentimos todavía presa de su misterio? ¿Qué significa, si no, nuestro entusias- mo? A estas preguntas contestamos siem-
pre con petulancia. Y la razón enmasca- ra la reacción. Aunque, a la larga, ésta se descubra. Yo quiero, con las notas que siguen,
facilitar ese descubrimiento a los hombres, que, dentro de unos siglos, se ocupen de nosotros. Para ello dejaré en el más ab- soluto automatismo todo el salvajismo mío, capaz de reaccionar ante el fonó- grafo. Cerraré los ojos al futuro. Me li- mitaré al momento presente, sin pretender adivinar las verdades venideras. Y, en una palabra, "haré el indio" lo mismo en la región de la filarmonía que en la de la técnica musical, igual como hombre que como músico. Y, mientras, que continúen equivo-
cándose todos esos que pretenden ha- blar del fonógrafo desde un plano su- penor. Mi casa, conservatorio. — Cómo
han descendido las clases de Armonía, Composición, de Instrumentación, de Interpretación. Los más inteligentes y sensibles intér-
pretes, al servicio de las mejores músicas, están aquí, al alcance de mi mano, su- misos durante el día a mi capricho de auditor. Las grandes orquestas de todo el mundo, con los mejores directores, no ocupan mayor espacio que un libro, que el atlas, donde aprendí de chico geogra- fía. Esta habitación abarca los más le- janos confines del mundo filarmónico y se convierte en el más aireado y más se- lecto conservatorio. Hoy Y SIEMPRE.—También el valor
"hombre" ha bajado rápidamente. Aho- ra ya no lloraremos con desesperación la muerte de los grandes intérpretes actua- les, puesto que todos tienen el cuidado de pasar sus interpretaciones vivas por delante de este aparato fotográfico para música. Con semejante triunfo de la pe- |
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22
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SOBRE BERNARD SHAW
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tido de la realidad y de la insinceridad
del drama novelesco. Toma la natura- leza humana puesta en escena por la ver- dera naturaleza humana, mientras ésta es su amarga sátira. Y el resultado es que cuando yo pongo en escena la verdadera naturaleza humana, cree que me burlo de él... En realidad, escribo simplemente his- toria natural, poniendo cuidado en ello". Bernard Shaw ha utilizado la risa co-
mo un arma para imponer sus ideas re- beldes, sus teorías subversivas. Del mismo modo que a los niños se les promete una golosina para purgarles sin que protes- ten, él hace reír al público, y cuando menos lo espera éste, burla burlando, lo sacude y lo inquieta con una idea pene- trante, de esas que obligan a pensar al más reacio o indiferente. Ha hecho con los públicos, que tienen mucho de infan- tilismo, lo que se hace con los niños: pri- mero, la golosina; después, el purgante. Con razón ha podido escribir: "Si el pú- blico inglés me hubiese comprendido, me habría hecho beber la cicuta." Hace de la sátira el empleo más jus-
to y razonable, esto es, trata de mejorar a las gentes poniéndoles ante los ojos, en el más descarnado ridículo, las pasiones bajas, los egoísmos pequeños, las accio- nes rastreras. No rehusa como otros, por temor a faltar al buen gusto, el poner en la picota todo cuanto hay de delezna- ble en la naturaleza humana. ¡Cuántas cosas sagradas y respetadas
por la sociedad sufren un rudo vapuleo al caer bajo el dominio de su pluma! El honor caballeresco, por ejemplo, que ejer- ce una influencia decisiva sobre tantos mi- les de cabezas huecas, es para él una de tantas palabras pomposas, pero faltas de contenido. ¿Qué se entiende, entre la gente, por una persona honorable? A muchos les basta la riqueza para otorgar este calificativo; otros designan como su- jetos honorables a quienes pueden lucir en el pecho un buen surtido de quinca- llería reluciente; no falta, tampoco, quien reputa como tales a farsantes de tomo y lomo. Es demasiado grande el número de tontos y de serviles para poder tomar en serio esas cosas. Hay jugadores del "gran mundo", pongamos por ejemplo de personas honorables, que ponen tér- mino a su vida por no poder pagar una deuda de juego, de esas que se llaman de honor. A esa farsa anacrónica que es el duelo, se le llama por otro nombre lan- ce de honor. (Unamuno le llama irónica- mente "honor de lance"). Y mientras el desafío siga siendo cosa de caballeros se dará el caso peregrino de que un degene- rado que sea un buen espadachín, tendrá más probabilidades de ser honorable que una persona decente que no sepa tirar las armas. Cuando un sujeto seduce a una mu-
chacha y luego no se casa con ella, dice la gente que está deshonrada. Shaw dice. |
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te los ojos de los demás, sino como son
íntimamente. El espectador comprende en seguida que tiene ante sí seres autén- ticos que hablan y obran como tales en todo instante, aunque empleando una li- bertad y un desenfado que, por desgracia, aún no ha llegado el momento de em- plear en el trato con los otros. Reconoce en aquellos personajes su propia intimi- dad, y por eso, sabe que no son el pro- ducto caprichoso de una mente arbitraria. El autor de Cándida sigue el mismo
procedimiento cuando presenta en sus obras al personaje histórico; presenta siempre; al hombre superior, ciertamen- te, pero hombre al fin, a pesar de su su- perioridad. Y así, el Bonaparte de Los despachos de Napoleón se nos aparece como un tipo extraordinario, sagacísimo, pero profundamente humano y nada le- gendario o sobrenatural. El César de su comedia César y Cleopatra no es tam- poco una figura altisonante y convencio- nal, sino el hombre de poderosa inteli- gencia y de voluntad rectilínea, aunque se tiñe las canas con un menjurje que le prepara Cleopatra. A nuestro juicio, estas figuras no pierden grandeza en el teatro shawiano,, sino que, por el contrario, des- pojadas de todo lo manido, se nos mues- tran como superhombres, pero también a veces como seres de carne y hueso, suje- tos a la limitación de la vida y enorme- mente sugestivos por el hálito humano que se advierte entonces en ellos. El especta- dor que asiste al teatro libre de prejuicios y no lleva en la mente un cliché de estas figuras hecho de antemano por otros, en- cuentra admirable la labor de Shaw, que consiste en ofrecer una visión del persona- je legendario, desprovisto de la perspecti- va histórica, obrando como debió obrar en la realidad de su existencia, y no como un figurón inexpresivo, sin calor de hu- manidad. Pero, en cambio, el especta- dor prejuiciado, sin independencia bastan- te para concebir a los grandes hombres de la historia de un modo distinto al que le han enseñado a priori, se desconcierta y se indigna ante esta visión original. Ya hemos dicho que en el teatro sha-
wiano encontramos con frecuencia junto a lo cómico lo serio, y que en un mismo per- sonaje podemos encontrar la grandeza confundida con la mezquindad. En Pig- malyón preguntan a un vagabundo, que tiene sus ribetes de filósofo: "Pero, hom- bre, custed es un sinvergüenza o una persona decente?". Y él responde muy serio: "Señor, yo soy mitad y mitad, co- mo todo el mundo." "En mis comedias—dice—no se verá
usted contrariado y aburrido por la feli- cidad, la bondad, la virtud, o por el cri- men y lo novelesco o cualquier otra ba- gatela por el estilo. Mis comedias tienen solamente un tema: la vida; y una sola cualidad: el interés en la vida. Pero el aficionado al teatro ha perdido todo sen- |
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II
No es fácil decir si las piezas teatrales
de Bernard Shaw pueden calificarse expre- samente de dramas o de comedias, por- que en ellas se confunde, a veces, lo cómi- co con lo serio y hasta con lo trágico. Ha clasificado sus comedias en dos gru- pos: piezas agradables y piezas desagra- dables. Algunas de estas últimas pueden parecer ligeras y hasta divertidas a un espectador que no sea capaz de ahondar en la intimidad de los personajes. En el prefacio de "Non Olet" explica
por qué llama a esta comedia desagrada- ble. "La califico así—dice-—porque en ella presento a la respetable burguesía y a su refinada prole cebándose en los po- bres como las moscas se ceban en la ba- sura." Observador sagaz, anatomista hábil e
implacable, se abre paso con el escalpe- lo hasta llegar al fondo del alma huma- na, que apenas tiene secretos para él. Los móviles que determinan los actos de'' hombre son bien conocidos por el drama- turgo. Esta observación profunda y mi- nuciosa de las personas le ayuda a pre- sentar a éstas en sus comedias con un rea- lismo tan abultado y crudo, que contras- ta violentamente con la realidad conven- cional, tan fácil de hallar en las obras de otros dramaturgos. Porque la verdad es que en el teatro se representan con har- ta frecuencia tipos y escenas de la vida social, que es una vida falsa, en la que aparecen las personas, no como son en realidad, sino con su verdadero tempera- mento velado y deformado por el pre- juicio y la hipocresía. Esta es la gran di- ferencia que existe entre la realidad que suelen mostrarnos la mayoría de los dra- maturgos y la realidad que nos ofrece Shaw. De aquí también que ciertos crí- ticos reputaran como falsa la visión que Shaw tiene de la vida, sin pararse tal vez a considerar que sus personajes no son muñecos movidos por los convencionalis- mos sociales, sino seres instintivos, que se expresan libremente y que han roto toda relación con los prejuicios tradicionales. En su teatro no aparece el hombre di-
vidido folletinescamente en dos grupos: el de los ángeles y el de los diablos; el de los buenos sin tacha y el de los malos hasta la monstruosidad. Bien sabe él que la realidad no es esa, y que en todo in- dividuo se dá con frecuencia el claroscu- ro. Por ésto vemos cómo sus personajes son buenos en ocasiones, mezquinos en otras, generosos y apacibles a ratos y a ratos también, interesados y violentos. Pero siempre sinceros. Son criaturas fiel- mente copiadas del natural y despojadas del pesado lastre de las rutinas sociales. Es decir, que Bernard Shaw trasplanta a sus comedias, con un verismo portento- so, hombres y mujeres vivos, de carne y hueso, mas no como suelen presentarse an- |
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NUEVA ESPAÑA
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23
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proclamarán con orgullo a los cuatro
vientos su "inmoralidad" y su "cinis- mo." No faltan críticos exquisitos ni estetas
refinados que encuentran el teatro sha- wiano excesivamente doctrinario -y falto de arte y poesía. Hay que ser un poco miope para ver las cosas de este modo. Porque Bernard Shaw ha sabido sortear hábilmente, en la mayoría de los casos, gracias a su genio, el escollo que supone siempre la tendencia doctrinal y morali- zadora que suele descubrirse en sus obras. Pero, ¿puede afirmarse que éstas son an- tipáticos tratados de moral indigesta? Es indudableque, en último término, el teatro de Bernard Shaw llena cumplidamente el fin de todo teatro bueno: deleita, ense- ña, hace sentir y, sobre todo, pensar. Francisco Pina. |
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gimen socialista, sin vagos ni parásitos,
y en el cual el hombre, por medio de su trabajo, debidamente remunerado, se des- envuelva bien en el aspecto económico. La sociedad actual padece dos enferme- dades mortales: la memez y la hipocre- sía. Los más inmorales acaparan la mo- ralidad y cometen a su amparo toda clase de desafueros. En un régimen capitalista, es el más bajo interés lo que motiva la ma- yoría de los actos, y cada cual busca ex- clusivamente su medro personal. Precisa atenuar ese egoísmo mezquino, ya que no parece posible eliminarlo por completo. Hay que buscar y desear la lucha, pero en otras condiciones, sin antifaces, de una manera más noble y franca que la ac- tual. Pero mientras las caretas no cai- gan y siga el reinado de la farsa y de la hipocresía, todos los espíritus sinceros |
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a propósito de ésto, en su comedia Hom-
bre y superhombre: "Cuando esta mujer cumple con el fin para que fué creada, decís que ha perdido su honra. Le ce- rráis todas las puertas cuando, precisa- mente, debías abrírselas. Y aunque sa- béis que el seductor es un canalla, que- reis que se case con ella aunque la haga desgraciada, porque lo único importante para vosotros es quedar bien con la so- ciedad y lavar esa mancha caída en vuestro honor... Pues bien; yo os digo que éso es inhumano y que estáis remata- damente locos." Bernard Shaw nos dice a lo largo de
su obra, entre otras muchas cosas: la mi- seria es desagradable. El peor delito que puede cometer un hombre es resignarse cobardemente a ser un andrajoso. Hay que llevar a la sociedad presente a un ré- |
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Inteligencia y Trabajo
por Antonio Abaunza
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ción del individuo y de la especie—se abri-
ga en los instintos de conservación y de re- producción. Núcleo que brinda—por su uniformidad, una formulación biológica del comunismo. El hombre concreta en el tiempo este
instante del orto intelectual. Es el mito de la serpiente que nos franquea el sendero del bien y del mal, símbolo exacto del de- seo de ser fuertes, —"como dioses"—, que late en el fondo del ser humano. De esta forma se resume en un instante críti- co, la evolución conseguida por la labor de siglos. La diferenciación intelectual acusa potentemente la personalidad—en el sentido individualista—-y el equilibrio instintivo desaparece, dando lugar a la lucha por su supervivencia. Y es Jehová quien lanza la maldición eterna a la lu- cha que se inicia: "Ganaréis el pan con el sudor de tu frente", especie de tributo que el hombre paga.al resto de las formas biológicas, cuya existencia transcurre en el nirvana del "no conocer". Y el pecado original, de ser inteligente (en un sentido conceptual), "de verse desnudos", es lo que le hace temblar al hombre, al oír la voz acusadora de su conciencia que per- cibe oscuramente las fronteras de su poder, en un límite finito: columnas que sostie- nen el "non plus ultra", más allá de las cuales se agotan las fuerzas humanas en la creación de lo divino. Es por esta razón que la inteligencia
maldice el trabajo. Sobre todo, —c Por- qué no únicamente?—el trabajo que ne- cesita de la cooperación intelectual. Y entre los maldicientes hemos de compren- der sobre todos; a aquéllos—la mayo- ría—que no poseen por insuficiencia exó- gena o endógena, una capacidad nece- saria de lucha. En ese batir incesante entre lo que so-
mos y lo que queremos ser, nuestros instin- |
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Nunca he creído que pudiera armarse
una argumentación defensora del socia- lismo comunista, apoyándose en los co- nocimientos que la Biología nos presta. Ciencia de jerarquías, de valorización de planos, de cristalización de fases distin- tas y distantes en el continuo devenir de la materia viva, la Biología reconoce la desigualdad como fuerza de ley al crear las diversas especies y los diferentes in- dividuos. Y el sacrificio del más débil converge al fin primigenio del destino del más fuerte. Es la selección natural que permite la supervivencia de las minorías. El momento comunista de la humani-
dad—si lo hubo—pasó. Quizás fué cuando en la mentalidad primitiva no había hecho aún su aparición la influen- cia diferencíadora del intelecto, cuando los hombres vivían en un. estado de hor- das sin organizar, como quiere Wundt. Quizá entonces vivieron los humanos el ideal comunista en su sentido más prís- tino. La psiquis de los hombres respondía a un contenido "standart", integrada úni- ca y exclusivamente por valores instintivos. Valores instintivos que forman el núcleo central de la personalidad y que en el desenvolvimiento histórico de la humani- dad, se van rodeando de diferentes es- tratos, que decantándose en el transcurso del tiempo, dan lugar a las formas más puras del pensamiento humano, tan di- versas en su conjunto/Estos diferentes es- tratos que adquiere la especie a través de los individuos—de las generaciones— marcan el momento de la dehiscencia de la humanidad, de los moldes de vida ins- tintiva—y por ende de los moldes comu- nistas. La inteligencia se convierte de esta forma en el colaborador más poderoso de los instintos. Y es que no podemos olvidar que la razón de ser biológica que anima la finalidad de todo organismo—en fun- |
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tos y nuestra inteligencia se encuentran
del lado de acá y del lado de allá de la línea divisoria entre el placer y el deber, es decir, el dolor. Nuestros instintos bus- can satisfacerse empleando el camino del menor esfuerzo, camino que muchas ve- ces se halla cortado a pico por la reali- dad. Y así como el hombre inteligente in- tenta salvar esta solución de continuidad tejiendo un puente con la malla de su trabajo, el hombre débil o se detendrá al borde del abismo, o seguirá corriendo a estrellarse contra el acantilado de la otra orilla, de la realidad. Cuando no, se aprovechará del esfuerzo ajeno. Y el burgués, satisfecho, paseará sus
instintos sintiéndose potente. Sentimiento falso, tras cuya máscara se alberga un espíritu mediocre. Pero el fin biológico está cumplido. Por eso el socialismo comunista está
situado más alia del terreno de la Biolo- gía, en el de la Inteligencia. Y si en la evolución progresiva de la Humanidad,
consigue el hombre -—ingénere— poten- cializar su inteligencia hasta colocarla al margen de sus tendencias instintivas, aunque a su servicio (como la máquina que arrastra los vagones), aquel instan- te será quizá el segundo momento histó- rico comunista del mundo, momento his- tórico intelectual, como biológico fué el primero. Habrá llegado el instante en que el
hombre funda el sentimiento de placer en el determinismo del deber. Inteligen- cia reservada hoy a una minoría de hom- bres fuertes. |
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Junio de 1930.
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NUEVA ESPAÑA
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24
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P?K quince ría internacional
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ciones, nos brinda la ocasión de procla-
mar que en modo alguno puede ésto sig- nificar que tales obstáculos son invenci- bles; que no puede un día la India reali- zar cierta forma de unión política, ca- paz de introducir un orden elemental en aquel inmenso mosaico de razas, religio- nes, castas, clases e intereses, tan diver- sos y hoy menudo antagónicos. Los adversarios de la libertad para la
India venían repitiendo que no era po- sible allí la aplicación paciente y siste- mática de medidas prácticas, empíricas si se quiere, más atentas a la realización de un progreso cotidiano que a la teo- ría rígida y absoluta del todo o nada. Los datos recogidos por la Comisión Si- món demuestran la falsedad de tal aser- to. En condiciones muy difíciles han la- borado los indios dentro del marco ad- ministrativo establecido en 1919, y que les brindó la posibilidad de tomar parte —una parte condicionada, pero crecien- te—en el gobierno de su país. No cabe ya pretender que los pueblos de la In- dia son incapaces de gobernarse por sí mismos, si bien se puede admitir la ne- cesidad de profundas modificaciones y mejoras en su estructura social para que su gobierno autónomo sea una realidad con probabilidades de éxito. Los imperialistas británicos que ha-
cen hincapié en la diversidad étnica, so- cial y religiosa de la India para negarle toda capacidad de evolución deberían tener presente que su propio país, y más aún el Imperio británico, no se ha edifi- cado en una sola etapa y como perfecta unidad nacional, sino lenta 'y paulati- namente, por gradual ajuste de institu- ciones, al compás de su propia evolución interna. Y no olvidar que la libertad de la India es una necesidad ineludible, cu- ya satisfacción conviene ayudar y no im- pedir—evitando de añadir barreras ex- ternas y artificiales a las internas que la existen naturalmente—en bien de la In- dia, del propio Imperio británico y de la paz del mundo. |
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mo, que ha de ser publicado el día 24
de este mes; pero desde ahora se sabe que han sido redactadas, lo mismo que el resto de la Memoria, con unanimidad total de sus miembros. Es ésto un hecho notable, y que permite considerar ade- más la actitud adoptada por la Comi- sión Simón como un reflejo exacto de la actitud del pueblo inglés en conjunto, frente a los graves problemas planteados a la vez para la Gran Bretaña y para la India. Sin que podamos hacer aquí un aná-
lisis detallado de los puntos^ más salien- tes de la Memoria publicada señalare- mos que en primer lugar se reitera en ella la declaración formal de que al fin de la política inglesa en la India ha de ser la realización progresiva de un go- bierno responsable y autónomo, como parte integral del Imperio británico: es decir, el pleno Estatuto de Dominio. Pe- ro se añade que esta autonomía "sólo puede ser lograda por etapas progresi- vas." Los motivos que inspiraron esta ad-
vertencia se desprenden de la detallada descripción subsiguiente que se hace del estado en el cual se encuentran hoy día los pueblos de la India. La pobreza y el analfabetismo en que se hallan en su mayoría, en brutal contraste con la cul- tura refinada o la fabulosa opulencia de una minoría ínfima en número; el esta- do de semi-esclavitud de las mujeres; las rivalidades y disensiones entre musulma- nes e indostánicos y el sistema de castas son otros tantos obstáculos al progreso, cuya desaparición depende ante todo de los mismos indios, en opinión de la Co- misión. Esta, reconociendo la importan- cia capital de_ la influencia de la mujer en todos los aspectos de la vida social, declara además que "la clave del pro- greso se halla en manos del movimiento femenino en la India, y los resultados a que puede llegar son incalculables. No es exagerado decir que la India no po- drá alcázar la posición a que aspira en el mundo hasta que sus mujeres desem- peñen el papel que les corresponde co- mo ciudadanos instruidos." En estas columnas, y combatiendo la
actitud—que juzgábamos un tanto pue- ril y sentimental—de ciertos comentaris- tas bienintencionados, hubimos de recor- dar la existencia de aquellas barreras, que todavía separan a la India de su anhelada, de su necesaria libertad, más acaso que la voluntad dominadora del imperialismo británico. Pero la memoria de la Comisión Si-
món, con el resultado de sus investiga- |
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EDITORIAL
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LA LIBERTAD DE LA INDIA
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Cuando por la fuerza misma de las
cosas la campaña de resistencia pasiva se ha convertido en una lucha sangrien- ta en la India, aparece el primer tomo de la Memoria redactada por la Comi- sión Simón. Es ésta, como se sabe, una Comisión parlamentaria, formada por re- presentantes de los tres partidos ingleses: dos liberales (su presidente, Sir John Si- mon, y su asesor financiero, Sir Walter Layton), cuatro conservadores (Lordi Burnham, Lord Strathcona, el coronel Lañe Fox y E. C. G. Cadogan) y dos laboristas, ambos miembros del actual Gobierno (el comandante Attlee y Mr. Hartshorn). Fué instituida en cumpli- miento de la promesa hecha en 1919, cuando al introducir las reformas admi- nistrativas en la India quedó estipulado que a los diez años se nombraría una comisión para que examinara los resul- tados alcanzados por dichas reformas y la posibilidad de ampliarlas y extender- las. En la India se criticó severamente la
composición de este organismo, porque no incluía ningún indio. La respuesta bri- tánica fué que ello no había sido posi- ble, por tratarse de una comisión parla- mentaria; que por otra parte su misión había de limitarse a investigar y aconse- jar, y que se daría toda clase de facili- dades a la opinión india para expresar- se antes de tomar decisión alguna. Tal respuesta no satisfizo a los nacionalistas indios, que organizaron el baycot de la comisión. La Asamblea Central y el Parlamento de las provincias centrales se negaron a nombrar un comité para co- laborar en su labor. Los otros ocho Par- lamentos de la India, sin embargo, así como el Consejo de Estado, cooperaron con la Comisión Simón. En el curso de sus dos viajes a tra-
vés de la India, este grupo de hombres de buena voluntad ha recorrido cerca de 35.000 kilómetros; ha estudiado en sus menores detalles la vida del país, en el campo y en las ciudades; ha analizado las condiciones sociales y políticas rei- nantes en aquel vasto continente, que se extiende desde las nieves perpetuas has- ta las selvas y los mares tropicales; y pu- blica ahora en su Memoria el resultado de su dilatada investigación. Sus conclu- siones sólo aparecerán en el segundo to- |
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NUEVA ESPAÑA
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H
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lares de beneficio para cada una de las
1.372.108 acciones, contra 7 dólares 91 para cada una de las 1.363.993, accio- nes, en 1929. La Warner espera realizar un be-
neficio para cada una de sus 2.601.211 acciones de 7'12 dólares contra 6,34 en el último ejercicio. Como se puede ver, el problema del
cine americano, no es un problema de propaganda (aunque usen el "film" para hacerla) ni de idioma, sino industrial. Por eso, al pretender luchar contra el ci- nema yanqui, hay que tener en cuenta lo serio de estas cifras, que no se pueden batir con cuatro discursos. José de la Fuente.
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CINEMA, INDUSTRIA
El cinema reúne todas las cualidades
favorables para ser meramente una in- dustria. La fabricación de "films", ne- cesita tales capitales, que se aleja del al- cance de cualquier buen artista, para caer en manos de los financieros. Si en las películas hay alguna parte
artística, es solamente la necesaria al ne- gocio, la que justifica los precios altos en las localidades, y, por lo tanto, la que hace subir la cotización de "films" entre los empresarios de salas de exhibición. En éste, como en todo gran negocio,
los americanos van. a la cabeza. El cine- ma es la cuarta industria de los Estados Unidos y el capital invertido en ella es de 2.600 millones de dólares. Los datos numéricos que siguen están
tomados de la revista inglesa "The Eco- nomist" y servirán para darse perfecta cuenta de lo que significa para la indus- tria estadounidense, el cinema. En estos Estados hay 22.600 salas de
cinema, que hacen unas entradas anua- les de 800 millones de dólares. Las casas más importantes, en cuanto
a la altura de cotización de sus acciones son Paramount, Fox, Warner Bros y Loew's Inc., y la rapidez con que han aumentado los beneficios de dichas casas en el transcruso de los últimos años, se ex- presa en el siguiente cuadro: |
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rante todo el año el beneficio por acción
de 7 dólares, correspondiente a este pri- mer trimestre, los beneficios netos del año 1930, serán de 22.794.653 dólares, con- tra los 15.544.544 en 1929. Los beneficios de la Loew, para el pe-
ríodo de 28 semanas, terminado el 14 de marzo, han sido superiores en un 59 por 100 a los del período correspondiente del año precedente y se cree que para el 31 de agosto, se habrá llegado a los II dó- |
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1929
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1927
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1928
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Norma Shearer y Chester Morris en una variación de la escena del balcón para una próxima película rde la Metro-Coldwyn-Ma-
yer, dirigida por Robert Z. Leonard, y en la cual Norma Shearer será la estrella. |
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Estas cifras se cuentan en dólares. Nó-
tese que la que ha aumentado en ganan- cias en mayor proporción ha sido la casa Warner, lo que se debe, sin duda, a la preponderancia del cine sonoro, que ella fué la primera en introducir, tomando con este motivo patentes de algunos aparatos. Desde el punto de vista de las cotiza-
ciones, la que alcanzó más altura en 1929, fué la Fox Film, que llegó a 105 5/8, con un beneficio por acción de 10,29 dólares, contra 6'34 por parte de la Pa- ramount, y Warner y 7*91 la Loew. El curso actual ha hecho bajar a la
Fox más del 50 por 100. Las cotizacio- nes de las otras casas también han des- cendido, excepto las de Loew, que han ascendido de 84 1/2 en 1929, a 91 1/2 en 1930. Los beneficios netos de Paramount
durante el primer trimestre del año ac- tual, han aumentado en un 86 por 100 sobre los del mismo período del año pa- sado. El capital emitido por esta casa, ha sido llevado a 2.685.313 acciones a 3.256.479, por lo que si se mantiene du- |
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dicado principalmente al estudio del De-
recho positivo, el profesor Triepel, pro- nunciaba, entre otras, las siguientes pa- labras: "Los juristas sentimos hoy el error de nuestros abuelos, que renegaron de la Filosofía, quedando sumidos en un marasmo de artículos y párrafos, des- provistos de todo sentido, en una situa- ción caótica. Desde todos los campos del Derecho se clama hoy pidiendo el retorno a la filosofía jurídica... No perdamos de vista el siguiente dilema: o continuar de- generando o emprender el camino filosó- fico, especialmente el metafísico." Afortunadamente para la ciencia jurí-
dica, hace ya años que varios profesores se levantaron contra el positivismo en- tonces imperante, y lograron destacar la importancia de la disciplina filosóficoju- rídica. Entre estos profesores, casi todos ger-
manos, ocupa un prestigioso lugar el la- tino G. del Vecchio, que, no obstante haberse inspirado en concepciones centro- europeas, ha sabido desprenderse de al- gunos de sus rígidos formulismos, crean- do un sistema filosóficojurídico de pro- funda originalidad. Para el profesor de Roma, la Filosofía
la construcción del concepto universal del Derecho ha de abarcar tres facetas: del Derecho, de los ideales de justicia y la parte fenomenológica, o que trata de los conceptos universales del Derecho po- sitivo. En este primer tomo se estudia la pri-
mera faceta, es decir, construcción de un concepto objetivo del Derecho, indepen- diente, por tanto, de su fin (portedeonto- |
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« Angel Ganivet», por Quintiliano Sai-
daña. Viva y palpitante teníamos ya todos
esa vida recia y fuerte que nace de los libros de Angel Ganivet. Porque ellos fueron preludio y norma de actuales ge- neraciones, que guardan un recuerdo y conocen un camino iniciado por él. Pero—cPor 9U¿ no decirlo?—una vaga
niebla de misterio, de puntos oscuros, de tragedia sin claros, cercaba esa gran fi- gura granadina. Español, con el corazón hecho de Es-
paña, de esa España que era, como él, mitad europea, mitad semita, con per- files árabes, sentía como no ha sentido nadie el sentimiento de la patria perdi- da en lejanas aventuras marineras. Finales del siglo XIX. Granada. Gra-,
nada la bella, tan llena de recursos de la mejor España. Pico del Muley Ha- Zem, pura nieve blanca y palmeras en el valle. Lucha y contradicción del pai- saje, de la nieve y del sol. Y allí, en una calle apartada, un niño sueña en cosas lejanas, presiente en el horizonte tierras de Africa( tierras calientes de África, tie- rras de moros y acaso en luchas guerre- ras o, mejor, en abrazos fraternos, cor- diales.). Luego, adolescencia atormentada por ä
el atavismo islámico, por la educación más fina, más europea. Recia voluntad y esa tristeza mística de nuestros puros místicos, de Santa Teresa y de San Juan de la Cruz. Turbulencia de trabajos, de ideas, de energías vitales. Y, al fin—granadino—.cónsul en Am-
beres, en Helsingfors, en Riga. Acaso los paisajes nórdicos influyeron más de lo que se piensa en el trágico fin de Angel Ganivet. Y hoy— 1930—, un acabado dibujo de
la vida de este pensador español. Su au- tor, Quintiliano Saldaña, profesor de la Universidad de Madrid, que actúa tan civilmente en la verdad del momento. El vacío de los detalles, de los meno-
res detalles—¡tan significativos!—, no se ha llenado hasta que este libro apa- rece. Reconstrucción, no solamente sen- timental, de toda su vida, tan llena de ejemplos. De ejemplos que hay que des- cifrar, que aclarar y presentar como ban- deras a las preocupaciones de hoy. Saldaña ha Iogíado hacer revivir esta
figura andaluza, que tiene para nos- otros, ahora, un prestigio más: el de su tormento continuo, el de hombre que- mado para siempre en su hoguera espi- ritual. Clara y completa disección, capítulo
por capítulo, aspecto por aspecto, nos presenta a Ganivet en su total persona- lidad. Ganivet, como Larra—reiterada- mente comparados por el autor—, como el mismo Éspronceda, tiene una de sus mejores obras—no la más conocida—en |
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sus horas, en sus días, en sus aventuras.
En su existencia. En sus viajes y en su vivir cotidiano. Ahora, gracias al profesor Saldaña, po-
demos ponernos en contacto directo con Ganivet. Lo vemos, hombre, viviendo a nuestro lado, viviendo en tumulto las preocupaciones humanas. ¡Qué tristeza da el alejamiento, la vida sólo en los libros, cuando no hay una buena biogra- fía que incorpore al escritor a la vital manifestación del día! España se une al Mundo en este deseo
de exaltar figuras poco estudiadas o es- tudiadas en parte solamente, con este libro tan lleno de sugerencias. Saldaña—como André Maurois—ha
acertado en ese género—¡tan difícil!— de reconstruir mentalidades, espíritus, vi- das de hombres oscurecidos acaso un poco, por su nombre glorioso y por sus libros aun vivos. Pero apagados ya en sus in- timidades, en sus motivos, que, al fin, son siempre causas determinantes de ellos. A. C.
«Filosofía del Derecho», por el profesor
Giorgio del Vecchio. Introducción, prólogo y extensas adiciones por el profesor Luis Recaséns Siches. To- mo 1. -En la apertura del curso de 1926 de
la Universidad de Berlín, un jurista, de- |
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NUEVA ESPAÑA
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logia), de la novedad de sus contenidos
y aspectos (Derecho justo e injusto, ob- jetivo y subjetivo, positivo y consuetudi- nario...) y de los rasgos comunes en di- versas épocas y lugares. Se trata, por tanto, de determinar la
cualidad formal del Derecho. ¿Cómo lo consigue Del Vecchio? El Derecho cons- tituye, en primer lugar, un criterio de valoración de las acciones humanas; este criterio de valoración nace de la Etica, pero de la Etica surge también la Moral; es preciso, por tanto, hallar los rasgos distintivos entre ambas ramas. Del Vec- chio los concreta en las siguientes pala- bras: "El Derecho constituye la Etica objetiva, y, en cambio, la Moral, la Eti- ca subjetiva." O, lo que es lo mismo, la Moral trata de las relaciones del sujeto con él mismo, mientras el Derecho está encargado de las relaciones entre varios sujetos, buscando la coordinación entre ellos. Con arregla a esto, el Derecho es defi-
nido diciendo que es la coordinación ob- jetiva de las acciones po'sibles entre va- rios sujetos, según un principio ético que los determina excluyendo todo impedi- mento. Otros interesantes aspectos jurídicos
son tratados también en este primer to- mo; pero su consideración escaparía a los límites impuestos a esta nota biblio- gráfica. En la edición española de este libro,
tanta parte como el propio Del Vecchio ha tomado el profesor Recaséns Siches, al avalorarlo con sus amplias notas. De la juventud y profusión de trabajos de este profesor puede decirse que la patria de Suárez, Vitoria, Soto, Menchaca, etcétera, está camino de ocupar un pri- mer puesto en el cultivo de esta disci- plina. Las notas puestas al frente del libro
que estamos reseñando son completado- ras de los aspectos tratados por Del Vecchio, atrayendo los ojos del lector al escenario de la ciencia jurídica europea y haciéndonos así comprender la posición y el papel del profesor de Roma frente a las actuales directrices de la ciencia filosóficojurídica/ La mayoría de la obra de Del Vecchio
era ya conocida en España, a través de las traducciones. Por esto mismo tiene mayor interés para nosotros este libro cumbre y síntesis de su labor. M. García Pelayo.
«Benjamín Zarnés», Teoría del Zumbel
Desde "El profesor inútil" acá, han
sucedido muchas cosas fuera y dentro de Jarnés. Fuera, la evolución, fractura y desmembramiento de los grupos literarios, el tránsito del grupo a las individualida- des (porque todos sabemos que las espi- rales de los grupos se han trocado en ver- ticales individuos). ¿Es que el Jarnés de "El profesor inútil" no era ya un in- dividuo? Sí, lo era, y de los que augura- ban de modo más firme la conquista de la plena individualidad. Queremos decir |
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que si el Jarnés de dentro tenía ya vida
propia y característica, si veía ya frente a él la embocadura de los caminos férti- les que, palmo a palmo, sobre sus ruedas de artistas, iba a recorrer, el Jarnés de fuera estaba en ese momento del escritor en que trata de imponer a la vida la nor- ma de conducta que corresponde a su íntima dinámica, a su desplazamiento se- creto... Hoy, dentro de Jarnés, a más de la ambición—y bienvenida sea—del camino porvenir—porque se trata de un escritor fecundo—ha de experimentar el descanso de la trayectoria recorrida, del deber cumplido; y Jarnés cumple consi- go mismo y con la literatura del modo más firme y consciente. La vida, se puso a su servicio desde "El
convidado de papel". Como la vida se puso llenamente, plenamente, al servicio de Antonio Espina con "Luna de copas ' y con "Luis Candelas". Me complace aludir al paralelismo de estos dos escri- tores, en pleno reinado de sus facultades, que nunca se podrán encontrar por ser ambos—cada cual—originales e indepen- dientes y, sobre todo, por ser libres en absoluto y verdaderos profesionales de la literatura, en toda la extensión y res- ponsabilidad de la palabra. En "Teoría del zumbel" ha. llegado
Jarnés a la plena práctica de su técnica, ä la gran técnica de su práctica. Las imá- genes suyas, de otros libros, que suelen ves- tir los trajes certeros de las excursiones de su estilo, no saltan, desordena das por re- volucionarias, como en otras ocasiones, in- tentando sacar la cabeza por encima del raso de la acción, sino que, incrustadas en la materia fundamental de la novela, ha- cen causa común con éstas y logran el to- do brillante y pulimentado. Estamos en la Edad de la Novela pulimentada y Jarnés es investigador de esa edad. |
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Los personajes de Jarnés no creo dejen
de ser humanos nunca. Al bañarlos en su estética, él, que es el director de ellos, los ha enseñado a moverse y a accionar, les ha suministrado ademanes que, a veces, son peculiares suyos. Pero él se ha dado cuenta de ello y no ha querido quedarse entre bastidores—esos bastidores de teatro nuevo, que va teniendo la novela—. Co- mo escritor y hombre consciente que es, le gusta "dar la cara" y sin ningún aspa- viento ni truco, con naturalidad, sale en su traje corriente—a enfrentarse con los per- sonajes y actúa en la novela. Jarnés se asoma a su novela y pasea por ella esta vez. ¿Para qué? Para someter a interro- gatorio a las personas que le interesan, para enterarse de su modo de pensar, para descubrirlos con sus propios ojos y quitar el velo que los oculta a los ojos del lector. Y ésto, además de todo, es una buena ac- ción que el lector agradece y el lector, a más de ser amigo de sus personajes, resul- ta amigo personal del autor... La originalidad de "Teoría del zumbel"
es la misma que la de sus obras anterio- res, pero más destacada, más acusada, porque Jarnés, con sólo seguir la pen- diente hasta ahora subida, llegará a una indudable cumbre. En cuanto a la de- coración, hay como en otra novela an- terior de él, un balneario. Un balneario tan romántico como el primero o más ro- mántico aún. A partir de él, se mueve el amor, el Amor de todas las novelas de Jarnés, porque él ha dado un mentís a sus detractores—si es que los hay—sien- do humano, porque la inteligencia^es una cualidad humana. Quizás sea por pudor por lo que no haya dejado el grifo dema- siado abierto eh su obra. Prueba de ello es que lo suelta a discreción en sus con- ferencias. Antonio de Obregón.
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NUEVA ESPAÑA
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la Tierra
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fusión presentes. Y no es éste un fenó-
meno exclusivamente español, porque la estructura psíquica del alma juvenil pug- na, lo mismo en España que fuera de ella, con la estructura egoísta y cerril de las organizaciones legales de Europa y América. La juventud sabe que es tan sustantiva, tan legítima, como la edad adulta o la vejez; no una edad de trán- sito, sacrificada a una madurez sin ge- nerosidad, sin aliento. Su profundo ins- tinto—que compensa con exceso la ex- periencia desmoralizada del adulto— y su inocencia, las coordenadas de su con- ducta, son quienes la hacen temible, por que la llevan, indefectiblemente, a los hitos finales. Trotski sería inofensivo si en el mundo no quedaran vehemencia y pureza: es decir, juventud. |
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Trotski y
por OTERO ESPASANDIN
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A Trotski es preciso compararlo con
patrones astronómicos, si no queremos co- rrer el riesgo de falsear su traza cicló- pea. Y aún así, quedamos a salvo de la hipérbole. Su articuló, publicado hace poco en NUEVA ESPAÑA nos demuestra lo pequeña que la Tierra resulta para alojarlo en su superficie. Llega a esta consecuencia sin que podamos sorprender en su razonamiento un atisbo de vanidad, ni de vencimiento tampoco. Su tremenda firmeza, lograda paso a paso, en una evolución heroica, es justamente, la que le nimba de esa auréola sobrehumana de poderío, que le hace inadmisible sobre continentes enteros. Pero, antes de pasar adelante, digamos que esta aureola no es una auréola de santo, ni de apóstol, ya que él es, sobre todo, un formidable polemista y hombre de acción. Este mun- do es su mundo y su destino; a él le debe todo cuanto es, y su simiente alcanzará plenitud entre los hombres, tarde o tem- Drano. Si fuese un inocente teorizante, hoy estaría glorificado en todo el mundo en vez de confinado en unos palmos de estepa. Los hombres no negaron nunca acatamiento, y hasta fervor, al que hun- de y desmelena sus lucubraciones en ideales y mundos color de rosa. Es más: el hacerlo les parece un deporte recomen- dable y hasta, si el azar se lo permite, el más humilde de ellos lo practica con cier- ta fruición. Véase cómo los ingleses, tan escuetos y mesurados de imaginación, se hubieran honrado con el Mathama si sus depósitos de sal v sus tejidos no su- frieran menoscabo. El caso de Tagore lo prueba. Lo que los hombres no toleran es que se libren luchas contra su postura en este mundo, en este valle de lágrimas, como suele llamársele con una devoción impregnada de astucia, entre nosotros. Este mundo, esta Tierra que, según Trost- kí, está cerrada para él, es el motivo de las humanas discordias. En él puede hacerse poesía, se puede practicar la caridad—otro deporte de los puritanos ingleses, de las da- mas católicas y los santones millonarios norteamericanos—, en fin, se puede, in- cluso, filosofar dentro de ciertos límites. Pero cuando se es hombre de ideas cla- ras v realizables y se está dispuesto a realizarlas, el mundo cierra con estré- pito sus puertas. Lo aue ocurre con el creador del ejér-
cito rojo no oasaría de una anécdota, todo lo grande que se auiera por darse en Tin hombre tan categórico, si a través de la penDecia no nos percatáramos con jubilosa claridad de la lucha profunda oue se libra en la intimidad social de Eurooa, o mejor aún, de la Tierra. (Los españoles debemos aprovechar la lección para ganar cordura en marcar los hitos de nuestra labor). Las sociedades civili- zadas viven una hora de angustia—al menos su ala conservadora— e inestabi- |
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lidad. Lo prueba el hecho de que nin-
guna nación pueda contrarrestar el efec- to catalítico de una figura de la revolu- ción rusa. Sépanlo los plácidos burgueses que entornan los ojos ante una mera pers- pectiva republicana. Por eso aquel que no condene de antemano sus ambiciones a un cercano fracaso debe desprenderse de sus tópicos venerables, puesto que hoy carecen de virtualidad y eficacia, y plan- tearse con honradez el problema de los destinos duraderos para precipitar cuan- to antes su pleno dominio. A nadie que viva el trasiego juvenil de hoy se le ocul- ta la existencia de un tácito acuerdo, cer- niéndose sobre el desbarajuste y la con- |
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Tip. "Velasco".-Meléndez Valdés. 52.
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Profesor James Thaele Presidente del'Congreso Nacional Africano durante un discurso
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