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COMITÉ DIRECTIVO: ANTONIO ESPINA, JOAQUÍN ARDERIUS, JOSE DÍAZ FERNÁNDEZ
SUMARIO
Editoriales: Acerca del salto atrás.El negocio de los firmes especia-
les.
Indochina.Prensa y libertad, Luis Jiménez de Asúa.—¿Hom-
bres, hombres constituyentes!,
Luis Araquistain.-—Viejo y nuevo repu-
blicanismo,
Botella Asensi.—La patria y el patriotismo, Emilio Pa-
lomo.—La domesticidad española, José Díaz Fernández.—El Cen-
so de Iscariotes,
Roberto Blanco Torres.—Rifi-Rafe.Tres artistas
y una Exposición,
Miguel Angel Asturias.—La Exposición de "Shum".
Carta de París: Elogio de la inquietud, Mac Bernard.—Política de
alcantarillado,
Joaquín Pérez Madrigal.—Carta de Berlín: Max
Reinhardt, Fernández Armesto.—Despedida, Massimo Botempelli.—
Ideas sobre Wágner, V. Salas Viu. —La dictadura del proletariado
en manos de José Stalin.
El momento español, C. Ferga.—Liga Na-
cional Laica.
Vida española: Canarias.Cosas del fonógrafo, Je-
sús Bal y Gay.—Sobre Bernadr Shaw, Francisco Pina.—Inteligencia
y Trabajo,
Antonio Abaunza.—La quincena internacional.Cinema,
José de la Fuente.—Libros.Trotsky y la Tierra, Otero Espasan--.
din.—Dibujos de Maside.
ANO I
                         NUM. 10                          3 5 CTS.
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NUEVA ESPAÑA
deberes, pero ningún derecho; los sa-
larios que gana varían entre 5 a 8 fran-
cos, y para los obreros calificados entre
10 a 12. El presupuesto, no grava las
rentas, y está basado en un inhumano
privilegio: el alcohol y el opio. Para
mantener a los funcionarios, se envenena
a los trabajadores, y mientras Francia,
consiente ésto y lo pone en vigor, la co-
misión del opio de la Sociedad de Na-
ciones, saluda a este país como gran ci-
vilizador. Pero las cargas, como se pue-
de ver pesan solamente sobre la clase
trabajadora. De ahí que el movimiento,
más que nacionalista, sea un movimiento
revolucionario de clase. Este es el mie-
do. Y este estado revolucionario, fruto
de los salarios de hambre, se quiere acha-
car a un pueblo extraño. No es eso. Los
mismos diputados que, en la Cámara,
querían tomar represalias contra la
URSS, con este motivo, tácitamente re-
conocían su falsedad, al pedir el des-
arrollo de la enseñanza profesional, de
acuerdo con la religión y afirmaban que
es peligroso hacer de los indígenas inte-
lectuales y filósofos. Los estudiantes ana-
mitas que habían cursado sus estudios en
París, a la vuelta a su patria, se conver-
tían en luchadores revolucionarios, por la
comparación de la esclavitud por una
parte y la orgía por la otra. Los grandes
propietarios indígenas están con la me-
trópoli. Por eso, con motivo del asesina-
to de un mandarín, las fuerzas del go-
bierno francés, bombardearon la aldea
donde se habían refugiado los que lo
mataron. Esta es una prueba más para
reconocer que el movimiento no va por
la independencia nacional, sino por la
independencia económica de los traba-
jadores.
Y ahora, tras el éxito del Congreso
eucarístico de Cartago, en el cual se de-
mostró el genio colonizador francés, es-
peramos que el próximo se celebre en
Saigon.
2
EDITORIALE S
LAS CORTES DEL 23.
Había de ser un duque el autor de
esa iniciativa de volver a reunir las Cor-
tes de 1923 que disolvió, a golpe de
sable, la dictadura. Y había de ser un
conde, el de Romanones, el que había
de mostrarse favorable a la iniciativa.
Por supuesto, al conde de Romanones
le parece bien todo lo que sea prescin-
dir de alguna manera de la voluntad
nacional. Porque, cuando la verdadera
voluntad nacional se manifieste, ni ese du-
que, ni ese conde, ni muchos duques, ni
muchos condes, podrían llamarse legítimos
representantes del país. El conde de Ro-
manones está de acuerdo con todas las
soluciones que den por no transcurridos
los seis años y pico de dictadura. A él lo
mismo le dá que se convoque al viejo
Parlamento como que se haga uno nue-
vo desde el Ministerio de la Goberna-
ción, sobre todo si lo hacen sus amigos.
Pero si como explicó don Melquiades
<\lvarez la Constitución del 76 ha queda-
do deshecha y liquidada por la dictadu-
ra le va a ser-difícil al Conde de Roma-
nones buscar una fórmula para que se
recomponga esa virginidad desgarrada.
Lo cierto es que el país no quiere el salto
atrás, porqué exige que todas las respon-
sabilidades de un sistema político sean
exigidas resueltamente por los procedi-
mientos más eficaces o ejecutivos. No
quiere oir hablar de la vieja política.
Quiere una política original, explícita, que
transforme al Estado español en un Es-
tado moderno, donde los problemas que
hoy debaten los países más adelantados
pasen aquí al primer plano de solución.
No quiere oir hablar de Romanones,
como no quiere oir hablar de Alba, el
político esfinge de ayer, el político noci-
vo de hoy, que disimula su ambición de
Poder con programas abstractos de so-
lidaridad nacional. Aquí no puede haber
más solidaridad que que la de las ideas
que nos juntan o nos separan a todos en
los momentos más críticos de España. Las
izquierdas tienen para la vida española
soluciones de izquierda que den una nue-
va organización al Estado y establezcan
las bases de una democracia. De una
democracia jurídica y de una democra-
cia económica.
EL NEGOCIO DE LOS FIRMES
ESPECIALES.
Uno de los negocios montados en gran
escala por la Dictadura para favorecer
a sus amigctes y servidores fué, como
todos sabemos, el de los Firmes especia-
les. Un Real Decreto bastó para crear
el Patronato del Circuito Nacional de
Firmes especiales. Una vez creado em-
pezó, ¡naturalmente!, a devengar copio-
sas cantidades del presupuesto. Atribu-
yóse a dicha entidad una gestión autóno-
ma y enteramente desligada de las res-
pectivas Jefaturas de Obras Públicas,
sin duda para no molestarla lo más mí-
NUEVA ESPAÑA
REVISTA QUINCENAL
Año 1. 15 de Junio de 1930        Núm-10
Redacción y Administración:
SAN IGNACIO, 8
MADRID
Apartado de Correos: 8.046
nimo en la plena libertad de sus movi-
mientos.
Según el proyecto se destinaron a las
obras de carreteras en una extensión de
7.000 kilómetros la bonita suma de 600
millones de pesetas... Pero además, ha-
bía que añadir a ésto los gastos de con-
servación que, aproximadamente ha ve-
nido costando 5.500 pesetas por kiló-
metro. Con tantos recursos a su dispo-
sición, el Patronato no ha realizado ni
siquiera la mitad de la obra que se le
tenía encomendada. Eso sí, ha consumi-
do en cambio más de la mitad de la asig-
nación presupuestaria y los 2,800 kiló-
metros de carreteras asistidos de mejor
o peor manera han costado ya más de
350 millones de pesetas. O sea que para
terminar la obra, se necesitarían la frio-
lera de doscientos millones más de lo
previsto... En total, unos 800 millones
de pesetas.
Se comprenderá perfectamente que
para atender a los servicios de tan gran
empresa no le bastasen al Patronato los
recursos propios que se le asignaron (ta-
sas de rodajes, subvenciones municipales,
cánones de transportes, etc.) y hubo ne-
cesidad no solo de otorgarle una partici-
pación en la patente nacional de auto-
móviles, sino de hacerle un huequecito
especial (tan especial como los firmes) en
los Presupuestos generales, del Estado
siempre abiertos y ubérrimos en tiempos
de Primo de Rivera, para los espléndi-
dos asuntos de esta clase.
Suponemos que el actual gobierno ha-
brá puesto coto a los dispendios enor-
mes del Patronato. Pero decimos con
respecto a este organismo lo que veni-
mos solicitando con respecto al del Tu-
rismo y demás entidades hemorrágicas y
semejantes: no basta frenar y contener.
Es indispensable suprimirlos de raíz por
lo pronto, y después reorganizarlos to-
talmente, de arriba a abajo, con abso-
luta claridad administrativa y verdade-
ra tecnificación de todos sus servicios.
Sin olvidar, como es justo, la fiscaliza-
ción de la labor realizada y del cómo,
por qué y cuánto de los enormes fondos
invertidos.
INDOCHINA.
Cansada de esclavitud, Indochina,
quiere sacudir eu yugo francés.. La causa,
rebuscada en posibles propagandas de
Moscú, está aquí, en que se la mantiene
bajo un yugo. Si, a tiempo, se le hubie-
sen dado ciertas libertades, ya que no evi-
tarlo, por lo menos se hubiese retardado
el estallido. El indígena tiene todos los
De todos los li-
bros que envíen
autores y edito-
res a la Redac-
ción de "Nueva
España" nos
ocuparemos en
nuestra sección
crítica.
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3
NUEVA ESPAÑA
Prensa y Libertad
por Luis Jiménez de Asúa
derogue la disciplina penal facciosa, im-
puesta por decreto el año 1928. No han
de reducir sus ansias a que el Código
gubernativo, que tan mal les trata, des-
aparezca del cuadro de nuestro Derecho
vigente. Deben poner ahincado empeño
en que la libertad de Prensa se consagre
en la nueva ley constitucional con fór-
mulas insuspendibles.
La función fiscalizadora que antaño
fué patrimonio exclusivo del Parlamen-
to, ha pasado en estos días a la Prensa.
Las Cortes pueden asumir papel legis-
lativo primordial a condición de que los
periódicos vigilen sin trabas la tarea del
Poder ejecutivo. La Prensa es hoy Par-
lamento extensísimo, pura democracia
directa, más eficaz y menos retórica que
el solemne discurso parlamentario.
Los periodistas españoles deben exigir
que las garantías de libertad del pensa-
miento se inscriban en la nueva Consti-
tución como un derecho que jamás podrá
suspenderse, por anormal y difícil que
sea el trance que el país atraviesa. Si la
prensa fiscaliza todo desmán, será im-
posible.
Responsabilidad, sí. Castigo inexora-
ble de los delitos perpetrados por medio
de la imprenta, pero sin especialidad al-
guna. Y sin riesgo de que los gobernan-
tes puedan, con pretexto de la salud pú-
blica, poner mordaza a los fiscales legí-
timos del pueblo.
gobernantes de entonces. Otro periódico
del Norte de África, dio cuenta de la ad-
misión de las renuncias de algunos cate-
dráticos, cuando el conflicto estudiantil
del pasado año, bajo la rúbrica de que
se aceptaba la dimisión a los "mejores"
profesores de nuestra Universidad. La
censura tachó también este epígrafe y el
Gobernador impuso una multa al diario
por creer que con esa frase se censuraba
la conducta del Gobierno. Es seguro que
estos casos llegados a mi conocimiento
no son únicos.
La Real orden que ha resuelto el re-
curso del Sr. Sánchez Rivera debió pro-
clamar que en el régimen de imprenta
son posibles dos sistemas. Uno, antilibe-
ral y trasnochado: la previa censura;
otro democrático y moderno: la respon-
sabilidad y consiguiente sanción cuando
el delito se prueba; pero el uso de am-
bos métodos e¡s incompatible con todo
régimen jurídico.
ESTATUTO DE PRENSA
Apenas si pasa día sin que el proble-
ma de la prensa no se debata en las pro-
pias planas de los periódicos. Los dia-
rios recaban libertad y la jubilación de
la censura.
:ensura y represión
El Ministro de la Gobernación acaba
de fallar el recurso interpuesto por el señor
Sánchez Rivera contra la multa impuesta
bajo el régimen dictatorial por un artí-
culo que la Censura tachó y que no fué
publicado. Los tiránicos gobernantes cas-
tigaron el mero intento de imprimir un tra-
bajo que el vigilante censor cruzó con
su lápiz rojo.
La Real orden es correcta en el fallo
absolutorio, pero no aborda el tema en su
esencia, limitándose a decir que no es
justo ni equitativo sancionar al autor del
escrito por una falta que no cometió
"puesto que ni se contravinieron las ór-
denes dadas por la Superioridad ni tam-
poco se ha inferido daño alguno, porque
no se hicieron públicos los conceptos que
se estimaron ofensivos para las perso-
nas que en aquella época estaban al
frente de la Administración, siendo de
apreciar, además, que el recurrente no
tuvo el propósito de aludir a ninguna
de ellas."
LEA USTED "NUEVA ESPAÑA"
Porque el caso del señor Sánchez Ri-
vera no fué único. El doble juego de
censura y penalidad debutó con la mul-
ta impuesta al periódico "El Sol", por
haber noticiado la supuesta compra de
una casa en Barcelona hecha por el
Marqués de Estella en no recuerdo qué
circunstancias. El diario madrileño hizo
razonada protesta y el Presidente del
Consejo se vio en la forzosa necesidad
de reconocer que la previa censura in-
validaba la imposición de castigos. Mas
a Primo de Rivera le duraban poco los
intervalos de sensatez y bien pronto rec-
tificó su criterio. La Dictadura apelaba
para sostenerse, a los medios más anti-
jurídicos y a la postre la censura le pa-
reció poco y recurrió, como expediente
de venganza, a las sanciones, amalga-
mando así el sistema preventivo y el re-
presivo. "La Libertad", de Madrid ti-
tuló un telegrama extranjero: "Ya no
nos respetan ni en China". El censor su-
primió el rótulo y las autoridades guber-
nativas multaron al diario, por entender
que ese epígrafe era injuriante para los
LEA USTED "NUEVA ESPAÑA"
¿No le basta el actual Código guber-
nativo, por demás severo, contra los de-
litos de imprenta? "El Debate", ausente
de toda dignidad profesional, postula
casi a diario el Estatuto de Prensa que
los primeros dictadores tenían colgado del
telar cuando se vieron forzados a reti-
rarse.
Los periódicos, demasiado débiles una
vez para oponerse a la previa censura,
sacarán ahora fuerzas de flaqueza para
repudiar ese Estatuto que convertiría las
hojas cotidianas en forzadas Gacetas gu-
bernamentales.
LA LIBERTAD DE IMPRENTA
Esta hora no es sólo de resistir, sino de
atacar con denuedo. Los periodistas de Es-
paña no deben contentarse con que se
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NUEVA ESPAÑA
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¡Hombres, hombres constituyentes!
por Luis Araquistain
acreditan las recientes concesiones de nu-
merosos' monárquicos de larga y aun
rancia historia, me atribuye, no hay que
decir que con la mejor buena fe, teorías
que son, ésas sí, verdaderamente mons-
truosas y que, por serlo, me interesa recti-
ficar para que los que no me conocen
no me confundan con los maestros polí-
ticos de El Debate y El Siglo Futuro, y
para que los que me conocen no teman
por mi equilibrio mental. Azorín me hace
decir que el problema español no es un
problema de pan y trabajo, ni de ense-
ñanza, ni de libertad política. ¿Cómo po-
dría pensar tales disparates, no ya un
socialista, sino un hombre en sano juicio
y sin atavismos troglodíticos? cP°r 1ué
otra cosa vengo abogando desde que
tengo uso de razón, y, sin perderla, por
qué otra cosa puede abogar un español
de este siglo?
Lo que yo sostengo—y creía haberlo
dicho claramente en mi libro—es que to-
dos esos problemas están subordinados a
uno previo: la transformación del Esta-
do; y que el Estado español, de tipo
patrimonial o privado desde que las mo-
narquías democráticas medievales se con-
fundieron en la energía absolutista de los
Austrias y Borbones, no se transformará
en Estado público mientras los hombres
que lo dirijan, jefes de Estado o minis-
tros, superen su domesticidad y su idea
de que la gobernación del país y el mane-
jo de los caudales, las libertades y todos
los servicios públicos son negocios priva-
dos y a lo sumo tutelares.
Esta concepción viciosa del Estado
nace de la forma en que éste se ha cons-
tituido históricamente en España: como
una vinculación a determinadas familias
y en general como una proyección de la
propiedad privada y de los principios,
sentimientos e intereses ligados a la insti-
tución de la familia patriarcalista, esen-
cialmente liberal.
Frente a este Estado familiar-absolu-
tista se forma en Europa el Estado li-
beral, por consecuencia de las revolucio-
nes de Inglaterra y Francia, que niegan
a la corona—y a las oligarquías que
comparten con ella el poder—el dere-
cho a usar del Estado como de su exclu-
siva propiedad privada. El Estado libe-
ral no es todavía un Estado genuina-
mente público. Cada ciudadano ve en él
una parcela de propiedad privada y.
como Luis XIV, dice o piensa también:
El Estado soy yo, es decir, el Estado es
mío, aunque sea en modernísima parte
alícuota. Todos estos Estados, tantos co-
mo individuos haya con conciencia polí-
tica, al luchar por su soberanía impiden
que un hombre o un grupo social monopo-
lice el poder con exclusión absoluta de
los demás grupos, lo que da origen a la
forma democrática de gobierno y al equi-
librio inestable del Estado individualista,
Mis amigos de Nueva España me
invitan a replicar a los juicios que otro
buen amigo, Azorín, ha expuesto en unas
amables glosas a mi libro El ocaso de
un régimen.
Ante todo, quiero agrade-
cer a Azorín que haya dicho de esta
obra que "no tiene nada de vitanda,
ni se explanan en sus páginas teorías
monstruosas; por el contrario, la doc-
trina es tal que corre por el mundo sin
protesta de nadie, y los razonamientos del
autor, severos y reflexivos." No hay na-
da de monstruoso, ciertamente, en pro-
clamar que el régimen republicano es el
que más conviene a España y que una
república, como forma democrática, se-
ría la única solución conservadora na-
cional
LEA USTED "NUEVA ESPAÑA"
Pero el amigo Azorín, que acepta esta
tesis como corriente en el mundo, y ya
también en la propia España, según lo
Dibujo del artista super realistaSCordón, que no han querido exhibir en su Club
las señoras del Lyceum-
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NUEVA ESPAÑA
o semipúblico, imagen fiel del equilibrio,
también inestable, del liberalismo econó-
mico en que se funda la sociedad capita-
lista moderna.
Sólo la doctrina socialista concibe un
Estado público auténtico, aunque puede
ocurrir, como está ocurriendo en Rusia,
que en el proceso de transformación la
clase obrera acapare el poder; etapa en
algunos casos inevitable y tal vez psico-
lógicamente necesaria para que esa cla-
se, mediante el uso dionisíaco del poder,
se purifique de sus legítimos resentimien-
tos seculares y se prepare para la orga-
nización de una sociedad sin recursos
históricos de clase. El individuo abdica-
rá en el socialismo la idea del Estado par-
ticularista del absolutismo y del liberalis-
mo, y se establecerá el Estado social o
colectivo, a modo de trasunto o superes-
tructura de la propiedad socializada.
Pero aquí, en España, no queremos ir
todavía tan lejos. Mejor dicho, no pode-
mos hacernos ilusiones sobre las posibili-
dades de un Estado socialista inmediato,
aunque también se harán ilusiones los que
lo sitúen fuera del horizonte visible de la
Historia. De momento nos conformaríamos
con un Estado liberal de tipo europeo.
¿Pero cuántos son los hombres públicos
—impropiamente llamados así—que en
España piensan y trabajan seriamente
en la realización de un Estado liberal?
De los monárquicos ninguno, llámense
constitucionales o como quieran, porque
pese a su barniz de cultura externa llevan
el sentimiento absolutista en la masa de
la sangre; sentimiento que es despótico
con los de abajo y servil, a veces hasta
la abyección, con los de arriba. Y de los
republicanos, no todos, ni mucho menos.
El atavismo absolutista, de Estado pri-
vado—que no hay que confundir con una
posible dictadura inteligente y desintere-
sada, es decir libertadora, y no hay pa-
radoja—será una amenaza contra la
constitución de un Estado republicano
liberal en España, y no sólo por parte
de los monárquicos irremediables, sino
por parte también de algunos republica-
nos que aspiran no tanto a liberalizar el
Estado como a adueñarse de él para su
uso particular, como ha ocurrido en casi
todas las repúblicas de América y en la
de Portugal.
Creame el amigo Azorín: nadie nie-
ga—¿cómo podría hacerlo en su sano
juicio?-—la existencia de los problemas
de producción y distribución de la rique-
za, de enseñanza, de libertad política;
pero las soluciones a esos problemas de-
penden de que forjemos un Estado públi-
co o por lo menos semipúblico, un Esta-
do liberal; de que los hombres de Estado
sean algo más que padres de familia, dis-
puestos a utilizar el Estado como fun-
ción pública y no como un patrimonio
privado. Hay que desautocratizar a
cuantos aspiren a gobernadores. Si el
Estado faraoni-español perdura a prue-
ba de errores y desastres, es porque las
clases políticamente directoras y una
gran parte de la nación tienen el alma
faraonizada.
en todas partes y, sin embargo, hay di-
ferencias esenciales, que hacen la diver-
sidad histórica, el progreso de unos pue-
bles y el estancamiento de otros. Un
español no es muy distinto, al parecer,
de un europeo; pero mientras en Europa
triunfaba y sigue triunfando la Reforma
y la Revolución, Esapaña representaba
—y sigue representando la contrarrefor-
ma y la contrarrevolución. ¿Será siempre
así? No quiero ser pesimista; pero vien-
do y oyendo a todos estos hombres que
ahora hablan de unas Cortes constitu-
yentes y otras fórmulas legislativas, saco
la impresión de que pocos quieren de
verdad un Estado público, un Estado
civil.
Y lo que hace falta no son Cortes cons-
tituyentes, sino Hombres Constituyentes,
dispuestos a disolver su milenaria concien-
cia petrificada y a darse en lo más hon-
do de su ser una constitución sinceramen-
te liberal y democrática. La letra vendrá
de añadidura. ¡Hombres, hombres Cons-
tituyentes, no ministros—que quiere decir
servidores—del absolutismo constituido!
El mal viene de lejos, de las entrañas
de la Historia, de la formación de la
sociedad española, católica y absolutis-
ta, que se refleja en el Estado absolutis-
ta y católico. El catolicismo—y con ésto
aludo, aunque no sea más, por falta de
espacio para tan extenso tema, a una
cuestión que yo toco en mi libro y Azo-
rín
en su artículo—el catolicismo ha con-
tribuido poderosamente a retrasar la cons-
titución de un Estado liberal y nacional
en España, lo mismo que en Italia—ésto
lo ha visto bien Mussolini (léase su Juan
Huss)
y de ahí su mal velada aversión
a la Iglesia católica—y en todos los paí-
ses dominados por esta confesión. El ca-
tolicismo, doctrina universalista y antili-
beral, retrasa la formación del sentimien-
to de nacionalidad y de la conciencia in-
dependiente, base del Estado liberal eu-
ropeo, que nace de la Reforma. Tebas
y Roma se funden en el Escorial, y des-
de allí sofocan el espíritu del liberalismo
español y el crecimiento interno de la na-
úonalidad española, que todavía hoy e-6
una mera expresión geográfica.
Sí, querido Azorín, el hombre y la
familia son poco más o menos los mismos
^
Otro dibujo de Cordón, rechazado Por las intelectuales del Lyceum.
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NUEVA ESPAÑA
6
Viejo y nuevo republicanismo
por J. Botella Asensi
Su alma ha de ser el alma colectiva
de la organización, hecha a la vez de
las ideas geniales y de las fuerzas del
instinto, de lo sublime y de lo vulgar,
condensando, hecho conciencia, en un
sentido político humano.
Esa conciencia, esclarecida, interpre-
tada por sus órganos deliberantes puede
ser el genio de su ideología, el mentor de
sus actividades, el juez de su conducta,
el maestro de su disciplina; ella puede, en
cada momento histórico, darle los hombres
representativos que hagan falta al mejor
cumplimiento de sus confines, discernir el
papel de los que no lo sepan o sean rebel-
des al que les corresponde, y eliminar, si es
preciso, a los que constituyan un obstá-
culo a su normal funcionamiento. En esa
conciencia se disolverían los viejos perso-
nalismos nefastos, y en ella, por otra par-
te, encontrarían los nuevos valores posi-
tivos su consagración legítima. Un repu-
blicanismo así, forjado en el alma de la
organización, sería apto para crear sus
grandes intérpretes, lo mismo que para
abatir, noblemente insumiso, todo conato
de caudillaje.
Mas supuesto un partido que tenga
personalidad propia, que sienta la intui-
ción de su vida como un organismo natu-
ral, que llegue a esclarecer en su espíritu
la conciencia de sus fines como un ser
reflexivo, todavía para lanzarse a vivir
y desenvolver sus posibilidades en el des-
tino histórico necesita medios, de vida eco-
nómica propia; es decir, que a semejan-
za de todos los organismos ha de tener
una economía adecuada a su fuerza y a
su ritmo vital. No obsta a ello que el re-
publicanismo se emplace en medios socia-
les poco dotados, pues lo que ha de nu-
trirle no es la riqueza personal de sus
adeptos, sino el sentido administrativo de
sus posibilidades colectivas. Una peque-
ña cuota, que para nadie sea causa de sa-
crificio, establecida a base de una orga-
nización numerosa, puede bastar a sus
necesidades de orden económica. El sen-
tido individualista extremado del republi-
canismo histórico, su espíritu romántico,
no eran propicios a esta obra básica de
la economía; pero la conciencia republi-
cana más esclarecida de la presente ge-
neración no puede desconocer que en esa
vulgaridad de las- necesidades materiales
se asienta toda posibilidad de vida, y que
mantenerse indiferente a sus problemas
seria condenarse a la ineficacia.
Tan necesarios a la vida del nuevo
republicanismo como los ideales en la al-
tura, son en la base el sentido orgánico
y el orden administrativo.
Desde las necesidades materiales hasta
la conciencia, el nuevo republicanismo ha
de ser en todo expresión de una vitalidad
colectiva, compleja en sus elementos y ar-
mónica en su conjunto. Complejidad que
implica riqueza de valores; armonía que
equivale a eficacia de esos valores en fun-
La guerra mundial y la revolución rusa,
como hechos históricos destacados de
nuestra era, se han convertido en el pun-
to de diferencia de los copceptos de lo
viejo y lo nuevo, en torno a los valores
de la cultura, de la política y de la eco-
nomía.
En este sentido de relatividad se habla
de viejo y nuevo republicanismo, como
se habla en términos más generales de
vieja y nueva política. Pero hay otro
sentido fundamental en que los concep-
tos de lo viejo y lo nuevo no tienen por
índice la fecha de un acontecimiento his-
tórico ni la edad de las gentes que lo han
vivido. Antes de 1914 había republica-
nos viejos y jóvenes que preconizaban
un nuevo republicanismo y en 1930 los
hay también, lamentablemente, confina-
dos en el republicanismo histórico. No son
cambios del tiempo; los conceptos d(e
viejo y nuevo republicanismo en el plan
que los consideramos son fundamenta-
les, y se diferencian de un modo radical
en el pensamiento que los preside.
En el viejo republicanismo el ideario
se suple por la significación política de
un jefe, que ejerce la autoridad por de-
recho propio, y moviliza las fuerzas que
se agrupan en torno suyo como un ins-
trumento de su política personal. Estas
fuerzas no constituyen propiamente un
partido, pues actúan subordinadas a una
dirección que no procede de su sobera-
nía; no tienen fines que cumplir determi-
nados en común como corresponde de-
mocráticamente, y dedican sus activida-
des cuando son necesarias a los fines con-
cretos que el jefe les plantea, dejando
todo lo demás a la improvisación y a la
aventura; finalmente, carecen de los me-
dios necesarios para sostener las cargas
propias de su existencia y actuación. Por
consiguiente, sin soberanía democrática,
sin fines propios y sin medios para cum-
plirlos, no tienen personalidad como par-
tido. Su inexistencia la suple el jefe; él
pone el pensamiento, la acción y los me-
dios, que generalmente ha de obtener de
su propia actuación política. Como todo
está a su cargo nada se le discute; en la
medida que es soberano es irresponsable.
Un republicanismo así sólo se diferen-
cia en el nombre de un pequeño caudi-
llaje monárquico, y como es consiguien-
te, acaba disolviéndose, sin eficacia ni
prestigio, porque falto de consistencia es-
piritual y de sentido orgánico, sólo epi-
sódicamente puede sostenerse en circuns-
tancias heroicas propicias al entusiasmo.
El republicanismo nuevo ha de con-
servar del pasado la emoción cordial,
pues solo una política entrañable puede
encarnar en el pueblo. Pero ha de tener
la intuición de su vitalidad como un or-
ganismo de la naturaleza. Ha de dar,
por consiguiente a su estructura una dis-
posición orgánica, y a su funcionamien-
to un sentido biológico.
ción.
Contra esa riqueza de elementos y esa
eficacia de funciones conspiran constante-
mente en la vida de las organizaciones de-
mocráticas, y es un deber tenerlo en cuen-
ta, dos morbos igualmente temibles: el
caudillismo y la indisciplina.
Lawrence Tlbbett, cantante de la Opera Metropolitana de Nueva York, demuestra
ante la cámara las mismas brillantes cualidades que lo han distinguido en la escena
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7
NUEVA ESPAÑA
La patria y el patriotismo
por Emilio Palomo
independizados entre sí; crear, en suma
la patria; una guerra de conquista en
la que el motor propulsor no sea el an-
sia colectiva, acabará, fatalmente, por
disgregar la fuerza nacional y deshacer
la unidad de la patria. Planteado así el
problema, parece advertirse que, si el que
corre al llamamiento bélico sirve bien a
su patria, lo sirve mejor el que antes de
correr a avivar la hoguera medita sobre
la conveniencia de no encenderla.
Ganivet, egregio espíritu y poderosa
inteligencia, atormentó muchas veces és-
tos dos excelsos atributos pensando en
este destino histórico que ha empujado a
España hacia la guerra. "España, como
nación—dice—, no ha podido crear to-
davía un ambiente común y regula-
dor, porque sus mayores y mejores ener-
gías se han gastado en empresas heroi-
cas. Apenas constituida la nación, nues-
tro espíritu se sale del cauce que le esta-
ba marcado y se derrama por todo el
mundo en busca de glorias exteriores y
vanas, quedando la nación convertida en
un cuartel de reserva, en un hospital de
inválidos, en un semillero de mendigos."
Y cuando habla de los hombres arre-
batados a la vida por la guerra, dice:
"No doy importancia a la muerte, y me-
nos a la forma en que nos asalta; lo que
me entristece es que se queden en el cuer-
po muerto las creaciones presentes o fu-
turas del espíritu." Es decir: lo funda-
mental es la idea; y si hay que preser-
var al hombre de una muerte temprana,
es con la esperanza de que su vida sea un
fruto. Hay que condenar la guerra y el
espíritu bélico que todo 'militarismo en-
cierra, no por rehusar el servicio que la
patria pide, sino por otorgarle el que
necesita; no para desampararla, sino pa-
ra salvarla. Si el mundo entero, excep-
ción de esa Italia enloquecida por el ce-
sarismo de su duce, pide hoy que el pa-
triotismo sea pacífico, y que las diversas
patrias se estructuren desterrando de
ellos militarismos peligrosos, España, co-
mo ningún otro país, tiene que preparar-
se para dar solución a este problema que
la enfebrece y consume desde el siglo
XIX
Hay un diálogo clásico, luminoso, a
este respecto, Pirro, el famoso general,
fué invitado por Cineas—gran orador,
que ganó con su elocuencia mejores ba-
tallas que Pirro mismo—a que dijera
qué haría después de conquistar a Ro-
ma. La fantasía del general se desbordó
y comenzó a enumerar las victorias que
había de tener. Cineas le insistió: "¿Y
después?" "Después—dijo el general—
gozar en festines y holgamos en colo-
quios." A lo que respondió el orador:
"¿Quién nos impide empezarlos ya, y
ahorrarnos el trabajo y la crueldad de
la guerra?" Más Pirro, que no en balde
era rey, pensó que era antes su gloria de
guerrero, que la paz y el bien de su pue-
blo.
En suma: entre el patriotismo del sol-
dado de la guerra y el patriotismo del
soldado de la paz, preferimos el último.
Se sirve mejor a la patria con la Inteli-
gencia que con la Fuerza, y el soldado
de la guerra es, casi siempre fuerza cie-
ga en contra del soldado de la paz que,
en el campo, en el taller, en el laborato-
rio, en el aula, en la fábrica, es concien-
cia viva que labora por un engrandeci-
miento ideal y material en el que la in-
teligencia manda y la fuerza obedece.
En España, el problema más apremian-
te es decidirse por uno de éstos dos pa-
triotismos. Si el patriotismo latente es el
de la paz y la civilidad, y el dirigente el
de la guerra y el del militarismo histó-
rico, de nada valdrá querer sumarse a
esos anhelos que han nacido en el mundo
después de la guerra; España seguirá
siendo un pueblo de estructura militaris-
ta que, imposibilitado ya para conquistar
externos, se limitará a ser conquistador
de su propio suelo, y acabará decorándo-
se a sí mismo. El patriotismo exige, pues,
el último esfuerzo de los patriotas.
Todo hombre de mediana sensibili-
dad se habrá esforzado, más de una vez,
por poder llegar a resolver en sí este ar-
duo problema: "¿Cómo se sirve mejor
a la patria?" Es igual que el concepto
de patria se reduzca a la estrecha área
del lugar donde se nace, a la nación a
que se pertenece o a la dilatada exten-
sión del Mundo. Si en el hombre apunta
una apetencia de solidaridad humana,
bien acabe en un exiguo núcleo de se-
mejantes, bien abarque la multitud, pue-
de decirse que hay en él un germen de
patriotismo. La cuestión estriba en dis-
cernir qué patriotismo es el que ha de be-
neficiar a la patria.
Parece éste un problema de sencilla
solución, y, no obstante, su dificultad es
la que produce esta guerra que desenca-
denan las ideas para degenerar, muchas
veces, en encarnizada y cruenta lucha
material. Todos erigimos en nuestra con-
ciencia un sistema de patriotismo, pero,
al lanzarlo como flecha que aniquile al
enemigo de la patria, vemos cómo las
flechas del campo enemigo que llegan a
nosotros con idéntico afán de aniquilarnos.
Por ello sería interesante discurrir acer-
ca de dos o tres ideas capitales; aque-
llas que pueden disputarse como cimien-
to y sostén de la patria.
En un pueblo como el nuestro, en que
la fatalidad histórica que han elaborado
nuestros reyes, nos presenta como un al-
ma peninsular, sedienta a toda hora de
guerras, el tipo más puro de patriota pa-
rece que ha de encarnar en el militar.
i Quién podrá negar que esos soldados
españoles que pasearon Europa bajo el
imperio de los Austrias; que fueron a
América con los Borbones; y que últi-
mamente, con los mismos Borbones se
trasladaron a África; quién podrá ne-
gar, repetimos, que han servido a su pa-
tria? Esa patria llamativa, espectacu-
lar, de guerras, de uniformes y de cru-
ces premiadoras de heroicidades bélicas,
les llamó con la advertencia implícita de
que bien pudiera acontecer que perdie-
ran la vida por ella. Y, a pesar de esta
advertencia sobrecogedora acudieron al
llamamiento. Nadie, pues, tan patriotas
como estos hombres, sobre todo para los
que hagan suyo aquel ideal de Hernan-
do de Acuña:
"Un monarca, un imperio y una es-
pada."
Pero la guerra que, accidentalmente,
puede, hasta hacer una patria solidari-
zando y vinculando personalidades re-
gionales opuestas o solamente aporta-
das por accidentes geográficos, cuando
se toma como sistema, lo deshace. Más
claro: una guerra de independencia pue-
de dar cohesión y unir a grupos étnicos
IIHIIIIIIHIIIIIIlllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllliiiiiiiii
Pirandello
y un prelado
En un teatro de Berlín se estrenó una
obra de Pirandello, que no pudo ser
representada hasta el fin por imposición
del público, el cual levantó una fuerte
protesta contra el burdo juego en que,
el ingenioso italiano, quiere convertir la
escena. La consideración cívica que el
alemán tiene del teatro no consiente mix-
tificaciones. "El ingenio no es nada. Pri-
mero hay que ser hombres, después sí
que se puede ser hasta ingenioso", ha
dicho la buena crítica alemana.
El Prelado Schreber—un prelado ale-
mán que no tiene nada que ver con esos
cavernarios del catolicismo español—ha
escrito un bello libro sobre las relaciones
culturales entre España y Alemania.
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NUEVA ESPAÑA
No, el hombre medio de España no tie-
ne siquiera su equivalencia en Sancho
Panza. Es un conservador que no tiene
nada que conservar, como no sea la es-
clavitud económica y la indigencia moral.
Lo que hace con su inercia y su indife-
rentismo es contribuir a que perduren y
se fortalezcan las oligarquías y los inte-
reses de una clase, la más inepta, la
más desmoralizada de todas, que es la
clase capitalista. Por eso a este hombre
domesticado hay qUe complicarlo, con-
tra su misma voluntad, en los grandes
conflictos y las grandes violencias. Hay
quq sacudirlo y, si es preciso, ejecu-
tarlo.
~ La domestícidad española ~
por José Díaz Fernández
ejemplarizar a sus compatriotas con la
escala de valores que establecen sus dos
persoonajes. La cordura de Sancho está
exenta de egolatría y de domesticidad.
Su amo le contagia del sueño de justicia
y el criado va detrás de él, abandona el
hogar, no por la gloria y el amor, sino
por la codicia o el salario. Pero abando-
na el hogar, pone en riesgo su hoy y su
ayer. Sospecha que la vida no se estabi-
liza y que el futuro hay que crearlo con
la voluntad y el esfuerzo desplegados
hacia horizontes extralocales.
Tiene razón, a mi juicio, Araquistain,
cuando señala a la familia como causa
principal de los defectos de orden político
que predominan en la sociedad española.
Ningún núcleo tan doméstico y pasivo co-
mo el que escribió un día para la historia
muchas páginas de aventura y azar. Dijé-
rase que la civilización, que el refinamien-
to y jerarquía, actuó en él de manera to-
talmente adversa, reduciendo su ímpetu y
sometiéndolo a un estado inferior de man-
sedumbre. Puede afirmarse que el español
es un ejemplo de hombre domesticado. Así
como en la evolución de las especies ad-
vertimos algunas que han perdido su acen-
to primitivo para acomodarse a la vida
pacífica de las comunidades humanas, del
mismo modo la raza española parece haber
eliminado sus viejas inquietudes, sustitu-
yéndolas por una restricta inquietud ego-
céntrica que no rebasa casi nunca el pe-
queño círculo familiar.
A primera vista pudiera creerse que tal
condición haría del español un hombre
disciplinado, suave, fácil de encajar en
los moldes políticos. Pero, por explica-
ble paradoja, ese sentido doméstico es
el que le hace más hirsuto e ingobernable.
Porque si el libertinaje, por ejemplo, sólo
se combate eficazmente con la práctica
escrupulosa de la libertad, la colabora-
ción social, sólo se consigue con cierta
inhibición del egoísmo individual. Lo co-
rriente en el hombre doméstico—o domes-
ticado—es que no atienda a otro impe-
rativo vital que el de sus deberes para
consigo mismo y para con los suyos. De
esta manera se desentiende de toda obli-
gación que no sea la obligación de tipo
cotidiano y de todo interés que no fe-
presente un beneficio fácil, particular e in-
mediato. Por eso es tan abundante el
número de españoles neutros que enseñan
a sus hijos y preconizan ante sus rela-
ciones el apartamiento de la vida públi-
ca. Estamos cansados de oír al padre de
familia, que antes fué hijo de familia:
"Porque yo, sabe usted, no me mezclo en
política. Estoy tranquilo en mi casa, ocu-
pándome de los míos." Actitud típicamen-
te conservadora. Por falta de ejercicio
político, el hombre neutro ignora que la
justicia y la moral son jerarquías huma-
nas que el hombre lleva dentro de sí un
mundo de problemas que se traducen en
diferentes estímulos sociales.
Creo que fué a don Ramón del Va-
lle-Inclán a quien le oí decir una vez que
ésta no era una tierra de Quijotes y que,
si acaso, la imagen del español era San-
cho Panza. Yo creo que ni siquiera San-
cho Panza puede simbolizar al español
medio. Porque Sancho era, en último tér-
mino, un "animal político" que ambicio-
naba el gobierno insular para ejercer su
elemental concepción de la justicia. Cer-
vantes, que, por los desniveles de su exis-
tencia, conocía bien a la sociedad de su
país y había ahondado en el carácter in-
~~ El Censo de Iscariotes ~~
Admirable artículo La dictadura y
sus cómplices,
de Cristóbal de Castro,
publicado en el número anterior deNuE-
VA ESPAÑA. Eso es ir en derechura al
grano y dejarse de disquisiciones vacuas
y de consideraciones a los que no mere-
cen consideración alguna. Nada de re-
presalias ni de propósitos de venganza,
furtiva, estricta y a secas. Sólo la justi-
cia, el sentimiento y la socialización del
Derecho podrán salvar a España, ha-
ciendo de un pueblo de lacayos y de bri-
bones un pueblo de hombres, de verda-
deros ciudadanos. Admirable también
aquel otro artículo de La Libertad que
Cristóbal de Castro recuerda ahora: El
Censo de Iscariotes,
publicado cuando
aún soportábamos con una fabulosa man-
suetud bovina la vergüenza dictatorial de
que no podemos lavarnos tan aína los
españoles. No me fué posible comentar
entonces al artículo en España, como no
fueron posibles-tantas cosas que un sen-
timiento elemental de dignidad imponía
como un deber ineludible a todos los ciu-
dadanos, í/* i». *.•■- ■■, - -■•■'»^ »*-*-
Hay que hacer lo que propugna Cris-
tóbal de Castro: una lista de los que pa-
larina y clandestinamente se adhirieron
a la dictadura y colaboraron con ella en
su obra i* <.Hr»i<» ■* *a«ibc9&rä*»y>; >*■
•■■*■<»: residenciar a los que vergonzosa y
vengonzante se aliaban con la dictadura,
•.'-*• r si se decían apolíticos, no se les
permita asomarse al estadio de la políti-
ca 5'.9'< fc*r'-*ó» <■'■* k.'íS ," '"
-'■* '' ■■■                                                         '               "TÍJOb '-ZA'H«—■■■:-:
juzgaban incapacitada a la nación para
desenvolverse en un régimen de derecho,
nada tienen que hacer en la palestra pú-
blica que restaurará ese régimen y lo ele-
vará a la función normal de la vida del
Estado. Si esos sujetos se despreciaban
a sí mismos, no puden inspirar a los de-
más consideraciones de ningún género;
cada cual es hijo de sus obras y la equi-
dad consiste en dar a cada uno lo que
merece.
No. La política no es un medio de
vivir sin decoro. Es un ejercicio de nobles
afanes, de pasiones sublimadas por un
nos; es un magisterio de conductas lim-
pias y acrisoladas. Quienes, además de
buscar en lo política un medio bastardo
de mantenencia, sin previa capacitación
y haciendo con sus apetitos ludibrio de
una función elevada, asienten y de aña-
didura cooperan con el poder faccioso
que vilipendia a la conciencia social, es-
tán inhabilitadas para intervenir en las
cuestiones públicas. El pueblo, el pue-
blo honrado y consciente, debe repu-
diarles.
No quede en proyecto el urgentísimo
Censo de Iscariotes.
Roberto Blanco Torres.
Noticias Literarias
ESPAÑA
Se está preparando un homenaje a
"Azorín", por su decidida y resuelta ac-
titud con, relación al teatro contemporá-
neo. De paso, se festejará "Angelita",
esa obra lograda de teatro moderno, que
los cerriles teatrólogos españoles—empre-
sarios, cómicos y críticos—no quieren
aceptar.
Excusamos decir con cuanto entusias-
mo acudiremos al banquete.
ALEMANIA
Oswald Spengler ha cumplido silen-
ciosamente sus cincuenta años, apenas sa-
ludados por las gacetillas de los periódi-
cos, precisamente en los mismos días que
se celebraba el jubileo de Max Reinhardt
con la publicación de tres libros sobre él,
la dedicación de grandes extraordinarios
de los periódicos y se le nombraba todo
lo imaginable seguido de la palabra ho-
npr—doctor, hijo, socio, etc., etc.—. Sig-
nifica ésto que Spengler se ha quedado
fuera de las ideas que predominan en
Alemania.
* * *
En Berlín se celebra la exposión de
artistas alemanes, y la del viejo Berlín,
alienable del español, quiso, sin duda, ideal de progreso y de perfección huma- hecha de un modo nuevo.
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NUEVA ESPAÑA
ap^rsa
que arreglase lo de Alba, atrajese a los
catalanistas y preparase en Cataluña el
pacto monárquico. El pobre Paco de
Asís Cambó, ha cumplido fielmente cuan-
to le mandaron.
¡Y ahora le abandonan, le dan con el
brodequín en el coxis y le dejan sin pro-
pina!
Le está muy bien empleado por no
afeitarse la barba.
*Jj« «Jt* *f*
"V'dlajranca del Bierzo 15-6-30.—
Desde hace algún tiempo se viene obser-
vando en esta localidad la perpetración
de diarios y numerosos atracos.
Se dice que existe en los alrededores
una cueva de turistas.
El vecindario está consternado. (Co-
rresponsal)."
¡Qué tiempo más estúpido está ha-
ciendo!
Pocas veces se ha registrado en Espa-
ña un tiempo más desapacible y traidor.
¿Cuándo desaparecerá el temporal
reinante?
* * *
El Banco Central que preside el divi-
no Calvo se vá congelando.
Gracias a su presidente se vá a con-
vertir en un banco de hielo.
En un iceberg.
Los estudiantes de la Apulia han pe-
dido a Mussolini que tome el mando de
ellos y los conduzca a la victoria.
A lo mejor vemos a Mussolini, de gran
uniforme, ponerse a la cabeza de la
Apulia.
•*• **• tP
El ministro del Trabajo de la Dicta-
dura, López, hizo un viaje a Berlín, "a
estudiar la organización corporativa",
según decía su amo en una de aquellas
inolvidables notas.
¿Saben ustedes lo que hizo López en
los dos días que permaneció en Berlín?
Pues jugar al tute con sus dos secre-
tarios y el espía de la dictadura en Ale-
mania.
A Antoñito Goicochea dicen que ya
no le falta más que subir en globo.
Tantas fotos de Bertoldo
vemos a la Prensa dar
que ya es cosa de llamar
al alcalde de Villoldo.
"La Nación" (hemos nombrado al
noticiero huérfano) pide que se suprima
la censura de Prensa.
¡Miren la pazpuerca y que escrúpulos
de legalidad la entran ahora!
El señor Serrán ha salido de París
para Madrid.
Se dice que viene a tomar posesión de
la presidencia del Consejo de Adminis-
tración de un importante Banco.
Enhorabuena.
El Conde de Romanones está muy
contento
         • *          —. ~^.^_, ... ._.«—,.-
Conste que Delgado Burreto no ní»">
ha llevado a los tribunales como anun-
ció en su estólido papelucho. Ni a "Nos-
otros" ni a nosotros. Ni a nadie. No va-
mos a tener más remedio que querellar-
nos contra él por no haberse querellado
contra nosotros.
Y ofenderle grandemente diciéndo-
le:
—¡Es usted un delgadobarreto!
El vampiro Dusseldorf ha recibido
carta de un amigóte suyo felicitándole
efusivamente por sus hazañas.
Se vende un hermoso uniforme de mi-
nistro sin estrenar. El espadín se regala,
pero la vaina se vende aparte.
En Príncipe de Vergara 42 darán ra-
zón. Preguntad por el Sr. Sainz Rodrí-
guez.
qjV «JE* *f*
En la familia de los La Cierva el que
no corre vuela.
Es la familia del auto, giro y... su-
bo.
ífi Sfr !£
La verdad es que la situación del po-
bre Cambó no puede ser más ridicula.
Le utilizaron de correo de gabinete para
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NUEVA ESPAÑA
10
Tres artistas y una Exposición
Diríase que se olvida de la forma para
convertirla en movimiento, lo que, a sim-
ple vista, da el efecto de una composi-
ción fácil.
En resumen, es Cruz Collado el es-
cultor que realiza el deseo de los que
quieren, plásticamente, imponer el espí-
ritu a la forma. Por eso su escultura es
honda, con hondura de paisaje castellano.
Por eso su escultura revive todos los pro-
blemas que el espíritu humano se ha plan-
teado en lo que toca a la lucha de lo in-
terior con lo superficial.
Es de toda obligación resumir nuestras
apreciaciones.
Valverde, pintor que vive en sus telas la
forma de lo esencial; Laviada, escultor
que abre horizontes hacia nuevos rumbos
—sin dejar de ser humana—por como tra-
ta sus figuras, magistralmente, las une y
las disuelve; y Cruz Collado, que revive
en lo más hondo de nosotros mismos ese
afán secreto e inútil, de encontrar el com-
pleto del "yo" en el sexo ajeno, para la
realización de la vida misma.
MIGUEL ANGEL ASTURIAS
Madrid, 1930.
de los menos advertidos, huyen los tér-
minos de un paisaje de formas que se
completan, se alarga voluptuosamente,
se dan treguas de horizonte y espacio y
no concluyen, sino muy lejos, en lo pu-
ramente emocional Vemos este grupo en
un jardín, bañado por un abanico de
surtidores, en una isla de césped. Sigue,
muy diferente a Laviada, Cruz Collado,
escultor que nos presenta un grupo de
dos figuras también latinas, con el impe-
rativo de Castilla, de una Castilla de
cielos bajos, cegatones. La escultura de
Cruz Collado es personalísima, no la
perderíamos en el Museo Británico, con-
fundida entre muchas otras. ¿Por qué?
Vamos a tratar de responder. Se distin-
gue el grupo de este escultor por la uni-
dad de las figuras, en las cuales pare-
ce—y es escultura—realizarse dentro de
la serena e inexplicable expresión del
amor, el ideal de hombre y mujer reuni-
dos en un nudo indisoluble y fuerte. Vi-
ven estas figuras de dentro afuera, ple-
nas, sencillas, llenas de eternidad, con el
ademán fácil, enlazadas por una línea
sin interrupción que el escultor ha sabido
desarrollar para encanto de los que le
ven y le admiran. El espíritu no está su-
peditado a la forma en Cruz Collado.
Voy a ocuparme de tres artistas de la
Exposición Nacional de Bellas Artes.
Ellos, por su obra y su juventud, repre-
sentan nuestro tiempo. Sus nombres: Joa-
quín Valverde, Laviada y Cruz Co-
llado. Nos atrae el color; principia-
remos por eso con el pintor Valverde.
Valverde es un pintor muy concreto, es
decir, que expresa lo que quiere sin ha-
lagos fáciles. El colorido de Valverde
tiende a dar madurez a la forma. Ha-
blando para el vulgo podría decirse que
en el cuadro que presenta, la forma es lo
esencial, el color, lo que da sabor, lo
que adereza el plato. El lienzo a que
nos referimos tiene un gran sentido de lo
monumental en pintura—nuevo, nos pa-
rece, en la pintura española—resultado
de una composición en la que se atiende
al total. A Valverde se le podrían en-
tregar muros; es hermano del gran pin-
tor mejicano Diego de Rivera. Otro su
arte, otra su sensibilidad; pero en el fon-
do, como Diego, Valverde construye fi-
guras que son completo de una arqui-
tectura. Es de advertir, que no por ver
Valverde la composición en bloque, des-
cuida el detalle que hace de cada figu-
ra elemento a sumar al total que valori-
za todo el conjunto. Lamentamos que
una obra de tan altos relieves haya sido
relegada a un testero secundario.
Los escultores Laviada y Cruz Collado
son muy diferentes uno del otro. Laviada
nos presenta toda una señora escultura,
de esas obras que no se ven a menudo en
las exposiciones mismas de París, donde,
como se sabe, se estima toda aportación
al arte cuando encarna un esfuerzo por
la resolución de un problema estético
cualquiera. El campo de la escultura es
de por sí limitado, y ésto hace que La-
viada nos sugiera con sus figuras un cú-
mulo de nuevas posibilidades. Laviada
aprendió de Grecia y de Roma la se-
lección de las formas naturales sin rehuir-
las, ofreciendo en su escultura un prodi-
gio de arquitectura orgánica, resultado
del equilibrio entre lo geométrico y lo na-
tural. Laviada nos dá—y ésto nos sa-
tisface en esta época de alemanismos y
yanquismos—una escultura eminentemente
latina. Quien dice latina, dice sensual,
fluido, libre, sutil. Un soplo de paganis-
mo pasa por las figuras que este escultor
nos presenta, y en las cuales, a los ojos
La Exposición de "Shum"
En el saloncillo de "Heraldo de Ma-
drid" se ha celebrado la exposición de
obras del admirable artista Juan Bautis-
ta Acher, más conocido por el seudóni-
mo de "Shum". La obra del joven pin-
tor y dibujante es realmente espléndida,
mucho más si se tiene en cuenta las con-
diciones en que está concebida y ejecu-
tada. "Shum" se halla en presidio. En el
Penal del Dueso, donde cumple condena
por un delito social, cuya génesis hay
que buscar en el espíritu generoso y re-
belde de un hombre que tiene gran sensi-
bilidad para todo, para la belleza y para
la justicia. Los críticos de arte han escrito
ya sus juicios laudatorios sobre la labor
artística expuesta en el Salón del "He-
raldo". Nosotros queremos sólo destacar
la terrible situación en que se encuentra
"Shum". Solicitamos de toda la Prensa
y particularmente de los periódicos de iz-
quierda que se dirijan al gobierno pidien-
do el indulto del desgraciado pintor. Un
grupo de intelectuales catalanes tomó ha-
ce algún tiempo la iniciativa. Apoyémosla
todos. Concédasele la libertad y éste será
el mejor premio que pueda ambicionar el
artista. Pues como ha dicho certeramente
Julián Zugazagoitia, lo demás "es capaz,
muy capaz de hacérselo él mismo en fuer-
za de vigilias y aplicaciones", sin sentir
envidias de los altos galardones y recom-
pensas profesionales sino "de ese compa-
ñero suyo de reclusión que hace su hatillo,
reclama su peculio y sale silbando por las
puertas del Dueso."
Nueva España reitera la solicitud de
indulto para "Shum" y manifiesta su de-
cisión de proponer este asunto en la pri-
mera junta que se celebre de representan-
tes de revistas de izquierda.
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ii
NUEVA ESPAÑA
Caria de París
Clogio de la inquietud
nar nuestra sensibilidad. Pero el espíri-
tu no puede libertarse de ciertos conven-
cionalismos, desglosar de sí mismo las par-
tes muertas, salir sin dolor de sus tradi-
cionales envolturas. Y lo mismo ocurre si
se trata de una sociedad entera habitua-
da a una manera particular de vivir, de
sentir, de pensar. Es preciso en ambos
casos, una fuerza imperiosa para salir de
la crisálida. Las dificultades económicas
con su cortejo de desórdenes, de revuel-
tas, se acumulan en lo social; en el indi-
viduo la atmósfera interior se enrarece
y ahoga una respiración hasta entonces
fácil.
Vivir de esta manera heroica, buscan-
do, lo más fuerte de la lucha, resulta
siempre peligroso.
Por eso no debemos asombrarnos de
que las traiciones sean tan numerosas, de
que los Baires se multipliquen como mos-
cas de que las defecciones entre los vein-
te y los cuarenta años sean frecuentes.
Los agotados ncesitan reposo y silen-
cio, moverse lentamente, arrastrándose los
unos a lo sotros, defendiéndose contra el
conformismo de la incertidumbre, la cual
posee también su conformismo. El reba-
ño de estos jóvenes atacados por mareo
de alta mar aumenta de día en día. Ti-
rémoslos por la borda implacablemente y
tratemos nosotros de conservar a la in-
quitud su pureza revolucionaria.
MARC BERNARD.
He llegado a un momento de mi vida,
el que normalmente debe ser su término
medio, en que me pregunto con urgen-
cia en qué consiste esa ingratitud que ator-
menta a algunos hombres; antes busca-
ba su significación profunda y no la en-
contraba más que en la frivolidad o en
su vano misticismo. La mayor parte de
los atacados por el mal no tardaban en
refugiarse en la calma de los paraísos
artificiales.
Y era de suponer que los más sensi-
bles, los mejores, habían pasado alguna
vez en su vida esta crisis. La cual se er-
guiría ante ellos presentándoles angustio-
sos problemas.
Si la inquietud es frivola, sino es más
que el testimonio de un desequilibrio,
prueba de una debilidad, carece de in-
terés y conviene pasar adelante Sin em-
bargo, ciertos casos curiosos, me hicie-
ron reflexionar y no abandonar la pre-
sa de mis consideraciones. Por otra par-
te la calidad de la mayoría de los ataca-
dos por la dolencia y la mediocridad de
los que no la comprenden, pero la com-
baten con encarnizamiento como si se
tratara de un enemigo personal, merecía
el análisis. En efecto, todos aquellos per-
sonajes que toda una grosera clase social
desprecia, constituyen en masa una es-
pecie de batallón sagrado. Y esa clase
social, por su origen, por su función or-
gánica, por el papel que está llamada a
desempeñar en la evolución humana re-
sulta francamente sospechosa. Salta a los
ojos de los menos avispados que ella re-
presenta, por su funcionamiento orgáni-
co, ante todo su aparato digestivo.
La necedad de esa clase social, ataca
siempre y de mil maneras, como una lepra
incluso a sus hombres más inteligentes.
Ejemplos, Bergson con su impulso vital,
Claudel, arrodillándose cada mañana de-
lante de miserables fetiches, Valéry y su
poesía pura cuando seguía con la cabe-
za descubierta el cortejo de aquel sinies-
tro imbécil de Foch; homenajes del espí-
ritu burgués a la violencia burguesa, san-
cionándola y glorificándola en lo que
puede tener de más monstruosamente es-
túpido.
No se trata en estos casos de un error
puramente humano, sino de una especie
de conspiración en el silencio, en la men-
tira, de una comunidad en el punto de
vista impuesto por el interés superior de
clase lo que les hace parecer a todos her-
manos siameses. Luego viene allá detrás
y a lo lejos la Francia saludable, el op-
timismo burgués, los "espíritus" ventru-
dos, la tripa rumiante, la mediocridad
hecha hombres.
Se comprende que cuando la salud ad-
quiere tal aspecto se desee estar enfermo.
Además el primer mérito que encon-
tré siempre en ia inquietud, es el de abrir
su abismo entre los que la sufren sin per-
donarse ningún sufrimiento, y la inmen-
sidad de las otras gentes, tan extrañas a
ellos como puede serlo un protozoano de
su elefante. Esta primer ventaja la creo
inestimable. Y sin embargo no es mucho,
todavía. No es más que el comienzo del
asunto. En el fondo de la inquietud se
siente sobre todo, una perpetua agresión
contra los valores mejor asentados, una
violencia destructora, un impulso hacia
adelante, una constante vigilia del espí-
ritu, un insomnio sin fin ni medida, una
mirada terriblemente lúcida, dirigida so-
bre uno mismo y sobre los otros, un odio
impalpable, duro como el diamante contra
todas las tentaciones, una continua par-
tida hacia alta mar, hacia el lugar en que
las olas tienen mayor violencia, unas ma-
nos siempre dispuestas a romper aquéllo
que nos sea más querido si el menor sig-
no de vulgaridad aparece en él. Un que-
dar desnudo, como un niño recién na-
cido, rehusando eso que los demás lla-
man felicidad, si la felicidad arrastra el
menor desfallecimiento. En suma, no ser
uno de esos pájaros a quienes se sacan
los ojos para que puedan cantar. No
sólo no pactar con la vida sino oponerla
con exigencias ilimitadas.
La inquietud me parece poseer una
virtud revolucionaria en todos sus domi-
nios. Ella sólo acierta a lanzar al espí-
ritu en nuevas direcciones. Los que viven
atormentados por la inquietud no encon-
trarán el reposo más que en la muerte,
pero ellos forman el porvenir del mundo.
Basta en el terreno poético un pasaje de
Rimbaud o de Baudelaire para trastor-
LAS OFICINAS DE "NUEVA ES-
PAÑA" SE HAN TRASLADADO
A SAN IGNACIO, 8.
Cuando la Metro-Goldwyn-Mayer necesitó una escena de ferrocarril para cierta película sonora, alquiló simplemente un tren
entero a la Southern Pacific Line e hizo construir una vía ferroviaria especial dentro del recinto de los estudios.
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NUEVA ESPAÑA
12
POLÍTICA DE ALCANTARILLADO
por Joaquín Pérez Madrigal
Prensa diaria nacional ha informado a
dos columnas del vitando hecho. Perió-
dicos de provincias ha habido, como el
simpático y arriesgado "Política", de
Córdoba, que ha lanzado números extra-
ordinarios, apostillando la proeza del se-
ñor Cruz Conde.
¿No es ésto sintomático?
Una falta de educación, una injuria
torpe, elevadas punto menos que a delito
de lesa patria. El señor Blasco L»arzón,
empuñando la espada flamígera, arroja
del recinto edénico al malhechor, quien en
los años que mandó en el paraíso, no
dejó chistar a los Blascos ni a los Gar-
zones.
¿Quién es Blasco Garzón?
Un abogado andaluz, elocuente, flori-
do, simpático. Fué republicano. Se pasó
a la fracción de Santiago Alba. La Dic-
tadura le sorprendió, reciente su aposta-
sía, con un acta flamante de Diputado
a Cortes albista.
¿Quién es Cruz Conde?
Un hombre sin historia política. Nos-
otros lo conocimos en Córdoba. Se pa-
saba la vida en el Círculo Conservador,
envidando restos y copando el 32 encar-
nado. Ruleta, golfo, poker...
En los días que se forjaba la Dictadu-
ra le amanecía jugando al tute subasta-
do con los que, luego, trasladada la ter-
tulia, subastarían otras cosas.
Es menester, por tanto, hacer otra po-
lítica, la verdadera política. Despreciar a
los jugadores, bien sean de naipes o de
partidos; rechazar a los hombres frusta-
dos y exaltar a los nuevos y a los que per-
manecieron en reserva noble y augusta.
Hay que ofrendar al país, no el cieno
hediondo de las pasiones personalistas,
de las querellas odiosas, de los apetitos
domésticos. España exige un pensamien-
to amplio, claro y hondo, servido de una
acción recta, valiente y entusiasmada.
Ese hombre es la subversión, el des-
precio del orden.
—¡Ah, el orden!—y se abrazarán con
patriótico enternecimiento.
Querer salirse de las alcantarillas, as-
pirar a que el pensamiento, el discurso y
la acción se atemperen al destino trági-
co, a ias tristes miserias de las multitu-
des, sin escarnecerlas, sin abandonarlas,
entregados a bárbaros, a necios, pedan-
tes y cínicos debates, resulta atentatorio
al orden, en cuyo mantenimiento se al-
zarán solidarios, los auténticos, los legí-
timos patriotas.
Con campo político tan limitado, cir-
cunscritas las posibilidades ideológicas a
explanar sus alientos en torno a tan po-
cos, a tan parvos problemas, ni que decir
tiene que la concurrencia de caudillos y
de definidores es grotesca y exigua. Por-
que ésto es así, porque somos así, al des-
embarco del Sr. Sánchez Guerra en Va-
lencia no le vemos otro par en la Histo-
ria que el de Hernán Cortés en la remota
costa inquietante. Porque esto es así,
porque somos así, a un período político
como el de la Dictadura del Marqués
de Estella, accidente físico de un pueblo,
golpe-
tazo terrible en la cabeza contra los ado-
quines de la calle, lo desnaturalizamos:
diálogos frenéticos con el adoquín que
nos hirió; y a los que nos empujaron a
caer y luego nos arrastraron por el sue-
lo, como el señor Cruz Conde, les hace-
mos el honor de ponernos a su paso para
que vuelvan a agredirnos si la ocasión se
les presenta.
Da grima contemplar cómo los más
destacados políticos españoles parecen ha-
ber nacido a la actividad mental el 13
de septiembre de 1923. En esta fecha
pudo un hombre plantar su poderío, im-
ponerlo, ejercerlo durante cerca de siete
años, porque el país llevaba mucho más
soportando en el gobierno del país y en
la oposición de los gobiernos del país, a
hombres funestos, ineptos y venales...
Muchos, la mayoría de estos últimos, han
sobrevivido. Y no hay para ellos más his-
toria que la de los seis años indignos en
que no participaron; se les olvidó la his-
toria de los lustros inicuos de que ellos
fueron protagonistas. Con lo que, claro
está, se invierten los presentes conatos de
libertad en la riña aldeana,
La política tal y como la venimos
ejerciendo los españoles, es la cosa más
impolítica de que podemos dar testimo-
nio. Política es pensamiento, discurso y
acción. No incurriremos en ninguna he-
rejía, afirmando terminantemente que en
España llamamos política a todo lo con-
trario: a la pasión, al griterío y al ace-
cho. Las ideas suplantadas por los ins-
tintos; las oraciones por las querellas, y
las hazañas—burdas caricaturas de lo
épico—nos pintan a sus esforzados ada-
lides con una sopera por casco guerre-
ro, y, en vez de lanza, un cazo.
Percibimos aquí el imperativo ideal,
no lo negamos; pero justo es consignar
que el mandato de la realidad nos acu-
cia más cercano y es más prontamente
obedecido. Estamos hartos de escuchar,
de labios ungidos por la sabiduría, que
"en la política hay que operar con, de,
en, por, si, sobre tras las realidades."
Si las realidades son mercancías podridas,
no es discreto procurarse otras, crearlas;
es más sabio, más político, conservar la
mugre, extender, fomentar la carroña, y
vivir. Es natural que con objetivos fun-
damentales como el apuntado, todos los
problemas derivados de aquel mínimo
afán político, aparezcan deformados y
disminuidos. Así, el español indiferente
a las contiendas del progreso humano,
confinará su sentido de lo cósmico en el
latido urbano del barrio en que habite
o, a lo más, de su ciudad; y el español
que profese ideas políticas no dará cobi-
io en su cabeza a mayor número de ideas
que las consabidas que suscitan los pro-
pósitos locales consuetudinarios: la traí-
da de aguas, la expropiación forzosa
para un ensanche necesario, el emprésti-
to pro construcción de mercado público
y la carestía de las subsistencias, tiñen-
do, eso sí, la enunciación de esas faenas
transcendentales con las tintas de cada
particular ideología.
Un reaccionario y un liberal, frente a
la necesidad de dotar de un buen ser-
vicio de alcantarillas a su pueblo, no acor-
darán jamás sus opiniones. Es para ellos
común la utilidad del servicio. ¿Pero y
los principios? ¿Acaso no difieren en la
concepción de la vida universal ? El reac^
cionario y el liberal. Cada uno siente el
alcantarillado de distinta forma. Ahora
bien, estos antagonistas, pueden coincidir
circunstancialmente en la estimación de
algo-capital. Si en un pozo negro descu-
bren matices capaces de arrebatarlos a
la polémica, al punto de montar en el de-
tritus, sin mutua repugnancia, un filosó-
fico, un apasionado debate, enmudecerán
sobrecogidos, se estrecharán la mano tré-
mulos, se aprestarán a la defensa solidar
rios, si un hombre de la calle, sangrando
patriotismo, se interpone entre los dos y
exclama:
—'¡Imbéciles!
Marcelino Domingo
en el Ateneo
El día 1 1 se celebró en el Ateneo de
Madrid la anunciada conferencia polí-
tica de Marcelino Domingo.
LEA USTED "NUEVA ESPAÑA"
El Ateneo estuvo abarrotado de pú-
blico._________________■-
LEA USTED "NUEVA ESPAÑA"
LEA USTED "NUEVA ESPAÑA"
Un caso típico reciente se ha ofrecido
en Sevilla. El señor Blasco Garzón, con-
cejal de aquel Ayuntamiento, ha acusado
al señor Cruz Conde de haber inferido
gravísimas ofensas a una dama, a un
edil, a un Comité Regio y, por ende, a un
Ayuntamiento, a una ciudad entera...
Sevilla toda se ha conmovido. La
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13
NUEVA ESPAÑA
genial del teatro. Reinhardt lo ha sabido
todo, ha sido el maestro de todo lo que
es maestría teatral. Le ha faltado conce-
bir a la muchedumbre. Y esta falta le
ha inducido y reducido al virtuosismo.
Lo que supone de más terrible de la in-
comprensión de la época en que se vive
es la caída en el virtuosismo, tanto más
peligroso cuanto mejores sean las disponi-
bilidades creadores del hastío que no
puede comprender. El teatro por el mismo
hecho de que es un juego ha de barajar
las pasiones de la época en que vive o
se queda en puro juego, sin trascendencia
de sí mismo, en juego de figuras, que es
lo que es el juego de cartas. Se dirá que
el teatro no tiene nada que ver con la
muchedumbre, pero se debe contestar que
la muchedumbre es el fenómeno caracte-
rístico de nuestra época, y un teatro al
que no inquieta la muchedumbre no pue-
de inquietar auténticamente ninguno de
nuestros problemas. Pero, es que, ade-
más, el teatro por su idiosincrasia, por su
constitución es un arte de muchedumbre,
y tan arte de ella que tal vez el teatro
ha sido el primer productor de muche-
dumbre, el primer hecho que reunió gran
número de hombres presididos por un
mismo signo, que esto es la muchedum-
bre.
Porque Max Reinhardt no pudo lle-
gar a concebir la muchedumbre, no le
ha sido posible a su teatro renovarse, a
pesar de ser el teatrarca más diverso
que ha existido hasta hoy, y que mejor
domina los resortes que producen la di-
ferenciación. Diversidad es tanto como
amenidad, renovación es tanto como
recreación; la confusión de estos cuatro
valores es lo único que ha podido pro-
ducir un espejismo de renovación en el
teatro de Reinhardt. Ahí están como
definitiva aseveración Lessner, Stanislans-
ki Piscator y Meyerhold, que sin la sa-
biduría de Max Reinhardt ha logrado
cualquiera de ellos un teatro más poten-
te, renovado en cada momento de sí mis-
mo, saturado de un impresionismo inena-
rrable, secreto exclusivo de haber com-
prendido al hombre en su nueva forma-
ción social.
F. Fernandez Armesto.
Berlín, junio.
E BERLIN
NHARDT
pueblos comienzan a sentir la preocupa-
ción de su espíritu, de su "doble", que
diría Freud, que corresponde, en la bio-
logía de los pueblos al instante de la
biología humana en el cual la mujer co-
mienza a mirarse al espejo.
El teatro no es sino, mirarse al espejo,
y se diferencia de la novela en que la
novela es el mismo espejo. En este mirarse
está el "quid" del teatro. Porque nos
miramos
en ella nos indignamos o nos en-
tusiasmamos ante una representación tea-
tral como no podemos hacerlo ante un
cuadro al que miramos. Es lo teatral el
cociente de tres factores, el equilibrio y
la armonía de los tres, espectación, ac-
ción y pensamiento, y es esto porque, apu-
rando la aseveración anterior, pudiera de-
cirse que el hombre no desea ser el punto
de contacto de aquellos tres elementos
humanos.
Max Reinhardt comenzó por despla-
zar el teatro de la plataforma amanera-
da de un escenario a la pista desnuda de
un circo. Ya deja este hecho entrever
los arrestos que le guiaban, atreviéndose
a deshacerse de todas las conveniencias
para plantear la escena en el círculo
abierto y crudo, en medo del público.
LleVar el escenario de entre bambalinas
y protecciones a la circunferencia virginal
de los clowns significa abrir ais ventanas
del teatro a la gran calle del público.
Poner al teatro de nuevo en el día de
su nacimiento, en una plaza helénica.
Este desnudamiento del teatro que enton-
ces significaba una negación arriesgada
lo aprovecharon luego como su más con-
tundente afirmación los teatros políticos
de Rusia y Alemania.
Era la época de Wedekim de Mae-
terlink y de Helldunkel—cuando Rein-
ardt comenzaba—, cuyas obras Brahm
había montado con una escrupulosa fide-
lidad al desarrollo de la tendencia. Se
creía que la tendencia era superior a la vi-
da y que las tendencias habían de con-
ducir a un nuevo vivir. Reinhardt fué el
primer tetrarca que reaccionó contra el
fervor por la tendencia pregonando fren-
te a la lucha estéril de las tendencias una
subversión de la vida. Echó mano de los
clásicos como fuerte en que atrincherarse
contra las tendencias, y cuando a los
clásicos les faltó subversión la produjo él
por el desenfado con que los interpreta-
ba. No hablo aquí de cómo son sus esce-
narios, porque ya hablé de ellos en este
mismo sitio y otra vez, y remito al lector
al número 2 de esta revista. 2527 veces
ha sido puesto en escena Shakespeare,
por Max Reinhardt, ese número dá una
sensación de la cantidad de vida con que
Reinhardt ha saturado a los personajes
de Shakespeare, y al auge que ha infil-
trado en el teatro clásico.
Pero el teatro es todavía algo más que
ésto que ha hecho Max Reinhardt. Ése
algo más, culminante, es el difícil cetro
CARTA D
MAX REÍ
Ya me he referido aquí alguna vez,
sosegadamente, a Max Reinhardt. Pero,
ahora celebra Max Reinhardt el jubileo
de sus 25 años al frente del Deutsches
Theater
y es preciso volver sobre él con
decisión de asentar un comentario ceñido
en torno a su personalidad. Ceñirse a la
obra de Max Reinhardt no es fácil, la
rodea un círculo de controversias que no
dejan a la vista penetrar con claridad
desembarazada hasta ella. Max Rein-
hardt está lleno de gracia, y nada hay
que tanto conturbe como la gracia. Es un
mago y la magia es, precisamente, el es-
píritu huido de las definiciones. Mago es
el que se ha sustraído a la fuerza de la
gravedad, por eso los magos vuelan so-
bre escobas y extraen las virtudes impon-
derables de la química. cQu¿ se puede
decir del que vuela cabalgando una es-
coba ?
Max Reinhardt ha inflamado el tea-
tro de maravilla. ¿Pero, es maravilla lo
que debe ser el teatro?
Reinhardt sube al escenario alemán
hace 25 años, cuando baja Brahm.
Brahm es el agotador del escenario rea-
lista el cual le llega a las manos a Rein-
hardt ya como el desgaliche del realis-
mo. El no tener nada detrás de sí, sino
ese desgalichamiento, es lo que le ha in-
ducido para lanzarse a imaginar. En ese
instante Reinhardt colgándose audazmen-
te de su imaginación arranca al teatro
de un perdido atolladero y lo hace colum-
piarse en los aires nuevos, limpios y ruti-
lantes. No hay duda de que salva al
teatro de un naufragio, el terrible nau-
fragio de la sequía de sus resortes.
Mas, Reinhardt sigue todavía hoy em-
barcado en su imaginación. Pensemos en
¡a situación de la escena en el momento
en que él llega, aquel momento de muer-
te, y contrastémosla con la situación de
la escena en el momento de hoy, momen-
to auroral del cine sonoro, obtendremos
en seguida el resultado de que si la ima-
ginación de Reinhardt era una audacia
innovadora en 1905, hoy se ha quedado
a trasmano del ritmo de la vida.
Algo ha realizado sin embargo Max
Reinhardt que no posa, aun cuando él se
quede atrás, esto es su enclavamiento del
teatro en el puro espectáculo, la recon-
quista del teatro para el espectáculo. El
teatro le había sido arrebatado al espec-
táculo—esto es, al juego—, por la moral,
la literatura y el sensacionalismo. Rein-
hardt volvió el teatro a su pureza espec-
tacular, desinfectándolo de moral. Cuan-
do se quiere comprender un fenómeno es
preciso no olvidar su origen, que signifi-
ca tanto como la "razón de ser"; en cual-
quier hecho, por muy largo y quebrado
camino que traiga, la esencia procede del
origen. Tal vez en saber mirar hacia el
momento inicial del Teatro consista el
mejor secreto de Max Reinhardt.
El teatro nace en el instante en que los
Los origínales que pu-
blica NUEVA ESPAÑA
son rigurosamente
inéditos
TODA LA CORRESPON-
DENCIA DEBE DIRI-
GIRSE AL APARTA-
:—:
        DO 8.046.        :—:
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NUEVA ESPAÑA
H
LA DESPEDID
horas. Nos hallábamos en una gran ciu-
dad de Europa.
Ana tenía que partir en un tren de las
diez de la noche hacia el Oeste.
Al día siguiente partiría también yo
hacia el Norte.
Comimos juntos en una fonda situada
en medio de un vasto parque popular,
lleno de kioscos, bandas, músicas, tor-
neos, barracas y otras ingenuas diversio-
nes. En aquel parque, a las nueve, de-
bían reunírsenos ciertos parientes que par-
tirían con ella.
En espera de la hora de salida del
tren dábamos vueltas por el parque, uno
al lado de otro, repitiéndonos cosas que
ya nos habíamos dicho infinitas veces,
aquella tarde misma y en los días y los
meses anteriores. Y durante todo el año.
Empujados por la gente o por el des-
tino, o por un espíritu djabólico acerta-
mos a pasar por una especie de vasto
atrio, el cual daba acceso no recuerdo
si a una "Casa misteriosa", a un "Ba-
rracón de figuras de cera" o a un "Tren
mágico". Ana en aquel momento iba
delante de mí. Admiraba yo insistente-
mente su persona, que era alta y derecha,
de cuello blanquísimo y negros cabellos
que se perdían bajo un minúsculo som-
brero oscuro que los sujetaba. Se volvió
a mirarme, oprimiéndoseme el corazón
al verla sonreír con aquellos ojos negros
y brillantes (de carbón brillante) que
formaban una extraña nota oscura y en-
cendida contra las líneas dulces y páli-
das de su rostro.
Le dije:
—Despidámonos ahora, Ana: den-
tro de algunos momentos vendrán a re-
cojerte y yo me marcharé en seguida.
Los últimos momentos que estoy conti-
go, quiero que sean contigo solo. La úl-
tima imagen tuya que llevo en mis ojos,
no quiero que se mezcle con ninguna
otra.
—Tienes razón. Cuando- vengan, te
marchas. Prométemelo.
—Te lo prometo. Y tú no me deten-
gas. Seamos fuertes.
—Te lo juro—dijo Ana.
Un grupo de gente nos tropezó. Nos-
otros nos miramos con melancolía.
—c'Es tarde?
—Aún quedan algunos minutos.
—¿Hacemos un último viaje en el
I ren mágico ?
Sonrió tristemente:
—No hay tiempo—dijo.
De súbito vimos que nos encontrába-
mos en medio de dos grandes espejos
que había a la entrada de una barraca.
Entre los dos espejos. Pero sólo nos con-
templábamos en uno de ellos.
No era un espejo normal. Mirando en
él se observaba no sé qué curvas ligeras
en la superficie, llena de una ligera nie-
bla cenicienta. Y allí dentro nuestras
dos imágenes una al lado de la otra,
aparecían sin dibujo de contorno. Y jun-
to a ellas muy distantes de nosotros que
las mirábamos aparecían dos tristes y
temblorosas sombras del otro mundo.
—Mira—le dije—, ahora estás cerca
de mí. Dentro de poco estarás lejos, le-
jos como aquella sombra. Estaremos le-
jos uno de otro, así.
—Vamos al otro espejo—dijo Ana.
Aouél hace reir.
Nos pusimos delante del otro espejo.
En este la deformación era más exac-
ta, feroz y odiosa.
Espejos de este género no los ha po-
dido inventar la sola técnica de un fa-
bricante de espejos. Los ha sugerido la
perversidad de un demonio; el obrero
que los construye, seguramente que mue-
re de mala muerte, y luego es condena-
do a las penas eternas. Ningún cinismo
o desprecio del hombre hacia el hombre
Se llamaba Ana, nombre que, según
el gusto de cada uno puede parecer muy
poético o muy vulgar.
Pudiera decir: la mujer de mis sue-
ños; pero en verdad Ana era en aquel
tiempo la mujer de mis realidades.
Nuestras apacibles relaciones databan
de hacía un año, que es breve tiempo
para aquellos amores que consiguen su-
perar gallardamente los primeros quince
días de vida. Vivíamos en la misma ciu-
dad, y nos veíamos algunas horas ca-
da día. De pronto nos ocurrió uno de
esos casos de la vida que parecen raros
y enormes a quienes les suceden, pero
que son muy frecuentes y que no tienen
interés para referirlos a los demás. Ana
se tenía que separar de mí durante dos
meses. El pensamiento de sesenta días
de ausencia nos resultaba muy amargo.
Henos aquí el último día antes de la
separación. Henos aquí en las últimas
El "Aurora" sublevado por Lenin, aprovisionándose clandestinamente.
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NUEVA ESPAÑA
15
) A
por MASSIMO BONTEMPELL
el tren. Recogí mis maletas, llegué al
tren, me coloqué en mi puesto y siempre
como huyendo .siempre llamando a Ana
parti. Con tan furiosos transportes y con.
tan enormes esfuerztos me calmé.
Pero tan pronto como estuve quieto y
con la velocidad del tren encontré el equi-
librio de mis sentimientos, el dolor de la
separación y la fuerza de fantasmago-
ría entraron en batalla.
—Si estuviese Ana, aquí, sentada a
mi lado.
Apenas imaginé ésto, cuando otra vez
apareció la maligna figura, sentándose
frente a mí; mirándome con su sonrisa
idiota de aborto. Y así muchas, muchas
veces, y aquel día y los días siguientes.
Desde entonces, jamás he podido li-
brarme de esta obsesión. Mil veces he
oprimido la cabeza entre mis manos, que-
riendo pensar en Ana. En la Ana verda-
dera. Volverla a ver bella como fué,
pero no lo conseguí nunca. No lo he con-
seguido nunca, no le he escrito, tampoco
nunca y han pasado muchos años y la
he perdido y me ha perdido ella a mí y
seguramente había maldecido mi nom-
bre. Aquella dulce figura que al prin-
cipio he descrito la evoco con el cerebro.
Pero, como otra cosa, como una cosa
no verdadera, como un cuadro. No la
veo, como Ana. Como Ana no la veo.
No consigo atisbarla en cuerpo vivo más
que como la última imagen que de ella
me quedó en los ojos. Imagen del espe-
jo diabólico, cuyo autor seguramente ha
brá muerto o morirá de mala muerte y
que quizás ya se esté retorciendo entre
las penas más horribles del infierno.
es tan malo, como aquél que se compla-
ce en contrahacer en formas extravagan-
tes nuestra figura humana.
Apenas me observé sentí contraérse-
me el rostro. Pero peor se contraía aquel
otro rostro mío en el horrendo espacio
de la brillante superficie absurda, donde
mi ser se mostraba como un monstruo de-
primido y ridículo. Sin embargo me re-
conocía; flaco, torcido y vil, sin embar-
go, era yo; era yo una especie de viejo
acordeón pisoteado y tirado por el sue-
lo. Como mi cerebro sabía que todo era
una broma, me mandó sonreir. Y son-
reí. Con una verdosa sonrisa, que fatigó,
como un gran esfuerzo los músculos de
mi cara. Luego de repente me sentí yer-
to de angustia cuando se me ocurrió pen-
sar que en aquel instante Ana me veía
también. Riendo un poco de manera hi-
pócrita, me volvía hacia ella.
Pero apenas había empezado aquel
movimiento, he aquí que vi, allí también
su figura al lado del monstruo que era
yo. la figura de Ana, deformada, ensan-
chada, humillada, vilipendiada, ultraja-
da, horriblemente arrugada como un vie-
jo feto, estúpidamente retorcido. Diríase
que una invencible enorme mano chata
la hubiera aplastado, dilatándole cada
parte de su cuerpo y acumulado la fren-
te entre los cabellos y las cejas. El ros-
tro era un montón deprimido de arrugas
cavernosas, entre las cuales se abrían
agujeros hórridos, las narices negras y la
boca desconsideradamente desgarrada,
no tenía cuello, pero aquella cabeza
idiota estaba hundida directamente en
un repugnante tronco de aborto malig-
no, de espaldas cuadrangulares y pecho
gordo y esponjoso. Y la dilatación elás-
tica crecía descendiendo hacia abajo,
por el cuerpo de ella, por el cuerpo de
Ana hacia la cintura que tortuosamente
llegaba hasta el suelo. Las piernas se ha-
bían hecho cortísimas y anchas y arquea-
das sobre los pies reducidos a dos re-
pugnantes manchas sin forma. Sobre és-
tos prensábase y tambaleábase obscena
toda la masa horrible, que era ella, Ana.
Y sonámbula como un pato parsimoso
parecía querer andar y salir del espejo
para venirme al encuentro con una son-
risa estúpida en la nariz y decirme con
la boca:
—Heme aquí, soy yo, Ana.
Inmóvil miraba yo como un catalépti-
co. Quizás todo el interminable supli-
cio no duró más que tiempo brevísimo,
el tiempo que yo invertí en temblar ate-
rido bajo el mordiente hielo. Estuve a
punto de gritar. Pero una voz fuerte sonó
a mis espaldas:
—Aquí están. Buenas noches.
Me volví asustadísimo mientras los re-
cién llegados nos saludaban deprisa.
—Vamos—decían—ya es tarde.
Me rehice. Estaba fuera de mí. Con-
fusamente saludé. Recordé de la prome-
sa. Y como quiera que cualquier cosa
me incitaba a huir lo más pronto posi-
ble: ^
—Tengo que marcharme — dije —.
Buenas noches. Buen viaje. Hasta la
vista.
Cierto que huí. No consigo recordar
cómo advertí el rostro de Ana mezclado
al de los demás. No cómo me encon-
tré en casa. Apenas entré volví a salir.
Pero después de haber vagado un rato,
volví a entrar. Me encotnraba sin imá-
genes y sin pensamientos. Me acosté y
dormí. Sin pensar en nada. Y con un
sueño lleno, pesado y como hipnótico,
sin pesadillas dormí. A la mañana des-
perté de pronto y ya, descansado. O qui-
zás vacío y como estupefacto. La luz
del día entraba en la alcoba por las
persianas entreabiertas. Medité.
—Ana...
La adiviné, así, como nueva. Luego
dolorosamente pensé que durante algún
tiempo no volvería a verla. Un rayo de
luz llegó al borde de mi cama.
Y de improviso recordé que alguna
vez Ana, había entrado en aquella al-
coba a esa misma hora, y se había in-
clinado hacia mis ojos apenas despier-
to.
Al recuerdo siguió como presente, co-
mo se presenta una cosa real, aquella fi-
gura, la última figura de Ana que ha-
bía visto, la horrenda persona contrahe-
cha del espejo. Meciéndose como un
pato sobre cortas piernas arqueadas, se
acercó a mi cama, inclinando hacia mí
aquel rostro aplastado, ensanchado, sin
frente. Grité y salté del lecho, y rapidí-
simamente rae vestí. Era necesario tomar
»äS#;'S:aa..ä=g;t
Sala de máquinas del barco revolucionario "Aurora"
í!
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NUEVA ESPANA
i6
Ideas sobre Wagner
unión de ellas. Nunca llegó a compren-
der cómo cada una de ellas son comple-
tamente mundos aparte. Yo no insistiré
sobre este punto, porque creóle más que
comprendido después de las revueltas,
ya pasadas, que originaron tras de la
literatura musical, la música pictórica,
etcétera; la música musical, la pintura
pictórica..., con las que comenzó el re-
torno a las llamadas cualidades puras de
cada arte.
Indudablemente, no puede haber en-
tre dos artes una perfecta camaradería,
sino la obligada supeditación de la una
a la otra. Wágner supeditó a su teatro
la música, llegando a hacerla tan espec-
tacular que no era más que un truco
más en el juego escénico Así tenemos
obras de un descripcionismo tan grosero
como la mayoría de las que hacen a
nuestro público entusiasmarse. ¿Y qué
diríamos de otro de los "ingeniosos" prin-
cipios wagnerianos, el leit-motiv, factor
principal en el aburrimiento y la pesan-
tez de la música wagneriana?
No obstante, Wágner ha cumplido una
misión dentro de la historia de la' músi-
ca. Su influencia ha sido bastante fuerte
para que podamos encontrarle una justi-
ficación histórica, e, indudablemente,
junto con la pobreza, disimulada con to-
da clase de trucos engañabobos—el rayo,
el fuego, el dios Wotan, el Walhalla...—,
hay en esa música factores que han po-
dido hacerla triunfar. Como sugestiona-
dora, encontramos, en primer lugar, la
intensidad sentimental de sus obras,
aunque, cualitativamente, estos sentimien-
tos no son sino leyendas llenas de trucos
escénicos, que emocionan casi siempre por
lo violento. Más bien su intensidad de
sentimientos es producto de la cantidad
de éstos, y no de su cualidad; por esto,
por su mismo grosor, por el relieve robus-
to de sus ideas, puede avasallar nuestro
espíritu, y por eso en estos sentimientos he-
mos de encontrar forzosamente la raíz del
éxito wagneriano.
sar esas ideas, mejor dicho, argumenta-
ciones, absolutamente extramusicales, de
sus obras teatrales Todo el desarrollo
del pensamiento wagneriano es un con-
tinuo avance en este camino (Rienzi,
Lohegrin, Sigfrído), y
llegó a avanzar
tanto en este sentido que, como Tolstoi
mismo comprendió, si la música de
Wágner se oyera sin conocer nada de su
argumento no podríamos recoger de ella
ninguna sensación. Un buen ejemplo en
este sentido es cómo logró gustar Wág-
ner a los madrileños. Como su música,
fundada en el descripcionismo, carece de
valor por sí misma, fué necesaria una
explicación de los argumentos de sus
óperas en los periódicos, y, no sólo de
los argumentos, sino también del signi-
ficado de cada uno de los instantes de
sus obras.
Sé que son muchos los que no dudan
de que, al menos, hay instantes en las
obras de Wágner en que existe la mú-
sica. Hemos de tener en cuenta que
Wágner no es una pieza suelta, sino
todo un drama lírico. Al talento de un
artista no se le puede juzgar por un
trozo afortunado de una de sus obras,
sino por la forma en que ha sabido em-
plearlo en la obra en total y lo que para
él realmente ha significado Es posible
aue lo que más guste a los wagnerianos
de Wágner, sobre todo a los wagneria-
nos españoles, fuera lo que Wágner mis-
mo consideraría como lo más desprecia-
ble de sí.
El criterio de nuestro músico queda
desnudo ante nosotros con la estructura-
ción de un drama lírico Berlioz, en los
comienzos del wagnerismo, ya vio claro
cuando escribía sobre el más grande de-
fecto de este músico, que era no tener
en cuenta la sensación y "no ver más
aue la idea poética o dramática que se
quiere expresar, sin cuidarse de si la ex-
presión de esta idea obliga o no al com-
nositor a salirse de las condiciones mu-
sicales". Y esto decía Berlioz. que, al fin
v al cabo, no estaba libre del pecado de
nai-rar con música—poema sinfónico—.
Wágner parte de un principio estéti-
camente falso respecto de las artes: la
i
Hemos podido llegar hasta con ex-
ceso a poder hacer una revaloración ab-
solutamente desapasionada de esta co-
lumna musical, revaloración, por otra
parte, muy necesaria.
Cuando un músico comienza su vida
como tal es cuando únicamente son sus
obras combatidas, quedando después co-
mo verdades absolutas y, por tanto, in-
discutibles, aquéllas que logran imponer-
se en esta lucha. Este proceso vulgar es
completamente absurdo en su segunda
fase, y tiene como fatal consecuencia
que, al quedar como verdades inconmo-
vibles ciertos autores, se produce la des-
vitalización del arte. Esta desvitaliza-
ción es ocasionada por la falta de movi-
miento de la idea, que va quedando an-
quilosada en "ejemplos" cerrados. La
causa originaria de estas que podríamos
llamar ideas muertas, si esto fuera po-
sible, estriba en la característica pereza
mental del burgués, tipo que, natural-
mente, es el más abundante en la gene-
ralidad de los aficionados musicales. Es
necesario que, para que el arte continúe
su camino, se vaya acostumbrando el
público a la revaloración. Hemos aludi-
do antes a la lucha del artista novel por
la valoración; abogamos ahora por la
continuación de esta lucha al otro Tado
de la consagración del artista, que nun-
ca debe ser definitiva, sino temporal.
Esto es completamente natural, ya que
no existen valores absolutos. El valer,
como toda cualidad estimativa, es tan
variable como nuestro gusto. Las cosas,
de por sí, no tienen ningún valor, sino el
que, en relación con nosotros, queramos
darles; de aquí que la valoración, en los
seres vivos, esté en continuo movimien-
to. En esto se funda la justificación d e
la revaloración, y aquí surge mi pregun-
ta: ¿Qué queda ya de Wagner, que nos
pueda interesar a nosotros?
Estamos ya tan lejanos de esta figu-
ra que podemos ver con absoluta indife-
rencia el porqué de todos sus valores,
los reales y los ficticios.
El mismo comienzo de la vida musi-
cal de "Wagner es ya muy significativo.
Wagner no va a ella por un interés ver-
daderamente musical, sino porque cree
que la música puede ser un poderoso me-
dio de ayuda para la filosofía y la trage-
dia. Así, este muchacho, para quien los
estudios musicales eran una verdadera
tortura, por necesidades de su teatro,
va hacia la música; pero no, ni mucho
menos, por estimar en todo su valor, en
su valor real, la "cualidad" musical, lo
que se ha llamado música musical.
Proyectado en este sentido, vemos
cómo lógicamente la primera admiración
de Wagner es para Weber; él es quien
le descubre que la música puede expre-
V. SALAS VIU.
Mavo 1930.
Se ha puesto a la venta
EL LIBRO DE ALEJANDRO LERROUX
Las Pequeñas Tragedias de mi Vida
(MEMORIAS FRIVOLAS)
LIBROS PUBLICADOS
LOS HOMBRES TIENEN SED
por ANNA SWANSEA
(CINCO
T'ESETAS)
EDITORIAL ZEUS
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NUEVA ESPAÑA
17
del proletaria
de José Stalin
Los delegados, no solo procederán de
elección, sino que podrán ser destituidos
en todo momento. 2." No recibirán sala-
rios superiores a los de un simple obrero.
3." Se procederá inmediatamente a pre-
parar un estado de cosas, en que todos
puedan ejercer por igual las funciones
de gobierno y superintendencia, de suer-
te que, pudiendo todos transformarse en
burócratas temporalmente, ninguno pue-
da realmente parar en burócrata defini-
tivo."
Estos¡ peligros que pretendía evitar
Lenin, los acusa hoy Trotsky, querién-
dolos atajar a tiempo. Stalin responde
combatiendo la burocracia, con una cas-
trada samocrítica, o con letreros en los
tranvías, que realmente no tiene más efi-
cacia, de la que puede tener en Toledo
el rotulillo que prohibe la mendicidad y
la blasfemia.
No es menester una gran perspicacia,
para ver en Stalin, un hombre inferior a
la tarea que le está encomendada. Los
problemas le asaltan por sorpresa y de-
terminan los extraños cambios de su po-
lítica, que él quiere presentamos con
una acrobacia genial. "Cuanto menos
comprende los problemas históricos—di-
ce Trostky con mala intención—tanto
más su gesto se cubre de suficiencia. Su
ceguera le ahorra el trabajo de mentir."
La idea de edificar el socialismo en
un solo país, debe hacer felices a los ba-
bosos representantes de la reacción lite-
raria. Profesores y periodistas de la bur-
guesía, se sentían vinculados a Stalin,
La dictadura
en manos
considerándole un profesor más; esas im-
ponentes relaciones entre el esclavismo y
el marxismo que se empiezan a estable-
cer y acompañan de grandes gestos, les
hará ver en Stalin, un hombre tan pro-
fundo en la política como ellos en la in-
vestigación. El criterio que sostiene Trots-
ky, de la revolución permanente, esto es,
"que la U. R. R. S. S. debe vivir indi-
solublemente ligada al movimiento pro-
letario internacional" les parecerá una
terquedad tan absurda que, pasarán a
estudiarlo desde el punto de vista del
Psicoanálisis.
Pero, hablando francamente, un mo-
vimiento de clases, no podrá recluirse
por su gusto en un solo país. Semejante
proceder sería un suicidio voluntario. Lo
natural es que se sienta en todo momen-
to un eslabón de la cadena y la diges-
tión que de este movimiento universal ha-
ga cada nacionalidad, habrá de referir-
se a otros órdenes, que no al económico.
Stalin se inclina, pero no se resuelve,
por la edificación del socialismo en un
solo país, disparate que no puede de-
fender ningún comunista Con tan infla-
da y mediocre teoría, trátase de encu-
brir un viejo problema de táctica; si lle-
gado el caso, los comunistas, deben ac-
tuar solos, con todo su programa, o, si
por lo cotnrario, deben disolverse—bajo
prtexto de reforzarse—en los reacciona-
rios de fraseología avanzada. Posible-
mente del fracaso de la Revolución chi-
na, tiene mucha culpa la política mode-
rada de Stalin; el Kuomitang, donde ha-
bía un gran número de elementos no co-
munistas fué incorporado a la Tercera
Internacional por el mero hecho de ser
revolucionario. La vida y la obra de Le-
nin, repudian claramente ese camino. La
vida de oportunismo. Sus métodos han
sido probados en la más dura experien-
cia: hicieron posible la Revolución de
octubre y la situaron en el período crí-
tico en que se encuentra; hoy es tan di-
fícil continuar la Revolución, como des-
hacerla. Y Stalin al desviarse del cami-
no, alardeando sensatez no acusa más
que incapacidad. También fué la inca-
pacidad, disfrazada de sensatez, pero en
dosis alarmantes, quien consumó la de-
rrota del socialismo oficial. Los pobres
teorizantes de la Segunda Internacional,
a pesar de retratarse, con el puño en la
mejilla, para que no se les pudiese ne-
gar talento, no consiguieron otra cosa,
que ponerse a las órdenes del capitalis-
mo, como hemos visto en la guerra euro-
pea, y un ejemplo más reciente y elo-
cuente, nos lo ofrece la conducta que
observa en la India, en esa merienda de
blancos, el bienaventurado Mr. Ramsay
Mac Donald.
                        L. FERSEN
Dejando aparte deferencias menores,
la contienda entre Stalin y Trotsky, cul-
mina en dos puntos decisivos para el
porvenir de la Revolución de octubre,
f rotsky y Stalin empiezan por defender
criterios irreconciliables en política inter-
nacional; la idea trotskista de la revolu-
ción permanente, choca con la idea de
edificar el socialismo en un solo país que
defiende Stalin, no muy resueltamente.
Por otra parte, Trotsky delata peligros
en la evolución interna del Estado so-
viético, que Stalin percibe con dificultad.
Como es sabido, el stalinismo quiere
presentarse como la continuación del pen-
samiento de Lenin, en sus últimos tiem-
pos. El retroceso que significa la N. E. P.
dicen que convenció a Lenin, de que la
transformación socialista, había de ser
consecuencia de un lento proceso, favo-
recido, claro está, desde el Poder. Con
ello preténdese justificar el hecho que
más abulta en la política de Stalin: su
falta de seguridad, sus frecuentes desvia-
ciones, a la derecha, unas veces, o a la
izquierda, otras, hacia el trotskismo.
Lenin no se preocupó tanto de fijarle
un plazo a la Revolución, como de crear
un instrumento, el Estado obrero, que le
permitiese vencer la resistencia capitalis-
ta, y soportar posibles concesiones a la
burguesía. Concesiones que, son peligro-
sas, en la medida que puedan corrom-
per el verdadero carácter del Estado so-
viético; en la medida que el Estado, de
auténticamente obrero, pase a ser un Es-
tado que protege filantrópicamente a los
obreros, pero que en realidad se despla-
za de la clase social que le dio nacimien-
to.
No se procedió por mero capricho, al
sustituir la complicada organización bur-
guesa, por la sencilla organización sovié-
tica. En perfecta consecuencia con las
doctrinas de Marx sobre el Estado, pro-
ducto del antagonismo de clases, la dic-
tadura del proletariado no podía consis-
tir en un relevo de personal, en llenar la
vieja colmena de gente nueva; esto se-
ría sentarse en los sillones de la burgue-
sía y acabar—o empezar—aburguesán-
dose. Se echaban los cimientos a un nue-
vo organismo, más autoritario que nin-
gún Estado, pero que en us evolución,
ya no podría llamarse Estado. Porque
la dictadura del proletariado al destruir
las clases sociales, destruye también el
Estado parásito. Había que precaverse,
contra una posible evolución del apara-
to en sentido burgués.
"Justamente—dice Lenin—para evitar
que este nuevo organismo se transforme
en una burocracia, se tomarán ciertas
medidas, que ya han sido objeto de aná-
lisis, por parte de Marx y Engels: 1.°
José Stalin
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NUEVA ESPAÑA
EL MOMENTO ESPAÑOL
en menos, caciquean burdamente con ei
afán amoral de obtener mandatos, sim-
plemente, para gobernar por gobernar,
sin ninguna idea positiva de colectividad,
dentro de la ficción hueca y pomposa
que constituye la Democracia contempo-
ránea.
La imitación de la idea, aunque re-
ciente en la historia, ya demasiado vieja,
de los Estados constitucionales, al ser to-
mada por el cacique español de los paí-
ses "democráticos", no puede por menos
de impregnarse del espíritu inferior de
nuestra sociedad en los siglos renacentis-
puede negarse, dada la naturalidad con
que en todos los procesos sociales, los
más son llevados y regidos por los menos,
lo que no es óbice para que el caciquis-
mo sea de esencia bárbara, aunque lo
consagren de hecho las Democracias po-
líticas como una necesidad de las posi-
ciones económicas y sociales de Ja clase
triunfante, la dueña efectiva del tingla-
do "democrático". Cacique es todo aquél
que se impone por la coacción o el so-
borno, y en tal sentido, todos los políticos
conservadores del sistema social imperan-
te, tradicionalistas y evolutivos en más o
República coronada unos y Repúbli-
ca conservadora otros, es lo cierto, que
en la conservación coinciden la gran ma-
yoría de los políticos y de la Prensa.
Que los políticos de oficio aboguen
por una de estas dos ideas para devol-
ver la normalidad constitucional al país
no tiene nada de anormal en su conduc-
ta, dado que ante la atomía de la masa,
que nadie mejor que ellos conocen, la so-
lución les favorece claramente. Pero que
la Prensa que se llama independiente y
hace gala de moderna y liberal, les secun-
de, de manera implícita, en esta trascen-
dental cuestión, es triste y denigrante para
su función.
La ineptitud de los actuales represen-
tantes de la política—de derechas y de
izquierdas—en relación con la goberna-
ción del país, es aptitud para aprisionar
al pueblo español, privándole de direc-
ción nueva y conquistándolo aún más en
su atomización pasiva y secular.
Ciertamente, los pueblos no se elevan
ni se salvan por sí solos. Necesitan guías
que se adelanten a la realidad creada
y tracen otra nueva realidad de síntesis
superior humana. Tratar de conservar la
realidad de un pueblo, conservando su
quietud, con principios que no tengan más
horizonte que la conservación misma del
estado de cosas creado, no es, ni puede
ser, la trayectoria vital de la dirección
de un pueblo. Tal labor, en todo caso,
es la confirmación de su estatismo, la ne-
gación de su avance a un estado mejor
nuevo. Los pueblos viven siglos y siglos
en el marco de lo que fué creación nue-
va un día. Esta creación, con su devenir
interno, fatalmente llega a anquilosarse,
y tras la decadencia, aparece con ame-
nazas el desquiciamiento, si no brota una
nueva dirección y guía que se imponga
y realice otra creación, con factura ori-
ginal, integrando en ella las experiencias
de las que le preceden en el tiempo y su-
perando el orden de la convivencia y de
la libertad humanos hacia un futuro más
perfecto.
Los políticos en nuestro país, sean del
matiz que sean, no pretenden llevar a
cabo ninguna renovación, sino sólo el
mantener la pasividad del pueblo para
el futuro en interés de sus bastardos in-
tereses. La evolución, en los que de bue-
na fé creen en ella, tiene un sentido falso,
ya que no puede hablarse de evolución
en un período de crisis aguda, por anqui-
losamiento general de todos los valores,
en el cual el Derecho es un tópico de en-
vergadura estrecha que entorpece y nada
crea.
Lograda, en efecto, la República co-
ronada o la República auténtica conser-
vadora, el pueblo, ya "soberano", hace
como que interviene, pero no interviene.
Tood se lo dan hecho. El cacique es el
artífice de la "voluntad nacional", es la
"soberanía nacional" misma.
Porque el cacique sigue existiendo con
clara raíz natural, que en sociología no
"Jimmy" Thomas el ministro laborista inglés que quiere ser lord-
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NUEVA ESPAÑÁ^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^M
pirantes al oficio anhelen una Repúbli-
ca coronada a "una República conserva-
dora nada tiene de extraño, pero que la
Prensa que se llama independiente, con
títulos de moderna y liberal, lo pida...
dá, en verdad, una idea deprimente,
aunque real, de la intelectualidad de la
época, a la vez que evidencia la torpe ce-
guera del capitalismo, que al igual que
en Roma, estúpidamente conservando,
prefiere destruir antes que facilitar la re-
novación del medio social en bien del in-
terés general de la civilización y de la co-
lectividad. Pero su naturaleza amoral no
le permite ser de otra manera. Así será
mientras pueda seguir viviendo.
Por fortuna, en nuestro país existe una
minoría nueva y joven, conocedora del
anquilosamiento en que todo vive, que
aspira, con ideas originales y propias, a
renovar las cosas de tal modo que los
factores generales de la vieja minoría ac-
tual dirigente se incorporen a la barba-
rie del pasado a que realmente pertene-
cen, llámense capitalistas, políticos o in-
telectuales.
C. FERGA.
tas, en relación con los pueblos que van
■ a la cabeza de Europa. Nuestro país
vive muerto luego de constituirse la uni-
dad nacional.
El pueblo de la recon-
quista es un pueblo que ejercita su liber-
tad sobre sus instintos individuales, sien-
do grande su predisposición a que lo ca-
tolicen por ser, en todo caso, la idea de
la salvación una continuación psíquica
del instinto individual que vela, ante
todo, por la conservación propia. Y una
sociedad en que los individuos viven con
vida para sí, sin vitalidad positiva del
instinto social, que une y estrecha a los
miembros y prepara la colectividad para
la sociabilidad activa y, con ella, la exal-
tación de la inteligencia a creaciones su-
periores, evidentemente, no puede ni asi-
milar siquiera los aires que llegan del
exterior con ímpetus de dinamismo y su-
peración humannoSi La colonización de
América es un cauce que el instinto indi-
vidual aprovecha vigorosamente con su
amoralismo activo. No se desean más
que riquezas, dominio, poder, mientras
la colectividad se muere. Toda la acti-
vidad del espíritu es dogmático-religio-
sa cuando ya es manifiesta la decaden-
cia de la Iglesia y luchan enérgicamente
la ciencia y fé, con irreductible antago-
nismo. Más tarde, en tiempos de Car-
los III, cuando la filosofía en Europa
florece y la eclosión admirable y supre-
ma de las ciencias se produce, para los
españoles tiene más importancia los picos
que ha de tener el sombrero que cualquier
enunciado del materialismo filosófico. La
sociedad está muerta y espera sólo la lle-
gada del capitalismo para incorporarse,
con visible retfaso, a la civilización nue-
va, por lo amoral, de rápida decadencia.
El cacique español, cuando entra a
ser el sostenedor de la Democracia polí-
tica en medio de un pueblo vitalmente
atomizado, está vinculado al absolutismo
material y espiritual de una dogmática
tradición que hábilmente manejado—a
a veces con animalidad declarada—man-
tiene la quietud inferior de la masa en-
tregada sólo al egoísmo pasivo, negador
de civilización e increador de vida.
Con tal cuerpo de caciques, hoy repu-
blicano-coronados unos, y republicano-
conservadores otros por la fuerza de las
cosas en un medio político alterado, la
"voluntad nacional" ha de traernos de
nuevo al Parlamento a toda la antigua
política de derechas y de izquierdas con
hombres viejos, y nuevos también viejos,
pues en el crítico momento por que la ci-
vilización pasa, no es nueva la política
que hable de cambio en las formas de
gobierno, sino la que plantee concreta-
mente, con una nueva valoración del Es-
tado, el cambio en las formas económi-
cas y sociales, en interés de una sociabili-
dad activa nueva que salve a la civili-
zación de su derrumbamiento y proyecte
la vida humana sobre un horizonte su-
perior.
La nueva legalidad estará formada
por los parlamentarios que los caciques
quieran. La mayoría la dará, sin discu-
sión alguna, el campo sobre la ciudad;
y el campo, sometido el campesino por la
dependencia económica, de un lado al
cacique, y de otro, a la influencia reli-
giosa que le hace temeroso y resignado,
no puede dar más mandatarios que aqué-
llos que les imponen desde las organiza-
ciones centrales, en las cuales son direc-
tores, naturalmente, los caciques máximos
o los producidos al margen de la clase,
pero en íntimo contacto con ella y todos,
con la clase económica dominante.
Semejante mayoría, llamada a forjar
la legalidad, sacada del campo, aplas-
tará a la minoría inquieta, que rebulle y
anhela una vida más humana en la ciu-
dad. Legalmente habrá República coro-
nada o República auténtica conservado-
ra, la que, amparada ya en la Ley—en
el Derecho, que invocan los borregos del
lugar común—impondrá el orden, su or-
den, el orden de los caciques, el orden del
capital, mientras el pueblo seguirá vi-
viendo lo mismp, en el mismo estado de
inferioridad y de miseria material y espi-
ritual que arrastra por los siglos. El por-
venir es claro...
Que los políticos de profesión y los as-
Liga Nacional Laica
nómica, social o intelectual, ése está ex-
puesto a las mayores miserias, a medida,
sobre todo, que es más pequeño el lugar
de su residencia. Frecuentes son los casos
que salen al público: quema de libros;
cierre arbitrario de las escuelas; causas
criminales por pretendidos sacrilegios, se-
gún leyes injustas; persecución a pedra-
das contra familias protestantes...; pero
los que pasan en silencio e ignorados, por
falta de protección, son innumerables.
Todos los disidentes perseguidos, protes-
tantes e israelitas españoles encontrarán
amparo y defensa en esta Liga.
No pide la Liga tolerancia, siempre
algo depresiva, sino estricta justicia. Y
allí donde ésta no alcance, en vez de to-
lerancia, respeto; recíproco respeto para
todas las creencias y ante todas las ma-
nifestaciones religiosas. Respeto más obli-
gado hacia el disidente, porque se halla
inerme. La ortodoxia oficial no podrá
exigirlo, con plenitud de razón, mientras
goce el favor exclusivo de injustas y ame-
nazadoras sanciones coactivas,
tado un régimen jurídico por encima de
La Liga quiere, por tanto, para el Es-
toda la Iglesia, de toda casta, de todo pri-
vilegio tradicional, única forma de que
el ciudadano pueda sentirse libre y en
armonía con el derecho de todos. Tra-
bajará para que esta fe jurídica sea sen-
tida y propagada hasta la aldea más re-
mota y de más arcaico espíritu. Sólo así
podrán aprender los españoles a convivir
decorosa y noblemente, libres en su fue-
ro interno, bien articulados dentro de la
comunidad civil. Sólo así se difundirá la
cultura, premisa esencial para la liber-
tad económica y de todas las esferas."
Ha quedado constituido en Madrid este
organismo, del que forman parte perso-
nalidades eminentes de la intelectualidad
española. Está ya recibiendo adhesio-
nes y donativos valiosísimos. A continua-
ción transcribimos algunos párrafos de un
manifiesto, con el que nos solidarizamos
totalmente:
"La triste y especial tradición de núes
tra patria es causa de que, aun en este
tiempo, sea, por desdicha, necesario de-
fender el derecho de aquellas minorías que
no participan de la religión del Estado, o
sea la llamada fe tradicional de los espa-
ñoles.
Con indiferencia, descaro y hasta aplau-
so social puede no practicar el ortodoxo.
Pero ¡ay del que disiente y quiere honra-
damente dar testimonio, con la conducta,
de su disidencia! Si quiere vivir en paz,
no puede hablar de ello. Tiene que disi-
mularlo y sonrojarse y poco menos que
pedir perdón por su noble conducta. El
ambiete de la taimada elegancia burgue-
sa le rechaza. Pero hay algo más grave.
Una mezcla de resabio inquisitorial y
gusto plebeyo po rio gregario e irreflexi-
vo suele impulsar a la sociedad, y hasta
al Poder público, a lanzarse, frenéticos,
sobre el desidente que aspira, él también,
a ocupar su lugar jurídico junto a los
otros ciudadanos. Y en esta persecución
no hay medio, por vil que sea, que deje
de usarse: calumnia, desafecto, vacío,
molestia pequeña o grande y, en fin, la
franca y bárbara arremetida: privación
del cargo público y condena criminal.
Quien en España manifiesta, en una
u otra forma, no ser católico, si no ha
conquistado antes una alta posición eco-
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20
NUEVA ESPAPA
VIDA ESPAÑOLA
Esta rebelión de los gustos no puede
seguir un camino antiguo pasivamente.
Para comprender claramente ésto, es de
todo punto necesario el sereno trompeteo,
despertando en los hombres la profunda
i longitud de inteligencia y sentimiento.
Es necesario vibrar, como vibra hoy el
occidente y por contagio, por eco, el
oriente redescubierto.
Es este el camino de la juventud in-
sular. Y ahora dos temas de reconstruc-
ción, sobre dos planos eternos: la ciu-
dad y el campo. El campo se ha venido
falseando. Acaso sea dura la frase. El
campo ha respondido hasta ahora a los
principios impresionistas de la pintura,
con árboles difusos. El paisaje ha sopor-
tado la aclimatación arbitraria de flo-
ras de todas las latitudes, en medio de
la platanera, base de una prosperidad
agrícola que amenaza quedarse destrui-
da por sus propias consecuencias: el
transporte. Gasolina, autos y accesorios,
exportan con exceso los rendimientos de
la agricultura. El paisaje ha venido on-
dulando así por dos fuerzas: lo bello
(flora, clima, naturaleza turística) lo
económico: (frutos, naturaleza agrícola)
Flor y fruto: he aquí un resumen. Flor
—importación: Turismo. Fruto—expor-
tación: agricultura. Creo que hemos lle-
gado a la síntesis de nuestra personali-
dad regional. Consecuencia de flor y
fruto: el puerto. En el puerto se ha cen-
tralizado en estos últimos años toda la
dinámica de la política y el arte. Pero
veamos, c responde claramente el puerto
a los valores íntimos de la isla? La po-
lítica y el arte del puerto son el friso a
la arquitectura de la isla. Pero ¿está la
isla concreta, evolucionando con sus ín-
timos valores volcánicos, levantada so-
bre parcelas racionales? No.
El tema es hondo, serio, enraizado en
cauces profundos. Más allá del abori-
gen isleño. Más allá de su sentido hu-
mano. En las fuentes caóticas de nues-
tra geografía. En los principios etnográ-
ficos de nuestra personalidad atlántica.
Ascendiendo hasta hoy, lleno el puerto
de banderas y aires cargados en su ruta
trasatlántica de finos y agrios olores, de
culturas trasoceánicas.
Es necesario arrancar del fondo car-
gados de cosmos. Sobre la ciudad y el
campo—los dos temas eternos—la re-
construcción. En la ciudad el valor ar-
quitectónico. En el campo el valor agrí-
cola y floreal. Pueblo el nuestro sin ar-
quitectura propia 0a llamada arquitec-
tura no obedece a su exigencia climatoló-
gica, según probaremos en otro artícu-
lo), este pueblo necesita forjarla, incor-
porando todas las posibilidades occiden-
tales de la moderna arquitectura. En el
campo la revisión agrícola, el control de
los cultivos y su verdadera naturaleza
floreal: el cactus (véanse los notables ex-
perimentos del Dr. Burchard).
Eduardo Westerdahl.
Mayo de 1930.
CANARIAS
EL P. N. DE T. EN LAS PALMAS
¿Qué ha hecho este repugnante orga-
nismo dictatorial en nuestra ciudad que
—en alguna manera—tienda a favore-
cer el turismo? Como en ninguna parte
de España este burocrático organismo ha
hecho nada, aquí, en Las Palmas, no
iba a ser menos y naturalmente tampoco
ha logrado apuntarse el más insignifi-
cante triunfo. Ni ha fomentado el turis-
mo. Ni ha evitado los ascentrales "líos"
entre chaufeúres e intérpretes. Ni de nues-
tras islas han salido más fotografías con
destino a publicaciones ai hoc que las que
antes—de existir este nefasto organismo—
salían. Un periódico tan inclinado a la va-
selina adjetival como "Diario de Las Pal-
mas" recientemente protestó de este aban-
dono del P. N. de T. En el número de
¡40! páginas extras de "El Sol", dedicado
a loar el turismo por España, Canarias
había sido completamente abandonada.
A no ser por la atención que un canario
—Jenaro Artiles—le prestó, se hubiera
quedado—sin duda—sin hueco en las
¡40! páginas de "El Sol".
Sin embargo, señores, todo no ha de
ser censura. El P. N. de T., ha hecho en
nuestra ciudad una gran labor: la publi-
cación de unos artículos de D. X. Peipo-
cho sobre el menaje hotelero. (¡Una ri-
sa!). Menos mal que el flamante orga-
nismo de Sangroniz y Cía. tiene a su ser-
vicio personas de condición humorística.
Peipocho—sin duda—es una de ellas. En
sus artículos—¡ah, ah, ah, oh, oh!—indi-
caba a los dueños de los hoteles la ma-
nera de montarlos. Como había de amue-
blarse el cuarto para recién casados. Co-
mo el de la señora solterona. Como el del
joven juerguista y tronera. Etcétera, etcé-
tera. ¡Formidable el informe del "técni-
co" hotelero Sr. Peipocho! Seguramente a
estas horas—¡cómo no!—el P. N. de T.
habrá dado órdenes para que pase a per-
petrarse en caracteres de imprenta. En
realidad: ¡lo merece!...
Los dueños de hoteles locales—nos
han dicho—que desde el informe técnico
de este técnico han aumentado la lista
de pasajeros de una manera inusitada.
La cosa no era para menos, ciertamente.
Veamos ahora el reverso. Mientras el
Estado, por mediación del llamado a des-
aparecer P. N. de T., paga espléndida-
mente a un Sr. Peipocho, niega rotunda-
mente una mísera subvención—para aten-
der a sus muchas necesidades—a la Uni-
versidad de La Laguna. Recientemente
reclamó este centro de enseñanza el apo-
yo oficial para dotar su Sección de Cien-
cias de un laboratorio Químico decente,
Sin cuyo requisito es muy posible que
nera. Eso sería tanto como ir contra la
costumbre general ya pre-establecida pa-
ra estos casos.
Sin necesidad de remontarnos a la des-
vergonzada cifra de ¡30! millones que
el nefasto P. N. de T., se ha engullido
en hacer una propaganda que nadie ha
visto, consideremos el respiro que sería
para nuestra Universidad que el Estado
se decidiera a meterle puertas adentro—
solamente—un par de mil pesetas cada
mes. Pero, por lo visto y comprobado,
el Estado prefiere que nuestra Universi-
dad—instalada en un desvencijado ca-
serón—lleve una vida miserable. Mien-
tras tanto—-en la acera de enfrente—se
alimenta burocráticamente a una reata
de funcionarios del repugnante P. N. de
T. El contraste no puede ser más espa-
ñol.
La Universidad lagunera, a pesar de
su vida precaria, ha dado—y dá todos
los días—frutos palpables. El P. N. de
T., a pesar de la inversión de ¡30! mi-
llones de pesetas, no ha hecho nada pal-
pable. cQué hace el Gobierno que no
le dá la patada final al uno y reivindica
a la otra: a la Universidad?
A. Hurtado de Mendoza.
•f* qf* «|S
A la juventud de la isla le toca el va-
lor universal de la época presente: el
sentido profundo del orden, de la juste-
za y serenidad. Solidificar los nuevos
elementos incorporados. Encontrar el
rumbo puro de la misma isla. Su arque-
tipo.
Una isla no se baraia al azar, como
no se puede barajar al azar la capota
celeste. Todo obedece a una íntima y
potente gestación, a una unidad, a una
seria y rítmica marcha. Todos estos va-
lores profundos, geográficos, botánicos,
valorados en los más puros cuadros del
moderno racionalismo, deben ser puestos
en marcha por las juventudes de la is-
la. En arte como en política no hay
arrepentimiento posible. Es absurdo creer
en un rápido escamoteo de sentido en
toda la gente que asistió, abiertas las
más íntimas placas de su fisiología, a
los paisajes pasados de arte y política.
Es querer convertir un reloj en baró-
metro. El sentimiento nuevo, el moder-
no concepto de todos los viejos vaolres
naturales, es un fenómeno tan autóno-
mo y hermoso, que no admite guía, aun-
que venga investida de los más puros ca-
racteres virgilianos. Nada, nada en ab-
soluto que pueda percibir la vista in-
tercambiada de los mozos puede ser su-
plantada. Se ha roto toda una vieja y
tópica experiencia. Se ha roto hasta el
mismo paisaje.
un
día la "Gaceta" nos sorprenda
con una disposición suprimiendo la Sec-
ción de Ciencias. ¿Se ha concedido la
reclamada subvención? De ninguna ma-
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NUEVA ESPAÑA
ticemos. Basta con esta realidad. Hoy
son ya muchos los que, para saborear la
música se encierran en su casa.
SlN EMBARGO.—Pero el fonógrafo sa-
be no ser trascendental. Lo sabe tan per-
fectamente como la mujercita que nos
acompaña al cine. O como esa otra con
quien hacemos diariamente una hora de
flirt. Ni anula ni se anula. En plena
ciudad, abrid las ventanas mientras can-
ta un disco: sin la menor sorpresa, segui-
rá cantando como todos los demás pá-
jaros modernos. Ni él estorba a los otros,
ni los otros le estorban a él. Por eso pue-
de hacer estupendos dúos con la máqui-
na de escribir. Y, sin duda alguna, sien-
te gran simpatía por los ventiladores.
La música, gracias a él, dejó de ser
una señorita remilgosa. Y hoy es la ami-
ga que mejor nos suaviza las hojas de
afeitar. Y su utilidad la sorprendemos en
algunas películas yankis: cuando el obre-
ro o la obrera llega a su casa, pone en
marcha un disco, y así, "en cadenee",
se ducha y se prepara la comida.
Amistad.—Tal recuerdo de múltiples
escenas norteamericanas puedo concre-
tarlo en varios momentos de la extraor-
dinaria película "Soledad". Sus dos pro-
tagonistas no estaban absolutamente so-
los. Cada uno tenía por único compañe-
ro esta casi humana máquina. El disco
era para ellos—como pronto lo será pa-
ra todo el mundo — el imprescindible
amigo que sabe con-padecer nuestra
alegría o nuestro dolor. Repito: los pro-
tagonistas de "Soledad" no estaban ab-
solutamente solos. Para sus horas irrme-
diablemente "blúes", nunca faltaba un
vals—"Always"—o un "blúes".
Greguería.—Quizás haya espíritus
excesivamente delicados a los cuales re-
pugne comprar un fonógrafo, por todo lo
que ese acto tiene de comercio de es-
clavos.
Para las muchachas.—Como bajo
el subconsciente recuerdo del claro de
luna, que ya ninguna de vosotras cono-
ce, contempláis un poco en éxtasis el dia-
fragma sobre el disco: únicas luna y no-
che líricas, respectivamente, en este nues-
tro tiempo trepidante de anuncios lumi-
nosos.
La fonogenia.—No siempre que se
hable de música fonográfica ha de sobre-
entenderse "la música". Ojo.
Con el tiempo será posible—no lo sé—
que el micrófono recoja fielmente todos
los sonidos. Pero hoy todavía les inpri-
me una cierta deformación según oscuras
y geniales afinidades electivas. Algo co-
mo lo que hace el objetivo cinematográ-
fico, de cuyos gustos depende todo el
arte de intérpretes y directores. Así, ya
se habla de instrumentos, de voces, de di-
rectores de orquesta, de músicas, en fin,
"fonogénicos". Y en ese misterio de la
fonogenia vence la personalidad seduc-
tora del fonógrafo, ese maravilloso sabor
nuevo a cuya busca están ya condena-
dos todos los finos catadores de la fo-
nografía.
Jesús Bal y Gay.
FONÓGRAFO
COSAS DEL
rennidad, lo fugaz alcanzó, al fin, su li-
beración y su vitalidad máxima. Y hoy
lo que es de Hoy. Y ahora ya podremos
pedir "nuestra música de cada día."
GEOGRAFÍA. — El fonógrafo alcanza
una importancia geográfica tan grande
como las alcanzadas por el cine o el
avión. El nos hace comprender los "via-
jes alrededor de mi cuarto." No se pre-
cisa más que un disco y una aguja que
escrute en él. Con eso, sólo con eso, nos
vamos al lado de Chaliapin, de Mengel-
berg, de los Flonzaley, de Wada Lan-
dowska. Con eso, yo, lucense, bailo iman-
tado por los trombones de los "jazzs"
más cosmopolitas: Ted Lewis, Jack
Hylton, Pau Whiteman. Y con ego—
velador giratorio de un nuevo espiritis-
mo—llegan hasta mí los más líricos
muertos anónimos de la raza negra.
NUEVOS VICIOS.—Estos placeres fono-
gráficos tienen mucho de paraíso artifi-
cial. Son la morfina del porvenir. Mejor
dicho, de un presente de mucho porvenir.
El opio de los jóvenes deportistas.
La aguja se ha modificado. Ya no per-
fora epidermis, ni sostiene bolitas somní-
feras en térmicos ritos. La aguja hoy que-
da asimilada a la máquina. Aséptica.
Inocua. Se limita a encender—¡rozando
con el disco—el fuego intrascendente de
estos pebeteros de música. Y en un hu-
mo invisible y un aroma inidiro, nos lleva
a las más lejanas e íntimas regiones.
ACERO Y MADERA.—"Todo es cues-
tión de agujas", dirá el buen fonografis-
ta. Y, en efecto, la aguja de acero, ter-
sa, brusca, optimista y sin profundidades,
nos llena la habitación con torrentes ni-
quelados de luz diurna. Música un poco
a flor de disco o, si queréis, de diafrag-
ma para afuera.
Pero utilizad luego la aguja de bam-
bú. Y veréis cómo la música se vela de
morriña, de saudade, de cafard, de
spleen, de dor, de jal, de blúes (el fonó-
grafo es políglota), cómo van naciendo
perspectivas con cuarta dimensión—como
selvas de ecos—y poblándose de líricos
bambúes. La voz del negro alcanza así
más lejanías y suavidades de esclavo.
Toda arista—rítmica, melódica o armó-
nica — sufre la suprema sincopación—
síncopa de la síncopa, al borde de la
curva—de un biselado sentimental. En
fin, amigos; hincad la aguja de bambú
sobre un disco cualquiera y la habita-
ción se os llenará de sombras.
Es entonces cuando se alcanza el co-
razón de la "música de cámara."
MÚSICA DE CÁMARA.—El suoremo mi-
lagro del fonógrafo es tal vez este con-
vertir en música de cámara aun las más
colectivas músicas. Beethoven, Wagner,
todos los músicos que hayan podido so-
ñar con el templo de la Música, se con-
vierten en los seres más confidenciales
si se les coloca sobre la platina de un
fonógrafo. Algún día... Pero no profe-
A todos mis amigos de la
nueva masonería fonográ-
fica.
Advertencia.—Ante un espejo, por
ejemplo, el salvaje se ciega a todo utili-
tarismo. Y se sobrecoge de terror sagra-
do. Esto, por mucho que presumamos,
nos ocurre también a nosotros cada vez
que tropezamos en un nuevo gran inven-
to. Pero nosotros enmascaramos todo lo
posible nuestras puras reacciones. Deci-
mos que "estamos de vuelta". Y hasta
lo creemos. Pero la verdad es que si no
somos tan ingenuos como los salvajes,
nos equivocamos, en cambio, tanto como
ellos. Porque, ¿cómo reaccionaríamos,
todavía hoy, ante la aviación, la radio
o el cine? ¿Vislumbramos, acaso, un
verdadero y definitivo sentido? ¿No nos
sentimos todavía presa de su misterio?
¿Qué significa, si no, nuestro entusias-
mo?
A estas preguntas contestamos siem-
pre con petulancia. Y la razón enmasca-
ra la reacción. Aunque, a la larga, ésta
se descubra.
Yo quiero, con las notas que siguen,
facilitar ese descubrimiento a los hombres,
que, dentro de unos siglos, se ocupen de
nosotros. Para ello dejaré en el más ab-
soluto automatismo todo el salvajismo
mío, capaz de reaccionar ante el fonó-
grafo. Cerraré los ojos al futuro. Me li-
mitaré al momento presente, sin pretender
adivinar las verdades venideras. Y, en
una palabra, "haré el indio" lo mismo en
la región de la filarmonía que en la de
la técnica musical, igual como hombre
que como músico.
Y, mientras, que continúen equivo-
cándose todos esos que pretenden ha-
blar del fonógrafo desde un plano su-
penor.
Mi casa, conservatorio. — Cómo
han descendido las clases de Armonía,
Composición, de Instrumentación, de
Interpretación.
Los más inteligentes y sensibles intér-
pretes, al servicio de las mejores músicas,
están aquí, al alcance de mi mano, su-
misos durante el día a mi capricho de
auditor. Las grandes orquestas de todo
el mundo, con los mejores directores, no
ocupan mayor espacio que un libro, que
el atlas, donde aprendí de chico geogra-
fía. Esta habitación abarca los más le-
janos confines del mundo filarmónico y
se convierte en el más aireado y más se-
lecto conservatorio.
Hoy Y SIEMPRE.—También el valor
"hombre" ha bajado rápidamente. Aho-
ra ya no lloraremos con desesperación la
muerte de los grandes intérpretes actua-
les, puesto que todos tienen el cuidado
de pasar sus interpretaciones vivas por
delante de este aparato fotográfico para
música. Con semejante triunfo de la pe-
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NUEVA ESPAÑA
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SOBRE BERNARD SHAW
tido de la realidad y de la insinceridad
del drama novelesco. Toma la natura-
leza humana puesta en escena por la ver-
dera naturaleza humana, mientras ésta es
su amarga sátira. Y el resultado es que
cuando yo pongo en escena la verdadera
naturaleza humana, cree que me burlo de
él... En realidad, escribo simplemente his-
toria natural, poniendo cuidado en ello".
Bernard Shaw ha utilizado la risa co-
mo un arma para imponer sus ideas re-
beldes, sus teorías subversivas. Del mismo
modo que a los niños se les promete una
golosina para purgarles sin que protes-
ten, él hace reír al público, y cuando
menos lo espera éste, burla burlando, lo
sacude y lo inquieta con una idea pene-
trante, de esas que obligan a pensar al
más reacio o indiferente. Ha hecho con
los públicos, que tienen mucho de infan-
tilismo, lo que se hace con los niños: pri-
mero, la golosina; después, el purgante.
Con razón ha podido escribir: "Si el pú-
blico inglés me hubiese comprendido, me
habría hecho beber la cicuta."
Hace de la sátira el empleo más jus-
to y razonable, esto es, trata de mejorar
a las gentes poniéndoles ante los ojos, en
el más descarnado ridículo, las pasiones
bajas, los egoísmos pequeños, las accio-
nes rastreras. No rehusa como otros, por
temor a faltar al buen gusto, el poner en
la picota todo cuanto hay de delezna-
ble en la naturaleza humana.
¡Cuántas cosas sagradas y respetadas
por la sociedad sufren un rudo vapuleo
al caer bajo el dominio de su pluma! El
honor caballeresco, por ejemplo, que ejer-
ce una influencia decisiva sobre tantos mi-
les de cabezas huecas, es para él una de
tantas palabras pomposas, pero faltas de
contenido. ¿Qué se entiende, entre la
gente, por una persona honorable? A
muchos les basta la riqueza para otorgar
este calificativo; otros designan como su-
jetos honorables a quienes pueden lucir
en el pecho un buen surtido de quinca-
llería reluciente; no falta, tampoco, quien
reputa como tales a farsantes de tomo y
lomo. Es demasiado grande el número
de tontos y de serviles para poder tomar
en serio esas cosas. Hay jugadores del
"gran mundo", pongamos por ejemplo
de personas honorables, que ponen tér-
mino a su vida por no poder pagar una
deuda de juego, de esas que se llaman
de honor. A esa farsa anacrónica que es
el duelo, se le llama por otro nombre lan-
ce de honor. (Unamuno le llama irónica-
mente "honor de lance"). Y mientras el
desafío siga siendo cosa de caballeros se
dará el caso peregrino de que un degene-
rado que sea un buen espadachín, tendrá
más probabilidades de ser honorable que
una persona decente que no sepa tirar
las armas.
Cuando un sujeto seduce a una mu-
chacha y luego no se casa con ella, dice
la gente que está deshonrada. Shaw dice.
te los ojos de los demás, sino como son
íntimamente. El espectador comprende
en seguida que tiene ante sí seres autén-
ticos que hablan y obran como tales en
todo instante, aunque empleando una li-
bertad y un desenfado que, por desgracia,
aún no ha llegado el momento de em-
plear en el trato con los otros. Reconoce
en aquellos personajes su propia intimi-
dad, y por eso, sabe que no son el pro-
ducto caprichoso de una mente arbitraria.
El autor de Cándida sigue el mismo
procedimiento cuando presenta en sus
obras al personaje histórico; presenta
siempre; al hombre superior, ciertamen-
te, pero hombre al fin, a pesar de su su-
perioridad. Y así, el Bonaparte de Los
despachos de Napoleón
se nos aparece
como un tipo extraordinario, sagacísimo,
pero profundamente humano y nada le-
gendario o sobrenatural. El César de su
comedia César y Cleopatra no es tam-
poco una figura altisonante y convencio-
nal, sino el hombre de poderosa inteli-
gencia y de voluntad rectilínea, aunque
se tiñe las canas con un menjurje que le
prepara Cleopatra. A nuestro juicio, estas
figuras no pierden grandeza en el teatro
shawiano,, sino que, por el contrario, des-
pojadas de todo lo manido, se nos mues-
tran como superhombres, pero también a
veces como seres de carne y hueso, suje-
tos a la limitación de la vida y enorme-
mente sugestivos por el hálito humano que
se advierte entonces en ellos. El especta-
dor que asiste al teatro libre de prejuicios
y no lleva en la mente un cliché de estas
figuras hecho de antemano por otros, en-
cuentra admirable la labor de Shaw, que
consiste en ofrecer una visión del persona-
je legendario, desprovisto de la perspecti-
va histórica, obrando como debió obrar en
la realidad de su existencia, y no como
un figurón inexpresivo, sin calor de hu-
manidad. Pero, en cambio, el especta-
dor prejuiciado, sin independencia bastan-
te para concebir a los grandes hombres
de la historia de un modo distinto al que
le han enseñado a priori, se desconcierta
y se indigna ante esta visión original.
Ya hemos dicho que en el teatro sha-
wiano encontramos con frecuencia junto a
lo cómico lo serio, y que en un mismo per-
sonaje podemos encontrar la grandeza
confundida con la mezquindad. En Pig-
malyón
preguntan a un vagabundo, que
tiene sus ribetes de filósofo: "Pero, hom-
bre, custed es un sinvergüenza o una
persona decente?". Y él responde muy
serio: "Señor, yo soy mitad y mitad, co-
mo todo el mundo."
"En mis comedias—dice—no se verá
usted contrariado y aburrido por la feli-
cidad, la bondad, la virtud, o por el cri-
men y lo novelesco o cualquier otra ba-
gatela por el estilo. Mis comedias tienen
solamente un tema: la vida; y una sola
cualidad: el interés en la vida. Pero el
aficionado al teatro ha perdido todo sen-
II
No es fácil decir si las piezas teatrales
de Bernard Shaw pueden calificarse expre-
samente de dramas o de comedias, por-
que en ellas se confunde, a veces, lo cómi-
co con lo serio y hasta con lo trágico.
Ha clasificado sus comedias en dos gru-
pos: piezas agradables y piezas desagra-
dables. Algunas de estas últimas pueden
parecer ligeras y hasta divertidas a un
espectador que no sea capaz de ahondar
en la intimidad de los personajes.
En el prefacio de "Non Olet" explica
por qué llama a esta comedia desagrada-
ble. "La califico así—dice-—porque en
ella presento a la respetable burguesía y
a su refinada prole cebándose en los po-
bres como las moscas se ceban en la ba-
sura."
Observador sagaz, anatomista hábil e
implacable, se abre paso con el escalpe-
lo hasta llegar al fondo del alma huma-
na, que apenas tiene secretos para él. Los
móviles que determinan los actos de''
hombre son bien conocidos por el drama-
turgo. Esta observación profunda y mi-
nuciosa de las personas le ayuda a pre-
sentar a éstas en sus comedias con un rea-
lismo tan abultado y crudo, que contras-
ta violentamente con la realidad conven-
cional, tan fácil de hallar en las obras
de otros dramaturgos. Porque la verdad
es que en el teatro se representan con har-
ta frecuencia tipos y escenas de la vida
social, que es una vida falsa, en la que
aparecen las personas, no como son en
realidad, sino con su verdadero tempera-
mento velado y deformado por el pre-
juicio y la hipocresía. Esta es la gran di-
ferencia que existe entre la realidad que
suelen mostrarnos la mayoría de los dra-
maturgos y la realidad que nos ofrece
Shaw. De aquí también que ciertos crí-
ticos reputaran como falsa la visión que
Shaw tiene de la vida, sin pararse tal vez
a considerar que sus personajes no son
muñecos movidos por los convencionalis-
mos sociales, sino seres instintivos, que se
expresan libremente y que han roto toda
relación con los prejuicios tradicionales.
En su teatro no aparece el hombre di-
vidido folletinescamente en dos grupos: el
de los ángeles y el de los diablos; el de
los buenos sin tacha y el de los malos
hasta la monstruosidad. Bien sabe él que
la realidad no es esa, y que en todo in-
dividuo se dá con frecuencia el claroscu-
ro. Por ésto vemos cómo sus personajes
son buenos en ocasiones, mezquinos en
otras, generosos y apacibles a ratos y a
ratos también, interesados y violentos.
Pero siempre sinceros. Son criaturas fiel-
mente copiadas del natural y despojadas
del pesado lastre de las rutinas sociales.
Es decir, que Bernard Shaw trasplanta
a sus comedias, con un verismo portento-
so, hombres y mujeres vivos, de carne y
hueso, mas no como suelen presentarse an-
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NUEVA ESPAÑA
23
proclamarán con orgullo a los cuatro
vientos su "inmoralidad" y su "cinis-
mo."
No faltan críticos exquisitos ni estetas
refinados que encuentran el teatro sha-
wiano excesivamente doctrinario -y falto
de arte y poesía. Hay que ser un poco
miope para ver las cosas de este modo.
Porque Bernard Shaw ha sabido sortear
hábilmente, en la mayoría de los casos,
gracias a su genio, el escollo que supone
siempre la tendencia doctrinal y morali-
zadora que suele descubrirse en sus obras.
Pero, ¿puede afirmarse que éstas son an-
tipáticos tratados de moral indigesta? Es
indudableque, en último término, el teatro
de Bernard Shaw llena cumplidamente
el fin de todo teatro bueno: deleita, ense-
ña, hace sentir y, sobre todo, pensar.
Francisco Pina.
gimen socialista, sin vagos ni parásitos,
y en el cual el hombre, por medio de su
trabajo, debidamente remunerado, se des-
envuelva bien en el aspecto económico.
La sociedad actual padece dos enferme-
dades mortales: la memez y la hipocre-
sía. Los más inmorales acaparan la mo-
ralidad y cometen a su amparo toda clase
de desafueros. En un régimen capitalista,
es el más bajo interés lo que motiva la ma-
yoría de los actos, y cada cual busca ex-
clusivamente su medro personal. Precisa
atenuar ese egoísmo mezquino, ya que no
parece posible eliminarlo por completo.
Hay que buscar y desear la lucha, pero
en otras condiciones, sin antifaces, de una
manera más noble y franca que la ac-
tual. Pero mientras las caretas no cai-
gan y siga el reinado de la farsa y de
la hipocresía, todos los espíritus sinceros
a propósito de ésto, en su comedia Hom-
bre y superhombre:
"Cuando esta mujer
cumple con el fin para que fué creada,
decís que ha perdido su honra. Le ce-
rráis todas las puertas cuando, precisa-
mente, debías abrírselas. Y aunque sa-
béis que el seductor es un canalla, que-
reis que se case con ella aunque la haga
desgraciada, porque lo único importante
para vosotros es quedar bien con la so-
ciedad y lavar esa mancha caída en
vuestro honor... Pues bien; yo os digo
que éso es inhumano y que estáis remata-
damente locos."
Bernard Shaw nos dice a lo largo de
su obra, entre otras muchas cosas: la mi-
seria es desagradable. El peor delito que
puede cometer un hombre es resignarse
cobardemente a ser un andrajoso. Hay
que llevar a la sociedad presente a un ré-
■iiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiw
Inteligencia y Trabajo
por Antonio Abaunza
ción del individuo y de la especie—se abri-
ga en los instintos de conservación y de re-
producción. Núcleo que brinda—por su
uniformidad, una formulación biológica del
comunismo.
El hombre concreta en el tiempo este
instante del orto intelectual. Es el mito de
la serpiente que nos franquea el sendero
del bien y del mal, símbolo exacto del de-
seo de ser fuertes, —"como dioses"—,
que late en el fondo del ser humano. De
esta forma se resume en un instante críti-
co, la evolución conseguida por la labor
de siglos. La diferenciación intelectual
acusa potentemente la personalidad—en
el sentido individualista—-y el equilibrio
instintivo desaparece, dando lugar a la
lucha por su supervivencia. Y es Jehová
quien lanza la maldición eterna a la lu-
cha que se inicia: "Ganaréis el pan con
el sudor de tu frente", especie de tributo
que el hombre paga.al resto de las formas
biológicas, cuya existencia transcurre en
el nirvana del "no conocer". Y el pecado
original, de ser inteligente (en un sentido
conceptual), "de verse desnudos", es lo
que le hace temblar al hombre, al oír la
voz acusadora de su conciencia que per-
cibe oscuramente las fronteras de su poder,
en un límite finito: columnas que sostie-
nen el "non plus ultra", más allá de las
cuales se agotan las fuerzas humanas en
la creación de lo divino.
Es por esta razón que la inteligencia
maldice el trabajo. Sobre todo, —c Por-
qué no únicamente?—el trabajo que ne-
cesita de la cooperación intelectual. Y
entre los maldicientes hemos de compren-
der sobre todos; a aquéllos—la mayo-
ría—que no poseen por insuficiencia exó-
gena o endógena, una capacidad nece-
saria de lucha.
En ese batir incesante entre lo que so-
mos y lo que queremos ser, nuestros instin-
Nunca he creído que pudiera armarse
una argumentación defensora del socia-
lismo comunista, apoyándose en los co-
nocimientos que la Biología nos presta.
Ciencia de jerarquías, de valorización de
planos, de cristalización de fases distin-
tas y distantes en el continuo devenir de
la materia viva, la Biología reconoce la
desigualdad como fuerza de ley al crear
las diversas especies y los diferentes in-
dividuos. Y el sacrificio del más débil
converge al fin primigenio del destino del
más fuerte. Es la selección natural que
permite la supervivencia de las minorías.
El momento comunista de la humani-
dad—si lo hubo—pasó. Quizás fué
cuando en la mentalidad primitiva no
había hecho aún su aparición la influen-
cia diferencíadora del intelecto, cuando
los hombres vivían en un. estado de hor-
das sin organizar, como quiere Wundt.
Quizá entonces vivieron los humanos el
ideal comunista en su sentido más prís-
tino. La psiquis de los hombres respondía
a un contenido "standart", integrada úni-
ca y exclusivamente por valores instintivos.
Valores instintivos que forman el núcleo
central de la personalidad y que en el
desenvolvimiento histórico de la humani-
dad, se van rodeando de diferentes es-
tratos, que decantándose en el transcurso
del tiempo, dan lugar a las formas más
puras del pensamiento humano, tan di-
versas en su conjunto/Estos diferentes es-
tratos que adquiere la especie a través
de los individuos—de las generaciones—
marcan el momento de la dehiscencia de
la humanidad, de los moldes de vida ins-
tintiva—y por ende de los moldes comu-
nistas. La inteligencia se convierte de esta
forma en el colaborador más poderoso de
los instintos. Y es que no podemos olvidar
que la razón de ser biológica que anima
la finalidad de todo organismo—en fun-
tos y nuestra inteligencia se encuentran
del lado de acá y del lado de allá de la
línea divisoria entre el placer y el deber,
es decir, el dolor. Nuestros instintos bus-
can satisfacerse empleando el camino del
menor esfuerzo, camino que muchas ve-
ces se halla cortado a pico por la reali-
dad. Y así como el hombre inteligente in-
tenta salvar esta solución de continuidad
tejiendo un puente con la malla de su
trabajo, el hombre débil o se detendrá
al borde del abismo, o seguirá corriendo
a estrellarse contra el acantilado de la
otra orilla, de la realidad. Cuando no, se
aprovechará del esfuerzo ajeno.
Y el burgués, satisfecho, paseará sus
instintos sintiéndose potente. Sentimiento
falso, tras cuya máscara se alberga un
espíritu mediocre. Pero el fin biológico
está cumplido.
Por eso el socialismo comunista está
situado más alia del terreno de la Biolo-
gía, en el de la Inteligencia. Y si en la
evolución progresiva de la Humanidad,
consigue el hombre -—ingénere— poten-
cializar su inteligencia hasta colocarla
al margen de sus tendencias instintivas,
aunque a su servicio (como la máquina
que arrastra los vagones), aquel instan-
te será quizá el segundo momento histó-
rico comunista del mundo, momento his-
tórico intelectual, como biológico fué el
primero.
Habrá llegado el instante en que el
hombre funda el sentimiento de placer
en el determinismo del deber. Inteligen-
cia reservada hoy a una minoría de hom-
bres fuertes.
Junio de 1930.
-ocr page 24-
NUEVA ESPAÑA
24
P?K quince ría internacional
ciones, nos brinda la ocasión de procla-
mar que en modo alguno puede ésto sig-
nificar que tales obstáculos son invenci-
bles; que no puede un día la India reali-
zar cierta forma de unión política, ca-
paz de introducir un orden elemental en
aquel inmenso mosaico de razas, religio-
nes, castas, clases e intereses, tan diver-
sos y hoy menudo antagónicos.
Los adversarios de la libertad para la
India venían repitiendo que no era po-
sible allí la aplicación paciente y siste-
mática de medidas prácticas, empíricas
si se quiere, más atentas a la realización
de un progreso cotidiano que a la teo-
ría rígida y absoluta del todo o nada.
Los datos recogidos por la Comisión Si-
món demuestran la falsedad de tal aser-
to. En condiciones muy difíciles han la-
borado los indios dentro del marco ad-
ministrativo establecido en 1919, y que
les brindó la posibilidad de tomar parte
—una parte condicionada, pero crecien-
te—en el gobierno de su país. No cabe
ya pretender que los pueblos de la In-
dia son incapaces de gobernarse por sí
mismos, si bien se puede admitir la ne-
cesidad de profundas modificaciones y
mejoras en su estructura social para que
su gobierno autónomo sea una realidad
con probabilidades de éxito.
Los imperialistas británicos que ha-
cen hincapié en la diversidad étnica, so-
cial y religiosa de la India para negarle
toda capacidad de evolución deberían
tener presente que su propio país, y más
aún el Imperio británico, no se ha edifi-
cado en una sola etapa y como perfecta
unidad nacional, sino lenta 'y paulati-
namente, por gradual ajuste de institu-
ciones, al compás de su propia evolución
interna. Y no olvidar que la libertad de
la India es una necesidad ineludible, cu-
ya satisfacción conviene ayudar y no im-
pedir—evitando de añadir barreras ex-
ternas y artificiales a las internas que la
existen naturalmente—en bien de la In-
dia, del propio Imperio británico y de la
paz del mundo.
mo, que ha de ser publicado el día 24
de este mes; pero desde ahora se sabe
que han sido redactadas, lo mismo que
el resto de la Memoria, con unanimidad
total de sus miembros. Es ésto un hecho
notable, y que permite considerar ade-
más la actitud adoptada por la Comi-
sión Simón como un reflejo exacto de
la actitud del pueblo inglés en conjunto,
frente a los graves problemas planteados
a la vez para la Gran Bretaña y para
la India.
Sin que podamos hacer aquí un aná-
lisis detallado de los puntos^ más salien-
tes de la Memoria publicada señalare-
mos que en primer lugar se reitera en
ella la declaración formal de que al fin
de la política inglesa en la India ha de
ser la realización progresiva de un go-
bierno responsable y autónomo, como
parte integral del Imperio británico: es
decir, el pleno Estatuto de Dominio. Pe-
ro se añade que esta autonomía "sólo
puede ser lograda por etapas progresi-
vas."
Los motivos que inspiraron esta ad-
vertencia se desprenden de la detallada
descripción subsiguiente que se hace del
estado en el cual se encuentran hoy día
los pueblos de la India. La pobreza y
el analfabetismo en que se hallan en su
mayoría, en brutal contraste con la cul-
tura refinada o la fabulosa opulencia de
una minoría ínfima en número; el esta-
do de semi-esclavitud de las mujeres; las
rivalidades y disensiones entre musulma-
nes e indostánicos y el sistema de castas
son otros tantos obstáculos al progreso,
cuya desaparición depende ante todo de
los mismos indios, en opinión de la Co-
misión. Esta, reconociendo la importan-
cia capital de_ la influencia de la mujer
en todos los aspectos de la vida social,
declara además que "la clave del pro-
greso se halla en manos del movimiento
femenino en la India, y los resultados a
que puede llegar son incalculables. No
es exagerado decir que la India no po-
drá alcázar la posición a que aspira en
el mundo hasta que sus mujeres desem-
peñen el papel que les corresponde co-
mo ciudadanos instruidos."
En estas columnas, y combatiendo la
actitud—que juzgábamos un tanto pue-
ril y sentimental—de ciertos comentaris-
tas bienintencionados, hubimos de recor-
dar la existencia de aquellas barreras,
que todavía separan a la India de su
anhelada, de su necesaria libertad, más
acaso que la voluntad dominadora del
imperialismo británico.
Pero la memoria de la Comisión Si-
món, con el resultado de sus investiga-
EDITORIAL
LA LIBERTAD DE LA INDIA
Cuando por la fuerza misma de las
cosas la campaña de resistencia pasiva
se ha convertido en una lucha sangrien-
ta en la India, aparece el primer tomo
de la Memoria redactada por la Comi-
sión Simón. Es ésta, como se sabe, una
Comisión parlamentaria, formada por re-
presentantes de los tres partidos ingleses:
dos liberales (su presidente, Sir John Si-
mon, y su asesor financiero, Sir Walter
Layton), cuatro conservadores (Lordi
Burnham, Lord Strathcona, el coronel
Lañe Fox y E. C. G. Cadogan) y dos
laboristas, ambos miembros del actual
Gobierno (el comandante Attlee y Mr.
Hartshorn). Fué instituida en cumpli-
miento de la promesa hecha en 1919,
cuando al introducir las reformas admi-
nistrativas en la India quedó estipulado
que a los diez años se nombraría una
comisión para que examinara los resul-
tados alcanzados por dichas reformas y
la posibilidad de ampliarlas y extender-
las.
En la India se criticó severamente la
composición de este organismo, porque
no incluía ningún indio. La respuesta bri-
tánica fué que ello no había sido posi-
ble, por tratarse de una comisión parla-
mentaria; que por otra parte su misión
había de limitarse a investigar y aconse-
jar, y que se daría toda clase de facili-
dades a la opinión india para expresar-
se antes de tomar decisión alguna. Tal
respuesta no satisfizo a los nacionalistas
indios, que organizaron el baycot de la
comisión. La Asamblea Central y el
Parlamento de las provincias centrales se
negaron a nombrar un comité para co-
laborar en su labor. Los otros ocho Par-
lamentos de la India, sin embargo, así
como el Consejo de Estado, cooperaron
con la Comisión Simón.
En el curso de sus dos viajes a tra-
vés de la India, este grupo de hombres
de buena voluntad ha recorrido cerca de
35.000 kilómetros; ha estudiado en sus
menores detalles la vida del país, en el
campo y en las ciudades; ha analizado
las condiciones sociales y políticas rei-
nantes en aquel vasto continente, que se
extiende desde las nieves perpetuas has-
ta las selvas y los mares tropicales; y pu-
blica ahora en su Memoria el resultado
de su dilatada investigación. Sus conclu-
siones sólo aparecerán en el segundo to-
-ocr page 25-
NUEVA ESPAÑA
H
lares de beneficio para cada una de las
1.372.108 acciones, contra 7 dólares 91
para cada una de las 1.363.993, accio-
nes, en 1929.
La Warner espera realizar un be-
neficio para cada una de sus 2.601.211
acciones de 7'12 dólares contra 6,34 en
el último ejercicio.
Como se puede ver, el problema del
cine americano, no es un problema de
propaganda (aunque usen el "film" para
hacerla) ni de idioma, sino industrial.
Por eso, al pretender luchar contra el ci-
nema yanqui, hay que tener en cuenta lo
serio de estas cifras, que no se pueden
batir con cuatro discursos.
José de la Fuente.
CINEMA, INDUSTRIA
El cinema reúne todas las cualidades
favorables para ser meramente una in-
dustria. La fabricación de "films", ne-
cesita tales capitales, que se aleja del al-
cance de cualquier buen artista, para
caer en manos de los financieros.
Si en las películas hay alguna parte
artística, es solamente la necesaria al ne-
gocio, la que justifica los precios altos en
las localidades, y, por lo tanto, la que
hace subir la cotización de "films" entre
los empresarios de salas de exhibición.
En éste, como en todo gran negocio,
los americanos van. a la cabeza. El cine-
ma es la cuarta industria de los Estados
Unidos y el capital invertido en ella es
de 2.600 millones de dólares.
Los datos numéricos que siguen están
tomados de la revista inglesa "The Eco-
nomist" y servirán para darse perfecta
cuenta de lo que significa para la indus-
tria estadounidense, el cinema.
En estos Estados hay 22.600 salas de
cinema, que hacen unas entradas anua-
les de 800 millones de dólares.
Las casas más importantes, en cuanto
a la altura de cotización de sus acciones
son Paramount, Fox, Warner Bros y
Loew's Inc., y la rapidez con que han
aumentado los beneficios de dichas casas
en el transcruso de los últimos años, se ex-
presa en el siguiente cuadro:
rante todo el año el beneficio por acción
de 7 dólares, correspondiente a este pri-
mer trimestre, los beneficios netos del año
1930, serán de 22.794.653 dólares, con-
tra los 15.544.544 en 1929.
Los beneficios de la Loew, para el pe-
ríodo de 28 semanas, terminado el 14 de
marzo, han sido superiores en un 59 por
100 a los del período correspondiente del
año precedente y se cree que para el 31
de agosto, se habrá llegado a los II dó-
1929
1927
1928
Paramount. . .
8.057.998
8.713.063
15.544.544
Warner Bros.
30.427
2.044.841
14.514.62
Loew's Inc. .
6.737.205
8.568.162
11.756.956
Fox Film. . . .
3.120.557
5.957.218
9.469.058
Norma Shearer y Chester Morris en una variación de la escena del balcón para una próxima película rde la Metro-Coldwyn-Ma-
yer, dirigida por Robert Z. Leonard, y en la cual Norma Shearer será la estrella.
Estas cifras se cuentan en dólares. Nó-
tese que la que ha aumentado en ganan-
cias en mayor proporción ha sido la casa
Warner, lo que se debe, sin duda, a la
preponderancia del cine sonoro, que ella
fué la primera en introducir, tomando con
este motivo patentes de algunos aparatos.
Desde el punto de vista de las cotiza-
ciones, la que alcanzó más altura en 1929,
fué la Fox Film, que llegó a 105 5/8,
con un beneficio por acción de 10,29
dólares, contra 6'34 por parte de la Pa-
ramount, y Warner y 7*91 la Loew.
El curso actual ha hecho bajar a la
Fox más del 50 por 100. Las cotizacio-
nes de las otras casas también han des-
cendido, excepto las de Loew, que han
ascendido de 84 1/2 en 1929, a 91 1/2
en 1930.
Los beneficios netos de Paramount
durante el primer trimestre del año ac-
tual, han aumentado en un 86 por 100
sobre los del mismo período del año pa-
sado. El capital emitido por esta casa,
ha sido llevado a 2.685.313 acciones a
3.256.479, por lo que si se mantiene du-
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clase de máquinas
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Nueva espana
26
dicado principalmente al estudio del De-
recho positivo, el profesor Triepel, pro-
nunciaba, entre otras, las siguientes pa-
labras: "Los juristas sentimos hoy el
error de nuestros abuelos, que renegaron
de la Filosofía, quedando sumidos en un
marasmo de artículos y párrafos, des-
provistos de todo sentido, en una situa-
ción caótica. Desde todos los campos del
Derecho se clama hoy pidiendo el retorno
a la filosofía jurídica... No perdamos de
vista el siguiente dilema: o continuar de-
generando o emprender el camino filosó-
fico, especialmente el metafísico."
Afortunadamente para la ciencia jurí-
dica, hace ya años que varios profesores
se levantaron contra el positivismo en-
tonces imperante, y lograron destacar la
importancia de la disciplina filosóficoju-
rídica.
Entre estos profesores, casi todos ger-
manos, ocupa un prestigioso lugar el la-
tino G. del Vecchio, que, no obstante
haberse inspirado en concepciones centro-
europeas, ha sabido desprenderse de al-
gunos de sus rígidos formulismos, crean-
do un sistema filosóficojurídico de pro-
funda originalidad.
Para el profesor de Roma, la Filosofía
la construcción del concepto universal
del Derecho ha de abarcar tres facetas:
del Derecho, de los ideales de justicia
y la parte fenomenológica, o que trata de
los conceptos universales del Derecho po-
sitivo.
En este primer tomo se estudia la pri-
mera faceta, es decir, construcción de un
concepto objetivo del Derecho, indepen-
diente, por tanto, de su fin (portedeonto-
« Angel Ganivet», por Quintiliano Sai-
daña.
Viva y palpitante teníamos ya todos
esa vida recia y fuerte que nace de los
libros de Angel Ganivet. Porque ellos
fueron preludio y norma de actuales ge-
neraciones, que guardan un recuerdo y
conocen un camino iniciado por él.
Pero—cPor 9U¿ no decirlo?—una vaga
niebla de misterio, de puntos oscuros, de
tragedia sin claros, cercaba esa gran fi-
gura granadina.
Español, con el corazón hecho de Es-
paña, de esa España que era, como él,
mitad europea, mitad semita, con per-
files árabes, sentía como no ha sentido
nadie el sentimiento de la patria perdi-
da en lejanas aventuras marineras.
Finales del siglo XIX. Granada. Gra-,
nada la bella, tan llena de recursos de
la mejor España. Pico del Muley Ha-
Zem, pura nieve blanca y palmeras en
el valle. Lucha y contradicción del pai-
saje, de la nieve y del sol. Y allí, en una
calle apartada, un niño sueña en cosas
lejanas, presiente en el horizonte tierras
de Africa( tierras calientes de África, tie-
rras de moros y acaso en luchas guerre-
ras o, mejor, en abrazos fraternos, cor-
diales.).
Luego, adolescencia atormentada por ä
el atavismo islámico, por la educación
más fina, más europea. Recia voluntad
y esa tristeza mística de nuestros puros
místicos, de Santa Teresa y de San Juan
de la Cruz. Turbulencia de trabajos, de
ideas, de energías vitales.
Y, al fin—granadino—.cónsul en Am-
beres, en Helsingfors, en Riga. Acaso
los paisajes nórdicos influyeron más de
lo que se piensa en el trágico fin de
Angel Ganivet.
Y hoy— 1930—, un acabado dibujo de
la vida de este pensador español. Su au-
tor, Quintiliano Saldaña, profesor de la
Universidad de Madrid, que actúa tan
civilmente en la verdad del momento.
El vacío de los detalles, de los meno-
res detalles—¡tan significativos!—, no
se ha llenado hasta que este libro apa-
rece. Reconstrucción, no solamente sen-
timental, de toda su vida, tan llena de
ejemplos. De ejemplos que hay que des-
cifrar, que aclarar y presentar como ban-
deras a las preocupaciones de hoy.
Saldaña ha Iogíado hacer revivir esta
figura andaluza, que tiene para nos-
otros, ahora, un prestigio más: el de su
tormento continuo, el de hombre que-
mado para siempre en su hoguera espi-
ritual.
Clara y completa disección, capítulo
por capítulo, aspecto por aspecto, nos
presenta a Ganivet en su total persona-
lidad. Ganivet, como Larra—reiterada-
mente comparados por el autor—, como
el mismo Éspronceda, tiene una de sus
mejores obras—no la más conocida—en
sus horas, en sus días, en sus aventuras.
En su existencia. En sus viajes y en su
vivir cotidiano.
Ahora, gracias al profesor Saldaña, po-
demos ponernos en contacto directo con
Ganivet. Lo vemos, hombre, viviendo a
nuestro lado, viviendo en tumulto las
preocupaciones humanas. ¡Qué tristeza
da el alejamiento, la vida sólo en los
libros, cuando no hay una buena biogra-
fía que incorpore al escritor a la vital
manifestación del día!
España se une al Mundo en este deseo
de exaltar figuras poco estudiadas o es-
tudiadas en parte solamente, con este
libro tan lleno de sugerencias.
Saldaña—como André Maurois—ha
acertado en ese género—¡tan difícil!—
de reconstruir mentalidades, espíritus, vi-
das de hombres oscurecidos acaso un poco,
por su nombre glorioso y por sus libros
aun vivos. Pero apagados ya en sus in-
timidades, en sus motivos, que, al fin,
son siempre causas determinantes de ellos.
A. C.
«Filosofía del Derecho», por el profesor
Giorgio del Vecchio.
Introducción,
prólogo y extensas adiciones por el
profesor Luis Recaséns Siches. To-
mo 1.
-En la apertura del curso de 1926 de
la Universidad de Berlín, un jurista, de-
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CHO—5 ptas.
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edición.—5 ptas.
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NISTA DEL SOCIALISMO.—7,50 ptas.
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-ocr page 27-
NUEVA ESPAÑA
27
logia), de la novedad de sus contenidos
y aspectos (Derecho justo e injusto, ob-
jetivo y subjetivo, positivo y consuetudi-
nario...) y de los rasgos comunes en di-
versas épocas y lugares.
Se trata, por tanto, de determinar la
cualidad formal del Derecho. ¿Cómo lo
consigue Del Vecchio? El Derecho cons-
tituye, en primer lugar, un criterio de
valoración de las acciones humanas; este
criterio de valoración nace de la Etica,
pero de la Etica surge también la Moral;
es preciso, por tanto, hallar los rasgos
distintivos entre ambas ramas. Del Vec-
chio los concreta en las siguientes pala-
bras: "El Derecho constituye la Etica
objetiva, y, en cambio, la Moral, la Eti-
ca subjetiva." O, lo que es lo mismo, la
Moral trata de las relaciones del sujeto
con él mismo, mientras el Derecho está
encargado de las relaciones entre varios
sujetos, buscando la coordinación entre
ellos.
Con arregla a esto, el Derecho es defi-
nido diciendo que es la coordinación ob-
jetiva de las acciones po'sibles entre va-
rios sujetos, según un principio ético que
los determina excluyendo todo impedi-
mento.
Otros interesantes aspectos jurídicos
son tratados también en este primer to-
mo; pero su consideración escaparía a
los límites impuestos a esta nota biblio-
gráfica.
En la edición española de este libro,
tanta parte como el propio Del Vecchio
ha tomado el profesor Recaséns Siches,
al avalorarlo con sus amplias notas. De
la juventud y profusión de trabajos de
este profesor puede decirse que la patria
de Suárez, Vitoria, Soto, Menchaca,
etcétera, está camino de ocupar un pri-
mer puesto en el cultivo de esta disci-
plina.
Las notas puestas al frente del libro
que estamos reseñando son completado-
ras de los aspectos tratados por Del
Vecchio, atrayendo los ojos del lector al
escenario de la ciencia jurídica europea
y haciéndonos así comprender la posición
y el papel del profesor de Roma frente
a las actuales directrices de la ciencia
filosóficojurídica/
La mayoría de la obra de Del Vecchio
era ya conocida en España, a través de
las traducciones. Por esto mismo tiene
mayor interés para nosotros este libro
cumbre y síntesis de su labor.
M. García Pelayo.
«Benjamín Zarnés», Teoría del Zumbel
Desde "El profesor inútil" acá, han
sucedido muchas cosas fuera y dentro de
Jarnés. Fuera, la evolución, fractura y
desmembramiento de los grupos literarios,
el tránsito del grupo a las individualida-
des (porque todos sabemos que las espi-
rales de los grupos se han trocado en ver-
ticales individuos). ¿Es que el Jarnés
de "El profesor inútil" no era ya un in-
dividuo? Sí, lo era, y de los que augura-
ban de modo más firme la conquista de
la plena individualidad. Queremos decir
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Rodolfo Llopis: COMO SE FORJA UN PUE-
BLO. (La Rusia que yo he visto). Profusamente ilus-
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MEN.—5 ptas.
Leonhard Frank: CARLOS Y ANA.—4 ptas.
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LARES. (La verdad sobre la trágica expediicón No-
bile). Con interesantes fotografías.—6 ptas.
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analítico con prólogo del Dr. Lafora). Un precioso
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Concepción Arenal, 6.-Madrid.
que si el Jarnés de dentro tenía ya vida
propia y característica, si veía ya frente
a él la embocadura de los caminos férti-
les que, palmo a palmo, sobre sus ruedas
de artistas, iba a recorrer, el Jarnés de
fuera estaba en ese momento del escritor
en que trata de imponer a la vida la nor-
ma de conducta que corresponde a su
íntima dinámica, a su desplazamiento se-
creto... Hoy, dentro de Jarnés, a más
de la ambición—y bienvenida sea—del
camino porvenir—porque se trata de un
escritor fecundo—ha de experimentar el
descanso de la trayectoria recorrida, del
deber cumplido; y Jarnés cumple consi-
go mismo y con la literatura del modo
más firme y consciente.
La vida, se puso a su servicio desde "El
convidado de papel". Como la vida se
puso llenamente, plenamente, al servicio
de Antonio Espina con "Luna de copas '
y con "Luis Candelas". Me complace
aludir al paralelismo de estos dos escri-
tores, en pleno reinado de sus facultades,
que nunca se podrán encontrar por ser
ambos—cada cual—originales e indepen-
dientes y, sobre todo, por ser libres en
absoluto y verdaderos profesionales de
la literatura,
en toda la extensión y res-
ponsabilidad de la palabra.
En "Teoría del zumbel" ha. llegado
Jarnés a la plena práctica de su técnica,
ä la gran técnica de su práctica. Las imá-
genes suyas, de otros libros, que suelen ves-
tir los trajes certeros de las excursiones de
su estilo, no saltan, desordena das por re-
volucionarias, como en otras ocasiones, in-
tentando sacar la cabeza por encima del
raso de la acción, sino que, incrustadas en
la materia fundamental de la novela, ha-
cen causa común con éstas y logran el to-
do brillante y pulimentado. Estamos en la
Edad de la Novela pulimentada y Jarnés
es investigador de esa edad.
Los personajes de Jarnés no creo dejen
de ser humanos nunca. Al bañarlos en su
estética, él, que es el director de ellos, los
ha enseñado a moverse y a accionar, les
ha suministrado ademanes que, a veces,
son peculiares suyos. Pero él se ha dado
cuenta de ello y no ha querido quedarse
entre bastidores—esos bastidores de teatro
nuevo, que va teniendo la novela—. Co-
mo escritor y hombre consciente que es,
le gusta "dar la cara" y sin ningún aspa-
viento ni truco, con naturalidad, sale en su
traje corriente—a enfrentarse con los per-
sonajes y actúa en la novela. Jarnés se
asoma a su novela y pasea por ella esta
vez. ¿Para qué? Para someter a interro-
gatorio a las personas que le interesan,
para enterarse de su modo de pensar, para
descubrirlos con sus propios ojos y quitar
el velo que los oculta a los ojos del lector.
Y ésto, además de todo, es una buena ac-
ción que el lector agradece y el lector, a
más de ser amigo de sus personajes, resul-
ta amigo personal del autor...
La originalidad de "Teoría del zumbel"
es la misma que la de sus obras anterio-
res, pero más destacada, más acusada,
porque Jarnés, con sólo seguir la pen-
diente hasta ahora subida, llegará a una
indudable cumbre. En cuanto a la de-
coración, hay como en otra novela an-
terior de él, un balneario. Un balneario
tan romántico como el primero o más ro-
mántico aún. A partir de él, se mueve
el amor, el Amor de todas las novelas de
Jarnés, porque él ha dado un mentís a
sus detractores—si es que los hay—sien-
do humano, porque la inteligencia^es una
cualidad humana. Quizás sea por pudor
por lo que no haya dejado el grifo dema-
siado abierto eh su obra. Prueba de ello
es que lo suelta a discreción en sus con-
ferencias.
Antonio de Obregón.
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NUEVA ESPAÑA
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la Tierra
fusión presentes. Y no es éste un fenó-
meno exclusivamente español, porque la
estructura psíquica del alma juvenil pug-
na, lo mismo en España que fuera de
ella, con la estructura egoísta y cerril de
las organizaciones legales de Europa y
América. La juventud sabe que es tan
sustantiva, tan legítima, como la edad
adulta o la vejez; no una edad de trán-
sito, sacrificada a una madurez sin ge-
nerosidad, sin aliento. Su profundo ins-
tinto—que compensa con exceso la ex-
periencia desmoralizada del adulto— y
su inocencia, las coordenadas de su con-
ducta, son quienes la hacen temible, por
que la llevan, indefectiblemente, a los
hitos finales. Trotski sería inofensivo si
en el mundo no quedaran vehemencia y
pureza: es decir, juventud.
Trotski y
por OTERO ESPASANDIN
A Trotski es preciso compararlo con
patrones astronómicos, si no queremos co-
rrer el riesgo de falsear su traza cicló-
pea. Y aún así, quedamos a salvo de la
hipérbole. Su articuló, publicado hace
poco en NUEVA ESPAÑA nos demuestra
lo pequeña que la Tierra resulta para
alojarlo en su superficie. Llega a esta
consecuencia sin que podamos sorprender
en su razonamiento un atisbo de vanidad,
ni de vencimiento tampoco. Su tremenda
firmeza, lograda paso a paso, en una
evolución heroica, es justamente, la que
le nimba de esa auréola sobrehumana de
poderío, que le hace inadmisible sobre
continentes enteros. Pero, antes de pasar
adelante, digamos que esta aureola no
es una auréola de santo, ni de apóstol,
ya que él es, sobre todo, un formidable
polemista y hombre de acción. Este mun-
do es su mundo y su destino; a él le debe
todo cuanto es, y su simiente alcanzará
plenitud entre los hombres, tarde o tem-
Drano. Si fuese un inocente teorizante,
hoy estaría glorificado en todo el mundo
en vez de confinado en unos palmos de
estepa. Los hombres no negaron nunca
acatamiento, y hasta fervor, al que hun-
de y desmelena sus lucubraciones en
ideales y mundos color de rosa. Es más:
el hacerlo les parece un deporte recomen-
dable y hasta, si el azar se lo permite, el
más humilde de ellos lo practica con cier-
ta fruición. Véase cómo los ingleses, tan
escuetos y mesurados de imaginación,
se hubieran honrado con el Mathama si
sus depósitos de sal v sus tejidos no su-
frieran menoscabo. El caso de Tagore
lo prueba. Lo que los hombres no toleran
es que se libren luchas contra su postura
en este mundo, en este valle de lágrimas,
como suele llamársele con una devoción
impregnada de astucia, entre nosotros.
Este mundo, esta Tierra que, según Trost-
kí, está cerrada para él, es el motivo de las
humanas discordias. En él puede hacerse
poesía, se puede practicar la caridad—otro
deporte de los puritanos ingleses, de las da-
mas católicas y los santones millonarios
norteamericanos—, en fin, se puede, in-
cluso, filosofar dentro de ciertos límites.
Pero cuando se es hombre de ideas cla-
ras v realizables y se está dispuesto a
realizarlas, el mundo cierra con estré-
pito sus puertas.
Lo aue ocurre con el creador del ejér-
cito rojo no oasaría de una anécdota,
todo lo grande que se auiera por darse
en Tin hombre tan categórico, si a través
de la penDecia no nos percatáramos con
jubilosa claridad de la lucha profunda
oue se libra en la intimidad social de
Eurooa, o mejor aún, de la Tierra. (Los
españoles debemos aprovechar la lección
para ganar cordura en marcar los hitos
de nuestra labor). Las sociedades civili-
zadas viven una hora de angustia—al
menos su ala conservadora— e inestabi-
lidad. Lo prueba el hecho de que nin-
guna nación pueda contrarrestar el efec-
to catalítico de una figura de la revolu-
ción rusa. Sépanlo los plácidos burgueses
que entornan los ojos ante una mera pers-
pectiva republicana. Por eso aquel que
no condene de antemano sus ambiciones
a un cercano fracaso debe desprenderse
de sus tópicos venerables, puesto que hoy
carecen de virtualidad y eficacia, y plan-
tearse con honradez el problema de los
destinos duraderos para precipitar cuan-
to antes su pleno dominio. A nadie que
viva el trasiego juvenil de hoy se le ocul-
ta la existencia de un tácito acuerdo, cer-
niéndose sobre el desbarajuste y la con-
Tip. "Velasco".-Meléndez Valdés. 52.
Profesor James Thaele Presidente del'Congreso Nacional Africano durante un discurso